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ADICCIÓN: UN SILENCIO QUE HABLA EN ACTO

¿Qué hay detrás de las adicciones? Siempre habrá de fondo una historia en la que el
protagonista pudo, puede, elegir otro final.

La realidad es que históricamente hemos sido testigos de los estragos que puede causar en
lo individual, incluso en lo social: los profesores de sociales y humanidades podrían
ayudarnos aquí para contarnos como incluso se han utilizado para poder ganar algunas
guerras o han servido de pretexto para levantar muros. Sin embargo, pese a la información
existente y la connotación y significación negativa que tiene la noción de adicción, en la
actualidad estamos presenciando un incremento en el número de personas que sufren algún
tipo de adicción, teniendo cada vez un mayor número de opciones de estímulos o acciones a
los cuales hacerse adictos; no sólo hablamos, por tanto, de consumo de sustancias tóxicas,
sino también de prácticas y conductas que son perjudiciales, que tienen efectos similares a
los generados por una droga. Es también importante señalar y recordar que las adicciones
no solamente afectan a la persona adicta, tienden a arrastrar con ellos emocionalmente a
todos ellos para quienes son significativos.

Desde el campo de lo psicológico encontramos diferentes teorías y marcos de explicación


que nos permiten entender, nunca justificar, la presencia de este fenómeno. Desde un marco
neuropsicológico, el consumo de drogas o las conductas adictivas activan áreas cerebrales
vinculadas al placer, el relajamiento y/o la euforia, de ahí la compulsión de las personas a
mantener y prologar ese estado. Sin embargo, incide también en la función que juegan los
neurotransmisores, impidiendo y limitando el proceso de sinapsis entre neuronas, lo que
afecta la capacidad de aprendizaje y el desarrollo de la inteligencia; aspecto interesante que
los defensores del consumo de ciertas sustancias, curiosamente, nunca refieren.

Desde una perspectiva conductual, el estímulo o conducta de adicción funcionan como un


reforzador, lo que hace que se mantenga e incremente la conducta. Esta situación pone de
relieve que en la vida de los adictos no existen otro tipo de reforzadores que pudieran
motivar la presencia de otras conductas.
El Psicoanálisis podría ofrecernos una lectura desde diferentes nociones, tales como
fijaciones en la etapa oral y/o anal, compulsión a la repetición, pulsión de muerte, falta,
entre algunas otras que podríamos referir y que no profundizaremos aquí por su
complejidad teórica.

Sin embargo, es una práctica común de los psicoanalistas el poder jugar con las palabras,
con el lenguaje, para poder hacer una interpretación que devele algo oculto, latente. En este
sentido, podemos encontrar en la adicción el juego “a-dicción” considerando la “a” como
un prefijo de negación y a “dicción” en su etimología vinculada a decir, de tal forma que
adicción podría significar “no decir” o “lo no dicho”. Así, podríamos señalar que existe en
el adicto algo que no se ha dicho, que no ha podido ponerse en palabras, que inquieta, que
genera angustia, que duele…y que la adicción puede silenciar, ocultar, al mismo tiempo
que genera una posibilidad de escape y fuga para su sentir.

Muchos adolescentes y jóvenes, como nuestros alumnos de CCH, sus adicciones revelan y
develan un dolor que pasa, principalmente, por el abandono y la falta de afecto parental, así
como por la privación y limitación económica, como sus causas principales. Aspecto que la
sociedad en general, lejos de ser un apoyo, buscan obtener un provecho económico de esta
situación: siempre habrá, cercanas a toda escuela de nivel medio superior, negocios que
fomenten la adicción o gente que busque llevarlos a desarrollar vicios aprovechándose y
obteniendo diferentes tipos de beneficios de ellos a partir de su fragilidad emocional. Así,
pueden ser adictos de consumo, a sustancias, cigarros y alcohol, por ejemplo, o a
conductas, como videojuegos o a relaciones destructivas por referir algunas. El caso de los
docentes adictos refleja otro tipo de vacíos: frustración, insatisfacción, falta de afecto o
reconocimiento, problemas económicos, entre otros, con la salvedad de que, teórica e
hipotéticamente, cuentan con mayores recursos psicológicos para hacer frente a sus
problemas y buscar una forma de ponerlo en palabras y, así, salir de ellos. Pueden buscar
ayuda profesional o apoyo de gente cercana a ellos, condiciones con las que no cuentan
muchos alumnos, aunado a su incapacidad para poder reconocer su adicción.

Es aquí donde la escuela se convierte en el espacio que sirve de medio para lograr que las y
los estudiantes encuentren un apoyo y puedan ser canalizados a las áreas correspondientes,
internas o externas, que les proporcionen ayuda para su problemática situación. De ahí la
importancia de generar y construir espacios en el aula en los que cada alumno y alumna
puedan sentir la confianza suficiente para poder decir y ser escuchados, con profesores con
la capacidad de poder identificar y reconocer a alguien con problemas o situación de riesgo
con relación a las adicciones.

Nuevamente, ante la falta de respuesta y acciones de la sociedad en general, corresponde a


las instituciones académicas brindar alternativas de solución a problemas que afectan no
sólo a la comunidad, sino a todos en lo general. En este sentido, la Universidad siempre
tendrá mucho por hacer y por decir, para acabar así con la “a-dicción”. Somos, en muchas
ocasiones, la última o la única opción para salvar a un miembro de la comunidad; actuar
con la finalidad de ayudar, entonces, será una decisión ética y en pro de la vida ¿alguien no
lo cree?

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