Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Se habla, por otra parte, de fracaso, cuando alguien pretende efectuar una acción para la
que no posee las facultades pero que, sin embargo y por una razón determinada, cree o
supone, tenerlas (o poder tenerlas). Es el caso de quien se “topa” con la realidad que,
así, lo “desengaña”. El fracaso puede, en esta línea, entenderse de dos maneras: o bien
fracasa aquel que, ignorando sus limitaciones, se lanza en pos del objetivo, o bien lo
hace aquel que, consciente de ellas pero restando importancia a este conocimiento,
intenta a pesar de todo alcanzarlo. En el primer caso puede hablarse de ignorancia, en el
segundo de sobreestimación; en ambos el que fracasa posee cierto grado de
responsabilidad. Palmariamente, porque quien se lanza tras una meta ignorando que es
incapaz de alcanzarla, es responsable de haberlo hecho sin pararse a medir sus fuerzas,
volviéndose entonces negligente, necio y/o temerario. Quien, por el contrario, sabe que
no está capacitado para alcanzar el objetivo, y, pese a ello, lo intenta, es, cuando menos,
arrogante. La situación cambia aún más cuando el objetivo es sagrado. (Soriano Vallés,
p.92).
(p.94, mismo autor)
Habrá que hacer ahora un par de puntualizaciones. En primer lugar hay que referir qué
parte del equivoco resultante de creer que el sueño “cuenta la historia de una derrota”
solamente, proviene de la lectura errada del “resumen” del poema hecho por el padre
Calleja poco tiempo después de muerta su autora. Concretamente, de la lectura
equivocada de una palabra de éste. Veamos.
Dice el biógrafo de nuestra monja que, por lo que a Primero Sueño se refiere:
La madre Juana Inés no tuvo en este escrito más campo que éste: siendo de noche me
dormí; soñé que de una vez quería comprender todas las cosas de que el universo se
compone; no pude, ni aun divisas por sus cathegoricas, n aun solo un individuo.
Desengañada, amaneció y desperté.1
He subrayado la palabra “desengañada” porque me parece que ella ha sido la causa del
error. Efectivamente, el sentido “fuerte” co que hoy la leemos es, sobre todo, el de
“desencanto”, “desilusión”, “decepción” o, en todo caso, “deseperanza”. El Diccionario
de autoridades pone, en cambio, el acento en otro sitio:
Desengaño: Luz de la verdad, conocimiento del error con que se sale del engaño.
Se llama también al objeto que excita al desengaño.
Vale asimismo claridad que se dice a otro echándole la falta en cara.
Hacer conocer el engaño, advertir el error o ignorancia, hablar con claridad.
Lo así sacado del error o engaño.
Vale también despreciable y malo; y assi se dice, que es cosa desengañada la que está
mal hecha y por conscequencia despreciable.
Se llama asimismo el hombre que retirado del bullicio y comercio del mundo, vive
recogido y apartado, sin pretender otra cosa que su quietud y salvación. (p.94)
Mientras que “engañar” es “inducir a otro a creer y tener por cierto lo que no es,
valiéndose de palabras y de otras aparentes y fingidas”, “engañado” es “el assi inducido
a creer en lo falso”.
(p. 95)
Empero el estudioso se equivoca cuando afirma que el Sueño “no es el poema del
conocimiento como un vano sueño, sino el poema del acto de conocer”. En cuanto a lo
primero, es verdad que la obra no es una manifestación lírica del “desengaño” en el
sentido que se le ha dado de “reconocimiento de o que este mundo ofrece es mentira,
por lo que hay que poner la confianza en el otro”, sino cosa distinta. Con relación a lo
segundo, hemos confirmado que si tal “acto de conocer” nos lleva, como Paz pretende,
a “saber que estamos solos”, no es por tanto, estrictamente hablando, sólo el “poema del
acto de conocer”, sino que hay algo extra que conocemos: es decir, sabemos que no
sabemos, por un lado, mas, por otro, que estamos solos; luego sabemos, cuando menos,
1
“Fama y obras póstumas del Fénix de México, Madrid, Imprenta de Manuel Ruiz Murga, 1700.” En
“Alejandro Soriano Vallés, Op. Cit. p. 93.”
