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Los casos de abuso sexual cometidos por miembros del clero de la Iglesia

católica hacen referencia a una serie de condenas, juicios e investigaciones sobre casos y


crímenes de abuso sexual infantil cometidos por sacerdotes y miembros del clero católico en
contra de menores de edad, que van desde los 3 años, e involucran, en la mayoría de los
casos, a niños y adolescentes de entre 11 y 14 años de edad.1 Estos crímenes pueden
incluir sexo anal y/o penetración oral.2 Los casos han sido documentados y denunciados ante
las autoridades civiles de varios países, resultando en la persecución de los pederastas y
demandas civiles contra las diócesis de la Iglesia católica. Muchos de los casos salen a la luz
pública varias décadas después de los hechos. Las demandas ante las autoridades han sido
hechas también contra la jerarquía católica, quien en muchas ocasiones obstaculiza las
investigaciones, además de no reportar y de hecho encubrir a los sacerdotes pederastas,
trasladándolos de las parroquias para evitar su detención y juicio.

El mismo juez que había dictado la prohibición, decidió permitir la venta


del libro ‘Dejad que los niños vengan a mí’ del periodista Juan Pablo
Barrientos.

La Fundación para la Libertad de Prensa celebró la decisión, considerada


como una censura previa.

Jonathan Bock, coordinador del Centro de estudios de libertad de


expresión FLIP, indicó: “El libro se puede vender. Mañana va a ser el
lanzamiento en la ciudad de Medellín y esperamos que el juez falle de
fondo la tutela”.

Barrientos fue el encargado de anunciar la noticia a través de su perfil en


twitter. La orden inicial de la prohibición fue el resultado de un fallo de
tutela, interpuesta por uno de los sacerdotes mencionados en el texto,
que es una investigación que reúne la historia de 18 sacerdotes
denunciados por presuntos actos de pederastia y que vinculan a por lo
menos 25 víctimas en Colombia.
Hay apenas 57 procesos penales contra sacerdotes por pederastia, la
mayoría en Antioquia. En una celda de la cárcel de Villahermosa, Cali, está recluido
William de Jesús Mazo Pérez, párroco en 2009 de la iglesia de Nuestra Señora de la
Candelaria, quien paga 33 años por violar a cuatro niños. Y en la cárcel de Manizales
permanece Pedro Abelardo Ospina Hernández, párroco de Filadelfia, Caldas, en el 2008,
condenado a 21 años por abusar sexualmente de un joven con trastorno mental moderado.

Fausto Coronel Riveros y Evelio Ortiz Macías, sacerdote y seminarista de la iglesia de


Nuestra Señora de los Dolores de Villavicencio entre 2017 y 2018, pagan 16 y 12 años en
la cárcel de la capital del Meta por la violación de un menor de 14 años, quien era acólito
de esa parroquia. 

Ellos, y decenas de sacerdotes más, hacen parte de la historia que avergüenza a la


Iglesia católica en el mundo: la pederastia, cuyo capítulo en Colombia apenas empieza
a ser develado.

El pasado 2 de mayo, después de un accidentado proceso, el arzobispo de Cali, Darío de


Jesús Monsalve, tuvo que pedir perdón a las víctimas que dejó el paso del sacerdote Mazo
Pérez por el necesitado sector de Aguablanca, oriente de la capital del Valle.

Fue un mea culpa obligado en cumplimiento de una posición judicial que está tomando
cada vez más fuerza en las cortes colombianas: que aunque la responsabilidad penal de
los sacerdotes que cometen abusos sexuales es individual, la Iglesia puede ser llamada
a responder solidariamente ante las víctimas. Precisamente, porque si los agresores no
hubieran sido religiosos, difícilmente habrían tenido acceso a quienes fueron atacados.

Toda denuncia de abuso sexual contra un miembro de la Iglesia debe ser reportada a las

autoridades penales, sin tintas medias


 FACEBOOK
 TWITTER
Es la misma línea marcada en el 2015 por la Corte Suprema de Justicia, que ratificó la
condena civil contra la Diócesis de Líbano-Honda, Tolima, por los abusos del sacerdote
Luis Enrique Duque Valencia contra dos hermanos de 7 y 8 años. Ellos fueron acogidos en
la parroquia de San Antonio de Padua porque sus padres atravesaban por una difícil
condición económica. 

