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“Los vamos a matar a todos”.

Algunas consideraciones psicoanalíticas sobre la violencia en el


fútbol

Pablo Leónidas Zenón

La investigación a las que nos hemos abocado, que versa sobre el psicoanálisis en nuestra época,
toma como uno de sus objetivos principales poner a prueba los conceptos psicoanalíticos,
trabajando en torno a temas de actualidad. La violencia en el ámbito del fútbol es uno de los tópicos
que más prensa obtiene todos los días. Debemos preguntarnos ¿Qué hay detrás de esta proliferación
de fenómenos que aparece como una novedad, pero que casi siempre habla de lo mismo?
Por tomar alguno, podemos centrarnos en un episodio en el ámbito futbolístico de alto nivel que con
el vértigo con que son presentados los acontecimientos, quizás ha sido olvidado, pero en su
momento suscitó el repudio de los medios de comunicación y de la sociedad. Me refiero al
cabezazo de Zidane a Materazzi en la final del Mundial 2006.
La reacción inicial fue, como decía, de repudio, y de conectar este episodio con los ya conocidos y
repetidos hechos de violencia en el deporte. Incluso uno como espectador también experimentó una
sensación similar. Pero pasadas las horas, comenzó a precipitar otra idea del asunto, y se configuró
la idea de que ese acto que tan rápidamente nominamos como violento podía ser pensado como un
último gesto de humanidad. Se supo, pasados los días, que el diálogo previo al golpe fue iniciado
por Zidane recriminándole a Materazzi que si tanto le gustaba agarrarle la camiseta, se la daría una
vez finalizado el partido. A lo que el defensor italiano contestó que prefería que le llevara al
vestuario a su hermana. Lo que pasó luego es ya sabido por todos.
¿En qué el psicoanálisis puede ayudarnos a leer este episodio?
El psicoanálisis nos legó la idea de discriminar, de establecer un borde entre agresividad y
violencia. ¿Es justificable, es comprensible lo que hizo Zidane? La primera respuesta es la de ubicar
el episodio en el interior de una relación, como construcción de dos. Por lo tanto ese cabezazo que
necesitó de un tercero –la intervención del referí- fue un acto que terminó de resolver una relación.
No fue algo sólo hecho por Zidane, sino que necesitó del compromiso del otro. La segunda es
pensar que un acontecimiento de estas características es condición de posicionamiento subjetivo. Es
allí en donde pensamos que no se trata de un gesto de dominación (un acto violento) sino una
maniobra agresiva de defensa de una posición subjetiva. Supongo un poco temerariamente que el
dicho sexual de Materazzi acerca de la hermana de Zidane, se alojó en el sustrato más profundo de
la fantasmática del francés, al punto de que no pudo interponer ninguna palabra y necesitó de un
acting para resolver la situación. Ese cabezazo fue entonces una salida de la escena pero al mismo
tiempo una conservación de su posición subjetiva. Entonces este episodio tan nombrado por todos
como un acto violento y por lo tanto repudiable puede entenderse de forma más ajustada como
muestra de que en toda relación humana la agresión es condición y causa del encuentro con el otro.

Vamos a otro ejemplo. El cántico común al decir de los argentinos, que es casi una muletilla, “los
vamos a matar a todos” es una apoyo que nos ayuda a decir algo cuando quedamos desnudos de
una explicación racional sobre un episodio puntual, doloroso, incomprensible, injusto. Es una
salida. Hace algunos años ya, el pedido “que se vayan todos”, en Argentina, se ubicó muy cerca de
la frase que estamos analizando. Fue un dicho que permitió ubicar a la clase política argentina y al
mismo tiempo representó el grado de impotencia de la gente en relación a una realidad político-
social. Nos preguntamos qué muestra y a quién representa “los vamos a matar a todos”. Lo primero
que podemos decir es que esta frase está cargada de una connotación futbolística, ya que es una
estrofa de uno de los cánticos más comunes en las canchas argentinas. En ese contexto parece
naturalizada, nadie se interroga sobre su literalidad siniestra, todo lo contrario, entonarla da
garantías de una pertenencia placentera. Podríamos decir, es una frase que se juega en el registro de
la identidad, es fálica. Por lo tanto va al yo del sujeto y desde allí comanda la relación del sujeto
con el Otro.
Sintetizando, podemos decir que el placer de la enunciación está en la enunciación misma, y no en
la representación literal del contenido manifiesto del dicho. Al placer lo da la reiteración del cántico
y en esa repetición el contenido manifiesto se transforma en un simulacro, es por esto que estamos
promovidos a que los cánticos futboleros nombran la manera agresiva en la que los hombres nos
relacionamos con algunas de las cosas que nos causan placer y que en ese acto de nominación
iterativa le escapamos un poco a la violencia.

