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Primera Palabra.
Padre, perdónalos porque no saben lo que hacen. (Lc.23, 34)
Colgado en la cruz, en que fuiste clavado, las llagas atormentan todo tu cuerpo; la
corona de espinas martiriza tu cabeza; tus ojos están llenos de sangre; tus manos y
tus pies heridos están traspasados por los clavos y sólo para respirar tienes que
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levantarte haciendo fuerza sobre ellos; tu alma es un mar de desolación, de tristeza
de abatimiento.
Y tus enemigos bajo la cruz se gozan, bromean, blasfeman seguros que Dios esté
de su lado. ¿Cómo es posible tanta maldad Señor? ¿Por qué no te enojas? ¿Por qué
no vas a destruir este producto de tus manos que se ha transformado en similar
maldad? Ah Señor ¡qué desesperación furiosa nos tendría a nosotros oprimido el
corazón!
Ah Señor yo habría hecho de todo para librar mi puño de los clavos, para
maldecirlos y golpearlos: Y tú ¿cómo contestas? “Padre, perdónalos porque no
saben lo que hacen”. No, es verdad que no saben, lo saben muy bien, es que no
quieren saber, no quieren convertirse a la novedad que tú Jesús has manifestado.
Es mucho mejor, es mucho más sencillo, crucificarte que convertirse a tu amor.
También nosotros, Señor Jesús sabemos, lo conocemos todo nuestro pecado, es que
no queremos convertirnos a tu amor.
Qué tu amor incomprensible pronuncie también sobre mis pecados la palabra del
perdón: Padre, perdónalo, no sabe lo que hace. Sí, yo lo sabía, lo sabía todo, es
que todavía no conocía tu amor.
Ésta es la verdad, conozco así poco tu amor que continuo en mis pecados. Señor
Jesús no te canses de interceder por mí, y sobre todo, hazme descubrir un poco
más de tu infinito amor, de manera que cuando yo rece tu oración, aprenda un poco
más a ser misericordioso y a perdonar a los hermanos porqué yo he experimentado
tu amor, tu perdón, tu misericordia.
Perdónanos Padre para que aprendamos a perdonar a los que nos ofenden. Amén.
Segunda Palabra.
En verdad te digo: hoy estarás conmigo en el paraíso (Lc.23, 43).
Estás en agonía; pero igualmente en tu corazón hay lugar para el sufrimiento ajeno.
Estás a punto de morir, y tienes compasión de un hombre que te han puesto cercano
porque es un criminal y quieren acabar con él. ¿No eres tú el moribundo, no eres
solo y desamparado? Y tú te preocupas por un ladrón, criminal, porque no solo
tenga misericordia, sino te acompañe en el encuentro con tu Padre, verdadera
primera flor y testimonio de lo que sólo la misericordia de Dios logra hacer.
¡Un ladrón es el que te acompaña en tu regreso adonde tu Padre!
Señor como soy pobre en este momento, como soy miserable...te lo confieso
Señor, ¡a mi casi no me gusta este derroche de misericordia tuya! Me parece que
no baste, según mi pobreza y torpeza de corazón, que uno se convierta en el
patíbulo, al último momento, ¡para robarse el paraíso!
Ha sido un ladrón y ahora se está robando el paraíso. Mientras tú por lo contrario,
das la sentencia de absolución sin apelación. Y esta gracia transforma el fuego del
infierno en llama resplandeciente del amor divino. Sólo tú Señor, sólo el corazón
divino puede inventar eso. ¡Oh abismo de la misericordia de Dios! ¡Oh ríos del
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agua viva que hasta el último instante logran a lavar la mancha y a transformar el
corazón del hombre!
Para mi Señor y para tu Iglesia, te pido el don de tu corazón para que nunca yo
pierda la valentía de proclamar siempre tu misericordia...de manera que, aunque
encuentre el peor de los criminales, sea yo instrumento de tu misericordia para
que él pueda gritarte: “Señor acuérdate de mí cuando estarás en tu reino”.
Y que siempre, Señor Jesús, yo me acuerde de tu misericordia y de cuanto a mi me
has perdonado para que también yo sepa ser misericordioso con los demás.
Tercera Palabra.
Mujer, he ahí a tu hijo. – Hijo he ahí a tu madre (Jn.19, 26-27).
Cierto Señor que a tu mamá no le ahorraste nada. No es que ser la madre del
Salvador le haya rebajado algo sobre las dificultades y sufrimientos de la vida.
Por lo contrario, desde el comienzo, una espada ha empezado a traspasarle el alma.
