Está en la página 1de 16

Textos de Juan Albert. Artículos.

Conferencia en la Universidad Cardenal Herrera de Elche.


Mayo del 2014. Juan José Albert

Hacia principios del siglo XX apareció, primero en el este y luego en el oeste europeo,
un maestro sufí, un extraño personaje que comenzó a trasmitir las enseñanzas del
cristianismo esotérico, aún partiendo del Islam; así de rarillo era él. Este maestro se
llamaba Gurdjieff y escribió un libro, bueno, un libro no, escribió varios libros un tanto
crípticos, pelín complicados de para leer antes de dormir; su titulo: “Del todo y de
todo. Relatos de Belcebú a su nieto”. En este tratado, Belcebú es uno de los sabios que
rigen los destinos del universo y, por tanto, también de los humanos. Hay uno de los
párrafos, en el que, cuando llegan al planeta tierra, Belcebú se dirige a su nieto y,
refiriéndose a nosotros, le dice: “esos extraños seres tricerebrados que habitan el
planeta tierra y que viven dormidos”. Esto es muy importante: vivimos dormidos.

¿Qué quiere decir Gurdjieff con vivimos dormidos? Que nos hemos perdido.
Mayoritariamente hemos perdido la capacidad de autoconocimiento, de estar despiertos
en relación a nosotros mismos, de conocernos a nosotros mismos. Esto, decía, porque se
nos había atrofiado un órgano que él, muy aficionado a crear palabras nuevas, llamaba el
kundabufer. El kundabufer es la capacidad de tener conciencia de uno mismo. Perderla
no la hemos perdido, sino que, a lo largo de nuestra maduración y desarrollo, ha quedado
oscurecida, como cubierta de una capa de ignorancia a cerca de nuestra esencia y origen,
por el desarrollo del carácter, necesario para nuestra adaptación al mundo en el que hemos
venido a nacer. Formamos nuestro carácter pero vamos distanciándonos de nuestra
identidad original. Así pues, en mayor o menos medida, esta capacidad para de tener clara
conciencia de uno mismo la perdemos a lo largo de nuestro desarrollo, durante los
primeros años; desde el nacimiento, hasta aproximadamente los siete años, en los que se
va formando el carácter y se cierra el carácter. En este insoslayable proceso, cambiamos
identidad por identificación, ser por parecer.

Cuando nacemos, cuando venimos al mundo, el niño está en contacto íntimo consigo
mismo. Todos sabemos que un bebé se expresa cómo se siente. No hay diferencia entre
lo que el bebé siente y lo que expresa. En este momento hay una identidad, el niño es sí
mismo, y se expresa en el mundo según su identidad, aún sin tener conciencia de ello,
obviamente. A lo largo del proceso de parentalización y de socialización vamos perdiendo
esta identidad con el propio ser. No es exactamente que lo vayamos perdiendo, sino que
va quedándose como enterrada, como ahogada por el desarrollo de esa necesaria función
de la personalidad a la que llamamos el carácter.

Esta pérdida de la capacidad de conciencia sobre nosotros mismos hace que las
potencialidades con las que nacemos no se desarrollen completamente y armónicamente,
unas se desarrollan demasiado y otras demasiado poco, con lo que llegamos a ser unos
adultos bastante disarmónicos y condicionados por una rígida e infantil estructura
defensiva, que nos aboca a un estilo de vida también rígido, poco creativo, falto de
espontaneidad y de libertad. Vivimos, pues condicionados, muy condicionados, por
aquello que nos ayudo en la infancia y que ahora resulta un lastre obsoleto.
Entre estas capacidades hay tres básicas, fundamentales, y sobre las que se desarrollan
todas las demás: la primera, es la capacidad de amar a la vida sobre todas las cosas, la
segunda, es la capacidad de amarse a uno mismo como la propia vida y, la tercera, es la
capacidad de amar al prójimo como a mí mismo. Esa es la piedra angular de un sano,
equilibrado y armónico desarrollo emocional humano como ser libre. Entonces, vamos
madurando biológicamente ignorantes de quienes somos, ignorantes de cuáles son
nuestras verdaderas capacidades y potencialidades como consecuencia del necesario
desarrollo del carácter. Básicamente vamos perdiendo nuestra capacidad de ser libres.

El carácter es una función necesaria, no podríamos vivir sin carácter. El carácter cumple
una doble misión: la de protegernos y la de adaptarnos al medio externo, pero el precio
que pagamos es que estas capacidades que todos tenemos, queden oscurecidas, queden
un poco ahogadas. ¿Cómo ocurre esto? Voy a intentar explicar, sencillamente, cómo es
que se forma el carácter, porque muchísimas personas consideran que nacemos con un
determinado carácter; no es cierto, eso no es así.

Nacemos con una predisposición temperamental, esta predisposición temperamental tiene


que adaptarse al medio en el que el niño nace. Y el medio en el que nacemos esta
condicionado, en primer lugar, por los padres, siendo la madre (o quien haga de función
madre) el referente fundamental del niño. Entonces, durante los primeros meses de vida,
hasta los seis meses de vida, aproximadamente, el niño se expresa tal cual se siente, él no
distingue todavía la diferencia que hay entre mundo interno y mundo externo, no es capaz
de discriminar esta diferencia. Para él todo es uno mismo, el mundo externo no existe.
Bueno, ahí está en un contacto íntimo consigo mismo que, mientras que no hay una
sensación displacentera que lo distraiga, (hambre, sed, frío, calor, contacto, etc.) el
niño mantiene el íntimo contacto consigo mismo. Él es el centro de todo el universo; no
hay capacidad de discriminar, pero si de percepción sensorial, sensitiva y afectiva.

A partir de los seis meses, siete meses, comienza lo que en psicología se conoce como la
fase en espejo: el niño se alegra cuando se ve frente al el espejo. Esta reacción indica que
el niño ya es capaz de comenzar a percibir que el medio externo existe. Ya es capaz de
ir dándose cuenta de “si hago esto, mis papas me sonríen”, “si hago esto, mis papas se
ponen serios”, “si hago esto”… Va percibiéndose y recibiendo las diversas respuestas
del “otro”. Poco a poco va adaptando sus demandas a las que percibe del mundo externo
donde se mira como en un espejo. De este modo va formando una imagen especular de sí
mismo, de acuerdo con la respuesta que le da el medio externo, sobre todo los padres y
en primer lugar la madre. De acuerdo con estas demandas y respuestas el niño inhibirá
unas capacidades o potenciará otras, de tal manera que de ese estado de identidad en el
que el niño es uno consigo mismo y uno con la vida, vamos pasando a un estado
de identificación; de identificación con la imagen que el medio externo nos devuelve, es
decir: “si haces esto, niño guapo”, “si haces esto, niño feo”, “si hago esto, me siento
querido”, “si hago esto, me siento rechazado”, etc.

Va formándose una imagen de sí mismo sobre todo por potenciación o inhibición de


determinado tipo de emociones; una imagen de sí mismo que, no olvidemos, es
especular, es decir, no existe en la realidad. En consecuencia con estas vivencias
emocionales, a lo largo del desarrollo va construyendo una línea de pensamiento que
justifique este comportamiento suyo, esta expresión o inhibición emocional. Yo lo
describo como que nos vamos contando un cuento, nos lo vamos creyendo y nos vamos
identificando con él. Es decir, que pasamos de un estado de identidad a un estado de
identificación con una imagen especular, con una imagen que nos creamos de nosotros
mismos pero que es totalmente fantaseada, totalmente imaginada de acuerdo con la
percepción que tenemos, con la respuesta que tenemos del medio externo; con ello
nos vamos alejando cada vez un poquito más de nuestra esencia, de nuestra identidad, de
la unidad con nosotros mismos. Y eso es a lo que Gurdjieff llamaba vivir dormidos, que
es una falta de conciencia de ser. Es decir, sabemos que somos, pues bueno, por inercia,
pero es difícil conocer cómo es que somos así. Y aún más difícil conocer quienes somos.
Eso ya es ir un poquito más allá.