Metapsicología de la agresión

Intentaré establecer algunos límites más o menos precisos entre la estructura agresiva de un sujeto y
un acto de violencia en el sentido de no naturalizar estos últimos. La idea de poder dar cuenta de la
estructura agresiva de un sujeto nos permitiría pensar maneras más propicias de enfrentar la
violencia. Parto de postular el fenómeno social masivo de un espectáculo deportivo que promueve
un acto violento como modelo de lazo social contemporáneo.
El escenario de la mayoría de los espectáculos deportivos en la Argentina es el lugar en el que
dialogan de manera confusa e imposible la neurosis y la perversión. ¿Qué aporte realiza el
psicoanálisis a lo que llamamos violencia en el deporte? La maniobra es ya clásica, pero sumamente
necesaria, el psicoanálisis es una disciplina humana que tiene la capacidad de definir y de poner en
tensión los conceptos de agresividad y de violencia. Lo propio de este tiempo es la confusión, va
todo a la misma bolsa, por la vía de una perspectiva naturalista se dice que el ser humano es
agresivo por naturaleza. O por la vía del utilitarismo se dice que la sociedad es perversa y hace
violento al ser humano. Estos son dos caminos que no conducen a ninguna parte.
El primer movimiento freudiano es saltar la valla de lo innato pensando lo ‘constitutivo’. Los
desarrollos sobre sexualidad infantil realizados por Freud nos descubren a un niño egocéntrico,
codicioso, destructivo, con poca conciencia moral, dominante y sádico, Freud está aquí tratando de
pensar al niño desde una perspectiva estructural vinculada a la perversión. Qué interesante paradoja
la de poder pensar que en la constitución subjetiva antes es la perversión que la neurosis, si bien no
es una perversión organizada estructuralmente, en función de lo fálico y de la castración. Lo que
trato de distinguir es experiencia de estructura. La primera presentación que Freud hace sobre lo
infantil es en relación a lo perverso como experiencia. O sea a cómo el niño se ubica pulsionalmente
en relación a los objetos y al mundo. Dejando de lado su ubicación en relación a lo fálico y a la ley
que lo legitima. Lo que podemos afirmar provisoriamente es que en la constitución del sujeto la
desmentida está presente como condición, y es anterior a la castración.
La esencia del planteo freudiano es la de pensar lo perverso como condición constitutiva y por
consiguiente puede extraerle al término algo de su negatividad. Lacan, por su parte nos plantea que
“la agresividad es la tendencia correlativa de un modo de identificación que llamamos narcisista, y
que determina la estructura formal del yo del hombre y del registro de entidades característicos de
su mundo” (1936, p. 102)
Entonces lo primero que creo necesario decir es que noto en la actualidad una tendencia a leer los
acontecimientos intentando definir cuál es la estructura en juego, perdiendo de vista que la
estructura es una ficción; y mi planteo es que perdemos con ese imperativo la posibilidad de
elucidar la dimensión paradojal y compleja del sujeto y sus actos, que se presentan muchas veces en
forma confusa.
En segundo lugar, volviendo a la cita de Lacan, éste ubica en un tiempo y un lugar al concepto de
agresividad, como un acto intrusivo en la génesis del yo. Podríamos didactizar este enunciado
desplegando las ideas centrales del estadio del espejo (Lacan, 1949) Esa agresividad, esa intrusión,
está ordenada a partir de una fijación en una imagen que lo enajena a sí mismo, y que es garantía de
la constitución del yo.
La madurez estructural de un neurótico se completa con la función pacificante del ideal del yo y su
relación con la ley de la época, con la mirada cultural actual. La potencia funcional del ideal del yo
está sostenida por la aparición de la figura del padre cuya historia es el relato de un acto violento.
Freud desarrolla esta idea metapsicológica a partir del mito de la horda primitiva. En síntesis, esa
función pacificadora es posible, es efectiva en tanto reconocemos el asesinato del padre y su
introyección inconsciente por vía del relato mitológico.
Volvamos a la superficie.
Como consigné antes, en la mayoría de los cánticos futbolísticos aparece la frase “los vamos a
matar a todos”. A la luz de las perspectivas naturalistas, utilitaristas, o simplemente el sentido
común, esto aparece como el preludio de un episodio de violencia. El psicoanálisis nos enseñó que
todo discurso tiene una falla, y que hay algo más allá de la literalidad del texto. En este sentido ese
dicho puede representar otra cosa. Es un cántico que acompaña otros movimientos en el interior de
