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problemas de la educacién cfvica en un espacio ptiblico controlado hasta los habitos de pensamiento y la préctica social incorporados en la vida cotidiana, En palabras de Brunner: “La lucha por la cultura representa... la expresién mds compleja de la politica. Es, efectivamente, la lucha por mantener o trans- formar las determinaciones cotidianas de la conciencia”.'6 Impulsados por esas reflexiones, los antiguos adversarios politicos —dentro de los partidos y entre estos— vieron que era preciso tomar en cuenta el éxito del régimen para entender, a partir de ahf y con nuevos ojos, el significado del pasado y el presente. A la memoria como ruptura, persecucién y despertar se agregaba un subtexto: la reconsideracién, en los circulos politicos, de los erro- res del pasado y las transformaciones del presente que podian orientar la lucha por un futuro democrdtico. La institucionalizacién triunfante se traducia en crisis y reflexién, desmoralizacién y renovacién. Un trabajo de hormiga: la reactivacién de la sociedad civil Los dirigentes sociales, incluso aquellos adscritos a la tradicién de algin par- tido, entendieron que el atrincheramiento para un combate prolongado exi- gfa algo mds que la revitalizacién de los partidos; también requerfa una re- activacién de la sociedad civil. La otrora vibrante sociedad civil chilena, que habfa dado origen a tantas asociaciones, voces y demandas sociales, estaba ahora fragmentada y habfa enmudecido conforme el miedo, la represién y el desmantelamiento social obraban su efecto acumulado. La hegemonfa del régimen obligaba a un compromiso mas profundo con el trabajo de base. A juicio de los dirigentes sociales, era necesario actuar en los sindicatos, las fede- raciones de estudiantes y los grupos juveniles; en los barrios pobres, las comu- nidades indigenas y los campus universitarios, as{ como en las comunidades ctistianas de base y en las redes de derechos humanos. En todos estos espacios, se esperaba que la renovacién de la discusién, la reflexidn y la organizacién pudiera recomponer el entramado social, movilizar a los actores sociales y producir una corriente favorable a la democracia, siempre que esta labor tu- viera en cuenta las realidades del trabajo, la vida cotidiana y la conciencia de la sociedad sometida al régimen militar Esta obra podfa resultar marginal en el corto plazo, pero habfa que verla como un “trabajo de hormiga’, Cada iniciativa, por pequefia que pareciese cuando se la consideraba de manera aislada, podfa contribuir, al sumarse a muchas otras andlogas, a sentar las bases de la renovacidn de la vida de la so- ciedad chilena.'” Lo que hace tan notable el perfodo que va de fines de los afios setenta a comienzos de los ochenta es precisamente la proliferacién de inicia- 266 tivas —que inclufan las de los partidos e intelectuales, pero no se agotaban en ellas— tendientes a construir una sociedad civil que defendiera la democracia, la justicia social y el valor de los derechos humanos. Incluso cuando el Chile oficial se encaminaba hacia el triunfo, engendraba bajo sf colonias de hormi- gas que encarnaban el Chile contraoficial. Uno de los signos de esta voluntad obstinada fue la proliferacién de nue- vas organizaciones sociales y redes de reflexién. Dos importantes organismos se fundaron por esos afios: la Comisién Chilena de Derechos Humanos, en 1978, y el Comité de Defensa de los Derechos del Pueblo (Codepu), en 1980. La Comisién, encabezada por Jaime Castillo Velasco y Maximo Pacheco (pro- minentes democratacristianos y activistas de los derechos humanos) se pro- puso complementar el trabajo de la Vicarfa con el de un organismo laico que gozara de amplia legitimidad. Como tal, desplegé un discurso de denuncia més frontal que el de la Vicarfa, mostré un espiritu més abierto a la pre- sencia de militantes entre sus miembros, y publicé un boletin de andlisis de la situacién de los derechos humanos. El Codepu, por su parte, encabezado entre otros por Fabiola Letelier (abogada especializada en derechos humanos y hermana de Orlando Letelier), traté de extender el trabajo en pro de estos derechos més allé de los limites que se trazaba la Vicaria, para lo cual coordiné su defensa con la discusién politica de base y con propuestas de izquierda de movilizacién social. También incorporé en su esfera de accién el pequefio pero creciente mimero de casos referidos a personas que habian tomado las armas contra el régimen.'