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Editores científicos:
Emilio Gamo Pazos,
Javier Fernández Ortea,
Edición patrocinada por: David Álvarez Jiménez
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Editores científicos:
Emilio Gamo Pazos,
Javier Fernández Ortea,
David Álvarez Jiménez.
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Editores científicos:
Emilio Gamo Pazos,
Javier Fernández Ortea,
David Álvarez Jiménez.
Printed in Spain
Composición y maquetación:
Editores del Henares, Información y Publicaciones, S.L.
C/ Avda. de Barcelona, 34 (Tef. 949-23 40 27)
GUADALAJARA
E-mail: publicacionesdelhenares@gmail.com
Impresión: Masquelibros
Pol. I. Los Olivares
c/ Beas de Segura, 29
Jaén
Los editores científicos no se hacen responsables de las opiniones vertidas por los
diferentes autores de los capítulos de este libro, así como de las ilustraciones incluidas
en los mismos.
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Presentación
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ese sentido, una primera referencia bibliográfica para los historiadores y estudiosos que
en el futuro dediquen sus esfuerzos a ampliar el conocimiento sobre la romanización de
la provincia de Guadalajara.
La España interior, que en estos tiempos reclama su voz y su lugar en el conjunto del
país, encuentra en el yacimiento de Caraca un hilo del que tirar para conocer cómo era
surealidad en la Antigüedad. Los 29 capítulos que componen este libro han sido realiza-
dos por expertos que nos ofrecen una panorámica transversal, enriquecida desde múlti-
ples ángulos y perspectivas, de lo que fue el asentamiento de la civilización romana en
nuestra provincia.
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Prólogo
Este volumen aspira a reunir los esfuerzos de distintos equipos de investigación que
en los últimos años han aportado interesantes datos para el conocimiento de la romani-
zación del interior de la península ibérica. Se titula “En ningún lugar… Caraca y la
romanización de la Hispania interior” y quiere poner de manifiesto como los mencio-
nados avances en los estudios de este período histórico en esta área han contribuido a
aportar teselas en este complejo mosaico que es la romanización.
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Esta publicación está organizada en tres bloques. El primero de los mismos se cen-
tra en Caraca y en su territorium. De tal modo, en este apartado se incluyen todos aque-
llos artículos acerca de la civitas, ya sea desde una perspectiva histórica, arqueológica,
numismática, epigráfica, geológica, etnológica así como de la aplicación de las nuevas
tecnologías para su investigación y difusión. Se le suman a estas contribuciones intere-
santes datos relativos a yacimientos que formaban parte en la Antigüedad del ámbito de
Caraca y también estudios acerca de diversos escenarios bélicos de gran importancia
histórica.
Por su parte, el segundo bloque ofrece una panorámica acerca de varios yacimientos
del interior peninsular representativos del proceso de romanización. El tercer y último
bloque se compone de diversas contribuciones, tanto nacionales como internacionales,
que aportan datos de interés para el conocimiento de este período histórico en distintos
ámbitos.
Pero sin duda, este libro quiere ser también un homenaje a todas las personas e ins-
tituciones que han colaborado con el equipo arqueológico de Caraca para que este pro-
yecto científico haya podido dar sus primeros pasos y especialmente a María Luisa
Cerdeño Serrano, cuyo apoyo ha sido crucial para no tener la tentación de caer en el des-
ánimo propio de las tareas arduas.
Hay que destacar el soporte que para este proyecto nos han brindado el Museo
Nacional de Arte Romano, Ayuntamiento de Brea de Tajo, la Asociación de Mujeres de
Brea, Áridos Blanquillo S. L. y el Ayuntamiento de Illana. Asimismo queremos agrade-
cer el interés prestado por los periodistas y medios de comunicación que se han preocu-
pado por conocer y difundir las novedades de esta investigación arqueológica.
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Miguel Ángel Cuadrado, siempre dispuestos a apoyar las iniciativas para la conserva-
ción y difusión del patrimonio cultural.
No habría podido tener lugar este congreso, por otra parte, sin la amable colabora-
ción de los propietarios de las distintas parcelas que conforman este yacimiento arqueo-
lógico y que nos han permitido prospectar y excavar en las mismas.
Sin duda cruciales en el desarrollo de este proyecto, han sido quienes han trabajado
como peones de alguna de las tres campañas de excavación y que han aportado su entu-
siasmo, habilidad, buen hacer y entrega: Ángel Herreros, Sergio Blanco, Rafael Piña,
Rebeca Pinilla, Nerea Medina, Antonio Albares, Roberto Zorita, Santiago Constanza,
Ismael Zorita, Álvaro Corral, Miguel Corral, Elena Herreros, Meryem Bonhennana,
Carlos Corral, Andrea Zorita, Marta Santos, Manuel Santiago y Daniel Torres.
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Índice
Presentación
a cargo de José Luis Vega, presidente de la Excma. Diputación
Provincial de Guadalajara ................................................................................................5
Prólogo .............................................................................................................................7
2. José Antonio López Sáez, Reyes Luelmo Lautenschlaeger y Sebastián Pérez Díaz:
Paleoambiente y paleopaisaje de la ciudad romana
de Caraca (Driebes, Guadalajara) .......................................................................37
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12. Javier Vallés Iriso, Irene Ortiz Nieto-Márquez, Teresa Chapa Brunet,
Gonzalo Barderas Manchado, José Yravedra Sainz de los Terreros y
María Turégano Botija:
Una mirada al subsuelo. Estudio del yacimiento romano del Cerro de la Virgen
de la Muela (Driebes, Guadalajara) mediante georradar multicanal ...............237
14. Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco y Genaro Ferrer:
El asentamiento carpetano y romano de Calamorra II (Almoguera).................265
16. María Luisa Cerdeño Serrano, Marta Chordá Pérez y Teresa Sagardoy Fidalgo:
El final de los sistemas culturales indígenas ......................................................303
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24. Santiago Martínez Caballero, Clara Martín García, Víctor M. Cabañero Martín,
José Miguel Labrador Vielva y Jaime Resino Toribio:
Confluenta (Duratón): Una ciudad romana en la meseta norte.........................467
III. VARIA
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Condicionantes geológicos
del territorio de Caraca
Introducción
Todos los yacimientos arqueológicos se encuentran sustentados o contenidos en un
sustrato geológico, que condiciona tanto su excavación como su posterior conservación.
Esto es esencial a la hora de conocer el yacimiento, su excavación y su conservación.
Pero la geología no solo condiciona el yacimiento, sino que influye en el mismo desde
incluso antes de su aparición, es decir, que la ubicación de una determinada ciudad, por
ejemplo, ha venido condicionada por las condiciones del terreno, bien sea por causas
defensivas, económicas, etc. Esta interactuación con el medio donde se desarrolla la
actividad humana en una determinada zona es dinámica y va cambiando con el tiempo,
a la vez que lo hace el contexto geodinámico donde se desarrolla. Por este motivo, el
medio geológico puede influir en el éxito o fracaso de un determinado asentamiento y
esa información está contenida en la evolución del paisaje y en los distintos medios sedi-
mentarios que incluye o que rodean el yacimiento arqueológico. Esta perspectiva es la
que se muestra en este trabajo, donde se estudia la relación de Caraca con su propio sus-
trato geológico, sus recursos hídricos y minerales y su relación con la dinámica fluvial
del Tajo, trabajo desarrollado durante las dos primeras campañas de excavación. Y en el
futuro sea una herramienta clave a la hora de determinar cuál fue la causa o causas que
generaron la repentina desaparición de Caraca en el s. II d. C.
Cartografía geológica
La cartografía geológica muestra la disposición de los distintos materiales y su edad.
Las características de los materiales, su ordenamiento y cómo se relacionan en el tiem-
po permiten interpretar cuáles son los procesos geológicos que han contribuido a la con-
figuración actual del relieve, pero también los que podrán producirse en un futuro. La
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El territorio de Caraca se encuentra dentro de la Cuenca del Tajo, una de las gran-
des unidades geológicas de la península Ibérica. Dentro de ésta, se ubica en la parte nor-
oriental de la denominada Cuenca de Madrid.
Los materiales más antiguos que afloran en el Cerro de la Virgen de la Muela son de
edad miocena (corresponden a la unidad “Margas yesíferas y yesos” del mapa geológi-
co de la figura 1). Estos materiales afloran en las laderas del cerro, pudiendo observar-
se un espesor de la serie cercano a los 40 m (figura 2). Están formados por una sucesión
de margas yesíferas gris verdosas y yesos masivos grises, con algún nivel intercalado de
yeso selenítico neoformado con grandes cristales transparentes de hasta 10 cm. Este
nivel de cristales de yeso aparece a favor de diaclasas existentes en la unidad miocena,
presenta espesores variables entre 20 y 40 cm y es un nivel resistente a la erosión que
produce resaltes en el relieve. A favor de los materiales de la unidad miocena se desa-
rrollan procesos de disolución de los yesos (karstificación), con la aparición de dolinas
(como la que se observa al NO del Cerro de la Virgen de la Muela) que condicionan el
desarrollo de los valles.
En el proceso de encajamiento del río Tajo durante el Cuaternario, el río ha ido dejan-
do depósitos de terrazas fluviales a distintas alturas (Pérez-González 1994; Pinilla et alii
1995a y 1995b; Uribelarrea 2008; Silva et alii 2017), como por ejemplo la terraza que
aparece tapizando la superficie del Cerro de la Virgen de la Muela, que ha servido de
nivel de cimentación de la ciudad. La geometría de estos depósitos, prácticamente hori-
zontales, su resistencia a la erosión, y además, su posición topográfica, sobreelevada
ante las inundaciones del río Tajo, y como atalaya para el control de una buena parte de
los vados de la zona, hacen de este lugar una de la mejores ubicaciones para la ciu-
dad.Además, la base de los depósitos de terraza están formadas por materiales muy con-
sistentes, mayor que la que presentan las margas y yesos miocenos, que aunque son las
litologías dominantes en el paisaje del entorno, son muy deleznables y sufren procesos
de disolución y karstificación, y por tanto, no son un buen nivel de cimentación. Estos
yesos, por el contrario, se utilizan como uno de los elementos constructivos más fre-
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Figura 1- Mapa geológico del yacimiento de Caraca y su entorno más próximo (sobre ortofoto
P.N.O.A.-I.G.N.).
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cuentes por sus características de dureza y ligereza, de forma, que son parte de los blo-
ques de sillería que se utilizaron en la ciudad, mientras los materiales de las terrazas son
elementos difíciles de tallar debido a la composición litológica (figura 3).
Los materiales de origen fluvial, que corresponden a la terraza del río Tajo situada a
+40m están formados por:
–un nivel de conglomerados (corresponden a la unidad “Conglomerado” del mapa
geológico) que se apoya directamente sobre los materiales yesíferos miocenos; está for-
mado por dos paquetes que en conjunto presenta un espesor que varía de 1 a 3 m, dis-
minuyendo hacia el Este y aumentando mayor hacia el Sur. Los cantos son de tamaño
centimétrico y de composición cuarcítica, de sílex y de caliza. Presenta base erosiva,
bien seleccionado, con cantos blandos y estratificación cruzada planar con pequeñas
intercalaciones de arenas siliciclásticas laminadas (figura 3). Este nivel conglomerático
es resistente a la erosión, originando viseras en las laderas de los cerros, las cuales se
descalzan, se fragmentan y caen por éstas, provocando la aparición de bloques métricos
de conglomerados a distintas alturas (representados como “Bloques caídos” en el mapa
geológico de la figura 1). Este nivel conglomerático aparece recubriendo una dolina
situada al NO del Cerro de la Virgen de la Muela, adaptándose a ella.
–sobre los conglomerados anteriores aparece un nivel de arenas finas y limos areno-
sos, de colores rosados y blanquecinos (corresponden a la unidad “Arenas” del mapa
geológico de la figura 1). Tiene un espesor, de al menos, unos 2 m. Las arenas presen-
tan estructuras de corriente, como laminaciones cruzadas de bajo ángulo y niveles de
cantos en la base.
En el fondo de algunos valles aparecen unas arenas finas con yeso y cuarzo (unidad
“Fondo de valle” del mapa geológico de la figura 1), así como a la salida de algún
barranco, donde presentan estructuras de flujo (unidad “Abanico aluvial” del mapa geo-
lógico de la figura 1).
Figura 2- Vista del Cerro de la Virgen de la Muela con la distribución general de las distintas unida-
des cartográficas descritas en el mapa geológico (todos los autores).
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En la parte baja de las laderas del Cerro de la Virgen de la Muela se observan depó-
sitos de ladera coluvionares (unidad “Coluvión” del mapa geológico de la figura 1), for-
mados por arenas finas, yeso detrítico y algunos cantos dispersos. En el valle del Arroyo
de la Barranquera o Arroyo de la Vega, estos depósitos coluvionares pasan hacia el cen-
tro del valle a depósitos de aluviales-coluviales con perfil longitudinal de glacis deposi-
cional.
Al Norte del Cerro de la Virgen de la Muela, hay un cerro con morfología de media
luna, cuya denominación local es “Cerro Esporteado” (figura 2), que muestra evidencias
de tener un origen antrópico (está representado en la cartografía geológica como
“Antrópico” en la figura 1). Está formado por un limo arenoso, con cantos redondeados
de cuarcita y calizas, cantos y bloques de nódulos de sílex, bloques de yeso alabastrino
angulosos, así como fragmentos cerámicos y de náyades. El relieve se ha construido
apoyándose en una zona deprimida que es el inicio del encajamiento del arroyo que limi-
ta la muela por su parte oriental (figura 1).
Figura 3- A) Sillar compuesto de yeso de más de 1 m altura encontrado en una de las pequeñas escom-
breras situadas en el borde de la Muela; B) Conglomerado polimíctico con estratificación cruzada
planar (todos los autores).
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Figura 4- Esquema interpretativo de la génesis antrópica del “Cerro Esporteado”: A) estado inicial
antes de la construcción de la rampa; B) construcción de la rampa hacia el N y C) utilización de la
rampa para aventar yesos pulverizados a la asediada ciudad de Caraca de N a S por parte de Sertorio
(todos los autores).
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pueblo más allá del río Tagonio, que no viven en ciudades ni aldeas, sino que hay una
colina muy grande y alta que contiene cuevas y cavidades de rocas, orientadas hacia el
norte. Todo el terreno que sirve de base es barro arcilloso, y la tierra por falta de con-
sistencia se torna frágil, y no se ofrece firme a los que la pisan, y si la tocan un poco,
como cal viva o ceniza, se desmorona en un gran trecho. Por tanto los bárbaros, siem-
pre que por miedo a la guerra se ocultaban en las cuevas y llevaban dentro el botín,
estaban tranquilos, al ser inexpugnables por la fuerza, y a Sertorio, entonces alejado de
Metelo y acampado junto a la colina, lo despreciaban como si estuviera vencido; aquél,
bien por cólera, bien porque no quisiera dar la impresión de huir, al rayar el día avan-
zó a caballo y examinaba con detenimiento el terreno. Como desde ningún sitio ofrecía
medio de acercarse, al ir de un lado al otro inútilmente profiriendo vacías amenazas, ve
que de aquella tierra un gran remolino de polvo es llevado por el viento arriba hacia
ellos. Porque, como dije, las cuevas estaban orientadas al norte, y el viento que sopla
desde la Osa, al que algunos llaman Cecias, es el más dominante y el mayor de los vien-
tos de allí, al haberse originado desde húmedas llanuras y montes cubiertos de nieve, y
al ser entonces pleno verano, reforzado y alimentado por el deshielo de las montañas
expuestas al norte, soplaba de manera muy agradable y mantenía frescos durante el día
a ellos y a los animales. Reflexionando sobre ello Sertorio y escuchando a las gentes del
país, ordenó a los soldados que arrancasen aquella tierra fina y cenicienta, y llevándo-
la frente a la colina hiciesen un montón, del que los bárbaros se burlaban, al suponer
que era la construcción de un terraplén contra ellos. Entonces, cuando los soldados tra-
bajaron hasta la noche, los retiró; con el amanecer, al principio soplaba una brisa tenue
que revolvía lo más liviano de la tierra amontonada que se esparcía como el rocío,
luego, al desencadenarse el impetuoso Cecias hacia el sol y llenarse de polvo las coli-
nas, los soldados subiéndose al montículo lo derribaban hasta el fondo y rompían el
barro, y algunos incluso hicieron pasar a sus caballos arriba y abajo, levantando una
polvareda y entregando lo que estaba en el aire al viento. Este, levantando todo lo pul-
verizado y moviéndolo hacia arriba, lo lanzaba hacia las viviendas de los bárbaros con-
tra las puertas que reciben el Cecias. Y ellos, como sus cuevas tenían sólo aquel respi-
radero por el que se lanzaba el viento, pronto eran cegados sus ojos, y pronto sufrían
un jadeo ahogado, al aspirar un aire áspero y revuelto con mucho polvo. Por eso resis-
tieron apenas dos días, y al tercero se rindieron, entregándose a Sertorio no tanto por
su fuerza como por su prestigio, ya que había conseguido con sabiduría lo que era inex-
pugnable por las armas” (Sert. 17; Traducción Bergua et alii 2007: 434-436).
Otra hipótesis es que fuera algún tipo de estructura defensiva sencilla, de fortuna,
que sirviera de continuidad de los relieves escarpados que constituyen las paredes meri-
dionales de los arroyos que bordean el Cerro de la Virgen de la Muela por el Este y
Oeste, de forma que, establecieran una muralla casi natural sólo interrumpida por la pen-
diente de acceso a la puerta Norte de la ciudad.
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Figura 5- Traza de la Falla del Tajo en el entorno de Caraca. En las zonas de intersección entre la
falla y el río Tajo, es donde se han desarrollado vados y saltos de agua que hoy en día aún son utili-
zados, como la estación hidroeléctrica El Maquilón y el embalse de Almoguera, entre otros (MDT
construido a partir de los datos LIDAR del I.G.N. Curvas de nivel del mapa topográfico 1:25.000
Estremera -Hoja 584-III, IGN).
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Además del “Cerro Esporteado” existen otra serie de unidades antrópicas en la entra-
da a la ciudad por su parte Sur y a lo largo del borde occidental de la muela (figura 1).
Se tratan de una serie de pequeñas acumulaciones de bloques de sillería y/o de bloques
de yeso sin talla que son partes de paredes, puertas o murallas. El caso más representa-
tivo de estos depósitos artificiales es un tramo alargado de lo que parecen restos de una
muralla situados en la zona NO, cerca de los márgenes de la dolina, donde además del
carácter defensivo que pudo tener el muro, también serviría como estructura de sosteni-
miento de los bordes de la muela, donde parece que los procesos de erosión y encaja-
miento del barranco son más significativos (figura 2).
Figura 6- Licuefacción en arenas de grano medio en sedimentos de las terrazas del Tajo de edad
Pleistoceno en las inmediaciones de la central hidroeléctrica El Maquilón (Driebes; Guadalajara): A)
fotografía de afloramiento y B) esquema interpretativo. Para que se generen procesos de licuefacción
sísmica es necesaria una M > 5-5.5 (todos los autores).
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Esto indica que, si generó terremotos durante el Cuaternario bajo este campo de esfuer-
zos, también podría haber generado sismicidad en época histórica y que podrá producir
terremotos en el futuro.
Si observamos la figura 5, los puntos donde la Falla del Tajo es intersectada por el
cauce fluvial coinciden con saltos de agua, presas, estrechamientos del cauce o vados.
Esto indica que estos saltos de falla, que fueron generados durante el Pleistoceno y han
tenido actividad reciente (durante el Holoceno), ya estaban en época histórica. Este
punto es importante, ya que los vados de los ríos han sido puntos estratégicos a lo largo
de la historia y han condicionado la ubicación de ciudades, como es el caso de Toletum,
las cuales han explotado este recurso a lo largo de su historia, pudiendo ser también el
caso de Caraca. El hecho de que la actividad cuaternaria de la Falla del Tajo haya gene-
rado estos saltos de falla que han propiciado el desarrollo de vados, hace que los vados
que han llegado hasta nuestros días ya existiesen en época histórica, lo cual hace más
fiable cualquier interpretación histórica que se quiera hacer de estos vados.
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Figura 9- Situación de las columnas estratigráficas sobre las termas de Caraca (sobre fotogrametría
E. Martín).
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1.- 7 cm de arenas ocres a gris claro, con tamaño de grano medio y matriz yesífera.
Contiene fragmentos de carbón de 4 mm. Presenta abundantes fragmentos de tégulas en
posición horizontal a techo del nivel y fragmentos de opus caementicium también hori-
zontales. Hacia el oeste (hacia la entrada de la piscina) este nivel prácticamente desapa-
rece, situándose el nivel carbonoso superior directamente sobre el suelo de la piscina.
Nivel de colapso.
2.- 4 cm de nivel carbonoso pardo negruzco (arenas de grano medio) con alto conte-
nido en materia orgánica (carbones). Contiene abundantes fragmentos de teja y argama-
sa (opus caementicium), tanto dentro del nivel como justo en el límite con el nivel infe-
rior de derrumbe. Presenta gran continuidad lateral, pudiendo seguirse a lo largo de toda
la superficie excavada. Nivel de incendio.
3.- 6-7 cm de limo gris margoso ocre a la base pasando a grisáceo a techo con alto
contenido en carbones. Lateralmente este nivel desaparece.
