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Un convento es un lugar lleno de pureza y beatitud.

Aún recuerdo aquel día en que descubrí que


mi vocación era entregarme a Dios y disponerme a él como medio para ayudar a esta humanidad
en busca de ayuda. Fue una decisión difícil, puesto que no tuve las mismas experiencias que una
adolescente normal; nunca tuve un novio, ni salí con mis amigas de fiesta, ni nada de lo que hace
un adolescente común. Y a pesar de esto no me importo porque mi camino era Dios.

Todas las semanas llegaba una nueva hermana a nuestro convento y bajo las órdenes de mi
superiora la hermana María, yo tenía que recibirlas y darles un recorrido hasta llegar a su
dormitorio.

—¡Hermana Lucía! —grita mi superiora — Necesito saber qué tan eficiente eres con nuestras
novicias. Hazme el recorrido como si yo fuese una de ellas.

—Si señora —. Empiezo a hacer el recorrido hasta que llegamos a la zona de lavandería.

—¿Cuál es el proceso de lavada? — pregunta

—Se debe configurar la lavadora en la opción 3 y esperar hasta que el agua llene hasta el tope
determinado. Después se le agrega el jabón junto con la ropa y… —soy interrumpida en mi
explicación ya que mi superiora regó sobre mi todo un balde de agua fría.

—Ay lo siento mucho, hermana.

—No se preocupe, ire a cambiarme —. Al dirigirme a mi dormitório, la superiora me sigue y me


mira de una manera muy extraña e inusual.

Al llegar a mi habitación, veo que el habito se ha ceñido a mi cuerpo lo cual me hace sentir frío

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