Es esta falta de contacto, esta necesidad de adaptarnos al medio para protegernos, de


acuerdo con lo que el medio externo nos demanda, lo que nos priva de la verdadera
libertad. Poco a poco vamos perdiendo la capacidad de expresar cómo nos sentimos
porque vamos perdiendo el contacto con cómo nos sentimos y, por tanto, vamos
perdiendo la capacidad de expresión, de expresarnos con espontaneidad y con libertad.
Bueno, esto es así, esto es necesario que sea así, no podríamos vivir sin carácter, pero
tenemos que ser conscientes de cuál es la función y en qué nos beneficia y en qué no nos
beneficia, o en qué nos facilita y en que nos dificulta esta estructura que llamamos
carácter.

El carácter comienza a formarse desde el momento del nacimiento y, a los siete u ocho
años, aproximadamente, el carácter ya está hecho, está cerrado. Luego, a lo largo del
desarrollo, sobre todo en la adolescencia, aflora ya la estructura de una manera evidente,
pero ya son variaciones sobre el mismo tema. No cambiamos de carácter, sino que el
carácter puede ser más funcional o más disfuncional, según nos vayan las cosas,
pero siempre ya dentro de ese carácter que hemos estructurado en los primeros años de
vida y que nos condiciona. Nos condiciona totalmente porque ese cuento que nos hemos
contado, en el que cambiamos el “yo soy” por el “cómo debo ser o como no debo ser”
para que mis papas, por decirlo de una manera simple, me quieran; para que mis papas
me apoyen “debo de ser”, “tengo que ser” de una determinada manera y “no debo de
ser”, “no tengo que ser” de otra determinada manera. Y, por tanto, para que yo me quiera
y me apoye, y para que los demás me quieran y me apoyen, debo de ser o no ser…
Libertad condicionada, en suma.

En fin, vamos cambiando y vamos teniendo que responder. Pero todo este constructo que
nos hacemos queda en el inconsciente por pura necesidad de protegernos y evitar
sufrimiento. Todo este movimiento queda en el olvido, en el inconsciente, pero desde el
ahí gobierna toda nuestra vida y, generalmente, no nos enteramos. De este modo
respondemos siempre de una manera semejante ante diversas situaciones de la vida; pura
función mecánica: no vivimos “haciendo vida”, funcionamos en la vida más o menos
adecuadamente, como buenas maquinas. Si observamos nuestra vida un poco
objetivamente ( algo no fácil) veremos que, ante determinadas situaciones, la respuesta
es siempre semejante, hay una reactividad mecánica en el vivir. Ese refrán que dice que
el hombre es el único animal que tropieza dos veces en la misma piedra, bueno,
tropezamos setenta veces siete.

Entonces, al distanciarnos de nuestra identidad, lo que vamos perdiendo es la capacidad


de contacto íntimo con nosotros mismos, de saber y conocer qué es lo que queremos, qué
es lo que necesitamos y de atrevernos a pedirlo. Cambiamos nuestra identidad por “qué
es lo qué el medio externo me pide”, “qué es lo que debo hacer para ser aceptado”, “qué
es lo que debo hacer o no debo hacer para ser reconocido”, etc…; siempre en función
siempre de las demandas del mundo externo, no de nuestra propia demanda
organísmica. Esto es cambiar, pasar de la identidad a la identificación. Es decir, nos
identificamos con algo que no tiene existencia real, con algo que yo he tenido que
inventarme, he tenido que contarme un cuento, he tenido que creérmelo y creo que “yo
soy así” pero “yo no soy así, yo “funciono así”, que es totalmente diferente.

Esta es la función que desempeña el carácter, nos posibilita y nos ayuda a adaptarnos, nos
evita sufrimientos y también nos los procura, y a lo largo de la vida se va convirtiendo
en una especie de armadura que nos impide el contacto real con nosotros mismos y con
el resto de las personas. Nos relacionamos de carácter a carácter, como unos caballeros
medievales se relacionarían abrazándose con la armadura puesta, de coraza a coraza.
Difícil que haya un verdadero contacto, difícil. Cuando estamos en situaciones de no
estrés, en situaciones de intimidad podemos relativamente relajar el carácter, se puede
relajar el carácter y establecer contactos algo más íntimos, pero cuando estamos en
situaciones normales y habituales, la relación es de carácter a carácter, no de ser a ser.

Y dentro de esto ¿Qué es la libertad? ¿Cómo perdemos la libertad? Bueno, esto es un


tema importante. Recuerdo que en cierta ocasión, cuando empezó la revolución
bolchevique, un periodista americano le pregunto a Lenin algo así como “que sí, que todo
aquello, el reparto de la riqueza y todo aquello estaba muy pero ¿qué pasaba con la
libertad? La respuesta de Lenin fue “Libertad ¿para qué?” Ya se que está sacado un poco
fuera de su contexto, pero cuando lo leí, hace ya mucho, a mí me impacto y es una
pregunta que siempre tengo presente, “libertad ¿para qué?” Nosotros vivimos creyendo
que somos libres, y no somos libres en absoluto. También me impacto la respuesta de
Mandela cuando estaba en la cárcel, desde su celda, cuando dijo “Lo único que no
pueden quitarme es la libertad”.

La libertad es un estado interior, no es una hacer, la libertad no es tanto hacer lo que


quiero, sino más bien poder querer lo que hago y, para poder saber qué es lo que quiero,
para poder querer lo que hago, tengo que conocerme a mí mismo. Si no me conozco, no
puedo querer lo que hago, lo que necesito, porque no lo conozco.

Libertad es la capacidad de poder movernos emocional e intelectualmente, de poder dar


respuestas espontáneamente creativas, de poder relacionarnos sin quedarnos apegados a
determinados estados emocionales o a determinados pensamientos, más o menos fijos.
Poder relacionarme en cualquier situación sin sentirme prisionero de mis prejuicios, sin
ignorancia, sin apego y, una vez que ha pasado la situación, dejar pasar ese estado
emocional, dejar pasar ese pensamiento y poder abrirme espontáneamente a otro tipo de
relación. Moverme entre los estados emocionales sin que me quede atrapado en ninguno
de ellos. Esa es, no toda, pero si el inicio de la verdadera libertad.

Si viviésemos así, no daríamos respuestas reactivas, no responderíamos siempre de


una manera automática ante determinadas exigencias o ante determinadas
manifestaciones del mundo externo, sino que responderíamos de una manera creativa, de
una manera original, de una manera adecuada a cada una de las demandas que recibimos
del mundo externo, no mecánicamente.

Para que haya libertad, tanto individual, como colectiva, es necesario el conocimiento.
Para que haya libertad colectiva es necesario que haya una información objetiva para que
se pueda conocer qué es lo que ocurre, qué es lo que pasa. Para que haya libertad
individual es necesario que tengamos una información objetiva sobre nosotros mismos
para que podamos llegar a conocernos. Si no hay verdadero conocimiento, no puede haber
libertad, eso es algo obvio.