4.- 2 cm pardo negruzco con carbones (arenas de grano medio), con pequeños nódu-
los de yeso de menos de 1 mm de diámetro. Es discontinuo, pero se sigue bien en todo el
afloramiento; lateralmente se une con el nivel de incendio inferior (2). Nivel de incendio.
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6.- 3 cm de arena gris con gran cantidad de fragmentos de carbón y nódulos centi-
métricos de yeso.
7.- 10-20 cm, nivel de arena media de espesor variable, ocre claro en la base, que va
pasando a pardo negruzca a techo. Tiene un alto contenido en nódulos de yeso. Aparecen
trozos de teja a techo de este nivel.
8.- 10 cm de nivel de incendio pardo negruzco (arenas de grano medio) con alto con-
tenido en materia orgánica (carbones). Contiene nódulos centimétricos de yeso y frag-
mentos de cerámica. De este nivel parte una “bioturbación” que podría tratarse de una
estaca que penetra en el nivel 7 terminando a techo del 6.
Figura 10- A) Columna estratigráfica 1; B) fotografía de la columna levantada (todos los autores).
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9.- 4 cm de nivel apisonado de arenas finas con matriz margosa que contienen nódu-
los de yeso.
10.- 14 cm de nivel desorganizado con restos arqueológicos removido por el arado.
Suelo actual. Está formado por fragmentos angulosos de toba calcáreo-yesífera de hasta
70 cm, trozos de mortero yesífero con cantos redondeados de cuarcita centimétricos.
Está depositado sobre una superficie aproximadamente horizontal, buzando ligeramen-
te al noroeste. Representa el nivel de derrumbe superior.
Figura 11- A) Columna estratigráfica 2; B) fotografía de la columna levantada (todos los autores).
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2.- 4 cm de arenas negro parduzcas con alto contenido en materia orgánica y carbones.
Este nivel es correlacionable con los dos niveles inferiores de incendio de la columna 1.
3.- 6-7 cm de arenas grises con nódulos de yeso y alto contenido en carbones.
5.- 25 cm de suelo parduzco que se oscurece a techo con restos arqueológicos y len-
tejones de materiales más gruesos.
La correlación entre las dos columnas muestra que el primer nivel de colapso e
incendio fue generalizado en las termas y significó su abandono. Posteriormente, vol-
verían a ser utilizadas pero en este caso el abandono pudo ser el colapso (quizás por
efecto sísmico) e incendio de una parte de las termas, puesto que los niveles de incen-
Figura 12- Plano de la superficie escavada durante la campaña de 2018 donde se representan las estruc-
turas de deformación localizadas en esta excavación. La rosa de direcciones indica la dirección media
de movimiento del sustrato en caso de que pudiesen tratarse de EAEs (sobre fotogrametría E. Martín).
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dio sólo son reconocidos en una de las columnas. La excavación de la otra parte de
terma podrá aclarar con mayor exactitud los distintos procesos de abandono.
Prospección arqueosismológica
Durante la campaña de excavación realizada durante el 2018 se ha continuado con
el seguimiento arqueosismológico de los restos excavados. Este seguimiento es nece-
sario hacerlo según se realiza la excavación, ya que una parte importante de estas evi-
dencias podrían ser destruidas incluso durante la retirada del material estéril. Antes de
poder realizar cualquier interpretación es necesario recopilar todas las estructuras de
deformación (ED) que pudieron afectar al yacimiento. La orientación sistemática de
los esfuerzos de deformación calculados a partir de estas ED podría llevarnos a poder
realizar una interpretación sobre el mecanismo disparador que generó dichas ED.
Debido a que la excavación de este yacimiento aún se encuentra en una fase inicial,
no se cuenta con una población de datos suficiente para afirmar que se trate de Efectos
Arqueosismológicos de Terremotos (EAEs de su acrónimo en inglés: Earthquake
Archaeological Effects).
Se han podido identificar 4 colapsos orientados, a los que hay que sumar la caída
de un bloque de sillería dentro de la cisterna. También aparecen pliegues en el enlo-
sado de ladrillo en espiga en la entrada de la dependencia superior de la terma y una
grieta en este enlosado en la pared N de la misma. Cabe destacar el hallazgo de trozos
de lapis specularis en el ábside que pudieron formar parte de la ventana que este tipo
de estructuras solían tener. Esto indicaría una dirección de caída hacia el NE.
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Conclusiones
Los trabajos de geología llevados a cabo en el yacimiento del Cerro de la Virgen de
la Muela han permitido describir y caracterizar los depósitos sedimentarios sobre los que
se ubicó y desarrolló la ciudad de Caraca. Está caracterización ha permitido reconocer
depósitos formados por los procesos geológicos característicos de la zona durante miles
de años (terrazas fluviales del río Tajo, abanicos aluviales, etc.), y depósitos o sedimen-
tos que fueron acumulados o formados por la actividad humana, y de los que, todavía
no se conocen su función con exactitud. Así, se han distinguido depósitos como el del
“Cerro Esporteado”, que tiene un origen artificial o los muros de la zona NO, que ade-
más del carácter defensivo han servido para proteger zonas o partes del yacimiento de
la erosión o encajamiento de los barrancos.
En el futuro habrá que seguir investigando en aspectos geológicos de las fases cons-
tructivas de la ciudad que debieron condicionar su desarrollo, como pueden ser: el ori-
gen del material que se utilizaba para la construcción, las características del agua que
empleaban, o determinar la situación de las canteras donde se pudiera extraer el lapis
specularis. Además, se deberán continuar los trabajos centrados en establecer la función
de los distintos depósitos o estructuras artificiales como es el meandro del río Tajo o
algunas estructuras que se observan en el entorno del yacimiento. A todo ello hay que
seguir llevando a cabo un seguimiento de las distintas excavaciones para corroborar que
existen evidencias sísmicas dentro del yacimiento y que pudieran señalar cual fue su
influencia en el abandono de la ciudad.
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2.- paleoambiente_congreso caraca 06/11/2019 14:02 Página 37
Introducción
Los yacimientos arqueológicos suponen archivos paleoambientales muy importan-
tes, especialmente en ambientes semiáridos en los cuales los depósitos convencionales
para análisis polínicos (turberas o lagos) en la península Ibérica son escasos o inexis-
tentes (Carrión et alii 2010; Pérez Díaz et alii 2017). La arqueopalinología de estos yaci-
mientos tiene un enorme potencial paleoecológico, gracias a algunas secuencias docu-
mentadas en el centro peninsular que proveen una reconstrucción paleoclimática cohe-
rente (López Sáez et alii 2014).
Material y métodos
Se presenta aquí el estudio palinológico (polen, esporas y microfósiles no polínicos)
de muestras procedentes de la ciudad romana de Caraca (Driebes, Guadalajara). El
objetivo que se plantea es el reconocimiento de las comunidades vegetales existentes a
nivel local (en el entorno del yacimiento) y a nivel regional, así como evaluar el impac-
to antrópico sobre las mismas, haciendo especial hincapié en la dinámica antrópica rela-
cionada con el desarrollo de las actividades productivas.
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José Antonio López Saez, Reyes Luelmo Lautenschlaeger, Sebastián Pérez Díaz
cada en las termas públicas de Caraca. Estas muestras, y la correspondiente UE, corres-
ponden a distintos puntos de un nivel de incendio datado a mediados del siglo II d.C.
sobre el suelo de una estructura absidial de época altoimperial romana, interpretada
como la piscina del tepidarium. Este estrato quedaría sellado por el propio incendio, el
cual, a posteriori, llevó al edificio de las termas al colapso.
Siempre que se ha dado una muestra por válida, el número de granos de polen con-
tados o suma base polínica (S.B.P.) ha superado los 200 procedentes de plantas terres-
tres, albergando además una variedad taxonómica mínima de 20 tipos polínicos distin-
tos (López Sáez et alii 2003; 2013). En el cálculo de los porcentajes se han excluido de
la suma base polínica los taxa hidro-higrófilos y los microfósiles no polínicos, que se
consideran de carácter local o extra-local por lo que suelen estar sobrerrepresentados
(López Sáez et alii 1998; 2000). Además, se han excluido de ésta a Cardueae,
Cichorioideae y Aster tipo debido a su carácter antropozoógeno (Burjachs et alii 2003).
El valor relativo de los palinomorfos excluidos se ha calculado respecto a la S.B.P. El
tratamiento de datos y representación gráfica se ha realizado con ayuda de los progra-
mas TILIA y TGview (Grimm 1992; 2004), junto con el programa de tratamiento de
imagen COREL DRAW para el perfeccionamiento de las figuras.
Resultados y discusión
En general, los espectros polínicos de las 10 muestras estudiadas en la ciudad roma-
na de Caraca (figura 1) son enormemente semejantes, lo que permite aceptar su con-
temporaneidad cronológica y tratarlas conjuntamente.
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José Antonio López Saez, Reyes Luelmo Lautenschlaeger, Sebastián Pérez Díaz
meros siglos de nuestra era (López Sáez et alii 2014). No obstante, el porcentaje de
Ulmus (3,2-5,6%) es relativamente elevado, lo que demostraría una buena conservación
de los bosques riparios en torno al cercano río Tajo, de las olmedas.
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En 2018 realizamos una nueva prospección geofísica al norte y oeste del cerro, tam-
bién junto al CAI de Arqueometría y Análisis Arqueológico de la U. C. M., cubriendo
4
una extensión aproximada de unas 1,7 ha . Esta prospección se realizó gracias al conve-
nio firmado entre la Diputación de Guadalajara y el Ayuntamiento de Driebes.
5
Por otra parte, documentamos el acueducto de la ciudad , que era un canal de opus
caementicium impermeabilizado con opus signinum y datado en el siglo I d.C., cuya lon-
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gitud aproximada era de 3 km, de este se conservan actualmente 112’9 metros (Gamo et
alii 2017). En el verano de 2019 hemos excavado la sección conservada de este acue-
6
ducto .
7
La primera campaña de excavaciones la realizamos en 2017 y realizamos tres catas,
la primera de ellas (cata A) en un edificio en la cabecera este del Foro, la segunda (cata
B) en el pórtico de gran un edificio en la fachada sur del Foro, que pudo ser una basíli-
ca. La tercera cata (C) fue en una sección del decumanus 4 (Gamo y Fernández 2017).
8
En 2018 realizamos una nueva campaña de excavaciones en las termas públicas de
la ciudad.
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Sin duda en el marco de esta reforma urbana se produjo la construcción del acue-
ducto de Caraca (Gamo et alii 2017), cuestión que avala el paralelo con el acueducto de
Segobriga (Almagro 1976; Morín 2014), también estudiado de forma monográfica en
dos capítulos de este mismo libro. Es muy interesante el paralelo entre la disposición de
este edificio y las termas monumentales de época flavia de Segobriga (Abascal et alii
1997), lo cual confirma la cronología de este edificio y nos hace sospechar que tanto el
acueducto como las termas monumentales de ambas ciudades pudieron ser realizadas
por los mismos especialistas, o al menos siguiendo el mismo modelo.
Esta cuestión tiene paralelos en el Municipium Flavium Aurgitanum (Jaén) que fue
promocionado jurídicamente en época flavia y en el que posteriormente se documenta
un proceso de intensa remodelación urbana, en el que participaron evergetas locales, que
incluye la construcción de acueductos, termas y fuentes (Fornell 2011).
En este sentido Fernández Ochoa y García (1999: 142) han indicado como en
Hispania se constata una tendencia a la monumentalización de los edificios termales a
partir de época flavia, que se planifican de forma simétrica, como en el caso que trata-
mos. En Pompeya, Zanker (2001: 131) ha indicado como en época flavia se constata un
interés creciente en disfrutar de la vida, en oposición al rigor moralista de época augús-
tea, que se plasma en el lujo privado y las grandes termas.
Las termas públicas tenían unas dimensiones cercanas a los 900 m2 y estaban orien-
tadas en sentido SO-NE, lindando al este con el Cardo Maximus. El edificio estaba sepa-
rado por estrechos callejones al norte y sur de las manzanas nº 3 y 5, al noroeste del
Cerro de la Virgen de la Muela.
Durante la campaña de excavaciones de 2018 realizamos una cata (D) con una exten-
sión de 30 x 6 metros, sobre la que ampliamos en dirección norte 3 x 5 metros. En con-
secuencia, la superficie total excavada fue de 195 m2.
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El edificio está organizado en torno a un eje este-oeste. La parte oeste del conjunto
termal estaba ocupada por una palestra de grandes dimensiones, con 6 columnas en sen-
tido longitudinal y 5 en transversal. Las medidas calculadas de la palestra son en torno
a 530 m2. En el caso de Segobriga las dimensiones de la palestra eran de 541 m2
(Abascal et alii 2007: 47). La palestra era un espacio al aire libre y porticado para la
práctica del ejercicio físico (Nielsen 1990). La existencia de palestra en las termas públi-
cas de Hispania y en las provincias occidentales no está documentada en todos los con-
juntos de este tipo (Fernández Ochoa y García 1999: 163). Se han localizado palestras
en las termas públicas por ejemplo de: Alto da Cividade en Bracara Augusta, Los Arcos
I y II de Clunia Sulpicia, termas del área de La Encrucijada en Lancia, termas ubicadas
en la zona noreste del foro de Tongobriga (Núñez 2008: 185, Tabla 19), termas del puer-
to de Carthago Nova (Noguera et alii 2018: 80), termas de la Plaza del Castillo en
Pamplona (Unzu 2018: 48), termas de Mura en Liria (Escrivà et alii 2018: 68), las ter-
mas de Oiasso en Irún (Urteaga 2018: 105). También se han localizado palestras en las
termas públicas de Segobriga y en las termas de Valeria, ambas se estudian monográfi-
camente en otros capítulos de este libro.
Durante esta campaña de excavación hemos localizado la parte sur del espacio por-
ticado de la palestra, del que quedan restos de la cimentación de 5 basas de columna.
Las citadas basas de piedra caliza (de las que sólo se conserva la ubicada más al este),
estaban cimentadas respectivamente sobre una estructura de tendencia rectangular ela-
borada mediante pequeñas piedras. La palestra está bastante arrasada por las tareas agrí-
colas, y de hecho en gran parte está destruida por debajo del antiguo nivel de uso del
suelo.
Para construir el edificio, que se ubica en un desnivel en sentido este-oeste, los cara-
citanos tuvieron que aterrazar el terreno, tal y como hemos podido observar con clari-
dad en la palestra, donde en su cimentación se encuentran materiales arqueológicos de
etapas precedentes (cerámica carpetana, cerámica de barniz negro entre otras) emplea-
dos como relleno de nivelación. La construcción del edificio afectó muy gravemente a
los restos de etapas precedentes.
Figura 1. Perfil topográfico del Cerro de la Virgen de la Muela y ubicación de las termas públicas
(según E. Martín).
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Figura 2. Detalle de una basa cuadrada de la palestra de las termas (fotografía Equipo arqueológico
Caraca).
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En el interior de la estancia el suelo de opus reticulatum está cubierto por una costra
yesífera a consecuencia de la presencia durante décadas de un manto de agua sobre esta
piscina. Asimismo, la costra yesífera y no calcárea puede relacionarse con la teoría de
que el caput aquae del acueducto de Caraca estaba en el manantial de Lucos, como se
trata de forma monográfica por Rodríguez-Pascua et alii en otro capítulo de este mismo
libro.
La escasa profundidad que podría alcanzar el agua en esta estancia, que buza en sen-
tido oeste-este, hace plantearnos la posibilidad de que se tratara de un pediluvium, es
decir un área destinada al baño o refresco de los pies. En las Termas del Puerto de
Carthago Nova se hallaba también un pediluvium en el frigidarium, en su primera fase
constructiva (Madrid et alii 2015: 18).
Esta estancia está limitada al sur por un muro de grandes dimensiones que cierra las
termas por su parte meridional, rematado en su esquina junto al umbral que daba acceso
a la palestra por un pilar de piedra caliza que muestra marcas de un agujero para su tras-
lado con grúa. Más al este del pilar anterior, dentro del muro, se conserva otro sillar de
grandes dimensiones de caliza también dispuesto en sentido norte-sur que daba estabili-
dad al muro a modo de pilar de contención. Al este de este último encontramos dos con-
trafuertes realizados en mampostería al exterior del muro, en su parte sur. En las termas
de Labitolosa se han localizado unos contrafuertes también en el exterior del muro que
cierra las termas por el este, junto al frigidarium (Magallón y Sillières 1994: 93, lám. 1).
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Por el oeste la Estancia A estaba delimitada por un grueso muro que separaba este
ambiente de la Estancia B, en este se conservan los modillones hidráulicos para imper-
meabilización. La parte interna de los muros que cierran la estancia al sur, oeste y este
están impermeabilizados mediante opus signinum. La techumbre estaba realizada
mediante una bóveda de cañón como se observa en la parte superior del muro sur de
la estancia, revestido de opus signinum. La parte superior de la bóveda de cañón esta-
ba realizada a base de piedra tobácea (de la que hemos encontrado el derrumbe), apro-
vechando la mayor ligereza de este material constructivo. Es posible que esta estancia
fuera el frigidarium de las termas.
Este posible frigidarium fue afectado por un violento incendio a mediados del
siglo II d.C., del que queda un importante nivel de cenizas en el que encontramos
numerosos fragmentos de T.S.H. altoimperial lisa y decorada, algunos de ellos con
grafitos post-cocción. También se han hallado grafitos precocción y postcocción sobre
tégulas e ímbrices, analizados en detalle por Gimeno et alii en otro capítulo de este
libro. Asimismo, encontramos una pequeña espátula de bronce, quizás para usos cos-
méticos o médicos.
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Figura 3. Pasillo de acceso al interior de las termas desde la palestra (fotografía Equipo arqueológi-
co Caraca).
Figura 4. Detalle del pasillo de acceso al interior de las termas desde la palestra (fotografía Equipo
arqueológico Caraca).
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Figura 5. Muro de cierre de las termas al sur de la estancia A (fotografía Equipo arqueológico
Caraca).
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Esta era una habitación de planta rectangular, cuyo cuerpo estaba rematado por una
bóveda de cañón, cuyo remate absidial se ubica al oeste, de modo que en su extremo
occidental habría hueco para una ventana que permitía el paso de la luz desde el espa-
cio diáfano de la palestra. De la citada ventana hemos localizado los restos de lapis
specularis derrumbados sobre el suelo de opus signinum. La estancia, de tendencia
rectangular, se estrecha en su mitad occidental dejando enmarcado el remate absidial.
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su mayoría procedente del alfar de Tricio, vidrio azul con decoración a costillas, y
material latericio.
También en este ámbito se observa con claridad la destrucción del edificio a media-
dos del siglo II d.C., de la que queda un notable nivel de cenizas. También en esta estan-
cia hemos localizado sobre el nivel de incendio de mediados del siglo II d.C. una reo-
cupación en precario, con la construcción de un nuevo nivel de suelo apisonado con cal,
muy deteriorado. Los materiales de esta fase muestran que las termas fueron reutiliza-
das como espacio habitacional como demuestra la aparición de pesas de telar y una afi-
ladera. Esta reocupación en precario de la segunda mitad del siglo II d.C. y el siglo III
d.C. tuvo una corta vida y fue destruida por un nuevo incendio que se observa con cla-
ridad en un importante nivel ceniciento dentro de la Estancia B.
Figura 7. Modillón hidráulico de opus signinum sobre el suelo de la estancia B (fotografía Equipo
arqueológico Caraca).
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Del nivel de destrucción del siglo II d.C. recogimos muestras para la realización de
análisis palinológicos cuyos resultados son detalladamente explicados por José Antonio
López et alii en otro capítulo de este mismo libro.
Por último, hay que señalar que, como resultado de la prospección con georradar de
2018, hemos documentado la presencia de cloacas de desagüe de las termas. Así, al
norte del muro de cierre de la parte septentrional de las termas se observa una cloaca que
discurría paralela al edificio en sentido este-oeste para desaguar en la ladera occidental
del cerro. A esta cloaca desaguaba otra que salía del ábside de la Estancia B en sentido
noroeste, cruzando la palestra, para unirse con la cloaca citada anteriormente. Durante
la campaña de 2018 el equipo del I.G.M.E. realizó un estudio geológico del yacimien-
to, a consecuencia de este localizaron una erosión de origen antrópico relacionada con
el desagüe de la primera de las cloacas citadas en la ladera oeste del cerro. Esta cuestión
es tratada por Rodríguez-Pascua et alii en otro capítulo de este mismo libro.
Con las lógicas limitaciones propias de estas metodologías, que han de ser ratifica-
das mediante excavación arqueológica, tenemos una cartografía bastante aproximada
del área central del yacimiento gracias a la superficie prospectada mediante georradar,
que alcanza las 3 ha en total, y los datos que aporta el estudio de las fotografías aéreas
del I.G.N. El uso de técnicas no invasivas permite definir con mayor éxito ulteriores
líneas de investigación.