* Por esta época se formaron también otras redes de organizacién y reflexién, que no se ocupaban directamente de los derechos humanos como tales, sino que los situaban en contextos cada ver més amplios de movilizacién por los derechos sociales y democréticos. En 1982, por ejemplo, el der democrata- cristiano Jorge Lavandero contribuyé a la fundacién del Proyecto de Desa- rrollo Nacional (Proden), una organizacién que puso a disposicién de Ifderes de base una instancia legal de discusién, coordinacién y presencia ptiblica. Con el tiempo Ilegarfa a cubrir cerca de doscientas organizaciones sociales, culturales y laborales, demasiado diversas entre s{ para poder subsumirlas en una sola tendencia partidista. Lavandero se labré asi la reputacién de un gran promotor de la movilizacidn social no sectaria."” La memoria colectiva cumplié un papel destacado en la tarea de recobrar y reconstruir la identidad y el activismo de base. Rebasando el recuerdo espect- ficamente vinculado a la situacién de los derechos humanos bajo el régimen 267 268 militar, se procuré también recuperar y poner en debate una historia de rup- tra, persecucién y despertar social en un horizonte temporal mas extenso. Un grupo de historiadores jévenes, por ejemplo, formé la organizacién no guber- namental Educacién y Comunicaciones (ECO), que trabajé con la Vicarfa de Santiago Poniente y la Vicarfa Obrera a fin de llevar adelante programas de educacién popular para lideres de nivel intermedio —trabajadores religiosos y sociales, dirigentes sindicales, jévenes pobladores y estudiantes universitarios, profesores y educadores alternativos— en Santiago, Valparaiso y Concepcién. Iniciado en 1981, el proyecto més importante de ECO fue una serie de diaporamas llamada Historia del Movimiento Obrero, en la que se ptesentaba la extensa experiencia de luchas sociales y aspiraciones democraticas, conden- sada en la historia del movimiento sindical en Chile desde el siglo XIX. Este material se utilizaba en el marco de talleres dirigidos a dirigentes de nivel intermedio, lo que permitfa la entrega de informacién, la formacién y la dis- cusin, para asf contribuir a recuperar las memorias y testimonios popula- res. A mediados de 1981, la experiencia acumulada en quince talleres con la participacién de unas trescientas cincuenta personas permitié una evaluacién preliminar. En una sociedad de silencio y control dictatorial, la presentacién de las épicas batallas libradas por los trabajadores en pro de la justicia social, pese a una represin que no se privaba de la masacre pura y simple, causé en més de alguno un profundo impacto emocional. He aqui algunas reacciones: “Ha habido antes muchas e importantes derrotas. Esta no es la primera”. “El proceso serd largo”. “Somos parte de la historia”. Los diaporamas suscitaron también observaciones desesperadas que despertaron polémica: “Nuestra his- toria es una historia [...] de masacres y muertes”. A medida que ECO conso- lidé su experiencia y se multiplicaron las demandas asociadas al periodo de la celebracién del Dia del Trabajo, sus programas de formacién se transformaron en foros interactivos, cuyos “egresados” aprovechaban el material de ECO para organizar, a su vez, otros talleres. En virtud de este mecanismo multipli- cador; el balance en 1984 mostraba que el trabajo de ECO habfa involucrado directamente a cerca de seis mil personas. AY qué ocurria con los obreros? También aqui se dio el trabajo de hormiga, La dirigencia sindical se propuso despertar nuevamente la otrora vibrante tra- dicién chilena vinculada a la organizacién, los derechos y la expresién social de los trabajadores, pese al clima de represién y a los efectos devastadores del Plan Laboral puesto en vigor en 1979. En el caso de los sindicatos, esta decisién ya habia comenzado a hacerse evidente en los afios 1977-1978. El trabajo clan- destino de un grupo de dirigentes de las minas de cobre de El Teniente y Chu- quicamata se expresé en boicots de los casinos de los obreros, cacerolazos de las esposas de los mineros, huelgas, actos conjuntos que rebasaban los limites par- tidistas (comunistas, democratacristianos y socialistas), y una presién creciente sobre los lideres sindicales oficialistas nombrados por el régimen. El Plan Labo- ral de 1979 tuvo consecuencias catastréficas sobre el futuro de los trabajadores como actores sociales de peso, pero, curiosamente, tambign propicié el trabajo de hormiga. Por una parte, las nuevas reglas institucionalizaban el poder aplas- tante del capital sobre el trabajo y obstacullizaban el desarrollo de negociaciones colectivas eficaces. Las nuevas leyes laborales autorizaban a los empleadores a despedir a sus trabajadores sin necesidad de declarar la causa (con solo un mes de aviso), al tiempo que reducian drasticamente las indemnizaciones por despido. Prohibjan la negociacién sectorial colectiva y permitian la creacién de sindicatos rivales dentro de una misma empresa, Facultaban al empleador para contratar reemplazantes durante las huelgas, y eliminaban el derecho del trabajador en huelga a conservar su puesto 0 a la indemnizacién por despido si el paro duraba més de 59 dias. Por otra parte, autorizaba a los trabajadores para organizar sindicatos y celebrar elecciones sindicales, si eran capaces de sobrepo- nerse al temor de ser despedidos o de ser reprimidos fisicamente. Los dirigentes comenzaron a aprovechar los resquicios técnicos