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Unidad II Keynes

Keynes desarrolla una crítica a la teoría del equilibrio, es decir, la crítica a la afirmación de que un
sistema competitivo, dejado a sí mismo, readquiere automáticamente la plena ocupación de los
factores productivos disponibles y, en particular, del factor trabajo. Keynes trato de demostrar la
posibilidad de un equilibrio con desocupación. El estímulo a un tratamiento de tal genero provenía,
de los fenómenos que a escala mundial se habían producido a consecuencia de la gran crisis iniciada a
últimos del 1929 que había convulsionado a todos os países industrialmente adelantados. Las
visitudes de la crisis arrojaban muchas dudas sobre la afirmación de la teoría tradicional según la cual
el sistema tiene una tendencia permanente a la plena ocupación; tal teoría, venia desmentida por la
existencia de una amplia desocupación y sobre todo por la dificultad existente de reabsorberla,
dificultades que inducían a pensar que la plena ocupación no fuera necesariamente una característica
del estado de equilibrio de un sistema económico.

La teoría clásica de la ocupación:

Criticas a las ideas clásicas

-Lay de Say

-Libre decisión de trabajar.

-Equilibrio automático

-Función del dinero

-Mirada a largo plazo.

La teoría clásica sostenía que la renta que corresponde a la plena ocupación es una renta siempre
posible, en el sentido de que existe siempre para el sistema la posibilidad de conseguir en forma
autónoma un equilibrio en el cual los factores disponibles estén plenamente ocupados.

La segunda afirmación es que existen en el sistema mecanismos que siempre tienden a conseguir
aquella posición de plena ocupación, de la cual se ha demostrado la posibilidad. La primera
afirmación se basa en la llamada “Ley de Say” que afirma que la oferta crea siempre su propia
demanda. Sea cual sea el nivel de producción, el valor de la demanda no puede ser inferior y es
exactamente igual al valor de los bienes producidos, o sea la oferta, Se admite naturalmente, que
puede producirse fenómenos de superproducción parciales o fenómenos de sub producción
parciales, pero se niega que puedan existir fenómenos de superproducción general y que puedan
darse niveles de producción y de renta de acuerdo con los cuales la demanda global sea insuficiente
con respecto a la producción efectuada.

Para el específico problema del equilibrio de plena ocupación conviene subdividir la demanda global
en dos componentes: demanda de bienes de consumo y demanda de bienes de inversión. La
demanda para el consumo no proporciona nunca problemas particulares: los problemas comienzan a
surgir a propósito de la demanda para inversiones. Esta última, deriva de aquella parte de la renta
que, por no haber sido destinada al consumo, viene definida como “ahorro”. Se trata de ver i existe
algún mecanismo que asegure siempre la igualdad entre la parte ahorrada y la inversión. En opinión
de los economistas ortodoxos, tal mecanismo existe y depende del tipo de interés. Se sabe que la
conveniencia de una inversión viene dada por el mercado comparando el tipo de rendimiento de
dicha inversión con el tipo corriente de interés. La inversión es conveniente cuando el tipo de
rendimiento es, por lo menos, igual al tipo de interés. Es obvio que, si el tipo de interés disminuye,
resulta conveniente un mayor número de proyectos de inversión y, que, por ello, a una disminución
del tipo de interés corresponde a un aumento en el volumen de inversiones. La teoría imagina que las
inversiones son particularmente sensibles a los movimientos de interés para las cuales existe siempre
un nivel del tipo de interés, aunque sea muy pequeño, a partir del cual el volumen de inversión está
en condiciones de absorber cualquier nivel de ahorro, por elevado que este pueda ser. La teoría
clásica afirmaba no solamente que la renta de plena ocupación es siempre una renta posible sino que
esta renta es,, la renta de equilibrio en el sentido de que el mercado tiende siempre a conseguirla
espontáneamente. Es decir se afirmaba que si el salario se mantiene igual al valor de la productividad
marginal del trabajo, o sea, el valor de la producción realizada por el último trabajador ocupado, hay
siempre un incentivo a ocupar todas las unidades de trabajo disponible. De este modo, el problema
de la desocupación venia explicado recurriendo únicamente a la existencia de fricciones y de
interferencias en el mecanismo competitivo. Si existen obstáculos que impiden al tipo de interés
moverse libremente, si los sindicatos piden retribuciones inadecuadas a la productividad marginal del
trabajo correspondiente a la plena ocupación, entonces, y solo entonces, puede haber fenómenos de
desocupación.

Teoría Keynesiana:

Su margo general:

- No matematiza
- Importancia de las cs políticas
- Corto plazo
- Escribe para contextos de crisis
- No interés en la asignación eficiente de los factores
- Crecimiento de la demanda efectiva
- Tiempo histórico dinámico.

Keynes se apartó de la teoría clásica porque sostenía que estos autores solo se fijaban en una
situación especial: el pleno empleo. Keynes por el contrario creía en la posibilidad de otras
situaciones muy diferentes y que una teoría auténticamente general no debe prescindir de ellas. La
teoría económica del siglo XIX había considerado como “datos” el nivel de empleo, el de la renta y el
de la actividad económica, y solo se interesaba por los problemas de la distribución de la renta;
Keynes, en cambio, creía que la misión del economista debía consistir ante todo en determinar cuál
puede ser, en cada momento el nivel de todas esas variables (actividad, renta y empleo), y que era
preciso estudiar toda clase de situaciones, tanto de subempleo como de pleno empleo, y formular
una teoría valida en todas ellas.

Esto llevo a Keynes a una nueva concepción del equilibrio económico. Para los autores anteriores, el
paro obrero era la manifestación de un desequilibrio existente en el mercado del trabajo, en cambio,
Keynes consideraba que el paro podía ser permanente y el subempleo perfectamente compatible con
una situación de equilibrio. Para el, el equilibrio se realizaba siempre que la oferta y la demanda
globales de mercancías se igualaban entre si. Ahora bien, puede suceder que la demanda sea muy
débil y la oferta se adapte a ella, aun permaneciendo a un nivel muy inferior al potencial técnico de
producción; en esta situación, una parte de la fuerza de trabajo disponible queda sin emplear. Esta es,
para Keynes, la situación de “equilibrio de subempleo”.