Y cuando te dijeron “ahí tienes a tu madre y a tus hermanos que te están
esperando” tú contestaste: ¿Quién es mi madre y quiénes son mis hermanos? Los
que hacen la voluntad de mi Padre, estos son mi madre y mis hermanos” Y María
es verdadera madre no porque te ha dado a luz, sino porque más que nadie te ha
acogido en la fe y más que nadie siempre hizo la voluntad de tu Padre hasta a
declararse esclava: Aquí estoy: soy la esclava: hágase en mí según la voluntad de
Dios.
Y ahora ella está de pié a los pies de la cruz, sin saber nada del futuro, ella no sabe
que tú vas a resucitar, sólo sabe que allí está su hijo crucificado, el único justo, el
hijo de Dios, que está muriendo como el peor de los malhechores. Y ella continúa
a proclamar su– HAGASE TU VOLUNTAD, y de esta manera te engendra de la
forma definitiva… para siempre.
Mujer ahí tienes a tu hijo; hijo ahí tienes a tu madre: La revelación de este don-
entrega reciproca entre Juan y María, consiste en esto: tú Señor Jesús, en el
momento más solemne y dramático de tu vida, desde lo alto de la cruz, entregas
como testamento tuyo, lo más precioso que tienes: el hermano al hermano y yo,
para mi hermano tengo, que ser como una madre. Este es tu mandamiento: ámense
unos a otros como yo les he amado.
María se propone como el modelo insuperable de acogida del hermano, porque allí
al pié de la cruz empieza la maternidad universal de María.
Acabado con su hijo, que ha llevado hasta al don total del amor en la cruz, ahora
continúa con nosotros y con cada hombre, ayudándonos a crecer en edad, en
sabiduría y en gracia delante de Dios y de los hombres.
Jesús te suplicamos: dile a tu Madre mirando a nosotros: “Mujer, he ahí a tu hijo,
de manera que nos ayude a crecer como tú y nos ayude a transformarnos a
imitación suya, en madre amorosa para los hermanos necesitados y desamparados.
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Cuarta Palabra.
Dios mío, Dios mío ¿por qué me has abandonado? (Mt.27, 46).
¡Jesús! logro entender que aquí estamos en la cumbre de tu pasión, de tus
sufrimientos y como, después de esto, morir sea casi un descanso, una liberación
esperada.
Los enemigos muestran toda su maldad, ¡aquí se puede bien sondear el abismo de
maldad de que es capaz el corazón del hombre! Tus enemigos no sólo quieren que
tú mueras, sino que tú mueras con la conciencia de ser un malhechor, y que tu
Padre, en que confiabas, te ha totalmente rechazado.
Ellos ven que has derramado mucha sangre, que tú vida se va acabando y por eso
levantan su blasfemia y su desafío no más contra ti, sino contra tu Padre: “Ha
puesto su confianza en Dios, si Dios lo ama que lo salve, él mismo dijo: soy hijo de
Dios”. Jesús ¿qué ha pasado en tu corazón en este momento? ¡Cuánto, como
“hombre de dolores familiarizado con el sufrimiento,” has esperado, anhelado una
contestación de parte del Padre! En esto momento mientras tus enemigos están bien
seguros que Dios esté de su lado, tú experimentas la lejanía de Dios, y llevas el
peso de la maldición del pecado hasta gritar “Dios mío, Dios mío ¿por qué me has
abandonado”?
Y en este grito desgarrado, que parece perderse en el silencio y olvido, haces tuyos
todos los gritos desesperados que desde Abel hasta al último de los hombres, se
levantan a Dios para gritar contra la maldad que les ha quitado todo: dignidad,
esperanza y vida.
Y tu Padre, que en este momento se queda en silencio y que parece desinteresarse
de la suerte de la humanidad, contesta a todos con tu resurrección. Siempre él ha
sido a tu lado, como nunca jamás se ha olvidado de nadie y a todos les contesta,
dándoles la vida que tú nos has merecido con tu muerte en cruz.
Sólo tú Jesús podías aguantar una prueba tan inmensa, sólo tú podías recorrer este
camino, ahora tenemos una cosa bien clara: no hay ningún abismo desde el cual no
se pueda clamar a tu Padre, no hay ninguna desesperación que no se convierta en
súplica y no entre en el corazón de tu Padre y encuentre su respuesta amorosa.
¡Gracias Jesús por habernos abierto el camino!
Quinta Palabra.
Tengo sed.
El evangelista san Juan, quien oyó esta palabra, así comenta: “Sabiendo Jesús que
ya todo estaba cumplido, para que se cumpliera la Escritura, dijo: ¡Tengo
sed!”.Cuando estabas en Jerusalén, durante una fiesta de tu pueblo, exclamaste con
voz poderosa:”El que tenga sed venga a mí. Pues el que cree en mí tendrá de beber
como dice la Escritura “de él saldrán ríos de agua viva”.