que oftecta el Plan mientras “se atrincheraban” en el nivel local. Segiin investigaciones pioneras de distintos expertos, se utilizaron redes y formas de comunicacién informales para organizar a la gente; desde volantes semiclandestinos has- ta breves conversaciones en los partidos de fiitbol. Se formaron sindicatos nuevos con dirigentes més independientes, se iniciaron investigaciones so- bre la corrupcién y el desempefio de los Iideres sindicales nombrados por el gobierno, y a veces hasta se organizaron huelgas. En el perfodo 1980-1982, comenzaron a registrarse acciones de este tipo en diversos sectores, desde los mineros de El Teniente en Rancagua, y Chuquicamata cerca de Calama, hasta los trabajadores metalirgicos y textiles de Santiago. A mediados de los afios ochenta, estas formas mas vigorosas de vida asociativa se habfan propagado incluso hacia los nuevos sectores de desarrollo de la economfa chilena, como la industria forestal y la de exportacién de frutas, que contrataban en general a mujetes de escasa experiencia organizacional. Irénicamente, el Plan Laboral suministré mecanismos de organizacién que permitieron la recuperacién del movimiento obrero. Ademés, resté utilidad a las luchas obreras “economi- cistas” y acentué las motivaciones para unir fuerzas en pos de objetivos mds ambiciosos, Dadas las reglas de juego impuestas por el Plan Laboral, hubo en verdad huelgas, pero pocas veces dieron resultados positivos. 269 El atrincheramiento no podia seguir plantedndose como meta el resolver tal o cual situacién espectfica, en el corto plazo, en funcién de necesidades précticas limitadas. Debfa proponerse ahora objetivos de mayor envergadura. Pinochet y su régimen eran demasiado hegeménicos, estaban dotados de una voluntad demasiado inquebrantable y eran demasiado unilaterales en todos sus actos. Era preciso despertar una vez mas esa modalidad de vida civica aser- tiva que es capaz de derribar dictaduras. Para los trabajadores como para otros sectores de la sociedad, la politica de la memoria —esto es, cémo recordar al régimen militar y c6mo situarlo dentro de las I{neas temporales de la historia de Chile en su conjunto— resultarfa fundamental para ese despertar. No cabe duda que el proyecto de educacién para trabajadores de ECO encontré un piiblico évido.2? Estos nuevos grupos ¢ iniciativas tenfan en comin el deseo de extender la buisqueda de los derechos humanos y sociales mas alld de los limites politicos, discursivos y organizacionales que habfan trazado la Iglesia Catdlica, la Vicaria y otras voces afines de “oposicién moral”. No obstante; tal como deja en claro Ja colaboracién entre ECO y los dirigentes de nivel intermedio de la Iglesia Catdlica, las redes religiosas y de derechos humanos establecidas también ex- perimentaron ctisis y emprendieron procesos de renovacién. A juicio de sus dit necesario pensar en términos de una lucha de largo aliento. Entre 1979 y 1982, la Vicaria de la Solidaridad y el cardenal Silva Hen- Hiquez se enfrentaron a cambios importantes, y a veces conflictivos. En di- ciembre de 1978, las Naciones Unidas otorgaron a la Vicarfa su medalla de derechos humanos. El premio parecfa una manera apropiada de cerrar un afio de enérgico trabajo puiblico. La Vicarfa habia organizado las actividades del “ao de los derechos humanos”, que culminaron en el simposio internacional gentes, para reconstruir la sociabilidad y la movilizaci6n a nivel de base era de noviembre, Habfa establecido una relacién sinérgica con la Agrupacién de Familiares de Detenidos Desaparecidos, incluso cuando esta inicié nuevas ac- ciones de gran repercusién, como la larga huelga de hambre de mayo y junio, para crear conciencia acerca de la catéstrofe de los derechos humanos y exigit soluciones a su respecto. Asimismo, la Vicarfa habfa puesto al descubierto la cara oculta de la Ley de Amnistfa —que impugnaba la benevolencia de su propésito declarado— y habia forzado a la justicia chilena a llevar a cabo una investigacidn piblica acerca de los restos humanos descubiertos en Lonquén. Pero el mismo dinamismo que le habia valido a la Vicaria el prestigioso galardén de las Naciones Unidas le creaba también problemas politicos, no 270 solo a causa de los ataques de la Junta y sus defensores, sino también fruto de sutiles tensiones existentes en el seno de la propia Iglesia. La Vicarfa habia promovido proyectos de trabajo social en las poblaciones de Santiago: habia prestado ayuda econémica —desde talleres de empleo a ollas comunes—, instalado clinicas que daban atencién primaria de salud a familias de escasos recursos, registrado la represién y creado conciencia en torno a los derechos humanos. Algunos curas que trabajaban en las poblaciones, adscritos a vi- carfas tetritoriales y no funcionales, se quejaban de que los miembros de la Vicarfa de la Solidaridad estaban poniendo en préctica una estrategia pasto- ral paralela y no coordinada. Esta critica estaba en consonancia