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LOS PRECEDENTES HISTÓRICOS
DE LA CATALOGACIÓN MODERNA
La historia de la Catalogación, tan rica en enseñanzas y al mismo tiempo tan mal co-
nocida, podría arrojarnos cierta luz sobre algunos problemas particulares que todavía hoy
encuentran los catalogadores, en el ejercicio práctico de una de las disciplinas de "indis-
cutible importancia"'.
Los catálogos primitivos demuestran que sus compiladores caminaban a tientas hacía
un sistema". Los profesionales de entonces, como en cierto modo ocurre ahora, no siempre se
sentían seguros a la hora de hacer frente, en la práctica, a la múltiple y compleja casuística
que presenta, en toda época, la catalogación, a fin de controlar suficiente y adecuadamente,
las formas y los contenidos documentales.
Uno de los catalogadores más antiguos, es decir uno de los profesionales de la cata-
logación más antiguos que se conoce, es el poeta Calímaco (310-240 a. C.), que redactó
Pinakes, catálogo muy elaborado, compuesto por 120 volúmenes, que hizo para la famosa
biblioteca de Alejandría, la más famosa de las bibliotecas de la antigüedad, en la que traba-
jaba, como uno de esos bibliotecarios eruditos-conservadores que existían en aquellos re-
motos tiempos. No es el único, porque en torno a la gran Biblioteca de Alejandría, fundada
por Ptolomeo I, figuraban con nombramiento oficial de bibliotecarios directores, Zenodoto,
Apolinio, Eratóstenes o Aristarco, entre otros hombres cultos del momento.
Calímaco nació en Cirene hacia el año 310 antes de Cristo y en una familia noble. Su
padre se llamaba Batto y de ahí el nombre de Battiades que los poetas latinos le dieron.
Aunque se conocen pocos detalles de su vida, una de las buenas biografías es la de K. J.
Mackay: Tlie Poet at Play: Kallimachos, the Bath of Pallas, 1962. Tuvo por maestro al
gramático Hemocrátes de Iaso. La familia del poeta debió de arruinarse a consecuencia de las
fuertes convulsiones que agitaron la vida de Cirene, y Calímaco se colocó primero como
maestro en una escuela de los arrabales de Alejandría y posteriormente en la gran biblioteca
de Alejandría. No tardó mucho tiempo en llegar a ser famoso gramático y "lynchpin" de la
poesía helenística en su edad de oro. Entre sus discípulos se cuentan Apolinio de Rodas,
Eratóstenes y Filostéfano de Cirene. Sus criterios a cerca de la poesía resultaban nuevos y
muy originales.
Homero y Calimaco representan los puntos de vista tradicional y moderno de la
Grecia Antigua. La cultura tradicional, surgió de la Grecia oral, y fue creada sin escritura.
Calímaco, en cambio, penetra en el umbral de una cultura, creada ya a través de los libros. De
este modo, las culturas oral y literaria de Grecia encontraron un medio de expresión en los
dos diferentes estilos poéticos de Homero y Calimaco.
Homero creaba poesía de modo espontáneo, poesías orales, para una audiencia nativa.
Calímaco, en cambio, creaba poesía en su casa, o en la propia Biblioteca de Alejandría.
Calímaco redactaba, seleccionando cuidadosamente las palabras y transcribiéndolas a la
escritura.
Calimaco fue un poeta erudito, que buscaba la perfección también técnica de sus poe-
mas. Veía su poema ideal como una pequeña joya que se exponía ante sus amigos.
Pero no es por su dimensión poética, por lo que evocamos a Calímaco en este libro, -
aunque hay que reconocer que la personalidad de Calimaco- poeta impecable, pulido, tuvo
mucho que ver con su otra dimensión de Calímaco-catalogador erudito, exhaustivo y
exigente. A partir del año 270 antes de Cristo, Calímaco se dedicó casi por entero a esta
actividad con perjuicio, sin lugar a dudas, de su labor literaria.
Calímaco redactó, encargado por Aristófanes de Bizancio, en la última parte de su vi-
da, Pinakes, catálogo de todos cuantos fueron ilustres en cada rama del saber y de sus es-
critos. Muy elaborado, con reseñas de gran parte de las obras de la Biblioteca de Alejandría.
Pinakes estaba ordenado por temas y autores. Muy pocos fragmentos nos han llegado a
nosotros de este famoso catálogo. Se le conoce por las continuas referencias que de él han
hecho, diversos autores antiguos, como una de las fuentes principales de la historia de la
literatura griega. Estaba basado en el pinax, lista que incluía todos los antiguos escritos de
antes del siglo X antes de Cristo.
Los Pinakes contenían mucha más información que un catálogo corriente. Junto a la
relación de las obras de cada autor, se incluía un breve boceto biográfico del mismo, se-
ñalando lo cierto como cierto y lo dudoso como dudoso. El resultado final de tan gigantesco
trabajo fue, este archivo crítico de la literatura griega antigua, una gigantesca, también, obra
de referencia.
La obra estaba dividida en géneros literarios de los que conocemos algunos (épica,
lírica, tragedia, comedia, filosofía, medicina, retórica, legislación y miscelánea). Y dentro de
cada género los nombres de los autores y los títulos estaban ordenados alfabéticamente con
las fechas de su vida, los títulos de las obras, la extensión del texto, la anotación de si estaba
contenido en uno o más rollos o si formaba parte de un rollo que contuviese otra obra.
Por lo tanto, en esta obra, Calímaco, al separar los distintos géneros literarios y,
además de ordenar alfabéticamente las obras y las reseñas biográficas y tomar posición en
múltiples cuestiones de atribución, realizó un trabajo de búsqueda histórico-literaria de
primera magnitud. Los Pinakes vienen a ser una bibliografía cfftica histórico-literaria de
carácter nacional.
Pasados muchos siglos y entre la historia de la aquella Biblioteca, sigue brillando, con
singular fuerza, la figura gigantesca de Calímaco. Su contribución a la historia de la literatura
y también de las bibliotecas, ha sido inapreciable, ya que se le puede considerar como el pa-
dre de la Bibliografía y la Biblioteconomía y el catalogador más antiguo que se conoce.
-Las bibliotecas no tenían sala de lectura, ya que la costumbre de utilizar la mesa para
la lectura, arranca de la Edad Media al abandonarse el rollo y adoptarse el codex.
- Además, no hay que olvidar, que los griegos acostumbraban a leer en voz alta y esa
actividad la realizarían en la exedra o en el jardín.
-Tampoco contenían las bibliotecas de entonces un depósito de libros semejante a los
nuestros. Los rollos se guardaban en estanterías, pero muchas veces también, en ar-
cones, jarros, cestos o en nichos.
En cuanto a sus fondos, la Biblioteca de Alejandría poseyó una rica colección biblio-
gráfica muy superior a todo lo conocido en la antigüedad.
Acerca de la adquisición de los volúmenes, Galeno habla de la confiscación, que en el
puerto de Alejandría, se hacía sobre los libros que había en los barcos que atracaban en él.
Los libros se llevaban a la Biblioteca, se copiaban, la Biblioteca se quedaba con los originales
y a los dueños se les entregaban las copias. Para tal fin, la Biblioteca debió contar, con un
scriptorium para la copia de libros en el que probablemente se observarían unas normas sobre
extensión del rollo, anchura de las columnas, número de líneas, etc. Normas que fácilmente
influirían incluso en la producción del libro en la antigúedad, pues los talleres comerciales
procurarían adaptarse a la normativa de un cliente excepcional.
Según Galeno fue tanta la demanda de libros y tan altos los precios, que por ellos pa-
gaban los Tolomeos, fundadores de la Biblioteca, que la picaresca se puso en marcha y se
hicieron falsificaciones de obras difíciles de conseguir, e incluso se envejecieron rollos.
Se escribía en papiro, con cálamo, empleando letras capitales. El título se colgaba de
una etiqueta unida al borde superior del rollo. Precisamente "título" corresponde a la palabra
que los romanos daban a la etiqueta (títulos o index).
Fue la de Alejandría, una biblioteca griega. La casi totalidad de sus fondos, estaban en
griego y la mayoría de los autores en ella representados, igualmente eran griegos. Los autores
de otras lenguas estaban traducidos.
Durante los 150 primeros años de existencia, que fueron la época de oro de la
Biblioteca, estuvo dirigida por hombres ilustres -Zenódoto, Apolinio, Eratóstenes de Cirene,
Arístófanes, Aristarco, etc., anteriormente citados-, que al mismo tiempo ejercieron como
profesores de los príncipes.
Se atribuye a Aristófanes y a Aristarco la idea de confeccionar listados con los
nombres de los mejores cultivadores de los distintos géneros. Esta idea de selección surgió
sin duda por el aumento vertiginoso del fondo bibliográfico de la Biblioteca. A estas listas se
ha debido probablemente la salvación de una serie de obras copiadas en la Antigúedad y en la
Edad Media e impresas en los tiempos modernos, precisamente porque al ser las que fi-
guraban en las listas, se las consideró importantes y fueron objeto permanente de estudio.
Pero al mismo tiempo, fueron la causa de que se perdieran otras, que no figuraban en los
mencionados listados.
Todos los Tolomeos sintieron una gran preocupación por la Biblioteca. Todos
tuvieron una gran cultura y gran afición a las letras. Con el reinado de Tolomeo VIII, termina
la etapa de brillantes directores de la Biblioteca, que tanto influyeron en la conservación del
patrimonio cultural griego y en la educación de los príncipes y reyes. Las revueltas del pue-
blo, las luchas intestinas que hubo durante el reinado de Tolomeo VIII y, sobre todo, su
persecución implacable a los partidarios de su sobrino, que aspiraba al trono, provocaron una
emigración masiva de hombres ilustres, filólogos, matemáticos, músicos, pintores, que
llenaron las islas y las ciudades dedicándose, la mayoría, a la enseñanza.