El gran problema, para él, es el cómo puede realizarse un equilibrio de este tipo en un sistema de
capitalismo avanzado, como era la economía británica de su tiempo. Para ello, había que explicar

1) De que depende el nivel de empleo.


2) Cuáles eran las principales características de la economía en su tiempo.

¿De que depende el nivel de empleo?


Para Keynes, el nivel de renta nacional depende, de la demanda efectiva. En efecto, las rentas son la
retribución de unos esfuerzos que tienden a satisfacer unas demandas. El nivel de la renta nacional
depende, pues, de dos grandes categorías de gastos: gastos de consumo y gastos de inversión.
La renta nacional depende del volumen de dos categorías de gasto: los de consumo, que depende de
la propensión a consumir (es decir la disposición psicológica que nos incita a gastar una fracción más
o menos grande de nuestra renta), y los de inversión, que se llevan a cabo mientras exista una
diferencia entre la eficacia marginal del capital y el tipo de interés.
El empresario que se dispone a hacer una inversión y desea calcular la eficacia marginal del capital,
hace el recuento de todo lo que espera obtener del mismo a lo largo del periodo en que será
utilizable. El total representa sumas que sean percibidas poco a poco y que por tanto tienen un valor
actual muy reducido. Este valor actual es el que el empresario toma en cuenta para calcular el tipo del
rendimiento que espera de su inversión. La eficacia marginal del capital no es el tipo real del
rendimiento de los capitales, sino el tipo esperado expectante por el empresario.
La eficacia marginal del capital es el primero de los dos términos de comparación que el empresario
toma en cuenta para invertir; el segundo es el tipo de interés. Un empresario no se decide a invertir
sus fondos líquidos a no ser que el tipo de interés a que los preste sea inferior al rendimiento que
espera obtener de su inversión. El tipo de interés es la tercera variable independiente del sistema de
Keynes; pero en realidad, esta variable no es completamente independiente puesto que Keynes
indica los factores que pueden hacerla variar: la preferencia de liquidez y el volumen de la circulación
monetaria.
Para Keynes, en contra de lo que pensaban los clásicos, el interés no es el precio del ahorro y el
ahorro no puede ser estimulado directamente por el alza de interés. Keynes lo considera como un
simple residuo de consumo y declara que su montante es función solo de la renta distribuida. Cada
uno de nosotros considera que su renta ha de procurarle cierto número de satisfacciones y solo se
decide a ahorrar cuando estas han quedado aseguradas y el consumo suplementario que podría
efectuar no le daría ya sino satisfacciones de intensidad muy débil. A medida que su renta aumenta,
ahorra con más facilidad. La elevación del tipo de interés no es un estímulo para el ahorro. El hecho
de que el tipo de interés se eleve no nos incite a ahorrar más.
El interés, no es el precio del ahorro, sino la suma que el empresario paga a los capitalistas para
hacerles renunciar a la liquidez, es decir, a la forma monetaria del ahorro. En efecto, la liquidez ofrece
muchas ventajas. Confiere a los poseedores de ahorro en forma de dinero la posibilidad de elegir el
mejor momento y el mejor modo de colocación. Cualquiera que renuncie a ella pierde este derecho
de elegir y es lógico que nadie renuncie sin una compensación. Por tanto, el tipo de interés es un
precio que depende, en primer lugar, de una propensión psicología: la mayor o menor preferencia de
liquidez.

Además de este primer factor de determinante del tipo de interés existe otro: el volumen de dinero
en circulación. Cuando dicho volumen aumenta, el tipo de interés tiende a disminuir.
El nivel de empleo depende del juego de las variables que acabamos de enumerar, pero no del nivel
de los salarios: en una industria determinada, la baja de salarios, al reducir los costes, puede ser
estimulante: por el contrario, considerando el conjunto de la economía (desde un punto de vista
macroeconómico) una baja de los salarios produce una disminución de las rentas disponibles para el
gasto y, por tanto, tiende a deprimir el nivel de empleo y de la actividad.
En oposición a los clásicos, Keynes creía que el nivel de empleo, en vez de depender de los salarios,
determinaba su montante.

Explicación de la crisis:
Crisis del 29:

- Estancamiento
- Capacidad ociosa
- Alto desempleo
- Sobre oferta
- Insuficiencia de la demanda
- Desigualdad social
- Inversiones especulativas
- Temor político: Nazismo
- El salario no es un Costo es consumo. El empleo está en función del PBI.

El conocimiento de estas variables ayuda a comprender la explicación que Keynes da a la


“paralización del crecimiento a que asistía la economía británica de su tiempo.
Esta economía se caracterizaba por la insuficiencia de la demanda efectiva. Esta insuficiencia se debía
a múltiples causas, pero tres de ellas asumen, en el modelo keynesiano, particular importancia: la
progresiva disminución de la propensión marginal a consumir, el decrecimiento de la eficacia
marginal del capital y por último el exceso de preferencia de liquidez.

1) La causa principal es la constante disminución de la propensión marginal a consumir. En toda


economía progresiva, pensaba Keynes, la renta distribuida tiende a aumentar. Ahora bien, cuando
esto sucede, la porción que consagramos a los gastos de consumo también aumenta, pero en menor
proporción. En efecto, los nuevos gastos de consumo que se ponen a nuestro alcance procuran
satisfacciones cada vez menores; el ahorro se facilita cada vez más. Esto se cumple sobre todo en una
sociedad capitalista, en que la distribución de la renta tiende a hacerse cada vez más desigualmente.
En estas condiciones, el consumo de las clases pobres tiende a aumentar poco, porque su renta se
incrementa poco, en tanto que las clases privilegiadas, cuya renta aumenta más de aprisa, siente cada
vez menos interés por las satisfacciones derivadas de un aumento de sus gastos de consumo; por ello,
la porción de su renta que sustraen al consumo tiende a ser cada vez mayor.
Keynes atribuía a esta ley de la propensión marginal a consumir decreciente una importancia
fundamental. Al disminuir la renta la propensión a consumir se eleva y se puede conseguir un
equilibrio, pero que será un equilibrio con sub empleo.