con otras, algunas provenientes de obispos, segtin las cuales las dimensiones alcanzadas por la Vicarfa y su creciente autonomia la dejaban fuera del control del Ar- zobispado; se declaraba ademds que estaba demasiado tefiida politicamente y eta demasiado poco catélica para poder seguir actuando como institucién pastoral. Aunque este tiltimo punto fue expuesto de una forma moderada, sin dejar de reconocer los méritos de la Vicarfa, resulté de todos modos de- licado, pues daba a entender que algiin grano de verdad habia en los ataques oficialistas —aun reconociendo su cardcter estridente, exagerado y manipu- lador— que presentaban a la Vicarfa como un organismo politico disfrazado de institucién religiosa. Se cuestionaba también la politica de conformacién de los equipos de trabajo de la Vicaria, que daba preeminencia a la capaci- dad profesional y al compromiso con la causa de los derechos humanos por encima de la ideologfa politica o la afiliacién religiosa. En realidad, la Vicaria habfa creado una red ecuménica de empleados y voluntarios; en ella trabaja- ban personas de izquierda y de centro; catélicos no observantes, no catdlicos y ateos junto a los catélicos observantes. Los desvelos internos de la Iglesia confluyeron en el cardenal Silva Henri- quez, que tenfa razones personales e institucionales para inclinarse hacia una reflexidn de largo aliento. En 1983, al acercarse a su edad de retiro obligatorio, se dispuso a preparar la Vicaria para facilitar su sobrevivencia bajo la direc- cién de su sucesor; esto suponia crear una institucién econémicamente mas sustentable, que pudiera ser gestionada desde arriba, y menos vulnerable a la politizacién. También debfa tomar en cuenta la direccién internacional de la Iglesia Catdlica. La ascensién de Juan Pablo II, en octubre de 1978, expresaba una orientacién mds conservadora desde la jerarquia eclesidstica. Sin abando- nar la causa de los derechos humanos —de importancia politica y teolégica, visto el apoyo que Juan Pablo IT habfa dado al movimiento Solidaridad de Po- lonia—, Roma procuré refrenar la tendencia representada por la teologia de art la liberacién en la Iglesia Catélica latinoamericana. Entre 1980 y 1983, Juan Pablo II nombré a diez autoridades eclesidsticas en Chile: siete pertenecfan al ala conservadora del catolicismo. Estas consideraciones coincidfan cronolégicamente con el problema que significaba coexistir con el régimen militar, furioso por la capacidad de la Vi- caria de llevar cada vez con més fuerza al dominio publico la cuestién de los derechos humanos y de la memoria disidente. Aftos més tarde, Precht dirfa que, a juicio de la Junta, la Vicaria habia traspasado en 1978 el limite de lo tolerable: “Habja una medida de lo que el gobierno podia tolerar y nosotros fuimos més alld... Entonces, ni siquiera la Iglesia tuvo capacidad para absor- ber el rebalse”. En Nueva York, después de aceptar la Medalla de los Derechos Humanos de las Naciones Unidas, Silva Henriquez comunicé a Precht la dificil decisién que habia tomado: la Vicar‘a habia completado una fase de su labor, y él es- taba preocupado por su futuro. En consecuencia, Precht debia renunciar a su cargo de vicario de la Solidaridad e intercambiar posiciones con Juan de Cas- tro, amigo de Precht y vicario de la zona oriente de Santiago, pero al mismo tiempo critico del estilo de la Vicarfa, Precht solicité que no se interrumpiera la linea de solidaridad y derechos humanos de la Vicarfa. “Eso no est4 en jue- go”, le aseguré Silva Henrfquez.” Desde el punto de vista del trabajo de base en la sociedad civil, el cambio de mando en la Vicarfa no produjo un impacto tan fuerte como algunos habfan temido. De Castro reafirmé la labor de la Vicarfa en el ambito de los derechos humanos, esto es, las acciones legales, de educacién popular y de escucha y acompaiiamiento, todas las cuales eran fuentes de poderosas experiencias humanas. El contacto directo con el sufrimiento extremo y las emergencias seguia forjando fuertes lazos entre los equipos de la Vicarfa, los dirigentes politicos que eran victimas de atrocidades y otras personas involucradas en el trabajo de hormiga. Dentro de la Vicarfa, las tensiones con el personal Ile- varon al padre De Castro a complejas negociaciones, cuyo desenlace diluyé el intento de reducir la autoridad de los no catélicos. Un ejemplo clave: la continuacién en su cargo de José Manuel Parada, comunista y jefe del Depar- tamento de Coordinacién Nacional, querido por sus compafieros de trabajo y de capacidad profesional admirable. Las reformas més conflictivas fueron una descentralizacién que delegaba la mayor parte del trabajo social a vicarfas de base territorial, y la salida en 1981 de la mitad del personal, que quedé redu- cido a unas cien personas. Estas transformaciones no afectaron los esfuerzos tendientes a reconstruir la trama social y reactivar la sociedad civil en torno 272 a cuestiones como la democracia, la justicia social