Documentos de Académico
Documentos de Profesional
Documentos de Cultura
Hacia principios del siglo XX apareció, primero en el este y luego en el oeste europeo,
un maestro sufí, un extraño personaje que comenzó a trasmitir las enseñanzas del
cristianismo esotérico, aún partiendo del Islam; así de rarillo era él. Este maestro se
llamaba Gurdjieff y escribió un libro, bueno, un libro no, escribió varios libros un tanto
crípticos, pelín complicados de para leer antes de dormir; su titulo: “Del todo y de
todo. Relatos de Belcebú a su nieto”. En este tratado, Belcebú es uno de los sabios que
rigen los destinos del universo y, por tanto, también de los humanos. Hay uno de los
párrafos, en el que, cuando llegan al planeta tierra, Belcebú se dirige a su nieto y,
refiriéndose a nosotros, le dice: “esos extraños seres tricerebrados que habitan el
planeta tierra y que viven dormidos”. Esto es muy importante: vivimos dormidos.
¿Qué quiere decir Gurdjieff con vivimos dormidos? Que nos hemos perdido.
Mayoritariamente hemos perdido la capacidad de autoconocimiento, de estar despiertos
en relación a nosotros mismos, de conocernos a nosotros mismos. Esto, decía, porque se
nos había atrofiado un órgano que él, muy aficionado a crear palabras nuevas, llamaba el
kundabufer. El kundabufer es la capacidad de tener conciencia de uno mismo. Perderla
no la hemos perdido, sino que, a lo largo de nuestra maduración y desarrollo, ha quedado
oscurecida, como cubierta de una capa de ignorancia a cerca de nuestra esencia y origen,
por el desarrollo del carácter, necesario para nuestra adaptación al mundo en el que hemos
venido a nacer. Formamos nuestro carácter pero vamos distanciándonos de nuestra
identidad original. Así pues, en mayor o menos medida, esta capacidad para de tener clara
conciencia de uno mismo la perdemos a lo largo de nuestro desarrollo, durante los
primeros años; desde el nacimiento, hasta aproximadamente los siete años, en los que se
va formando el carácter y se cierra el carácter. En este insoslayable proceso, cambiamos
identidad por identificación, ser por parecer.
Cuando nacemos, cuando venimos al mundo, el niño está en contacto íntimo consigo
mismo. Todos sabemos que un bebé se expresa cómo se siente. No hay diferencia entre
lo que el bebé siente y lo que expresa. En este momento hay una identidad, el niño es sí
mismo, y se expresa en el mundo según su identidad, aún sin tener conciencia de ello,
obviamente. A lo largo del proceso de parentalización y de socialización vamos perdiendo
esta identidad con el propio ser. No es exactamente que lo vayamos perdiendo, sino que
va quedándose como enterrada, como ahogada por el desarrollo de esa necesaria función
de la personalidad a la que llamamos el carácter.
Esta pérdida de la capacidad de conciencia sobre nosotros mismos hace que las
potencialidades con las que nacemos no se desarrollen completamente y armónicamente,
unas se desarrollan demasiado y otras demasiado poco, con lo que llegamos a ser unos
adultos bastante disarmónicos y condicionados por una rígida e infantil estructura
defensiva, que nos aboca a un estilo de vida también rígido, poco creativo, falto de
espontaneidad y de libertad. Vivimos, pues condicionados, muy condicionados, por
aquello que nos ayudo en la infancia y que ahora resulta un lastre obsoleto.
Entre estas capacidades hay tres básicas, fundamentales, y sobre las que se desarrollan
todas las demás: la primera, es la capacidad de amar a la vida sobre todas las cosas, la
segunda, es la capacidad de amarse a uno mismo como la propia vida y, la tercera, es la
capacidad de amar al prójimo como a mí mismo. Esa es la piedra angular de un sano,
equilibrado y armónico desarrollo emocional humano como ser libre. Entonces, vamos
madurando biológicamente ignorantes de quienes somos, ignorantes de cuáles son
nuestras verdaderas capacidades y potencialidades como consecuencia del necesario
desarrollo del carácter. Básicamente vamos perdiendo nuestra capacidad de ser libres.
El carácter es una función necesaria, no podríamos vivir sin carácter. El carácter cumple
una doble misión: la de protegernos y la de adaptarnos al medio externo, pero el precio
que pagamos es que estas capacidades que todos tenemos, queden oscurecidas, queden
un poco ahogadas. ¿Cómo ocurre esto? Voy a intentar explicar, sencillamente, cómo es
que se forma el carácter, porque muchísimas personas consideran que nacemos con un
determinado carácter; no es cierto, eso no es así.
