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temas / Mitología
Según la mitología, tras la muerte las almas de los hombres iban a parar a un lúgubre reino subterráneo, gobernado
por el terrible dios Hades y su esposa Perséfone. Héroes como Orfeo, Heracles o Ulises se atrevieron a visitarlo
David Hernández de la Fuente
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Hermes, mensajero de los dioses y guía de las almas hacia el inframundo, aparece rodeado de los espíritus de los difuntos que esperan a orillas del Estige para ser
transportados por Caronte al reino de Hades. Óleo por Adolf Hirémy-Hirschl. 1898. Galería Belvedere, Viena.
Foto: l. Romano / Scala, Firenze
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Este magnífico grupo escultórico, obra de Gian Lorenzo Bernini, recrea el rapto de Perséfone por el dios Hades, soberano del inframundo, contemplado por el can
Cerbero. 1622. Galería Borghese, Roma.
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Las múltiples descripciones del Hades por autores antiguos y modernos permiten representar el desolador paisaje del infierno de los griegos, repleto de lugares
horrendos. Tras entrar por cualquiera de las bocas del infierno existentes, el difunto se dirigía a la orilla del Estige, el río que rodea el inframundo y que cruzaba a
bordo de la barca de Caronte. En la otra ribera el alma se encontraba con el guardián Cerbero y con los tres jueces del inframundo. Los autores explican que en su
penar por el Hades las almas encuentran tres ríos de infausto recuerdo: el Aqueronte o río de la aflicción, el Flegetonte o río ardiente y el Cocito, el río de los
lamentos. También separan nuestro mundo del Más Allá otros lugares prodigiosos, como las aguas del Leteo, el río del Olvido, que John Milton describe en su
Paraíso perdido. Las almas de los justos van a parar a lugares felices como los Campos Elíseos o las Islas de los Bienaventurados. Los iniciados en los misterios,
que a veces se hacían enterrar con instrucciones para emprender su viaje, se aseguraban la llegada sin problemas a los Campos Elíseos invocando el poderoso
nombre de Deméter, Orfeo o Dioniso. Por último estaba el Tártaro, lugar de tormento eterno donde iban a parar los condenados.
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Era costumbre colocar en la boca del difunto una moneda para pagar el viaje a Caronte. Si el alma no disponía de moneda, se veía obligada a vagar durante cien
años por las orillas del Estige hasta que el barquero accedía a llevarla gratis. Moneda con el rostro de Perséfone, 260 a.C. Numismática Jean Vinchon, París.
Hipnos y Tánatos
En las tumbas, sobre todo las femeninas, se acostumbraba a disponer como ofrenda un tipo de cerámica característico, el lécito, de color blanco y decorado con
escenas apenas esbozadas. El que se reproduce junto a estas líneas, atribuido al llamado pintor de Tánatos, muestra a los gemelos Hipnos y Tánatos levantando el
cuerpo de un guerrero. Siglo V a.C. Museo Británico, Londres.
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Cortejo funerario
En los entierros, las mujeres iban detrás del cortejo y sólo podían acudir si tenían más de 60 años, a no ser que fueran familiares próximas. En cambio, para los ritos
fúnebres se contrataban flautistas, cantantes, plañideras y danzantes, como las que aparecen en esta escena, procedente de una tumba de Ruvo, en la Campania,
del siglo IV a.C.
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Gustave Doré realizó en el siglo XIX esta inquietante pintura en la que aparecen los tres grandes jueces del inframundo: Minos, Radamantis y Éaco, entronizados y
dispuestos a juzgar a la miríada de almas que se agolpan temerosas y desesperadas a sus pies. Museo de Bellas Artes de La Rochelle.
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En un templo dedicado a los dioses egipcios Isis y Serapis, en Gortina, en la isla de Creta, se descubrieron estas estatuas que dan fe del sincretismo religioso
imperante en el mundo antiguo. Perséfone, la reina de los infiernos, porta elementos típicos de la diosa Isis, como el sistro y el creciente lunar en la frente, y el dios
Hades porta un kálathos, un tocado característico de Serapis, dios grecoegipcio. Siglo II. Museo de Heraclion.
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Ixión
Tras obtener el perdón de Zeus por matar al rey Deyoneo, su suegro, Ixión, rey de los lapitas, intentó seducir a Hera, esposa de Zeus. Furioso, el dios lo castigó
atándolo a una rueda ardiente que giraba sin cesar y lo precipitó al Tártaro, junto con los grandes criminales. El cruel castigo se muestra en este óleo de Jules-Élie
Delaunay, de 1876. Museo de Bellas Artes, Nantes.
Foto: Album
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Sísifo
Tiziano muestra en este óleo, pintado entre 1548 y 1549, el terrible castigo al que fue condenado Sísifo, el embaucador que se había atrevido a engañar al
mismísimo dios infernal. Fue condenado a empujar una enorme roca hasta lo alto de una colina, para luego verla caer y volver a empezar de nuevo. Prado, Madrid.
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Heracles y Cerbero
Uno de los doce "trabajos" de Heracles consistía en bajar a los infiernos para llevarse al can Cerbero. El héroe se presentó ante Hades para pedirle que le prestara a
su guardián. El dios accedió, siempre y cuando Heracles pudiera atraparlo con las manos desnudas. Éste es el momento que recrea muy gráficamente el óleo de
Domenico Pedrini, que muestra al héroe, con su clava y cubierto con la piel de león, arrastrando encadenado al fiero can fuera del Hades. Siglo XVIII.