Alejandría, a partir de aquel momento, dejó de ser la capital del mundo griego, cuyo
puesto había arrebatado a Atenas, y ostentado durante siglo y medio. Alejandría no volvió a
recuperar su puesto de adelantada cultural, pero su Museo continuó y su Biblioteca siguió
creciendo. La pervivencia de ambas instituciones hasta el siglo iv d. C., sólo puede explicarse
merced al prestigio de que gozaron desde el s. III a. C., hasta el s. III d. C. Durante esos seis
siglos, los más grandes sabios vivieron en el Museo bajo la protección real, haciendo de
Alejandría la metrópoli de la cultura y de las nuevas ideas.
Durante, la Alta Edad Media, la cultura quedó en manos de la Iglesia, surgiendo las
bibliotecas monásticas, que se convirtieron en verdaderos depósitos de la cultura de su
tiempo.
En la Baja Edad Media el tipo de bibliotecas que surgieron fueron las catedralicias y
aquellas que crecieron a la vera de las recientes universidades, así como al amparo de los
monarcas y de los nobles. Es decir, fueron primero los monjes de los monasterios, y, después,
las personas cultas que atendían las catedrales y, más tarde, los profesores de las primitivas
universidades, que hacían la cultura y vivían entre libros, los que en conservaron gran parte
de la cultura occidental.
Los catálogos, como hemos visto, existen desde la Edad Antigua, aunque en la Edad
Antigua no se puede hablar todavía de catalogación, por lo menos en el sentido que tiene
actualmente.
Se puede hablar de catálogos. Es decir de listas descriptivas y ordenadas que inven-
tariaban las colecciones de las bibliotecas. Por ejemplo, el tema de la localización de los
libros, no se resolvió hasta el siglo xiv. El orden alfabético para su búsqueda, no se im-
plantaría hasta entrado ya el XVI.
Durante la Alta y Baja Edad Media, comienza a desarrollarse la biblioteconomía, en-
tendida sólo como el arte de conservar los tesoros de aquellas bibliotecas y los catálogos co-
mo medio imprescindible para el control de los fondos documentales. Está todavía lejana la
idea de la biblioteca como centro de difusión de la cultura, entre otras razones, porque eran
pocos los que leían. Son famosos, el Catálogo del Colegio de la Sorbona, uno de los más
antiguos de este período que se conocen, que data del año 1290, y el Catálogo de la
Biblioteca de Saint-Emmeran, en Ratisbona, que data de 1347.
Con la invención de la imprenta por Johannes Gensfleisch Gutenberg, siglo XV,
aparecen los primeros catálogos impresos que no se diferenciaban gran cosa con los catálogos
manuscritos, propios de la Antigúedad. El Renacimiento, impulsó el desarrollo de las letras,
el florecimieto de notables bibliotecas, como la Ambrosiana de Milán, la Marciana de
Venecia o la Mediceo Laurentiana de Florencia. Impulsó importantes universidades,
desarrolló el comercio del libro y el mundo de la imprenta y comenzó a perfilarse, la función
profesional de los bibliotecarios. Pero desde elpunto de vista catalográfico, sigue perdurando
el concepto de catálogo-inventario, en el que cada obra, sólo tiene una referencia. Continúa
el vacío en cuestión de normas catalográficas.
Es a mediados del siglo XVI, cuando se comienza a observar, los primeros "intentos"
de implantación de rudimentarias normas de catalogación. En España, destaca ya la labor
realizada en este sentido por Hernando Colón, hijo del Conquistador, nacido en Córdoba en
1488. Colón reunió libros y manuscritos, con los cuales constituyó una biblioteca, denomi-
nada por él "Fernandina" y por la posteridad "Colombina", en la cual, para tratar de ra-
cionalizar el uso de la misma (el número de obras que poseía en la misma llegó a ser de más
15.370 obras), estableció unos criterios de catalogación. Colón, considerado como uno de los
primeros bibliógrafos modernos, concebía la biblioteca fundamentalmente como un depósito
de libros de los cuales se debía realizar repertorios e índices. El Abecedarium B no puede
considerarse un código catalográfico en sentido estricto. Se advierte en él una clara incli-
nación a la concepción de biblioteca como memoria del pensamiento humano, accesible gra-
cias a los catálogos, repertorios e indices que diseñó y realizó personalmente en su biblioteca.
Destacan también en estos siglo XVI la obra del enciclopédico bibliógrafo suizo
Conrad Gesner (1516-1565) y de Andrew Maunselí, fallecido en 1595. Gesner, médico y
humanista suizo, fue profesor de griego y de filosofía. Conocido como "padre de la bi-
bliografía", su obra cumbre es Bibliotheca universalis. Maunselí, librero de Londres, in-
trodujo el punto de acceso bajo el apellido, el punto de acceso de las obras anónimas y tam-
bién el punto de acceso para traducciones bajo el nombre del traductor y la materia.
Otro personaje de aquellos años, Gabriel Naude (1600-1653), secretario y
bibliotecario del cardenal Mazarino, en su obra, Bibliographia Politica, habla ya de la
superioridad de la clasificación metódica, que se sigue en las universidades de la Alta Edad
Media, sobre el orden alfabético de los nombres de los autores. No podemos olvidar que
continúan los catálogos inventarios, en los que a un libro, le corresponde una sola reseña.
En la misma medida en que el número de libros iba creciendo, a buen ritmo, en los de-
pósitos de las bibliotecas, dos siglos ya después de la invención de la imprenta, los biblio-
tecarios, que fueron y son los mediadores entre el público y los documentos, no podían re-
tener ya de memoria los títulos y los autores de todos los documentos depositados en
aquellas. Fue necesario perfeccionar los propios catálogos que existían desde la Antigüedad.
Es así, como, a finales del XVII, aparece en la última edición del catálogo de la Biblioteca
Bodleiana el primer rudimentario catálogo diccionario, entendido éste, como una lista or-
denada alfabéticamente por autores, títulos y materias, lo que permite encontrar el libro desde
distintos puntos de vista. En esta catálogo, se exponen ya unas rudimentarias reglas de
catalogación, hecho qite también se observa en otros paises, por primera vez en la historia
de la catalogación europea. En Francia, el bibliotecario Adrian Barillet, publica en 1672, el
catálogo de la biblioteca de Chretien-Francois de Lamoingnon, que incluye un importante
indice alfabético por materias y en el que da normas para la creación de un catálogo
diccionario, que permitieran localizar una misma obra por diversas entradas.
Como señala Gertrude London, el catálogo reúne una selección de "rasgos" concerta-
dos, que hacen referencia a un documento, entre los que se encuentran una serie ordenada de
puntos de acceso al mismo que permiten su pronta recuperación. La información catalogada
de ese modo sirve como representación permanente de documentos que no siempre están a
mano: "The catalogue is thus a register which contains records that are abbreviated and con-
densed according to a code of rules, the code being a shortland language for representing
documents by a number of significant data elements" (London: "The place...", 1980, p. 253).
Pero tendrían que pasar alrededor de un siglo, para que en la Biblioteca del Museo
Británico, se publicaran, en 1787, los primeros catálogos impresos y, pocos años más, las
primeras reglas de catalogación concebidas de modo sistemático, hecho que se produjo en
Francia en 1791.
Hasta hace poco, los orígenes del movimiento español en materia de normas
catalográficas, venía representado por dos breves Instrucciones publicadas en 1857 y 1882
respectivamente: Instrucción para formar los índices de impresos existentes en la Biblioteca
Nacional, por Indalecio Sancha y Moreno de Tejada, oficial 3º de la Biblioteca Nacional
(Madrid, M. Rivadeneyra, 1857), e Instrucción para formar los índices de impresos de las
bibliotecas administradas por el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios. Indice
de autores. Indice de títulos (Madrid, Imprenta del Colegio Nacional de Sordo-Mudos y
Ciegos, 1882). En ellas, no se dan todavía normas claras ni precisas.
En un reciente trabajo, Luis García Ejarque muestra, que, los inicios de la catalo-
gación en España, fueron anteriores. Las primeras reglas españolas de catalogación, no fue-
ron las de Indalecio Sancha y Moreno de Tejada, como se creía, sino que había otras an-
teriores, casi cincuenta años antes que las de Sancha, descubiertas por él, entre la
documentación que se conserva sobre la Real Biblioteca de S. M. en Madrid.
Entre una noticia correspondiente a enero de 1762 y una relación de gastos corres-
pondiente al traslado de la Real Biblioteca a la casa del Almirantazgo en 1818, aunque sin
fecha propia, se copiaron las siguientes reglas, cuyo autor es el bibliotecario 5a de la Real
Biblioteca, Pedro García: Reglas que se han de observar para hacer las cédulas para un
índice general y, el complemento de las mismas, Instrucción para los que han de hacer las
cédulas (Cfr. García Ejarque: "Inicios...", 1994, PP. 90-95).
Estas son pues, las primeras reglas españolas de catalogación de las que se tiene no-
ticia hasta la fecha, inéditas hasta ahora, lo mismo que una versión ampliada de las mismas,
manuscrita con letra del siglo XIX en un bifolio, que se conserva, también én la Sección de
Manuscritos de la Biblioteca Nacional de España.
Pedro García que recibió el encargo de elaborar estas reglas, tardó casi siete años en
redactarías y publicarlas, dada la desastrosa situación que padecía la Real Biblioteca de
Madrid durante la Invasión Francesa y, por lo tanto, la penosa situación en que se encon-
traban los bibliotecarios que trabajan en la misma, entre ellos Pedro García, que ocupaba el
cargo bibliotecario 5º de la misma. Situación que obligó a trasladar los importantes fondos
bibliográficos que contenía la Real Biblioteca, al Convento de la Trinidad Descalza, con el
fin de protegerlos.