2) La baja relativa de los gastos de consumo, producida por la disminución de la propensión a


consumir no puede, según Keynes compensarse con un aumento de los gastos de inversión, porque la
segunda característica de la economía de nuestros tiempos es una baja progresiva de la eficacia
marginal del capital que actúan sobre la incitación a invertir.

Esta baja está ligada a la disminución de la propensión a consumir. Los empresarios, al aumentar más
lentamente los gastos de consumo, dudan de la posibilidad de vender fácilmente y a precios
remuneradores y en definitiva anticipan menores beneficios. La eficacia marginal de los nuevos
capitales invertidos disminuye, a medida que aumenta el stock de capital acumulado.

3) Por otra parte, la eficacia marginal del capital no es el único factor de la incitación a invertir: esta
última depende de la diferencia existente entre la eficacia marginal y el tipo de interés, diferencia que
tiende a disminuir progresivamente, no solo por el descenso continuado de la eficacia marginal, sino
también por la tendencia del interés a mantenerse a un nivel demasiado elevado. Ya sabemos que el
tipo de interés, es el precio de nuestra preferencia a conservar en forma líquida una porción de
nuestro patrimonio. La consecuencia es que cuando la eficacia marginal del capital desciende
demasiado, el volumen de la inversión disminuye.

En resumen Keynes opinaba que la economía contemporánea estaba condenada a conocer una
insuficiencia crónica, y cada vez más grave de la demanda efectiva en sus dos componentes demanda
de consumo y demanda de inversión, debido a las leyes mismas de funcionamiento de la economía y
no a contingencias históricas. Según Keynes, la economía contemporánea tiende no al hundimiento,
sino más bien a la mediocridad y al estancamiento “oscila alrededor de un punto intermedio,
sensiblemente inferior al pleno empleo y sensiblemente superior al empleo mínimo, por debajo del
cual la misma existencia del sistema se vería en peligro!.

La política Keynesiana:

Según el, los principales procedimientos para luchas contra la depresión o el estancamiento son los
siguientes.
a) Ante todo, es preciso adoptar una política monetaria que favorezca la expansión de la economía,
es decir, introducir en la corriente circulatoria una abundante cantidad de dinero, renunciar al patrón
oro si constituye un obstáculo para esta política y mantener el tipo de interés a un nivel lo más bajo
posible.

En efecto, esto puede, por una parte compensar el exceso de la preferencia de liquidez y por otra,
provocar su disminución ya que tal política puede producir una cierta depreciación de la unidad
monetaria; Remedio posible a través de un aumento de la oferta monetaria.

Todo incremento de la circulación produce un aumento de la demanda efectiva, que repercute más
sobre el nivel de la producción y de la actividad que sobre los precios. En principio, mientras exista
paro, un aumento de la cantidad de dinero no producirá ningún efecto sobre los precios: todo
incremento de la demanda efectiva que resulte de él se tradujera en un aumento proporcional de
empleo. Una vez alcanzado el pleno empleo, serán los salarios y los precios los que se eleven en
cuantía proporcional al aumento de la demanda efectiva. La oferta de mercancías permanece
perfectamente elástica mientras hay paro y se vuelve rígida una vez que se alcanza el pleno empleo.
No puede haber inflación con sub empleo.

b) Keynes creía que, para compensar la influencia depresiva que la baja de la inversión privada ejerce
sobre la renta global y sobre el empleo, la inversión pública debe ser aumentada El estado debe
acometer grandes obras públicas. Aunque parezcan inútiles para la colectividad, pueden al menos
servir para dotar a los obreros nuevamente empleados de un poder de compra. Para Keynes, las
grandes obras públicas producen nuevas distribuciones de rentas, que pueden sacar a la economía
del atasco, haciendo aparecer nuevas demandas.
c) Keynes deseaba además, una política de redistribución de la renta, en beneficio de las clases más
“gastadoras”. Pedía la eutanasia de los rentistas; por el contrario, se mostró favorable a los
asalariados y a los empresarios que procede a grandes inversiones; deseaba ante todo, que las
grandes firmas no cayeran en manos de individuos con espíritu de pequeños rentistas. Lo que le
preocupaba era el subempleo y no la injusticia del sistema de distribución; o al menos; la mala
distribución le inquietaba solo en la medida en que, indirectamente podía provocar una disminución
del empleo. No opuso ningún reparo a que el pleno empleo se lograra a costa de una baja en los
salarios reales de los asalariados.
d) Por último, Keynes propugnó una vuelta a la política proteccionista. Admiraba de los mercantilistas
no tanto su proteccionismo como su deseo de producir un aumento de la renta nacional por media de
la abundancia monetaria y la baja del tipo de interés. Sin embargo, también defendió el
proteccionismo aduanero, por ser en ciertos casos un medio de elevar el nivel del empleo: cuando un
país que padecer paro cierra sus fronteras para dar trabajo a sus obreros y permitir la creación o la
supervivencia de empresas que producen a un coste más elevado que en el extranjero, tal política no
es irracional. En realidad, ese país no hace un mal uso de sus fuerzas de trabajo disponibles: las pone
a trabajar, en vez de conservarlas en la inacción y gana con ello. Así pues el razonamiento
librecambista solo tiene validez en un supuesto especial, el de pleno empleo.
Sin embargo no puede decirse que impliquen un hundimiento o desnaturalización del capitalismo.
Keynes solo pensaba en reformarlo, a base de modificar su estructura con medida de detalle. La
propiedad privada se mantiene, la libertad no sufre mermas importantes, no se piensa en dirigismos
o planificaciones sistemáticas, ni en importantes reformas estructurales.
Denuncio sobre todo, una tarea del capitalismo, la insuficiencia de la demanda efectiva: que se debe
principalmente a la insuficiencia de la inversión.