A partir de los seis meses, siete meses, comienza lo que en psicología se conoce como la
fase en espejo: el niño se alegra cuando se ve frente al el espejo. Esta reacción indica que
el niño ya es capaz de comenzar a percibir que el medio externo existe. Ya es capaz de
ir dándose cuenta de “si hago esto, mis papas me sonríen”, “si hago esto, mis papas se
ponen serios”, “si hago esto”… Va percibiéndose y recibiendo las diversas respuestas
del “otro”. Poco a poco va adaptando sus demandas a las que percibe del mundo externo
donde se mira como en un espejo. De este modo va formando una imagen especular de sí
mismo, de acuerdo con la respuesta que le da el medio externo, sobre todo los padres y
en primer lugar la madre. De acuerdo con estas demandas y respuestas el niño inhibirá
unas capacidades o potenciará otras, de tal manera que de ese estado de identidad en el
que el niño es uno consigo mismo y uno con la vida, vamos pasando a un estado
de identificación; de identificación con la imagen que el medio externo nos devuelve, es
decir: “si haces esto, niño guapo”, “si haces esto, niño feo”, “si hago esto, me siento
querido”, “si hago esto, me siento rechazado”, etc.
El carácter comienza a formarse desde el momento del nacimiento y, a los siete u ocho
años, aproximadamente, el carácter ya está hecho, está cerrado. Luego, a lo largo del
desarrollo, sobre todo en la adolescencia, aflora ya la estructura de una manera evidente,
pero ya son variaciones sobre el mismo tema. No cambiamos de carácter, sino que el
carácter puede ser más funcional o más disfuncional, según nos vayan las cosas,
pero siempre ya dentro de ese carácter que hemos estructurado en los primeros años de
vida y que nos condiciona. Nos condiciona totalmente porque ese cuento que nos hemos
contado, en el que cambiamos el “yo soy” por el “cómo debo ser o como no debo ser”
para que mis papas, por decirlo de una manera simple, me quieran; para que mis papas
me apoyen “debo de ser”, “tengo que ser” de una determinada manera y “no debo de
ser”, “no tengo que ser” de otra determinada manera. Y, por tanto, para que yo me quiera
y me apoye, y para que los demás me quieran y me apoyen, debo de ser o no ser…
Libertad condicionada, en suma.
En fin, vamos cambiando y vamos teniendo que responder. Pero todo este constructo que
nos hacemos queda en el inconsciente por pura necesidad de protegernos y evitar
sufrimiento. Todo este movimiento queda en el olvido, en el inconsciente, pero desde el
ahí gobierna toda nuestra vida y, generalmente, no nos enteramos. De este modo
respondemos siempre de una manera semejante ante diversas situaciones de la vida; pura
función mecánica: no vivimos “haciendo vida”, funcionamos en la vida más o menos
adecuadamente, como buenas maquinas. Si observamos nuestra vida un poco
objetivamente ( algo no fácil) veremos que, ante determinadas situaciones, la respuesta
es siempre semejante, hay una reactividad mecánica en el vivir. Ese refrán que dice que
el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, bueno,
tropezamos setenta veces siete.
Esta es la función que desempeña el carácter, nos posibilita y nos ayuda a adaptarnos, nos
evita sufrimientos y también nos los procura, y a lo largo de la vida se va convirtiendo
en una especie de armadura que nos impide el contacto real con nosotros mismos y con
el resto de las personas. Nos relacionamos de carácter a carácter, como unos caballeros
medievales se relacionarían abrazándose con la armadura puesta, de coraza a coraza.
Difícil que haya un verdadero contacto, difícil. Cuando estamos en situaciones de no
estrés, en situaciones de intimidad podemos relativamente relajar el carácter, se puede
relajar el carácter y establecer contactos algo más íntimos, pero cuando estamos en
situaciones normales y habituales, la relación es de carácter a carácter, no de ser a ser.
Para que haya libertad, tanto individual, como colectiva, es necesario el conocimiento.
Para que haya libertad colectiva es necesario que haya una información objetiva para que
se pueda conocer qué es lo que ocurre, qué es lo que pasa. Para que haya libertad
individual es necesario que tengamos una información objetiva sobre nosotros mismos
para que podamos llegar a conocernos. Si no hay verdadero conocimiento, no puede haber
libertad, eso es algo obvio.
Entonces, la libertad consiste en dar una respuesta adecuada, creativa a las demandas del
medio externo, siempre teniéndome en cuenta a mí, en primer lugar, que luego ese primer
lugar lo ceda, vale, pero lo cedo porque quiero, no “porque tengo qué”, “no porque debo
de”, sino porque quiero, porque siento que es bueno ceder ese primer lugar, pero
en primer lugar considerarme a mí mismo y desde ahí podemos partir.