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(Gómez 2010: 563). El carácter irregular de la planta de Caraca deriva del sustrato indí-
gena previo y de época republicana, con paralelos en el caso de Numantia (Jimeno et alii
2017). Poco conocemos del urbanismo del oppidum carpetano y de época romana repu-
blicana con la excepción de las estructuras habitacionales localizadas en la cata B duran-
te la campaña de 2017, donde bajo el pórtico sur de Foro encontramos unas estancias
rectangulares de los siglos II-I a.C., que tenían las bases de piedra y el alzado de adobe
como demuestra el hallazgo de importantes derrumbes de adobe, así como un nivel de
cenizas que indica la existencia de un incendio en el siglo I a.C., quizás vinculado al
conflicto sertoriano o las guerras entre Pompeyo y César. A este respecto se puede con-
sultar en este mismo libro el trabajo de Bernárdez y Guisado (2019).
Por otra parte, las precarias estructuras de reocupación de los antiguos edificios
altoimperiales, pertenecientes a finales del siglo II y III. d.C., son igualmente difíciles
de documentar mediante la prospección geofísica y se han localizado durante las exca-
vaciones de las termas públicas y en el edificio ubicado al este del Foro (cata A).
Al noreste del cerro había estructuras que pueden asociarse a un castellum aquae,
desde donde se redistribuiría el agua del acueducto al resto de la ciudad. Dentro de la ciu-
dad el agua se distribuye tras pasar por un depósito decantador primario, y sucesivos
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secundarios (De la Peña 2010: 253). Desconocemos la presencia de fuentes en base al geo-
rradar. Sin embargo, tenemos evidencias de dos cloacas en la vertiente oeste del cerro, que
desalojaban el aqua caduca por la citada ladera. En el caso más meridional la cloaca se
observa en el georradar bajo el decumanus 3 y continuaba hasta decumanus 4, lo que
demuestra que era una canalización subterránea bajo el pavimento. El caso más septen-
trional es el de las termas públicas, antes mencionado. También el georradar mostró una
posible cloaca bajo el cardo 3.
Los accesos al área central de ciudad serían por el norte a través del cardo 4 y por el
este desde la vía Complutum-Carthago Nova, que asciende desde el río Tajo mediante una
rampa de acceso y asimismo en las fotografías aéreas del I.G.N. se observa como esta vía
continúa en dirección norte. La entrada a la parte central de la ciudad desde la menciona-
da vía dio pie a la existencia de un espacio diáfano de marcado carácter organizador, en el
que convergían el decumanus 8, el decumanus 10 y una tercera calle que desde el Foro se
dirigía al noreste. Al este del decumanus 10 se observa en la fotografía aérea del I.G.N.
una estructura rectangular exenta que pudo ser una suerte de puerta.
La ciudad tenía dos esquemas urbanísticos claramente definidos al norte y sur del foro.
Al norte, el espacio se ordena en torno al Cardo Maximus del que salen decumani de forma
regular y perpendiculares al mismo, en sentido noreste-suroeste, creando un esquema a
modo de “espina de pescado”. En este esquema se incluyen las manzanas de la 1 a la 14.
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La prospección con georradar de 2018 nos ha permitido calcular las dimensiones com-
pletas del foro, de en torno a 1330 m2. Las dimensiones del foro de Caraca son similares
a los de Turobriga, Segobriga, Baelo Claudia o Ercavica (Romero 2014: 169). La plaza
del Foro tiene una planta rectangular con una orientación noreste-suroeste, al sur había un
pórtico de columnas del que excavamos una parte en 2017 (cata B) tras el cual había un
edificio de planta rectangular y amplia fachada, que pudo ser la basílica. Al este del Foro,
en su cabecera, localizamos durante las excavaciones de 2017 un edificio altoimperial de
dos alturas, en donde el piso superior tenía sin duda carácter público, mientras que en el
piso inferior, al que se accedía desde una calle ubicada al este del límite del foro, había un
criptopórtico que albergaba una taberna. También en el foro de Los Bañales de Uncastillo
se ha localizado el criptopórtico meridional cuyo piso inferior tuvo tabernae (Serrano y
Andreu 2015: 118).
La zona norte del foro se ubica justo al sur de la Ermita de Virgen de la Muela, en esta
se observan grandes plataformas que hemos interpretado como posibles templos como en
el caso de Baelo Claudia (Pelletier et alii 1987; Sillières 1997: 87-91).
Al oeste del Foro y exenta en medio de la plaza hemos observado a través de la pros-
pección con georradar de 2018 una estructura de unos 25 m2 que cierra la plaza por su parte
occidental, con un posible carácter religioso o conmemorativo, posiblemente un pequeño
templo. Este templete se abre hacia el occidente, dando la espalda a la plaza del foro y su
fachada estaba orientada al Cardo Maximus a su paso por el oeste del foro. Esta orienta-
ción sería coherente con la propuesta de Vitrubio (De Architectura, IV, 5) por la cual era
preferible que la deidad colocada en el interior de la cella mirara hacia el oeste. Este pare-
ce ser un pequeño templo in antis con dos estancias, la ubicada más al este sería la cella y
al occidente de esta se observan dos muros paralelos con apertura hacia el oeste que pare-
cen definir el pronaos. Este edificio tiene similitudes con los pequeños Templos I y II de
Pollentia, que también se sitúan en un área transicional del foro y fueron datados en el
siglo I d.C. (Vallori et alii 2016). La planta del edificio tiene también paralelo en un peque-
ño templo o sacellum in antis de Osca localizado en la excavación del Círculo Católico en
Huesca y datado en el siglo I a.C. (Asensio 2003).
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Al suroeste del foro al norte del decumanus 2 y al oeste del cardo 4, en la manzana
20 hay un edificio que interpretamos como un posible edificio termal junto a una domus.
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Figura 8. Esquema del urbanismo y viales de Caraca a partir de la interpretación del Georradar
(Equipo arqueológico Caraca).
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Conclusiones
Las investigaciones arqueológicas en el Cerro de la Virgen de la Muela han demos-
trado que este yacimiento tuvo una prolongada ocupación desde el Bronce Final, Hierro
I y en época carpetana. En la segunda mitad del siglo I d.C. y muy probablemente en
época flavia la ciudad fue promocionada jurídicamente. Así en las últimas décadas del
siglo primero se dio un proceso de monumentalización que incluye la construcción del
acueducto, el foro y las termas públicas, así como un proceso de reordenación urbanís-
tica general que afectó gravemente a los niveles de época romana republicana y julio-
claudia.
Tras el incendio de mediados del siglo II d.C. se mantuvo un hábitat precario, reo-
cupando como espacio habitacional los antiguos edificios públicos como las termas.
Finalmente, la ciudad se abandonó de forma definitiva en el siglo III d.C.
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Figura 11-Vista del Cerro de la Virgen de la Muela y ubicación del área prospectada con georradar
en 2016 (CAI de Arqueometría y Análisis Arqueológico. Facultad de Geografía e Historia-UCM).
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Figura 13-Vía Complutum-Carthago Nova en la ladera este del Cerro de la Virgen de la Muela (foto-
grafía Emilio Gamo).
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Figura 14-Vista de la cata A. Edificio en la cabecera este del Foro (fotografía Equipo Arqueológico
Caraca).
Figura 15. Sillares en superficie al oeste del yacimiento (fotografía Equipo Arqueológico Caraca).
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Figura 16-Vista de la sección excavada del decumanus 4 en la cata C (fotografía Equipo Arqueológico
Caraca).
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Figura 17- Elementos constructivos reutilizados en el muro sur de la Ermita de la Virgen de la Muela
(fotografía Equipo Arqueológico Caraca).
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Figura 18-Fuste de columna reutilizado en el muro norte de la Ermita de la Virgen de la Muela (foto-
grafía Equipo Arqueológico Caraca).
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Introducción
La ubicación de la batalla del Tajo (220 a.C.) es un tema ampliamente debatido y no
resuelto. En el presente trabajo se aportan datos acerca de la posible localización de
dicha batalla que libró Aníbal contra los carpetanos y sus aliados en el año 220 a.C. No
entraremos aquí en el detalle del contexto histórico de la campaña de Aníbal en la
Meseta por ser este tema tratado de forma monográfica en otro capítulo de este libro por
el doctor Sergio Remedios. Nos centramos en proponer una ubicación para esta batalla
basándonos en el análisis detallado de los datos que aportan las fuentes escritas, la
arqueología y la evolución geomorfológica del río Tajo, con una óptica interdisciplinar.
La distribución geográfica de los carpetanos, la retirada de Aníbal tras el saqueo de
Helmática hacia sus cuarteles de invierno en Qart Hadasht (Cartagena), el propio tra-
zado de la vía que unía Complutum con Carthago Nova que se cruza con el río Tajo en
la ciudad carpetana de Caraca y las evidencias geomorfológicas del entorno de esta ciu-
dad, nos hace postular esta ubicación como un posible escenario de la batalla del Tajo
(220 a.C.).
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1979: 899). Así, se considera que Polibio habría consultado directamente a Sileno de
Caleacte (que acompañaba al líder cartaginés) y Tito Livio habría leído a Sileno a través
de Celio Antipater (Sánchez Moreno 2000: 126). Domínguez (2013: 307) ha indicado
cómo el detalle con el que Livio y Polibio describieron la batalla deriva de la atención
que ésta recibiera por los historiadores que acompañaron al líder cartaginés en la expe-
dición, posiblemente con el objeto de encontrar paralelos con las victorias de Alejandro
Magno en Gránico, Hidaspes o Iso, donde la presencia de ríos jugó un papel relevante
en la estrategia militar.
Livio (Ab urbe condita, 21, 5) describió del siguiente modo las primeras campañas
de Aníbal:
“Pero desde el día en que fue proclamado general como si le hubiese sido asignada
Italia por decreto como provincia y se le hubiese encargado la guerra contra Roma, per-
suadido de que no había momento que perder no fuese a ocurrir que también a él como
a su padre Amílcar y después a Asdrúbal lo sorprendiese alguna eventualidad mientras
andaba en vacilaciones, decidió hacer la guerra a los saguntinos. Como al atacarlos
iba a provocar con toda seguridad una reacción armada por parte de los romanos, llevó
primero a su ejército al territorio de los olcades -pueblo éste situado en el territorio de
los cartagineses más que bajo su dominio, al otro lado del Ebro- para que pudiese dar
la impresión, no de que había atacado a los saguntinos, sino de que se había visto arras-
trado a esta guerra por la concatenación de los hechos, una vez dominados y anexio-
nados los pueblos circundantes. Asalta y saquea la rica ciudad de Cartala, capital de
dicho pueblo; sacudidas por esta amenaza, las ciudades más pequeñas se someten a su
dominio imponiéndoseles un tributo. El ejército victorioso y cargado de botín es con-
ducido a Cartagena a los cuarteles de invierno.
Allí, repartiendo con generosidad el botín y abonando debidamente las pagas mili-
tares atrasadas se aseguró por completo las voluntades de conciudadanos y aliados y a
principios de la primavera puso en marcha la guerra contra los vacceos. Sus ciudades
de Hermándica y Arbocala fueron tomadas por la fuerza. Arbocala se defendió largo
tiempo gracias al valor y al número de sus habitantes. Los fugitivos de Hermándica des-
pués de unirse a los exiliados de los olcades, pueblo dominado el verano anterior, ins-
tigan a los carpetanos, y atacando a Aníbal a su regreso del territorio vacceo no lejos
del río Tajo, desbarataron la marcha de su ejército cargado con el botín. Aníbal obvió
el combate y después de acampar a la orilla del río, una vez que reinó la calma y el
silencio en el lado enemigo vadeó el río, levanto una empalizada de forma que los ene-
migos tuviesen sitio por donde cruzar y decidió atacarlos cuando estuvieran cruzando.
Dio orden a la caballería de que atacasen a la columna entorpecida cuando la viesen
metida en el agua; los elefantes, pues había cuarenta, los colocó en la orilla. Entre car-
petanos y tropas auxiliares de olcades y vacceos sumaban cien mil, ejército invencible
si la lucha se desarrollara en campo abierto. Por ello, intrépidos por naturaleza y con-
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fiando además en el número, y creyendo que el enemigo había retrocedido por miedo,
convencidos de que lo que retrasaba la victoria era el hecho de estar el río de por
medio, lanzando el grito de guerra se precipitan al río de cualquier manera, sin mando
alguno, por donde a cada uno le pillaba más cerca. También desde la otra orilla se
lanza al río un enorme contingente de jinetes, y en pleno cauce se produce un choque
absolutamente desigual, puesto que mientras el soldado de a pie, falto de estabilidad y
poco confiado en el vado, podía ser abatido por un jinete incluso desarmado que lan-
zase su caballo al azar, el soldado de a caballo, con libertad de movimientos para sí y
para sus armas, operaba de cerca y de lejos con un caballo estable incluso en medio
de los remolinos. En buena parte perecieron en el río; algunos, arrastrados en direc-
ción al enemigo por la corriente llena de rápidos, fueron aplastados por los elefantes.
Los últimos, que encontraron más segura la vuelta a la orilla, después de andar de
acá para allá se reagruparon, y Aníbal, antes de que se recobrasen sus ánimos de tan
tremendo susto, metiéndose en el río en formación al cuadro los obligó a huir de la ori-
lla, y después de arrasar el territorio en cosa de pocos días recibió también la sumisión
de los carpetanos. Desde ese momento quedaba en poder de los cartagineses todo el
territorio del otro lado del Ebro, exceptuados los saguntinos” (traducción Villar 1993).
Por su parte Polibio (Historias, 3, 13, 5): “Aníbal se hizo cargo del mando y al ins-
tante hizo una salida para someter a la tribu de los olcades: Llegó a Altea, su ciudad
más fuerte, y acampó junto a ella. Luego la atacó de manera enérgica y formidable y la
tomó en poco tiempo; ello hizo que las demás ciudades, espantadas, se entregaran a los
cartagineses. En ellas Aníbal recaudó dinero; tras hacerse con una fuerte suma se pre-
sentó en Cartagena para pasar allí el invierno. Trató con libertad a los súbditos, anti-
cipó parte de su soldada a sus compañeros de armas y les prometió aumentarlas, con lo
que infundió grandes esperanzas en sus tropas, y al propio tiempo se hizo muy popular.
Al verano siguiente salió de nuevo, esta vez contra los vacceos, lanzó un ataque súbi-
to contra Helmántica y la conquistó; tras pasar muchas fatigas en el asedio de
Arbucala, debido a sus dimensiones, al número de habitantes y también a su bravura,
la tomó por la fuerza. Ya se retiraba, cuando se vio expuesto súbitamente a los más gra-
ves peligros: le salieron al encuentro los carpetanos, que quizás sea el pueblo más pode-
roso de los de aquellos lugares; les acompañaban sus vecinos, que se les unieron exci-
tados principalmente por los olcades que habían logrado huir; les atacaban también,
enardecidos, los helmantinos que se habían salvado. Si los cartagineses se hubieran
visto en la precisión de entablar con ellos una batalla campal, sin duda alguna se habrí-
an visto derrotados. Pero Aníbal, que se iba retirando con habilidad y prudencia, tomó
como defensa el río llamado Tajo, y trabó el combate en el momento en el que el ene-
migo lo vadeaba, utilizando como auxiliar el mismo río y sus elefantes, ya que disponí-
an de cuarenta de ellos. Todo le resultó de manera imprevista y contra todo cálculo.
Pues los bárbaros intentaron forzar el paso por muchos lugares y cruzar el río, pero la
mayoría de ellos murió al salir del agua, ante los elefantes que corrían la orilla y siem-
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pre se anticipaban a los hombres que iban saliendo. Muchos también sucumbieron den-
tro del río mismo a manos de los jinetes cartagineses, porque los caballos dominaban
mejor la corriente, y los jinetes combatían contra los hombres de a pie desde una situa-
ción más elevada. Al final cruzó el río el mismo Aníbal con su escolta, atacó a los bár-
baros y puso en fuga a más de cien mil hombres. Una vez derrotados, nadie de allá del
Ebro se atrevió fácilmente a afrontarle, a excepción de Sagunto” (traducción Balasch
1981).
Plutarco (De mulierum virtute, 248) y Polieno (VII, 48) a su vez transmiten detalles
del asedio de Aníbal a Helmántica. Otra alusión a esta campaña es del siglo II d. C., de
Luciano de Samosata (Diálogos de los Muertos, 12) que pone en boca de Aníbal una
sucinta referencia a esta campaña militar: “…Yo mismo, con muy pocos hombres me
lancé sobre Iberia, allí fui lugarteniente de mi hermano primero, y más tarde se me otor-
gó el mando supremo, pues demostré ser el mejor. Entonces sometí a los celtíberos y
dominé a los galos occidentales…”. También a esta campaña se refiere de forma sucin-
ta Cornelio Nepote (Aníbal, III, 2): “…en los dos años que siguieron a su nombramien-
to sometió a todos los pueblos hispanos por la fuerza de las armas” (traducción
Samaranch 1969). Justino (Epítome, 44, 5, 6) por su parte indicó que Aníbal sometió
toda Hispania.
Esta cuestión es central para la ubicación de la batalla, pues como coinciden la mayo-
ría de los investigadores (Schulten 1935: 24; Domínguez 2013), Aníbal cruzó el territo-
rio de los vettones y atravesó el Sistema Central llegando en dirección sureste hasta el
río Tajo donde se produjo el choque armado. Con el paso de las tropas de Aníbal se han
relacionado las pinturas rupestres de la Edad de Hierro de Peña Mingubela (Ojos Albos,
Ávila), en las cuales se representan individuos en actitud de combate que portan escu-
dos circulares, espadas rectas y posibles falcatas (González-Tablas 1980; Ruíz Zapatero
y Sanchís 2013: 345). En el conjunto de grabados rupestres de Domingo García
(Segovia) se ha identificado una figura de un elefante integrada en una escena de lucha,
que podría ponerse en relación con la campaña de Aníbal en la Meseta (Corchón et alii
1988: 17; Pecci y Ripoll 2011: 120). Además, se ha señalado la posibilidad de que
Aníbal hubiera tenido un enfrentamiento directo con los castros vettones de Las Cogotas
(Cardeñosa, Ávila) y de La Mesa de Miranda (Chamartín de la Sierra, Ávila) (González-
Tablas 2009: 77). Ciertamente Aníbal pudo cruzar por el Alto del León, que es el más
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Pues bien, la vía Complutum-Carthago Nova cruzaba el Tajo junto al oppidum car-
petano de Caraca. Efectivamente, el Anónimo de Rávena localizó Caraca en la vía que
tratamos entre Complutum y Segobriga, estando el Cerro de la Virgen de la Muela prác-
ticamente equidistante de Complutum y Segobriga en línea recta. El acceso desde el sur
a Caraca es una rampa en la ladera este del Cerro de la Virgen de la Muela que es, sin
duda, un tramo de la vía Complutum-Carthago Nova (Gamo 2018: 273). El recorrido de
la vía romana entre Caraca y Segobriga que fue descrito por Abascal (1982) y Palomero
(1987: 104) está bien documentado arqueológicamente por los miliarios de Uclés, de
época de Maximino (Fita 1906; Lostal 1992: nº 109; Bernárdez y Guisado 2016; CIL
XVII/1: 292), y tres miliarios encontrados en Huelves: uno de época de época de
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Trajano (CIL XVII/1: 293; Lostal 1992: nº 73) y dos encontrados en la Ermita de la
Virgen de la Cuesta (Abascal y Cebrián 2007b; CIL XVII/1: 294-295) de época de
Tiberio. Además, Sandra Azcárraga y Arturo Ruiz describen en otro capítulo de este
libro que desde la primitiva Complutum del Cerro de San Juan del Viso salía la vía hacia
Carthago Nova y en la ladera del yacimiento han estudiado fragmentos de la misma
tallados en la roca, que describen claramente una línea en dirección sureste, hacia
Driebes y Segobriga.
Figura 1. Cerro de la Virgen de la Muela visto desde el Noroeste, se observa el trazado de la vía
Carthago Nova-Complutum y al fondo el río Tajo (fotografía Emilio Gamo).
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lidad de que esta coalición se diera en el marco de una Epimachía, es decir, una alianza
de ayuda mutua en el caso de ser agredida una de las partes.
Por otra parte hay que considerar que si el grueso de los cien mil hombres (cifra pro-
bablemente exagerada como ha señalado Domínguez 2013: 304) que hicieron frente a
Aníbal según Livio y Polibio era carpetanos y vacceos huidos de Helmántica (se entien-
de que conocedores de la ruta que estaba realizando de vuelta Aníbal, probablemente
porque fuera la misma ruta que había seguido a la ida), el segundo grupo en importan-
cia eran los olcades, lo cual haría más operativo hacer frente a Aníbal en el área de la
Carpetania más cercana a su lugar de origen, que posiblemente sería la provincia de
Cuenca en torno al curso del río Júcar (Gozalbes 2000: 107; Gozalbes 2007). Es intere-
sante, como ha indicado Hine (1979: 900), que los olcades según Livio y Polibio insti-
garon a los carpetanos al combate contra Aníbal, por lo tanto, estos últimos no eran hos-
tiles al cartaginés anteriormente. Todo ello refrenda el uso de esta vía en el camino de
ida, pensando que no era un camino peligroso.
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patavino. Véase como en la campaña de M. Fulvio Nobilior de 193 a.C., Livio (Ab urbe
condita, 35, 7) indicó que hubo una batalla campal “cerca de la ciudad de Toletum”, en
el 192 a.C. se refiere a la conquista de la ciudad por M. Fulvio Nobilior tras un enfren-
tamiento y posterior asedio (Livio, Ab urbe condita, 35, 22). Pero, es más, tras la con-
quista de Toletum, esta población sigue siendo un referente territorial para Livio, de
forma que en los años 186-185 a.C., durante las campañas de L. Quinctio Crispido y C.