Estas primeras reglas españolas de catalogación acusan la influencia de Jean-Baptiste
Massieu, redactor del código francés de 1791. Hay que recordar, que en la historia de la
catalogación, reputa como primeras reglas de carácter nacional, las redactadas por Massieu
para catalogar los fondos impresos incautados por el gobierno con motivo de la Revolución
Francesa. La influencia del código galo sobre las primeras reglas españolas, se hace patente
también en el hecho (García Ejarque: "Inicios...", 1994, p. 103) de "utilizar fichas para la
redacción de los asiento bibliográficos, puesto que los ejemplos aparecen en la segunda
versión de sus reglas, limitados los lados de un rectángulo...".
Estas reglas de Pedro García debieron tener corta vida y escasa influencia en España
puesto que hacía 1836, se escribió el primer breve manual de catalogación español: "Método
antiguo de hacer las cédulas para insertarías después del índice'; cuyo autor se desconoce.
Unos cincuenta años después, como hemos señalado anteriormente, un oficial de la
Biblioteca Nacional, Indalecio Sancha y Moreno de Tejada, publica en 1857, Instrucción
para formar los índices de impresos existentes en la Biblioteca Nacional. Esta nueva ins-
trucción no pasa de ser, otra cosa que un pequeño trabajo cargado de buenas intenciones y no
unas reglas claras a seguir, como tampoco lo fue el código francés de 1791. Será la Junta
Facultativa de Archivos, Bibliotecas y Museos la que promueva, veinticinco años después,
una nueva instrucción, tratando de salir al paso de algunas reglas de Sancha, demasiado
elásticas y vagas, bajo el título de Instrucción para formar los índices de impresos de las
bibliotecas administradas por el Cuerpo de Archiveros, Bibliotecarios y Anticuarios. Indice
de autores. Índice de títulos, publicadas en 1882.
En la Instrucción de 1882, se recomienda ya la implantación en las bibliotecas de dos
tipos de catálogos: uno principal de autores y, otro, auxiliar de títulos. Para elaborar el
catálogo de autores, se señala en esta Instrucción, la necesidad de redactar dos tipos de
papeletas, que así se llamaban entonces las fichas catalográficas: una papeleta principal y otra
secundaria.
La papeleta principal llevará como único encabezamiento el del autor principal,
reservándose la otra, para los demás autores que no encabecen la ficha principal: directores,
compiladores o traductores, etc. Se aconseja también, que con esta segunda papeleta, se
utilice una ficha de referencia para orientar al lector en el caso de autores con varios nombres
o en el caso seudónimos.
En cuanto al índice de títulos, recomienda esta Instrucción de 1882, que se haga con
la palabra del título que recoja con claridad el contenido de la obra. Es decir, la papeleta o
ficha principal encabezada por títulos, que se recomienda en esta primitiva normativa
española, influenciada, tal vez, por las reglas de Panizzi, estaba formado por una mezcla de
títulos y de materias. Lo que, sin lugar a dudas, no facilitaba la precisión ni la claridad ni en
uno, ni en otro caso.
Como resumen, la Instrucción de 1882, sigue siendo insuficiente para las necesidades
catalográficas de aquel momento español, como anteriormente, las reglas de García y la
Instrucción de Indalecio Sancha. Hecho que provocó, que fuera la misma Junta Facultativa de
Archiveros, Bibliotecarios y Museos, la que se planteara redactar otra normativa más
completa. Acontecimiento que fue una realidad en 1902, con la publicación de unas
Instrucciones, que han sido consideradas como el primer código español Instrucciones que
abordaremos a su tiempo.
5.6. El despertar del resto de Europa hacia la Catalogación
Al mismo tiempo que en la Francia de principios del siglo XIX, se luchaba por crear un
catálogo general de todos los bienes culturales confiscados tras la Revolución francesa, en
Europa, surgía parecida preocupación por la organización y conservación de los fondos an-
tiguos, que eran muchos, y muy valiosos, lo que da lugar a que se lleven a cabo, en los prin-
cipales países del Viejo Continente, las grandes colecciones documentales, las explotaciones
sistemáticas de los archivos, los catálogos impresos de las grandes bibliotecas y las series
críticas de los textos.
Se trata de una tendencia que surge en la Europa de entonces al aplicar las ideas de Neé
de la Rochelle (la existencia de una Ciencia del libro concebida de forma muy amplia y a la
vez poco precisa) a una necesidad práctica: la organización de los grandes fondos do-
cumentales existentes en Francia, Inglaterra, España, etc.
Para ello se seguirán, en Francia, las orientaciones de Urbain Domergue, así como las de
Henry de Gregoire, obispo de Blois, para quienes, esa nueva ciencia de libro en sentido am-
plio establecida por Née, que se estaba imponiendo en Europa como un saber nuevo que en-
cerraba insospechados horizontes, es, por eso mismo una nueva ciencia de las bibliotecas.
Lo predominante en esta concepción, es una nueva perspectiva, enormemente pre-
ocupada por la conservación y organización de esos fondos documentales existentes, en
cuanto se refiere al libro, en miles de bibliotecas dispersas por toda la geograifa europea, así
como por el descubrimiento y publicación de los documentos como fuentes esenciales para
los estudios históricos.
Por otra parte, el triunfo de la cultura secular y el triunfo de los libros en lenguas na-
cionales, favoreció el interés popular hacia el libro por ser muchas ya las personas que sabían
leer pero que ignoraban el latín y más aún el griego. Los gobiernos crearon bibliotecas
nacionales (poniendo al servicio de los ciudadanos las Bibliotecas Reales), y en Inglaterra
surge un concepto social nuevo, el de biblioteca pública, que obliga, a marchas aceleradas a
organizar los fondos de las viejas y valiosas bibliotecas anglosajonas.
En el Museo Británico, por ejemplo, aparecen, concretamente en 1787, los primeros ca-
tálogos impresos que recogen sus valiosísimas colecciones privadas. Sólo cincuenta años
después, en 1841, Panizzi, publica, con el fin de organizar el caos imperante en los fondos del
citado Museo Británico, el primero de los códigos modernos: las primeras reglas para la com-
pilación del catálogo de libros impresos, mapas y materiales musicales del histórico centro.
6
LA CATALOGACIÓN MODERNA 1:
SEGUNDA MITAD DEL SIGLO XIX
Serían, sin embargo, otros acontecimientos ocurridos a lo largo del siglo XIX, siglo
en el que se produce la consagración de los catálogos, los que abrieron camino a la moderna
catalogación y los que impulsaron su desarrollo.
- Estados Unidos: Library of Congress, creada en 1802 para uso de los miembros del
Parlamento. Se convirtió en nacional a mediados del siglo XIX.
- Inglaterra: en 1753 nace, principalmente a base de donaciones, el British Museum. En
1973, el British Museum fue organizado y su Biblioteca tomó el nombre de British
Library.
- España: Biblioteca Nacional, fundada en 1712 por Felipe V (Librería Pública de
Palacio). En 1836 deja de ser una dependencia de la Corona y pasa a depender del
Ministerio de la Gobernación, recibiendo el nombre de Biblioteca Nacional.
- Francia: la Bibliothéque National es la más antigua de las europeas. Fue creada por
Francisco I.
Panizzi, es considerado el padre del catálogo moderno. Para unos, Panizzi fue la
mayor fuerza creadora que tuvo el Museo Británico. Para otros, el primer bibliotecario entre
bibliotecarios.
Panizzi, nació el 16 de septiembre de 1797, en una pequeña ciudad del norte de Italia.
Se licenció como abogado en la universidad italiana y ejerció en su país, algún tiemPO como
tal. Acusado de militar en una sociedad secreta, en contra del gobierno italiano, fue obligado
a salir de su país. Vivió en Suiza primero y después pasó a residir, definitivamente, en
Inglaterra.
Cuando llegó Panizzi a trabajar al Museo Británico, hacía 1831, éste, aunque había
sido fundado por un acta parlamentaria en 1753, era una especie de gran depósito de libros y
de manuscritos, en el que trabajaban bibliotecarios eruditos pero poco creadores y emprende-
dores. Panizzi entró en el departamento de Libros Impresos, que contenía valiosas
colecciones privadas, de importancia considerable, entre ellas, la "Old Royal Librar,"; del rey
Jorge III, donada en 1823, con la cláusula de promover un nuevo edificio en el Museo
Británico.
En 1837 Panizzi fue nombrado Bibliotecario jefe del Museo Británico, tras seis años
de duro e intenso trabajo en el mismo. Es la figura central, en la controversia por la "batalla
de las reglas" (Cfr. Quigg Ala P. J.: Theory of cataloguing: an examination guidebook, 1966,
p. 12). Sufrió violentas críticas ya que no cedía fácilmente. Centró sus esfuerzos en cinco
direcciones:
Entre los lectores que visitaban a diario el British Museum, por aquellos años, se en-
contraba, Andrea Crestodoro (1808-1879). Crestodoro, fue un lector del Museo Británico,
altamente insatisfecho con la catalogación y ordenación existente. En 1856 publica un re-
volucionario ensayo The art of making catalogs (El arte de hacer catálogos) en el que de-
fiende detalladas entradas principales por autor e incluye ordenación numérica con índice de
nombres y de materias.
Atacó, duramente, la idea que asocia la catalogación de una biblioteca con la exclu-
siva ordenación alfabética de los fondos existentes en la misma, causa, a su juicio de las in-
terminables demoras. Para Crestodoro toda biblioteca debería poseer dos clases de listados:
uno, que él llama el catálogo, y, otro, su índice. Ambos, debían tener, a su juicio, funciones
distintas pero complementarias. Insiste Crestodoro en que el catálogo inventario y el catálogo
índice, se mantengan separados, porque sus funciones son distintas.