Las respuestas reactivas son propias en la época más florida de la adolescencia. Se


responde impulsivamente, se responde de una manera fija a cualquier tipo de frustración,
por pequeña que sea, de una manera impulsiva, bien yendo hacia, bien respondiendo
rebeldemente, o bien inhibiendo; estas respuestas son por desconocimiento y miedo. En
la adolescencia ocurre así, porque el adolescente vive en un estado de inseguridad, esta
pasando por una crisis de identidad, es cierto. En este estado de inseguridad se responde
de esta manera, generalmente reactiva por miedo. Respuestas con las que intentamos
ocultar nuestro miedo a lanzarnos a la vida y reafirmarnos, precisamente por esa falta de
contacto íntimo con nosotros mismos.

Entonces, la libertad consiste en dar una respuesta adecuada, creativa a las demandas del
medio externo, siempre teniéndome en cuenta a mí, en primer lugar, que luego ese primer
lugar lo ceda, vale, pero lo cedo porque quiero, no “porque tengo qué”, “no porque debo
de”, sino porque quiero, porque siento que es bueno ceder ese primer lugar, pero
en primer lugar considerarme a mí mismo y desde ahí podemos partir.

Bien, a grandes rasgos, esto es así. Pero para hacer este camino de autoconocimiento es
necesario tener en cuenta que vivimos en un sistema, en el que estamos todos inmersos
formando parte de él, que, como en todos los sistemas institucionalizados, su principal y
con frecuencia único interés es conservar el poder. Una manera más fácil de conservar el
poder no es hacer las cosas bien, como sería lo lógico, sino mantener a la gente en el
miedo y la ignorancia. Ir socavando la capacidad de pensamiento crítico de las personas,
eso lo tenemos que tener en cuenta. Esta es una norma que se cumple en casi todos los
sistemas institucionalizados, tanto políticos, como religiosos o económicos.

Es esfuerzo va dirigido a mantener a las personas con poca capacidad crítica, sumidas en
un sueño de libertad, “usted es libre” ¿para qué?, “es libre para hacer lo que yo quiero
que haga que es lo que yo le vendo”, pero no es libre para relacionarse consigo mismo,
porque no hay conocimiento de sí mismo.

Hemos ido perdiendo a lo largo de la historia, de los siglos, esto no es nuevo, la confianza
en nuestra capacidad humanística, que es la esencia del ser humano; por eso se está
frenando el desarrollo evolutivo de la especie. Por ejemplo, los estudios de medicina se
imparte en una facultad, la enfermería se imparte en una facultad, educación se imparte
en una facultad, filosofía se imparte en una facultad; pero ya no deberían de llamarse
facultades. En las universidades, tradicionalmente hemos considerado que en las
Facultades se daba primacía al estudio dentro de una concepción humanística de lo
enseñado; ello ante las Escuelas donde se daba primacía a la técnica. Así, considerábamos
que en las Facultad se desarrollaba sobre todo saber estar humanístico, la consideración
del hombre y de la mujer como un ser humano sobre todas las cosas. Ahora ya, sonde se
enseña Medicina, se debería llamar también escuela, escuela técnica cuando el
humanismo no se ve por ningún lado. En la educación también es así, solo se potencian
son los conocimientos técnicos, no el desarrollo humanístico de los alumnos; y luego se
nos viene a decir que hay que desarrollar las emociones, una contradicción importante.
Vivimos, pues, en un estado ficticio de libertad, en algo que nos venden para beneficio
de unos pocos. Vale, pues así las cosas ¿cómo podemos obtener libertad personal?,
porque si no obtenemos libertad personal, no puede haber libertad colectiva, eso es algo
también obvio.

Como vengo repitiendo de manera casi obsesiva a lo largo de esta charla, para tener
libertad personal es necesario conocernos. Es a través del autoconocimiento como
podemos ir obteniendo parcelas de libertad, porque ser más libre es ser más objetivo. Ser
totalmente objetivo y sería ser santo y no vamos a expirar a esas alturas. Pero podemos ir
obteniendo parcelas de libertad a través de potenciar y de ocuparnos del conocimiento de
nosotros mismos, de eso que se llama el autoconocimiento. Tener información veraz, real
de nosotros mismos, para poder ir conociendo cómo funcionamos. Cómo somos, bueno,
no es de difícil acceso si uno tiene un poco de perspicacia sobre sí mismo.

Llegar a darnos cuenta de cómo funcionamos, exige un esfuerzo de atención en el


presente, en el aquí y el ahora. El estar aquí y ahora: el aquí y el ahora. El aquí es
esencialmente físico, esencialmente corporal. Es decir, yo estoy aquí, vale, todos estáis
aquí, pero ¿estamos en contacto con nuestras sensaciones?, ¿estamos sintiendo como se
expresa nuestro cuerpo, nuestro organismo?, ¿estamos relajados, estamos tensos?
Primero tener conciencia de cómo estoy cuando estoy aquí. Y estamos ahora, bueno si,
estamos ahora, pero ¿estamos ahora libres, no teniendo pensamiento fijo en qué es lo que
pasó ayer o qué es lo que pasará dentro de un rato? Si, estamos aquí, pero estamos todavía
apegados a que fue lo que paso ayer o qué es lo que pasara mañana, entonces no estamos
en el ahora, estamos en el ayer o en el mañana, estamos fuera del presente y estamos fuera
de la realidad, porque la realidad ocurre en el presente. Lo que está pasando ahora, está
pasando ahora y no está pasando hace media hora, ni dentro de dos horas, eso no existe,
solo existe lo que está pasando ahora. Si nos perdemos el momento del ahora nos
perdemos una parte de nuestra vida.

Entonces, para ir desarrollando la capacidad de autoconocimiento, es necesario hacer un


esfuerzo de atención, porque vivimos con una atención mecánica, con una atención que
no exige esfuerzo, con una atención semejante a la que tienen los animales, sin una
conciencia discriminatoria adecuada; vivimos distraídos por un montón de cosas que,
realmente, no tiene muy poca importancia, que están puestas ahí precisamente para
distraernos de nosotros mismos. No disponemos de energía suficiente para mantener la
atención en tantas cosas a la vez. Hace falta hacer un esfuerzo para centrar la atención en
uno mismo y tratar de percibir y de llegar a darme cuenta de “cómo hablo, qué es lo que
hablo, cómo me comporto, cómo pienso, cómo siento”. Lo que en la tradición budista se
llama desarrollar el “recto obrar, el recto decir, el recto pensar, el recto sentir”. Porque,
si somos conscientes de cómo estamos funcionando en cada momento de nuestra vida,
eso mismo ya proporciona autoconocimiento, ya proporciona corrección porque el
organismo siempre tiende a ir hacia el placer o la evitación del displacer; si nos vamos
dando cuenta de cómo funcionamos, el propio organismo ira eligiendo aquello que más
nos aporta, aquello que más nos ayuda. Si conseguimos ir quitando los obstáculos de la
ignorancia, el organismo se autorregula hacía la sanación.

Algo que tenemos que aceptar de entrada es que la inmensa mayoría de los humanos, por
lo menos en nuestra sociedad, en nuestra cultura occidental, ni somos libres, ni podemos
hacer. Estamos condicionados por una estructura caracterial inconsciente que nos hace
vivir de una manera más o menos mecánica y, desde este funcionamiento, más o menos
inconsciente, no podemos hacer sino que funcionamos de una determinada manera fijada
a nuestro carácter. Ir dándonos cuenta de cómo funcionamos nos va proporcionando
conocimiento sobre nosotros mismos y este conocimiento sobre nosotros mismos nos va
a ir dando la posibilidad de buscar alternativas correctoras que, en vez de procurarnos
respuestas automáticas, reactivas, nos dé la posibilidad de responder de una manera
creativa, de una manera más sana.

