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Observé a mi alrededor. Me encontraba en un bosque bastante frondoso y con muy poca luz, mas
sin embargo, pude distinguir que estaba atardeciendo por los débiles rayos de sol que
atravesaban las copas de los árboles. Entonces pude darme cuenta, estaba en el bosque de Las
Salinas que estaba al Este del pueblo en el que yo vivía, aunque ahora debo olvidarme de él ya
que el hecho de volver implica mi inevitable muerte. Es una tragedia para mí, el conocimiento
que he recopilado durante todos estos años será perdido y destruido junto a mi casa. Oh, y mi
pobre perro Kavi, el pequeño se ha quedado cojo hace poco, seguramente morirá de hambre,
¡Qué tristeza!
Emprendí camino hacia el lado opuesto al pueblo, tenía que encontrar una forma de vivir y
conseguir venganza. ¡Mis descubrimientos eran lo más preciado que tenía y ahora me los han
quitado! La rabia y la impotencia colman mi ser. Lo único que deseo a aquellos que me han
arruinado es la muerte, y lo conseguire como sea.
Han pasado ahora seis años desde aquel infortunio que recuerdo con rencor, pero ahora las cartas
juegan a mi favor. Me he casado con un comerciante muy rico, él por supuesto no sabe que soy
gitana, cree que soy una pobre y bella joven cristiana que ha sido abandonada por hombres muy
malos.
Ya tenía lista mi venganza, experimentar con los ratoncitos que quedaban atrapados en las
trampas que me encargaba de colocar con la excusa de “exterminar plagas” me daba la certeza de
que mi plan funcionaría.
Esa noche, mi marido tenía una importante reunión de negocios el mayor comerciante de trigo de
mi anterior hogar. Obviamente yo prepararía una riquísima cena y sonreiría como el digno trofeo
que había ganado el hombre con el que compartía mi vida cotidiana.
Dulcinea Burman
El momento había llegado y como tenía estructurado, a mitad de la cena me levanté y disculpé
debido a que “no me encontraba bien”, anuncié que iría a recostarme mientras que ellos
terminaban su comida y que volvería para servirles el postre, dejándolos más que complacidos
con mi actuación.
Al llegar a mi recamara, salí por la ventana, y cuando logré divisar los fardos de trigo que traía el
mercader extranjero me acerqué rápidamente y saqué los rociadores con veneno que había
preparado anteriormente de debajo de mi amplio vestido. Rocié todas las cosechas con este
tóxico del cual sólo yo tenía el antídoto.
Mi plan acabó de concretarse cuando pude oír al comensal salir gritando barbaridades por la
puerta principal, por lo que a toda velocidad corrí al lecho que compartía con mi esposo para
hacer como si estuviera en el quinto sueño. El hombre me despertó gritando: “¡Querida, el
maldito este es un estafador! El precio de su trigo es altísimo, y cuando le pregunté por una
rebaja se puso tan violento que creí que se había vuelto loco.”
Al oír eso una sonrisa traicionera quiso asomar por mis labios, sin embargo la contuve y al fin
obtuve paz. El trigo envenenado mataría a todos aquellos que despreciaron mis ganas de
desarrollar cosas beneficiosas para ellos y me corrieron de ese lugar al que en un momento llamé
hogar.