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Creo que una buena forma de iniciar este capítulo es llamando la atención sobre
su propio título: La psicología soviética. Ciertamente, para denominar este capí-
tulo no hemos hecho otra cosa que utilizar un criterio que usualmente se utili-
za en historia para organizar los diferentes temas: el de las tradiciones naciona-
les. Así, en este mismo libro se estudia, por ejemplo, la psicología alemana, la
psicología francesa o la psicología británica.
Sin embargo, si se revisa el índice no aparece en él mención alguna a una psi-
cología republicana o una psicología monárquica, por poner dos ejemplos. Lo que
tratamos de decir es que el hecho de que tengamos que diferenciar histórica-
mente entre una ‘psicología rusa’ y una ‘psicología soviética’ es en sí mismo un
dato de interés. A diferencia del resto de los capítulos aquí estudiados, éste es el
único caso en el que identificamos un tipo de psicología con un término que desig-
na una forma de organización política: La psicología soviética. Lo cual es ya de por
sí muy significativo.
El hecho es que cuando hablamos de psicología soviética damos por sentado
que se trata de una psicología que no nace motivada por la historia de las pro-
pias ideas psicológicas. La psicología soviética no es fruto directo de la argumen-
tación científica, sino que tiene su origen en razones de índole político: la revo-
lución bolchevique de 1917. La revolución rusa derivó, hacia finales de 1922, en
la constitución de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas (U.R.S.S.). Y, desde
esa fecha de 1922, uno de los objetivos prioritarios de los psicólogos fue hacer coin-
cidir sus teorías con la filosofía de Carlos Marx.
La filosofía marxista, como ya sabemos, implica un férreo compromiso con los
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Lo que sí nos interesa es destacar que, con sus enseñanzas, Bechterev esta-
ba formando unos psicólogos materialistas y objetivistas. Psicólogos para
los que la mente, como quería el conductismo americano, no era un pro-
blema científico. Lo importante era explicar causalmente y de modo obje-
tivo el comportamiento de los seres vivos, sin reparar en sus experiencias
conscientes. La conciencia, en manos de los reflexólogos, se diluía entre
los reflejos, elementos básicos de la conducta a los que se reducía cualquier
fenómeno psicológico.
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tante para la supervivencia del ser humano como lo puedan ser el resto
de sus sistemas vitales.
Por otro lado, la materia del marxismo avanza dando saltos dialécticos. En cada
nuevo estadio evolutivo de la materia emergen propiedades que no son reducti-
bles a los anteriores y, por lo tanto, no pueden explicarse por los elementos impli-
cados en ellos. Así, la materia es, al principio, materia inerte (cosas), después sen-
sible (animales) y, finalmente, consciente (personas). Y uno de los factores decisivos
en la transformación de la materia sensible a la consciente es la condición social
del hombre.
Llegado a cierto punto de su desarrollo, el hombre creó un conjunto de herra-
mientas que le permitió dominar la naturaleza, transformándola a su antojo (cre-
ando utensilios de caza, cocina, arte, etc.); es decir, el hombre empezó a trabajar
y a especializarse en el trabajo. La propia especialización del trabajo, exigía al
hombre un instrumento de organización interna y de coordinación de las distin-
tas funciones que desempeñaban cada uno de los trabajadores: así se originó el
lenguaje. El lenguaje, que en un principio servía para controlar la conducta de
los demás, terminó convirtiéndose en el vehículo de contacto de cada uno con-
sigo mismo, abriendo las puertas así al desarrollo de la conciencia.
en que lo hizo, difícilmente podría existir una psique. Para la psicología soviéti-
ca, el sistema nervioso humano es una condición necesaria para la existencia de
la conciencia. Por eso no es nada sorprendente el enorme desarrollo de la psico-
fisiología y la neuropsicología soviéticas, desde Pavlov hasta A.R. Luria (1902-1977).
En este sentido, el materialismo marxista coincidía con el materialismo vulgar. De
este modo, quedaba recogida en la psicología soviética la premisa materialista según
la cual la materia es anterior a la idea e independiente de ella.
Pero tampoco se descuida en este tipo de psicología que el materialismo del
marxismo es histórico y dialéctico. La naturaleza se hace consciente de sí misma
por virtud de la emergencia de una nueva realidad, no menos material, pero sí
con propiedades diferentes a las encontradas en la materia sensible o la inerte: la
conciencia humana. Para la psicología soviética, la conciencia del hombre (que
es capaz de reflejar objetivamente el mundo) es una realidad cualitativamente
distinta a la del animal, expresándose tales diferencias en el propio comporta-
miento humano.