Es una aventura apasionante. La aventura de descubrirse uno a sí mismo es apasionante.


El ir dándonos cuenta de que no somos cómo creemos que somos; el ir dándonos cuenta
de que realmente somos mucho mejores, tenemos muchas más capacidades, podemos
mucho más de lo que creemos que podemos…, es apasionante. Cuando uno se da cuenta
de que “ah, yo hago esto pero hago esto porque tengo miedo a que me digan que sí, a que
me digan que no, a que me rechacen, a que es que a mi imagen…” Porque, como ya dije,
en el proceso de identificación lo que creamos es una imagen de nosotros mismos ala que
nos apegamos, y esa imagen la defendemos con uñas y dientes, a costa de nuestra propia
vida.

Lo que más tememos los humanos es que la imagen se nos tambalee, no tanto la imagen
cara al exterior, sino la imagen que nosotros tenemos de nosotros mismos, y por esa
imagen nos vendemos, vendemos el alma al diablo, literalmente. Cuando nos movemos,
no nos movemos tanto por nuestras necesidades, por nuestros deseos, sino por la
necesidad de proteger esta imagen que creemos que nos defiende, con la que estamos
identificados y en la que ponemos nuestra creencia y sentimos que somos así, pero eso
no es cierto, esa es la primera cosa que nos tiene que quedar clara: “yo no soy como creo
que soy”. Esto puede dar un poco vértigo “si no soy como creo que soy, ¿quién soy?”,
cuando uno se hace esta pregunta ya está bien encaminado.

Este autoconocimiento no puede ser algo teórico. Hay gente, mucha gente que se lee
libros para llegar a conocerse, eso no es posible, muchas veces incluso es perjudicial
porque nos afianza más en lo que “creemos y queremos ser”. El autoconocimiento tiene
que pasar a través de la experiencia, tenemos que experimentarnos. Podemos saber un
poco de nosotros mismos, saber un poco de nuestro carácter si leemos algunos libros,
pero si no nos experimentamos no hay paso adelante, no cambia nada, estamos ahí en un
circuito cerrado, en una rueda de hámster que no cambia nada. De manera que no se trata
de saber, sino de conocernos, y conocernos a través de tomar conciencia de la experiencia,
y la experiencia, como decía antes, ocurre en el presente, en el aquí y el ahora, no en el
antes ni en el después, sino ahora mismo.

Y dentro de esto, de este experimentarnos en el presente, hay una parte muy importante
que es la re-experimentación, es decir, volvernos a experimentar en la historia de nuestra
vida. ¿Cómo es esto? Bueno, como dije al principio, el carácter se forma en los primeros
años de vida cuando el individuo, el niño, tiene que protegerse; tiene que adaptarse con
los recursos infantiles de que dispone, tiene que adecuarse, tiene que velar por su
seguridad y crear una imagen de sí mismo, identificarse con ella y funcionar de esta
manera, porque es como ha sentido más seguridad, o menos angustia. Todo ello está
filtrado por un pensamiento fijo, por una historia que me cuento, a cerca de que la mejor
manera de estar en el mundo, la mejor manera de vivir es de esta y no otra de manera.

Un pensamiento fijo, es una especie de idea loca que elaboramos por la distorsión de la
percepción infantil de indefensión el medio. El re-conocernos es volver a experimentar la
historia de nuestra vida, es decir, tratar de hacer conscientes aquellas cosas que están
todavía en el inconsciente; traerlas al presente, que es lo único que realmente existe y, en
este presente, volver a tomar contacto con ellas, y volver a experimentarlas desde una
posición de adulto, con una capacidad de asimilación, con una capacidad cognitiva y con
una capacidad de defensa incomparablemente mayor a la que teníamos desde niños. En
este proceso de autoconocimiento se trata un poquito, en cierto modo, de desandar el
camino andado, de recuperar esa parte de la historia de nuestra vida que ha quedado
inconsciente, pero que desde el inconsciente nos rige.

Entiendo que haya muchas personas que lo no tomen en cuenta, pero la existencia del
inconsciente es algo aceptado totalmente, así como que el inconsciente gobierna sobre el
consciente en la mayoría de ocasiones, sobre todo en las situaciones de estrés, es algo
también que en este momento está totalmente aceptado. No es fácil de aceptara que
nuestra voluntad no gobierna nuestras vidas, sino que estamos regidos por la historia de
nuestro pasado, y que este pasado permanece mayoritariamente inconsciente sobre todo
de los hechos emocionalmente traumáticos.

¿Qué es lo que nos va a proporcionar este re-encuentro con nosotros mismos? Bueno, nos
va a proporcionar sentido de existencia ¿Qué es la existencia? La existencia es la memoria
de vida, no tanto la memoria lineal y racional que reside en la corteza cerebral, sino la
memoria que está impresa, que está grabada en cada una de las células de nuestro cuerpo,
esa es la memoria de vida. Todo nuestro cuerpo tiene memoria de vida, recuperar esa
memoria de vida es lo que nos va a dar sentido de existencia. Ese es el drama de las
demencias, de cualquier tipo de demencia. Personas que viven en un riguroso presente
casi minuto a minuto sin consciencia de su existencia, y todavía, cuando se dan cuenta de
que esto es así, les ocasiona una intensa angustia. Es una situación muy angustiosa,
porque se pierde el sentido de la existencia, se pierde la continuidad.

De manera que nosotros vivimos X años, pero tenemos conciencia de existencia de poco
tiempo, porque cada vez que nos desconectamos del presente, cada vez que nos
desconectamos del momento presente, del aquí y el ahora, el sentido de la existencia
queda cortado y vivimos a trozos, con espacios vacíos; es como si viésemos una película
montada a trozos, saltando secuencias, no entenderíamos el argumento.

El sentido de continuidad de nuestra vida, nuestra existencia, lo vamos perdiendo en el


“olvido de sí” pero lo podemos retomar a través del autoconocimiento y el re-encuentro
objetivo con la historia de nuestra vida, por que todo lo que hemos vivido, absolutamente
todo, está en nuestra memoria organísmica, no hay nada que se pierda, está en el
inconsciente, está impreso en la memoria celular, está impreso en la memoria emocional
y desde ahí lo podemos ir recuperando. Eso exige un esfuerzo, pero merece mucho la
pena.

Nosotros somos los que investimos a la vida de existencia, o sea, esta mesa es una mesa
que está aquí, pero que para mí no tiene existencia en tanto que yo no la invista, en tanto
que yo no la reconozca, en tanto que yo no me relacione con ella es como si no existiera,
no es como si no existiera, es que no existe, para mí no existe en absoluto.

La importancia, lo que nosotros hacemos, la función que nosotros desempeñamos en la


vida, es proporcionar conciencia a la Vida, somos los sentidos de Dios, somos los sentidos
de la Vida, somos los seres a través de los cuales la Vida toma conciencia de sí misma.
La Vida no es gratis, la Vida necesita alimentarse y la Vida se alimenta a través de
nosotros, nosotros somos los seres que alimentamos la Vida. Si tenemos conciencia de
nosotros mismos, si tenemos conciencia de la Vida, vamos a dar buen alimento a la Vida
y nuestra vida va a ir cada vez mejor. Si vivimos mecánicamente, si vivimos apartados
de la Vida, no la vamos a alimentar, y la Vida y nuestra vida va a quedar anoréxica, va ir
cada vez peor, que es lo que está ocurriendo en este momento.

