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Dulcinea Burman

La ciencia de tu dolor y veganza


Abrí mis ojos, no recordaba dónde me encontraba, solo sabía que mis piernas ardían. Parpadeé
lentamente, una vez, dos veces; mis ojos aún no se acostumbraban a la luz. Entonces, un
recuerdo fugaz pasó por mi mente; una turba enfurecida corría detrás de mí con antorchas y
palos, pero, ¿Cuál era el motivo? Ah… Creo que lo recuerdo, considerando la ropa que llevo
puesta es más que probable que me estén buscando por bruja. Quizás me equivoqué al querer
practicar la alquimia siendo gitana, estaba consciente de que esto podía suceder. ¿Realmente era
tan malo querer cultivar conocimiento? ¿Por qué querer conocer era mal visto? ¿Acaso era por
ser de otra etnia? ¿Por ser mujer? Tantas preguntas y posibles respuestas rondaban en mi cabeza
mientras me ponía de pie con dificultad.

Observé a mi alrededor. Me encontraba en un bosque bastante frondoso y con muy poca luz, mas
sin embargo, pude distinguir que estaba atardeciendo por los débiles rayos de sol que
atravesaban las copas de los árboles. Entonces pude darme cuenta, estaba en el bosque de Las
Salinas que estaba al Este del pueblo en el que yo vivía, aunque ahora debo olvidarme de él ya
que el hecho de volver implica mi inevitable muerte. Es una tragedia para mí, el conocimiento
que he recopilado durante todos estos años será perdido y destruido junto a mi casa. Oh, y mi
pobre perro Kavi, el pequeño se ha quedado cojo hace poco, seguramente morirá de hambre,
¡Qué tristeza!

Emprendí camino hacia el lado opuesto al pueblo, tenía que encontrar una forma de vivir y
conseguir venganza. ¡Mis descubrimientos eran lo más preciado que tenía y ahora me los han
quitado! La rabia y la impotencia colman mi ser. Lo único que deseo a aquellos que me han
arruinado es la muerte, y lo conseguire como sea.

Han pasado ahora seis años desde aquel infortunio que recuerdo con rencor, pero ahora las cartas
juegan a mi favor. Me he casado con un comerciante muy rico, él por supuesto no sabe que soy
gitana, cree que soy una pobre y bella joven cristiana que ha sido abandonada por hombres muy
malos.

No he de quejarme de mi esposo, me consiente y no se mete en mis asuntos. Es un hombre


trabajador y según me han dicho por ahí suele irse con mujerzuelas, por lo que no debo
complacerlo muy seguido. Según el iluso hombre soy una tierna ama de casa que le gusta la
cocina y adora a su pequeño hijo, mas yo solo me quedo con él porque tengo la seguridad de
poder desarrollarme sin el peligro de ser descubierta. El niño es cuidado por mi suegra o
simplemente se queda durmiendo en su cuna, mientras el sótano de la casa es mi lugar.

Ya tenía lista mi venganza, experimentar con los ratoncitos que quedaban atrapados en las
trampas que me encargaba de colocar con la excusa de “exterminar plagas” me daba la certeza de
que mi plan funcionaría.
Esa noche, mi marido tenía una importante reunión de negocios el mayor comerciante de trigo de
mi anterior hogar. Obviamente yo prepararía una riquísima cena y sonreiría como el digno trofeo
que había ganado el hombre con el que compartía mi vida cotidiana.
Dulcinea Burman

El momento había llegado y como tenía estructurado, a mitad de la cena me levanté y disculpé
debido a que “no me encontraba bien”, anuncié que iría a recostarme mientras que ellos
terminaban su comida y que volvería para servirles el postre, dejándolos más que complacidos
con mi actuación.

Al llegar a mi recamara, salí por la ventana, y cuando logré divisar los fardos de trigo que traía el
mercader extranjero me acerqué rápidamente y saqué los rociadores con veneno que había
preparado anteriormente de debajo de mi amplio vestido. Rocié todas las cosechas con este
tóxico del cual sólo yo tenía el antídoto.

Mi plan acabó de concretarse cuando pude oír al comensal salir gritando barbaridades por la
puerta principal, por lo que a toda velocidad corrí al lecho que compartía con mi esposo para
hacer como si estuviera en el quinto sueño. El hombre me despertó gritando: “¡Querida, el
maldito este es un estafador! El precio de su trigo es altísimo, y cuando le pregunté por una
rebaja se puso tan violento que creí que se había vuelto loco.”

Al oír eso una sonrisa traicionera quiso asomar por mis labios, sin embargo la contuve y al fin
obtuve paz. El trigo envenenado mataría a todos aquellos que despreciaron mis ganas de
desarrollar cosas beneficiosas para ellos y me corrieron de ese lugar al que en un momento llamé
hogar.

Autora: Dulcinea Burman.

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