dos cosas: podríamos entonces decir también que Primero sueño es “el poema del
conocimiento de que estamos solos”
O-O-O-O-O
(p.44) Sor Juana Inés se rebeló contra todas esas ataduras. Estaba convencida de que “el
pensamient es la cosa más libre”, que sólo está condicionado por sus objetos y no por
limitaciones o prejucios ajenos a él. El entendimiento humano está más allá de las
diferencias de sexo, y la mujer tiene los mismos derechos que el hombre para dedicarse
al estudio o a la neseñanza. Pero no por eso iban a desaparecer los prejuicios y las
discriminaciones, ni las interminables idsputas verbales en las que hacía consistir la
ciencia en aquel tiempo.
Es preciso, pues, ir más allá de las obras que escribió a instancias de los demás, como
ella misma confiesa, para descubrir a la auténtica Sor Juana en la Respuesta al Obispo
de Puebla y en el poema Primero Sueño que dedica al tema del conocimiento. Es
precisamente en esos dos escritos donde aparce con toda claridad el espíritu filosófico,
totalizador y profundo, libre y espontáneo, que desborda las limitaciones del tiempo. El
alma se eleva a lo más alto del cielo y allá abajo quedan, envueltas en el silencio del
sueño, las pequeñas preocupaciones de los hombres. Aunque tenga después que
empezar otra vez desde abajo a conocer una por una las cosas.
Como decía Hegel: hay que tener la valentía del error si se quiere avanzar en el camino
de la verdad.
(p. 7)
“En los tiempos de Sor Juana, la influencia de la Compañía era ya decisiva, tanto
cultural como políticamente, y en la propia vida de la poeta tuvo efectos no
siempre positivos, como bien se sabe. Los ideales de la Contrarreforma pusieron
coto, también en la Nueva España, a cualquier audacia.”
Desde este punto de vista podría decirse que la "revelación" al alma de El sueño es,
precisamente, la limitación humana en el conocimiento todo, y El sueño podría ser una
visio en tanto que retrata el constante afán de conocimiento de la protagonista,
que es algo "real."2 Ahora bien, si el poema se aparta de la tradición de los viajes
herméticos en pos de una revelación por el simple hecho de que, al final, no hay
revelación alguna sino sólo el despertar, también es cierto que se aparta de la
tradición del tema del desengaño en el Siglo de Oro cuando lo que concluye no es
una falsa y engañosa idea de la realidad o actualidad de la vida frente a la
eternidad, sino que termina un simulacro de la vida -el sueño mismo- sin
enseñar otra cosa que la esperanza de la vida misma. Toda obra de arte se
caracteriza no sólo por continuar tradiciones, sino también, y sobre todo, por
romperlas. El tópico del sueño que es la vida, es decir, del desengaño, tiene aquí
una peculiar variante. El sueño es un afán real de conocimiento, y el despertar
está cargado de la fuerza positiva y el optimismo del amanecer. También la
Visión delectable... y la República literaria culminan con sendos despertares, pero el
despertar de El sueño no trae bajo el brazo una lección de moral o del arte
literario, sino un atisbo especular del intelecto humano. (P. 25-26)
Del mismo modo la vida no acaba de ceder a su "retrato contrario", y el hombre sueña,
pero no muere. El alma tampoco deja de tender a la causa primera, a pesar de todas sus
limitaciones. En este emblema podemos fundarnos para afirmar que el desengaño
del alma no es definitivo. (p. 153)
21
23-51
La época del Barroco es, ciertamente, un tiempo fideísta – lo cual tampoco es muy
significativamente jesuita, aunque no sea enteramente ajeno –, de una fe que no sólo no
ha eliminado sino que ha reforzado su parentesco con las formas mágicas,
frecuentemente incursas en manifestaciones supersticiosas – Volpe, Buisson, Ganjel,
Caro Baroja, las han estudiado en Italia, en Francia, en España, etc. – . La mente barroca
conoce formas irracionales y exaltadas de creencias religiosas, políticas, físicas incluso,
y la cultura barroca, en cierta medida, se desenvuelve para apoyar estos sentimientos.
