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Gómez Interior Final Imprimir
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noches a
mano armada
ISBN 978-987-08-1313-2
1. Poesía. I. Título.
CDD A861
A Mariela
entonces qué?
ella
esa mujer
demostrando a cada paso
que debo tragarme mi insistencia de hastío,
uno a uno los moluscos imbéciles de la locura.
de los–que–no–somos–seductores
se deshace en ensueños y obligaciones,
los vas a encontrar en un lugar
donde guardianes envilecidos
custodian la posibilidad de la búsqueda
de acuerdos y hermandades;
cada persona en el mundo
ha tomado una parcela de carne,
un pretexto,
un hogar,
pero también
alguien ha mirado dentro
de las fibras de los cuerpos
(no hace falta un dios
ni un big bang
para que se declare
el principo del rito)
y la desesperación, desolación
y culto a la oscuridad
es sin par en sus vísceras;
un cuervo sobrevuela
las arenas de sus días,
los aburren la mayoría de las cosas,
porque tratando de acercar sus armas al combate
perdieron la polvora y sus derivados,
es decir la puntería;
a veces pelean por algo,
pero no es la regla
¿desde dónde los llaman al exilio y a volver, al confinamiento
de las calles, al encierro de los modos
que se esfuman de sus manos como si
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como me cansé
hace tiempo
de buscar
los pretextos necesarios
para una especie de andar por este
lado de las cosas
que no sea un deambular,
o peor,
un estar suspendido en el aire
perplejo;
he decidido enviar signos,
imágenes militantes de color,
deslizamientos armoniosos
para despistar a la vida,
por ejemplo:
como es dislocadamente ridículo
que para llegar a la muerte
haya que temer tanto y
esperar todo,
digo de vez en vez
“qué ha pensado… tengo miedo a la muerte, señor,
no crea usted otra cosa”
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como he sonreido
a lagartos,
a depredadores,
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a rocas,
a espectros,
a paisajes,
a ruegos,
a las mujeres
y a la debilidad por su cuerpo;
a infamias e infancias
que se deslizan al azar,
acaso buscando alguna sombra
cuando las aceras y los adoquines
abren sus párpados;
a los ingeniosos que trepan oídos
sin derramar nada del bendito veneno
que inoculan al ansia y a la perplejidad,
me declaro un testigo, parcial pero testigo
de incesantes fugas, de remansos
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la gente en vacaciones
te saluda, te sonríe, te abre la puerta,
te pregunta dónde tenés tu morada;
son los mismos que en buenos aires
y alrededores
te tiran el auto encima,
esa cosa de halo fantasmal bondadoso
que tiene el marketing vacacional,
la cultura de “conocer nuevas culturas y el amor”
mi amigo pregunta
en un email,
con su acostumbrado ánimo endeble:
–¿tenés pensamientos horribles
A los que les contesta la lluvia por la ventana?
Y sí,
Mi amigo hace décadas ocupa casi todo su tiempo
En defenderse de una conspiración de mensajes
Que aparecen sin pausa,
En las paredes de la calle,
En los libros menos sutiles,
En las canciones de cantantes y grupos famosos
Que gritan al mundo los errores por él cometidos
(Como si lo conocieran desde siempre),
Se cuida de los médicos
Y la capacidad que tienen de poder encerrarlo
Y ahora, por lo visto, también de la lluvia;
Siempre lo dije al mundo,
No hay escapatoria al asedio
De los requisitos por la insistencia de estar juntos,
Pero, a pesar de ello,
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¡O en tarimas resbaladizas
Como un camino montañoso
Del sur de argentina en invierno!