Crestodoro, a quién con frecuencia se ha citado como el precursor de la indización de
títulos permutados (KWIC, KOWOC, etc.), va, sin embargo, un poco más lejos que la ma-
yoría de los indizadores, dibujando, en primer lugar, un catálogo general alfabético de todos
los fondos documentales existentes en una biblioteca para plantear, después, una completa
clasificación de todos los contenidos documentales, es decir, una completa clasificación por
materias. Su ensayo es un alegato a favor de un catálogo universal. El mundo entero, para
Crestodoro, se podría convertir con el tiempo, en una biblioteca única.
Como se ve, la idea de una catálogo universal, no fue una idea de los innovadores del
siglo XX, sino una meta altamente acariciada ya por la mayoría de los creadores de la mo-
derna catalogación del XIX.
Cuando Crestodoro publicó su encendido ensayo, ya había sido forzado Jewett, en
Estados Unidos, a abandonar su Proyecto. Crestodoro aplicó las ideas de Jewett, ocho años
después y concretamente, en la Biblioteca Pública de Manchester.
6.5.1. Principios
Los principios desarrollados en este código, continúan siendo estudiados hoy en día.
Es el primer código sistemático de reglas de catalogación y, a pesar de ser un código
nacional, porque se creó para un objetivo concreto y local (la Biblioteca del Ateneo de
Boston), la poderosa genialidad de Cutter, ha hecho que este código no tenga más límites que
las barreras linguisticas. Su influencia en el mundo anglosajón, especialmente en el
americano, ha sido grande. Constituye la base de la Catalogación americana.
Cutter, en su código, puso el acento, en que "la comodidad del usuario debería ser pre-
ferida a la del catalogador" y recomendó, en materia de encabezamientos de autor, la "forma
más conocida". Propuso ya tres formas de catalogar diferentes: una, poco detallada; otra
inmediata y otra extensa. Dio también una estructura lógica a la redacción de los asientos
bibliográficos, atendiendo primero a la Descripción Bibliográfica y, después, a los Puntos de
Acceso y Encabezamientos. Estructura que se ha recogido también en los modernos códigos
de catalogación generados en la segunda mitad del siglo XX, por ejemplo, en las
Angloamencanas y en las reglas de catalogación españolas actuales.
En cuanto al ordenamiento, las reglas de Cutter giran en torno a dos grandes polos: las
reglas de entrada, que incluyen las reglas por donde se encabeza una obra y que han de
generar ya cuatro tipos de catálogos y las reglas de estilo o como acceder a una publicación
que incluyen la normativa completa en torno a Descripción Bibliográfica. Al final de la obra
se incluyen también, otras para catalogar materiales especiales, como manuscritos, música,
mapas, etc.
El interés de Cutter se centró en una forma particular de catálogo: el catálogo dic-
cionario que permitiría al usuario la búsqueda de un libro o grupo de libros afines, a través de
los encabezamientos de autor, título y materia. De ahí que la aportación principal del código
de Cutter sea la creación, por primera vez en la historia de la catalogación, de unas reglas
especificas para crear el catálogo de materias, que están basadas en unos principios, que se
siguen estudiando hoy, entre los que se distinguen:
El fruto más importante de este movimiento centro europeo fueron las Instrucciones
Prusianas', que se gestaron con el mismo espíritu y en tiempos de la Unificación Alemana,
por obra de Bismark, y se publicaron un año después de su muerte, en 1899.
Estas Instrucciones fueron aplicadas, en primer lugar en las bibliotecas universitarias
de Prusia, y posteriormente en las alemanas y austríacas. Permitieron la catalogación coope-
rativa de las bibliotecas alemanas, cuando ésta, no se había realizado en ningún otro país eu-
ropeo.
Estas Instrucciones, se concibieron en tradición con las Reglas de Jewett. Y por una
razón clara: su finalidad también era la creación de un catálogo colectivo unificado, en este
caso en lengua alemana, realizado por la Biblioteca Estatal de Prusia -el Deutscher
Gesamtkatalog- que integró muchas bibliotecas de Alemania y Austria.
En su estructura, tal y como lo recomendaba Jewett, tanto en la primera edición de
1899, como en la segunda de 1908, se dan prioridad, como en las reglas de Cutter, a la
Descripción Bibliográfica para determinar después los Puntos de Acceso. Ordenamiento, al
que también retornarán, casi un siglo después, las AACR2 en 1978.
Dos diferencias presentan estas Instrucciones con la práctica angloamericana: la no
aceptación del principio de autoría por entidades y la ordenación gramatical de las entradas
por título, frente a la corriente angloamericana del orden natural de las palabra (Quigg Ala,
Theory of cataloguing..., p. 18). En realidad este código presenta tres características fun-
damentales:
1) El alfabético: que guía al encuentro de la obra u obras cuyo autor, o cuyos títulos
si son anónimas, el lector ya conoce.
2) El metódico o sistemático: que revela al lector qué libros puede consultar para el
estudio de la ciencia que cultiva.
1) Las cédulas principales: en las que, con la mayor exactitud se consignarán los datos
necesarios para la identificación de las obras sueltas, con el fin de "dar idea del contenido
de las colecciones y para conocer la colocación de unas y otras en la 1a Biblioteca"
2) Las cédulas de referencias: "que recogen los nombres, apellidos u otros vocablos, bajo
los cuales se hallen inscritas las respectivas obras en el Catálogo, y cuya misión es
facilitar el más rápido y seguro manejo del mismo
Respecto al tipo de papel en que deben redactarse las cédulas que constituirán el ca-
tálogo, la norma 3 señala, que en hojas sueltas de papel fuerte de hilo, "por ser éste el que
ofrece mayor consistencia, y de tamaño tal que ni sea tan grande que dificulte la investi-
gación rápida, ni tan pequeño que exija la mayoría de las veces el empleo de cédulas dobles".
Respecto a su tamaño, que se adopte, siempre que para ello no existan dificultades graves", la
cédula del tamaño de media cuartilla. Esto es, de 12 x 17 centímetros.
La norma 6 especifica cuál debe ser la fuente principal de información para la re-
dacción de las cédulas que será la portada "y cuando ésta sea insuficiente, de la anteportada,
de los preliminares, de los epígrafes de las diversas partes o capítulos de la obra respectiva,
del colofón o suscripción final, o de cualquier otro lugar del libro en que se encuentren". Se
aconseja que en el caso de que las palabras necesarias para la redacción de las cédulas se
tomen de otro lugar que no sea la portada, que se consigne en nota "el lugar en que se halla el
dato transcrito".
En relación con los encabezamientos de autor: que se encabecen las cédulas con el
nombre del autor de los libros aunque dicho nombre no figure en las portadas, pero "sí en
cualquier otro lugar de ellos", así como sí la autoría de un determinado libro se ha averiguado
a través de los repertorios bibliográficos. Respecto a los apellidos compuestos y a los pre-
cedidos de preposiciones o artículos: "que ha de procurarse seguir en ésta el uso establecido
en cada país y admitido en las Bibliografías respectivas". En cuanto a las colecciones,
"materia de suyo complicada y difícil y que la Instrucción de 1882 abandonaba también casi
enteramente al criterio del catalogador'; se establece la diferencia, que se califican de
"5ustancial" en esta obra, entre éstas y las obras escritas en colaboración, así como el modo
en que deben ser catalogadas las primeras.
A partir de la norma 127, estas Instrucciones, se ocupan, de fijar reglas gramaticales
para el encabezamiento de las obras anónimas, tomando como base para dicho encabe-
zamiento, el título propiamente dicho. Todo ello con el fin: "de abarcar la enorme variedad de
los títulos, a menudo extravagantes, de las obras anónimas impresas, se han fijado para su
catalogación reglas gramaticales a las cuales no puede substraerse título alguno; de esta
suerte, conocido el título de la obra, cosa que, para encontrarla en el Catálogo alfabético hay
que presuponer en todo caso, el bibliotecario sabrá siempre la palabra bajo la cual ha de
hallarla registrada".
Las Instrucciones de 1902, introducen, dos novedades más: una en relación en la ex-
tensión de las obras: "... se prescribe que se marque además en las cédulas principales con
toda exactitud el número de páginas, folios u hojas que tengan las obras cuando éstas no
consten de más de un tomo". Otra, en relación con su tamaño, dado que del papel de hilo se
ha pasado al papel continuo de la imprenta: "La fijación del tamaño por las signaturas
impresas en la primera página de cada cuaderno, por los reclamos, por la dirección de los
puntizones y corondeles o de la marca de fabrica, tarea casi siempre clara y fácil tratándose
de libros impresos den papel de hilo, ha venido a hacerla ilusoria el empleo del papel con-
tinuo en la imprenta; toda vez que una hoja plegada tres y cuatro veces puede dar y da a me-
nudo tamaños mayores que el folio. Ante la conveniencia de devolver a las antiguas de-
nominaciones de folio, cuarto, octavo, dosavo, etc., el valor que han perdido, partiendo de
reglas fijas e invariable, se ha aceptado como tipo, la marca regular española y fijado a cada
uno de aquellos tamaños un número máximo de centímetros, sea cualquiera el plegado de las
hojas. Este procedimiento, ya puesto en práctica en otros países, reúne a la ventaja de
conservar una nomenclatura familiar para el bibliotecario y cuyo valor conoce perfectamente,
la de garantizar la mayor exactitud".
Se incluyen al final de la obra, un índice de autores latinos clásicos, un repertorio bio-
gráfico y otro bibliográfico universales y por países, además de 179 modelos de fichas re-
feridas a las correspondientes reglas que vienen a ocupar la mitad de la obra. A modo de
síntesis este primer código español aporta:
Idem, Idem en 1955, publicadas como Anejo núm. 18 del Boletín de la Dirección
General de Archivos y Bibliotecas.
1) Se reducen a tres, los cinco autores máximos para considerar una obra como
anónima: "De ahí que para no incrementar el Catálogo con referencias inútiles, se
reduzcan a tres los autores de cinco que anteriormente se señalaban como límite para
encabezar la cédula principal por el primero de ellos, considerándose la obra como
anónima cuando sobrepase aquel número..." (p. V).