y el recuerdo de la verdad oculta, La Vicarfa, como testigo permanente de la persecucién, fue una fuente informal de estos esfuerzos.” De hecho, los veteranos y “egresados” de la experiencia de la Vicarfa pa- saron por su propio proceso de evaluacién personal y preparacién para una lucha prolongada. Algunos de los que dejaron de pertenecer al personal de planta participaron después, por medio de vicarfas territoriales u otras orga- nizaciones, en la propagacién de nuevas iniciativas de base. Las sensibilidades que se habfan formado en la Vicaria, los vinculos de amistad con el personal y las redes de victimas, no desaparecieron sin més; por el contrario, se adap- taron a la nueva fase de trabajo. Fue durante este perfodo de transicién, de 1979 a 1981 aproximadamente, que Violeta E., veterana de los tiempos de Pro Paz, buscé modos de revitalizar su trabajo en pro de los derechos humanos y el sentido que le daba a su compromiso cristiano. Su periplo de comienzos de los afios ochenta la Ilevé a los proyectos alternativos de teatro, video y educacién popular vinculados al grupo teatral Ictus, al trabajo voluntario en clinicas instaladas por Médicos sin Fronteras en las poblaciones, y a un grupo cristiano de desobediencia civil cuyo propésito era denunciar y dar a conocer Ja tortura, antes de reintegrarse formalmente al equipo de la Vicarfa en 1985. Fue en este perfodo también cuando Blanca Rengifo Pérez, abogada de honda religiosidad y veterana del Comité Pro Paz y la Vicaria, fund6, en conjunto con otros, el Codepu. Las experiencias vividas en el trabajo de los derechos humanos dejaron una huella profunda en su fe y su modo de ser. Segtin le dijo a Fernando Zegers, cofundador también del Codepu, habfa “visto a Dios” en los prisioneros politicos, los torturados y los militantes: “Ese muchacho me impacté profundamente, era un militante clandestino, todo su ser transmitia fuerza, esperanza en el futuro, alegrfa, [...] cada vez. que desfallezco me acuer- do de él”. Estas experiencias la convencieron de que habia llegado la hora de crear una organizacién de derechos humanos laica, libre de las restricciones que tenfa la Iglesias libre para defender a todos los perseguidos politicos, inclu- so a quienes habjan tomado las armas; y libre para promover la movilizacién social contra la dictadura.”* A [a larga, hubo una superposicién de las distintas redes de derechos hu- manos. En varias fases de la lucha por estos derechos y la memoria colectiva disidente se dio una complementariedad técita. Considérese, por ejemplo, la trayectoria de la Fundacién de Ayuda Social de las Iglesias Cristianas (Fasic). Fundada en 1975, Fasic continué el trabajo iniciado por el Conar (capitulo 273 3) —cuya precariedad legal obligé a disolverlo en 1974— facilitando un exi- lio seguro para los perseguidos politicos, En cinco afios, Fasic ayudé a mas de siete mil prisioneros politicos y sus familias a dejar el pats. EI trabajo exigia discreci6n, y solia depender de la buena voluntad del régimen para conmuitar sentencias de prisién por exilio. En los primeros afios del organismo, estas consideraciones, asi como la dependencia con respecto a la Iglesia Metodista para la obtencidn de estatus legal, supusieron un trabajo “silencioso” a fa- vor de los derechos humanos. Una complementariedad implicita se dio en el bienio 1975-1976: el Comité Pro Paz y la Vicarfa se harfan cargo de lo que consideraban teolégicamente profético —es decir, del aspecto testimonial y de denuncia— del trabajo por los derechos humanos. A fines de los afios setenta y comienzos de los ochenta, cuando se constaté la prolongaci6n e institucionalizacién del régimen, el personal y los volunta- rios de Fasic, al igual que aquellos de otros organismos de derechos humanos, reorientaron parcialmente su labor. Su misién habfa sido definida inicialmen- te de manera mds amplia que la del Conar. Debfa atender las necesidades sociales y de salud mental de los prisioneros politicos y sus familias, incluso de los que permanecfan en Chile. A fines de los affos setenta, las consecuencias duraderas de la persecucién politica en la vida diaria de adultos y nifios se es- taban volviendo més notorias: pobreza y estigmatizacién, retraimiento social y psicolégico, suftimiento emocional. Respondiendo a propuestas de la psiquia- tra Fanny Pollarolo y de la psicéloga Elizabeth Lira, Fasic desplegé una nueva linea de trabajo: un programa psiquidtrico para las familias de los perseguidos (establecido en 1977-1978), acompafiado de un andlisis puiblico y testimonial de los efectos culturales y de salud de la persecucién violenta. En este nuevo dmbito del cuidado de la salud mental se produjo la super- posicién y colaboracién informal entre redes, propia del trabajo en pos de los derechos humanos y el apoyo a la organizacién social de estos afios de reo- rientacién y diversificacién. En 1979, se creé la Fundacién para la Proteccién de la Infancia Dafiada por los