Calpurnio Pisón, este historiador (Livio, Ab urbe condita, 39, 30-31) indica que se pro-
dujo un combate “no lejos de las ciudades de Dipón y Toletum”.
En cuanto a los hallazgos descritos por Álvarez de Quindós (1804: 20) hay que desta-
car que del sitio de Valdeguerra procede una espada: “Consérvase la memoria de esta
acción en los nombres de dos valles del término de Colmenar, que vierten al río Tajo pasa-
da la Casa de las vacas y sobre el Cortijo, y se llaman Valdeguerra y Valdeguerrilla. En
el propio río Tajo se halló una espada con vayna de piedra, que el tiempo y el agua habí-
an petrificado de forma que parece cosa natural. La presentaron a Don Sancho Busto de
Villegas estando en Ocaña, y siendo Gobernador del Azobispado de Toledo: se la llevó a
su ciudad, y por ser tan curiosa y extraña la regaló después al Señor Don Felipe II. Este
soberano, haciendo mucho aprecio de ella, la mandó guardar en la armería de Madrid,
donde se ve el día de hoy. Así lo refiere el Conde de mora en su Historia de Toledo, tomo
I, página 138”. Efectivamente esta espada se conserva en la Real Armería, pero está data-
da en el siglo XVI (Crooke 1898: 262, nº G. 217).
Por su parte, Schulten (1935: 24) propuso que en el viaje de ida a Helmántica, Aníbal
rodeó a los carpetanos y por tanto no se los encontraría hasta la vuelta. El camino de
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vuelta sería a través de Guadarrama y la batalla sería probablemente según este investi-
gador cerca de Toledo. Ahora bien, la propuesta de Schulten acerca del recorrido de
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Aníbal en su viaje de ida hacia Helmántica creemos que es totalmente gratuita, pues las
fuentes escritas no mencionan nada al respecto y el trayecto de ida pudo ser similar en
su recorrido al de la vuelta como ya defendieron Hine (1979: 899), Almagro Gorbea
(1969: 160) y Gozalbes (2000: 102), aunque en este artículo nos centraremos en el cami-
no de vuelta. Domínguez (2013: 300-301) señaló que la marcha entre Qart Hadasht y
Helmántica no pudo durar menos de un mes, y considerando la diferencia en la distan-
cia kilométrica entre la ruta que propuso Schulten y otra ruta que él evaluó como posi-
ble (cruzando el Tajo por las cercanías de Toledo y atravesando la Península Ibérica
desde Qart Hadasht a Helmántica en sentido sureste-noroeste), indicó que ambas rutas
resultan factibles. El citado investigador (Domínguez 2013: 300-301) indicó además que
la ruta elegida para la vuelta debió ser el camino más corto y directo hacia Cartagena,
cuestión con la que coincidimos. Por nuestra parte queremos destacar cómo el periplo
propuesto por Schulten para el viaje de ida, iniciado en Qart Hadasht, continuando por
Sierra Morena, Sierra de Gredos, Mérida hasta Helmántica, supone un recorrido a pie
de alrededor de 908 kilómetros por unos 652 de la ruta propuesta de Qart Hadasht hacia
el interior siguiendo, en parte, el recorrido de lo que posteriormente será la vía
Complutum-Carthago Nova y por tanto pasando por Caraca y la Carpetania. Nótese
como hemos medido las distancias hasta Helmántica y no hasta Arbocala, por las diver-
gencias acerca de la ubicación de esta última. La ubicación de Arbucala no está en abso-
luto clara, se considera que pudiera ser la misma que Arbocela citada en el Itinerario de
Antonino (434,7; Bendala 2013: 60, n. 16; Domínguez 2013: 304), se ha identificado
con Toro (Wattenberg 1959: 31; Tovar 1989: 323), posteriormente con El Alba en
Villalazán, Zamora (Martín y Delibes 1980: 126-128) o el cercano Cerro del Viso de
Bamba (Sánchez Moreno 2000: 116-117). Retomando la comparativa, la diferencia de
más 250 kilómetros supondría un retraso notable si tenemos en consideración lo pesado
del convoy púnico, armado con elefantes que retrasarían la marcha (Sánchez Sanz 2011:
56). Vegecio estableció el paso militar de un ejército romano en 29,6 kilómetros por 5
horas, demostrando la arqueología experimental una cifra similar de 25 kilómetros dia-
rios de marcha, considerando también la acampada y fortificación de la posición en ese
tiempo (Valdés 2017: 304). Además hay que tener presente que el ejército romano, más
homogéneo tácticamente que el cartaginés, podría ser más veloz en la marcha. A ello
habría que sumar la carga que suponen los paquidermos para el transporte. Si seguimos
a Polibio (Historias, 3, 13, 5), tampoco el general cartaginés escapa hacia Qart Hadasht
forzando el paso, más bien todo lo contrario para evitar hostigamientos “Aníbal, que se
iba retirando con habilidad y prudencia, tomó como defensa el río llamado Tajo”. Por
7 Según Schulten (1935: 24): “De Cartagena fue Aníbal a Salamanca marchando primero al N. de la
Sierra Morena y después por la que más tarde había de ser carretera Mérida-Turmuli-Salamanca;
llegó hasta allí pasando por la Sierra de Gredos. De esta forma rodeó a los carpetanos con los que no
tropezó hasta la vuelta”.
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La situación de las zonas vadeables o vados en un río, que son secciones transversa-
les al cauce con baja profundidad (h < 1,5 m) y una velocidad de la corriente que per-
mite el tránsito de personas y animales de carga (v < 1,0 m/s; ó, h·v < 0,5 m2/s), aunque
aparentemente pueda parecer aleatoria o caprichosa a la vista de un profano, está condi-
cionada por la evolución geodinámica de ese tramo del río. Estos condicionantes de la
situación y evolución de los vados pueden ser tanto de origen geológico interno (tectó-
nica, vulcanismo, diapirismo) como externo (dinámica fluvial, procesos kársticos de
disolución, movimientos gravitacionales en vertientes); y combinaciones o interaccio-
nes entre ambos tipos de procesos geodinámicos (p.e., tectónica que condiciona la diná-
mica fluvial; o karstificación modificando la dinámica fluvial).
La dinámica fluvial en ríos meandriformes (como por ejemplo gran parte del tramo
medio del río Tajo en las provincias de Guadalajara, Madrid y Toledo), está caracteriza-
da por la alta variabilidad en el tiempo de la posición del cauce y sus elementos (bancos
de orilla, barras, islas, pozas y vados; figura 2).
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El cauce del río Tajo en su tramo medio meandriforme ha sufrido profundos cambios
en su disposición en planta en los últimos siglos, por la migración del tren de meandros
debido a fenómenos de traslación aguas abajo, rotación y amplificación de las curvas de
meandro; a lo que cabe sumar fenómenos repentinos de avulsión (cambio brusco de la
posición del cauce en planta), cortas de meandro por el cuello o estrangulamiento (neck
cut off) y acortamientos por los surcos de la barra de meandro (chute cut off) (figura 3).
Figura 3. Tipos de movimientos de una curva de un meandro fluvial (izquierda) y tipos de cambios del
canal por estrangulamiento y acortamiento (derecha) (Pedraza y Díez Herrero 1996).
Además, la posición del cauce y la llanura aluvial en la vertical también varían con
el tiempo, debido a fenómenos de encajamiento y profundización en etapas erosivas, y
a fenómenos de aluvionamiento y recrecimiento en etapas de depósito; así se forman los
sistemas de terrazas fluviales, tan característicos del Tajo Medio (Pérez-González 1994;
Pinilla et alii 1995a y 1995b; Uribelarrea 2008; Silva et alii 2017a). Por todo ello, la
posición del cauce del río Tajo hace dos milenios, cuando tuvo lugar la batalla del Tajo
del año 220 a.C., en este tramo fluvial era diferente a la posición y disposición actual en
planta y en la vertical. Para reconstruir la posición topográfica del Tajo Medio hace dos
milenios sería necesario un profundo estudio geomorfológico de los elementos y face-
tas del relieve y depósitos superficiales recientes del cauce y sus márgenes, con nume-
rosas dataciones absolutas de elementos que contengan (material orgánico, depósitos
arenosos expuestos, restos arqueológicos…), que permitan reconstruir la secuencia tem-
poral de movimientos del cauce en planta y en la vertical. Estudio que sólo se ha reali-
zado para el tramo del río Tajo entre las localidades de Aranjuez y Toledo (Uribelarrea
2008) y en algunos de sus afluentes (Silva et alii 2017a); pero no aguas arriba hasta la
localidad de Trillo (Guadalajara), ni aguas abajo hasta Puente del Arzobispo (Toledo)
donde mantiene este patrón aluvial meandriforme.
Más en detalle, aun siendo capaces de reconstruir la posición y trazado del tren de
meandros del Tajo Medio hace dos milenios, para conocer la situación de posibles vados
en cada curva de meandro sería necesario determinar la posición de los elementos geo-
morfológicos de la misma, principalmente la disposición de la barra semilunar de mean-
dro (point-bar), cuyas crestas de barras sumergidas suelen formar los vados en ríos
meandriformes (figura 4). Concretamente, los vados se suelen situar, debido a la dispo-
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• Confluencia del Tajo con el río Jarama, en el que las aportaciones de carga sóli-
da de este último (gravas y arenas), posibilita el depósito de barras de meandro e
islas, que aprovecharon desde la prehistoria hasta la Historia Contemporánea en el
entorno de Aranjuez (puentes, jardines, huertas, etc.), y donde abundaban los vados
(Uribelarrea et alii 2004; Uribelarrea 2008).
• Entorno de la actual ciudad de Toledo, donde el encajamiento del valle del Tajo
en los materiales metamórficos e ígneos de la Meseta Cristalina, forma una gargan-
ta fluvial describiendo un amplio meandro (‘torno’ del Tajo en Toledo), en cuya
embocadura aguas arriba (sector de la Huerta del Rey-Granadal) y salida aguas abajo
(sector de la Vega Baja), han existido tradicionalmente vados y zonas transitables,
que fueron aprovechadas históricamente (Puerta Almofala o del Vado, puente de
Alcántara, puente de Azarquiel, puente de San Martín, puente de la Cava, etc.;
Uribelarrea et alii 2004; Uribelarrea 2008).
• Confluencia del Tajo con el río Alberche, donde las aportaciones de carga sólida
de este último (fundamentalmente arenas arcósicas) forman infinidad de barras, islas
y tramos anchos y poco profundos (Díez-Herrero 2001-2003), donde se ubicaban
vados históricos y los puentes y aceñas de Talavera de la Reina.
• Entorno del Puente del Arzobispo (Toledo), donde la entrada del valle del Tajo
en la garganta que forma en la penillanura cacereña ha fomentado el depósito de
materiales y la formación de barras e islas, en las que se ubicó históricamente el
puente que da nombre a la localidad.
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Figura 5. Mapa geológico del sector central de la cuenca del río Tajo. Señalados los
tramos más susceptibles para la formación de vados permanentes (ver explicación en el
texto). Extracto del Mapa geológico de España y Portugal a escala 1:1.000.000
(Rodríguez y Oliveira 2015).
Todos estos tramos y otras localizaciones más con variaciones morfológicas o sedi-
mentarias puntuales (Malpica de Tajo, confluencia Tajo-Guadarrama), son susceptibles
de haber tenido una elevada concentración de vados desde hace milenios, a pesar de su
variabilidad en detalle debido a la dinámica fluvial. Pero, entre ellos, el primero es el
que concentra el mayor número de vados con carácter permanente, como lo demuestra
la actual configuración.
En resumen, entre todos los tramos del cauce del Tajo Medio, el sector entre
Almoguera y Villamanrique de Tajo es el que parece tener más alta probabilidad de
haber mantenido un número considerable de secciones vadeables a lo largo de la histo-
ria; ya que en él confluyen, además de las características fluviales de un río meandri-
forme, otros condicionantes tectónicos y geomorfológicos (karstificación), que interfie-
ren con la dinámica fluvial.
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cionales del régimen hídrico del Tajo que se produjeron durante el denominado Periodo
Cálido Ibero-Romano (Silva et alii 2017b).
No menos interesante es la referencia de Livio (Ab urbe condita, 21, 5) cuando refie-
re que: “Aníbal obvio el combate y después de acampar a la orilla del rio, una vez que
reinó la calma y el silencio en el lado enemigo vadeó el río, levantó una empalizada de
forma que los enemigos tuviesen sitio por donde cruzar y decidió atacarlos cuando estu-
vieran cruzando”. Es difícil que se conserve un castrum de una sola jornada como el que
aquí tratamos (Fernández-Tejeda 2016: 115), pero la existencia de un campamento ser-
toriano (Plutarco, Sertorio, 17, 1-13) enfrente de Caraca (Bernárdez y Guisado 2019),
hace pensar que quizá esté emplazado sobre la posición anterior púnica, aprovechando
su privilegiada ubicación en el terreno. La cercanía con otros restos arqueológicos vin-
culados a las guerras civiles entre César y Pompeyo en la finca del Cocedor en Barajas
de Melo (Cuenca), estudiados por Bernárdez y Guisado (2019), ponen de manifiesto, al
menos, el excepcional valor estratégico del área en torno a Caraca y los vados del Tajo.
Se ha propuesto en este sentido que estos “campos de batalla recurrentes” sobre acci-
dentes geográficos muy determinados (como puede ser un vado) hicieran las veces de
“espacios de memoria”, cuestión documentada en otras áreas de la Península Ibérica
durante la Protohistoria (Marco 2013; Sánchez Moreno et alii 2015: 72).
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Después de haber argumentado que la ubicación de los vados del Tajo en la zona de
Caraca es un escenario plausible para el desarrollo de la batalla del Tajo, faltaría hacer
el ejercicio de ajustar las descripciones históricas de la misma al relieve del entorno de
Caraca. En este apartado argumentamos la compatibilidad del escenario de Caraca con
dichas descripciones históricas e interpretaciones posteriores. Comparando el escenario
de Caraca con el escenario propuesto por Schulten (1935) cerca de Toledo, en Caraca
la superficie del escenario puede superar ampliamente las 650 ha, mientras que, si nos
atenemos al posible escenario de Toledo en las proximidades de la Puerta del Vado, este
se restringiría a las 130 ha. Este hecho pone de manifiesto que la ubicación de Caraca
es perfectamente compatible con un enfrentamiento de estas características, frente a
otros escenarios propuestos con anterioridad.
En la zona de Caraca, sobre la Falla del Tajo, podemos encontrar al menos 4 vados
relacionados con la actividad neotectónica de esta falla (Rodríguez-Pascua et alii 2019)
(figura 6A), en tan solo 4 km. La estructura cuadrangular que hay en el meandro frente
a Caraca, que podría tratarse de una empalizada con foso, queda flanqueada por dos
vados, lo que la haría compatible con las descripciones históricas que afirman que
Aníbal la construye para forzar el paso de los carpetanos. De este modo una posible dis-
tribución lógica de los dos ejércitos puede verse en la figura 6, donde una vez cruzado
el río por parte de Aníbal y haber construido la empalizada distribuye a sus tropas y fuer-
za a los carpetanos a dirigirse a estos vados. Frente a los vados pudo situar a su infante-
ría, elefantes y parte de la caballería, mientras que dentro de la empalizada tuvo que
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situar tropas para disuadir a los carpetanos de utilizar esta vía. Las tropas que pudo situar
dentro de la empalizada pudieron ser parte de sus elefantes, que de este modo, podría
mover fácilmente hacia ambos vados protegidos del enemigo (figura 6B). Un elemento
geográfico que pudo tener un papel importante en la batalla es el cerro de El Jardín (626
m), situado al SE de la empalizada y frente a ésta. Desde este punto se puede observar
todo el escenario de la batalla, el propio oppidum de Caraca (15 m por debajo de esta
cota) y además puede usarse para ocultar tropas a los ojos del enemigo, como su propia
escolta a caballo y parte de la caballería ligera.
Con las tropas carpetanas ya desorganizadas y diezmadas en el cauce del Tajo Aníbal
decide pasar a la ofensiva, como describe Polibio: “Al final cruzó el río el mismo Aníbal
con su escolta, atacó a los bárbaros y puso en fuga a más de cien mil hombres.”. Este
movimiento podría haberse dado poniendo en movimiento la caballería que habría reser-
vado tras el cerro del Jardín, donde pudo ocultar su propia escolta. Para atacar y poner
en fuga a los carpetanos Aníbal pudo usar el vado del embalse de Almoguera, lo cual,
mediante un rápido movimiento, situaría a su caballería a retaguardia del ya desorgani-
zado ejército carpetano generando la desbandada (figura 6F). Lo mismo podría haber
ocurrido en el vado de la parte sur de la empalizada (central eléctrica del Maquilón) por
donde también podría haber atacado al ejército carpetano en una maniobra en pinza.
Efectivamente, se ha señalado como la eficacia de la caballería y los elefantes de Aníbal
resultaron fundamentales para que el general cartaginés tuviera éxito en su estrategia
(Bendala 2013: 60-61; Quesada 2013: 268-269; Bendala 2015: 50).
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Conclusiones
Resumiendo todo lo expuesto, existe una serie de criterios que apoyarían nuestra
hipótesis de que la batalla de Aníbal del Tajo pudo ocurrir en las proximidades de
Caraca:
1) Premura y marcha dificultada por el botín de guerra: Aníbal vuelve hacia Qart
Hadasht cargado con el botín de guerra de sus incursiones hasta Helmántica, lo que le
generaría un retraso en la marcha. Esta premura y el ir cargados con botín de guerra que
entorpecería sus movimientos hace pensar que eligiese el camino más rápido a Qart
Hadasht, el que posteriormente será la vía Complutum-Carthago Nova, lo que implica-
ría pasar por Caraca para cruzar el Tajo en este punto. Se trata de un camino transitado
desde época prerromana y bien documentado a nivel arqueológico. Caraca está situada
en la confluencia del camino a Qart Hadasht con el río Tajo, donde existen varios vados.
2) Vados temporalmente estables en este tramo del Tajo: los vados del río Tajo en el
entorno de Caraca son vados estables condicionados por el sustrato geológico. Este sus-
trato de rocas competentes estaría formado por potentes paquetes de conglomerados
fuertemente consolidados de edad pleistocena. Estos conglomerados aparecen deforma-
dos por fallas que generan saltos en el sustrato y condicionan el desarrollo de vados.
3) Modificación antrópica del meandro del Tajo frente a Caraca: existe una estruc-
tura cuadrangular en el meandro en frente de Caraca. Esta estructura trunca los cuerpos
sedimentarios asociados al depósito del point bar del meandro. Esto indica que es una
estructura que podría ser antrópica, incluso aprovechando un posible salto de falla que
tendría esta misma orientación. Existe una depresión de cerca de un metro a modo de
canal tanto en el borde N como en el W de dicha estructura cuadrangular. Este canal o
depresión, podría estar asociado a un foso excavado antes de la batalla, como así lo des-
criben las crónicas históricas, para el emplazamiento de una empalizada diseñada para
forzar el paso de los carpetanos por dos de los vados.
4) Terreno propicio para la división del ejército carpetano superior en número: en las
descripciones históricas se habla de que Aníbal fuerza a los carpetanos a pasar por varios
vados. Esto facilitaría la división del ejército carpetano, lo cual equilibraría la inferiori-
dad numérica cartaginesa. En este tramo del Tajo, frente a Caraca, existen al menos cua-
tro o cinco vados estables que pudieron ser utilizados para este fin.
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6) La iniciativa del ataque para sorprender a Aníbal fue tomada por los carpetanos y
en su propio territorio. Es lógico pensar que estuvieran esperando al general cartaginés
por el mismo camino que había tomado en su camino de ida a Helmántica. Apoya esta
tesis la presencia de los vecinos olcades, ubicados en el área conquense.
Por otra parte, en el tesoro argénteo de Armuña de Tajuña (Ripollès et alii 2009),
enclave no lejano de Driebes, había 4 monedas hispano-cartaginesas fragmentadas, un
trishekel y tres shekel.
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puesta de que la batalla se desarrollara en el entorno de Caraca, la que posee más indi-
cios a favor frente a las demás. Así, en relación con los datos de interés geográfico que
indican Livio y Polibio, la propuesta que tratamos está en la Carpetania, es una zona con
vados coherente con la descripción de las fuentes y además está en el camino prerro-
mano que conducía a Qart Hadasht.
Tabla 1- Resumen de las propuestas de ubicación de la batalla del Tajo (220 a.C.).
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Figura 7-Río Tajo visto desde el Cerro de la Virgen de la Muela (fotografía Emilio Gamo).
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Introducción
Presentamos dos nuevas glandes inscriptae de una colección privada, atribuibles, por
los lugares de sus hallazgos y procedencia, a dos posibles zonas de castramentación de
época romana tardorrepublicana (siglo I a.C.). Ambos espacios se localizan próximos a
la ciudad carpetano-romana del Cerro de la Virgen de la Muela, en Driebes
(Guadalajara), un antiguo núcleo urbano prerromano identificado por algunos autores
como la posible Caraca de las fuentes clásicas (Sánchez-Lafuente 1982: 114; Bernárdez
y Guisado 2016: 243 y ss.; Gamo y Fernández 2017: 136).
