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Las manzanas de oro

Hasta ahora había llevado a cabo diez trabajos, pero como Euristeo pensaba que la
muerte de la Hidra y la limpieza de los establos de Áugeo no habían seguido sus reglas,
envió al héroe a realizar un nuevo trabajo. Ahora debía viajar hasta los confines del mundo
conocido para traerle las manzanas de oro de las Hespérides o «damas de la noche», que
eran las hijas del titán Atlas, el cual vivía en el límite occidental del mundo y sostenía sobre
sus hombros la bóveda celeste. Todas ellas vivían cerca de su padre, en un jardín guardado
por un dragón de 100 cabezas llamado Ladón. Allí estaban las manzanas que Hera había
recibido de Gaya como regalo de boda.
Hércules no sabía dónde estaba el jardín y estuvo vagando por el lugar un tiempo.
Aconsejado por dos ninfas, consultó al dios marino Nereo, que podía adoptar cualquier
forma cuando huía de un enemigo. Tras sucumbir a la presión de los brazos de Hércules y
pasar por todas sus formas posibles, el dios se rindió y le dijo dónde se encontraba el jardín
de las Hespérides.
Después de viajar un largo tiempo y pasar una serie de aventuras, Hércules llegó a
Egipto. Allí se enfrentó a la hospitalidad traicionera del rey Busiris, que en cierta ocasión
había pedido consejo a un oráculo para combatir la sequía que causaba hambruna en su
tierra. Frasio, el adivino, le había dicho que la hambruna terminaría si el rey sacrificaba cada
año a un extraño en honor a Zeus.
Busiris siguió el consejo e intentó matar, entre otros, a Hércules. Pero, cuando el rey
alzó el hacha de los sacrificios, el mango se rompió y mató al propio rey, a su hijo y a todos
los sacerdotes presentes.
Cuando finalmente llegó al jardín, Hércules le pidió ayuda a Atlas, que gustosamente
fue a buscar las manzanas mientras el héroe sostenía momentáneamente la bóveda celeste.
Pronto regresó con las manzanas de sus hijas y, como no le gustaba sostener el firmamento
sobre sus hombros, se ofreció a regresar a Micenas y entregar personalmente las manzanas
a Euristeo tras el fatigoso viaje. Pero Hércules no perdió la cabeza y alabó la iniciativa de
Atlas, tras lo cual le pidió que le pusiese bien la bóveda sobre los hombros con un
almohadón para no hacerse daño. Atlas accedió a su deseo y sujetó la bóveda, momento
que aprovechó Hércules para agarrar las manzanas y despedirse del gigante iniciando el
camino de regreso a Micenas, donde le presentó las manzanas a Euristeo.

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