“(...) No existen clérigos que se administren solos o estén por fuera de la autoridad de
una iglesia particular; es decir, de una diócesis u otra circunscripción eclesiástica que
le sea asimilable —dice esa sentencia histórica— (...) Esta particular situación jurídica
permite a una víctima de actos ilícitos o culposos cometidos por un ministro del culto
religioso en razón o con ocasión de su función, o prevalido de la posición que ocupa en esa
organización, demandar indistintamente y de manera solidaria tanto a la parroquia a la que
pertenezca el clérigo como a la diócesis”.
Hace apenas cinco días, en un paso inédito, el papa Francisco envió un mensaje 

contundente a todos sus obispos en el mundo: toda denuncia de abuso sexual contra
un miembro de la Iglesia debe ser reportada a las autoridades penales, sin tintas
medias. Es un avance clave porque la indefinición en esta materia ha sido la norma. 
Al punto que, al menos en Colombia, cada diócesis podía decidir si reportaba o no ante la
justicia ordinaria las denuncias contra sus religiosos, si bien existía la obligación de
informarle al denunciante su derecho a llevar el caso ante instancias civiles.

Reporteros de EL TIEMPO buscaron por varias regiones y en el exterior las historias que
por años estuvieron escondidas. Hablaron con víctimas e indagaron con la Iglesia sobre
los pasos que ha dado para prevenir nuevos abusos y para evitar que, como ha
sucedido, el traslado de sacerdotes de una diócesis a otra termine encubriendo el
rastro de los depredadores y generando nuevos peligros. 

De los obispos consultados, solo cinco respondieron a los cuestionarios entregados a través
de sus secretarios y jefes de prensa. Entre quienes no contestaron están los arzobispos de
Cali y de Medellín, precisamente dos de las diócesis con más denuncias.
‘Quisiera que el padre que me violó por lo menos dejara de dar misa’
‘Aún no sabemos cuántos casos de abuso sacerdotal hay en el país’
Papa Francisco ordena a la Iglesia denunciar penalmente a pederastas

Aunque, al menos desde el 2011, el espinoso tema entró en la agenda de la Conferencia


Episcopal, la curia colombiana está aún lejos de promover decididamente una revisión
a fondo de lo que sucedió en el pasado, situación reconocida por el mismo cardenal
Rubén Salazar.

“En el país no estamos capacitados todavía para hacer este tipo de investigaciones (...) Creo
que aún nosotros no somos lo suficientemente conscientes de que este es un problema que
ha afectado y sigue afectando a la Iglesia”, le dijo la máxima cabeza del catolicismo en
Colombia a este diario. 

Las cuentas que hace la Conferencia Episcopal son de cerca de un centenar de casos
denunciados. El exfiscal Élmer Montaña —quien es abogado de cuatro víctimas en
Cali— asegura que ya hay 53 procesos documentados y, al menos, otros 80 en etapas
preliminares de investigación, con víctimas que hoy tienen entre 40 y 50 años.
Esas cifras son tan solo la punta del iceberg. De hecho, la investigación por uno de los
mayores escándalos de la Iglesia en el país, el del padre Efraín Rozo, fue cerrada en el 2007
por el Tribunal Eclesiástico de Bogotá, a pesar de que el religioso —toda una figura pública
entre los años 60 y 80 por su participación en clásicas ciclísticas— reconoció en un proceso
similar en Estados Unidos haber abusado de decenas de menores.
De cara a los nuevos vientos que soplan desde el Vaticano, la Conferencia Episcopal
completa ya varias reuniones con la Fiscalía para afinar los protocolos de entrega de sus
archivos de denuncias contra religiosos por pederastia y otros abusos sexuales.

Mario Gómez, jefe de la Unidad de Infancia y Adolescencia de la Fiscalía, aseguró que se


está haciendo un barrido nacional de procesos contra religiosos y que se revisarán los casos
archivados para determinar si esas decisiones fueron ajustadas a la ley.

El Fiscal explica que ese barrido servirá para determinar si hay patrones en el accionar de
los pederastas y, además, establecer si hay responsabilidad penal de superiores que no
actuaron para detenerlos, a pesar de que tenían información de sus delitos.