Los dos proyectiles de plomo con inscripción latina, forman parte de un conjunto
más amplio de piezas de una misma colección privada, que actualmente estamos estu-
diando, y a las que esperamos referirnos más en detalle en futuras publicaciones. Por lo
que esta contribución es una primera aproximación, en la que nos ceñiremos, sobre todo
por su importancia, a los proyectiles referidos y a los significativos datos epigráficos que
aportan. Al igual que, a la información que estos artefactos, junto a sus contextos de
hallazgo, pueden proporcionarnos en la identificación e interpretación histórica del anti-
guo territorio caracitano.
Las glandes inscriptae del entorno del Cerro de la Virgen de la Muela no son, por
supuesto, hallazgos aislados, sino que, como viene siendo habitual, los plomos apare-
cieron dispersos, y en gran número (más de un centenar entre las dos zonas), a seme-
janza con otras concentraciones de proyectiles plúmbeos del mismo período localizados
en lugares similares de confrontación bélica, como es el caso, entre otros, de los yaci-
mientos alcarreños de la Muela de Alarilla y la Muela de Taracena (Stylow 2005: 252),
o el de la Muela de Alcocer (Bernárdez y Guisado 2016: 264) también en Guadalajara.
Junto a las balas de plomo se hallaron otros materiales, obtenidos asimismo, en las dos
posibles áreas campamentales y su entorno inmediato, entre los que se encuentran varias
fíbulas, colgantes globulares, monedas de bronce y denarios tanto de cecas romano-
1 Museo Histórico Minero D. Felipe de Borbón y Grecia. E.T.S.I. Minas y Energía de Madrid.
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republicanas como hispanas. Igualmente, fueron encontradas otras piezas de más clara
adscripción a elementos de militaria, entre los que destacan hebillas de sujeción para
correajes, adornos de cinturón, placas provenientes de lorigas legionarias, clavi caliga-
rii, y otros materiales habituales en los ámbitos castrenses de la época. Las piezas cons-
tituyen dos conjuntos coherentes, tanto espacialmente como cronológicamente, respec-
to a sus contextos de hallazgo, especialmente en lo que respecta al monetario descu-
bierto en cada uno de los lugares y a su concordancia histórico-temporal con las balas
plúmbeas referidas.
Los dos proyectiles de plomo a los que hacemos mención, son atribuibles, por la
transcripción latina de sus inscripciones, como pertenecientes, uno de ellos a las tropas
de Quinto Sertorio, y el otro a las de Cneo Pompeyo el Joven. El proyectil con la leyen-
da de Sertorio procede de un emplazamiento inmediato a Caraca, a escasamente un
kilómetro de la ciudad, en la margen izquierda del río Tajo, en la conocida como
“Dehesa de la Algarga” en el término municipal de Illana (Guadalajara). Por su parte, el
plomo de Pompeyo el Joven se halló a unos seis kilómetros aguas abajo del Tajo, tam-
bién en la ribera izquierda del río, en un gran meandro que el cauce fluvial describe en
el lugar, en los terrenos de la finca conocida como “El Cocedor”, ya en el término muni-
cipal de Barajas de Melo (Cuenca).
Estos dos sitios citados conforman dos áreas arqueológicas definidas, donde aún
son perceptibles algunos restos cerámicos y otros indicios materiales que, pese a las
transformaciones modernas que han acaecido en las zonas rurales de vega, evidencian
y permiten documentar la ocupación histórica antigua de estos enclaves. En ambos
casos son unos yacimientos encuadrables y relacionados con episodios de las guerras
civiles romanas en Hispania, tanto de las guerras sertorianas (82-72 a.C.), como de la
guerra civil entre Julio César y Pompeyo, más concretamente durante la segunda cam-
paña desarrollada en Hispania (47-45 a.C.).
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Figuras 1 y 2: Anverso y reverso del proyectil de Quinto Sertorio de la Dehesa de la Algarga, en Illana
(Guadalajara / Castilla-La Mancha) (fotografía M. J. Bernárdez y J. C. Guisado).
Las inscripciones latinas del proyectil, como es habitual, están abreviadas y realiza-
das en letra capital, en relieve y de tamaño irregular. El anverso está desarrollado en dos
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El texto del reverso, por su parte, está desarrollado en su totalidad en una sola línea
con la palabra Pietas, uno de los rótulos propagandísticos más característicos y utiliza-
dos en los reversos inscritos de los proyectiles de plomo que conocemos de Sertorio.
Responde al deseo de identificarse con esta virtud, asumiéndola como valor político e
ideológico de su causa patriótica (Beltrán 1990: 217 y ss.). Esta pieza de Illana, se suma
así a los hallazgos de las glandes fundae que portan el lema alegórico de Pietas, como
son los ejemplares navarros de Aranguren (Beltrán 1990: 211-226; Díaz 2008: 247) y
Fitero (Medrano y Díaz 2003: 397), así como el proyectil soriano del campamento de la
Gran Atalaya, en el Talayón de Renieblas (Gómez-Pantoja y Morales 2002: 303 y ss.) y
el de la Muela de Taracena en Guadalajara (Stylow 2005; Gamo 2018: 279). Al parecer
los dos proyectiles del yacimiento de San Sixto en Encinasola (Aracena-Huelva), men-
cionados en algunas publicaciones con la leyenda Pietas en su reverso, carecen de este
lema (Chic 1986: 171-176).
En cuanto al lugar del hallazgo del proyectil, por la información que hemos podido
recabar, éste apareció en superficie junto a otros ejemplares ágrafos en la década de los
años ochenta del siglo XX, y encontrados de forma dispersa en el enclave de la Dehesa
de Algarga, en el término municipal de Illana. Este paraje, inmediato al yacimiento de
la “Virgen de la Muela” de Driebes y situado al otro lado del río, se localiza en un gran
meandro que describe el Tajo, que configura una especie de península encajada en tres
de sus lados por el propio curso fluvial en su margen izquierdo, conformando un empla-
zamiento idóneo, por las características defensivas que la orografía y el propio río, con-
fieren al lugar.
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La zona definida del promontorio y sus laderas, es de donde proceden los materiales
y restos arqueológicos ya mencionados, incluyendo el proyectil plúmbeo con la leyen-
da de Sertorio. No obstante, las remociones agrícolas modernas y otras alteraciones que
ha sufrido el enclave, no permiten identificar a priori y de forma claramente visible, nin-
guna estructura campamental en firme. Igualmente, la fotografía aérea antigua de la
zona y su interpretación, tampoco parece reflejar en superficie un área concreta que
podamos reconocer como un espacio campamental o posición defensiva al uso. Si bien,
la ocupación patente del emplazamiento y el ser conocido como “la finca de los plo-
mos”, unido al conocimiento del tipo de materiales que se han encontrado en el lugar,
nos lleva a interpretarlo como un asentamiento militar adaptado a las peculiaridades del
terreno, que bien pudiera tratarse de un campamento temporal de campaña construido
con materiales perecederos (los denominados como castra aestiva), o un posible campo
de batalla de época tardorrepublicana. Sin duda, futuros estudios contribuirían a escla-
recer más la situación y el contexto particular de este enclave estratégico. Especialmente
su vínculo con el inmediato yacimiento de Caraca, con el que se encuentra directamen-
te relacionado.
Figuras 3 y 4: Anverso y reverso del proyectil de plomo de Cneo Pompeyo hijo, con la leyenda Cnaeus
Pompeius Magnus Imperator, de la finca del Cocedor en Barajas de Melo (Cuenca / Castilla-La
Mancha) (fotografía M. J. Bernárdez y J. C. Guisado).
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Las glans inscriptae acreditadas con el lema de Cneo Pompeyo hijo se deben poner
en relación con los enfrentamientos entre cesarianos y pompeyanos acaecidos en la
Península a partir del año 47 a.C. y hasta la derrota definitiva de su causa, con Sexto
Pompeyo. En nuestro caso, el ejemplar mencionado procede de la Citerior y es el único
que conocemos hasta ahora en la provincia que porta esta leyenda con el nombre de
Cneo Pompeyo acompañado en reverso con el título de Imperator. En la Citerior se
conocen también otros proyectiles plúmbeos anepígrafos y con otras inscripciones, de
las guerras cesarianas, como son los hallados en el cercano término conquense de Huete
(en el caso de Huete con la sugestiva inscripción cesariana de SCAE), así como los de
otras localidades como Picamoixons, Prades, Monzón y Sanitja (Moralejo y Saavedra
2016).
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En cuanto al lugar de procedencia del proyectil de Cneo Pompeyo hijo, que aquí nos
ocupa, éste proviene de la finca del Cocedor, situada en el término conquense de Barajas
de Melo. La bala de plomo, formaba parte, al parecer, de un conjunto más amplio de
materiales encontrados en este enclave, también en la década de los años ochenta del
pasado siglo, entre los que se incluían más proyectiles plúmbeos, en su mayoría ágrafos,
y otros que portaban igualmente inscripciones, que estamos analizando con el resto de
las piezas de la mencionada colección privada.
Esta probable área campamental definida por sus posibles estructuras y materiales
arqueológicos, se encuentra muy próxima a otro yacimiento conocido e importante,
como es el Cerro del Castro de Barajas de Melo (Palomero 1987: 104) que, al igual que
la zona de El Cocedor se encuentra seriamente afectado y destruido sistemáticamente
por las explotaciones de áridos que se han llevado a cabo en época actual en ambos luga-
res. La finca del Cocedor es también conocida como finca de la Barca y el Ballestar, al
estar situada al lado de un paso antiguo del Tajo mediante embarcación y del que hay
referencias ya en tiempos de Alfonso VIII desde el año 1167 (Fernández et alii 2011:
47). Seguramente, el posible recinto castrense controlaría militarmente desde su posi-
ción el conocido como “vado salinero”, uno de los pasos tradicionales del Tajo en la
zona, considerado por algunos autores como el posible cruce del río de la antigua cal-
zada romana que desde Segobriga se dirigía a Complutum. La vía romana vadearía el
cauce del Tajo por el lugar de la Barca y a la altura de la inmediata desembocadura del
Arroyo Salado, según defienden Fernández et alii (2011: 47).
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Aunque, sin lugar a dudas, es la cita de Plutarco en sus Vidas Paralelas (Sertorio, 17,
1-13), la más interesante en cuanto a la información histórica que proporciona sobre la
ciudad y el protagonismo de la misma en el famoso episodio de Sertorio contra los cara-
citanos. Este relato en cuestión, testimonia un hecho de armas a nuestro entender muy
aclaratorio respecto al bellum Sertorianum y las acciones emprendidas por Sertorio en
el año 77 a.C. para controlar la zona (Bernárdez y Guisado 2016: 242 y ss.).
Los antecedentes de este suceso habría que situarlos en los acontecimientos previos
y en las operaciones emprendidas en años anteriores por el cuestor sertoriano Lucio
Hirtuleyo, que, tras vencer cerca de Consabura al procónsul de la Citerior, Domicio
Calvino, y posteriormente, tras neutralizar en Ilerda, al procónsul de la Galia
Transalpina (Narbonense en palabras de Plutarco) Lucio Manlio, conseguiría con estas
acciones el acceso y establecimiento en el valle del Ebro de los sertorianos (Roldán
1988: 123-124).
Desde el valle del Ebro y en el 77 a.C., Sertorio tras mandar a su legado Hirtuleyo
de vuelta a la Lusitania, emprendería una campaña fulgurante con objeto de conseguir
la consolidación efectiva de estos territorios y supeditar a su autoridad los centros
poblaciones hostiles a su causa, especialmente los de la Celtiberia meridional. Así,
partiendo desde bases propias y a través de la ruta de comunicación natural de los ríos
Jalón y Henares, cruzaría la Celtiberia sometiendo y disuadiendo a los posibles núcle-
os de resistencia, hasta confluir sobre el oppidum de Santorcaz (probablemente
Ikesankom Kombouto, y precedente de la Complutum ya romanizada de Alcalá de
Henares), para, a continuación, dirigirse en su avance por la antigua vía de comunica-
ción prerromana que, desde la zona de Alcalá de Henares, se dirige hacia levante,
tomando a su paso los oppida de Caraca y Contrebia Carbica (Bernárdez y Guisado
2016: 243 y ss.).
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La toma de Caraca por Sertorio se encuadraría en esa estrategia de control del terri-
torio y como paso previo inmediato, siguiendo un plan de acción preestablecido y en
dirección a su principal objetivo de campaña, que no era otro que Contrebia Carbica
(Fosos de Bayona, en Villas Viejas, Huete - Cuenca), ciudad que tomaría tras un cerco
de más de cuarenta días, dejando en la misma con una importante guarnición a Lucio
Insteyo y volviendo al valle del Ebro, donde invernaría al lado de Castra Aelia, identi-
ficada con el Burgo de Ebro en Zaragoza (Gozalbes 2000: 200-203).
Con la conquista y toma de Contrebia, Sertorio conseguiría una de sus más impor-
tantes victorias, pese a la pérdida de efectivos y recursos en el combate. Al incorporar
tras su rendición este enclave territorial a su causa, se aseguraba, con ello un importan-
te aporte de medios y hombres para la guerra. Aunque su objetivo táctico principal, era
el de poder contar con el baluarte de la propia ciudad para acantonamiento de sus tropas
y controlar las comunicaciones de la región, especialmente las que conectaban con el
área mediterránea y Carthago Nova (la vía Segobriga (Contrebia Carbica) - Carthago
Nova). Una maniobra a todas luces fundamental, en su estrategia para impedir la con-
junción de sus enemigos y mantener separadas en lo posible a las tropas de Metelo y
Pompeyo (Bernárdez y Guisado 2016: 259).
Igualmente, entre las operaciones llevadas a cabo por el ejército sertoriano y proba-
blemente en la misma campaña bélica de sometimiento de la Celtiberia meridional en la
zona conquense, se tomarían también por las armas los oppida del cerro de
Valdelosantos en la localidad de Culebras, y el cerro de Albadalejito, en las inmediacio-
nes de la ciudad de Cuenca. En este último yacimiento se tiene constancia de posibles
enfrentamientos bélicos atribuibles al período de las guerras sertorianas, donde, en un
meandro del Júcar, cercano al oppidum, en el llamado paraje de “La Cañada” en el tér-
mino de Coliguilla (muy semejante en condiciones y situación al posible espacio cam-
pamental de Illana en Guadalajara), se han hallado varios glandes de honda y clavos de
caligae, junto con monedas y otros pertrechos bélicos (Chamón 2018: 46-47).
La ruta teórica seguida por Sertorio una vez conquistada Contrebia hacia el valle del
Ebro, posiblemente sería la misma que emprendería y tomaría Hirtuleyo tras la toma de
Consabura, remontando el valle del Cigüela hacia la cabecera del Tajo para, por la zona
de Erkauika, dirigirse al valle del Henares y de allí al Jalón hasta alcanzar el valle del
Ebro (García Mora 1991: 112).
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Igualmente, de este mismo lugar de Alcohujate procede otro de los indicios que
hacen presuponer la posible identificación de las tropas atacantes a la Muela de Alcocer.
Este es el caso del tesorillo de cincuenta y seis pequeños bronces de Massalia y un bron-
ce de Ebusus, encontrados en este ámbito en 1995 y depositados en el Museo
Arqueológico Nacional (Ibáñez y Blanco 1995). La contextualización de este tesorillo
monetal, y su cronología, cabría atribuirla, tal como establece su identificación y estu-
dio numismático, al posible sitio a que fue sometido el yacimiento de Alcocer en el siglo
I a.C., donde se vincula el hallazgo monetario con el ocultamiento o extravío por parte
de alguno de los participantes del contingente senatorial, que formaban parte del opera-
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Junto con los anteriores testimonios del período republicano, otra de las piezas cono-
cidas del enclave de Alcocer es el proyectil de plomo con inscripción de Q·SER·PRO-
COS, encontrado en la zona y que ha sido relacionada por varios investigadores, con un
supuesto ataque de las tropas sertorianas al yacimiento (Fuentes 1993: 174; Gamo 2011:
179). Asignación que, por la situación de su hallazgo y otras razones, por el contrario,
se correspondería más probablemente, en su identificación, con el litigio y defensa del
enclave como posición propia sertoriana (Bernárdez y Guisado 2016: 264).
A este respecto, entre las glandes epigráficas ya conocidas e inventariadas del con-
flicto sertoriano en Hispania, queríamos llamar la atención sobre una leyenda en con-
creto, que porta en el reverso uno de los proyectiles de los populares hallados en la
Muela de Taracena, y que se conserva en la colección A. Romera de Guadalajara. La
transcripción del mismo ha sido desarrollada como Q(uinti) Sert(ori) / [p]ro co(n)s(ulis)
// Ser[t(ori)?] por J. M. Abascal (1990: 274-275, fig. 12.5). Para nosotros, la inscripción
de reverso de este proyectil, por la falta de definición de las letras que se conservan, se
correspondería, no con el nomen de Sertorio en una innecesaria repetición, sino propo-
nemos que, la restitución y lectura de la inscripción latina sería SPES (esperanza), nom-
bre tradicional de la última diosa del panteón romano (Spes Ultima Dea). En este caso,
la explicación y utilización del término Spes debería considerarse igualmente, como uno
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de los principios éticos y valores morales que, junto a Veritas, Iustitia, Humanitas,
Amicitia o Pietas, constituían e inspiraban las virtudes tradicionales de la República
Romana, y que Sertorio reivindicaría como propias. Esta posible interpretación de lec-
tura de la inscripción de reverso de la bala de Taracena, como Spes, se relacionaría muy
bien con el sentir reivindicativo e ideológico de la causa de Sertorio, en el significado
tan necesario como concepto psicológico de lucha y perspectiva de resistencia para el de
Nursia de “la esperanza es lo último que muere”.
Las balas de honda de plomo con inscripciones y con el nombre de Sertorio, como
hallazgos arqueológicos, son uno de los indicios más concisos para confirmar la infor-
mación de las fuentes y precisar los acontecimientos bélicos de los escenarios del con-
flicto sertoriano. Si bien, la mayoría de los hallazgos alcarreños conocidos de la Muela
de Taracena, Muela de Alarilla, Muela de Driebes y Muela de Alcocer parecen corres-
ponderse, para nosotros, dentro del curso de la guerra, más que con la campaña de
Sertorio del 77 a.C., con la etapa más dura y decisiva de los enfrentamientos en la zona,
que sería cuando las tropas senatoriales conquistan y recuperarían estos enclaves duran-
te los años 75 y 74 a.C.
Respecto a los proyectiles de plomo con inscripción del entorno de Caraca, pese a
tratarse como viene siendo habitual en este tipo de materiales metálicos, de piezas caren-
tes de un registro estratigráfico y con contextos arqueológicos poco claros, estos hallaz-
gos suelen constituir, sin embargo, unos buenos indicadores para discernir y permitir
situar los campos de batalla y los escenarios de guerra en que fueron empleadas, sobre
todo, como munición arrojadiza en los asedios y lugares fortificados.
En nuestro caso, los proyectiles que portan las inscripciones de Sertorio y Cneo
Pompeyo (hijo), permiten secuenciar cronológicamente la identificación de dos epi-
sodios del proceso histórico de las guerras civiles romanas en Hispania, así como los
respectivos lugares donde éstos tuvieron lugar. Corroborando con estas aportaciones
y confirmando la importancia histórica de la ciudad de Caraca y su territorio, como
escenario principal y protagonista de estos acontecimientos durante la Baja República.
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Por último y en lo que concierne al proyectil de Sertorio procedente del enclave pró-
ximo a Caraca, su hallazgo en la Dehesa de la Algarga, en Illana, determina igualmen-
te su correlación con el inmediato núcleo caracitano. También, de este sitio de la Dehesa
de Algarga, conocemos otros indicios arqueológicos descubiertos en el lugar, como una
posible necrópolis altoimperial, en la que se documentó un epígrafe funerario del siglo
II d. C. y en el que se menciona a una mujer que posiblemente era sierva pública (CIL
II 5858; Crespo 1998: 148, nº 48; Gamo et alii 2018: 200). Este hallazgo, junto con otros
vestigios arqueológicos, se corresponden con los restos de una serie de edificaciones de
carácter agrícola y de época altoimperial, que se localizan junto al cauce del Tajo y en
la zona de vega, donde gran parte de los sillares, así como otros elementos y restos
arquitectónicos de estos yacimientos, se encuentran amortizados como materiales de
obra en la cercana construcción de lo que fue la instalación de un antiguo paso de barca
y portazgo del río, situado cerca de la moderna central hidroeléctrica del Salto del
Molino del Maquilón (Bernárdez y Guisado 2016: 247).
Por su parte, respecto a la glans plúmbea mandada fundir por Sertorio, objeto de este
estudio, procede del área amesetada del promontorio que domina la finca y que se
encuentra a cierta distancia de los restos altoimperiales próximos al río, lindando ya con
el término municipal conquense de Leganiel. Al proyectil sertoriano, como ya hemos
mencionado, le acompañaban otros materiales coetáneos de época republicana, asocia-
dos a un contexto bélico de enfrentamiento acaecido en el lugar y en lo que parece ser
también un posible espacio campamental, dada la situación estratégica del enclave,
inmediato a la posible ciudad de Caraca, en la Virgen de la Muela (Driebes).