Bien, a grandes rasgos, esto es así. Pero para hacer este camino de autoconocimiento es
necesario tener en cuenta que vivimos en un sistema, en el que estamos todos inmersos
formando parte de él, que, como en todos los sistemas institucionalizados, su principal y
con frecuencia único interés es conservar el poder. Una manera más fácil de conservar el
poder no es hacer las cosas bien, como sería lo lógico, sino mantener a la gente en el
miedo y la ignorancia. Ir socavando la capacidad de pensamiento crítico de las personas,
eso lo tenemos que tener en cuenta. Esta es una norma que se cumple en casi todos los
sistemas institucionalizados, tanto políticos, como religiosos o económicos.
Es esfuerzo va dirigido a mantener a las personas con poca capacidad crítica, sumidas en
un sueño de libertad, “usted es libre” ¿para qué?, “es libre para hacer lo que yo quiero
que haga que es lo que yo le vendo”, pero no es libre para relacionarse consigo mismo,
porque no hay conocimiento de sí mismo.
Hemos ido perdiendo a lo largo de la historia, de los siglos, esto no es nuevo, la confianza
en nuestra capacidad humanística, que es la esencia del ser humano; por eso se está
frenando el desarrollo evolutivo de la especie. Por ejemplo, los estudios de medicina se
imparte en una facultad, la enfermería se imparte en una facultad, educación se imparte
en una facultad, filosofía se imparte en una facultad; pero ya no deberían de llamarse
facultades. En las universidades, tradicionalmente hemos considerado que en las
Facultades se daba primacía al estudio dentro de una concepción humanística de lo
enseñado; ello ante las Escuelas donde se daba primacía a la técnica. Así, considerábamos
que en las Facultad se desarrollaba sobre todo saber estar humanístico, la consideración
del hombre y de la mujer como un ser humano sobre todas las cosas. Ahora ya, sonde se
enseña Medicina, se debería llamar también escuela, escuela técnica cuando el
humanismo no se ve por ningún lado. En la educación también es así, solo se potencian
son los conocimientos técnicos, no el desarrollo humanístico de los alumnos; y luego se
nos viene a decir que hay que desarrollar las emociones, una contradicción importante.
Vivimos, pues, en un estado ficticio de libertad, en algo que nos venden para beneficio
de unos pocos. Vale, pues así las cosas ¿cómo podemos obtener libertad personal?,
porque si no obtenemos libertad personal, no puede haber libertad colectiva, eso es algo
también obvio.
Como vengo repitiendo de manera casi obsesiva a lo largo de esta charla, para tener
libertad personal es necesario conocernos. Es a través del autoconocimiento como
podemos ir obteniendo parcelas de libertad, porque ser más libre es ser más objetivo. Ser
totalmente objetivo y sería ser santo y no vamos a expirar a esas alturas. Pero podemos ir
obteniendo parcelas de libertad a través de potenciar y de ocuparnos del conocimiento de
nosotros mismos, de eso que se llama el autoconocimiento. Tener información veraz, real
de nosotros mismos, para poder ir conociendo cómo funcionamos. Cómo somos, bueno,
no es de difícil acceso si uno tiene un poco de perspicacia sobre sí mismo.
Algo que tenemos que aceptar de entrada es que la inmensa mayoría de los humanos, por
lo menos en nuestra sociedad, en nuestra cultura occidental, ni somos libres, ni podemos
hacer. Estamos condicionados por una estructura caracterial inconsciente que nos hace
vivir de una manera más o menos mecánica y, desde este funcionamiento, más o menos
inconsciente, no podemos hacer sino que funcionamos de una determinada manera fijada
a nuestro carácter. Ir dándonos cuenta de cómo funcionamos nos va proporcionando
conocimiento sobre nosotros mismos y este conocimiento sobre nosotros mismos nos va
a ir dando la posibilidad de buscar alternativas correctoras que, en vez de procurarnos
respuestas automáticas, reactivas, nos dé la posibilidad de responder de una manera
creativa, de una manera más sana.
Lo que más tememos los humanos es que la imagen se nos tambalee, no tanto la imagen
cara al exterior, sino la imagen que nosotros tenemos de nosotros mismos, y por esa
imagen nos vendemos, vendemos el alma al diablo, literalmente. Cuando nos movemos,
no nos movemos tanto por nuestras necesidades, por nuestros deseos, sino por la
necesidad de proteger esta imagen que creemos que nos defiende, con la que estamos
identificados y en la que ponemos nuestra creencia y sentimos que somos así, pero eso
no es cierto, esa es la primera cosa que nos tiene que quedar clara: “yo no soy como creo
que soy”. Esto puede dar un poco vértigo “si no soy como creo que soy, ¿quién soy?”,
cuando uno se hace esta pregunta ya está bien encaminado.
