Está en la página 1de 2

Entre la razón o las pasiones: ¿cuál es el fundamento del Estado Político?

La modernidad puede caracterizarse como una época en donde confluyeron diversos cambios de tipo
filosófico, histórico, político y sociológico, guiados bajo el siguiente emblema: “la razón tiene la razón”. El
cambio de paradigma paralelo a la ruptura del pensamiento moderno con el pensamiento clásico griego,
puede verse reflejado en la forma como los autores modernos comienzan a interpretar la realidad social
y en sí las relaciones del ser humano con su entorno. El imperio de la razón viene sujeto por la
supremacía del individuo: el individuo es el fundamento de lo social. Lo político comienza a tener
configuraciones diferentes a las que se apreciaban en la antigua Grecia y con ello se ve necesario
comenzar a explicar la sociedad capitalista naciente al igual que el origen de los primeros Estados
modernos.

El poder como eje transversal de todo el anterior contexto igualmente comienza a trastornarse
conformando así el trípode analítico-conceptual de la modernidad: individuo-Estado-poder. Dicha
interacción puede encontrar sus matices y variaciones desde el planteamiento hobbesiano hasta el
spinozista. En este sentido, es necesario situar cuatro problemáticas que se desbordan, específicamente,
de la discusión sobre el poder y sus otros elementos mencionados: 1.) el poder como capacidad y como
relación; 2.) el poder absoluto y el poder limitado del soberano; 3.) El paso hacia el Estado Político.

Para iniciar con el planteamiento hobbesiano es necesario introducir este primer planteamiento: la
sociedad está compuesta por individuos, y éstos actúan en un Estado de Naturaleza que los obliga a
actuar de cualquier forma con tal de conservarse a sí mismos. La forma de conservación en el Estado
natural es otorgada por el ejercicio del derecho natural: utilizar su poder como más le convenga.
Siguiendo esta dirección, es preciso indicar que todos los hombres tienen poder, por tanto, en esta
primera impresión que realiza Hobbes sobre la sociedad precapitalista de su época, el poder es una
capacidad, es una posesión del ser humano: “El poder de un hombre consiste en sus medios presentes
para obtener algún bien manifiesto futuro.” 1 En este sentido, dichos medios pueden derivar en diversos
aspectos: la reputación, la nobleza, la elocuencia, las riquezas y los cargos públicos. Todos estos medios
son poder. Son capacidades con las cuales se puede obtener un beneficio, son cualidades que se tienen.
Sin embargo, seguido de estas palabras, Hobbes manifiesta que la estimación genera poder: el apreciar o
no a un hombre es fuente de poder. De esta manera, el poder no sólo vacila en el ámbito de la
capacidad, sino también en lo relacional. “El valor o estimación del hombre, es, como el de todas las
demás cosas, su precio; es decir, tanto como sería dado por el uso de su poder. Por consiguiente, no es
absoluto, sino una consecuencia de la necesidad y del juicio del otro […] Porque aunque un hombre se
estime a sí mismo con el mayor valor que le es posible, su valor verdadero no es otro que el estimado
por los demás.”2 De esta manera, el aprecio o desprecio de un hombre puede significar su honra o
deshonra por los demás, es decir, su poder: “honorable es cualquier género de posición, acción o calidad
que constituye argumento y signo del poder. Por consiguiente, ser honrado, querido de muchos, es
honorable, porque ello constituye expresión de poder. Ser honrado por pocos o por ninguno, es
deshonroso.”3

