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Luis Antonio Calvo

Biografía
Por Jorge Andrés Osorio Zambrano
Cod. 25151836

Calvo fue el músico que interpretó de mejor manera la sensibilidad de nuestro pueblo. Él
preludió el despertar de la sangre el amor de los adolescentes, el que hizo aparecer con su
lenguaje melódico todos las reminiscencias que se entrelazan en las horas misteriosas que
cubren las almas entre el amor, el dolor, el olvido y la muerte. El lenguaje musical por el que
él se caracterizaba es el de los enamorados que se miran a los ojos sin decirse nada, es el
de la saudade suspirante de los portugueses, de los árboles que se abrazan en los
caminos, de las ventanas viejas que se abren en la noche trayendo el recado de los
enamorados en las serenatas (1).
Por otra parte, fue de los máximos cultores de la música nacional, en cuya obra late en toda
su dimensión la esencia de su pueblo, ese pueblo de cuya expresión dimana un trasfondo
de tristeza y de melancolía que, en última instancia, es la manifestación de los altos acentos
de su alma y de su sensibilidad. La primera instrucción en su pueblo natal estuvo
impregnada de una natural inclinación por la música (su padre Félix Serrano era músico),
que se manifestaba en los intentos por sacar sonidos de las más insólitas posibilidades que
se pusieran ante sus ojos: hojas de árbol, pétalos, cañas, etc. Su madre, doña Marcelina
Calvo, ante la perspectiva poco promisoria que ofrecía el pueblo, en lo que se refiere a las
posibilidades de un porvenir para sus hijos, decidió un día marcharse, para lo cual vendió su
casa y, acto seguido, se instaló en Tunja con sus dos hijos (1).
De los primeros escarceos por seguir una profesión, se cuenta que Calvo intentó aprender
sastrería, pero ante el poco talento que demostró para este menester pasó luego a ser
mensajero de una tienda de propiedad de un señor llamado Pedro León Gómez, que
fatigaba en sus horas libres el violín. “Fue el primer maestro, mi amoroso y querido maestro.
El me dio a probar del dulce licor del arte”, decía (1,2).
Más tarde pidió y le fue concedida la plaza de bombardino. Mientras tanto prosiguió sus
estudios de violín y fue un gran ejecutante de la bandola, instrumento para el cual escribió
su primera composición dedicada a su madre y aún una segunda, la danza titulada Livia.
Buscando mejores horizontes, emigró con su familia a Bogotá. Llegó a la capital el 11 de
mayo de 1905, y acogiéndose a un decreto del entonces presidente Rafael Reyes que
tendía a proteger a los músicos por medio de una disposición que mandaba que a todo
joven que perteneciera a una de las bandas de la capital se le adjudicara una beca en la
Academia, consiguió ser nombrado en la banda del ejército como pistón de tercera clase,
con un sueldo de cincuenta pesos. Un sueldo que poco representaba para la familia de
Calvo, su madre y su hermana, que vivían en un cuarto destartalado (1).
A pesar de sus esfuerzos por conseguir la beca prometida por el gobierno, ello no fue
posible, al no conseguir Calvo las recomendaciones de altos personajes que eran
necesarias y de las cuales carecía. Decidió entonces instrumentar su danza Livia y al
terminar aquel trabajo lo presentó al director de la banda donde él era un simple músico.
Inmediatamente, fue aceptada y se procedió a montarla. Ejecutada la pieza, causó entre
todos quienes la escucharon una magnífica impresión. Desde entonces, el director decidió
confiarle la instrumentación de la música que la banda tocaba y esto significó para el joven
músico y su familia una mejora de las precarias condiciones en que se veía obligado a vivir
(1).
Al poco tiempo, Luis A. Calvo se convirtió en centro de admiración y en un músico de fama.
Compuso varias piezas que contribuyeron a su aureola de gran compositor: Intermezzo No.
l, Eclipse de belleza, el famoso Lejano azul, Anhelos, uno de los más hermosos valses que
ha dado la música colombiana, y Carmiña. Su grupo de amistades lo componían los más
connotados exponentes artísticos de la capital: Emilio Murillo, Jerónimo Velasco, Pedro
Morales Pino, el pintor Ricardo Acevedo Bernal, Prisciliano Sastre, Diego Uribe y Alejandro
Wills, entre otros. Pero el hado perverso que parecía perseguir la vida del insigne músico, y
que parecía haberse alejado de su vida, hizo de nuevo su aparición. Trastornos de salud
aparentemente leves, obligaron a Calvo a consultar un médico, el doctor Carlos Tirado
Macías; descubrió que el músico padecía de lepra. Se le hizo un homenaje en el Teatro
Colón, como despedida, antes de ingresar como era de rigor en aquellos tiempos al lazareto
de Agua de Dios (1,2).
El 12 de mayo de 1916 se recluyó en esta institución. Allí los padres salesianos, que dirigían
el lazareto, le proporcionaron toda clase de facilidades a Calvo y lo instalaron en una casa
donde el músico vivió con su familia. Poco después llegó a su residencia un piano donado
por la ciudadanía de Bogotá. En Agua de Dios, Calvo se dedicó casi por completo al piano
(1).