En cierta ocasión, hablando de la Vida, decía, bueno, en el mundo de los animales, los
gusanos, por ejemplo, se alimentan de la organicidad de la tierra, las plantas se alimentan
de lo que producen las lombrices, la vaca se come a las plantas, el hombre se come a la
vaca y, siguiendo esta regla, ¿quién se come al hombre? Se abría ahí una pregunta muy
importante. Al hombre se lo come la propia Vida. La vida necesita ser experimentada y
que nuestra experiencia sea devuelta de nuevo a la vida, si no, la vida se queda raquítica,
se queda en una vida deshumanizada, mecánica, absurda, falta de sentido, que es lo en
este momento, de una manera llamativa estamos viviendo.

Bien, viendo así las cosas, parece esto muy pesimista, no es en absoluto pesimista. En
este momento existe un movimiento importante de interés en las personas hacia el
desarrollo humanístico, hacia el conocimiento de sí mismos y, afortunadamente hoy,
frente a este sistema que nos tiene tan alienados, ofrece muchas posibilidades de ayuda,
y muchas posibilidades para que las personas que se interesen puedan desarrollar esta
capacidad de conocimiento. Este desarrollo no pasa tanto por ese movimiento
de desarrollo emocional, porque las emociones están, las cualidades y las capacidades
propias de la especie humana están siempre, no se pierden nunca, pero están oscurecidas
y están oscurecidas por esta función, por esta estructura a la hemos llamado carácter;
entonces, este autoconocimiento, este desarrollo personal pasa, no tanto por intentar
potenciar emociones positivas voluntariamente, lo cual es poco probable que sea eficaz,
sino por ir descubriendo cuales son los obstáculos que a lo largo de nuestro desarrollo
hemos creado para que estas capacidades emocionales, intelectuales, sensoriales y
sensitivas, no puedan expresarse libremente. No es tanto potenciar determinadas
actitudes, potenciar determinados sentimientos, sino ver cuáles son los obstáculos que
impiden que se manifiesten libremente, para que se manifiesten tal y como son, sin ningún
esfuerzo; simplemente para que el ser humano se experimente a sí mismo y a los demás
como ser humano.

¿Cuál sería el punto, un punto importante a alcanzar? Llegar a querernos a nosotros


mismos, por cómo somos, no por lo que hacemos, llegar a ese punto de satisfacción en
que los demás nos quieran por cómo somos, que no nos sintamos obligados a hacer o no
hacer cosas para que nos quieran; para que nos respeten, para que nos acepten. Ese sería
el punto, aceptarme yo a mi mismo en cómo soy y manifestarme así y quererme yo por
cómo soy para que los demás me puedan querer también por como soy, no buscar en otro
sitio.

Hay un cuento de un personaje que se llama Nasrudin, que es un personaje de la tradición


sufí, cómico, serio, sabio, tonto… un personaje muy divertido. “Es un Mula, una especie
de sacerdote del Islam que un día está en la plaza del pueblo buscando, buscando,
buscando por el suelo… y la gente del pueblo que le conoce le dice: – Nasrudín ¿qué es
lo que buscas? Y Nasrudín contesta: – Pues mira, busco la llave de mi casa. Así que
contestan: -Ah, pues vamos ayudarte. Ya después de tiempo buscando las llaves, le
vuelven a preguntar: -Pero bueno, Nasrudín ¿tú estás seguro de que las llaves las perdiste
aquí? Y dice él: -No, probablemente las perdí en la puerta de mi casa, pero como aquí
hay más luz me he puesto a buscarlas aquí”.

Esto es importante, buscar donde no hemos perdido las cosas. Nuestras capacidades no
las hemos perdido en el mundo exterior. Los obstáculos no están en el mundo exterior,
los obstáculos los ponemos nosotros en el mundo exterior, porque creamos un mundo
exterior representacional de acuerdo a nuestro mundo interior. El mundo exterior que
nosotros vivimos no es real, es una proyección de nuestras propias vivencias. Entonces,
tenemos la tendencia a buscar fuera cosas que nos satisfagan, del tipo que sean, desde
cosas materiales a cosas emocionales, incluso espirituales, y ahí no lo hemos perdido, no
lo hemos perdido en ningún sitio, lo tenemos en nosotros mismos, solo que está
oscurecido, y ahí es donde tenemos que encontrarlas, ahí es donde tenemos que buscar.
Y esa es la gran dificultad, porque, para poder buscar y encontrar dentro de nosotros esas
cosas que están pero que no somos conscientes de que están porque están oscurecidas,
hace falta coraje, hace falta desapegarnos un poco de esa idea que tenemos de que “yo
soy así” y empezar a pensar “yo no soy así, yo funciono así, sé que mi carácter se formó
de esta manera, que yo me identifique con ello y creo que soy así pero realmente…”

Podemos crecer a partir de que pongamos en duda esa identificación que no tuvimos más
remedio que asumir. Nadie es culpable de tener un determinado carácter u otro. El
organismo forma el carácter de la mejor manera posible y la prueba está en que nos
mantiene vivos hasta llegar hasta aquí, y mantiene vivo nuestro deseo de mejorar. Pero
llega un momento en que eso se convierte en una rémora porque son anclajes infantiles,
porque son respuestas infantiles, porque son deseos infantiles, que no han podido
madurar suficientemente para acompañarnos en una vida de adultos. Es como
la necesidad de cambiar de coche, bueno, me serviste pero ya eres un coche viejo, ya no
te adaptas a las nuevas demandas de las carreteras, te agradezco que me hayas servido
hasta este momento, pero tengo que ir cambiando de coche. Bien, nosotros mismos
también tenemos que ir cambiando con respecto a nosotros mismos y no es una cuestión
de poner el esfuerzo en cambiar, no podemos cambiar por fuerza de voluntad. Eso es
producir mucho sufrimiento. El no querer ser como somos, es producir mucho
sufrimiento. El primer paso es aceptar que somos como somos y que realmente no
podemos hacer nada por cambiar, que lo único que podemos hacer es observarnos y el
cambio es algo que se produce sólo a través de este mecanismo de auto-observación.
Claro, pero la auto-observación tiene que ser algo acompañado porque los humanos
somos expertos en el autoengaño, en eso somos maestros, en engañarnos a nosotros
mismos, en darnos excusas, justificaciones, etc.

Vale, entonces, aceptando que somos así, que somos como somos y observando como
funcionamos, es como podemos ir dándonos cuenta de cual es nuestra verdadera realidad
y de cuál es nuestra verdadera identidad. El darnos cuenta de aquellas cosas que nos
dañan, que a lo largo de nuestra vida, de una manera repetitiva, nos produce sufrimiento,
va haciendo que el propio organismo vaya tomando otras actitudes, porque el movimiento
natural de la vida, el movimiento natural del organismo siempre es a evitar el displacer,
en la medida en la que podemos ser conscientes de ello.

En este camino de autoconocimiento, de darnos cuenta de quienes somos realmente, es


importante confiar en la capacidad de autorregulación organísmica, de nuestro
organismo. El organismo siempre va a tender a vivir mejor, a vivir relajadamente, a
buscar el placer, no el displacer y toda la historia de la vida, como he comentado antes,
está impresa en nuestro organismo, por tanto, es muy importante que empecemos a
confiar en nuestras sensaciones, en cuáles son las sensaciones que nos trasmite
nuestro organismo total, nuestro cuerpo, más que en lo que pensamos, porque a través de
esta confianza en la información que recibimos de nuestro organismo, vamos a ir
volviendo a desarrollar algo que también perdimos en estos años infantiles que es el
sentimiento básico de confianza, la confianza en nosotros mismos, la confianza en el
mundo y la confianza en que la Vida es un sostén adecuado.