Keynes ha orientado a nuestros contemporáneos hacia la “macro economía”, o sea hacia el método
que busca las condiciones del equilibrio general, no en el estudio de las conductas de las pequeñas
unidades económicas, sino en las variaciones de ciertas cantidades globales. Keynes no se interesa
por los problemas a largo plazo.

Soluciones a la crisis
1) Redistribución del ingreso
2) Aumentar eficacia marginal del capital: disminuyendo la tasa de interés.
3) Inversión publica.
4) Política monetaria expansiva: más inversión
5) Políticas proteccionistas: más trabajo.

Para Keynes la macro economía para que sea aplicable e intelegible necesitaba definirse en el
corto plazo y reducir toda la economía a muy pocas magnitudes. El énfasis de Keynes en el corto
plazo coincidía con el interés de los responsables de la política económica, cuyo horizonte
temporal es siempre inmediato. El modelo keynesiano vino a destruir la validez lógica de los
modelos del siglo xix, donde por una parte se estudiaban los precios e ingresos relativos, en
función de los datos reales de la economía y por otra se determinaba el valor del dinero, o nivel
general de precios, en función de la cantidad de dinero y otros parámetros monetarios. Keynes
rompió la dicotomía, al determinar un precio relativo, la tasa de interés, en el mercado monetario.
Esto no podía sino invitar a un tratamiento de equilibrio general. Keynes no suponía rigidez
descendente de salarios y precios, sino solo baja flexibilidad; los mercados para Keynes emiten
señales de precios erróneas, tales como tasas de interés muy altas o precios de los bonos muy
bajos, de manera que los mercados no se equilibran al nivel de pleno empleo.