Estados de Emergencia (Pidee) que, como su nombre lo indica, tenfa por objetivo atender a nifios afectados por la represién politica. La historia del surgimiento de esta organizacién es reveladora. Hilda Ugarte, que trabajaba en la Agrupacidn de Familiares de Ejecutados Politicos (AFEP), viajé a las minas del carbén de Lota a visitar a familiares de los eje- cutados, Alli supo que un nifio, de cinco afios de edad, habia intentado suici- darse. Sobrecogida, ella y otros miembros de la AFEP entregaron testimonios sobre lo acontecido al nuevo programa psiquidtrico de Fasic. Maria Eugenia Rojas, coordinadora del programa, transcribié los testimonios. Cuando ella y 274 otras mujeres evaluaron el caso, decidieron que se requer‘a un organismo que atendiera especificamente a nifios y creara conciencia acerca de su dolorosa situacién, Esto condujo a la creacién de la Pidee, puesta en marcha gracias a una red de personas y de informacién provenientes de Fasic, la Vicarfa, la AFEP y la Agrupacidn de Familiares de Detenidos Desaparecidos (AFDD). La evolucién de Fasic estaba en consonancia con el énfasis que se habia puesto en la reconstruccién de la trama social de una sociedad civil més ac- tiva y movilizada. Aqué también se hicieron visibles las redes parcialmente superpuestas y la complementariedad de la comunidad de derechos humanos. Por una parte, entre 1977 y 1980 Fasic emprendié sus propias iniciativas espectficas —trabajo de salud mental, becas escolares para los hijos de los perseguidos, y programas de desarrollo social enfocados en el alcoholismo, el desempleo y la alienac de las vicarias catdlicas para que la ayudaran en sus programas sociales en las poblaciones de Santiago, y asumié un rol semejante al de la Vicarfa de la Solidaridad en la Regidn de Valparaiso. Alli, el arzobispo conservador Emilio ‘Tagle habfa impedido que se desarrollara activamente la labor de la Vicarfa. Entonces, la red de dirigentes de Fasic se transforms en el punto de referencia n juvenil, Por otra parte, Fasic recurrié a equipos clave para la proteccién brindada por diversas vertientes religiosas a las vic- timas, Ademés, la red proporcioné importantes canales de comunicacién y apoyo a los comités de derechos humanos y a otros grupos de trabajo de base que se propagaron en la zona durante los afios 1978-1982. La colaboracién y la complementariedad informales del perfodo pudieton verse cn el hecho de que la larga huelga de hambre de los familiares de los detenidos desaparecidos, en mayo y junio de 1978, y una visita de Cristidn Precht, de la Vicaria de Santiago, contribuyeron a impulsar la creacién de varios comiés de derechos humanos en la Regién de Valparaiso.* El trabajo de hormiga para reconstruir y hacer despertar a la sociedad civil no fue un proceso lineal —unificado, continuo, dirigido desde Santiago—, ni tampoco uno nitidamente separable del activismo de los partidos politicos. Considérense tres aspectos: el rol de los partidos en la creacién de memoria, las visiones contrapuestas acerca de la historia del pais, en el campo de la memoria disidente, y el despertar social de la poblacién mapuche del sur de Chile. Los adherentes a los partidos eran en cierto sentido “portadores” de me- moria en la sociedad civil. El fuerte papel de los partidos y de la competencia electoral en la vida del siglo XX habfan propiciado el desarrollo de practicas de ampafias electorales y manifestaciones, movilizacién de socializacién y redes: 275 trabajadores y vecinos, trabajo de base y vinculos en los establecimientos edu- cacionales, asf como lazos familiares a través del matrimonio. Estas Ppracticas transformaron a los partidos en subculturas con poderosas rafces sociales. Los antiguos dirigentes, desde la derecha hasta la izquierda, habfan compartido experiencias formativas fundamentales en los afios treinta. La guerra civil es- pafiola y el Frente Popular de Chile dieron origen a divisiones ideoldgicas du- raderas: catdlicos fervientes frente a comunistas ateos, demécratas progresistas y lideres del pueblo frente a reaccionarios fascistas. Los sindicatos establecie- ron vinculos con los partidos para lograr una voz social e influencia politica. Los vinculos propios de estas subculturas eran fuertes, particularmente en el caso de los democratacristianos y de los comunistas; militantes leales que se consideraban “camaradas” en pos de un mismo objetivo o destino. El partido en cuanto subcultura no desapareciéd sin mds después de 1973 cuando la Junta suspendié la politica y la forzé a sumirse en la clandestinidad. Con estos antecedentes, y dado el trabajo de crisis y renovacién y la pervi- vencia de “memorias de secta” de los partidos en el perfodo comprendido entre fines de la década del setenta y comienzos de los ochenta, no puede sorprender que los dirigentes politicos se hayan entregado al trabajo de hormiga que se des- plegé por el pais. También ellos querfan reconstruir la sociedad civil —y ganar influencia