Esta caracterización del poder hecha por Hobbes le conlleva a afirmar que, en búsqueda de la felicidad y
otros beneficios del ser humano, hay una obsesión de los hombres por la búsqueda del poder, de los
medios y la estimación que les permita conseguir un bien.
1
HOBBES, Thomas. (1982) Leviatán. México. Fondo de Cultura Económica parte 1. Cap. 10. P. 69
2
Ibíd. P. 70-71
3
Ibíd. P. 73
“(Existe) un incesante afán de poder en todos los hombres. De este modo señalo, en primer lugar, como
inclinación general de la humanidad entera, un perpetuo e incesante afán de poder, que cesa solamente con
la muerte. Y la causa de eso no siempre es que un hombre espere un placer más intenso del que ha
alcanzado; o que no llegue a satisfacerse con un moderado poder, sino que no pueda asegurar su poderío y
los fundamentos de su voluntad actual sino adquiriendo otros nuevos […] El afán de lucha se origina en la
competencia. La pugna de riquezas, placeres, honores u otras formas de poder, inclina a la lucha, a la
enemistad y a la guerra. Porque el medio que un competidos utiliza para la consecución de sus deseos es
matar y sojuzgar, suplantar o repeler a otro.” 4

Esta pugna de poder genera entre los hombres un Estado natural de permanente zozobra, incertidumbre
y ansiedad en tanto es una condición en la cual ni siquiera sus vidas están garantizadas. “La condición del
hombre es condición de guerra de todos contra todos, en la que cada cual es gobernado por su propia
razón, sin que haya nada que pueda servirle de ayuda para preservar su vida contra sus enemigos, se
sigue (pues) que en tal condición todo hombre tiene derecho a todo, incluso al cuerpo de los demás. Y,
por tanto, mientras persista este derecho natural de todo hombre a toda cosa no puede haber seguridad
para hombre alguno de vivir todo el tiempo que la naturaleza concede ordinariamente a los hombres
para vivir.”5

La condición de zozobra debe ser superada hacia una condición de paz por medio de la constitución de
un contrato, un pacto en el cual los hombres usan su razón instrumental para transferir su derecho
natural, su libertad de usar su poder para preservarse, a un ser superior que les garantice su seguridad.

“El único modo de erigir un poder común capaz de defenderlos de la invasión extranjera y las injurias de
unos a otros es conferir todo su poder y fuerza a un hombre, o a una asamblea de hombres, que pueda
reducir todas sus voluntades, por pluralidad de voces, a una voluntad […] Esta es la generación de ese gran
Leviatán o más bien de ese Dios Mortal a quien debemos, bajo el Dios Inmortal nuestra paz y defensa. Pues
mediante esta autoridad, concedida por cada individuo particular en la república, administra tanto poder y
fuerza que por terror a ello resulta capacitado para formar las voluntades de todos en el propósito de paz en
casa y mutua ayuda contra los enemigos. Y en él consiste la esencia de la república, que es una persona
cuyos actos ha asumido como autora una gran multitud, por pactos mutuos de unos con otros, a los fines de
que pueda usar la fuerza y los medios de todos ellos, según considere oportuno, para su paz y defensa
común.”6

El ser que crean los hombres por medio del pacto de cada uno a transferir su derecho natural a una
persona o grupo de personas implica para Hobbes un poder soberano, absoluto, indivisible, ilimitado,
que se desprende de la multitud que lo ha creado y no tiene ningún tipo de obligación con ella. La paz y
la seguridad común se convierten en la razón del Estado, por tanto, cualquier situación que el Leviatán
juzgue como perjudicial para el mismo Estado, como perturbadora para la paz y la seguridad común, es
deber del Leviatán suprimir o anular dicha condición. El Estado se compromete con él mismo a
prevalecer, es decir, hacer lo que sea necesario para su permanencia. En otras palabras, el pacto es entre
los hombres, el contrato no es entre el Leviatán y los hombres. Los hombres acuerdan entre ellos
transferir todo su poder a otro ser que, en la medida en que éste ser es poderoso por el poder otorgado
a él, garantice la paz y la seguridad por cualquier medio incluyendo evidentemente el temor y horror.

4
Ibíd. P. 79-78
5
Ibíd. P. 133
6
Ibíd. P. 166-167

También podría gustarte