Bien, hasta aquí he hablado un poco de cuál es el estado de condicionamiento en el que


vivimos, que tenemos que ser conscientes de ellos, no podemos pensarnos como “yo soy
dueño de mi vida”, en absoluto, tu inconsciente es dueño de tu vida y esto es así y es lo
que hay. Entonces en determinadas profesiones como las profesiones de
ayuda, enfermería, docencia, etc., sobre todo hay una disposición emocional que es
necesaria, yo creo que es imprescindible, que es la empatía.

La empatía es la capacidad de ponernos en contacto, desde el amor generoso, con el


sentir de otra persona. Sentir lo que la otra persona puede estar sintiendo, respetar lo que
la otra persona puede estar pensando, considerando. Si hay sufrimiento, acompañar el
sufrimiento, si hay alegría, acompañar en la alegría. Entonces, se trata de estar desde mi
Verdad, desde el contacto con mi auténtico sentir, que me lo va a proporcionar la
capacidad de autoconocimiento, con la verdad del otro, con ser capaces de ver un poquito
más allá de lo que el carácter del otro señala, ver qué hay detrás de eso, saber que el otro
es un ser sensible como yo, y lo que yo no quiero para mí, no quererlo tampoco para el
otro; y lo que quiero para mi quererlo también para el otro. Esto es bendecir. Eso es la
empatía. Pero la empatía no se puede desarrollar con fuerza de voluntad, uno no puede
ser empático, uno puede hacer como si fuese empático pero eso sirve para bien poco.

No es una cuestión de esfuerzo de voluntad, no es una cuestión de información de la


empatía, sino de experiencia, y es una experiencia que solo podemos alcanzar a través de
la capacidad de experimentarnos a nosotros mismos. Todo empieza, todo termina por el
contacto con nosotros mismos. Entonces, cuando yo me estoy relacionando con otra
persona, generalmente, lo más corriente es que esté relacionándome con lo que yo pienso
del otro, con lo que yo creo del otro o que esté relacionándome a través de lo que yo creo
que el otro piensa sobre mí y que esté fuera del contacto con lo que esa persona, en
realidad, está sintiendo y con lo que yo, en verdad, estoy sintiendo. Por ejemplo, cuando
hablamos, cuando tenemos una conversación, sobre todo cuando hay una discusión,
cuando hay una polémica, en el buen sentido de la palabra discusión, estamos oyendo a
la otra persona, pero al mismo tiempo que la oímos, estamos rebatiendo, con lo cual, no
la estamos escuchando o, al mismo tiempo, que estamos recibiendo su información,
estamos pensando “es que este es así, este, claro, por qué este tal, y tal…”, entonces, no
estamos recibiendo esa información, no estamos en el contacto real. Tenemos que
procurar ser capaces de parar ese pensamiento automático, ese prejuicio, eso a lo que
estamos acostumbrados y tratar de dejar llegar la información que viene de la otra
persona. La información que viene de la otra persona, sobre todo es gestual, el cincuenta
por ciento de la comunicación está basada en lo gestual, aproximadamente un veinte por
ciento en la palabra y el resto un poco en la entonación, en el modo en el que hablamos,
pero lo gestual es lo verdaderamente importante.

Si la empatía se sustenta sobre el amor generoso, entonces es el poder estar frente otro un
poco distanciado de mis propios pensamientos, de mis propios prejuicios, de mi propia
mecanicidad, se hace necesario. Para que la empatía pueda ir desarrollándose es necesario
que haya, por lo menos, algo de distanciamiento de mí mismo, algo de ese saber que yo
no soy, lo que creo que soy, que en mi hay cosas que desconozco, poder distanciarse un
poquito de uno mismo. Si estamos apegados al pasado, a lo que ocurrió o a lo que ocurrirá
es difícil que estemos en lo que está ocurriendo, nos estamos perdiendo el momento
presente y es lo único que hay real; ni el pasado ya es real, ni el futuro tampoco, entonces,
el estar frente a alguien, en comunicación con alguien, pero estar con lo que nos pasó
o con lo que nos puede pasar y no con lo que está pasando, ahí no puede haber empatía,
puede haber un “como si” pero verdadera empatía no hay.

Nos dicen las tradiciones espirituales, de una manera o de otra “deja de ser tú”. Y aquí,
cuando hablamos de espiritual, hacemos un enlace con lo religioso. Lo religioso puede
no tener mucho que ver con lo espiritual; lo religioso es un modo de canalizar hacia lo
espiritual, pero de hecho todas las religiones institucionalizadas obstruyen el desarrollo
espiritual. El desarrollo espiritual es un desarrollo individual, espontáneo y creativo y eso
puede que vaya contra del orden establecido, sea cual sea. Es muy revulsivo permitir que
las personas se expresen espontáneamente, sean libres y se adecuen a sus verdaderas
necesidades, es algo verdaderamente revolucionario, por ello puede no estar permitido en
la ortodoxia de las tradiciones. Entonces, las religiones pueden ahogan el desarrollo
espiritual, de ahí las persecuciones de la heterodoxia hereje, esa es la historia. Las
personas que son capaces de sustraerse a esta jaula institucional, se desarrollan
espiritualmente a través de la religión, la que sea, pero marginalmente. De aquí viene que
existan en todas las tradiciones una rama mística, una rama esotérica, como he dicho
antes. Dentro del Islam el sufismo; dentro del Catolicismo el cristianismo de base…
Siempre son tendencias marginales a lo ortodoxo.

Todas las tradiciones nos dicen “deja de ser tú, ponte en duda, cuestiónate, piensa que
no eres como crees que eres”, eso, desde las tradiciones espirituales. Desde las enseñanzas
y desde la Psicología: “ten en cuenta que hay un inconsciente, ten en cuenta que lo que
ves es la punta del iceberg, que la vida, tu vida está regida por tu inconsciente. Haz
consciente ese inconsciente, recupera la historia de tu vida, recupera tu presente y eso
hará que haya un cambio”.

Entonces, para que se desarrolle la empatía es necesario un poquito, por lo menos un


poquito, de distanciamiento de este “yo soy” y, este “yo soy”, implica no somos de la
misma camada. Es algo así, uno tiene que estar dispuesto a esta renuncia de lo que
estamos seguros, de lo que creemos seguro, en segundo lugar, es importante
comprender cabalmente de que todos formamos parte de una unidad superior, esa unidad
superior es la propia Vida.

Yo no soy teista, en el sentido del dios común y corriente, sea de la religión que sea, pero
yo creo en la Divinidad de la Vida, creo que no hace falta que haya un dios, que la Vida
en sí misma es Divina y que, nosotros, somos la vida y, por lo tanto, nosotros, somos
divinos y, desde ese punto de vista, debemos de considerar que todos formamos parte de
esta comunidad que es la Vida, como las células de nuestro cuerpo forman parte de
nuestro cuerpo. Cada célula sabe cuál es su misión, conoce cuál es su misión y todas,
todas, constituyen un organismo, una unidad funcional a la que llamamos ser humano, en
este momento, o cualquier otro ser vivo. Ser conscientes de esto, ser conscientes de que
no nos podemos separar de la Vida, que no nos podemos separar del otro; la vida de cada
uno de nosotros es imprescindible y tenemos la obligación de cuidarla. Tomar
conciencia de esto, de que todos formamos parte de los mismo, cada gota forma parte del
océano, cada gota es imprescindible para el océano, cada uno de nosotros somos
imprescindibles para la Vida y nuestro deber es cuidar a la Vida y, cuidar a la Vida, pasa
por cuidarnos a nosotros mismos, cuidarnos a nosotros mismos, pasa por conocernos,
conocer nuestros deseos, conocer nuestros sentimientos, conocer nuestras emociones y
tratar en lo posible de satisfacerlas.