Este autoconocimiento no puede ser algo teórico. Hay gente, mucha gente que se lee
libros para llegar a conocerse, eso no es posible, muchas veces incluso es perjudicial
porque nos afianza más en lo que “creemos y queremos ser”. El autoconocimiento tiene
que pasar a través de la experiencia, tenemos que experimentarnos. Podemos saber un
poco de nosotros mismos, saber un poco de nuestro carácter si leemos algunos libros,
pero si no nos experimentamos no hay paso adelante, no cambia nada, estamos ahí en un
circuito cerrado, en una rueda de hámster que no cambia nada. De manera que no se trata
de saber, sino de conocernos, y conocernos a través de tomar conciencia de la experiencia,
y la experiencia, como decía antes, ocurre en el presente, en el aquí y el ahora, no en el
antes ni en el después, sino ahora mismo.
Y dentro de esto, de este experimentarnos en el presente, hay una parte muy importante
que es la re-experimentación, es decir, volvernos a experimentar en la historia de nuestra
vida. ¿Cómo es esto? Bueno, como dije al principio, el carácter se forma en los primeros
años de vida cuando el individuo, el niño, tiene que protegerse; tiene que adaptarse con
los recursos infantiles de que dispone, tiene que adecuarse, tiene que velar por su
seguridad y crear una imagen de sí mismo, identificarse con ella y funcionar de esta
manera, porque es como ha sentido más seguridad, o menos angustia. Todo ello está
filtrado por un pensamiento fijo, por una historia que me cuento, a cerca de que la mejor
manera de estar en el mundo, la mejor manera de vivir es de esta y no otra de manera.
Un pensamiento fijo, es una especie de idea loca que elaboramos por la distorsión de la
percepción infantil de indefensión el medio. El re-conocernos es volver a experimentar la
historia de nuestra vida, es decir, tratar de hacer conscientes aquellas cosas que están
todavía en el inconsciente; traerlas al presente, que es lo único que realmente existe y, en
este presente, volver a tomar contacto con ellas, y volver a experimentarlas desde una
posición de adulto, con una capacidad de asimilación, con una capacidad cognitiva y con
una capacidad de defensa incomparablemente mayor a la que teníamos desde niños. En
este proceso de autoconocimiento se trata un poquito, en cierto modo, de desandar el
camino andado, de recuperar esa parte de la historia de nuestra vida que ha quedado
inconsciente, pero que desde el inconsciente nos rige.
Entiendo que haya muchas personas que lo no tomen en cuenta, pero la existencia del
inconsciente es algo aceptado totalmente, así como que el inconsciente gobierna sobre el
consciente en la mayoría de ocasiones, sobre todo en las situaciones de estrés, es algo
también que en este momento está totalmente aceptado. No es fácil de aceptara que
nuestra voluntad no gobierna nuestras vidas, sino que estamos regidos por la historia de
nuestro pasado, y que este pasado permanece mayoritariamente inconsciente sobre todo
de los hechos emocionalmente traumáticos.
¿Qué es lo que nos va a proporcionar este re-encuentro con nosotros mismos? Bueno, nos
va a proporcionar sentido de existencia ¿Qué es la existencia? La existencia es la memoria
de vida, no tanto la memoria lineal y racional que reside en la corteza cerebral, sino la
memoria que está impresa, que está grabada en cada una de las células de nuestro cuerpo,
esa es la memoria de vida. Todo nuestro cuerpo tiene memoria de vida, recuperar esa
memoria de vida es lo que nos va a dar sentido de existencia. Ese es el drama de las
demencias, de cualquier tipo de demencia. Personas que viven en un riguroso presente
casi minuto a minuto sin consciencia de su existencia, y todavía, cuando se dan cuenta de
que esto es así, les ocasiona una intensa angustia. Es una situación muy angustiosa,
porque se pierde el sentido de la existencia, se pierde la continuidad.
De manera que nosotros vivimos X años, pero tenemos conciencia de existencia de poco
tiempo, porque cada vez que nos desconectamos del presente, cada vez que nos
desconectamos del momento presente, del aquí y el ahora, el sentido de la existencia
queda cortado y vivimos a trozos, con espacios vacíos; es como si viésemos una película
montada a trozos, saltando secuencias, no entenderíamos el argumento.
Nosotros somos los que investimos a la vida de existencia, o sea, esta mesa es una mesa
que está aquí, pero que para mí no tiene existencia en tanto que yo no la invista, en tanto
que yo no la reconozca, en tanto que yo no me relacione con ella es como si no existiera,
no es como si no existiera, es que no existe, para mí no existe en absoluto.
En cierta ocasión, hablando de la Vida, decía, bueno, en el mundo de los animales, los
gusanos, por ejemplo, se alimentan de la organicidad de la tierra, las plantas se alimentan
de lo que producen las lombrices, la vaca se come a las plantas, el hombre se come a la
vaca y, siguiendo esta regla, ¿quién se come al hombre? Se abría ahí una pregunta muy
importante. Al hombre se lo come la propia Vida. La vida necesita ser experimentada y
que nuestra experiencia sea devuelta de nuevo a la vida, si no, la vida se queda raquítica,
se queda en una vida deshumanizada, mecánica, absurda, falta de sentido, que es lo en
este momento, de una manera llamativa estamos viviendo.