KICILLOF

Kicillof explica que hubo una generalizada acusación de inconsistencias en la Teoría General de la
ocupación, el interés y el dinero de John Maynard Keynes. Y explica que esta acusación de
inconsistencia sirvió para justificar primero la conservación arbitraria de las partes “correctas” de la
obra, para luego abandonarla casi por completo. Todo el misterio se aclara cuando se tiene en
cuenta que la absorción de los aporte de Keynes estuvo principalmente en manos de sus adversarios,
es decir, de los economistas pertenecientes a la escuela teórica que él criticaba y pretendía
desplazar.
El tipo de políticas públicas que Keynes defendió era moneda corriente en las década del 30,
incluso respaldadas por algunos de los más renombrados economistas ortodoxos. El libro de Keynes
publicado en el 1936 no puede ser considerado como la fuente de inspiración de las políticas
“keynesianas” que venían desarrollándose hacía ya algunos años.
Fue un teórico capaz de captar algunos aspectos salientes de la metamorfosis que atravesó el
capitalismo y en particular, el Estado capitalista.
Las teorías de Keynes representan un consciente esfuerzo del autor por retratar aquellos cambios
profundos que, a principios de siglo XX, modificaron de cuajo a la fisonomía del sistema
capitalista. La Teoría General es un libro que expresa una necesidad más amplia: la de romper con
la hegemonía de la economía ortodoxa. Esta necesidad trascendía sus propias motivaciones, estaba
dada por el clima de época, era alentada por un numeroso grupo de economistas del mainstream que
encontraban poco satisfactorias a la teoría heredada y se tropezaba con la futilidad de sus recetas.
La Teoría General, es pues la manifestación de una crisis en la teoría económica ortodoxa en el
marco de las más grandes crisis del sistema capitalista.
Primero, Keynes había sido uno de los discípulos directos y dilectos de Alfred Marshall y era,
además, el heredero de una de sus cátedras den Cambridge; Marshall por su parte era uno de los
economistas más reconocido de su época y el representante más calificado de la economía oficial.
Con Keynes la crítica de la teoría ortodoxa salió de la pluma de un converso.
En segundo lugar, durante los años previos a la publicación de su libro, Keynes había llegado a
algunas conclusiones que ocuparon luego un lugar de privilegio en su Teoría General: por una
parte, en diversos escritos e intervenciones públicas afirmó que en el curso del cambio de siglo el
mundo había sufrido una decisiva transformación y que debido a esos cambios las naciones
capitalistas de Occidente corrían el peligro de ser sepultadas por el curso de la historia. La
percepción de este peligro inminente se convirtió en uno de los motores subjetivos de su producción
teórica. Por otra parte, Keynes estaba convencido de que, aunque la situación histórica era delicada,
se presentaban en el horizonte algunos remedios sumamente efectivos. Su principal reproche a la
teoría económica ortodoxa (a la que llamó “teoría clásica”) se ubica en este eje: dicha doctrina había
sido concebida para una etapa histórica que ya había concluido, “razón por la que sus enseñanzas
engañan y son desastrosas sin intentamos aplicarlas a los hechos reales”.
El diagnóstico de Keynes sobre la situación económica fue tomando una forma a lo largo de un
período que estuvo plagado de sucesos históricos tan truculentos como novedosos. La secuencia
comienza con el estallido de la Primera Guerra Mundial y de la Revolución Rusa. Continúa luego
con los agudos desarreglos monetarios y los inéditos conflictos obreros a escala internacional de la
década del 1920; y termina con la hecatombe social desencadenada por la Gran Depresión de la
década de 1930. Ante cada uno de estos acontecimientos Keynes tomó posición públicamente e
intentó mostrar que todos ellos eran diversas manifestaciones de los cambios económicos más
profundos que estaban ocurriendo en el sistema.
Abandonando el espíritu de su época, aludió en todas sus intervenciones públicas y artículos, al
peligro inminente de un derrumbe terminar, que podía acabar con el capitalismo en Occidente. En
las consecuencias económicas de la paz de 1919 sostuvo que “las clases trabajadoras pueden no
querer seguir más tiempo en tan amplia renuncia, y las clases capitalistas, perdida la confianza en el
porvenir, pueden tener pretensión de gozar más plenamente de sus facilidades para consumir
mientras ellas duren y de este modo precipitar la hora de su confiscación”.
Cuando en 1923 escribió sobre las causas de inflación y la deflación que azotaron a los principales
países de Europa, abogó en favor de una gestión científica de la moneda, argumentando que
“debemos liberarnos del profundo recelo que existe ante la idea de permitir que la regulación del
patrón de valor sea objeto de una decisión deliberada. No podemos permitirnos por más tiempo
dejarlo en la misma categoría que el clima, la tasa de natalidad y la Constitución, cuya característica
distintiva es que provienen –en diverso grado- de causas naturales o que son el resultado de la
acción separada de muchos individuos que actúan independientemente, o cuyo cambio requiere una
revolución”
En 1930 en un artículo sobre la Gran Depresión, declaró que “ha de ser dudoso que los ajustes
necesarios puedan hacerse a tiempo para evitar una serie de quiebras, suspensiones y cancelaciones
que sacudirían el orden capitalista en sus fundamentos. Aquí existiría tierra fértil para la agitación,
sediciones y revolución. Ya es así en muchas partes del mundo”. En la Teoría General, por último,
Keynes mantiene exactamente la misma línea argumental: “en verdad el mundo no tolerará por
mucho tiempo más la desocupación que, aparte de breves intervalos de excitación, va unida al
capitalismo individualista de nuestros tiempos”.
Estos pasajes ilustran el diagnóstico de Keynes acerca de la delicada situación que atravesaban
entonces los países capitalistas. Sin embargo, no debe pensarse que por esto para Keynes el colapso
final del sistema fuese un desastre inevitable. Al contrario, podría decirse que su posición era
optimista, pues tenía la convicción de que sobre la base de una adecuada percepción de lo que en
realidad estaba ocurriendo podía concebirse e implementarse ciertas medidas que resultarían en
exceso drásticas y dolorosas para algunos, pero que eran necesarias para resguardar e incluso
reformar el sistema capitalista.
Cuando la “teoría clásica” le tocó enfrentarse con los novedosos fenómenos económicos de
principios del siglo XX, como la inflación desatada, la deflación violenta y la desocupación crónica,
llegó, en base a su aparato conceptual a conclusiones decepcionantes. El empleo de sus
herramientas teóricas anacrónicas obligaba a adjudicar todas las catástrofes a la operación de dos
fuerzas que con su accionar impedían la operación plena y virtuosa de las leyes económicas
automáticas del mercado: se trataba de dos fuerzas, el Estado y los trabajadores organizados. De
este modo, cuando llego el turno de lidiar con la inflación de la posguerra y cuando sobrevino la
depresión, la ortodoxia defendió la aplicación de las tradicionales políticas contractivas,
encaminadas a reducir el gasto público, restringir el crédito y la liquidez y a presionar para que se
produjera una reducción generalizada de los salarios.
Tanto en un contexto de inflación como de alta desocupación, la contracción es la panacea de la
ortodoxia, porque supone que cuando el mercado actúa por sí mismo es infalible; de modo que la
respuesta consiste en evitar toda intromisión en sus mecanismos.
Keynes consideraba en cambio, que todos estos intentos ortodoxos estaban en el fondo destinados a
restituir las condiciones económicas del pasado, haciendo caso omiso de las transformaciones
recientes. Afirmaba el autor que el Tesoro y el Banco de Inglaterra estaban aplicando las viejas
recetas ortodoxas, “basadas en el supuesto de que los ajustes económicos pueden y deben efectuarse
por medio del libre juego de las fuerzas de la oferta y la demanda. El tesoro y el Banco de Inglaterra
creen todavía que las cosas que se seguirían en el supuesto de libre competencia y movilidad del
capital y el trabajo ocurre de nuevo en la vida económica de hoy”. Otro tanto decía sobre la recesión
y el desempleo: “la respuesta ortodoxos consiste en echarle la culpa al obrero por trabajar
demasiado poco y ganar demasiado” y sobre esta base se proponía “aplicar la presión económica e
intensificar el desempleo por medio de la restricción del crédito, hasta que los salarios sean forzados
a la baja. Este es un camino odioso y desastroso”.
Para Keynes la renovada capacidad del Estado para intervenir en la economía no debe
tomarse como una malformación ni como una desgracia, sino que es uno de los productos
genuinos e irreversibles del proceso de transformación económica que estaba en curso.
Los instrumentos y poder que había recaído en manos del Estado, según Keynes, eran parte del
remedio y no de la causa de la enfermedad. Oponerse a los cambios como hacía la ortodoxia era
inconducente, muestra de conservadurismo. Para Keynes además el socialismo no ofrecía una vía
intermedia, no era necesario que los procesos de transformación económica y social fuesen cambios
radicales, tomando forma de un proceso revolucionario.
El objetivo explícito de Keynes, era el de contribuir a la construcción de un capitalismo que, a
través de novedosas y potentes formas de intervención estatal, lograra superar los desagradables
efectos secundarios del pasado.
Tanto su diagnóstico como sus propósitos lo impulsaron a desarrollar una labor crítica destinada a
subvertir los fundamentos teóricos de la teoría clásica.
La contribución más importante de Keynes en la Teoría General es por un lado, su agudísima crítica
a la economía clásica y, por el otro, la búsqueda de unos fundamentos teóricos distintos a los que
ofrece la ortodoxia.
Desarrollo de la Teoría General conformada por tres segmentos expositivos distintos: 1) la crítica a
la ortodoxia, 2) la construcción de un sistema económico, y por último 3) la búsqueda de los
nuevos fundamentos teóricos que dan sustento conceptual a ese sistema.
Fue precisamente la ortodoxia, atacada en la obra de la Teoría General, la que selecciono las partes
potables del argumento de Keynes.
Los resultado de la crítica de Keynes
La Teoría General entonces contiene, además de un “modelo”, una feroz crítica a la ortodoxia y
propone también un juego de nuevos fundamentos teóricos; estos tres elementos se encuentran
férreamente conectados entre sí.
La Teoría General debe considerarse como la expresión de una crisis teórica no resuelta, que se
manifestó violentamente en el primer tercio del siglo XX, cuando la teoría clásica resultó por
completo inadecuada para comprender, reflejar y más aún hacer frente a las transformaciones del
sistema capitalista; se aferró en cambio al antiguo dogma ortodoxo.
Sin embargo lo único que se conservó en el marco de la teoría oficial fue su “modelo”, un modelo
que proporcionaba un marco conceptual adecuado para discutir las formas y efectos de la
intervención del Estado.
El modelo de Keynes proporcionaba las bases necesarias para debatir las consecuencias que se
derivaban del uso de los nuevos instrumentos económicos con los que contaba el Estado después de
la Guerra y la caída del patrón oro: es decir, la emisión de moneda inconvertible y un presupuesto
mucho más abultado que permitía realizar gasto público a gran escala. Esto no significaba, que la
teoría clásica estuviera dispuesta a reconocer la conveniencia de aplicar siempre políticas
monetarias y fiscales expansivas, sino que simplemente se veía obligada a aceptar que estas
herramientas existían en la práctica.
La selección selectiva y limitada de los aportes de Keynes no fue gratuita. Una vez descartada la
parte crítica y los fundamentos de la Teoría General, con el propósito de recoger el modelo de
determinación del volumen de ocupación, el mainstream se vió obligado a sacrificar su propias
unidad, debió desgarrar su cuerpo en dos ramas, la microeconomía y la macroeconomía.
En la esfera de la microeconomía, el mainstream atesoró su vieja doctrina ortodoxa y remitió la
nueva discusión sobre la determinación del empleo al nuevo campo, el de la macroeconomía, donde
comenzaron a debatirse, fundamentalmente, las modalidades y los efectos de la intervención del
Estado en la política económica.
De la fisonomía dual de la síntesis neoclásica a la crisis teórica presente
A diferencia de la “revolución marginalista” de finales del siglo XIX, que destronó del sitial de la
ortodoxia a la economía política ricardiana, su declarado rival, y que consiguió imponer un nuevo
cuerpo doctrinario, la revolución “keynesiana”, en cambio, no desembocó en la sustitución de un
sistema teórico por otro novedoso y distinto, sino que se resolvió a través de una “síntesis”. Resulto
en una fractura al interior de la teoría dominante: los componentes marginalistas originales
quedaron confinados a la esfera de la microeconomía mientras los supuestos aportes de Keynes
escogidos e “interpretados” por la propia ortodoxia fueron a dar al compartimento de la
macroeconomía.
Aunque en la enseñanza oficial se disimule, la microeconomía y la macroeconomía básicas
disponen de teorías distintas para explicar distintas para explicar los determinantes del nivel de
empleo, de la tasa de interés, de los precios, de la inversión y el ahorro, y así de seguido.
Las edades del capitalismo
Keynes toma las conclusiones de Commons sobre que éste autor “ha sido uno de los primeros en
reconocer la naturaleza de la transición económica cuyas primeras fases estamos viviendo ahora,
distingue tres épocas, tres órdenes económicos, en el tercero de los cuales estamos entrando”
La primera etapa se llama la “era de la escasez”, se extiende desde la aparición de la especie hasta
el siglo XV o XVI, es el largo período previo al surgimiento del capitalismo. La humanidad se vio
aquejada por privaciones materiales. Políticamente los individuos tuvieron que someterse al control
extremo por parte de los gobernantes, gozando un mínimo de libertad. El siglo XVII inauguró la
segunda etapa, y a ésta la llama la “era de la abundancia”. Por medio de innovaciones técnicas,
la especie avanzó extraordinariamente multiplicando la capacidad productiva de su trabajo. Durante
el siglo XVIII este proceso se aceleró aún más; pero la cúspide del desarrollo se alcanzó solo cien
años después. Desde el punto de vista político, “en el siglo XIX esta época culminó gloriosamente
con las victorias del laissez – faire y del liberalismo histórico”. Es una etapa de opulencia
económica que se distingue por la mayor liberad del individuo y el mínimo control por parte del
Estado. La ideología laissez faire, el liberalismo a ultranza se identifica con la culminación de la
era de la abundancia. A principios del siglo XX, la era de abundancia choca con sus propios
límites. Se inaugura entonces una tercera época, llamada por Keynes como “período de
estabilidad”. Es el comienzo de un nuevo orden económico en que la libertad individual, comienza
a ser restringida por la aparición de sanciones gubernativas pero principalmente sanciones
económicas.
Keynes sostiene que el mundo atraviesa una etapa inestable, característica del período de transición
entre la era de la abundancia y la de la estabilidad. Así el capitalismo individualista y el laissez faire
característico de la era de la abundancia deben hacer crisis. Este cuadro tiene Keynes en mente
cuando califica las propuestas de los conservadores de desgraciadas e inefectivas, alegando que son
la consecuencia de seguir insistente y rigídamente aferrados a los principios económico y morales
de una época que ya está clausurada.
El mundo está ingresando en una etapa en la que el Estado deberá ejercitar un grado mayor de
intervención, pero sobre todo, se tratara de una intervención cualitativamente distinta. El socialismo
y el fascismo calificados por Keynes como aberraciones o sobrerreacciones ante la inestabilidad que
se abrió paso luego del agotamiento de la era de la abundancia.
El fin de la abundancia exige la búsqueda de un nuevo equilibrio entre la libertad individual y la
intervención del Estado, de ahí su calificación de “era de estabilidad”. No se trata de la libertad total
del individuo ni del control pleno por parte de la autoridad, sino que la evolución histórica
conducirá a un punto medio entre ambos extremos.
¿Cuáles son las causas económicas ocultas de la Primera Guerra Mundial? Tramos finales de la era
de la abundancia y las causas de su crisis, también sus éxitos. Antes de 1870 Europa se abastecía a
sí misma, a partir de ese momento el crecimiento de la población obligo al recurrir a la producción
exterior para satisfacer sus necesidades alimenticias. La población crecía sostenidamente: la
productividad del trabajo era también creciente y aumento de la población económicamente activa
era retribuido con un volumen de producto por habitante siempre en aumento.
Durante un tiempo el descubrimiento de renovadas fuentes de recursos naturales permitió posponer
el conflicto latente de los frutos decrecientes de la producción y el ascenso acelerado de la
población con sus consiguientes necesidades en aumento. La era de abundancia prosperó hasta su
apogeo. Finalmente, el desfasaje entre necesidades crecientes y productividad decreciente estalló, a
la vista de todos en la Primera Guerra Mundial. Keynes observa que los síntomas de este conflicto
latente tomaron formas más o menos visibles mucho tiempo antes.