El 18 de octubre de 1942 contrajo matrimonio en Anolaima con doña Ana Rodríguez, quien
había llegado al lazareto acompañando a una hermana suya que sufría del mal. Allí se
conocieron el maestro Calvo y la señorita Rodríguez: de ese amor vivido quedaron
testimonios en las canciones de Calvo. De Agua de Dios salió el maestro Calvo en diversas
oportunidades, para dar conciertos o recibir homenajes. En 1941, en el Teatro Municipal de
Bogotá, se le rindió un gran homenaje, donde se tocaron buena parte de sus melodías y se
exaltó su vida de artista por parte de José Joaquín Casas. En el mismo año, Medellín lo
invitó a dar un concierto, invitación que se extendió a diversos pueblos antioqueños (1).
El 22 de junio de 1942 recibió el homenaje de la ciudad de Tunja, la ciudad donde había
pasado su niñez. Otros muchos homenajes llenaron: la vida del artista en este período
dramático de su vida, como en el caso del acto con que se celebraron las bodas de plata de
su inmortal Intermezzo No. 1, considerado por muchos la cumbre de su producción. Ha sido
grabada por la BBC de Londres, se ha interpretado varias veces por orquestas de Estados
Unidos, de la misma manera en París y Londres, mereciendo cálidos elogios. El 3 de abril
de 1945 su enfermedad hizo crisis. Trasladado al hospital Herrera Restrepo, murió el 22 de
abril de 1945 (1,2).
Calvo no fue un compositor de sinfonías ni de obras con orquestaciones de amplio formato.
Más bien, como veremos, su catálogo de composiciones está conformado principalmente
por piezas cortas para piano en una diversidad de ritmos, en su mayoría de índole popular.
Y en ello si que fue un compositor prolífico. Entre valses, danzas, pasillos, canciones,
bambucos, y otros varios géneros, compuso alrededor de 260 obras, e incluso, es probable
que el número haya sido un poco mayor en razón de las piezas que quedaron inéditas o
que simplemente no dejaron rastro alguno (1,2).
Calvo fue heredero de la tradición que los franceses denominaron “piezas de carácter”,
apelativo que hacía mención a todo un conjunto de composiciones breves que, asociadas a
la “música de salón y de baile o al repertorio de concierto, se alejaban de los procesos
intelectuales de la forma sonata clásica y abrazaban nuevas maneras de entender la
música, tanto desde la perspectiva romántica descriptiva como desde variados contextos de
índole nacionalista, siempre con el fin de suscitar o evocar estados afectivos”. Además,
como explica con propiedad Arnold Hauser, con el establecimiento del Romanticismo la
música experimentó una auténtica “desintegración” en muchas de sus formas clásica: la
forma sonata se desmorona y es sustituida cada vez más frecuentemente por formas
menos severas y menos esquemáticamente realizadas, por pequeños géneros líricos y
descriptivos tales como la fantasía y la rapsodia, el arabesco y el estudio, el intermezzo y el
impromptu, la improvisación y la variación. También las obras grandes se sustituyen a
menudo por tales miniaturas, las cuales desde el punto de vista estructural no constituyen
ya los actos de un drama, sino las escenas de una revista (2).
Y es que “el concepto mismo de la pieza de salón es europeo”, un concepto que para 1900
ya tenía un historial de por lo menos dos siglos de maduración, si bien su constitución
primordial se gestó a lo largo del siglo XIX (Duque, 2001, p. 254). En opinión del musicólogo
Mario Gómez-Vignes, fue el resultado de la confluencia de al menos tres tendencias
musicales. En primer lugar, «el pianismo brillante» característico de las elaboraciones de los
compositores de vanguardia de la primera mitad del siglo, tales como Chopin o Liszt y de
algunos de sus sucesores, entre ellos Saint-Saëns, Grieg, Dvorak o Tchaikovsky, quienes
“pese a nutrirse de las audaces conquistas de sus predecesores, llevaron al género a un
cierto estancamiento y a un estado de fatiga, motivado por la adopción de lo puramente
formal y más epidérmico que se hallaba en la obra de aquellos, en especial el ingrediente
del pianismo deslumbrante” (2).
En segunda instancia, los trabajos de toda una generación de compositores «de menor
cuantía» que desde mediados del mismo siglo (el XIX) convirtieron el género “de salón” en
toda una suerte de “estereotipos algo decadentistas, si se quiere, rutinarios, para uso de la
igualmente numerosa legión de aficionados, gracias a los cuales el mercado editorial de la
música se convirtió en algo realmente lucrativo y rentable” (2).
De las obras que más me agradaron del concierto conmemorativo de Luis Calvo fueron
Margarita, Libélula Iris y Todo en mí es amor. Me llamaron bastante la atención debido a la
emotividad, romanticismo y sensibilidad que trasmiten por medio de su melodía y letra.

Referencias bibliográficas:

1. https://enciclopedia.banrepcultural.org/index.php/Luis_A_Calvo Consultado el mayo


10/2020.
2. conservatoriodeltolima.edu.co/images/revistas/MCP5/10._La_obra_musical_de_Luis
_Antonio_Calvo.pdf Consultado el mayo 10/2020.

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