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elemento que creó la identidad y no a la inversa (Amselle 1987, 485), algo que
puede comprobarse perfectamente hoy si se atiende a los conflictos identitarios
existentes, lo mismo en los estados de la antigua Yugoslavia que en Euskadi o
Córcega. Sabemos, además, que el Imperio romano se caracteriza por una gran
diversidad cultural. De forma que las gentes experimentaban sus identidades de
formas diferentes: piénsese, por ejemplo, en el caso tan conocido de Pablo de
Tarso (Taylor 2002), donde confluyen elementos del judaísmo, el helenismo, la
romanidad cívica y el cristianismo que él contribuía a crear. Como
consecuencia, se produce lo que Festinger llamara, a propósito del estudio de
fenómenos religiosos marginales en Norteamérica, la disonancia cognoscitiva,
aplicada por autores como Mary Douglas (1966) a las sociedades no
occidentales y por Versnel (1990) a la sociedad y la religión grecorromana.
Festinger define (1957, 3) la disonancia cognitiva como “la existencia de
relaciones inadecuadas entre cogniciones”, entendiendo por tales cualquier tipo
de creencia, actitud o norma cultural, y se aplica a situaciones en las que se dan
creencias en conflicto en el interior de un sistema de creencias dado, en personas
o grupos en los que la identidad derivaba de fuentes diferentes.
Una primera observación que se impone como punto de partida es la
naturaleza plurívoca de la identidad, que es el elemento que sitúa a los
individuos y comunidades dentro de un particular contexto cultural, y que
admite diversos modos de definición, como género, raza, edad, estatus social,
trabajo o religión. Especial importancia en relación con la identidad tiene la
etnicidad, que, como la religión, responde a circunstancias sociales cambiantes.
En las perspectivas primordialistas la etnicidad es percibida como una categoría
social dada a priori, “esencial” e inmutable. Sin embargo, el análisis histórico
demuestra lo contrario: el mismo individuo en la Antioquía del s. I d.C. es
probable que se identificara de forma distinta en diferentes situaciones como
judío, cristiano, romano o antioqueno (Denzey 2002, 491). Es decir, que la
identidad es algo que depende del contexto, se va formando en función del
mismo: la identidad es algo que se construye socialmente y se percibe
subjetivamente (Hall 1997, 19), y no descansa sólo en la lengua, la cultura o la
etnia, sino también en la historia compartida1 (Ciprés 1999, 151, al respecto de
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La identidad étnica admite diversas formas de expresión. Así, por ejemplo, A.D. Smith ha
distinguido seis elementos consatituyentes (1991, 21): Un apelativo, un mito de origen y una historia
comunes, una cultura común propia, un territorio específico y un sentido de solidaridad. Es obvio que
es muy difícil atestiguar históricamente en su conjunto tales elementos en las sociedades que son
objeto de estas líneas. Otros autores insisten en la auto-identificación consciente frente a las visiones
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arbitrarias externas (Grahame 1998, 158), o en la interación entre la noción de Bourdieu de habitus (en
tanto que asunciones, creencias o prácticas de individuos o grupos) con el más amplio contexto
sociopolítico inscrito en el paisaje cultural (Jones 1997).
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De forma similar, el término "hotentote" deriva del holandés hotentot, "tartamudo", pues los
boers consideraban ininteligibles a las gentes del extremo meridional de África a quienes así
denominaron. Como el caso griego ilustra de manera harto significativa, el criterio de la
inteligibilidad se halla condicionado a menudo por factores ajenos al hecho puramente
lingüístico: en la región oriental del delta del Níger se han hablado tradicionalmente dos
lenguas estructuralmente muy próximas entre sí, nembe y kalabari; pues bien, los hablantes de
la primera, carentes de poder político y económico, afirmaban comprender sin dificultad la
segunda, mientras que los hablantes de ésta, que gozaban de gran prosperidad, consideraban
la lengua de aquéllos ininteligible salvo en unos pocos términos (H. WOLFF, "Inteligibility
and Inter-Ethic Attitudes", en D. HYMES (ed.), Language in Culture and Society, New York,
1964, 440-445, cit. en Pelegrín Campo e.p.). Sobre las cuestiones relativas a las
denominaciones propias y ajenas y su relación con la identidad, Pelegrín Campo 2003, 3.1.1 y
notas 452-464.
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II
¿Cuáles son los ingredientes de esa identidad “alterizada” que de los celtas
construyen los autores grecolatinos? Los abundantes textos relativos al tipo celta
manifiestan unos rasgos que se caracterizan por su persistencia hasta el fin del
Imperio. Un magnífico ejemplo lo ofrece Amiano Marcelino en su descripción
del comportamiento de los soldados romanos de origen galo durante el sitio de
Amida por Sapor II en 359: incapaces de toda racionalidad, extraños a las
técnicas bélicas, prefirieron correr a la muerte y atacar como fieras (utque
bestiae) a prestar ayuda a los defensores (19, 6, 3-5).