Esta segunda edición es, reimpresa, sin variación alguna, en los años 1941, 1945, 1955 y
1960. En este último año, como cuarta reimpresión de la segunda edición reformada.
La corriente europea de principios del XX, está representada por el Código Vaticano
de 1931 (Biblioteca Apostólica Vaticana: Norme per il catalogo degli stampati, Cittá del
Vaticano, 1931), que fue redactado para la Biblioteca que le dio nombre, importante por sus
valiosos fondos antiguos.
La reorganización de la Biblioteca Vaticana fue comenzada en los años veinte. La
Fundación Carnegie para la Paz Internacional subvencionó este proyecto, enviando, en 1928,
a tres bibliotecarios americanos que trabajaban en la Biblioteca del Congreso de los Estados
Unidos -Hanson, Bishop y Randall- encabezados por Martel, bibliotecario-jefe de la División
de Catalogación por Materias en la misma Biblioteca, para que trabajaran, junto a
bibliotecarios vaticanos de formación americana: los monseñores Tisserant y Mercanti, entre
otros.
Charles Martel, de origen suizo, pero ciudadano americano desde los 17 años,
encabezó, en 1928, la comisión de catalogadores que deberían reorganizaría. Durante sus
primeros años como profesional de la biblioteconomía, trabajó en la Biblioteca Newberry de
Chicago, en donde conoció a J.C. M. Hanson. Hanson ocuparía años más tarde, como el
propio Martel, un puesto clave de dirección en la Biblioteca del Congreso. Por aquellos años
(1899-1901), Herbert Putnam, que también trabajaba en dicha Biblioteca, adopta para la
misma, el catálogo diccionario y se comenzó la distribución en fichas catalográficas a otras
bibliotecas americanas. Desde entonces, la Biblioteca del Congreso, ocuparía una posición
central en la catalogación de los Estados Unidos.
Según William Warner Bishop, otro integrante de la comisión, Martel y Hanson
trabajando juntos en la Biblioteca de Congreso, formaron "un equipo que nunca ha sido
igualado en ninguna parte"4. Inicialmente, Martel se ocupó en aquellas tareas de clasificación
y Hanson de catalogación. Con el tiempo, Martel se hizo cargo en la Biblioteca del Congreso
del departamento de catalogación, nada menos que durante 28 años. Por lo tanto, experiencia
y conocimiento no faltaron tanto en los miembros de la comisión americana, incluidos
Bishop y Randalí, como en sus colegas italianos.
La primera fase del trabajo, consistió en conocer, in situ, los propios fondos docu-
mentales de la Biblioteca Vaticana, una de las más importantes del mundo, para crear un
código adecuado a esos fondos.
El resultado de este trabajo conjunto, fue la publicación del Código Vaticano, reglas
de catalogación que fueron aceptadas por muchos países como unas de las mejores y, tal vez,
como el más completo código existente entonces.
La base de la codificación del Código Vaticano, fueron las Regole italianas de 1911,
completadas, con reglas extraídas del Código Angloamericano de 1908, con el fin de in-
ternacionalizarlo. La primera edición de este Código constaba de 400 páginas y contenía 500
reglas que cubrían el campo completo de punto de acceso por autor/título, descripción y
punto de acceso por materia. Se publicó una segunda edición ampliada en 1939.
Durante la década del 30 al 40, el Código Vaticano fue citado frecuentemente como la
mejor muestra de la corriente americana aplicada a la catalogación europea o como el código
más completo para puntos de acceso por materias.
La traducción inglesa de este código, no estuvo disponible hasta 1948, tiempo en el
cual, las Reglas ALA de 1949, estaban a punto de aparecer. Fue esta lentitud en la traducción
a otros idiomas, lo que le restó, sin duda, algo de influencia a este Código, que en su conjunto
representa un gran paso en la cooperación bibliotecaria internacional.
Los comentaristas están de acuerdo en proclamar estas reglas, como el mayor y más
importante esfuerzo realizado hasta ahora para sintetizar las prácticas europeas y norte-
americanas en materia de catalogación. Su influencia se ha dejado sentir en mayor grado en
algunos países de Europa y de América Latina, mientras que en los Estados Unidos apenas se
ha notado, en parte, porque el retraso con que se publicó la traducción inglesa, hizo posible la
aparición casi simultánea de las reglas ALA y de las Reglas Descriptivas de la Biblioteca del
Congreso, más modernas que las vaticanas.
Al juzgar las reglas vaticanas, hay que tener en cuenta la clase de biblioteca para la
que fueron escritas. La Biblioteca Vaticana es de tipo erudito y especializado. El público que
la frecuenta, está compuesto por estudiosos de todas las partes del mundo. Por este motivo,
muchas reglas perfectamente justificadas en una gran biblioteca de este tipo, no son
aplicables a otras bibliotecas sin sufrir modificaciones.
La traducción española, intentada por muchas personas (entre ellos por el nortea-
mericano C. K. Jones), pero cuya refundición y revisión final se debe a José Olarra, español
graduado de la Escuela de Biblioteconomía del Vaticano, es bastante desigual, y en algunos
puntos resulta demasiado literal y oscura.
Charles Coffin Jewett (1816-1868 ): "Sobre elaboración de catálogos" ("On the cons-
truction of catalogs"). Primeras reglas americanas para asiento de autor, que incluyen lista
complementaria de materias. Se publican en 1852. En ésta obra, se recomienda ya la cata-
logación cooperativa centralizada.
Andrea Crestadoro: Publica en 1856 "El arte de hacer catálogos" ("The art of making
catalogs"). Defiende detalladas entradas principales por autor. Incluye ordenación
numérica con índice de nombres y materias.
8
LA COOPERACIÓN ANGLOAMERICANA
EN EL ÁMBITO DE LA CATALOGACIÓN
Durante las dos últimas décadas del siglo XIX tanto en el seno de la Asociación
Americana como de la Asociación Inglesa, existía el deseo de revisar la normativa vigente
que había quedado insuficiente y obsoleta para resolver las necesidades de las grandes bi-
bliotecas.
En 1904, las dos Asociaciones acordaron cooperar en la creación de un código común
que trajera uniformidad a la práctica catalogadora de ambos países. Sin lugar a dudas, uno de
los promotores de esta iniciativa, fue Melvil Dewey, destacado miembro del Comité de la
ALA, quién pedía al Comité de la Asociación Inglesa: "que la Asociación Bibliotecaria
Inglesa y la Asociación Bibliotecaria Americana debían unificarse para elaborar un código
angloamericano con vista al establecimiento de una práctica de catalogación uniforme, co-
mún a toda la población de habla inglesa" (London, "The place and Role...”, 1980, p. 268).
La idea fue tomada en consideración por la Asociación Inglesa ya que no existía diferencias
substanciales entre el modo de catalogar entre ambos países. La autoridad del fallecido Cutter
estaba tan firmemente asentada en Inglaterra como en Estados Unidos.
Cuatro años de deliberación y estudio de ambas Asociaciones, dieron como fruto el
Código Angloamericano de 1908, que se publicó en dos versiones ligeramente distintas para
la edición americana e inglesa. Este código ha sido uno de los más consultados tanto en la
práctica americana como inglesa, hasta la publicación de las Reglas Angloamericanas, en
1967.
El Código Anglo-americano de 1908 es conocido también como Código Conjunto y
Código AA. Su importancia reside en el hecho de que es el primero que se adopta, tanto en
Estados Unidos, como en Canadá y más tarde en Gran Bretaña. En este sentido, se le
considera como el primer código de utilización amplia, internacional.
Históricamente hay que destacar también, que el Comité americano de elaboración y
redacción del Código de 1908, observaba por aquellos años con verdadero interés, los
esfuerzos realizados en materia de catalogación en Prusia y Alemania (se aplicaban ya las
Instrucciones Prusianas en aquellos países incluido en Austria), y, acariciaba la idea, de una
posible cooperación internacional entre EEUU, Inglaterra y Alemania. En Alemania, sin
embargo, no se vio así, entre otras cosas porque los bibliotecarios alemanes no se sentían
suficientemente preparados y, sobre todo, porque se oponían a crear un catálogo unificado
común a esos países. De ahí que la cooperación internacional tuvo que esperar más de
cincuenta y tres años, concretamente hasta que la Conferencia Internacional sobre Principios
de Catalogación, celebrada en París en 1961, para poner en marcha esta "fantástica idea":
"Den phantastischen Gendanken einer Einheitsweltkatalogi-sierung halten wir für
indiskutbel", como calificaron, algunos profesionales alemanes este deseo del Comité
norteamericano para la redacción del Código de 1908 (cfr. London, "The place and role...",
1980, pp. 268-269). Fantástica idea, sin embargo, hecha realidad en la biblioteconomía
internacional de la segunda mitad del siglo XX.
El Código Angloamericano de 1908 fue publicado bajo los auspicios de la ALA y de
la LA. Su contenido, supuso una clara mejora sobre los códigos precedentes. Refleja una cla-
ra influencia de Cutter, de las Instrucciones Prusianas y de las reglas de Panizzi. Constaba de
174 reglas, bien estructuradas, en apartados que hacen relación con encabezamientos, títulos
y Catalogación Descriptiva de obras para crear catálogos de autor y de título. Las reglas de-
dicadas a entradas y encabezamientos (AA, 1-135), ocupan la mayor parte de la obra y están
divididas en: 1) Autor personal. 2) Autor corporativo. 3) Entradas bajo título.
En cuanto al encabezamiento por autor personal, se sigue la tradición británica de en-
cabezar una obra de un autor con varios nombres o seudónimos, por el nombre verdadero o el
más antiguo utilizado. La tradición americana en este punto, siguiendo el criterio de Cutter,
prefiere utilizar el nombre más conocido. En el encabezamiento por autor corporativo, se
distingue entre entidades o instituciones de carácter estatal, que encabezan por el lugar donde
residen seguido del nombre, y organismos de carácter cultural o científico, no estatales, que
se encabezan directamente por el nombre seguido del lugar.
