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Adaptación de la obra

PEREGRINACIONES DE UNA PARIA

Por: Guevara Bustamante Antony

“Yo escribo para que ustedes sepan,


Para que comprendan, grito para que me oigan,
voy adelante para mostrarles el camino.”
Flora Tristán

Y no pude ceder, no, ¡jamás! me lo había prometido y tenía que ser fuerte; pero, él me miraba de
una manera tan inocente, tan suplicante como si fuera una bestia ante la filuda cuchilla del
matarife o como un hombre inocente que pide clemencia ante la funesta pena de muerte, así me
miraba Chabrié y yo, callé… sepultando su amor. ¡Oh, Chabrié!

A mediados de septiembre de 1883, llegué a Islay (Arequipa). Cuando la embarcación Méxicain


toco puerto, me sentí libre, indomable, viva. Era como si la brisa peruana me devolviese la
voluntad, las ganas de existir; atrás quedaron las lamentaciones, el miedo, el estigma, él. Mi vida
en Francia fue un calvario, tuve una cruz social muy pesada y los clavos utilizados por el infame de
André Chazal se me incrustaron en el alma, reduciéndome a nada… eso era con él, una nada en
Francia. Mi único lazo que obliga a mi mente a buscar fuera, son mis hijos. ¿Cómo estarán?
¿Estará bien mi pequeño Camille? ¿Me extrañará Aline? ¿Por qué Dios? ¿Cuánto más tengo que
sufrir?

La familia Tristán, me acoge fraternalmente, me llevan a su casa y me ceden una pieza. Ellos no
saben de mí, no saben que escapo de un matrimonio infernal, ignoran que tengo hijos, no
preguntan sobre mi madre y ni de mi pasado; no sé por qué, pero me gusta esta familia, su calor
llega a mí como los primeros rayos de sol despidiendo el invierno.
Después de la cálida bienvenida, me dirijo a mi recámara y veo a una mujer de color ordenando
mis cosas, justo cuando iba a hablarle, mi tío Pío, me sorprende y dice:
- Ella pertenece a la familia, pídele lo que quieras y ella lo hará, no temas Flora, ordena lo
que desees y rápidamente buscará la forma de satisfacerte. Ahora, me despido, que tengas una
excelente velada.
Al salir mi tío, sentí vergüenza, no podía mirarle a los ojos a esa mujer, ¿Cuántos años tendrá al
servicio de los Tristán? ¿Tendrá familia? ¿Será madre? Tengo un nudo en la garganta, no puedo
hablar, ella levanta la cara y con la mirada espera la siguiente orden; no sé que decir, levanto la
mano y señalo hacía el pasillo. Por un instante me sentí como aquellos que me hicieron tanto
daño, estaba helada. La mulata se retira con mucha reverencia. Cierro la puerta, me quedo sola,
triste, vacía; trato de entender, me confundo, pienso en no ser como ellos, los otros, los que
dañan, maltratan, oprimen, asfixian. Volví a ordenar mi ropa, me recosté sobre la cama y sucumbí
ante el cansancio.
-No, André, no me quites a mis hijos, por el amor de Dios, ¡ten piedad! ¡no los lastimes! Si quieres
descargar tu ira, hazlo conmigo, ¡por favor! ¡Deja en paz a mis hijos!

Una mano callosa se posa sobre mi frente, me acaricia como una madre calmando el llanto de su
retoño, despierto temerosa, tiemblo y con lágrimas en los ojos, veo un rostro oscuro, era ella, sus
ojos ovalados se convirtieron en dos grandes faros que me buscaron entre la neblina de mis
sueños; estoy agradecida, le cojo las manos y las beso, la mulata se impresiona, intenta alejarse,
pero no pude, se compadece de mí, tanto o más que yo por ella. Nos abrazamos, ella me
corresponde y lloramos, no necesitamos hablar, nos basta con sentirnos cerca y saber que nos
importamos.

En ese momento Flora y la esclava dejaron de ser extrañas, ahora eran iguales, amigas, hermanas,
mujeres libres que por voluntad estaban quebrantado barreras sociales.

Ambas están acostadas, meditabundas, dibujando un porvenir con sus ideas, se miran, pero no
hablan, no es necesario porque se entienden. Inoportunamente un sonido surca el pasadizo y
desde el salón principal, con voz de mando, dividen tan fascinante escena. La mulata, corre, se
tropieza, aunque parece no importarle y se va.
Me levanto de la cama, me siento débil, trastoco un poco y doy unos pasos, no entiendo lo que
me pasa. Miro a mi alrededor y estoy fuera del dormitorio.
Acaso esto es un sueño- me digo, quedo absorta, comienzo a sentir temor, los retratos familiares
que decoran el pasillo, se mueven.
- ¡Tío! ¡Mujer! ¡Ayúdenme! ¿Qué me está pasando?
Al parecer Flora no podía aguantar más, cae rendida ante el temor y desde el suelo seguía
mirando los cuadros, dejó de pensar, entendió que tenía que dejarse llevar, ya el miedo no le era
de mucha ayuda.
¡Ay! - Se queja, siente un fuerte dolor en el tobillo como si alguien se tropezara con ella. El
ambiente se torna sombrío, misterioso, terrorífico.
Flora a duras penas se sienta y de pronto levanta la mirada y los ve, eran dos pequeñas siluetas al
final del pasillo. Se ríen, corren y se esconden.
Al parecer estos niños están perdidos, piensa Flora. Ella sabe que en la casa Tristán no hay
retoños.
¿Quiénes serán? - Se pregunta. Intenta acercarse a ellos, pero los pequeños corren y de lejos la
miran. Flora sigue acercando, despacio, sigilosa y cuando creía estar muy cerca, uno de los
pequeños se pone frente a ella.
¿Acaso ya me olvidaste mamá? - Le dice uno de ellos. El niño busca entre sus bolsillos y saca un
muñequito de militar- Mira mamá, este es el muñequito que pusiste en mi entierro, no me digas
que ya no lo recuerdas.
Flora ve el juguete y comienza a llorar, ese pequeño era su hijo fallecido, se llamaba Alexandre y
el muñequito que llevaba era un regalo que ella había recibido de pequeña, se lo había dado el
mismísimo Simón Bolívar como presente en uno de las visitas a la casa de su padre, era un
obsequio de mucho valor familiar, por eso lo dejó en el entierro de su hijo, era lo único valiosos
que poseía en ese tiempo.
¡Oh, Dios! Alexandre, mi Alexandre. ¡Esto es un sueño!
No lo podía creer, Flora ya no sentía miedo, ahora estaba desconcertada y a la vez encantada.
¡Te quiero, hijo! Siempre serás importante para mí. No me dejes, ¡Sácame de este poso oscuro!
¡Quiero rendirme! Me encuentro sola y deshabitada.

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