Bien, viendo así las cosas, parece esto muy pesimista, no es en absoluto pesimista. En
este momento existe un movimiento importante de interés en las personas hacia el
desarrollo humanístico, hacia el conocimiento de sí mismos y, afortunadamente hoy,
frente a este sistema que nos tiene tan alienados, ofrece muchas posibilidades de ayuda,
y muchas posibilidades para que las personas que se interesen puedan desarrollar esta
capacidad de conocimiento. Este desarrollo no pasa tanto por ese movimiento
de desarrollo emocional, porque las emociones están, las cualidades y las capacidades
propias de la especie humana están siempre, no se pierden nunca, pero están oscurecidas
y están oscurecidas por esta función, por esta estructura a la hemos llamado carácter;
entonces, este autoconocimiento, este desarrollo personal pasa, no tanto por intentar
potenciar emociones positivas voluntariamente, lo cual es poco probable que sea eficaz,
sino por ir descubriendo cuales son los obstáculos que a lo largo de nuestro desarrollo
hemos creado para que estas capacidades emocionales, intelectuales, sensoriales y
sensitivas, no puedan expresarse libremente. No es tanto potenciar determinadas
actitudes, potenciar determinados sentimientos, sino ver cuáles son los obstáculos que
impiden que se manifiesten libremente, para que se manifiesten tal y como son, sin ningún
esfuerzo; simplemente para que el ser humano se experimente a sí mismo y a los demás
como ser humano.
Esto es importante, buscar donde no hemos perdido las cosas. Nuestras capacidades no
las hemos perdido en el mundo exterior. Los obstáculos no están en el mundo exterior,
los obstáculos los ponemos nosotros en el mundo exterior, porque creamos un mundo
exterior representacional de acuerdo a nuestro mundo interior. El mundo exterior que
nosotros vivimos no es real, es una proyección de nuestras propias vivencias. Entonces,
tenemos la tendencia a buscar fuera cosas que nos satisfagan, del tipo que sean, desde
cosas materiales a cosas emocionales, incluso espirituales, y ahí no lo hemos perdido, no
lo hemos perdido en ningún sitio, lo tenemos en nosotros mismos, solo que está
oscurecido, y ahí es donde tenemos que encontrarlas, ahí es donde tenemos que buscar.
Y esa es la gran dificultad, porque, para poder buscar y encontrar dentro de nosotros esas
cosas que están pero que no somos conscientes de que están porque están oscurecidas,
hace falta coraje, hace falta desapegarnos un poco de esa idea que tenemos de que “yo
soy así” y empezar a pensar “yo no soy así, yo funciono así, sé que mi carácter se formó
de esta manera, que yo me identifique con ello y creo que soy así pero realmente…”
Podemos crecer a partir de que pongamos en duda esa identificación que no tuvimos más
remedio que asumir. Nadie es culpable de tener un determinado carácter u otro. El
organismo forma el carácter de la mejor manera posible y la prueba está en que nos
mantiene vivos hasta llegar hasta aquí, y mantiene vivo nuestro deseo de mejorar. Pero
llega un momento en que eso se convierte en una rémora porque son anclajes infantiles,
porque son respuestas infantiles, porque son deseos infantiles, que no han podido
madurar suficientemente para acompañarnos en una vida de adultos. Es como
la necesidad de cambiar de coche, bueno, me serviste pero ya eres un coche viejo, ya no
te adaptas a las nuevas demandas de las carreteras, te agradezco que me hayas servido
hasta este momento, pero tengo que ir cambiando de coche. Bien, nosotros mismos
también tenemos que ir cambiando con respecto a nosotros mismos y no es una cuestión
de poner el esfuerzo en cambiar, no podemos cambiar por fuerza de voluntad. Eso es
producir mucho sufrimiento. El no querer ser como somos, es producir mucho
sufrimiento. El primer paso es aceptar que somos como somos y que realmente no
podemos hacer nada por cambiar, que lo único que podemos hacer es observarnos y el
cambio es algo que se produce sólo a través de este mecanismo de auto-observación.
Claro, pero la auto-observación tiene que ser algo acompañado porque los humanos
somos expertos en el autoengaño, en eso somos maestros, en engañarnos a nosotros
mismos, en darnos excusas, justificaciones, etc.
Vale, entonces, aceptando que somos así, que somos como somos y observando como
funcionamos, es como podemos ir dándonos cuenta de cual es nuestra verdadera realidad
y de cuál es nuestra verdadera identidad. El darnos cuenta de aquellas cosas que nos
dañan, que a lo largo de nuestra vida, de una manera repetitiva, nos produce sufrimiento,
va haciendo que el propio organismo vaya tomando otras actitudes, porque el movimiento
natural de la vida, el movimiento natural del organismo siempre es a evitar el displacer,
en la medida en la que podemos ser conscientes de ello.