Andando por la ruta en vacaciones
Se rompe el nexo con mi vida,
Hay un auto rodando, caminos inverosímiles;
Hay paisajes debatiendo mis ojos,
Distancias, velocidades diversas y caleidoscópicas,
Caminos que dudan entre los recovecos de las montañas,
Algo íntimo e impenetrable en la sonrisa de los demás:
La fascinación de los paisajes me toma de las orejas
Y guía mi mirada y las articulaciones del cuello
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Intenté acariciarlo
Pero rehusó mis caricias
Sistemáticamente:
Si aceptó, con dedicación de niebla,
Toda la torta de coco
Que pude y quise darle
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Luego se retiró
Tan misterioso como había llegado
Para perderse entre la vegetación
Sacudida por el viento
El amor
Es un artilugio
De la gente que sabe
Asegurada su comida
En las próximas horas;
Que puede adquirir su huída
A parajes silenciosos y esquivos
Por la mariconada de no poder
O no querer vivir con otros
En las aglomeraciones que hemos creado;
Que puede pagar
Los brazos propios
Y
Ajenos
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A Mariela 2
veivi m:
sé que ciertas tardes, como ciertas veredas,
no son escombros,
y creeme,
se acercan a la síntesis de la luz de las cosas;
veivi m:
sé que muchas veces mis pasos no recuerdan
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por ejemplo,
acostados, abrazándote,
acariciando la porcelana que es tu cuerpo;
creo que nos dormimos cuando dejamos lugar
a la música,
de otra forma no podríamos, es pura luz lo que sucede,
y la luz une cuerpos y abre los ojos
y es mas fácil despertar que dormirse
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así la definimos,
intención más, intención menos
no creas que
aun trazando
con insistencia de insecto
una frontera indecible que acalora el ánimo,
tal princesa ha de existir;
muy desde lejos, en los paños y los paisajes,
algo se grabó con óleo eterno
en los huesos:
deambulamos, corrimos
las orillas de la suerte y sus guirnaldas
nos asediaron
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de artilugios festivos
que las pendientes que el mundo ofrece,
pensamos en locuras tan inútiles
como un disfraz que enfrenta la noche
del ardor;
sin embargo
alguna vez,
con una vertiginosidad que no recordamos,
suficiente negocio para los nervios,
una parcela con fe de serpiente,
aconteció nuestra iniciación:
y ese indicio realmente fue frontera
en el mojón ineficaz que somos,
en el coto ineficaz que somos,
fuimos dueños de la noche,
de la paráfrasis,
de la pena,
de una ebriedad pegoteada con sus rayos ausentes,
de una claridad vacía, viva y cobarde,
de la huida de la calma,
de la huida de la calma de nuestra huida de la calma,
de la misericordia, de la impiedad
(a veces a la rastra, a veces de pie
habitamos, a falta de hogar,
un ramaje olvidado);
deambulamos, corrimos,
la orilla de la suerte y sus guirnaldas
nos asediaron,
y con los arcanos de la noche
trabamos pacto
para indagar acerca de las virtudes
que nos eluden
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más bien,
un fuego grabado en la piel, un
sello hundido a ritos,
donde la piel no pudo resistirse
y embotó nuestro destino, sutil
animal desprevenido:
así como el vendaval
azota las aguas,
y sólo pregunta a la tierra
acerca de su resistencia:
un viaje que había terminado
mientras se navega
y
antes de empezar, se entiende
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si el amor o el fracaso
o la nieve de la muerte
ocuparon el lugar designado:
estuvieron
rito,
rito donde confluyen nuestras barcas de alejandra,
eso somos
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que
al ver
la ciudad,
detrás, lejos, negra,
siente ganas de ir
y ve el río,
extenso, móvil, frío y
siente ganas de ir,
piensa que de eso se trata,
ir
hacia allá
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quiebros
en la luz rota del eterno detalle
que sé, no estoy seguro surjan;
la caza de la forma,
mi abandono de las suavidades,
yo, el que grita
un desconsuelo que se adhiere
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le dijo:
“¿querés pegarle? ahí lo tenés”
y abrió la puerta de calle
dejando sólo poco más de dos metros de aire
entre este hombre hirviendo de venganza
y el niño que yo era
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la mezcla de miedo,
de culpa que gritaba con gritos de desgarro
me denigró de tal manera
que me sentí desnudo y desamparado
ante la vergüenza,
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y es inútil escapar,
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por supuesto
el hombre no avanzó los necesarios
poco más de dos metros
para darme su promesa de dolor de Talión,
quedó a su vez estupefacto ante los requerimientos de mi tío,
dijo algo que no recuerdo en tono menos alterado,
y se fue
mi tío entonces,
entrando nuevamente a la casa
dijo
–entrá cabezón–
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ni en amar
ni en estudiar
ni en ser solidario con las causas que el mundo pretende,
una época en que la proyección humana me era lejana:
una piedra al borde de la fantasía, ni más ni menos;
no pensaba en nada,
sólo transcurría como sólo pueden hacerlo
una ganzúa perdida en las rocas de la meseta patagónica,
un hombre ajeno, intocable, inexpugnable;
estaba casado, eso sí,
y comenzaba mis estudios a pesar de todo:
sí, soy un profesional universitario
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–¿puto? ¿yo?
si vos estás de novio con la Griselda,
todos los días le empujas la fecal,
y mientras le das masacota te apoya la verga,
ni en pedo me la hago masticar por una trava –decía yo,
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el fin de la hermandad,
la caída del misterio;
he abdicado los árboles y las rutas,
pero que nadie alimente pregones
o licencias, duda inmune:
soy ese engaño monótono
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contra la velocidad,
contra la orquesta incesante
que atravieza el cuerpo de punta a punta,
de mente a gónada,
contra la promesa de un amor,
las palabras tropiezan
¿habré o habré no dicho palabras de amor?