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Odiseo y Tiresias
En la Odisea, Homero relata cómo Odiseo acude a las puertas del reino de Hades para consultar al espíritu del adivino Tiresias sobre los peligros que le esperan
durante su vuelta a Ítaca. Este relieve muestra al héroe ofreciendo la sangre del sacrificio a la sombra de Tiresias, que acude presta a beber antes de poder
contestar las preguntas del héroe. Museo del Louvre, París.
Al igual que el cristianismo y otras religiones creen en un Más Allá donde pervive el alma, los griegos de la Antigüedad también imaginaban un inframundo al que las almas de
hombres y mujeres eran conducidas tras su muerte. Para los griegos, el reino de los muertos estaba bajo el poder de Hades, hermano de Zeus y Poseidón. Estos tres dioses
viriles y barbados, que encarnan la masculinidad regia en el panteón griego, se repartieron los diversos ámbitos de nuestro mundo tras derrocar a su tiránico padre Crono y
vencer a los poderosos Titanes en una épica lucha por el dominio del universo.
La visión que tenían los griegos del Más Allá cambió con el tiempo. Al principio, el inframundo o Hades –como se le llamaba por el dios que lo gobernaba– parecía un lugar
poco deseable, como cuenta a Odiseo (el Ulises romano) la sombra del héroe Aquiles en un episodio de la Odisea de Homero; Aquiles manifiesta su deseo de volver a la tierra
como sea, incluso como un simple jornalero. Sin embargo, al menos desde el siglo VI a.C. se empezó a ver el Más Allá desde una perspectiva ética, con una división de los
muertos entre justos e injustos a los que corresponden premios o castigos según su comportamiento en vida. Así, se creía que los justos se dirigían a un lugar placentero en el
Hades, los Campos Elíseos, o a las Islas de los Bienaventurados, el reino idílico del viejo Crono, convertido en soberano de ese Más Allá. Seguramente esta nueva concepción
del inframundo obedecía al desarrollo de la idea de la inmortalidad del alma, e incluso a la introducción del concepto de reencarnación por parte de algunas sectas religiosas y
filosóficas.
Historia
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El deseo de conocer cómo era el Más Allá para encajar nuestra alma mejor en él propició el desarrollo de uno de los motivos más fascinantes de la cultura griega: el descenso
a los infiernos o katábasis. La literatura griega posee numerosos relatos sobre héroes míticos o épicos, así como filósofos o figuras chamánicas, que descendían al reino de
Hades para cumplir una misión, obtener conocimiento religioso o, simplemente, probar la experiencia mística de morir antes de la muerte física para conseguir un saber
privilegiado. Una de las historias más famosas es la del cantor Orfeo, figura mítica que se convertiría en patrón de una secta mistérica de gran predicamento, que garantizaba a
sus iniciados una vida más feliz después de la muerte. Otros héroes viajeros, como Odiseo y Eneas, o figuras divinas como Dioniso y Hefesto, coinciden en la peripecia de ida
y vuelta al inframundo.
Hubo asimismo figuras semilegendarias a las que se atribuyó un especial conocimiento del Más Allá gracias al vuelo del alma o démon para visitar esas regiones antes de su
hora postrera. Un ejemplo es Abaris, un mítico sacerdote de Apolo Hiperbóreo que, según la leyenda, viajaba sobre una flecha de oro voladora y era amigo de Pitágoras. O
Zalmoxis, un chamán tracio del que se cuentan extrañas noticias sobre un descenso subterráneo para mostrar que era capaz de morir y renacer. Otro caso es el del viajero y
poeta Aristeas de Proconeso, del que se contaba que cayó muerto en un batán y luego fue visto en distintos lugares. Decía de sí mismo que había acompañado a Apolo en un
viaje espiritual transformado en cuervo. También el filósofo Pitágoras realizó varios descensos al otro mundo a través de grutas.
Entradas infernales
Tan enraizada estaba durante la Antigüedad la creencia en el inframundo, que existían numerosas tradiciones que situaban la entrada al infierno en puntos geográficos
concretos. Podía tratarse de lagunas, pues el agua era el elemento conductor por excelencia, como el lago del Averno, cerca de Nápoles, que ocupa el cráter de un volcán
extinto y cuyos gases tóxicos acababan con la vida de las aves que intentaban anidar en sus proximidades. También podía tratarse de grietas en el suelo, como la que se abría
bajo el Plutonio o Puerta de Plutón en Hierápolis (actual Turquía), o una fisura en Sicilia, en la antigua Ena, por donde se decía que Hades salió del inframundo para raptar a
Perséfone.
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Algunas grutas o cuevas que también se han considerado puertas al infierno son la cueva Coricia, en una ladera del monte Parnaso, cerca del santuario del dios Apolo en
Delfos, o las cuevas del cabo Ténaro en Grecia. La boca al infierno por excelencia en Occidente se identificó con la cueva de la Sibila en Cumas, cerca del lago Averno, lugar
donde vivían estas mujeres que podían profetizar el futuro. En la Eneida de Virgilio, el príncipe troyano Eneas, guiado por la Sibilia de Cumas, entra en la cueva para acceder al
reino de Hades.
Estas grutas de paso al Más Allá se encontraban a menudo junto a importantes oráculos: el de Éfira, donde una tradición afirma que Ulises bajó al inframundo por indicación
de la maga Circe para consultar el espíritu del adivino Tiresias; el antiguo oráculo de la diosa Gea (la Tierra) en Olimpia, bajo el cual se abría una grieta en el suelo, según
Pausanias; el oráculo de Apolo en Ptoion; el santuario oracular de Trofonio en Lebadea, o el oráculo que había en Heraclea Póntica (en la actual Turquía), míticamente situado
en la desembocadura del río Aqueronte, al Oriente. Hoy en día hay allí una gruta llamada Cehennemagzi (en turco, "puerta del infierno").
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