Si la empatía se sustenta sobre el amor generoso, entonces es el poder estar frente otro un
poco distanciado de mis propios pensamientos, de mis propios prejuicios, de mi propia
mecanicidad, se hace necesario. Para que la empatía pueda ir desarrollándose es necesario
que haya, por lo menos, algo de distanciamiento de mí mismo, algo de ese saber que yo
no soy, lo que creo que soy, que en mi hay cosas que desconozco, poder distanciarse un
poquito de uno mismo. Si estamos apegados al pasado, a lo que ocurrió o a lo que ocurrirá
es difícil que estemos en lo que está ocurriendo, nos estamos perdiendo el momento
presente y es lo único que hay real; ni el pasado ya es real, ni el futuro tampoco, entonces,
el estar frente a alguien, en comunicación con alguien, pero estar con lo que nos pasó
o con lo que nos puede pasar y no con lo que está pasando, ahí no puede haber empatía,
puede haber un “como si” pero verdadera empatía no hay.
Nos dicen las tradiciones espirituales, de una manera o de otra “deja de ser tú”. Y aquí,
cuando hablamos de espiritual, hacemos un enlace con lo religioso. Lo religioso puede
no tener mucho que ver con lo espiritual; lo religioso es un modo de canalizar hacia lo
espiritual, pero de hecho todas las religiones institucionalizadas obstruyen el desarrollo
espiritual. El desarrollo espiritual es un desarrollo individual, espontáneo y creativo y eso
puede que vaya contra del orden establecido, sea cual sea. Es muy revulsivo permitir que
las personas se expresen espontáneamente, sean libres y se adecuen a sus verdaderas
necesidades, es algo verdaderamente revolucionario, por ello puede no estar permitido en
la ortodoxia de las tradiciones. Entonces, las religiones pueden ahogan el desarrollo
espiritual, de ahí las persecuciones de la heterodoxia hereje, esa es la historia. Las
personas que son capaces de sustraerse a esta jaula institucional, se desarrollan
espiritualmente a través de la religión, la que sea, pero marginalmente. De aquí viene que
existan en todas las tradiciones una rama mística, una rama esotérica, como he dicho
antes. Dentro del Islam el sufismo; dentro del Catolicismo el cristianismo de base…
Siempre son tendencias marginales a lo ortodoxo.
Todas las tradiciones nos dicen “deja de ser tú, ponte en duda, cuestiónate, piensa que
no eres como crees que eres”, eso, desde las tradiciones espirituales. Desde las enseñanzas
y desde la Psicología: “ten en cuenta que hay un inconsciente, ten en cuenta que lo que
ves es la punta del iceberg, que la vida, tu vida está regida por tu inconsciente. Haz
consciente ese inconsciente, recupera la historia de tu vida, recupera tu presente y eso
hará que haya un cambio”.
Yo no soy teista, en el sentido del dios común y corriente, sea de la religión que sea, pero
yo creo en la Divinidad de la Vida, creo que no hace falta que haya un dios, que la Vida
en sí misma es Divina y que, nosotros, somos la vida y, por lo tanto, nosotros, somos
divinos y, desde ese punto de vista, debemos de considerar que todos formamos parte de
esta comunidad que es la Vida, como las células de nuestro cuerpo forman parte de
nuestro cuerpo. Cada célula sabe cuál es su misión, conoce cuál es su misión y todas,
todas, constituyen un organismo, una unidad funcional a la que llamamos ser humano, en
este momento, o cualquier otro ser vivo. Ser conscientes de esto, ser conscientes de que
no nos podemos separar de la Vida, que no nos podemos separar del otro; la vida de cada
uno de nosotros es imprescindible y tenemos la obligación de cuidarla. Tomar
conciencia de esto, de que todos formamos parte de los mismo, cada gota forma parte del
océano, cada gota es imprescindible para el océano, cada uno de nosotros somos
imprescindibles para la Vida y nuestro deber es cuidar a la Vida y, cuidar a la Vida, pasa
por cuidarnos a nosotros mismos, cuidarnos a nosotros mismos, pasa por conocernos,
conocer nuestros deseos, conocer nuestros sentimientos, conocer nuestras emociones y
tratar en lo posible de satisfacerlas.
Esto en relación con los demás, con cada uno de los demás. Por lo tanto, la empatía es
una respuesta verdadera a lo que de verdad hay, libre, lo más libre posible, de los
prejuicios. Para que haya una respuesta verdadera yo tengo que estar en contacto con mis
verdaderos sentimientos, con mis verdaderas emociones y ser capaz de percibir lo que de
verdad hay en el otro, lo que hay por detrás de lo que aparenta, porque, detrás de lo que
aparenta, hay un ser que es semejante a mí, que tiene los mismos deseos, las mismas
necesidades, los mismos sufrimientos que yo, en tanto que yo sea capaz de colocarme,
de ayudar, de ponerme en su lugar, estoy haciendo por la Vida en sí.
