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El aspecto más inquietante del régimen nazi es su política racial que culminó
en el genocidio de millones de personas a través de la llamada “solución final”. El
texto de Philippe Burrin se aboca al análisis de sus interpretaciones, que el autor
señala en dos líneas: la intencionalista y la funcionalista. De acuerdo con la primera,
la solución final fue resultado de un proyecto ideado por Hitler quien, en forma
paralela a la preparación de la campaña a Rusia habría dado la orden de exterminio.
Según la segunda, se debió a la propia dinámica de un régimen anárquico frente a
una situación que se volvió inmanejable en el transcurso de la mencionada
campaña. La diferencia entre ambas se explica por la falta de documentación que
atestigüe la existencia de una orden escrita.
Luego de analizar ambas interpretaciones, el autor se adentra en la
caracterización del antisemitismo hitleriano cuyo origen remonta a la experiencia de
la derrota de 1918, interpretada como el desenlace de una guerra interior y exterior
conducida por los judíos. Es aquí importante detenerse en la lectura de las
diferencias planteadas entre el programa antisemita de los años veinte y el posterior
a la guerra, cuando el problema judío se asocia al del espacio vital. El retorno a la
guerra mundial habría elevado la potencialidad de aplicación de la solución final,
cuando las campañas tomaron un giro inesperado para la victoria alemana y Hitler
decidió destruir a los que consideraba responsables de su fracaso. Pero no estuvo
solo en su determinación: Burrin señala la importancia del contexto al caracterizar al
Holocausto como un crimen de burócratas en el que la complicidad, el asentimiento
y la pasividad se pusieron al servicio de una maquinaria mortal que decidió el
destino de millones de personas.