Keynes intenta mostrar el modo en que se fueron manifestando, aun los años previos a la primera
guerra estas dos tendencias contrapuestos en la vieja Europa. El problema económico se fue
profundizando: la cantidad de bocas y brazos comenzó a crecer a una tasa cada vez mayor. El
acelerado desarrollo económico de Alemania brindo el sustento material para el crecimiento. En estas
condiciones fue capaz de expandir su capacidad productiva y de conseguir a cambio del excedente los
medios de conseguir, a cambio del excedente, los medios de subsistencia que provenían del exterior y
se distribuían mediante el libre comercio mundial. La orbita industrial alemana colocaba productos y
capitales y brindaba un mercado que podía absorber la producción del resto de Europa. Pero además
de este factor Keynes menciona dos aspectos centrales en la forma de reproducción de la economía
europea de pre guerra. Para sostener el ritmo de crecimiento los capitalistas debían acumular riqueza
e invertirla productivamente. Esta capacidad de ahorro se sostenía a su vez, en una marcada
desigualdad en la distribución de la riqueza. Las diferencias de ingreso eran tolerables en la medida
en que los capitalistas destinaran su excedente a la acumulación y no al disfrute. Esta elevada tasa de
ahorro no era producto de un capricho, de una moda sino el resultado de las condiciones económicas
de la época, el pastel era realmente muy pequeño en relación con el apetito de consumo y si se diera
participación a todo el mundo nadie mejoraría gran cosa con su pedazo. El capital excedente que
producía Europa y colocaba en el mundo era además una condición para sostener su propio equilibrio
económico ya que la potencialidad del crecimiento reposaba en la adquisición de alimentos
provenientes de américa. De esta manera el excedente tomaba la forma de capital disponible para
ser invertido en el exterior, pero también se convertía en productos elaborados destinados al
intercambio por materias primas.