Todo lo anterior, requiere tener una atención abierta, una actitud y una atención abierta,
no estar cerrados completamente, apegados a nuestros procesos mentales, apegados a
nuestros procesos emocionales, queriendo que las cosas sean de otra manera de como son
en realidad. Eso es necesario, es distinto lo que es real, de lo que imagino que es real.
Nosotros imaginamos, a veces imaginamos situaciones tremendamente catastróficas y
nos inhibimos, otras veces, imaginamos situaciones maravillosas, y nos lanzamos, y
resulta que la realidad no es ninguna de las dos cosas, porque tenemos la atención puesta
en nuestros propios procesos, no en lo que de verdad hay.
Y ¿cómo hago esto?, bueno, hay una brújula, una brújula que es muy fiable, no infalible,
pero muy fiable que es la brújula organísmica. Es fiarnos de nuestras propias
sensaciones, de lo que el cuerpo nos dice, de lo que el cuerpo nos hace sentir. En
cualquier tipo de situación es mucho más fiable el tomar contacto con cómo me siento y
cómo siento que queda la situación, que lo que pienso de ella, muchísimo más fiable. Lo
que pienso de ella siempre va a estar condicionado por esta estructura caracterial.
Las estructuras caracteriales no son infinitas, es decir, cada uno de los que estamos aquí
no tenemos un carácter diferente, hay un determinado número, unos determinados tipos
de carácter y todos estamos ahí. No somos tan maravillosos como creemos que somos,
tan individuales. Entonces, funcionamos desde esa fijación, ese pensamiento que tenemos
del mundo “las cosas deben ser como tienen que ser”, “el mundo tiene que satisfacer mis
demandas” o “a mí nunca me salen las cosas bien”, “tengo que ser brillante para ser
aceptado”, “no puedo manifestarme porque tengo miedo a que me den el coscorrón”, en
fin, o “no puedo hablar porque lo que yo tengo que decir no es muy importante” Estamos
fijados ahí y, no lo podemos evitar, de momento, entonces, lo que no va a fallar es la
sensación: ¿cómo me quedo sensorialmente? ¿Cómo me percibo en esta situación?
¿Cómo percibo que la situación queda? Y… fiarnos, fiarnos de esta información
organísmica. Esa es una brújula que generalmente da buena información. Bien, así son
las cosas, más o menos. En este momento, extenderme más por este sendero no creo que
sea posible.
Responder con responsabilidad a las demandas de una sociedad sana, pasa por saber
responder con responsabilidad a las demandas individuales de cada uno de nosotros.
Poder satisfacer las demandas individuales de cada uno de nosotros, pasa por conocernos.
Entonces, el autoconocimiento es imprescindible para que pueda haber crecimiento,
maduración, desarrollo y libertad. Es necesario que uno ponga un interrogante a “yo soy
así y fui así desde que nací” “pobrecito, no ha cambiado nada a lo largo de tu vida”. Vale,
poner ahí el interrogante. Entonces, además es la obligación, es el deber que los jóvenes
“tenemos” con la vida. La vida no es gratis, el deber que tenemos con la vida es devolver
más vida.
El ser humano tiene sentido de la trascendencia, creemos que es el único mamífero que
la tiene, a lo mejor si, a lo mejor no, no lo sé. No es tanto en la trascendencia hacia otra
vida después de la muerte ¿quién sabe? Para mí la trascendencia de cada uno de nosotros
está en la propia especie, en hacer que la especie humana sea cada vez mejor, y no que
sea tecnológicamente mejor, no que tenga más chismes, más aparatos, más tecnología,
que eso está muy bien, si se usa bien, si se usa mal como se está usando, pues un desastre.
La trascendencia está en que la humanidad vaya recuperando su sentido de humanidad,
su sentido humanístico, vaya siendo cada vez más consciente de sí misma, esa es la
trascendencia inmediata que nosotros tenemos, y esa es la obligación que nosotros
tenemos para con la Vida. Si tratamos bien a la Vida, la Vida nos tratara bien a nosotros.