El resto de las reglas (AA, 136-174), se reservan a la Descripción formal de la obra y
muestran claras las huellas de las 91 Reglas Panizzi. Sintetizamos el contenido de algunas
normas:
- Autoría conjunta: se consignan los dos autores en el encabezamiento. Si hay más de dos,
sólo el primero seguido por "y otros".
- Autoría desconocida o incierta: bajo nombre de autor cuando se llegue a revelar la
autoría. En caso contrario, bajo la primera palabra del título que no sea el artículo.
- Publicaciones seriadas: punto de acceso bajo la primera palabra del título que no sea el
articulo. En casos especiales de publicaciones de entidades, bajo éstas. Los cambios de
título de una publicación seriada, están sujetas a diferente tratamiento bien sean británicas
o americanas. Las británicas mantienen el primer título. Las americanas, tienen como
acceso principal el último.
- Elección entre diferentes nombres: reglas alternativas: la británica, bajo nombre original
siguiendo la normativa de Panizzi. La americana, bajo la última forma, a menos que la
primitiva sea más conocida.
- Seudónimos:' punto de acceso bajo el nombre real. Si el nombre real es menos conocido,
bajo el seudónimo con la adición de "seud." en el encabezamiento.
- Aristócratas: reglas alternativas. Reglamentación británica: bajo el apellido.
Reglamentación americana: bajo el título nobiliario, a menos que el apellido sea mejor
conocido.
- Apellidos compuestos: punto de acceso bajo la primera parte, a menos que el propio uso
del autor o las costumbres del país, hagan aconsejable la excepción.
- Apellidos con prefijos: si el nombre es inglés, punto de acceso bajo el prefijo. Los fran-
ceses y belgas bajo el prefijo cuando éste contiene un articulo o bajo la palabra que le
sigue, cuando el prefijo es una preposición. En otras lenguas, bajo la parte que sigue al
prefijo.
- Entidades: sociedades: punto de acceso bajo el nombre de entidad, con referencias al
lugar de emplazamiento. Las reglas 73-81, recogen variadas excepciones a la norma.
- Entidades: instituciones: punto de acceso, bajo el nombre del lugar en que están radicadas.
Las reglas 83-99 se ocupan de excepciones y clases especiales de instituciones.
- Entidades: publicaciones gubernamentales: igual que en el código de Panizzi y Cutter.
Los ejemplos, que se recogen en este Código están, en gran parte, redactadas en
alemán o en latín, lo que ha sido objeto de no pocas críticas. Acompañan las 174 reglas, un
glosario de términos, válido e importante todavía.
Completaban las Reglas ALA un glosario, una lista de abreviaturas, reglas de estilo y
algunas normas sobre transliteración.
La historia de la catalogación de Estados Unidos deberá dar cuenta de que tampoco
las Reglas ALA llegaron a calmar las inquietudes de los catalogadores norteamericanos. La
famosa denuncia publica de Osborn, había señalado el comienzo de una nueva era en la
historia de la catalogación americana, que obligaba a la revisión de los códigos norte-
americanos existentes, batalla que dura todavía. En Gran Bretaña, por ejemplo, no se tuvo en
cuenta para nada este nuevo código y el Angloamericano de 1908, siguió siendo el código
oficial hasta la publicación de las AACR1 de 1967.
La segunda parte de estas reglas corrió a cargo de la División de la Catalogación
Descriptiva de la propia Biblioteca del Congreso y fueron publicas también en 1949 bajo el
título de Rules for descriptive cataloguing in the Library of Congress. Estas Reglas
completan las Reglas ALA, centradas en campos de entrada y encabezamientos.
Las Reglas ALA y las Reglas de la Biblioteca del Congreso ocuparon, conjuntamente,
el lugar reservado hasta entonces por el código Anglo-Americano de 1908.
La ordenación y distribución de las reglas, en el caso de Reglas ALA, es indudable-
mente más precisa y clara que en el código Anglo-Americano de 1908. Pero persiste, sin
embargo, una gran pobreza en materia de principios y un enfoque demasiado "legalista y
detallista" (Quigg Ala, Theory of cataloguing..., 1966, p. 55) criticado duramente también
por diversos sectores profesionales del país. Algunos hablaban de que este código sufría un
"desmedido afán por la casuística" (Quigg Ala, op. cit., p. 56). Críticas a este código y a
otros códigos recogidas, por ejemplo, en el siguiente texto de Dunkin: "Los Códigos se
convirtieron en laberintos de senderos legalistas... En una infinita variedad de intrincadas
excepciones a las reglas y de excepciones a las excepciones, cada una de ellas, establecidas
para cubrir las necesidades de algunos casos de conveniencia sospechosa"3.
En el prólogo de las Reglas de la Biblioteca del Congreso se da cuenta de que la in-
fluencia de Cutter en este código ha sido grande, como lo fue también en el Código
Angloamericano de 1908.
Caben señalar algunas diferencias existentes entre las Reglas del Congreso y las
Reglas ALA. Las Reglas de la Biblioteca del Congreso miran para adelante. Suponen, en su
conjunto, una aportación hacía las crecientes demandas de claridad, lógica y brevedad que
exigían entonces y que exigen siempre los profesionales de cualquier país. Están basadas en
ciertos principios lógicos, en ciertas reglas generales. Las Reglas ALA, por el contrario, se
debaten en la casuística, en el detalle, se pierden en intrincadas divisiones y excepciones.
Sintetizamos el contenido de algunas reglas comprendidas en las Reglas ALA de 1949:
1) Autoría conjunta: punto de acceso sólo bajo el primer autor mencionado
en portada. Se añaden puntos de acceso secundarios para los restantes
autores.
2) Autoría desconocida o incierta: ante autor desconocido, punto de acceso
bajo título.
3) Publicaciones seriadas: punto de acceso bajo el último título, con
referencias a puntos de acceso secundarios para títulos anteriores. Las
publicaciones seriadas editadas por entidad, siguen teniendo como punto
de acceso principal el título, con secundaria de entidad.
4) Elección entre diferentes nombres: punto de acceso bajo el nombre
adoptado, al menos que el primero sea decididamente el más conocido.
5) Seudónimos: punto de acceso bajo el nombre real. Las excepciones
permiten el acceso bajo seudónimo, cuando el nombre real es poco
conocido, cuando ha sido fijado por las historia de la literatura o cuando se
trate de autores populares actuales, mejor conocidos por aquel.
6) Aristócratas: punto de acceso bajo el título de mayor rango, a menos que
decididamente, el autor sea más conocido por el apellido o título de rango
menor.
7) Apellidos compuestos: punto de acceso bajo la primera parte, con alguna
excepción que se detalla en la regla 25.
8) Apellidos con prefijos: si el nombre es inglés, punto de acceso bajo el
prefijo. Proporciona una clara reglamentación, con multitud de ejemplos,
de las otras principales lenguas.
9) Entidades: sociedades: punto de acceso, bajo el último nombre de entidad,
con referencia al lugar de emplazamiento. Enumera siete excepciones a
esta norma.
10) Entidades: instituciones: punto de acceso, bajo el lugar el emplazamiento
Multitud de excepciones y variaciones a esta norma general, recogidas
entre las reglas 93-149.
11) Entidades: publicaciones gubernamentales: de acuerdo con los códigos
anteriores, las publicaciones oficiales deberán llevar el punto de acceso
bajo el nombre del estado, provincia o ciudad o bajo la autoridad de la que
dependan.
La Library Association por los motivos bélicos antes señalados, no había participado
en la redacción de ninguno de estos dos códigos americanos. Durante este período en
Inglaterra se seguían adoptando como código oficial el de 1908, y así lo continuó haciendo
hasta la publicación de la primera edición de las Reglas de Catalogación Angloamericanas de
1967, en cuya gestación y redacción, de nuevo participó esta Asociación, junto a la American
Library Association.
La historia de la catalogación americana comienza una nueva era con de Rules for a
dictionary catalog, de Cutter, publicadas en 1876 y comentadas anteriormente. Su influencia,
en los códigos citados, como hemos visto, sobre todo en el mundo anglosajón, fue enorme.
No solamente marcan profunda huella en el estilo americano de catalogar, sino también la
destacada personalidad de su autor, Charles Ammi Cutter, ejerce un fecundo influjo en toda
la biblioteconomía internacional.
Los cargos que ocupó, dentro de la recién creada American Library Association
(ALA), le permitieron influir en el trazado de las sucesivas reglas angloamericanas
(Angloamericanas de 1908, Reglas de la Biblioteca del Congreso de 1949; etc.) y su in-
fluencia llegó hasta la publicación en 1967 de las AACR1.
Shiyali Ramamrita Ranganathan (1892-1972), es un prestigioso hindú que ha resulta-
do ser uno de los principales teóricos del siglo XX en materia biblioteconómica. Nació en el
estado de Madras en 1892. A los 28 años fue profesor de matemáticas en el un prestigioso
colegio. Tres años después fue nombrado primer bibliotecario de la Universidad, nueva pro-
fesión que le exigió desplazarse durante dos años a Inglaterra para prepararse. Se graduó en
una escuela universitaria de biblioteconomía londinense, y desde allí visitó bibliotecas
inglesas para conocer "in situ" sus avances y problemáticas. Ranganathan llegó a ser ca-
tedrático de la Biblioteconomía en distintas universidades hindúes y miembro de la
Asociación Inglesa de Bibliotecas. En 1965, su gobierno le nombró investigador oficial.