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Así, si los datos de que disponemos no son del todo concluyentes, dadas las condi-
ciones y limitaciones del estudio de las piezas que hemos reseñado y sus contextos par-
ciales, sin duda futuros trabajos de investigación, y las intervenciones arqueológicas que
esperamos se produzcan en estas áreas, junto a los del propio yacimiento de la Virgen
de la Muela de Driebes, contribuirán a interpretar estos espacios y sus registros, apor-
tando una información que ayudará a clarificar la realidad del oppidum de Caraca y su
acontecer histórico durante las guerras civiles romanas en Hispania.
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Introducción
En este trabajo queremos proponer como el oppidum de Caraca, en la Carpetania,
parece que conoció un primer floruit en su ocupación, contemporáneamente con la
Segunda Guerra Púnica. Durante esta contienda, pero también con posterioridad,
Caraca en particular, y la Carpetania en general, desempeñaron la función de lugares
de paso en el limes cartaginés que recorría el interior de Iberia. La Carpetania sirvió
sobre todo de región fronteriza a Cartago, y con respecto a la ciudad prorromana de
Sagunto y su traspaís celtibérico. Durante los siglos II a.C., I a.C. y I d.C. Caraca pare-
ce haber prosperado gracias a esta doble vinculación, tanto con el interior hispánico,
como con la costa levantina. Lo esencial de la prosperidad de Caraca pudo haber esta-
do condicionada sin embargo por el tráfico por la costa de flotas romanas, republicanas
e imperiales. La rarefacción del trasiego de la flota de Miseno por el levante hispano
pudo haber causado la decadencia de Caraca a partir de mediados del siglo II d.C.
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dujo ciertamente a revueltas en la Carpetania (Liv. 21, 11), desde entonces toda el área
quedó dominada por la potencia africana. Más importante aún, en adelante el control de
la Carpetania constituyó a esta región en el verdadero cerrojo interior de Cartago en la
península ibérica. Tras las campañas interiores de Aníbal, sólo Sagunto pudo atreverse
así a desafiar los planes de la potencia africana en Iberia (Pol. 3. 13.9; Liv. 21.5.17).
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año 227 a. C. y fue probablemente controlada y transitada por tropas africanas, y desde
un principio (Pol. 3.33; Liv. 21.11, 22.16.2, 23.27.9-12; App. Ib. 16). Sin duda los con-
tingentes africanos eran considerados por los bárcidas como de mejor calidad que los
hispanos. Eran los que disponían además, y entre otros importantes activos, de los inge-
nios poliorcéticos que se usaron tanto en el ataque a Sagunto como en la defensa de
Carthago Nova (Liv. 21.11, 26.47).
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a.C. -ó 212 ó 211 a.C.-, cuando éstos son reclutados como mercenarios con la misma
paga que les otorgaban anteriormente los cartagineses (Liv. 24.49; Rawlings 1996: 91).
Llegan de hecho a reclutar los romanos a 20.000 de estos celtíberos, convirtiéndose en
los primeros mercenarios (o “aliados”) pagados por Roma en la península. Por las cir-
cunstancias de su servicio, parece además que los celtíberos comenzaron a ayudar a los
Escipiones merced precisamente a la captura definitiva de Sagunto en el año 212 ó 211
a.C. (Lazenby 1978; 129). Fue a partir de entonces, en todo caso, cuando los generales
romanos pudieron pensar en acercarse a través de estos indígenas interpuestos a la hos-
til Carpetania.
Aparentemente, la táctica romana de los Escipiones en los años 211 a 209 a.C. fue
similar a la cartaginesa: o bien se ocupaba con tropas romanas la crucial vía Heraclea
(Pol. 10.7.1) o bien se penetraba con tropas indígenas y aliadas itálicas por el interior
(ver el tesoro “X4” encontrado en Cuenca, Ripollès 2008). Que el interior no podía
ganarse sin el concurso de indígenas hispanos fue siempre evidente. Sin embargo, el
que la costa levantina también podía llegar a ser efectivamente bloqueada por estos mis-
mos hispanos es algo que puede igualmente apreciarse en la narración de Tito Livio, en
los capítulos 17-20 de su libro 34, cuando narra la campaña de M. Porcio Catón en el
año 195 a.C. En esta ocasión Livio cuenta como los celtíberos traidores a Roma (sus
enemigos les habían pagado para hacer así) dejaron su impedimenta y sus provisiones
en una ciudad de nombre Saguntia (deinde audito Saguntiae Celtiberum omnes sarcinas
impedimentaque relicta, 34. 19. 10). La ciudad de Saguntia se encuentra tan repleta de
guerreros celtíberos rebeldes que Catón no puede entrar en ella, teniendo que volverse
con siete cohortes al norte del Ebro. Aunque se ha intentado relacionar a esta Saguntia
con la Segontia (Sigüenza), del interior peninsular descrita en Ptolomeo NH 2. 27
(Schulten 1935: 188-190) lo cierto es que los movimientos posteriores de Catón al sur
y al norte del Ebro hacen poco probable esta hipótesis. Al contrario, todo apunta en la
narración de Livio a una identificación de esta Saguntia con la Saguntum levantina (con-
tra, Moret 2011).
Puede así admitirse a tenor de lo expuesto arriba que tras la conclusión de la Segunda
Guerra Púnica Roma siguió sintiéndose durante bastante tiempo como una potencia
externa a Iberia. Controlaba sólo unos pocos accesos costeros, insuficientes para mover-
se correctamente por el interior. Precisamente por esta razón, y al poco de expirar el
mando de Catón en la península –entre los años 193 y 179 a. C.–, Roma se decidió a
absorber a la Carpetania. La lucha en esta región parece que se desarrolló sobre todo en
la zona sur, la más influida por Cartago en el pasado, no registrándose al norte del río
Tajo resistencia digna de consideración, En las batallas de estos años participaron no
obstante ejércitos vetones, vacceos y, sobre todo, celtíberos (Torres Rodríguez 2012:
599), en una situación que recuerda en todo a la de los años 221-219 a.C., aquellos en
los que la región se situó dentro de un contexto de expansión africana en Iberia. Ahora
sucedía sin embargo al contrario, pues Roma pretendía forzar un paso seguro por el inte-
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rior peninsular hacia el sur, y a partir de la costa levantina. En los dos casos, no obstan-
te, tanto en los años 221-219 a.C. como en el período de los años 193-179 a.C., la
Carpetania se revelaba como fundamental para cualquier hegemonía foránea a Iberia.
Además, la Carpetania parece haber desempeñado para Cartago, y desde el año 220
a.C., un papel similar al de la Celtiberia para Roma tras el 213 a.C. Sin embargo, y al con-
trario que la Celtiberia en expansión desde el año 213 a.C., la Carpetania parece haber
estado a la defensiva y en regresión desde esta misma fecha. Esto es, la Carpetania y las
ciudades o campamentos instaladas su seno, como Caraca, puede que no disfrutasen de
una ocupación continua durante los años siguientes al derrumbe de las posiciones púnicas
en Iberia. A este respecto, entra ciertamente dentro de lo probable que Caraca hubiese
estado activa con ocasión de la marcha hacia el norte de Asdrúbal Barca a través del inte-
rior hispano y partiendo desde Baecula (Liv. 28.42.14-5; Lazenby 1978: 143). Es del
mismo modo posible que Caraca haya continuado siendo una posición, si no púnica, algo
imposible tras la derrota bárcida del 206 a.C., al menos pro-africana, y hasta los años 170
a.C. cuando el control romano en la región es ya firme (López Sánchez 2012b: 343-344).
De esta manera, y precisamente por esta inserción de Caraca en la ruta africana de con-
trol de Iberia, y por la discontinuidad aparente de su ocupación en los años subsiguientes
al 206, F. Chavez y R. Pliego consideran que el tesoro de tortas y pedazos de plata de
Driebes debe adscribirse a una fecha anterior al 207 a.C. Esta datación otorgaría una ads-
cripción carpetana y pro-africana a este conjunto antes que celtibérica o pro-romana
(Chaves y Pliego 2015: 122 y 155; Cerdeño y Gamo 2014; Gamo 2018). Las rutas de
penetración romana en el interior de Iberia durante la Segunda Guerra Púnica, aunque pró-
ximas a las carpetanas, no parece sin embargo que hayan dejado testimonios similares a
los del tesoro de Driebes. El recientemente estudiado por P. P. Ripollès tesoro de “X4”,
aparecido en Cuenca, muestra bien hasta que punto los ejércitos de Roma no utilizaban
lugares carpetanos. Y como su forma de atesorar riquezas poseyó también un sello distin-
tivo y diferente al cartaginés (Ripollès 2008).
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Durante estas tres, casi cuatro, largas décadas posteriores al final de la Segunda
Guerra Púnica en Hispania, la región aliada de Roma más importante en el limes de la
vía Heraclea parece haber seguido siendo la celtibérica, esto es, aquella que no por
casualidad describe Polibio como extendiéndose en contigüidad estricta con Sagunto (3.
17, 2; López Sánchez 2014b: 409). La continuidad de la importancia de Sagunto para
Roma se aprecia además en el hecho de que, en la antigüedad, el levante hispano se
encontraba dividido en dos mitades y en torno al eje de Sagunto-Valencia e Ibiza. De
esta manera, las flotas o barcos sueltos provenientes del exterior no solían recorrer todo
el trayecto de norte a sur por el levante, sino sólo una parte, y a partir precisamente de
esta línea divisoria intermedia (López Sánchez 2018a: 120). De esta manera Sagunto se
configuró para Roma en época republicana tanto en el puerto ideal a partir del cual bor-
dear la costa hispana hacia el norte o hacia el sur, como en el punto de penetración pri-
vilegiado hacia el interior.
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Es posible de esta manera que, aunque los celtíberos y los lusitanos aparezcan fre-
cuentemente como casi los únicos sobre los cuales Roma celebra sus triunfos a lo largo
del siglo II a.C. (como es el caso de los triunfos del año 184 a.C., por ejemplo, Liv.
39.42.2-4; Richardson 1996: 99), otros pueblos como los carpetanos se hayan visto muy
involucrados en este tipo de campañas itálicas en el centro de la península. Los carpeta-
nos aparecen ciertamente, y a este respecto, como plenamente involucrados en las raz-
zias de Viriato en su territorio (App. Ib. 51-55). Y la región carpetana, y Caraca a veces
en ella, por encontrarse entre los activos celtíberos y lusitanos, parece ser también tran-
sitada y deseada en todos los juegos de poder romanos entre los años 170 y 70 a.C. (Plut.
Sert. 17.1-13; Gamo et alii 2018: 199).
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Ciertamente, el enorme impacto que las ciudades del levante hispano tuvieron para
las regiones del interior está aún por estudiar en toda su extensión (López Sánchez en
prensa), pero nos parece que fue decisiva, estimulando la prosperidad de gran parte de
la Tarraconense durante dos siglos (I a.C. y I d.C.). Desde luego, y muy probablemente,
la actividad marítima romano-republicana e imperial en el área valenciana explica sufi-
cientemente bien la llegada e instalación de itálicos en el interior peninsular. El trasiego
marino de Roma en la región pudo haber sido también, y hasta tiempos de Adriano, la
causa fundamental de la prosperidad de Carthago Nova, de Caraca y de otras muchas
ciudades de la Tarraconense (López Sánchez 2017: 171-172). Su desaparición o rare-
facción, postulamos, pudo haber sido decisiva en la decadencia de toda la región a par-
tir de principios- mediados del siglo II d.C.
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mero que generó la prosperidad. Y de forma repetida y continua además (López Sánchez
2017: 162-167).
Como en otras regiones del imperio, no debe explicarse así la “crisis” ciudadana
experimentada por muchas regiones de Hispania sino como contrapunto natural a un
período de bonanza que debe ser considerado como anómalo. A un estado de postración
y falta de actividad consuetudinario y normal, se oponían en la antigüedad, pero sólo de
vez en cuando, ciertos períodos de gran actividad, casi siempre impulsados por circuns-
tancias excepcionales, como fueron las que se dieron durante los siglos I a.C. y I d.C. en
Hispania. Éstas fueron, ya se ha dicho, la instalación de colonos preparados en tierras
que se pusieron en explotación, pero también el interés de un gobierno fuerte por la
región y una actividad militar sostenida, de vanguardia o de retaguardia, la cual, por
ejemplo, vinculó efectivamente a Hispania con África hasta los años 40 d.C. (Rebuffat
1998: 292 habla de avalanche espagnole en tiempos de Claudio). Este conjunto de situa-
ciones ayudó en todo caso a la inclusión de la región hispana en un entramado más
amplio de intercambios en el mundo romano. Y también potenció el interés de las eli-
tes regionales en el desarrollo de sus ciudades y sus campos. Ahora bien, todos estos
impulsores de prosperidad dejaron de existir en buena parte de Hispania a partir del
momento en que ésta dejó de estar conectada con los principales circuitos comerciales
internacionales a partir de principios y mediados del siglo II d.C. (Villaverde 2001: 543;
Marzano 2013: 126). Esta nueva situación se produjo en gran medida debido a unos
ahora diferentes intereses geoestratégicos de la casa imperial romana.
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versible a partir de Adriano. Es en efecto con este emperador cuando realmente se con-
sagra un nuevo tipo de imperio, con regiones no tanto autónomas sino subsidiarias entre
sí. En él sólo una parte de la Bética pudo integrarse con éxito y plenamente en el mer-
cado internacional (López Sánchez 2017), descolgándose todas las demás regiones y sus
ciudades del nuevo orden mundial (Kulikowski 2004; 55; Lagóstena 2009: 304). No se
sabe si la nueva política adriánea, que favoreció a una Bética cada vez más ligada y sub-
ordinada al norte de África, fue activada en respuesta a un incremento de la demanda
urbana y militar, o si se dinamizó en razón de unas dificultades crecientes en el sumi-
nistro de bienes de primera necesidad a ciertos lugares. Lo importante en todo caso es
constatar que se produjo y que desde entonces los productos básicos que muchas ciuda-
des habían producido en Hispania dejaron de tener la importancia de antaño. Tampoco
las elites hispanas del interior parece que pudieran renovarse o conectarse adecuada-
mente con los nuevos tiempos.
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Figura 1. Mapa con las rutas de circulación de las flotas romanas (sobre mapa de T. Sagardoy).
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Álvaro Sánchez Climent
Por supuesto, una de las herramientas que está adquiriendo un gran protagonismo
actualmente son los Sistemas de Información Geográfica (SIG). Es este caso, su aplica-
ción en arqueología no es reciente, si bien con el surgimiento de SIG con grandes posi-
bilidades y, sobre todo, a raíz de la estandarización de SIG de software libre como
GvSIG o QuantumGIS, su uso en arqueología ha crecido de manera exponencial, de tal
manera que en la actualidad los SIG se han convertido en una herramienta esencial den-
tro de nuestra disciplina.
Los SIG son un conjunto de herramientas que combinan cartografía digital con la
informatización espacial, es decir, permiten la georreferenciación de imágenes digitales
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Si bien, las posibilidades relacionadas con la conservación del patrimonio son inter-
minables, no son las únicas. En la actualidad, y relacionado con el trabajo que aquí pre-
sentamos, otra de las aplicaciones que se están llevando a cabo son los análisis de visi-
bilidad. Estos estudios de visibilidad parten de la idea de que todas las sociedades se arti-
culan en torno a una serie de patrones de territorialidad y estructuras visuales depen-
diendo de modelos de asentamiento y su relación con el paisaje. El estudio de estos
patrones de asentamiento puede determinar si el lugar jugó un papel importante a la hora
de elegir un emplazamiento (Blanco 2008: 57). Según Sanjuán et alii (2006) estos estu-
dios de visibilidad se pueden realizar a través de dos modelos de análisis: los estudios a
nivel intergrupal, es decir, el control visual como medio para garantizar la seguridad de
la propia comunidad y, en segundo lugar, el control de los recursos, es decir, la búsque-
da del mantenimiento de la jerarquización interna. El control visual actúa como refuer-
zo de los recursos controlados sobre la base de unas relaciones de poder y desigualdad
social: la visibilidad como mantenimiento del prestigio social y el control territorial.
Estos análisis se basan en el mismo concepto del que parte la Arqueología del Paisaje,
es decir, en la idea de “observar” y a la vez “ser observado”, de tal manera que los yaci-
mientos puedan actuar como referentes visuales constituyendo un espacio socializado,
lo que tradicionalmente se ha considerado desde la óptica de los estudios del paisaje
como el espacio “percibido”, es decir, un espacio de carácter “domesticado” (Criado
1989).
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función de otros tres elementos: la altitud del emisor (Z), el radio de visualización y la
geografía del terreno representando una capa binaria de visibilidad: la capa visible (1) y
la capa no visible (0). Obviamente para su realización es imprescindible contar con un
MDT (Modelo digital de terreno) del entorno a estudiar.
Otra de las posibilidades que nos ofrecen estas técnicas informáticas es la recons-
trucción y digitalización virtual en tres dimensiones de materiales y yacimientos arqueo-
lógicos, permitiendo introducir al espectador en un ambiente que puede percibir como
real, pese a que se trata de un entorno completamente irreal, es decir, virtual (Farjas et
alii 2011: 139), técnicas que además han ido ganando en popularidad con el paso del
tiempo (Solórzano et alii 2016: 123) gracias principalmente a la modernización conti-
nua de los equipos informáticos. Precisamente, uno de los materiales arqueológicos que
más se ha beneficiado de estas herramientas es la cerámica. Hay que tener en cuenta que
este material, por sus características, suele aparecer en un estado de gran fragmentación
en los yacimientos, por lo que es fundamental en esos casos realizar una importante
tarea de investigación documental y patrimonial para que nuestras recreaciones sean lo
más fidedignas posibles al objeto documentado (Angás y Serreta 2010: 63). Para ello las
reconstrucciones virtuales han de basarse en la idea de cómo creemos que el artefacto
pudo haber sido en el pasado, no como fue. Con ese propósito, el arqueólogo busca los
medios necesarios (documentación, hipótesis de trabajo, etc.) para poder llevarla a cabo.
141
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to, el cálculo de volúmenes (Sánchez Climent y Cerdeño 2014; Sánchez Climent 2015
y 2017).
Lo ideal sería contar, por tanto, con cerámicas completas o en un estado de conser-
vación suficiente para realizar una buena reconstrucción (Sánchez Climent y Cerdeño
2014) y, a partir de ahí, realizar el análisis de volumen. Existen otros procedimientos
completamente válidos para calcular el volumen a partir del dibujo de cerámica a través
de fórmulas matemáticas (Calvo 2001-2002 y 2007; Rodríguez 2018) ofreciendo resul-
tados muy interesantes, si bien Rodríguez (2018: 57-58) critica los volúmenes obtenidos
a partir de los modelados tridimensionales haciendo referencia a las posibles deforma-
ciones de la cerámica durante sus procesos de manufactura, sin embargo una ventaja de
los modelados tridimensionales es la posibilidad de manejar mallas poligonales, siendo
posible adaptar con precisión cualquier deformación de la cerámica al modelado tridi-
mensional, siendo necesario conocer la regularidad de la pieza como bien hace mención
la autora. Consideramos, por lo tanto, necesaria la realización de un trabajo comparati-
vo de volúmenes entre los obtenidos a través de modelados tridimensionales y los obte-
nidos por fórmulas matemáticas y a partir de ahí observar diferencias y ver posibles por-
centajes de error.
142
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Para el caso que nos ocupa hemos realizado una pequeña selección de cerámicas inten-
tando buscar los recipientes que más información nos proporcionasen en tamaños y mor-
fología y a partir de ahí realizar la posible reconstrucción virtual y calcular el volumen de
las cerámicas (figura 1). Para realizar este análisis hemos contado con el programa de edi-
ción 3D Blender y la extensión Mesh Volume Tools para efectuar el cálculo de volumen,
siendo indispensable para ello la digitalización del perfil de la cerámica y el reescalado de
la misma, estableciendo un hipotético rango de análisis con el volumen debido a que no
conocemos las piezas enteras, sin embargo creemos que el dato resultante puede ser com-
pletamente válido de cara a la obtención de conclusiones relacionadas con posibles fun-
cionalidades del recipiente, aspecto este último que es el que nos interesa, más allá del dato
numérico propiamente dicho. Las cerámicas son las siguientes:
MG18/030/552:
Recipiente a torno, de pasta clara con decoración bandas de tipo horizontal. Se trata
Figura 1: reconstrucción de las cerámicas de Caraca seleccionadas y posible volumen obtenido (sobre
dibujos de Miguel Zorita).
143
7.- estudios de territorialidad_congreso caraca 06/11/2019 14:12 Página 144
de una cerámica globular romana pintada de tradición indígena de tamaño medio similar
a las de la villa de El Saucedo (Sequera et alii 2018). A partir del dibujo arqueológico y su
hipotética reconstrucción, éste tendría un volumen comprendido entre los 1100 y 1300 cc.