Yo creo que esta es una misión, sobre todo, de los jóvenes, que sois los inconformistas,
heterodoxos, portadores de nuevas, ideas de nuevos cambios. Nosotros, bueno, no
nosotros, los que son mayores, tenemos que sustentar lo que hemos conseguido, pero lo
que tenga que venir, el cambio, los cambios, la mejoría, eso tiene que venir de mano de
los jóvenes. Yo siento que eso es un deber que tenemos para con la Vida, pero si queremos
propiciar un cambio tiene que ser a través de un cambio de conciencia, de un cambio en
el darnos cuenta de cómo vivimos, de un cambio en la capacidad de autoconocimiento,
de tener conciencia de qué es lo que hacemos aquí. ¿Vosotros habéis pensado alguna vez
qué es lo que hacemos aquí, en este planeta tierra? ¿Cuál es nuestra misión? Es un poco,
no sé… ¿Qué hacemos aquí? Somos un experimento yo creo, un experimento capaz de
tener conciencia de sí mismo, capaz de mejorarse a sí mismo, capaz de evolucionar
emocional, intelectualmente y experiencialmente y, eso, va a propiciar un mejor vivir,
pero no un mejor vivir desde el punto de vista tecnológico, sino un mejor vivir desde el
punto de vista humanístico, llegar a concienciarnos de que la vida de cada uno de nosotros
es imprescindible para la vida de los demás, ese sería el cambio de conciencia por el que
es necesario pasar.
Aquí, creo que estáis reunidos estudiantes de enfermería y de educación. Para mí son las
dos piedras angulares, son los dos pilares básicos del desarrollo sano de una sociedad,
desde luego. La salud, y no me refiero solo a la salud física, la salud física es básica, claro,
pero también la salud emocional. Y en educación, no me refiero tanto a la información,
como a la formación y desde la posición de autoridad que da el ser profesional, el ser un
enfermero que se acerca a un paciente. Ahora he tenido yo ocasión de pasar por un
hospital durante un tiempo, desde la posición de enfermo. El enfermero es el ángel de la
guarda, mucho más que el médico. El médico cumple una misión tecnológica, más que
otra cosa. El enfermero cumple una misión humanística. Desde esa posición de autoridad
que da el ser un profesional, tanto de la enfermería, tanto de la salud, como de la
educación, dar testimonio con la actitud. Un educador es una persona que trasmite
humanidad. Eso no es cuestión de información, no es cuestión de palabras, sino es
cuestión de actitud. Si nos acercamos a la otra persona desde la salud a un paciente, desde
la educación a un niño, un adolescente, hagámoslo con una actitud verdadera, con una
actitud en la que hay contacto con uno mismo. La otra persona lo va a percibir, más allá
de las palabras. Y eso es ser educador: trasmitir humanismo. Luego, la información que
haya que transmitir, se trasmite, pero desde ese contacto verdadero, des ese verdadero
contacto humano.
La importancia fundamental de esta manera de entrar en contacto de este modo, es
intentar apoyar el que la persona confíe en sí misma: que el niño o el paciente confíe en
sus propias capacidades de desarrollo o en sus propias capacidades
de sanación. Trasmitir esto: tú puedes. Apoyar el desarrollo de todo lo que sea el
autocuidado, todo lo que sea el auto-amor, esa sería la misión fundamental de
un educador. No podemos separar el oficio de enfermero o el oficio de maestro, de ser
un educador. En esa posición de autoridad profesional, todos somos educadores y, ese,
es el quid de la cuestión: ayudar a confiar en sí mismo. Si una persona no confía en sí
mismo, no puede amarse, no puede quererse y, si no puede quererse, tampoco puede
querer a los demás, eso no tiene vuelta de hoja, no conoce lo que es eso.
Yo estoy por eso, desde aquí doy testimonio y vosotros desde ahí debéis de darlo, porque
el futuro es vuestro. Entonces, si tenemos que propiciar un cambio, no podemos esperar
que el cambio venga desde arriba, es necesario un cambio de actitud desde dentro, es
decir, cumplir lo que tenemos que cumplir con una actitud amorosa, con una actitud
diferente, sin tener en cuenta a la autoridad. No es una cuestión de se rebeldes a la
autoridad, sino aceptar la autoridad, pero no aceptarla tal y como ellos la imponen, sino
con un cambio en nuestra actitud. Eso es ser antisistema, sin ir contra el sistema, ser
operativos desde dentro del sistema y tener en cuenta que el sistema lo formamos todos.
El sistema no son los políticos, los políticos es el pus del sistema, digamos que son el
deshecho del sistema, es la consecuencia del sistema, pero el sistema somos todos
nosotros. Nosotros somos los que, con nuestra actitud, apoyamos al sistema. Es necesario
que cambiemos nuestra actitud para que podamos manifestarnos dentro del sistema de
otra manera. Eso es necesario, eso es imprescindible. Cambiar la manera de trasmitir la
cultura, porque la cultura nuestra no nos enseña a amar la vida, lo sabéis muy bien, y,
además, lo sabéis por vuestra propia experiencia. A lo que nos han adiestrado es a
explotar la vida, a usar la vida, pero no a amar la Vida. Esos elementos que surgen de vez
en cuando que aman la vida son los que propician los cambios, pero eso no es general. Es
el cambio de conciencia, ese es el cambio de conciencia, trasmitir ese amor a la vida para
poder amarnos a nosotros mismos como la vida que somos y poder amar a los demás
como la vida que son.