El retrato físico y psicológico del celta arranca de Posidonio y se refleja en
los autores que utilizaron sus observaciones directas, como Estrabón (4,4,2 ss.),
Diodoro de Sicilia (5,28) o Ateneo de Naucratis (4,152, c-f; 154 a-c). Estas son
las características: alta talla, cabellos largos y bigote, propensión innata a la
guerra y belicosa temeridad, institución del desafío, simplicidad y exhuberancia,
arrogancia y carácter irreflexivo y ligero, discurso enigmático y elusivo, afición
por el vino y gusto por los banquetes... (aunque también hospitalidad proverbial,
creencia en la inmortalidad de las almas, elocuencia y aptitud para las ciencias,
amor por la poesía, susceptibilidad de ser persuadidos). Posidonio, a partir del
conocimiento personal de los hechos que narra en Galia e Hispania hacia el 100
a.e., transmitió un visión relativamente ponderada de los celtas -sin obviar los
aspectos más "crudos" de su cultura, como el ritual de las cabezas cortadas- que
se adecua bastante bien, en consecuencia, a lo que Redfield ha llamado la
“moral neutrality” del antropólogo (Nenci, 1988, 315).
La alteridad identitaria de los celtas se expresa en la literatura clásica a
través de una serie de tópicos que, en buena parte de los casos, constituyen una
inversión de los rasgos que definen el propio sistema de valores. Señalemos
algunos (Marco Simón 1993).
a) La peligrosa desmesura, que se manifiesta no sólo en los rasgos
etiológicos aludidos, sino también en el excesivo tamaño de los galos y, sobre
todo, en la enorme masa que componen. El mismo topos se aplica, aumentado si
cabe, a los germanos (Strab., 4,5,2; Tac. Agr., 11,2; Ann. 1,64; 2,14; 21), que
ocuparán en época imperial la atención de los escritores. También la
indumentaria de los celtas, las bracae características, motiva el desprecio del
pueblo de la toga. Cicerón se refiere a los testigos provinciales contra su
defendido Fonteyo como "gigantes con pantalones" (Pro Font. 33; asimismo, In
Pis., 53) La masa enorme de los celtas que se mueve en batalla, los cientos de
miles de combatientes que deben afrontar los esforzados legionarios romanos, se
corresponde con la masa enorme de las migraciones célticas: estos pueblos está
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III
tema del galo saqueador perseguido por la divinidad cuyo santuario acaba de
pillar, que se desarrolla en Italia a través de soportes diversos (urnas o
sarcófagos etruscos de Chiusi o Volterra, medallones cerámicos de Cales, en
Campania), y que alcanza su expresión plena en el friso de terracota de
Civit'alba, en Umbría, conservado en el Museo Cívico de Bolonia (Sassatelli
1987). El otro tema iconográfico que interesa aquí es el de la victoria sobre el
celta, que se consagra ya en los trofeos pergamenos que iban a marcar el topos
artístico en el mundo helenístico y romano.
Dejando aparte las emisiones numismáticas como las que conmemoran
entre el 49 y el 47 a.C. la victoria de las Galias, son construcciones posteriores a
la conquista las que proporcionan una representación rica y variada del celta
vencido. Se trata de monumentos triunfales situados en la Galia Narbonense,
cuya cronología iría desde el s. I a.e. (arco y mausoleo de Glanum -St. Rémy-de-
Provence-) hasta el período tardo-antoniniano o severiano. Clavel-Lévêque ha
llevado a cabo un interesante estudio sobre los caracteres de estas
representaciones (1983, 630 ss.), en las que los bárbaros aparecen, en la actitud
típica del vencido, desprovistos de toda iniciativa, como botín realizado. Pero
existe, asimismo, un mensaje distinto: es el que se plasma en los relieves del
arco de Glanum, cuyas guirnaldas y frutos simbolizan la paz y la prosperidad
consecuentes a la victoria de Roma; en uno de los relieves se exhibe a un "galo-
romano" vestido empujando hacia la civilización a uno de sus congéneres
representado en la típica desnudez bárbara (Clavel-Levêque y Lévêque, 1982,
694 -695). En definitiva, son las dos caras de un mismo mensaje plástico por
parte de Roma, que trata de moldear incluso la identidad de las poblaciones
vencidas, la propia imagen que tienen de sí mismas (Clavel-Lévêque, 1983,
633). Encontraríamos así en estos relieves una expresión clara de lo que Wachtel
(1976) llamara "desposesión del mundo" de los indígenas por parte de los
conquistadores.