en los sindicatos, las poblaciones y las redes de derechos humanos; en el ambiente universitario y los movimientos sociales. Los sindicatos, a su vez, buscaban conexiones politics mientras luchaban por recuperar voz y peso, y sus confederaciones segufan estando laxamente asociadas a sus simpatias partidistas de una época anterior (los sindicatos vinculados al Grupo de los Diez, rebau- tizado en 1981 Unién Democrtica de Trabajadores, se inclinaban hacia el ala historicamente més conservadora de la Democracia Cristiana; la Coordinadora Nacional de Sindicatos reunfa a trabajadores y sindicatos que tendian hacia los partidos de izquierda o el ala més izquierdista de la Democracia Cristiana). El activismo y la identidad partidistas no se limitaban al trabajo de base en los sindicatos. La atraccién que ¢jercieron las Juventudes Comunistas sobre Tonya R. (véase el epilogo del capitulo 4) cuando entré a la universidad y encontré su propia voz no era algo inusual en este periodo. Las Juventudes Comunistas eran particularmente activas en las poblaciones y las universidades.2> En suma, los partidos y sus ditigentes ampliaron la base social para los marcos de memoria que hacfan hincapié en la ruptura, la persecucién y el despertar. Vefan al régimen militar como una experiencia que infligia profun- das heridas sociales y, al mismo tiempo, hacia que la poblacién despertara y se entregara a la resistencia y la lucha por la democracia. 276 El campo de la memoria disidente tampoco estaba unido en todos los pun- tos claves de la memoria colectiva. Los constructores de memoria disidente fueron portadores de visiones hasta cierto punto divergentes de la historia del pais. Como hemos dicho, a comienzos de la década de 1980 una influyente narrativa situé la historia reciente —una dictadura de cruel ruptura y persecu- cién— dentro de un horizonte temporal més extenso. Después de las guerras de independencia y del levantamiento de un Estado coherente entre comien- z0s y mediados del siglo XIX, Chile pasé a ser una sociedad configurada por una politica evolutiva que progresaba hacia una democracia més profunda, particularmente en el siglo XX, La nacién incorporé como ciudadanos do- tados de derechos a poblaciones antes marginadas; hizo surgir una cultura politica de organizacién, libre expresién y clecciones competitivas; aprobé reformas sociales y fue testigo de la conquista de derechos encaminados a mejorar la vida de los trabajadores, la clase media y los pobres, en general. Fue esta concepcién de la vocacién democratica de Chile sostenida en el tiempo lo que permitié a Frei Montalva sindicar al régimen militar y a la Constitucién. de 1980 como la “anti-historia” (véase el capitulo 4). Si bien el tropo de la expansién democrética ejercié influencia en todo el campo de la memoria disidente, los énfasis variaban y se evidencié una divi- sién significativa. En el caso del centro politico, la narrativa sobre la larga evo- lucién democratica destruida en 1973 ponia el acento en el alma nacional. La mayorfa de los chilenos compartian la adhesién a la democracia; la vocacién nacional por la inclusién democratica fue precisamente aquello en torno a lo cual se unieron para construir un Estado legitimo y una identidad nacional. Para la gente de izquierda, asf como para los sindicatos y otros grupos de base perseguidos duramente por la represién, el acento debia colocarse en otra par- te. La historia de Chile era la historia de los trabajadores y el pueblo, que ha- bian tenido que luchar de manera sostenida contra el dominio y los privilegios oligarquicos, y cuyas luchas y esfuerzos de organizacién habfan tenido como resultado, més de una vez, la represién y la masacre. El trabajo de rememora- cién y formacién que llevaba a cabo ECO con los sindicatos, centrado en gran parte en su diaporama Historia del Movimiento Obrero, recogia ese énfasis en la lucha. Conforme a esta concepcién, la vocacién de largo plazo por la demo- cracia no era atribuible al alma nacional ni al trabajo de lideres preclaros, sino alos avances logrados gracias a la organizacién de los trabajadores, a costa no pocas veces de cruentos sacrificios. Una historia de lucha de clases contra los privilegios capitalistas y la represién estatal era lo que habia conducido al pais y al Estado a crecientes grados de democracia. 