la escena futbolera. Como por ejemplo, el despliegue de esa bandera gigantesca que nos abraza a
todos como si fuera una gran madre fálica, una bandera que tiene colores bien definidos. Podríamos
decir que hacen a una identidad y que necesitan de un contrario, de un otro, para potenciar esa
identidad. Es un juego, o por lo pronto debería serlo, que actualiza algo de la constitución especular
del sujeto.
Aquí también el psicoanálisis podría intervenir de manera efectiva instalando la idea de desconfiar
de los procesos identitarios como condición de subjetividad. Hay una distancia entre identificación
e identidad cuando pensamos esto a nivel de la estructura subjetiva. Si bien podríamos reconocer,
sobre todo los argentinos, que los colores de un equipo de fútbol están bien cerca de la horda
primitiva y del reconocimiento a un padre que nos donó un sentido de la vida. La identidad es una
especie de suplencia donde el neurótico vuelve a representarse en relación al otro, es una pantalla
que le da consistencia, pero no hace a la estructura.
Los actos de violencia ponen en tensión lo dicho anteriormente, porque el espectáculo deportivo no
concluye con un reposicionamiento del sujeto en relación a sus ideales identitarios. La violencia en
el deporte es un problema tan complejo que merece ser abordado por distintas perspectivas
disciplinares y no se reduce a la actualización del asesinato mítico del padre hórdico. Lo que sí
podemos afirmar por estos tiempos es que el perverso sabe lo que hace, y que el escenario deportivo
como algunos otros es un lugar de causa para su práctica denegatoria. Si interrogáramos a un
barrabrava latinoamericano o a un hooligan inglés este seguramente nos recitaría un compendio de
situaciones dolorosas y traumáticas por las que ha transitado su infancia, y que son la causa de su
génesis violenta, este discurso estaría acompañado de un tono desafectado de angustia y
culpabilidad. Es en esto último en donde deberíamos hacer foco de nuestro análisis como condición
para pensar una tentativa de solución a este tema. Esto es, que el perverso necesita de la escena
neurótica y el neurótico se fascina con la maniobra perversa. Me pregunto por qué nos atraen tanto
los criminales… la respuesta es que fascinan nuestro narcisismo.
Veníamos diciendo que la denegación forma parte de todos los sujetos, y de la cultura. Pero al
mismo tiempo que eso no habilita a leer los hechos violentos con naturalidad o a pensar en forma
simplista que hay buenos y malos. Si hoy hablamos de violencia en el deporte, es porque ese
diálogo es entre neuróticos y perversos. Admitamos una responsabilidad que va más allá de la
identificación del malo perverso y del resto como víctimas.
A modo de conclusión, siempre tentativa, puedo pensar las siguientes ideas:
La agresividad muestra el fondo imaginario de la construcción subjetiva, en cambio la violencia
como acto remite a un horizonte de posible inscripción simbólica en el interior del lazo social. Por
eso el psicoanálisis no sólo distingue agresión y violencia como categoría conceptual sino que
también los ubica en relación al sujeto y a sus vínculos. No todo acto violento está gestado por un
perverso. Un neurótico puede participar al modo del contagio, o sea como efecto de su inclusión en
el lazo. A la vez, si el perverso sabe lo que hace, no es sin el escenario social que promueve la
cultura (y aquí incluyo a los medios de comunicación), y necesita de ese escenario. Estas podrían
ser las coordenadas actuales donde ubicar el tema que nos convoca.
Por último, la violencia no es un invento de la modernidad, pero sí nos permite repensar la
estructura de la época a partir de algunas ideas propias de la teoría freudiana. Es por ello que
decimos que habría que resignificar esta modernidad “actual” a partir de construir nuevos sentidos
sobre los ideales que la fundaron: pensar que la igualdad pueda soportar la diferencia constitutiva
en relación al otro, que la libertad sea una experiencia que nos permita nombrar lo que se pierde, y
que la fraternidad sea un poco más discreta que esa idea oceánica, universal e imposible.

Bibliografía

Freud, S (1995 [1930]). El malestar en la Cultura. Madrid: Biblioteca Nueva.


Lacan, J. (1987 [1936]) “La agresividad en psicoanálisis”. Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI.
Lacan, J. (1987 [1949]) “El estadio del espejo como formador de la función del yo [je] tal como se
nos revela en la experiencia analítica”. Escritos I. Buenos Aires: Siglo XXI.

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