Apenas existe un área de la Biblioteconomía en la que Ranganathan no haya fijado su
atención. Son famosas sus Cinco Leyes que deben regir el desarrollo de la profesión de bi-
bliotecario:
Entre sus contribuciones, esta en primer lugar, su Clasificación de Colon, que aunque
no hubiera escrito nada más, sería suficiente par situarlo entre los gigantes de la
Biblioteconomía internacional. La influencia de esta obra ha sido tremenda, tanto en las
sucesivas ediciones de la clasificación de Dewey como en otras clasificaciones
especializadas, en distintos métodos de indización así como en la redacción de bibliografías
tales como la Bibliografía Nacional Británica, cuya ordenación clasificada sigue el
procedimiento en cadena de la indización de materias de Ranganathan.
Esta alternativa clasificatoria ha sido también utilizada en la clasificación de docu-
mentos de otros países como la Indian National Bibliography, Canadian National
Bibliography, Líbrary and Information Science Abstracts (LISA), British Technology índex y
British Humanities índex, entre otros.
Ranganathan escribió otros libros y artículos sobre clasificación que van desde
Elementos de la Clasificación Bibliotecaria hasta el monumental Prolegómena a la
Clasificación Bibliotecaria. La Clasificación fue uno de los principales intereses de
Ranganathan, tal vez el mayor, aunque no el único. Sus contribuciones a la Catalogación
incluyen códigos, catálogos clasificados, obras de pura teoría sobre Catalogación y un
estimulante estudio comparativo sobre varios códigos. Obras algunas de ellas, que han tenido
una significativa influencia en la obra de Lubetzky, quizá el más destacado teórico de la
catalogación en este siglo XX, así como en las Reglas de Catalogación Angloamericanas de
1967. Relatamos cronológicamente algunas de estas obras así como su influencia en ciertas
obras posteriores:
- 1934: Classified Catalogue code, obra en la que se ordenan alfabéticamente los en-
cabezamientos de materias más genéricos y dentro de cada uno de ellos, alfabéticamente
también, sus subdivisiones. Unico código que reúne este tipo de normas específicas.
- 1945: Se edita Dictionary catalogue code (Código del catálogo diccionario).
- 1950: Comienza la publicación de la Bibliografía Nacional Británica. Ordenación
clasificada según un procedimiento en cadena de la indización de materias. Fuerte
influencia de Ranganathan.
- 1953: Se observa una clara influencia de Ranganathan en la obra de Lubetzky publicada
este año, Cataloging rules and principles.
- 1955: Ranganathan: Headings and canons. Valioso estudio comparativo de cinco códigos
de catalogación.
- 1967: Reglas de Catalogación Angloamericanas. Considerable influencia de
Ranganathan, concretamente en la segunda parte de este código en el que se tratan los
encabezamientos.
La edición de las Reglas ALA, no produjeron, como hemos visto anteriormente, una
paz fácil entre los catalogadores de los EEUU, ni de otros países, y la American Library
Association invitó, en 1951, a Seymour Lubetzky, uno de los principales teóricos de la
Catalogación Descriptiva, a que preparara un estudio critico de los códigos de catalogación
existentes. Al mismo tiempo el Subcomité para el Estudio de las Reglas de catalogación de la
Asociación Americana, y su homólogo británico, iniciaron juntos la misma andadura, aunque
éste último, quemó preciosos años en el estudio de las ya obsoletas Reglas ALA que no le
condujeron a ningún punto válido.
Mientras tanto Lubetzky, que iba profundizando en las normas rectoras, en los
principios comunes, que deben regir toda la catalogación, publica en 1953 su famoso
informe, Cataloging rules and principles; obra decisiva para el empeño que llevaba entre
manos, y en la que manifiesta su rechazo hacia ciertos códigos de catalogación complejos y
cargados de innumerables casos. En esta importante obra, Lubetzky, fundamenta la labor de
catalogación sobre "principios" o “condiciones", más que sobre "casos". Algunos autores
consideran esta obra, como uno de los acontecimientos de la historia de la catalogación más
importante del siglo XX.
En 1957, Lubetzky envió a la Library Association, sus primeras propuestas sobre el
planteamiento y contenido que debería tener, el futuro y nuevo código que se intentaba
diseñar. Propuestas que fueron muy bien acogidas en el seno de la IFLA, que ya había creado
también un Grupo de trabajo para la coordinación de los llamados "principios de
catalogación".
En 1960, Seymour Lubetzky publica la primera y la segunda parte de Code of cata-
Ioging rules..., an unfinished draft (ALA, 1960), código, en el que plantea una drástica re-
ducción de reglas y una salida del "formalismo" hacia el "funcionalismo". Aceptado por la
corriente progresista del mundo de la catalogación, tanto en Estados Unidos como en
Inglaterra, fue, sin embargo, esta obra, recibida con verdadero recelo por el sector "neo-
conservador". Preocupaban los numerosos cambios que habrían de efectuarse en los catá-
logos de bibliotecas y los elevados costes de tiempo y económicos que la implantación de tal
obra conllevaría en la práctica. Miedo que Lubetzky supo rechazar razonadamente.
Un año después, en 1961, Lubetzky, presentó en la Conferencia Internacional sobre
Principios de Catalogación, su famosa Declaración de Principios, que fueron muy discutidos
por los participantes, pero al final aceptados en su mayor parte como posibles directrices para
cualquier futuro código de catalogación. En 1962, Lubetzky dimitió como director-editor del
nuevo código que en cinco años más se convertiría en las Reglas de Cta1ogación
Angloamericanas; siendo sustituido en su cargo por Spalding.
Acontecimiento
A nivel científico, se ha ido apreciando a lo largo de este siglo, que la mayoría de los
investigadores se veían cada vez más incapaces no sólo de dominar, sino de estar informados
de todo lo que se publicaba y que pudiera ser de utilidad para su trabajo. En este sentido ya lo
advertía Sanders (objectifs et principes de la normalisation, ISO, 1979, p. 116) cuando
señaló: "Los normalizadores no son los únicos en alarmarse del volumen de documentos que
presenta la suma actual de conocimientos. Es un problema grave de todas las disciplinas,
hasta el punto que a veces es más fácil redescubrir un conocimiento que descubrir dónde se
encuentra archivado".
Y así mismo también lo advertían Price y Van Dijk1 al acuñar certeramente este fe-
nómeno de crecimiento, con toda la enorme problemática que comporta, como "Explosión
documental", "Explosión de la información".
Se estima que sólo en el campo científico, hace unos pocos años se publicaban a dia-
rio unos ocho mil artículos distintos que al cabo de del año se convertían en cerca de dos
millones y medio, con un volumen básico medio en palabras de seis mil millones anuales
(alrededor de treinta mil millones de caracteres por año). Todo ello sin contar con la mul-
tiplicación neta que supone la edición en diversos soportes al uso, habitualmente en papel. El
fuerte desarrollo de la Ciencia y de la Tecnología, fundamentalmente a raíz de la II Guerra
Mundial, ha multiplicado la literatura especializada. Este crecimiento acelerado, se empezó a
analizar en España a partir de los años sesenta.
Se piensa que para el año dos mil existirán alrededor de un millón de revistas cientí-
ficas y algunos miles de revistas de resúmenes. Todo esto sin rozar la literatura ligera dirigida
al gran público: literatura de periódicos, quioscos, historietas y cuentos.
Ante este panorama abrumador es natural que organismos nacionales e interna-
cionales emitieran normas para conseguir el control de esa explosión documental. Y es en las
operaciones características de la Catalogación Descriptiva en donde, indudablemente, la
normalización ha encontrado un cómodo y amplio campo de aplicación, ofreciendo, sin duda,
grandes ventajas en los intercambios de corto y largo alcance.
Del concepto de Normalización, en sentido amplio, se han ocupado, entre otros,
investigadores como González de Guzmán, Sanders, Sutter y Coté, así como organismos
documentales de carácter nacional o internacional2. Todos ellos coinciden en definir que la
normalización es la actividad por la que se establecen normas en todos los ámbitos de la vida
humana que necesita regulación. Será el pionero de la normalización española, Antonio
González de Guzmán, quien señalará que normalizar es codificar un procedimiento para
resolver un problema que se repite con frecuencia, ordenando sus datos con un criterio
unificado y lógico, y garantizando su solución. De lo que se deduce que, entre otros, los
beneficios que produce toda normalización es que simplifica, racionaliza y codifica los datos
a fin de resolver las dificultades que se plantean. De ahí que por su acción eficaz y por las
características que produce de fiabilidad e internacionalidad y por su alcance simplificador y
racionalizador, la normalización es un recurso necesario en cualquier parcela de la actividad
científico-técnica.
Las primeras reuniones preparatorias en el campo de la Normalización Internacional
datan de 1919. En l926 se creó la llamada Federación Internacional de las Asociaciones
Nacionales de Normalización (ISA) que agrupó a 22 Comités Nacionales de Normalización.
En 1947 se creó la nueva organización Internacional de Normalización, más conocida por
ISO (International Standards Organization) que reemplazó a la ISA después de la Segunda
Guerra Mundial. Entre sus fines se encuentra facilitar la coordinación de las normas na-
cionales establecidas por los comités miembros y emitir normas internacionales propias.
Según la AFNOR, la función de la normalización documental es establecer reglas que
aseguren la interconexión de sistemas que permitan una mayor facilidad en el tratamiento
documental y en la transferencia de la información. Organismos e instituciones in-
ternacionales como la Unesco, Iso, Fid, Iso, entre otros, o nacionales, como Aenor; Afnor;
etc., han redactado normas para controlar esta importante parcela, entre las que cabe destacar:
- Las múltiples ISBD, como normas de descripción bibliográfica de todo tipo de ma-
teriales.
- El formato de intercambio internacional de datos bibliográficos legibles por or-
denador conocido por Marc.
- Los variados códigos de identificación de los documentos como son, entre otros, el
ISBN, ISSN, CODEN, etc.
- Las relativas a soportes físicos (formato de fichas).