277 Si bien las dos tesis no eran del todo excluyentes entre si, no resultaba ficil, desde un punto de vista cultural y politico, combinarlas. Los democratacris. tianos podfan unirse con mayor facilidad en torno al ideal de un alma nacio- nal; los comunistas, en torno a la idea de lucha.” Las distintas variantes y tensiones del trabajo de hormiga también fueron visibles en la saga de los mapuches del sur, en particular en Temuco, en la Regidn de la Araucanfa. La cronologia y las dindmicas internas del movi- miento mapuche no dependian de los ritmos de Santiago, ni del antojo de los partidos. Los dirigentes y las comunidades mapuches comenzaron a organizar centros culturales en 1978, apoyados por Sergio Contreras, arzobispo de Te- muco, ¢ incitados por rumores de una nueva ley de tierras que perjudicaria a las comunidades al propiciar la privatizacién de sus tierras (Ley 2.568, pro- mulgada efectivamente en marzo de 1979). El propésito de estos centros no era simplemente resistir la divisién de la tierra que se avecinaba, ni servir de mera fachada a un trabajo de hormiga orientado a reconstruir la sociedad civil ya difundir la demanda de democracia, Se trataba también de inspirar un re- nacimiento cultural, un redescubrimiento de la identidad étnica, los valores y los ritos de la comunidad mapuche; de levantar una vasta trama de dirigentes y comunidades que petmitiera afirmar sus derechos como pueblo indigenas y sostener el compromiso con los derechos indigenas y la unidad de su pueblo que tuascendiera Iineas y lealtades partidistas, o filiacién religiosa. El renacimiento efectivamente se materializ6, En 1980, cerca de mil comu- nidades habfan adherido a la red y planteado demandas concretas al Estado —tierras, becas y asistencia médica—, al tiempo que resucitaban ceremonias culturales como el nguillatun, una ceremonia de oracién y reciprocidad entre varias comunidades, el palin, juego de pelota con chuecas bendecidas por las machi y considerado esencial para la formacién de los guerreros mapuche. El Estado debié reconocer formalmente a la Asociacién Ad Mapu (la denomina- cién de centros culturales se dejé de lado a causa de una ley restrictiva sobre tales centros), pese a su evidente condicién de adversario politico. Cuando el Chile contraoficial se atrincheré para el trabajo de hormiga, Ad Mapu siguis expandiéndose. En 1982, el despertar del Chile indigena se habia extendido a unas mil quinientas comunidades. El espectacular renacer de la movilizacién mapuche demostraba no solo la diversidad existente entre los movimientos de base en su intento de despertar a la sociedad civil y reconstruirla; también mostré cémo se superponfan y tensionaban esfuerzos y redes, Algunos dirigentes como Rosa Isolde Reuque Paillalef, cofundadora de los centros culturales, provenfan de una tradicién 278 cristiana de comunidades de base y de una orientacién hacia los derechos humanos auspiciada por la Iglesia Catdlica de Temuco. Otros, como Melillén Painemal, comunista, tenian tras de si una trayectoria politica, pese a Jo cual situaban la lealtad partidista en un segundo plano (lo cual les valid la sospecha de deslealtad de parte de sus camaradas). Lo mas destacable aqui es que, én 1982, el mismo éxito de Ad Mapu incité a los dirigentes politicos a redoblar sus esfuerzos para integrarse al movimiento indigena y hacerse de su control. En el Congreso Indigena celebrado en enero de 1983, la perspectiva no parti- disca perdi6 terreno, y la izquierda, en particular el Partido Comunista, llevé a ‘Ad Mapu a ¢jercer una funcién de apoyo en una lucha politica y de clase cuyos términos habjan sido fijados en otra parte. El movimiento indigena continud, pero Ad Mapu habrfa de escindirse en distintas organizaciones indigenas, cada cual adscrita a una linea partidista especifica, En las antiguas y en las nuevas organizaciones orientadas hacia los derechos humanos y el trabajo de base; on redes que se superponfan parcialmente y que reproducfan en su seno, también en parte, agitaciones provenientes de los partidos; en reuniones para organizar proyectos que permitieran satisfacer necesidades de salud, alimentacién y derechos humanos, as{ como discutir sobre los problemas del pasado y el presente se fue estableciendo, a comienzos de la década de los ochenta, una nueva sensibilidad. Los actores sociales del Chile contraoficial no podian limitarse a presionar por politicas sociales més benignast por el contrario, tenian que derribar el régimen —mediante el re- conocimiento de la profundidad de la ruptura y la transformacién histéricas que habfa experimentado el pais después de 1973; mediante la ubicacién de Ia historia violenta reciente en el contexto mds amplio de las visiones de largo plazo sobre la democracia, la violencia y as luchas que caracterizan la historia Ghilena; y mediante la reconstruccién, de abajo hacia arriba, de una sociedad civil movilizada que exigiese democracia. Crisis y represién: el crudo “otro lado” de la renovacién [Los cambios politicos, los nuevos sentidos anclados en la cultura y el decidido trabajo social de base a que nos referimos anteriormente, representaron una suerte de renovacién del Chile contraoficial durante el perfodo 1980-1982. Sin embargo, un andlisis limitado a un nivel microhistérico podria perder de vista el panorama general y caer en Ja trampa de la teleologia heroica, esto es, la de trazar una linea recta que termina, afios después, en una oleada avasalla- dora de protestas y movilizaciones en pro de la democracia. 279

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