El detonante se encontraba en el grado de desarrollo de los países incorporados en la última oleada al


sistema: en las naciones de ultramar la población también crecía a una tasa acelerada de manera que
se requería para su propio sustento una proporción cada vez mayor del producto de sus tierras. El
excedente exportable de la periferia se iba extinguiendo. Con el paso del tiempo también América se
vería sometida al problema económico: el conflicto entre el crecimiento poblacional y los costos
crecientes de alimentación en términos de trabajo. Los términos de intercambio, antes favorables
para Europa, cambiarían su signo. La guerra no hizo más que sacar a plena luz, dramáticamente, la
acción concurrente de estos factores que desempeñaban lentamente su invisible tarea. Cuando la
tendencia se consolido y finalmente la población supero a la capacidad de producción de alimentos
baratos, la antigua era de la abundancia colapso.

Durante el primer tercio del siglo xx el mundo estaba transitando hacia la tercera fase. A primera vista
la era de la abundancia se había agotado para siempre a fines del siglo xix y a partir de ese momento
solo podría esperarse que las necesidades de una masa multiplicada de población choquen
irremediablemente con la barrera impuesta de la productividad decreciente de su trabajo.

Para Keynes la crisis y el estancamiento son fenómenos solo transitorios y las calamidades que de
ellos se derivan podrían mitigarse siempre y cuando la enfermedad sea diagnosticada y tratada con
los remedios adecuados. Nada se gana aplicando las anticuadas recetas, tal vez efectivas para la etapa
anterior pero impotente y nociva para el devenir de nuevos acontecimientos.
Sin embargo Keynes era optimista con relación a que consideraba que en un futuro no muy lejano
esto se podía solucionar con la expansión de la técnica y el crecimiento de la población. Una vez
alcanzado el nuevo equilibrio se iniciaría la etapa de estabilidad a la que corresponde otra forma de
intervención del estado pero también una teoría económica distinta. Puede ponerse asi a la crisis del
siglo xx en su justo lugar: la turbulenta transición es atribuirle al dolor del reajuste de un periodo
económico a otro.

Si la escasez de los medios de vida provoco la guerra, los efectos de las nuevas técnicas tampoco
fueron agradables. Cuando finalmente la capacidad productiva del trabajo logro avanzar, las viejas
instituciones propias de la era de la abundancia no tuvieron la flexibilidad suficiente para adaptarse al
cambio en las condiciones económicas y los economistas teóricos tampoco contaron con la agudeza
que necesitaban para percibir esa misma transformación. El incremento de la eficacia técnica ha
tenido lugar a mayor velocidad que la que desarrollamos para tratar nuestros problemas de absorción
del trabajo; la mejora del nivel de vida ha sido un poco demasiado rápido, los sistemas monetarios y
bancarios del mundo han estado impidiendo que el tipo de interés disminuya con la rapidez necesaria
para el equilibrio.

Esto significa que las instituciones y las ideas no habían logrado adaptarse a las nuevas condiciones.
El centro de las dificultadas se instala el elevado nivel de la tasa de interés como resultado de los
manejos propios de un vetusto sistema monetario y bancario. Keynes creía estar observando un
desfasaje similar al problema económico pero de sentido inverso: en la primera década del siglo xx los
medios de vida resultaban insuficientes para una población en crecimiento y este fue el
desencadenante oculto de la guerra. Sin embargo, una vez que la nueva técnica revolucionario los
métodos de producción de alimentos y se difundieron en la industria buena parte de la población se
quedó sin empleo.