El camino por recorrer para la Iglesia será largo, y el punto de partida será crear desde
adentro conciencia sobre los alcances de ese flagelo, así como reconocer que en más de una
ocasión los agresores terminaron protegidos porque los cambiaron de diócesis, no obstante
que ya había denuncias. Un pecado, el encubrimiento, que ha cobrado cabezas de poderosos
obispos en Chile, Estados Unidos y Europa.
Ya había denuncias
Un reportaje de EL TIEMPO reveló, hace dos semanas, la lista de curas colombianos que
tienen procesos de pedofilia en EE. UU. y cómo algunos de ellos regresaron sin haber
ajustado sus cuentas con la justicia federal.
Entre los condenados y procesados en Colombia hay varios que también pasaron de una
parroquia a otra, dejando una estela de víctimas. El sacerdote y profesor Jairo Alzate
Cardona murió en la cárcel La 40 de Pereira, pagando una condena de 7 años por abusar
sexualmente de un niño de 10 años en el 2011.

Pero ese no fue su primer crimen. Se había acogido a sentencia anticipada en 2002 por
abusar de una niña de 9 años y, en el 2008, fue denunciado por atacar a un niño de 11 años.
Cuando lo volvieron a capturar por nuevos cargos de pederastia, el obispado le había
permitido volver a otra parroquia como ayudante. Monseñor Francisco Arias Salazar,
entonces vicario jurídico de la diócesis de Pereira, justificó así ese hecho: “Cuando se
observó un cambio (en la vida del sacerdote) y tras la promesa firme de no volver a tener
este tipo de faltas, se le permitió ayudar en la parroquia de la Santísima Trinidad. Mientras
estuvo allí, no se recibió en la curia ninguna queja de mal comportamiento”. Todas las
investigaciones contra Alzate precluyeron en el 2015 por su muerte. 

La lista de la trashumancia de depredadores sigue. A Hernando de Jesús Ruiz Zabala,


sacerdote de Yarumal, Antioquia, lo condenaron a 70 meses de prisión en 2007 por abusar
de un niño de 5 años en un hogar de Bienestar Familiar. En 2017, apareció como asistente
del cura principal de la parroquia de San Andrés de Cuerquia, dependiente de la diócesis de
Santa Rosa de Osos, e incluso fue fotografiado en un bautismo.
Prófugo de la Interpol
Uno de los casos más graves es el del exsacerdote y profesor Danilson Mena Abadía, quien
llegó a cambiar su identidad (se llamaba Antonio José Mena Abadía) para eludir sus
procesos y así logró por décadas seguir vinculado a la actividad religiosa. 

Hay denuncias de niñas agredidas desde 1997 en Colombia, y su nombre está en una
circular roja de Interpol por una condena por violación que le impuso un juez de Nicaragua
en 2001. Apareció después en una parroquia de Bolivia, estuvo en la diócesis de Engativá,
Bogotá, donde fue denunciado por agredir a una niña de 13 años; incluso fue capturado. 

Finalmente, terminó de nuevo en Quibdó, la diócesis donde se había ordenado y donde en


2013 habría violado a otra niña, quien tuvo un hijo suyo. Lo capturaron hace medio año,
dictando clase en una universidad.

Y otra historia de escándalo es la del padre Roberto Antonio Cadavid. Él es uno de los que
están en la lista negra de Estados Unidos y logró llegar hasta una parroquia en Brooklyn,
Nueva York, con una recomendación de la Arquidiócesis de Medellín. Su vida sacerdotal
de más de 30 años está salpicada de acusaciones de pederastia. 
El obispo de Medellín, Ricardo Tobón López, ha sido cuestionado por su supuesta
tolerancia con casos como el de Cadavid y otros denunciados que han logrado seguir en el
ministerio religioso. Hay pruebas de que Cadavid habría pagado a varias de sus víctimas
para acallarlas.
En los últimos cinco años, la Iglesia en Colombia empezó a tomar medidas para tratar de
cerrarles el paso a los pederastas. Así hay dos documentos de la Conferencia Episcopal que
poco se conocen entre los colombianos y en los que se plantean medidas para prevenir e
investigar los abusos sexuales perpetrados por religiosos. 