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y en todo el periplo,
donde nuestros dedos se entrelazaron,
el río, que nos acompaña
con su rumor de discreción a mares,
desde antes de conocernos
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de empaste y ensueño
con nuestros ojos en la distancia;
es todo lo que recuerdo
del ambiente
entre los viajantes del micro y el mundo,
misterio
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sacude el viento
las ramas del naranjo de mi jardín, ramas
sin hojas y espinas como misiles;
dicen los viejos que es una deformación de la planta
y que la dulzura de sus frutos
esféricos y brillantes al sol
dependen de las ramas sanas
y espero:
rótulos espectrales
son mi ciudad y enigma, voces me llaman
y siempre les pido
que tengan la bondad de sumergirse
hasta el próximo desborde,
que se adivina ante el golpeteo constante
de una marea oscura,
tan secreta como los rayos que los hombres
igualan a su felicidad;
secreta para ellos, claro está,
para mi es eterna abertura, espina, lanza
confidencia y conciencia cercana
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un equilibrio lejano,
escudo de abejas, almuerzo de odas
en una hora tan quebrada
que podría dar miedo preguntar
en la mañana de un goteo pulido,
por su reloj o la historia;
podrán reclamarlo los contadores de historias,
los miradores de aves,
los bebedores de cafés cortados
en tardes otoñales
fingiendo que es curiosidad o sorpresa
lo que sienten
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en su peregrinaje callejero
escucho a lo lejos,
desde mi ventana,
el tren con un sonido apagado
que se desliza por el aire
hacia su destino de oro,
ese es el amor,
un tren apagándose
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con el celular,
tomo una foto a una flor,
a un mural en san telmo,
a mis sobrinos,
y, si doy simultáneas de ajedrez
a los chicos en mis jornadas de trabajo comunitario,
ni te cuento… enloquecen de amor,
digo, previo subida a feisvuc o guasap
para que sean vistas,
digo, ellos enloquecen de amor hasta el mundo y sus luces,
no importa de que está compuesto ese amor,
son sus palabras, sus expresiones,
esa palabra en la que meten esperanzas aleadas de rocas
en la mayor parte de los casos
(siempre sospecho de
las palabras o conceptos
que tienen tanto marketing,
en este caso, amor)
pero
esto es lo que quieren,
a los seres sensibles se los conforma con nada
y lo sé
¡es fácil!
pero
sigue siendo un misterio para mí
cual es el motivo de por qué no puedo hacerlo;
¿como sería mi
deambular con las eternas valijas
y mi pasaporte de tantas rutas recorridas,
tantas cosas hechas humo, chimeneas urgidas
por el empuje de la gloria,
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sin embargo,
parte de la rabia y parte del dolor han sido míos
y cuando me vaya a caminar
las calles o las hendiduras donde se ven escenas o juncos,
no pediré excepciones;
si querés vení, una ganga,
dos caminantes escuchando la desarmonía
en el aire entretejido de ramas no son presa fácil,
o son todo lo que pide el viento,
vaya uno a saber
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sí,
¡la noche!
puentes tendidos en el desierto;
sólo así sabremos de melodías
de descanso, de euforia entre los parques de logias escasas;
no por medio de las fauces de la luz,
porque ahí le pertenecemos a todo el mundo
y nuestros miembros no dan abasto
ante un bosque efusivo
y sus criaturas;
silencio ensimismado, embebido,
la noche silenciosa
que es mía;
no las otras,
las noches de otros,
donde la oscuridad es la muerte
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sin excepción:
en la noche nos abruma y nos enciende
una bravura,
simple y llanamente,
una bravura
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por mirarme,
porque nunca vas a decir todo?
dios mío
estoy sentado,
sé que es la silla la que tiembla
sufrís? agarrá tu
motivo hacete
cargo y piel
claramente,
lo mejor es la obsesión del cuerpo
por desgastarse
lento,
lento
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tarde de espejo:
teñida de polvo
extraído de esquirlas
que yendo y viniendo,
a través de los milenios,
se juntan y separan
proclamas,
he olvidado las proclamas
que sostienen una vaga invitación,
a pesar de que no queremos la gloria,
de no escribir palabras de amor,
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El vacío
Como me llevaba con la bicicleta hasta Conesa, no me hice
ningún problema a priori. Vendría a buscarme por la esquina
de Alvear y Boulevard Buenos Aires, por la tarde, y llegaría-
mos apenas oscurecido el mundo.