A partir de este tamaño y volumen creemos que podría tratarse de una tinajilla destinada
principalmente a la contención de productos, ya sea de despensa, o incluso al transporte
de pequeñas cantidades (líquidos o sólidos). Precisamente por la forma de su perfil, es
decir, paredes cerradas con cuello destacado, supondría una escasa velocidad de vertido
según los estudios de Sopena (2006: 23), siendo una cerámica con boca cerrada, por lo que
sería necesaria la introducción de elementos que permitieran obtener el producto (cazos,
la sinuosidad de las paredes, es decir, paredes que se adaptarían a las manos permitirían
facilidades a la hora de manejar el recipiente. Por su parte, el cuello destacadoy el borde
labiado llevarían a pensar también que pudiera tratarse de un recipiente para el transporte
a media distancia, permitiendo agarrarlo mejor a través del cuello, o incluso colgarlo de
ahí durante dicho proceso de traslado de un lugar a otro.
MG17/030/A/14/2016:
Recipiente a torno, de pasta clara con decoración de bandas horizontales. Se trata de
una cerámica romana de tradición indígena, parecida a la anterior, de tamaño medio. A
diferencia de la anterior esta cerámica presenta un volumen mayor entre 3500-3700 cc.
paredes ligeramente entrantes, sin cuello destacado, con diámetro de boca ancho, lo que
facilitaría el acceso al contenido. A partir de estos datos creemos que este recipiente pudo
utilizarse como recipiente de carácter comunal, es decir, debido al volumen amplio sería
un recipiente de servicio, puesto que al tener las paredes ligeramente entrantes y, por tanto,
una velocidad de vertido mayor que el anterior este recipiente podría utilizarse para verti-
dos ocasionales. Tampoco descartamos algún posible uso como cerámica de almacenaje
de despensa o transporte.
MG17/030/B/2024/227:
Recipiente a torno, de pasta oxidante, sin decoración. Debido a que se trata de un
pequeño recipiente, forma de caliciforme y procedente de los niveles carpetano-romanos
de la cata B. El volumen sería inferior a los 1000 cc. (800-1000 cc.) por lo que sería un
vaso completamente destinado al consumo directo. Precisamente los bordes exvasados
permitirían facilitar la velocidad de vertido, siendo una cerámica destinada para beber
directamente de ella, teniendo posiblemente la misma funcionalidad que los cuencos o las
copas, tal y como comentan Mata y Bonet (1992: 133) para el mundo ibérico.
MG17/030/A/17/399:
Cerámica común romana, sin decoración. Posee borde exvasado y un posible volumen
comprendido entre 7500-7700 cc. Por su forma se trataría de una cerámica del tipo I u ollas
con borde vuelto hacia afuera de Vegas (1973: 11-14). Nos encontramos con el recipiente
de mayores dimensiones de todas las cerámicas analizadas, por lo que claramente estaría
destinado a ser un recipiente de almacenaje o transporte a grandes distancias, aspecto que
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Figura 2: Modelo Digital de Terreno (MDT) 1:200.000 del entorno de la ciudad romana de Caraca y
su inserción dentro de las vías de comunicación (modificado sobre MDT Centro Nacional de
Información Geográfica-I.G.N.).
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que discurriría por las proximidades, hacia el oeste de Caraca, la vía XXV del Itinerario
Antonino que unía las ciudades de Augusta Emerita (Mérida) y Caesaraugusta
(Zaragoza) pasando por Toletum (Toledo), Titulcia, Complutum (Alcalá de Henares) y
Segontia (Sigüenza). Desde Carthago Nova (Cartagena) partiría otra vía romana, bauti-
zada como vía del Lapis Specularis (Fernández et alii 2006) y que uniría las ciudades
romanas de Segobriga y Complutum (Sánchez 2011), pasando por el yacimiento de
Caraca, vía atestiguada gracias a la presencia de los miliarios de Trajano y Tiberio halla-
dos en Huelves (Cuenca) en 1895 y 2007 respectivamente y el miliario localizado en
Uclés (Cuenca), entroncando con la vía XXV del Itinerario Antonino a la altura de
Complutum. La redistribución del Lapis Specularis contribuiría a la consolidación de
una ciudad como Caraca. Este mineral, conocido como espejuelo, muy valorado en la
antigua Roma era utilizado para vestir las ventanas de villas y palacios, siendo Caraca,
posiblemente, un punto de redistribución en el mercado de este mineral en su destino a
otros puntos de la península.
Figura 3: Modelo Digital de Terreno (MDT) 1:25.000 del entorno de la ciudad romana de Caraca
(modificado sobre MDT Centro Nacional de Información Geográfica-I.G.N.).
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Figura 4. Análisis de visibilidad, zona de explotación de recursos de Caraca (modificado sobre MDT
Centro Nacional de Información Geográfica-I.G.N.).
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Conclusiones
En definitiva, hemos visto como las Nuevas Tecnologías suponen una gran ventaja
en cuanto a los estudios de territorialidad y en otros aspectos como en la investigación
y presentación del patrimonio a través de los programas de edición 3D, suponiendo una
nueva llave a estudios complementarios más allá de la excavación arqueológica.
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Por su parte, los análisis de visibilidad demuestran como la ciudad de Caraca con-
trolaría un importante territorio de explotación, centrándose principalmente en el con-
trol de vías terrestres, fluviales y pecuarias.
No obstante, habría que insistir en la utilidad que tienen estas herramientas. Está
claro, que son fundamentales para los estudios de Arqueología del Paisaje, no obstante,
no debemos olvidar que son herramientas que nos ofrecen un panorama completamen-
te teórico e hipotético, por lo que lo que realmente es importante destacar las conclu-
siones que podemos obtener a partir de estos estudios. Está claro que los asentamientos
juegan un papel de suma importancia a la hora de hablar de espacios socializados, pues
la elección de un emplazamiento no es para nada aleatoria, sino que juegan un papel
muy importante la ubicación, proximidad de recursos hídricos, agrícolas, mineros, etc.
de tal manera que estos asentamientos importantes acaban jugando un papel de suma
importancia en relación con el entorno que les rodea, precisamente es ese papel el que
el arqueólogo, con la ayuda de datos, ya sea a través de modelos teóricos establecidos
por medio de herramientas informáticas o bien con datos empíricos, debe intentar escu-
driñar, de tal manera que podamos sonsacar información que nos permita comprender
mucho mejor las sociedades que nos precedieron.
150
7.- estudios de territorialidad_congreso caraca 06/11/2019 14:12 Página 151
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152
8.- La epigrafía en el territorio caracitano_congreso caraca 06/11/2019 14:14 Página 153
En el entorno de Caraca y, a lo largo del valle del Tajo, se establecieron villae. Es pre-
cisamente de estas explotaciones agrícolas de donde proceden gran parte de los pocos tes-
timonios epigráficos de este enclave hallados hasta ahora. La mayoría son grafitos, escri-
tos en cursiva, incisos en objetos de terra sigillata, la vajilla al uso. Pero incluso, la muy
escasa epigrafía hallada en las excavaciones de la ciudad está constituida por grafitos:
unos, sobre estuco, hallados en un edificio público del foro; otros, en las termas, sobre
elementos de construcción como ímbrices, ladrillos o tégulas.
Muy pocos son los que se conservan completos debido al mal estado de conservación.
Algunos están abreviados y no siempre la interpretación es segura. No por ello dejan de
ser una muestra de que los habitantes de Caraca igual que los de otros lugares de
Carpetania, como Complutum, utilizaron la escritura para personalizar sus objetos de uso
cotidiano.
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8.- La epigrafía en el territorio caracitano_congreso caraca 06/11/2019 14:14 Página 154
La única estela funeraria claramente relacionada con Caraca se encontró a dos leguas
del despoblado de Santa María, en la dehesa de Algarga. De allí se trasladó a Leganiel en
el siglo XIX, aunque hoy en día la inscripción se encuentra desaparecida.
Pero es siguiendo hacia el sur el curso del río donde se encuentra el mayor número de
hallazgos, en la villa de Las Peñas (Mazuecos) (Gamo 2012a: nº 89). Un probable escla-
vo, Piloquirius grabó su nombre en el fondo de un recipiente. Parece poco alfabetizado
si tenemos en cuenta las dificultades que tuvo para representar gráficamente algunos
fonemas cuya forma canónica era Philocyrius (LLDB-81018). En otro realizado sobre la
solera de un borde de un cuenco de sigillata dejó su nombre Quintus (Gamo 2012b: 104,
D). En otro se encuentra el inicio de un antropónimo Bass[- - -] (Gamo 2012b: 105, F).
A la parte central de una palabra correspondería [- - -]+EV[- - -] un grafito muy deterio-
rado inciso en un cuenco decorado (Gamo 2012b:105-106, G). Podría reconstruirse el ini-
cio de un nombre, Veti[- - -] en un texto grabado en el fondo externo de un fragmento de
sigillata (Gamo 2012b: 107, J). Mensajes parlantes también se encuentran en algunos
objetos de esta villa como el grafito con la imprecación “pone fur” (“¡devuélvelo
ladrón!”) que normalmente se sitúa a continuación del nombre del propietario (sobre este
mensaje véase Abascal 2018).
De esta villa de Las Peñas, otros objetos de terra sigillata con grafitos muy fragmen-
tarios, que damos aquí a conocer por primera vez, se conservan en el Museo de
Guadalajara: así el grabado en el interior del pie de un cuenco de sigillata hispanica
altoimperial decorada (Nº Inv. 14432) cuyos trazos podrían pertenecer a un anagrama
que no podemos reconstruir o el situado en la parte exterior de un recipiente de sigillata
hispanica altoimperial del que solo quedan tres letras escritas en letra capital cursiva una
A una B o R y parte de un trazo horizontal superior (Nº Inv. 14433); en este caso está inci-
so en posición invertida al recipiente. Otro fondo de sigillata hispanica altoimperial con
el final probablemente de un nombre en genitivo (Nº Inv. 14434a) [- - -]+IBI o [- - -]+IRI
aunque quizá el primer trazo pudiera corresponder a la parte inferior de un trazo vertical
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que pudiera interpretarse como la primera barra de una E de dos trazos, grafía muy
corriente para esta letra en la cursiva. Si esto fuera así tendríamos una terminación [- - -
]EBI o [- - -]ERI. Un fragmento muy deteriorado de sigillata (Nº Inv. 14435) contiene
las letras VSM seguramente de la parte central de un nombre como Cintusmus/-a,
Cintusminus/a. Tres letras cursivas quizá L, E o F y la parte superior de un trazo vertical
que se une mediante una línea horizontal a la letra anterior por arriba están incisas en el
fondo exterior de un fragmento de sigillata (Nº Inv. 14437). En otros dos los comienzos
de sendos nombres, Visi[- - -] sobre un fondo de sigillata hispanica altoimperial decora-
do (Nº Inv. 14438) y Pau[- - -] sobre un fragmento de sigillata hispanica altoimperial (Nº
Inv. 14439).
Además de los grafitos sobre estuco se han encontrado inscripciones hechas a molde
antes de la cocción en elementos de construcción como ímbrices, ladrillos o tégulas. En
las termas públicas sobre material latericio, en la campaña de 2018, se localizaron en la
estancia A (que interpretamos como frigidarium) una C y en una tégula lo que parece un
nombre MARCI[- - -] (figura 3). Hay que señalar que antes de la primera M del mencio-
nado epígrafe hay un trazo de difícil interpretación, que quizás no corresponda con una
letra.
155
8.- La epigrafía en el territorio caracitano_congreso caraca 06/11/2019 14:14 Página 156
parecen extenderse sobre el mismo pie, quizá con parte de un antropónimo [- - -]etili
(figura 4). En la estancia B de las termas públicas, que pudo ser el tepidarium, se locali-
zaron dos fragmentos de ímbrices. Uno con un trazo insignificante, el otro con una V.
Debido a la posición que ocupa PVB y a que la inscripción está perdida y no se puede
verificar la lectura, la interpretación es dudosa. Han sido varias las propuestas para la
comprensión de este texto: Hübner (Eph. Epigr. II: 248, nº 323) indicaba que si la ins-
cripción estaba bien descrita y, si estaba completa, se podría entender que se trataba de
dos Publiciae o Publiliae, Fausta y Verecunda a quien Pentilia, ancilla (o cliente), habría
puesto la inscripción y, contra el uso habitual, el gentilicio estaría interpuesto entre dos
cognomina. En CIL II (5858) transcribió Faustae Pub(liciae) Verecundae (ancillae)
Pentilia y sugería como alternativa que Pentilia podría haber sido un nomen gentis aña-
dido fuera de su sitio al nombre de Fausta. De ahí que Tovar (1946-1947: 24 y 29, nº 119)
incluyera el término entre sus gentilitates. Para Abascal (1983, p. 74 nº 19) habría que
restituir Pub[liciae]. Su lectura fue recogida en AE (1987: 639), para cuyos editores el
texto no era claro y planteaban si Fausta y Verecunda fueron dos esclavas, en la misma
línea que Hübner. Crespo (1998: 83) incluye a Fausta Pub[licia] Verecunda en su estu-
dio sobre los Publicii hispanos en la tabla de “Publicii originarios: expresión involunta-
ria del nombre sin filiación ni descendencia”. Así, para este autor, Fausta Verecunda
podría haber sido una sierva pública a quien Pentilia, cuya relación con la anterior no está
explícita, le habría dedicado la inscripción. El antropónimo Pentilius se encuentra en el
pacto de los Zoelas (CIL II 2633), en Cárquere (Resende Viseu; AE 1986: 287; HEp 1,
1989: 703) y en Villardiegua de la Ribera (Zamora, CIRPZa: 319). Sin embargo, ante las
dificultades para poder verificar la lectura preferimos no hacer uso de esta inscripción
como testimonio de una sierva pública.
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Por otra parte, Murillo y Ballesteros (1985: 63) indicaron que se localizó una inscrip-
ción romana, hoy en día perdida, en una necrópolis tardorromana ubicada en la Vega
Alóciga de Driebes.
Conclusiones
El conjunto epigráfico de época romana aquí presentado, aún escaso, nos apro-
xima a los hábitos epigráficos cotidianos de esta antigua población romana. Esperemos
que posteriores campañas de excavación y prospección permitan aumentar nuestro cono-
cimiento acerca de las inscripciones latinas de Caraca.
Figura 1-Grafito sobre estuco localizado en el edificio público de la parte este del foro (cata A-campa-
ña 2017) (fotografía Equipo arqueológico Caraca).
Figura 2-Grafito sobre estuco localizado en el edificio público de la parte este del foro (cata A-campa-
ña 2017) (fotografía Equipo arqueológico Caraca).
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Figura 3-Grafito precocción sobre tegula localizado en la Estancia A de las termas públicas (posible
frigidarium) (fotografía Equipo arqueológico Caraca).
Figura 4-Grafito postcocción sobre T. S. H. localizado en la Estancia A de las termas públicas (posible
frigidarium) (fotografía Equipo arqueológico Caraca).
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Figura 5-Distribución de epígrafes citados en el texto (sobre Modelo Digital del Terreno del Centro
Nacional de Información Geográfica-I.G.N.).
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Abreviaturas
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160
9.- Interpretaciones acerca de la funcionalidad del tesoro de Driebes (Guadalajara)_congreso caraca 06/11/2019 19:12 Página 161
Además, al valor intrínseco del metal precioso se añade la dificultad de conseguir las
cantidades necesarias para grandes joyas, por lo que su presencia señala la existencia de
una estratificación social en la que los elementos de prestigio indican un estatus y, ade-
más, ese metal precioso podía fundirse para hacer nuevas piezas, si la joya se estropea-
ba, se consideraba pasada de moda o, se precisaba efectivo; hoy día sigue siendo así.
Además, su hallazgo está regulado en el Código Civil español, pero si tiene carácter de
patrimonio histórico, prima ese carácter y debe entregarse a las autoridades competentes,
1
tal y como explican con precisión Fernández y Gamo (2019) en este mismo volumen .
Como ya se ha explicado por distintos autores (ej. Rodríguez et alii 2017a; Barril
2010: 77; Barril e.p.), para entender un tesoro o un depósito es preciso conocer y estudiar
1 Agradezco a ambos autores su amabilidad al hacerme llegar su interesante trabajo con anterioridad a
su publicación.
161
9.- Interpretaciones acerca de la funcionalidad del tesoro de Driebes (Guadalajara)_congreso caraca 06/11/2019 14:16 Página 162
Fue a mediados de enero de 1945, cuando realizando la Dirección Hidráulica del Tajo
las obras de construcción del canal de Estremera se descubrió el conocido como “Tesoro
de Driebes” (antes escrito Drieves). Ese mismo año San Valero Aparisi lo publicó, iden-
tificándolo como un depósito de platero (San Valero 1945: 11), inventariando las piezas
y agrupándolas por grupos funcionales y con la descripción de las principales. El tesoro
que estudia dice que pesa en total 13,844 g (San Valero 1945: 11) y se compone de pie-
zas todas de plata: fragmentos de objetos obsoletos (torques, brazaletes, vasos, sortijas,
monedas, etc), tortas y lingotes de distintos pesos. La publicación se acompaña de un
apéndice de Clarisa Millán, que asume se trata de depósito destinado a ser refundido y
cataloga las 18 monedas identificadas en ese momento, la autora proponía que los frag-
mentos de monedas hallados, de Marsella, Rodas, Ampurias y Cartago Nova demostra-
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ban un contacto ya desaparecido entre los habitantes de la meseta y esas zonas, por lo que
esas monedas no tenían valor monetal (Millán 1945: 38). Paralelamente, señalaba que la
presencia de monedas consulares romanas debe interpretarse como indicio de que la con-
quista romana estaba en su apogeo, añadiendo, que estas monedas dejaron de circular en
España a partir de las guerras sertorianas, hacia el 80 a.C. y son estas las que proporcio-
nan una fecha a partir de la cual se escondió el tesoro, añade la autora que este hecho lo
corroboraría la ausencia de denarios ibéricos del jinete, de cecas celtibéricas que acuña-
ban cerca del lugar desde la mitad del siglo II a.C., ya que estarían circulando (Millán
1945: 38 y 39). Como veremos, la interpretación de ese grupo de monedas ha variado a
lo largo de los años.
El lugar del hallazgo fue en un talud del cerro, sobre el canal que se estaba constru-
yendo junto al río Tajo. Lugar que San Valero describe como una región de paso al valle
del Ebro, por ser zona de confluencia de las cuencas del Tajo y sus afluentes y del Jalón
y otros afluentes del Ebro, según las imágenes y las explicaciones de San Valero (1945:
10 y lám. I y II). Más recientemente, gracias a las prospecciones realizadas para docu-
mentar la ciudad de Caraca, confirma el lugar, en la ladera sur del Cerro de la Virgen de
la Muela, en el punto de inflexión hacia el río Tajo que pasa formando un meandro a sus
pies; aunque es posible que el recorrido del río haya variado ligeramente desde los siglos
2
anteriores al cambio de Era al momento en que se estaban realizando las obras . Allí se
conserva una ermita posiblemente de origen medieval, que reutiliza columnas romanas,
y donde la tradición cuenta que tras la Reconquista, un pastor de Estremera halló la ima-
gen de la Virgen patrona de Driebes sobre una muela de molino, y todos los años se cele-
bra una romería al lugar (Gamo 2018: 157).
San Valero, por encargo del Comisario General de Excavaciones Arqueológicas (Julio
Martínez Santaolalla), estudió el tesoro y explicaba que según las primeras informacio-
nes telefónicas el conjunto de piezas apareció en dos sitios distintos, próximos entre sí, y
pesaba unos 14,5 kilos (San Valero 1945: 9). No obstante, debido a que no debió recibir
información complementaria, no proporciona datos sobre cómo aparecieron, es decir, si
estaban dentro de vasijas, en otro tipo de recipientes o directamente en un hoyo en el
suelo (lo que haría suponer que se habían envuelto en materia orgánica). En las fotogra-
fías que acompañan a su estudio y que, según indica San Valero (1945: 10, lám. II), fue-
ron facilitadas por la Delegación Hidráulica del Tajo, parece que el lugar señalado con la
cruz se situaba junto a una roca de tamaño mayor que las cercanas y que formaba una
especie de mini abrigo, que podría servir de referencia.
2 Información proporcionada por Emilio Gamo en base a un estudio geológico en proceso por parte del
I. G. M. E.
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era similar y tenían el mismo tipo de elementos repartidos o si por ejemplo en uno esta-
ban concentrados tortas y lingotes y en el otro los fragmentos de piezas y, en consecuen-
cia, saber si el peso-valor en plata de ambos hallazgos era similar o difería mucho.
