Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
¿Hacía dónde podía mirar? Dirigió la mirada angustiado al papel y a pesar de que se
sabía su discurso de memoria no levantó la cabeza de las letras.
Todos los presentes estaban poseídos por una especie de inquietud aumentada por
los neuróticos golpes de viento que los sacudían a cada momento. Papá Clevis tenía
el sombrero bien encasquetado en la cabeza, pero el viento era tan fuerte que de
repente se lo arrebató y lo hizo posarse entre la sepultura abierta y la familia Passer
que estaba en primera fila.
En ese momento ya nadie pensaba más que en papá Clevis y su sombrero. El orador
no sabía nada del sombrero, pero comprendió que estaba ocurriendo algo entre su
auditorio. Levantó la vista del papel y con sorpresa se encontró con un desconocido
que estaba a dos pasos de distancia y lo miraba com si se preparase para saltar.
Volvió la vista rápidamente hacia las letras: quizá tenía la esperanza de que al volver
a levantarla la increíble aparición se hubiese esfumado. Pero cuando la levantó, el
hombre seguía allí y continuaba mirándolo.
Y es que papá Clevis no podía ni avanzar ni retroceder. Echarse bajo los pies del
orador le parecía atrevido y volver sin el sombrero ridículo. Se quedó por lo tanto
inmóvil, paralizado por su indecisión, intentando en vano que se le ocurriese alguna
solución.
Ansiaba que alguien le ayudase. Miró a los sepultureros. Estos estaban inmóviles al
otro lado de la sepultura, mirando fijamente a los pies del orador.
Clevis extendió aún el brazo hacia él, como si quisiera llamarlo para que volviese,
pero inmediatamente después decidió comportarse como si nunca hubiese existido
ningún sombrero y él estuviese junto al borde de la sepultura sólo gracias a alguna
casualidad insignificante. Intentó entonces comportarse con naturalidad y soltura,
pero era muy difícil, porque todos los ojos se dirigían hacia él. Tenía la cara estirada
por una extraña mueca, trataba de no ver a nadie y fue situarse a la primera fila
donde sollozaba el hijo de Passer.
Cuando desapareció la peligrosa visión del hombre listo para saltar, el hombre del
papel se tranquilizó y levantó los ojos hacia el gentío que ya no oía nada de lo que
decía, para pronunciar la última frase de su discurso. Después se dio la vuelta hacia
los sepultureros y exclamó en tono muy solemne «Viktor Passer, los que te han
amado nunca te olvidarán. Descansa en paz».
Se agachó hacia el montón de tierra que estaba junto a la tumba, cogió un poco de
tierra con una pequeña pala que allí había y se inclinó sobre la sepultura. En ese
momento una ola de risa ahogada agitó las filas de los asistentes al acto. Todos se
imaginaban que el orador, que se había quedado paralizado con la pala llena de
tierra en la mano inmóvil hacia abajo, veía al fondo del féretro y encima de él el
sombrero como si el muerto, en vano intento por mantener la dignidad, no hubiera
querido permanecer con la cabeza descubierta durante un discurso tan solemne.
El orador se contuvo, echó la tierra sobre el féretro, cuidando de que no tocase el
sombrero, como si debajo de él se escondiese realmente la cabeza de Passer. Le
pasó la gala a la viuda. Sí, todos tuvieron que beber el cáliz de la tentación final,
todos tuvieron que luchar en ese horrible combate contra la risa. Todos, incluso la
mujer, el hijo que sollozaba, tuvieron que coger la tierra con la pala e inclinarse
sobre el hoyo en el que estaba el féretro con el sombrero puesto, como si Passer,
con su optimismo y su vitalidad incorregibles, sacase la cabeza fuera.»
Kundera, Milan, El libro de la risa y el olvido, Buenos Aires, Seix Barral, 1991