Pero también incluyen artículos polémicos que, de alguna manera, podrían justificar
internamente por qué a probados depredadores no se les aleja de la actividad clerical.
Además, en ninguno de ellos está explícita la clara decisión de buscar, activamente, la
verdad de lo que ocurrió en el pasado.
En esos decretos diocesanos, que deben ser, a su vez, adoptados por cada obispo (que se
conozca, la única que lo ha hecho es la Arquidiócesis de Bogotá), se establece que“ningún
menor de edad podrá residir establemente en las instalaciones eclesiásticas diocesanas
o residencia de sacerdotes, a menos que exista una causa grave que lo justifique”.
También, que “ninguna persona puede servir como supervisor o acompañante de una
actividad eclesial con menores, si ha sido objeto de condena judicial por un delito que
pudiera poner en riesgo la integridad física o moral de un menor”.

Ningún menor de edad podrá residir establemente en las instalaciones eclesiásticas

diocesanas o residencia de sacerdotes, a menos que exista una causa grave que lo justifique
 FACEBOOK
 TWITTER

Los religiosos tienen la orden de “evitar situaciones de contacto físico inapropiado y el uso
de un lenguaje o expresiones inadecuados”. Y entre las medidas está el control de la
internet en despachos curales para rastrear el acceso a sitios de pornografía. 

También se ordena que cuando se traslade a un clérigo a otra circunscripción, el obispo de


la diócesis de origen deberá “informar sobre la eventual existencia de acusaciones de abuso
sexual en su contra”. Pero a la par de esas medidas de protección hay afirmaciones
polémicas. Así, es posible que un abusador vuelva al ministerio religioso, salvo que haya
amenaza inminente contra menores o “riesgo de escándalo para la comunidad”.

Igualmente, se señala que “las acciones delictivas del clérigo infractor y sus eventuales
consecuencias civiles o penales, incluido el posible resarcimiento de daños, son
responsabilidad exclusiva del acusado y no del obispo o de circunscripción eclesiástica”, en
contravía de la línea marcada por las altas cortes.
Tres pasos claves para llegar a la verdad de este flagelo

Con el acompañamiento de religiosos y voceros de las víctimas, EL TIEMPO plantea estos


interrogantes de fondo a la Iglesia católica en Colombia sobre la manera como ha
enfrentado el flagelo de la pederastia.

1. Verdad, esencial para la reparación


La Iglesia católica ha jugado en las últimas tres décadas un papel clave en la búsqueda de la
paz en el país y la defensa de las víctimas del conflicto armado. 

Sus obispos han sido también abanderados de la reconciliación a través de la verdad


ofrecida por los victimarios. Sin embargo, ese papel fundamental en la búsqueda de la
verdad de lo sucedido en la guerra no se ve cuando se trata de establecer los alcances de la
pederastia en la Iglesia. 

Más allá de la actitud abierta a recibir las denuncias, hasta ahora no se ha establecido una
ruta explícita y organizada para tratar de establecer la verdad y que haya justicia y
reparación apara las víctimas de la pederastia, sin importar los años que hayan pasado.
2. Convocar a los fieles a denunciar y prevenir

El domingo pasado, muchos curas del país les hablaron a sus fieles sobre el mensaje de
cero tolerancia a la pederastia enviado por el papa Francisco. El tema aparece con
frecuencia en las homilías, pero podrían darse pasos mucho más decididos. Uno de ellos,
convocar a los fieles en las misas a denunciar casos de abusos sexuales en las iglesias, así
como mantener publicaciones en los templos sobre la ruta de denuncia establecida por cada
diócesis. Eso no está por ahora en los planes de la curia.

3. Lupa a los delitos conexos

Otro frente es la investigación contra los que por acción u omisión permitieron que
sacerdotes abusadores siguieran activos a pesar de denuncias previas. Que se conozca, no
hay hasta ahora ningún proceso interno por este asunto. Y no hay datos consolidados de los
casos contra miembros de órdenes religiosas, pues estos no dependen de la Conferencia
Episcopal.

Participaron en este reportaje multimedia: Marta Elvira Soto, Carol Malaver, Carolina
Becerra, María Camila González, Luis A. Miño, José Alberto Mojica, Daniel Valero, Sair
Buitrago, Carolina Bohórquez, Miguel Espinosa, Guillermo Reinoso, Sandra Rojas, Juan
Camilo Melo y María Eugenia Lombardo. Coordinación general:Jhon Torres. 

Explore el cubrimiento especial sobre la pederastia cometida por la Iglesia en


Colombia aquí.

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