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Supongamos que, para mejorar la pedagogía, se propone hacer lo contrario de lo que suele

hacer la mayoría de los profesores. Entonces la propuesta sería: basta con hablar para
aprender y escuchar para enseñar. ¿Cuáles serían los lemas de la nueva pedagogía?
Analicemos algunos y veamos hasta qué punto pueden hacer tambalearse nuestras
convicciones sobre la utilidad de la exposición.

1.

Se puede pedir a los alumnos que memoricen una gran cantidad de informaciones. Pero
cuando esas informaciones carecen de significado para el alumno y deben memorizarse
maquinalmente, uno se da cuenta de que no son utilizables en las situaciones de la vida
ordinaria.

Cuando sean adultos, no se les va a exigir a los alumnos que reproduzcan los conocimientos
ya adquiridos, sino que los utilicen y, en ocasiones, que contribuyan a superarlos por la
investigación. A causa de esto, se suele decir que es mejor desarrollar el espíritu crítico que
la sumisión obligada a la hora de echar una simple ojeada a los conocimientos actuales.

Teniendo en cuenta lo anterior, es de suma importancia, aprender a aprender, es decir, hay


que desarrollar las habilidades para producir los propios conocimientos, el propio saber.
Esto parece excluir la utilidad de la exposición y favorecer todas las actividades
relacionadas con learning by doing, con el aprender actuando. Sin embargo, Sabemos muy
bien que las habilidades no se desarrollan independientemente de los conocimientos (de un
conjunto de informaciones, conceptos, principios organizados jerárquicamente) que
permiten al individuo discernir la utilidad relativa de cada una de esas habilidades. Las
técnicas y los métodos no tienen sentido sino con relación a una organización conceptual de
los conocimientos.

Ejemplo: la lectura, Esta habilidad no puede quedar reducida a descifrar letras, acentos y
puntuación. El conocimiento del contenido es lo que condiciona la capacidad de leer.

4.

El progreso pedagógico no pasa necesariamente por la negación de la utilidad de la


exposición con el pretexto de que es una forma "tradicional" de enseñanza. No obstante,
mantener la exposición como el único elemento de un método de enseñanza ciertamente no
sería lo más acertado. Debemos situar la exposición como una actividad más completa que
este encaminada a contribuir al proceso de aprendizaje. Puesto que se enseña siempre para
que los alumnos aprendan, nuestros métodos de enseñar están sujetos al proceso de
aprender.

En la realidad, los profesores saben muy bien que no basta con haber dicho algo para que
los alumnos lo hayan aprendido. La complejidad de las lecciones revela que los profesores,
con las actividades que organizan, son los que sostienen el proceso de aprendizaje de forma
diferente cuando se trata de adquirir conocimientos o habilidades. Ofrecemos aquí cuatro
consejos para asegurar que la enseñanza sea la más completa:

-Presentar la nueva materia en cortas etapas seguidas de ejercicios supervisados para los
alumnos.

Dirigir los primeros ejercicios con la solución en común de algunos problemas conduciendo
el proceso cognitivo de los alumnos con preguntas.

- Continuar con las aplicaciones y los ejercicios hasta que los alumnos estén seguros de sí
mismos en la solución de los problemas que les son propuestos.

- Hacer periódicamente aplicaciones de los conocimientos adquiridos hasta que los alumnos
los utilicen de forma espontánea.

Mejorar la calidad de las exposiciones:

- estructurar las informaciones,

- establecer relaciones,

- dirigir las operaciones intelectuales,

- llamar la atención sobre determinadas informaciones,

- crear sistemas de organización de la información (matriz,

esquema, mapa),

- establecer las operaciones necesarias para poder responder a

una pregunta relacionada con la materia en cuestión.


Para orientar el modo de organizar las informaciones es útil, a veces, a lo largo de una
exposición construir una estructura que manifieste la relación de las informaciones más
importantes.

Conclusión

Es evidente que el hablar, para el profesor, y el escuchar, para el alumno, no expresan


adecuadamente la riqueza y la complejidad de la relación pedagógica. el alumno aprende
cuando reorganiza por sí mismo la información que recibe. El profesor enseña cuando
transmite la información, pero también cuando facilita al alumno el captar los modelos para
tratarla y ejercitar su capacidad haciendo él mismo las operaciones que se le piden. Esto
supera el simple hecho de hablar. Sin embargo, sí, es necesario escuchar para aprender y
hablar para enseñar.

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