Directamente nada tiene que ver esto con el misticismo español; ni por español, porque
es fenómeno amplio y fuertemente dado en todas partes, ni por misticismo, cuyo fondo
creencial está impregnado de esa corriente de racionalización que sustenta la
escolástica. La presión de la iglesia, de la monarquía, de otros grupos privilegiados que
tienen que atraerse sectores de opinión, hacen lo posible por virgorizar estos aspectos
extrarracionales, para servirse de ellos en la manera que más adelante veremos. (44)
3
Alatorre marca como ref. 28:
OOC: Si se da a conocer determinada proeza, es posible que otros las efectúen, por lo
que se destaca de esto el sentido trágico, “que no entre quienes hayan sabido su noticia
y la de su castigo, dizque para quedar escarmentado.”
p. 40
“Definitivamente, el Barroco hispano da razón estética, sobre todo, del duelo y de la
melancolía, o “tristeza de vida” (mejor, como escribe San Pablo: “tristeza del mundo”),
construyendo el corpus de sus figuraciones bajo el régimen indubitable de una idea de
mundus senescit, y situándose ya muy lejos de ese concepto de gozo y alegría cristiana
que promovía, en la primera fase del Humanismo, ell Epicureus de Erasmo.
Se diría que, al menos en la “península metafísica”, la compleja cosmovisión oculta
detrás del concepto de “desengaño” ha acabado por sustituir enteramente a la ambición
dinámica, induciendo un modo particular de lo trágico, el cual consiste en un asistir
impotente a la disolución de las formaciones de pasado – basadas en valores como la
religiosidad, el honor, la generosidad, el desinterés - , y al bloqueo neurótico y suicida
de las actitudes y pretensiones con que se conquista el futuro por entonces insinuado: el
provecho, el interés, la utilidad… Con ello aquel tiempo produce un documento
turbador sobre sí, dado que “la pérdida, el duelo, la ausencia desencadenan el acto
imaginario y lo alimentan, en la misma medida que lo amenazan y arruinan” [D]. En
suma, desde cierta perspectiva la Península se presenta inmersa en un “labirinto da
saudade”.
p.57
<<
En efecto, así creo que opera una cierta mecánica baroca: trascendiendo siempre y
sublimando los procesos históricos, arrancándols a sus marcos de inserción, con el
objeto de “elevarlos” y confrontándolos con una dimensión supratemporal, y , al fin,
con una historia providencialista, a cuya luz deslumbradora hubieran de tomar
signficiación en cuanto instantes momentáneos, pronto desvanecidos en la inmensidad
de la dimensión espacio-temporal. Así, como quería el jesuita Nieremberg, las cosas del
orden temporal se ven precisadas a contrastarse en su indigenciaa con el régimen en que
se dispone, inmutable, “lo eterno”: De la diferencia entre lo temporal y lo eterno.
Supuesta esta confrontación, el hombre pierde, pues:
(p. 90)
El actante, el personaje prototípico del Barroco, se ve arrojado a una aventura
impredecible de rasgos odiseicos, tal como la que conduce a Andreino y Critilo, los
héroes de Gracián, obligados a afrontar naufragios, encantamientos ilusorios, recorridos
profundos por geografías engañosas y por ámbitos de peligros máximos. Subsiste aquí
la obligación de insistir en la tarea sobreumana de transferir al foro interno todo aquello
que sucede en un exterior fantasmal. La vivencia es el resultado entonces de ese
proceso, según el cual la realidad es el resultado entonces de ese proceso, según el cual
la realidad, pulverizada y pronto desvanecida, se convierte en un saber de la increencia,
en una psicagogia del desengaño. Conducir el alma a una posición desencantada parece
ser, por todas partes, la tarea.
(p. 121)
FICCIONALISMO BARROCO
Para los barrocos, se trata, en efecto, de situarse de entrada, no en los planos de la
empiria y de la descripción objetiva, sino en una escena hipotética, donde, al modo de
un sueño, de una fantasía y un relato, se destila un modo de conocimiento acerca del
mundo que finalmente, se postula como la forma única y verdadera de ser. La
trascendencia de que aparecen permeeados los discursos hispanos, es ya, en sí misma,
considerada, un poderoso inductor de ficcionalidad; el puro presupuesto de que Dios
existe, se construye como una ficción legitimatoria, una ficción cuyo efecto más
inmediato es procalmarse la única verdad, y ello frente a las realidad y la evidente
materialidad del mundo que entonces pasa a convertirse él mismo en “sombra y sueño”.