Esto en relación con los demás, con cada uno de los demás. Por lo tanto, la empatía es
una respuesta verdadera a lo que de verdad hay, libre, lo más libre posible, de los
prejuicios. Para que haya una respuesta verdadera yo tengo que estar en contacto con mis
verdaderos sentimientos, con mis verdaderas emociones y ser capaz de percibir lo que de
verdad hay en el otro, lo que hay por detrás de lo que aparenta, porque, detrás de lo que
aparenta, hay un ser que es semejante a mí, que tiene los mismos deseos, las mismas
necesidades, los mismos sufrimientos que yo, en tanto que yo sea capaz de colocarme,
de ayudar, de ponerme en su lugar, estoy haciendo por la Vida en sí.

Todo lo anterior, requiere tener una atención abierta, una actitud y una atención abierta,
no estar cerrados completamente, apegados a nuestros procesos mentales, apegados a
nuestros procesos emocionales, queriendo que las cosas sean de otra manera de como son
en realidad. Eso es necesario, es distinto lo que es real, de lo que imagino que es real.
Nosotros imaginamos, a veces imaginamos situaciones tremendamente catastróficas y
nos inhibimos, otras veces, imaginamos situaciones maravillosas, y nos lanzamos, y
resulta que la realidad no es ninguna de las dos cosas, porque tenemos la atención puesta
en nuestros propios procesos, no en lo que de verdad hay.

Y ¿cómo hago esto?, bueno, hay una brújula, una brújula que es muy fiable, no infalible,
pero muy fiable que es la brújula organísmica. Es fiarnos de nuestras propias
sensaciones, de lo que el cuerpo nos dice, de lo que el cuerpo nos hace sentir. En
cualquier tipo de situación es mucho más fiable el tomar contacto con cómo me siento y
cómo siento que queda la situación, que lo que pienso de ella, muchísimo más fiable. Lo
que pienso de ella siempre va a estar condicionado por esta estructura caracterial.

Las estructuras caracteriales no son infinitas, es decir, cada uno de los que estamos aquí
no tenemos un carácter diferente, hay un determinado número, unos determinados tipos
de carácter y todos estamos ahí. No somos tan maravillosos como creemos que somos,
tan individuales. Entonces, funcionamos desde esa fijación, ese pensamiento que tenemos
del mundo “las cosas deben ser como tienen que ser”, “el mundo tiene que satisfacer mis
demandas” o “a mí nunca me salen las cosas bien”, “tengo que ser brillante para ser
aceptado”, “no puedo manifestarme porque tengo miedo a que me den el coscorrón”, en
fin, o “no puedo hablar porque lo que yo tengo que decir no es muy importante” Estamos
fijados ahí y, no lo podemos evitar, de momento, entonces, lo que no va a fallar es la
sensación: ¿cómo me quedo sensorialmente? ¿Cómo me percibo en esta situación?
¿Cómo percibo que la situación queda? Y… fiarnos, fiarnos de esta información
organísmica. Esa es una brújula que generalmente da buena información. Bien, así son
las cosas, más o menos. En este momento, extenderme más por este sendero no creo que
sea posible.

Dentro de esto, tenemos que considerar y echar un vistazo a lo que llamamos


responsabilidad. Responsabilidad es una palabra muy bonita. Si la diseccionamos un
poco podemos ver que es: “responder con sabiduría y habilidad a cualquier momento
(Pedro de Casso)”. Este juego de palabras es bonito. Responsabilidad es hacernos cargo
de nosotros mismos, para poder tener una respuesta creativa y adecuada al momento. Ser
libres para decir lo que sí y lo que no, sin esperar a que se me complazca. Yo tengo
derecho a pedir y el otro tiene derecho a dar o no dar, pero yo tengo que
hacerme responsable de lo que siento, de lo que pienso, de lo que digo, de lo que hago y
no hablar, no decir, no pensar creyendo que mi decir, mi pensar, mi hacer no tiene
consecuencias. La palabra crea y la palabra destruye. Lo que decimos, lo que pensamos,
lo que hacemos tiene consecuencias y debemos de responsabilizarnos de esas
consecuencias y es una responsabilidad individual, y a la vez colectiva, pero, primero,
individual. Cada uno tiene que responsabilizarse, debe responsabilizarse de su propia
salud, de su propio crecimiento personal para poder llegar a desarrollar una sociedad más
sana. No podemos esperar, de ninguna de las maneras, que nos salven desde arriba, nunca
ha ocurrido así. Si echáis un vistazo a las revoluciones y todas estas cosas, incluso a
aquella revolución romántica en la que muchos creímos en una determinada época que
fue la revolución cubana, vemos que no podemos esperar que desde arriba venga un
cambio social; eso, hasta ahora no ha ocurrido, eso ocurrirá si individualmente vamos
desarrollando nuestra conciencia de ser, vamos desarrollando nuestras capacidades
humanísticas y vamos formando una masa crítica, como se la llama, capaz de hacer una
demanda de cambio, capaz de procurarnos el cambio. Si estamos esperando que el cambio
venga de arriba, no va a ocurrir, sino todo lo contrario, hay una enorme resistencia al
cambio social, al cambio político, al cambio institucional. También hay una resistencia al
cambio individual, porque dejar de funcionar como estamos acostumbrados a funcionar
para intentar funcionar de otra manera, aunque se nos asegure que sera mejor para
nosotros, puede producir un poco de miedo, hay una resistencia a ello, tenemos que contar
con eso, hay una resistencia siempre.

Responder con responsabilidad a las demandas de una sociedad sana, pasa por saber
responder con responsabilidad a las demandas individuales de cada uno de nosotros.
Poder satisfacer las demandas individuales de cada uno de nosotros, pasa por conocernos.
Entonces, el autoconocimiento es imprescindible para que pueda haber crecimiento,
maduración, desarrollo y libertad. Es necesario que uno ponga un interrogante a “yo soy
así y fui así desde que nací” “pobrecito, no ha cambiado nada a lo largo de tu vida”. Vale,
poner ahí el interrogante. Entonces, además es la obligación, es el deber que los jóvenes
“tenemos” con la vida. La vida no es gratis, el deber que tenemos con la vida es devolver
más vida.

El ser humano tiene sentido de la trascendencia, creemos que es el único mamífero que
la tiene, a lo mejor si, a lo mejor no, no lo sé. No es tanto en la trascendencia hacia otra
vida después de la muerte ¿quién sabe? Para mí la trascendencia de cada uno de nosotros
está en la propia especie, en hacer que la especie humana sea cada vez mejor, y no que
sea tecnológicamente mejor, no que tenga más chismes, más aparatos, más tecnología,
que eso está muy bien, si se usa bien, si se usa mal como se está usando, pues un desastre.
La trascendencia está en que la humanidad vaya recuperando su sentido de humanidad,
su sentido humanístico, vaya siendo cada vez más consciente de sí misma, esa es la
trascendencia inmediata que nosotros tenemos, y esa es la obligación que nosotros
tenemos para con la Vida. Si tratamos bien a la Vida, la Vida nos tratara bien a nosotros.