La iconografía de la conquista de territorio bárbaro se resume normalmente
en la representación del Princeps romano sometiendo a personificaciones
femeninas de las tierras conquistadas (Ferris,1995). Característicos son los
relieves de Claudio con Britania, o de Nerón con Armenia en el Sebasteion del
culto imperial de Afrodisias, en Asia Menor. La imagen de Claudio exhibe al
emperador en variante mítica, tomando como modelo el grupo helenístico de
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IV
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Es obvio que esas transformaciones identitarias no son exclusivas de ese marco. Tuvieron lugar
mucho antes, como tendrán lugar más tarde. La época de La Tène contempla la creación de
identidades interregionales que se manifiestan por ejemplo en un nuevo estilo decorativo, en los
oppida como nuevos centros direccionales o en el desarrollo de rituales en un nuevo tipo de santuarios
públicos, en una época de intensos movimientos migratorios (Wells 2001, 54 ss.). Es la visión imperial
y colonialista de los escritores grecolatinos la que transmite la idea de que unos pueblos bárbaros“sin
historia”, homogéneos en la misma inmovilidad, se ponen en movimiento gracias a la acción
civilizadora de Roma (sobre las representaciones historiográficas eurocéntricas de un Oriente inmóvil
sigue siendo esencial Said 1978). Pero poca duda cabe de que las situaciones de cambio social se
traducen en un proceso de diferenciación y de construcción de identidad.
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(Beaujard 2002, 263). Este pueblo, cuyo origen troyano mencionara Lucano
(Phars. 1, 427-428), había guardado el recuerdo de tal pasado (Sidon. Apoll. Ep.
7, 7, 12). Se podrían añadir más ejemplos para ilustrar la asunción de la origo
troyana por parte de las élites municipales en el ámbito que aquí interesa. Una
inscripción de la ciudad bética de Obulco (Porcuna, Jaén) recoge la erección de
una estatua a una scrofa cum porcis triginta (la cerda que indicó a Eneas el
emplazamiento para fundar la ciudad de Lavinium) por parte de Cayo Cornelio
Cesón, ,flamen y dunviro, y de su homónimo hijo, sacerdote del Genius
municipal (Marco Simón, e.p. 2).
En la Civitas Remorum (Reims) T. Iucundinus, sacerdote del colegio de los
Laurentes Lavinates, erige una inscripción votiva en honor de Mars Camulus.
En el año 47 el emperador Claudio celebró el 800 aniversario de la fundación de
Roma. Sería entonces cuando, según Saulnier (1965), el emperador organizó el
sacerdocio del Laurens Lavinas, en relación con la mítica Lavinium antecesora
de Roma y cuyos Penates guardaba, que ostentan mayoritariamente caballeros
en unos 70 epígrafes hallados mayoritariamente en Italia, pero también en
ciudades provinciales como Reims, Massilia, Leptis Magna, Sofía o
Sarmizegetusa. La inscripción de Iucundinus, sacerdote Laurens Lavinas,
prueba, pues, que las élites de los Remi galo-belgas remontaba sus orígenes
hasta los mismos antecesores troyanos de la casa Julio-Claudia imperial. Ello
sólo pudo suceder como resultado del entretejido de mitos indígenas de origen
con los de Roma, en el contexto de una internalización fundamental de las ideas
de Roma. Quizás a través de la asunción de Remo como mítico ancestro de los
Remi (Derks 1998, 108). El programa escultórico de la monumental Porta
Martis de la misma ciudad incluye también a Eneas Ascanio y Anquises, junto a
la diosa Venus, además de Marte y Rea Silvia, Rómulo y Remo (Derks 1998,
105, fig. 3), y diversos relieves e inscripciones documentan en las provincias
occidentales el signum originis por antonomasia: la loba y los gemelos.
Los cambios de identidad a que aludimos se manifiestan también en otros
planos. Así, el nuevo orden religioso se expresaba físicamente en una nueva
monumentalización de lo sagrado. Un ejemplo claro es el de Nemausus, la
capital de los volcas arecómicos. La ciudad de Nîmes está dominada por los
restos de una torre romana de 33 m. de altura, la llamada Tour Magne, de planta
octagonal y visible desde lejana distancia. Ahora bien, esta torre, construída
antes del 16 a.e., esconde una torre cónica prerromana de piedra de al menos 18
m. de altura, construída en el s. III a.e. La Tour Magne, situada en lo alto de la
colina dominando la ciudad, preside la gran fuente que fluye por la pendiente y
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característica del “rey amigo” de Roma: Braund 1984), a las monedas áureas
acuñadas por Vercingetórix (con los caracteres latinos del nombre rodeando su
cabeza -Allen y Nash 1980, núms.. 203-204- en una paradójica adaptación del
código discursivo utilizado por el enemigo), conjuntos funerarios tan ricos como
el de Goeblingen-Nospelt, Luxemburgo (en los que la presencia creciente de
elementos romanos para expresar el estatus personal se compadece con la
permanente reafirmación de los rituales tradicionales para expresar una
identidad diferente, entre las últimas décadas del s. I a.C. y mediados del s. II
d.C.) o monumentos funerarios de las provincias germanas y el norte de la Galia
(Wild 1985; Böhme 1985) que, utilizando un medio de expresión
específicamente romano –incluyendo el epígrafe latino-, representan a los
personajes en claves de identidad indumentaria perfectamente índígena.
Los ejemplos mencionados, que, naturalmente, podrían multiplicarse,
sirven en mi opinión para desaconsejar un planteamiento de las
transformaciones identitarias operadas en los espacios que han sido objeto de
estas líneas en términos de una simple evolución desde la feritas céltica a la
fides de unos provinciales que manifiestan de formas diversas su lealtad al
emperador.
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