Decíamos que el sistema nervioso es una condición necesaria para la la con-
ciencia. Sin embargo, aunque condición necesaria, la estructura del sistema ner-
vioso humano no es condición suficiente. La conciencia humana no es sólo el pro-
ducto de un cerebro en acción, sino que sus propiedades dependen también de
la estructura de la sociedad en la que el hombre crece.
La conciencia, siendo una estructura psicológica real y no ideal, se desarrolla
en cada uno de nosotros en el sentido que marcan los estándares sociales y cul-
turales en los que habitamos. La interiorización de la cultura propia (por medio
del lenguaje y demás herramientas que intervienen en la actividad práctica),
hace del ser humano un animal muy peculiar. Al ser la conciencia el reflejo de la
estructura de las relaciones sociales de las que ha nacido, la actividad humana está
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ella y nosotros (pensemos nuevamente en el caso del telescopio). Pero es que, ade-
más, una vez que hemos intervenido con nuestras herramientas, la propia natu-
raleza se transforma en objetos artificialmente modificados para facilitar nuestra sub-
sistencia. Es decir, nuestra actividad da lugar a una continua elaboración de objetos
nuevos. Y los objetos creados por el hombre originan una especie de segunda natu-
raleza artificial, a la que el mismo hombre ha de adaptarse también.
En este momento en que aquí, en occidente, estamos tan acostumbrados a tra-
tar con las ciencias de lo artificial nos puede resultar mucho más fácil entender este
supuesto de la psicología soviética. Resulta que vivimos en un mundo en el que
la mayor parte de los objetos que nos rodean son productos construidos por la
actividad laboral del propio hombre. Lo que quiere decir, muy literalmente, que la
naturaleza en la que habita el ser humano es una naturaleza artificial. Una segun-
da naturaleza que modifica sustancialmente nuestros hábitos de vida y nuestra
concepción del mundo objetivo (tal y como éste queda reflejado en nuestra con-
ciencia).
contrario, según veremos. Como le ocurre a las estrellas del firmamento, el esplen-
dor que irradiaba esta teoría necesitó también que transcurriera un tiempo his-
tórico para poder ser percibido. Pero, ciertamente, hoy día la Escuela Histórico-
cultural desempeña un importante papel en el escenario de la psicología
contemporánea. Por esos vamos a dedicarle unas páginas.
El principal responsable de que la escuela socio-histórica fuera un referente para
los psicólogos soviéticos de los años veinte y treinta fue el psicólogo bielorruso
Lev Sevionovich Vygotski (1896-1934). Cuando en 1924 fue nombrado Kornilov
director del Instituto de Psicología de Moscú, se vio en la obligación de rodear-
se de jóvenes investigadores que no estuvieran tocados por las psicologías no
marxistas representadas por Bechterev o Chelpanov. Y uno de los fichajes de
Kornilov fue el joven Vygotski. Desde ese instante, Vygotski, junto con A.R. Luria
(1901-1977) y A.N. Leontiev, trabajó incansablemente en la construcción de la
psicología marxista que todos andaban buscando.
Vygotski, como el resto de psicólogos de su época, entendió perfectamente que
la psicología soviética necesitaba fundamentarse en el marxismo. Pero, además,
hemos de saber que Vygotski era un pensador marxista. Lo que queremos decir
es que Vygotski estaba convencido de que la única forma de construir una psi-
cología científica era traduciendo los principios filosóficos del marxismo al terre-
no de la investigación psicológica. Pero, en su opinión, este trabajo de traducción
todavía estaba por realizar.
Para Vygotski no se trataba de utilizar el lenguaje de la economía, como Marx
había hecho, sino el de la propia psicología. Por eso, no encontramos en sus
escritos conceptos como el de ‘lucha de clases’ o ‘plusvalía’. Bien al contrario, lo
que encontramos en Vygotski es una concepción del ser humano propia del mar-
xismo, pero sin caer en economicismos: el hombre llega a ser tal porque su desarro-
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De este modo, la estructura psíquica natural con la que los niños vienen
al mundo (dominada por reacciones asociativas reflejas), se convertirá en
una mente consciente (controlada por planes de acción racionalmente regu-
lados). Con la interiorización de los instrumentos culturales (siendo el
lenguaje la herramienta psicológica por excelencia), el niño se convierte
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Para finalizar ya este último capítulo del capítulo IV quizá resulte muy opor-
tuno resumir en un reducido número de principios el conjunto de las ideas que
definen a la psicología soviética, tal y como se ha comentado en los apartados ante-
riores.