- El conjunto de normas ISO aplicadas al vocabulario y terminología, (como las nor-
mas ISO 1968-1973), etc.
- Indicador del grupo, país o área idiomática: para el caso de España, el indicador de
país es el prefijo 84.
- Indicador de la editorial: identifica a la editorial de un determinado libro.
- Indicador del título: sirve para identificar a un "libro" en particular o a la edición
de un determinado libro por una editorial concreta.
- Dígito de comprobación: constituye un medio de detectar que los números ante-
riores se han transcrito de manera correcta.
- Su autor y su título.
- Si el autor no está mencionado en el libro, por su título únicamente.
- Si el autor y el título no son apropiados o son insuficientes para la identificación,
por un sustituto del título.
- Debe permitir igualmente señalar qué obras de un autor determinado y qué edi-
ciones de una obra determinada están en la biblioteca.
Se destaca en el programa el hecho de que los sistemas nacionales bien sean biblio-
tecas, archivos o centros de documentación, no pueden planificarse de un modo aislado. Al
planificar su propio sistema de control interno, cada país ha de tener presente la contribución
que puede recibir del resto del mundo y la que él mismo puede aportar.
El mejoramiento del Control Bibliográfico Nacional es requisito previo para una bue-
na política en esta dirección. Algunos requisitos esenciales respecto al modo de efectuar esas
contribuciones nacionales al CBU, en el que España todavía no participa, aunque está
próxima. Dentro de cada país se establece:
a) Los medios necesarios para efectuar el registro bibliográfico de cada nueva pu-
blicación en el momento de salir a la luz. Es decir mediante depósito legal, regu-
lación oficial análoga o en virtud de convenio voluntario.
b) El aparato técnico y administrativo que haga posible el registro bibliográfico: esto
es, el establecimiento de una organización que asuma el cometido y las funciones
de una agencia bibliográfica nacional y que:
- Prepare el registro bibliográfico, autorizado y amplio, correspondiente a cada
nueva publicación aparecida en el país, en consonancia con las normas cata-
lográficas internacionalmente aceptadas.
- Publique esos registros con la menor demora posible en una bibliografía na-
cional que aparezca con regularidad.
En las dos décadas que transcurren desde la segunda edición de las Instrucciones es-
pañolas, publicadas en 1941, y a esta tercera edición reformada, en 1964, acontecen hechos
que van a influir en la historia de la Catalogación española.
Se celebra en Madrid en 1952, el I Congreso Iberoamericano de Archivos, Bibliotecas
y Propiedad Intelectual. En él se aborda el estudio de unas reglas unificadas de catalogación
(impresos, manuscritos, estampas, piezas de música, mapas, microfilms, etc.), para todos los
países de lengua española y portuguesa. En octubre de 1961, se celebra en la capital francesa,
la Conferencia Internacional sobre Principios de Catalogación. Todo ello propicia un
ambiente inclinado hacía una nueva reforma de las Instrucciones. Efectivamente, en 1964,
aparece la tercera edición reformada de las Instrucciones para la redacción del Catálogo
alfabético de Autores y Obras anónimas en las Bibliotecas públicas del Estado, dirigidas por
el Cuerpo Facultativo de Archivos, Bibliotecarios y Arqueólogos, en las que se tienen en
cuenta los cambios producidos a raíz de la Conferencia de París.
En la introducción de las mismas, se señala que la Comisión nombrada por Orden de
2 de marzo de 1959 para la reforma de las Instrucciones. 'inició sus trabajos en el momento
en que se estaba concretando y convirtiendo en realidad el deseo, universalmente sentido por
los bibliotecarios, de llegar a la unificación de las prácticas catalográficas de los distintos
países" (p. V).
Las anteriores Instrucciones de 1941, habían introducido dos novedades importantes:
la catalogación por los autores corporativos y un cambio substancial en el tratamiento de los
anónimos: "Lo acertado de la reforma entonces iniciada, lo confirma el hecho de que ambas
prácticas pueden ya considerarse universalmente aceptadas, después de la Conferencia
Internacional de 1961" (p. VII), se dice en la introducción de esta tercera edición de 1964.
La misión propia del catálogo consiste en conseguir que el lector de cultura media en-
cuentre los libros que necesita con las menores dificultades posibles. Esta tercera edición de
1964 da una mayor facilidad en el manejo de los catálogos. De ahí que se introduzca en
materia de encabezamientos de autor, la novedad, de encabezar las obras por el nombre con
que habitualmente es conocido: "Este criterio, quizá menos científico, pero indudablemente
más práctico que el de la rigurosa exactitud bibliográfica, ha inspirado, por las razones
expuestas, muchos de los cambios que introducen en esta nueva edición de las Instrucciones"
(p. VII).
Reseñamos algunas de las novedades que se introducen en esta tercera edición re-
formada de las Instrucciones de 1902:
a) Encabezar la obra por el nombre más conocido del autor: "Tal es el caso de los autores
que han mudado de apellido, de las mujeres casadas que emplean el de su marido, de los
escritores que son más conocidos por un título de nobleza, de los que solamente usan el
segundo apellido, de los que por pertenecer a órdenes religiosas adoptan el nombre de un
santo o misterio, e incluso de los seudónimos para los autores que los emplean siempre en sus
obras y son más conocidos por ellos que por sus verdaderos nombres. Naturalmente, en todos
estos casos se hacen las referencias necesarias" (PP. VI y VII).
b) Excluir de los encabezamientos de las obras anónimas, sólo el artículo (regla, 129):
"Encabezará la ficha principal de las obras anónimas la primera palabra del título, cualquiera
que sea su caso gramatical y el oficio que desempeña en la oración, pero exceptuando
siempre el artículo determinado e indeterminado y el adjetivo numeral un, una, en los casos y
en los idiomas en que tenga la misma forma que el artículo indeterminado y pueda, por ello,
producir confusión" (p. VII).
c) Ampliación de la normativa sobre autores corporativos. Encabezar las publicaciones de
los gobiernos u otras entidades oficiales, por el nombre del país o del territorio sobre el que
ejercen su jurisdicción. En la anterior edición de estas Instrucciones, de 1941, contaban estos
autores corporativos solamente con 15 reglas, tienen ahora 22: "Las publicaciones de los
gobiernos, parlamentos y organismos de la administración central, regional, provincial y
municipal, así como de las corporaciones oficiales de carácter administrativo, y las de la
jurisdicción eclesiástica, se encabezarán con el nombre del Estado, provincia o población que
corresponde, seguido del propio de la entidad. Los nombres de los Estados se pondrán en
español y los demás en su idioma original" (regla, 102).
d) Respecto a los seudónimos, en la regla 83 se precisa, que toda obra cuyo autor se oculte
con un seudónimo deberá ser catalogada bajo el apellido y nombre propio de aquél y se re-
dactará referencia del seudónimo: "Pero en el caso de que un autor publique siempre sus
obras con un seudónimo y sea más conocido por éste, que por su nombre verdadero, las fi-
chas se encabezarán por el seudónimo escribiendo a continuación su nombre y apellido,
cuando sea posible averiguarlos, y de ellos se redactará una referencia" (regla, 84).
e) Deja de ser sagrada la portada, dándose preferencia al título: "En la transcripción de la
portada se han introducido también algunos cambios para simplificaría y destacar mejor el
título de la obra. Con este objeto, se suprime la mención de los nombres de los autores
cuando preceden al título propiamente dicho y se mantiene si constan detrás de él. También
se suprimen los nombres de entidades, lemas, etc., que figuran en la portada antes del título
mismo" (p. VIII).
f) Se precisa con mayor nitidez la distinción entre colecciones, obras en colaboración y se-
ries Ahora cuentan con un epígrafe especial dedicado a ellas. Y también, clases de obras que
en las Instrucciones de 1941, no tenían regulación expresa, son ahora objeto de ella: tales las
enciclopedias y diccionarios, los discursos, las conversaciones y entrevistas, los epistolarios,
los índices, los libretos, los atlas, los memoriales ajustados, los procesos, las obras con-
memorativas y homenajes, etc. Por otro lado, la palabra "ficha" sustituye a la palabra
"cédula".
g) Se implanta la ficha única, dejando sólo cuatro clases de fichas: principales, secun-
darias, de referencia y analíticas. "La implantación de la ficha única, redactada y repartida
por la Biblioteca Nacional, ha aconsejado también algunas modificaciones en lo que respecta
a la nomenclatura de las fichas, que ahora son de 4 clases: principales, secundarias, de
referencias y analíticas" (p. VIII).
Al tratar de la composición material del libro, se aclara la distinción entre tomos y vo-
lúmenes y se simplifica la descripción del número de las páginas, láminas, volúmenes, etc.,
con el propósito de abreviar la extensión de las fichas y facilitar su copia a máquina o
impresa.
Se añade, por último, en los apéndices: la lista de autores griegos, la de los clásicos
anónimos españoles, la de los libros apócrifos de la Biblia, la de la Curia romana, las órdenes
y congregaciones religiosas (nombres y siglas), las órdenes militares medievales, los signos
diacríticos y las abreviaturas de títulos de revistas y de términos relativos al libro y su
catalogación.
La estructura de estas Instrucciones de 1964, seguía siendo aproximadamente la
misma que en 1941. Una primera parte, breve, dedicada a dar normas generales, para
centrarse después, en la variada normativa que regula la confección de la fichas principales
divididas en encabezamiento, transcripción de la portada y descripción física del libro. Dos
capítulos están dedicados a la confección de las fichas secundarias y a la ordenación del
catálogo.
Supuso el contenido de esta nueva edición, un avance en relación con las Instituciones
de 1941 y, sobre todo, un acercamiento decidido a los principios catalográficos expuestos en
la Conferencia de París y por lo tanto, a los criterios internacionales que se imponían en la
segunda mitad del siglo XX. En 1970, se hace una reimpresión sin modificación alguna9.
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