La fugacidad de la vida se conecta con el campo fictivo, mientras aquello soñado,
intuido, fantaseado, se eleva como una instancia en realidad superior, inalcanzable a la
experiencia humana. En realidad, lo que ocurre es que la ficción alcanza en ese tiempo
su apoteosis, obligando en cierto modo a los sujetos a integrarse en ella. Como ha
escrito García Gibert (“el ficcionalismo barroco en Baltasar Gracián”, cit.”), lo
sobresaliente de la época es el “imperio que las mediaciones ficcionales (incluyendo los
libros) tenían sobre lo real”. En este contexto, podemos entender el esfuerzo de la
Iglesia postridentina por convertirse en una auténtica [P. 122] “máquina de ficciones”,
que socavan profundamente la confianza y la estabilidad en lo real-real. Todo cae bajo
este régimen de ficción y de espectacularización, desde la metafísica y la composición
de lugar, hasta la agiografía y la ceremonialidad y el rito. Desde esta formidable
empresa imaginaria, se combate el mundo, entendido a su vez como la verdadera
“escena”, el teatro. De este modo, la dialéctica en aspa preside el momento
desestabilizado de una peligrosa torsión que puede ser comparada con las proposiciones
de una física cuántica: lo que no existe es causa eficiente de lo que existe; y, a su vez, lo
que existe no alcanza existencia verdadera: de su fugacidad puede ya colegirse que no
ocupa ni espacio ni lugar en la dimensión trascendente. El modo barroco de tomar
conciencia del mundo es el hacerlo bajo la condición de ser ficcionalizado (o creado por
Dios a modo de teatro, que será desmantelado un día: El gran teatro del mundo), y en
el fulgor que propicia este descubrimiento, encontrar el apoyo para el atisbo de una
verdad y una realidad extramundana. La clave de la salvación humana, como ha visto
A.J. Cascardi analizando a Calderón (The limits of illusion: a critical study of Calderón,
cit.), reside en todo caso en la amplia asunción del carácter de ilusión que presenta el
mundo. Victoria infinita, total de la ficcionalización, que crea un sujeto acunado por su
sueño y menospreciador absoluto de la única realidad que de verdad posee.
(p. 151)
2.- Breve Luz (apartado del capítulo “Lección de sombras”)
Pero si una oscuridad metafórica arruina al fin los juegos del deseo, entretanto que ésta
llegue, las luces, las luminarias, constituyen, por todas partes del espacio barroco,
metáfora idea de esa precariedad humana cuyo fantasma obsesiona al periodo. Lejos de
ser éstas entendidas, como lo hacen los protestantes (por paradoja enemigos de las
iluminaciones de los templos), como afirmación de una razón o deseo humano, en su
fragilidad constitutiva
(p. 152 –CD)
se prenden infinitas series de metáforas de la inestabilidad y de la consumición fatal de
una energeia, que acaba, como escribe Miguel de Barrios, “deshecha en triste humo”.
Así, en efecto, parece suceder en los sombríos jeroglíficos donde se construye la
metáfora de una mariposa (el alma) y una luz que la consume (la realidad). “Luz es el
ser – dice Polo de Medina – de un soplo se enciende, del otro se apaga”. Un viejo lugar
de la homilética barroca desarrolla la etimología de “occidente”, vinculándola a la
“muerte” de la luz y a la situación geográfica de la Península.
La luz barroca, siempre filtrada y controlada en los espacios arquitectónicos, lo que
revele con patencia inusitada es, en verdad, el reinado majestuoso, más allá de su órbita,
de una sombra, sentida siempre como una grave amenaza, aquella en medio de la cual,
como evidencia la Rosaura de La vida es sueño, transcurre la vida del hombre
“arrojado” al mundo.