Yo creo que esta es una misión, sobre todo, de los jóvenes, que sois los inconformistas,
heterodoxos, portadores de nuevas, ideas de nuevos cambios. Nosotros, bueno, no
nosotros, los que son mayores, tenemos que sustentar lo que hemos conseguido, pero lo
que tenga que venir, el cambio, los cambios, la mejoría, eso tiene que venir de mano de
los jóvenes. Yo siento que eso es un deber que tenemos para con la Vida, pero si queremos
propiciar un cambio tiene que ser a través de un cambio de conciencia, de un cambio en
el darnos cuenta de cómo vivimos, de un cambio en la capacidad de autoconocimiento,
de tener conciencia de qué es lo que hacemos aquí. ¿Vosotros habéis pensado alguna vez
qué es lo que hacemos aquí, en este planeta tierra? ¿Cuál es nuestra misión? Es un poco,
no sé… ¿Qué hacemos aquí? Somos un experimento yo creo, un experimento capaz de
tener conciencia de sí mismo, capaz de mejorarse a sí mismo, capaz de evolucionar
emocional, intelectualmente y experiencialmente y, eso, va a propiciar un mejor vivir,
pero no un mejor vivir desde el punto de vista tecnológico, sino un mejor vivir desde el
punto de vista humanístico, llegar a concienciarnos de que la vida de cada uno de nosotros
es imprescindible para la vida de los demás, ese sería el cambio de conciencia por el que
es necesario pasar.

Si alcanzásemos este nivel de conciencia, es decir, yo formo parte, tengo mi


individualidad, pero formo parte de la conciencia universal de la Vida y confío en ella,
que la Vida está ahí con una actitud amorosa para recogerme, entonces, podríamos ser
libres de entregarnos a su flujo, esa es la verdadera libertad: el no estar condicionados
a la defensa de una imagen que yo he estructurado sobre mí en dependencia de lo que el
medio externo puede darme o quitarme, ser capaz de auto-reconocerme, auto-valorarme,
auto-sostenerme, a través del conocimiento de sí, para no estar dependiendo de que los
otros me lo den, los otros me lo darán si, neuróticamente, a ellos les conviene o no, pero
yo no puedo estar esperando a que venga la teta de fuera, tengo que darme yo mi propia
teta, tengo que desarrollar mi propio amor, tengo que aprender a quererme como soy,
tengo que aprender a amarme como soy. En la medida en la que yo sea capaz de amarme
a mí mismo y aceptarme como soy, en esa misma medida, podré amar a los demás
y aceptar a los demás como son. Nadie puede querer lo que no conoce y nadie puede dar
lo que no tiene, entonces, tenemos que adquirirlo en nosotros mismos y sabemos que lo
tenemos, pero que está oscurecido por esta estructura fija a la que llamamos carácter,
entonces, atravesarlo, irlo conociendo, irlo desgranando, es lo fundamental, básico.

Aquí, creo que estáis reunidos estudiantes de enfermería y de educación. Para mí son las
dos piedras angulares, son los dos pilares básicos del desarrollo sano de una sociedad,
desde luego. La salud, y no me refiero solo a la salud física, la salud física es básica, claro,
pero también la salud emocional. Y en educación, no me refiero tanto a la información,
como a la formación y desde la posición de autoridad que da el ser profesional, el ser un
enfermero que se acerca a un paciente. Ahora he tenido yo ocasión de pasar por un
hospital durante un tiempo, desde la posición de enfermo. El enfermero es el ángel de la
guarda, mucho más que el médico. El médico cumple una misión tecnológica, más que
otra cosa. El enfermero cumple una misión humanística. Desde esa posición de autoridad
que da el ser un profesional, tanto de la enfermería, tanto de la salud, como de la
educación, dar testimonio con la actitud. Un educador es una persona que trasmite
humanidad. Eso no es cuestión de información, no es cuestión de palabras, sino es
cuestión de actitud. Si nos acercamos a la otra persona desde la salud a un paciente, desde
la educación a un niño, un adolescente, hagámoslo con una actitud verdadera, con una
actitud en la que hay contacto con uno mismo. La otra persona lo va a percibir, más allá
de las palabras. Y eso es ser educador: trasmitir humanismo. Luego, la información que
haya que transmitir, se trasmite, pero desde ese contacto verdadero, des ese verdadero
contacto humano.
La importancia fundamental de esta manera de entrar en contacto de este modo, es
intentar apoyar el que la persona confíe en sí misma: que el niño o el paciente confíe en
sus propias capacidades de desarrollo o en sus propias capacidades
de sanación. Trasmitir esto: tú puedes. Apoyar el desarrollo de todo lo que sea el
autocuidado, todo lo que sea el auto-amor, esa sería la misión fundamental de
un educador. No podemos separar el oficio de enfermero o el oficio de maestro, de ser
un educador. En esa posición de autoridad profesional, todos somos educadores y, ese,
es el quid de la cuestión: ayudar a confiar en sí mismo. Si una persona no confía en sí
mismo, no puede amarse, no puede quererse y, si no puede quererse, tampoco puede
querer a los demás, eso no tiene vuelta de hoja, no conoce lo que es eso.

Entonces, es necesario, es imprescindible, sé que todos lo sabéis, sé que todos


tenéis conciencia de ello, aunque metemos la cabeza debajo del ala. Sabéis que es
necesario propiciar un cambio, no podemos seguir viviendo como estamos viviendo hasta
ahora. Estamos destruyendo, no solo el planeta, no solo la sociedad, sino algo más,
estamos destruyendo la esencia de nuestra vida: el humanismo, no podemos seguir así.

Yo estoy por eso, desde aquí doy testimonio y vosotros desde ahí debéis de darlo, porque
el futuro es vuestro. Entonces, si tenemos que propiciar un cambio, no podemos esperar
que el cambio venga desde arriba, es necesario un cambio de actitud desde dentro, es
decir, cumplir lo que tenemos que cumplir con una actitud amorosa, con una actitud
diferente, sin tener en cuenta a la autoridad. No es una cuestión de se rebeldes a la
autoridad, sino aceptar la autoridad, pero no aceptarla tal y como ellos la imponen, sino
con un cambio en nuestra actitud. Eso es ser antisistema, sin ir contra el sistema, ser
operativos desde dentro del sistema y tener en cuenta que el sistema lo formamos todos.
El sistema no son los políticos, los políticos es el pus del sistema, digamos que son el
deshecho del sistema, es la consecuencia del sistema, pero el sistema somos todos
nosotros. Nosotros somos los que, con nuestra actitud, apoyamos al sistema. Es necesario
que cambiemos nuestra actitud para que podamos manifestarnos dentro del sistema de
otra manera. Eso es necesario, eso es imprescindible. Cambiar la manera de trasmitir la
cultura, porque la cultura nuestra no nos enseña a amar la vida, lo sabéis muy bien, y,
además, lo sabéis por vuestra propia experiencia. A lo que nos han adiestrado es a
explotar la vida, a usar la vida, pero no a amar la Vida. Esos elementos que surgen de vez
en cuando que aman la vida son los que propician los cambios, pero eso no es general. Es
el cambio de conciencia, ese es el cambio de conciencia, trasmitir ese amor a la vida para
poder amarnos a nosotros mismos como la vida que somos y poder amar a los demás
como la vida que son.

Si conocemos la Vida, si llegamos a poder conocerla, nos damos cuenta de que es


amorosa, de que nos sostiene, de que no tenemos que temer nada de Ella y eso va a ayudar
a que podamos entregarnos libremente a su flujo. Esa es la verdadera libertad, la
capacidad de renunciar a mi miserable, pero valiosa, libertad individual y entregarme
libremente al gran flujo de la Vida.

Bueno, pues ya; ¿para qué más?

También podría gustarte