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Pero bueno, era viernes y dejé todo listo para volver a traba-
jar el lunes. Sin máquinas que se desborden por ausencias, sin
mascotas que cuidar y casi sin comida guardada, porque com-
pro día a día mi alimento, irse por ahí era una cosa fácil. Mi
trabajo me permitía faltar de vez en vez, pero me gustaba mi
trabajo: o hablaba con gente que no le interesaba demasiado lo
que estábamos hablando, o salvaba a alguna persona de que la
mataran en su propio barrio. Así de extremo podía ser. Ese era
su atractivo. Desorden. Eso, me gusta el desorden.
No me iba a retirar por mucho tiempo, pero la verdad es
que no sabía cuánto tiempo me tomaría encontrarme con estas
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Era muy estimulante andar por la ruta solo, con los cami-
nos de estrellas marcados en el cielo como lentejuelas borrachas.
La calzada se sentía lisa, casi sin agujeros, e iba moviendo mis
piernas con método, sin ir a lo loco. Luego de recorridos unos
15 kilómetros encuentro un bulto grande al costado de la ruta,
y gente hablando a voces. Vi sus siluetas mientras estacionaba
la bicicleta contra un alambrado al costado de la ruta. Estaban
reunidos, con luces tenues dentro de una casa rodante, los tres:
El sabio chino Confucio, el gran poeta Odysseas Elytis, y el otro
gran poeta y viejo ladino, Charles Bukowski. Me sorprendió
verlo al viejo borracho con sus ojos de ranura de alcancía.
– Que hacés mirando, pasá – dijo el sabio chino.
Estaban tomando dos bebidas de origen puramente ame-
ricano: fernet y Coca Cola. Como yo no bebo alcohol, los
miraba hacerlo.
Viejos locos: desierto, niebla, frío, casi a oscuras. ¿Qué de-
cirles si son referentes del pensamiento universal?
Odysseas apenas hablaba. Sentado solo, bebía y respondía a
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honesto, sino de mi propia época y paso por este lado del lugar
llamado “el espacio tiempo que me tocó vivir”. Para los demás,
trato de comportarme de manera en la que no se me observe
demasiado. Trato de que mis movimientos sean medidos. ¿Para
qué generar impaciencias innecesarias y tener a las miradas so-
bre mí y el dedo señalando? Todo lo que se logra siendo insensa-
to es que a uno lo miren con cara de “perdonavidas”, y como si
estuvieran palmeándole la espalda diciendo “ey, nene, ¿no estas
grande para eso?”. Hay que ahorrarse esos momentos. Y aunque
creo que si alguien no tuvo nunca algunos retazos de insensatez
realmente nunca estuvo vivo, no hay que dar el brazo a torcer.
Vestirse con las mejores ropas y pedir la opinión acerca de la
imagen que proyectamos. Dejar que se dicten juicios de valor
acerca de nosotros, que la vara sea creada por otros. Una buena
manera de hacer esto práctico es dar alegría y comodidad al pró-
jimo. Y así. Pero, siendo brutalmente franco, para mí mismo,
para mi interior y espíritu, eso me importa muy poco y creo que
el verdadero gusto esta en hacer que gusten de uno y al mismo
tiempo correr hasta enloquecer. Pero, ¿qué ocurre con los que
no somos seductores, los que no tenemos el toque, los que deja-
mos de pedir una tregua porque hay una guerra en marcha, que
es una guerra que no existe, no porque realmente no exista, sino
porque no puede probarse? Estos especímenes nos dedicamos a
tener encuentros imposibles e indeseables, o todo lo contrario,
a dejarnos hallar por incertidumbres. Ilusos de los despojos del
mundo que son el combustible de funcionamiento de los juegos
de la locura, y bien sabemos que la locura no juega.”
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