Se produjo un paro tecnológico, es decir que el desempleo debido a nuestro descubrimiento de los
medios para economizar el uso del factor trabajo sobrepaso el ritmo con el que podemos encontrar
nuevos empleos para el trabajo disponible.

Si antes sobraba población y faltaba alimento, ahora la producción requiere menos mano de obra
dando lugar a un novedoso tipo de desempleo: el desempleo tecnológico. Ambos factores, el carácter
anacrónico del sistema monetario, que se traduce en un nivel demasiado elevado para la tasa de
interés, y el elevado desempleo se mencionan de manera separada. No existe aún un sistema teórico
que ligue ambos síntomas. ( Luego se va a dar en la teoría general)

Auge y caída de la doctrina Laissez-faire

La era de la abundancia comenzó en el siglo XVII pero alcanzo su grado más alto de desarrollo a fines
del siglo XIX. Es también la etapa de auge, según Keynes, del capitalismo individualista y de la doctrina
de laissez faire.

Para Keynes el motivo último del predominio del principio de laissez faire se encuentra en la situación
histórica particular en la que fue propuesto, es decir, el apogeo de la edad de la abundancia. Estas
ideas se adecuaban perfectamente a las necesidades de aquellos tiempos, por un motivo sencillo: sus
prescripciones favorecían abiertamente a los intereses de la fuerza social dominante.
Durante la guerra se produjo la socialización de la producción, para Keynes fue un resultado
automático, un cambio necesario en la nueva edad a la que el capitalismo estaba ingresado. Al
“socialismo de guerra”, que consistió en que una porción antes inconcebible de la organización del
proceso económico quedan en manos del estado, hay que sumar la evolución de la empresa privada.

El desarrollo espontaneo de la economía había desembocado en la creación de empresas gigantescas


que alcanzaron dimensiones nunca vistas y posiciones semi monopolistas. La dirección de la firma ya
no respondía ni podía responder debido a su tamaño a los intereses directos de los accionistas
individuales, obsesionados únicamente por acrecentar sus ganancias inmediatas. Este cambio
significa el fin para el capitalista individual, protagonista del siglo xix. La concentración de capital y la
aparición de grandes monopolios producen una reparación tajante entre la propiedad y la gestión de
la empresa.

La socialización de la producción termino con el capitalismo individualista de la era de la abundancia,


y por tanto, con las premisas de la teoría económica a ella asociada, entre las que se mencionan aquí
a la libre competencia, la movilidad del capital y del trabajo. Queda así expuesto que el triunfo del
laissez faise se explica del mismo modo que su fracaso, ambos provienen de la relación entre teoría,
idelogoia y época histórica.

Keynes en la teoría general intenta ligar los fenómenos particulares que analiza con las
transformaciones económicas, pero además y por sobre todo reconoce el carácter histórico de las
diversas teorías. El capitalismo no presento, a lo largo de los siglos, una fisonomía estática e
inmutable. Al contrario, la sociedad atravesó en su desarrollo por distintas etapas. Hay una historia
del capitalismo que merece ser estudiada y conceptualizada. Tanto el fracaso como el triunfo de las
teorías sociales se encuentran condicionadas por ambas circunstancias: su relación con los
fenómenos económicos y con los intereses de las fuerzas dominantes.

La era de los escases fue sucedida por la era de la abundancia cuya finalización abre paso a una
conflictiva etapa de transición. Sin embargo, según Keynes el futuro cercano le depara a la humanidad
una nueva edad de estabilidad. Hasta tanto el cambio se desenvuelva por completo, la sociedad
estará condenada a atravesar una etapa afectada por el desempleo tecnológico crónico. Ahora bien,
ni la teoría económica desarrollada en el siglo xix ni sus recomendaciones serán capaces de dar una
respuesta efectiva para estos padecimientos transitorios.

Antes que nada salta a la vista que el supuesto clásico de pleno empleo de los recursos disponibles no
puede formar parte del sistema teórico en la nueva situación histórica: “mucha gente está intentado
solucionar el problema del desempleo con una teoría que se basa en el supuesto de que no hay
desempleo. Por lo tanto la tarea no consiste en hallar una explicación para el desempleo agudo
asociado a las crisis más pronunciados del ciclo de negocios, sino que la teoría económica debe ser
capaz de dar cuenta del desempleo en una nueva etapa caracterizada por la presencia casi
permanente de capacidad ociosa en el equipo de capital y por el desempleo involuntario de una
porción significativa de los trabajadores en activo.

Keynes denomina teoría general de la ocupación a una explicación capaz de echar luz sobre las causas
que llevan a que la economía funcione en estado de equilibrio con capacidad ociosa y mano de obra
desempleada y que, sin embargo, no cuenta con fuerzas que la empujen hacia la recuperación, pero
tampoco cuesta abajo. Es una teoría de carácter general, porque puede también explicar con los
mismos instrumentos el caso del pleno empleo. El desempleo crónico no puede representarse como
un estado de desequilibrio porque de ser asi habría una tendencia marcada para que el sistema
abandone esa posición. Sin esta imprescindible actualización, la teoría clásica estará condenada a
ofrecer recetas impotentes cuando enfrenta el desempleo crónico. Keynes sostenía que el deber de
ordenar el volumen actual de inversión no puede dejarse con garantías de seguridad en ano de los
particulares.

El estado debe tener participación directa en la gestión del capital concentrado y acelerar su ritmo de
crecimiento de manera consciente. El supuesto clásico del pleno empleo es la primera y mas
despótica atadura de la que debe emanciparse la teoría económica. La situación real de la economía
se aleja de ese mundo ideal: la subutilización del equipo y el desempleo se convirtieron en una
situación casi permanente y no se observan tendencias automáticas hacia la recuperación ni al
colapso. El desempleo debe entonces representarse en la teoría como una situación característica del
equilibrio estable, no como una situación transitoria de desequilibrio.

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