Tú que has quitado la sed a la humanidad ahora tienes una sed inextinguible. Sí
Señor, claramente tú tienes una gran sed física,...la sangre derramada, la fiebre
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altísima que te quema...pero tienes una sed todavía más inagotable: tú tienes sed de
mi contestación, tienes sed de mi amor.
Sólo después que te has entregado totalmente, en el último momento de tu vida,
como si fuera un anhelo, una última declaración de amor, tú me manifiestas tu sed
de mí, sed de mi amor que conteste al tuyo no con palabras sino con los hechos,
con una entrega total que conteste a la tuya.
La medida de tu amor fue un amor sin medida, así quieres que también yo me rinda
por fin a tu amor.
Y a través de mi quieres que tu reino empiece a manifestarse en el mundo. “He
venido a traer fuego a la tierra y ¡cuánto desearía que ya estuviera
ardiendo!”(Lc.12, 49). Señor quiero de verdad, con toda mi vida, contestar a tu sed
esparciendo el fuego de tu amor.
Sexta Palabra
Todo está cumplido (Jn.19, 28).
Si, oh Señor, dijiste una última grande verdad: Todo, verdaderamente todo, se ha
cumplido. Y si a los ojos de la carne y del mundo, todo aparece como un fracaso
total, una ruina irremediable, por lo contrario, terminar tu vida como siempre la
viviste en la fidelidad y en el amor, es una apoteosis, un triunfo, un verdadero éxito.
Ya de este momento en adelante, el grano de trigo caído en el suelo empieza a
llevar sus frutos, ya empieza la cosecha del Reino de Dios.
¡Oh Señor! ¿Cuándo lograré comprender esta ley de tu vida y, por lo tanto, de la
mía? ¿La ley que hace de la muerte, vida; de la abnegación, dominio de sí mismo;
de la pobreza, opulencia; del sufrimiento, gracia; de la cruz, gloria? ¿Cuándo
lograré comprenderlo, Señor?
¡Sí! Tu cumpliste perfectamente la misión confiada por tu Padre, bebiste el cáliz
que no tenía que ser alejado, padeciste una muerte horrible. Está cumplida la
salvación del mundo; la muerte quedó vencida; el pecado aplastado; abierta la
puerta de la vida; alcanzada la libertad de los hijos de Dios;
¡Ahora puede por fin soplar el torbellino del Espíritu! Ahora, por fin, la humanidad,
librada de las tinieblas y de toda esclavitud, toma su rumbo hacia Dios.
Que también yo pueda decir algún día, en el atardecer de la vida: “Todo está
cumplido. Cumplí la obra que me confiaste” Esto sería mi verdadero éxito, mi
plena realización, la gloria imperecedera, la apoteosis de mi vida. ¡Concédemela tú
Señor por los meritos de tu pasión!
Séptima Palabra.
“Padre, en tus manos entrego mi espíritu” (Lc.23, 46)
Hay quien dijo que tu moriste como un desesperado porque gritaste “Dios mío,
Dios mío porque me has abandonado” olvidándose que tus últimas palabras son
Padre, en tus manos, entrego mi espíritu”.
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Padre, ¡sólo y siempre Padre! Este es el único punto firme: por la última vez como
hombre exclamas ¡Padre! En tus manos. No las garras crueles y cínicas del
destino, sino las amables y fuertes manos del Padre. Todo lo das, lo entregas al que
todo te dio. Todo lo depositas, sin garantía ni restricción, en las manos de tu Padre.
Lo que constituía el peso de tu vida, tuviste que cargarlo tú solo, ahora lo depositas
en las manos de tu Padre, junto con tu vida. Estas manos cargan todo muy bien, con
mucha dulzura: manos de madre. Ahora nada pesa, todo se hace suave, todo es luz
y gracia, todo es seguridad, al abrigo del corazón de Dios todo toma su pleno
sentido.
Ahora las lágrimas son de alegría, y todo sufrimiento se cambia en gloria. En este
preciso momento se cumple la salvación de la humanidad: en este preciso momento
en el nombre de Jesús se dobla toda rodilla en los cielos, en la tierra y en los
abismos, y toda lengua proclama que Jesucristo es el Señor para gloria de Dios
Padre (Fil. 2, 10-11).
Oh Jesús, ¿Entregarás también algún día mi pobre alma y mi pobre cuerpo en las
manos del Padre? Desde ahora y con todo mi abandono contigo repito: Padre en
tus manos entrego toda mi vida.
AMEN.