(p. 153)
La luz, encarnando el principio de desengaño, es representada siempre y metaforiza por
doquier las formas de una precariedad constitutiva de todo aquello que es objeto de una
aspiración inalcanzable. Su existencia misma es considerada tan vacilante y provisoria,
que un emblema del teórico de la escolástica tardía, Pueyo y Abadía, el autor de la
Cátedra simbólica de Santo Tomás, la representará incluso en cuanto amenazada de
extinción, precisamente por la acción que debe avivarla: “Una antorcha, que el que la
despabila, la apaga, y el lemma De donde espero la luz, me viene la Muerte”. “Que es
anhelar, arder, buscar ceniza”, escribe el poeta ecuatoriano del Barroco, Juan Bautista
Aguirre.
Las luces que siempre son fugitivas y breves en las escenografías de la época, atraviesan
también los cielos y son por entonces fuente [P. 154] constante de una angustia humana
ante la inestabilidad que presentan los cielos.
(…)
Es lo cierto, en el mundo sublunar domina una obscuridad irreparable. Lo que allí existe
es propio reino de las sombras. Este espacio, así conformado en el imaginario, aparece
transitoriamente iluminado por un foco de luz, insuficiente y enfermo, a cuyo resplandor
efímero el hombre debe afanarse en penetrar por el estudio nocturno y la interrogación
constante en el misterio que le constituye. (…) La verdadera luz, empero la claridad
aparece siempre pospuesta, inalcanzable, situada en un futuro que no se puede ni
vislumbrar desde el presente de indigencia. (…) O para otras visiones más
desconsoladas, lo que en verdad ocurre es que la luz no consigue penetrar (más allá de
lo que es un estrecho círculo o halo, continuamente representado por los pintores “a lo
Latour”) la opacidad en que vive y se desarrolla lo humano. Entonces, como escribe
Soto de Rojas, lo que ciertamente sucede es que la luz se ofusca en el laberinto
humano.
(TOMÉ FOTO DE LAS PÁGINAS 304 Y 305, del apartado “mentiras y sueño
universal”).
(158)
Pascual escribe por entonces que ésta es la única solución, la actitud que revelará el
cálculo más inteligente, pues si no es verdad, si la promesa redentora es con todo parte
del sueño (y ni siquieraes cierto que la vida sea el lugar decisorio de la prueba),
entonces nada se ha de perder (estando de antemano todo perdido para el hombre). Mas
si lo es, el incumplimiento de esta tarea en que está comprometida la illusio humana
acarrea la pérdida eterna, la distancia total de Dios en virtud de la pena de culpa, de
rebeldía y desatención explícita a los fines de la Creación. Y esto se constituye,
ciertamente, en la pena mayor.
(159)
De esta cuestión irresoluble (de Ser o No ser) para la razón, en los términos de su
planteamiento, sólo sobrevive el “conato de ver y de saber”, la sed insufrible de agotar
la propia condición en medio de los más obscuros presagios. Ello hasta que llegue el
momento de “despertar”. He aquí sintetizada una teoría barroca de la existencia.
Anceschi, Luciano. La idea del Barroco: etudios sobre un problema
estético.´(Traducción de Rosalía Torrent). Editorial Tecnos; Madrid,
España. 1991.
(p. 73)
Al estudiar la noción de Barroco se deben tener presentes algunas particulares
precauciones metodológicas; ante todo es preciso tener despierta nuestra atención en
todos los campos de la vida y de las formas de la cultura y no agotarnos en un interés
prevalecientemente figurativo o literario; en segundo término convendrá tener presente
la imposibilidad de estudiar la noción de Barroco en el ámbito cultural de una sola
nación: la idea y la realidad del Barroco se desarrollaron con una cierta armonía
temporal en toda Europa; y es imposible considerar una cultura (la cultura italiana, por
ejemplo) como separada de las otras en una época en la que fueron vivísimos los
contactos literarios y artísticos entre las naciones: el Barroco es una cuestión europea, y
como tal debe ser estudiada. Por último, desearía que se tuviera presente que las
nociones de Barroco, Romanticismo y Clasicismo no son nociones inamovibles ni de
sentido unívoco: nos servimos de principios cuya realidad es esencialmente
problemática, cuyo significado, por tanto, varía: por un lado, según el cambio de las
particualres sintaxis del pensamiento en que se sitúan; por otro, están sujetos a una
inestabilidad que determina cambios (74) y transfromaciones de significado, en relación
con el cambio y la transformación del gusto y del momento literario y crítico.