Aunque ya hemos visto que los primeros datos hablan de un peso total de 14,5 kg, luego,
ya a la vista del hallazgo concreta que era algo menos, 13,844 kg (San Valero 1945: 9 y
11). Parece creerse que todo lo hallado fue entregado a la Comisaría General de
Excavaciones el 18 de febrero de 1945. Las piezas fueron recibidas en dos lotes, uno del
presidente de la Audiencia Provincial de Guadalajara, a donde había llegado tras su inter-
vención por el juez municipal de Driebes, para pasar después al juzgado de Instrucción
de Pastrana y el segundo lote estaba custodiado en la Jefatura de la División Hidráulica
del Tajo, sin que sepamos si cada uno de los lotes corresponde a cada uno de los hallaz-
3
gos . Tras la entrega a la Comisaría, las piezas fueron estudiadas y depositadas según dice
San Valero (1945:10) en el Museo Arqueológico Provincial de Guadalajara. Sin embar-
go, el tesoro fue custodiado por la Diputación Provincial hasta que en 1964 se decidió su
ingreso en el Museo Arqueológico Nacional, tras finalizar los juicios para determinar las
indemnizaciones a los halladores. La razón es que, en efecto, en esos primeros años de la
década de 1940 se había intentado refundar el denominado Museo provincial de Bellas
Artes de Guadalajara creado en 1845, luego desaparecido y, cuyos fondos se conserva-
ban unos en la Diputación, algunos destacados en el M.A.N. y de otros no4 había cons-
tancia. Sin embargo, pese a ese intento y, como ocurrió en otras provincias , no volvió a
inaugurarse el museo provincial hasta 1973 y su directora, según informan Crespo et alii
(2017: 943) solicitaba una vitrina para “el tesorillo de Drieves”, confundiendo la proce-
dencia de otros que la Diputación no entregó hasta 1975. Por ello, es en la Diputación
Provincial donde fotografió las piezas el Instituto Arqueológico Alemán (Crespo et alii
2017: 943), para documentar la gran obra recopilatoria de la orfebrería prerromana penin-
sular de Raddatz (1969: 210) autor que para la edición actualiza la ubicación de las pie-
zas informando de que se encuentran en el M.A.N. y antes habían estado en la Diputación
Provincial de Guadalajara.
Dado que se conoce la existencia del hallazgo, ya citado, acaecido en el siglo XVI,
al parecer en un lugar muy cercano a los de 1945, que se presenta en este mismo con-
greso y que se conoce gracias a las mas de 300 páginas conservadas en un expediente
del Archivo de Simancas, hay que plantearse si se enterraron a la vez o en momentos
5
distintos. El hallazgo del siglo XVI según el estudio de Fernández y Gamo (2019 ) esta-
ba dentro de una vasija que apareció entera, pero fue rota deliberadamente para ver su
3 Queda pendiente por tanto el realizar tareas de investigación en el Archivo General de la Adminis-
tración del Estado y en el del Instituto de Patrimonio Cultural de España del Ministerio de Cultura y
Deporte.
4 Puede consultarse este tema en el Boletín del Museo Arqueológico Nacional nº 35 de 2017 que reco-
ge la historia de todos los museos arqueológicos de España.
5 Agradezco de nuevo a Emilio Gamo y Javier Fernández que me hayan adelantado su novedoso tra-
bajo.
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contenido. Según el relato, se trataba de una olla de barro decorada con cal y una tapa-
dera de barro y plata, que podría estar indicando que la tapadera era una torta de plata
muy concrecionada y en su interior había mezcladas piezas que hoy día identificamos
como lingotes y tortas de plata y fragmentos de joyas y monedas y cuyo peso total era
equivalente a 6,4 kilos, una cantidad similar a la mitad del conjunto de los hallazgos de
1945 (que sería 6,9 kilos), por lo que podría suponerse que la composición individuali-
zada de los dos hallazgos sería similar, es decir que estarían mezcladas las distintos ele-
mentos. Es preciso mencionar que en este tesoro según destacan Fernández y Gamo hay
una pieza, posiblemente una torta, del tamaño de la palma de la mano, y que en el hallaz-
go de 1945 no hay ninguna tan grande. Se destaca igualmente en la narración que el
mayoral que arrebata el tesoro al pastor selecciona las piezas de mayor tamaño -que
posiblemente serían las tortas y cuyo color le permite decir que son plomo- y las entie-
rra en una bolsa junto a la ermita. Lo que significa que estas piezas escogidas estuvie-
ron en una ocultación secundaria por breve tiempo, y que, si no se hubiesen recuperado
entonces y se hubiesen descubierto recientemente, hoy estaríamos hablando de un teso-
ro con otras características.
Esta descripción del hallazgo del tesoro de Driebes del siglo XVI, nos recuerda a la
que Sandars (¿1917?) realizó del tesoro de Mogón I (Jaén), según la cual se contenía den-
tro de una vasija pintada ibérica pintada, que tenía alrededor del cuello tres torques, otro
caído al lado, y estaba tapada con una torta redonda, de sección plano convexa, realiza-
6
da en molde, de 1216 g de peso y 10,3 cm de diámetro . Una torta cuyo peso casi tripli-
ca el de las de mayor tamaño del tesoro de Driebes, que tienen un diámetro entre los 8 y
los 9 cm y, aunque arriñonadas, son algo informes. Sería por tanto un dato interesante el
poder contrastar como era exactamente esa tapadera del tesoro del siglo XVI y haber
podido saber si en 1945 se halló algo similar.
6 El tesoro lo componían 1280 denarios romanos y adornos personales como torques, brazaletes, cin-
tas, además de algunas piezas decoradas que servirían de apliques. La mayoría de las piezas estaban
completas, pero algunas estaban incompletas o dañadas en el momento del hallazgo.
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distintos tamaños de peso estandarizado, en el caso de estas últimas oscilan entre los 37,5
y los 457 g., a las que se suman las que están partidas en cuartos.
Tanto San Valero (1945) como Radattz (1969: 210-222, lám. 7-21) realizan un inven-
tario de las piezas. El primero cataloga y analiza por grupos, y además describe sus carac-
terísticas técnicas y, el segundo, inventaría las piezas de forma más individualizada y grá-
fica y, además se han recogido una selección de sus piezas en otras publicaciones (ej.
Barril 2002b; Otero 2002) por lo que creemos que no es preciso entrar a detallar el con-
junto (figura 1) y solo nos referiremos a algunas piezas destacadas.
Todos los objetos y monedas fragmentadas habrían perdido su valor originario como
objeto útil, simbólico o bello, por lo que al estar unidas a lingotes y tortas de plata se
supuso en un primer momento que su destino era el ser fundidos por un platero, aunque
en las dos últimas décadas se ha extendida la propuesta de que se trataba de un tesoro del
tipo que los alemanes denominan hacksilber o de plata picada. Tema sobre el que volve-
remos más adelante.
Dadas las características formales e iconográficas de las piezas del tesoro de Driebes,
estas pueden interpretarse individualmente o en su conjunto. Individualmente se puede
analizar su forma, su utilidad y su iconografía en caso de mostrar imágenes (figuras geo-
métricas, vegetales, zoomorfas, antropomorfas, etc.) susceptibles de ser analizadas en
clave simbólica; a veces la propia forma adquiere su propio simbolismo, como en el caso
de los torques. Y, llegados a este punto y como indicaba Alfayé (2008: 286) puede hablar-
se de dos corrientes analíticas, una que da prioridad al significado religioso y cosmogó-
nico de la iconografía y otra que las analiza como imagen del poder y auto-representa-
ción de una aristocracia ecuestre. Algunas de las piezas que pudieron tener un especial
significado ya perdido, se han señalado en otros trabajos, entre ellas destacamos:
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- La placa con ojos (inv. MAN1964/260) (Barril 2010: fig.3.4) se ha venido conside-
rando un objeto anatómico de carácter profiláctico, un exvoto ofrendado a una divinidad
antes o después de la gracia solicitada, con amplia representación en distintos ámbitos
culturales que incluyen el ibérico, el céltico lusitano o el galo. Sin embargo, Horn (2008:
106) considera, que ni esta plaquita de Driebes, ni la similar de Salvacañete, serían exvo-
tos anotómicos, ya que no hay otros objetos que representen partes del cuerpo humano
con ellos – al contrario de lo que, según ella indica, ocurre en santuarios claramente tera-
péuticos y curativos como los de la provincia de Jaén-. Piensa que serían una esquemati-
zación de alguna divinidad como Potnia Theron, señora de los animales, de los caballos,
que también puede relacionarse con Tanit, o bien con Ataecina, o con alguna otra divini-
dad indígena equivalente. La representación de los ojos entiende Horn que viene a ser una
parte por el todo, por ejemplo de las figuras de Potnia Theron pintadas en algunas de las
cerámicas de Elche. Pues, según explica, representar los ojos es una forma de simbolizar
una parte de la cualidad de la divinidad, una imagen frontal que implica el diálogo entre
la divinidad y el fiel y, relaciona con las máscaras sobre cáscara de huevo de avestruz de
Cartago, dedicadas a Tanit – como divinidad relacionada con la fertilidad animal y huma-
na y también protectora en la muerte-, pues tienen grandes ojos con pestañas marcadas y
también las relaciona con otras plaquitas de ojos como de Garvão (Algarve, Portugal), lo
que ya habían hecho en su momento sus excavadores en un santuario que creen dedica-
do a Ataecina (Beirão et alii 1985: 84-89, 119-120). De hecho, Horn plantea que Potnia
Theron o una divinidad similar pudo ser la del santuario de Salvacañete (Horn 2008:
108). Horn (2005: 99) clasifica a la placa de Driebes dentro de su grupo A1 y a la de
Salvacañete dentro de su grupo A3.
- La gran fíbula (inv. MAN1964/14/1) con remate en forma de cabeza masculina con
torques y casco y casco y puente con dos escenas simétricas de una cabezas de felinos
con sus patas sobre una cabeza humana y a la que San Valero (1945: 22-24) denominó
“fíbula de Hércules”, por considerarla “una representación bárbara del asunto clásico
del héroe triunfante del león de Nemea”, y a la que actualmente, en clave céltica, se le
asigna un uso primigenio en las ceremonias de paso al más allá representando a un jefe
guerrero, que lleva casco (ej. Sopeña 1995: 228), pues se entiende que el proceso de
androfagia del difunto por parte del animal salvaje contribuye a su heroización. Una ima-
gen iconográfica similar se ve también en otras piezas de orfebrería como la pátera de
Santisteban del Puerto (Jaén), que estudiaron Olmos y Griñó en esa clave interpretativa
(v. Barril 2010: 83), valorando que hay otros dos fragmentos de fíbulas similares (figura
3). Esta fíbula es seguramente la pieza más conocida de Driebes y para su realización se
utilizaron matrices muy similares a las estudiadas por Lorrio y Sánchez de Prado (2002-
2001: 32, 43, 59) halladas en Villas Viejas (Cuenca), lamentablemente, también sin con-
texto. Es una fíbula que se relacionan con otras producciones argénteas, en particular
algunas fíbulas anulares de puente de cinta repujado datadas entre finales del siglo IV y
comienzos del II a.C., que piensan salieron de talleres plateros de la Alcarria -quizás ubi-
cados en Driebes ( Cerdeño y Gamo 2014: 272; Gamo et alii 2018: 197-198). Se trata de
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una fíbula que tanto San Valero (1945: 48), como Lorrio y Sánchez (2000-2001: 67) reto-
mando propuestas de Almagro-Gorbea, consideran que se integra en el arte lateniense,
aunque como vemos también tiene evidentes rasgos mediterráneos, lo que no es incom-
patible.
- Las monedas que hemos visto estudiadas por Clarisa Millán en 1945, han sido obje-
to de revisiones por otros autores, que destacan que se han identificado 19 monedas y
hecho algunos ajustes en la catalogación que presenta Otero (2002: 274-275). De ahí se
deduce que, entre las que se pueden identificar, la más antigua es un óbolo de Massalia,
datado c. 228- 220 a.C. y las más modernas son un denario romano republicano con sím-
bolo creciente del 207 a.C. (RRC NÚ. 57/2) y otro con símbolo de cornucopia (RRC,
NÚM. 58/2) del mismo año, y que además hay un medio shekel hispano cartaginés que
se data c. 218-206 a.C.
Estas fechas son relevantes dado que en el 206 a.C. termina la dominación púnica en
la Península Ibérica, y se hace continua la presencia romana, convirtiéndose entonces
Hispania en una colonia de explotación de recursos y creándose en el 197 a.C. las pro-
vincias Citerior y Ulterior (Carrasco 2006: 30), quedando el área que nos ocupa en la
Citerior.
Aunque en Driebes hay menor número de monedas que en otros tesoros del área de
Cuenca y Guadalajara, son similares, griegas, romanas y también galas o imitaciones, lo
que llama la atención dado que no es habitual en otras áreas, y según los estudiosos de
uno de ellos, del de Armuña de Tajuña, serían todas “emisiones que sirvieron para el
pago de los legionarios, mercenarios y tropas auxiliares que participaron” en la Segunda
Guerra Púnica (Ripollés et alii 2009: 164). Estas monedas son las que proporcionan una
fecha anterior a la de enterramiento del tesoro, que sería a fines del siglo III a.C. o prin-
cipios del II a.C., según autores, como luego veremos.
- Hay otras muchas piezas que merecerían un tratamiento especial como los fragmen-
tos de torques de distintas tipologías, entre ellos un fragmento de terminal piriforme que
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puede relacionarse con el ámbito vacceo (García-Vuelta 2002: 39 y fig. 3F), otros son
cables torsionados que se relacionan con el ibérico, pero que se conocen también en otros
ámbitos como los celtíberos o lusitanos y, que también muestran distintas técnicas de con-
formación y decorativas, lo que hace que nos encontremos con cables cilíndricos macizos
con decoración grabada y otros tubulares, por tanto huecos, que los imitan en la forma con
mucho menor peso (Barril 2002 b: 271), que se conocen también por toda la península
(García-Vuelta 2002). Otras piezas destacadas serían el fragmento de recipiente con deco-
ración de palmetas estilizadas de ascendencia mediterránea (San Valero 1945:31; Gamo
2018: 57-58, fig. 14), que además está sobredorado (inv. M.A.N. 1964/4/57) y convive en
el depósito con restos de otros recipientes con decoración de granetti, cordones aplicados,
etc., entre los que se encuentra el vaso caliciforme citado más arriba.
Pero si hay dos tipos de pieza que definen el conjunto son las tortas y lingotes.
- Las tortas de sección plano convexa y forma arriñonada de Driebes (Barril 2010:
fig.3.8) son las piezas que, seguramente, mas discusión científica han merecido, ya que
su peso ha sido motivo de hipótesis. Pues las tortas de mayor tamaño pesan en torno a
455 g. García y Bellido (1999: 379) considera que es complicado establecer la base
metrológica dado que se han aislado tres valores teóricos del siclo fenicio, y considera
que estas tortas de Driebes siguen la del peso real del sistema de Cancho Roano, con un
siclo teórico de 9,5 g, que correspondería a un peso real de 9,1 g y a su mina de 50 siclos
que es de 455 g. En principio ningún autor tiene duda de que se realizaron siguiendo unos
patrones metrológicos, que los de menor tamaño serían divisores y los fragmentos divi-
sores o sólo plata picada para completar pesos según distintos autores (Galán y Ruiz-
Gálvez 1996; García-Bellido 1999; Otero 2002), lo que es uno de los principales apoyos
a la teoría de que se trata de un tesoro de hacksilber (Hildebrant 1993; en Galán y Ruíz-
Gálvez 1996: 159, 164). Tortas de plata similares se conocen en otros hallazgos como por
ejemplo en el tesoro conquense de Valeria (Rodríguez 2014: 106, fig. 4), aunque en
menor cantidad, debido quizás a la rápida dispersión de lo descubierto al repartirlo entre
los halladores y, solo posteriormente se pudo recuperar algo mas cribando la tierra del
lugar, por ello se conserva muy incompleto y del que tampoco se sabe mucho sobre cómo
“apareció en una o varias vasijas” (Gozalbes 2014: 61) en el paraje de los Galindo.
Junto con las tortas, los lingotes de plata en forma de barra constituyen la presenta-
ción de la materia prima ya fundida y con cierta estandarización. Muchos de estos lingo-
tes aparecen cizallados tanto en Driebes (Barril 2010: fig.3.6) como en otros tesoros simi-
lares, habiéndose propuesto con frecuencia que esos cortes se realizasen para comprobar
la calidad de la plata, al igual que las perforaciones en las monedas (ej. Galán y Ruiz
1996: 157; Ripollés et alii 2009: 172), pero esos cortes, también estarían iniciando el
corte para poder dividir la pieza para pagos menores (Arévalo 2014: 47 y 48) y no hay
que olvidar la propuesta de que en algunas monedas halladas depositadas en santuarios,
la perforación situada junto a las cabezas de los animales representados en las monedas
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tendría carácter ritual (Arévalo et alii 1999: 260). Sin embargo, parece que no todos los
pesos de depósitos de plata similares coinciden con el sistema metrológico de Driebes, ya
que según Bandera (2015: 230) tanto Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real), como
Armuña de Tajo (Guadalajara) girarían en torno a los 8g.
Algunos autores se refieren a los fragmentos recortados de esas tortas como “pas-
tillas de fundición” (Bandera 2015: 228), también vemos emplear el término “panes”
(Arévalo 2014: 47); son precisamente pequeños fragmentos de estas características los
que anteriormente hemos indicado que San Valero explicaba que no se habían conta-
do (Barril 2010: fig.3.7).
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También indica Delibes (2017: 330) que Raddatz en su estudio de la joyería peninsu-
lar de los siglos III al I a.C. distingue entre la joyería ibérica y la de las culturas de nor-
oeste, según predominen los objetos de plata en unos y de oro en los otros. Por ese moti-
vo, el autor alemán relacionaba a los tesoros de Palencia con los de Tivissa (Tarragona)
y Santisteban del Puerto (Jaén), y por la misma razón, él piensa que se podrían alinear
con los oretanos de Santisteban del Puerto y Mengíbar (Jaén) y los celtíberos de Driebes
y Salvacañete. No olvidemos que, como se ha indicado antes, entre los fragmentos de
plata de Driebes, figura algún terminal del tipo de los de los torques de Palencia o
Arrabalde de los que no se conocen ejemplares en los valles del Tajo ni medio y bajo del
Ebro -lo que sería tema de otro trabajo- y que en efecto García-Vuelta (2002: 38-40)
engloba bajo el término “torques celtibéricos”, los de dichas procedencias conjuntamen-
te. Pero, por esas razones no debemos circunscribirnos solo a un territorio nuclear y es
conveniente que para analizar los datos y buscar relaciones, conozcamos a los pueblos de
alrededor y determinar si estamos ante cambios y creaciones autóctonas o productos de
intercambios comerciales y, por tanto, determinar si, por ejemplo, las cerámicas jaspea-
das halladas en territorio vettón eran autóctonas o llegaron desde la Carpetania, como
parece que ser así se documenta (Cerdeño y Gamo 2014: 271) al plantearse esa visión
analítica.
En relación con esta idea de las definiciones étnicas en la antigüedad, Alfayé, al estu-
diar los espacios de culto y los rituales, reflexiona sobre las dificultades para que la prác-
tica arqueológica interrogue por la cronología y la evolución de los espacios sagrados, los
contextos del ritual y cito textualmente, opina que “Además, resulta discutible la equipa-
ración de una cultura material arqueológica con una adscripción étnica antigua de
carácter exógeno, ello no por hablar de las problemáticas convenciones terminológicas
modernas con los que definimos lingüísticamente esas comunidades como grupos indo-
europeos, celtas o ibérico” (Alfayé 2012: 310). Se refiere también Alfayé a la diacronía
de muchas interpretaciones de manifestaciones religiosas conocidas en época ya romana
que pueden, en efecto, considerarse una evolución de otras anteriores. En la misma línea
se expresaba Arenas (2010: 88), indicando que el problema es que debía haber diferen-
cias entre la religión de los celtíberos prerromanos y los celtíberos romanizados, pero que
se buscan lo que conocemos de los segundos y que hay que aprender a buscar espacios.
Alfayé plantea que esas actuaciones sin medida pueden llevar al peligro de la “pul-
sión indigenista”, ya que realmente desconocemos si había una religión celtibérica, una
religión vaccea…, todas las cuales se venían agrupando para su estudio en una laxa “reli-
gión de la Hispania indoeuropea” que agrupaba lo que no era ibérico, y que ahora en las
poblaciones contemporáneas se intenta buscar identidades locales diferenciadoras y
luego, recrear, en lo que podría considerarse un renacimiento del “celtismo popular”, en
gran parte para atraer turismo, pero que de cualquier forma refleja la “importancia de la
religión como sistema de comunicación en la Hispania indoeuropea”, y la importancia
que se percibe que tuvieron los espacios y las prácticas ceremoniales durante la Edad del
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Hierro (Alfayé 2012: 323-329). Sobre ello y la relación del tipo de hallazgos y los espa-
cios volveremos más adelante.
Cuando los tesoros los componen objetos de adorno personal, monedas o recipientes,
suele deducirse que, esas acumulaciones eran los bienes seleccionado para ocultar y res-
catar en un futuro próximo. Por una familia, con el tesorillo del Raso de Candeleda
(Ávila) como ejemplo (Fernández 1979), una entidad pública, como se ha pensado con
dudas que podrían ser algunos de los tesoros vacceos de Palencia e incluso el de Driebes
(García-Bellido 1999: 383) o los responsables de un santuario, como se plantea para el
conjunto de los platos de Abengibre (Albacete) (Olmos y Perea 1991) o el tesoro de
Salvacañete (Cuenca) (Arévalo et alii 1999). Otros tesoros se piensa que se enterraban
para recuperarlos pasado un tiempo de purificación, como algunos del Bronce Final,
entre ellos el de Berzocana (Galán y Barril 2009: 25-26, 30). Otros depósitos tendrían
voluntad de permanencia, ya que se retiran del santuario para depositarlos en una favis-
sa, un pozo o fosa ritual, como en El Amarejo (Albacete) donde se iban lanzando objetos
(Sanz 2006: 57) o como en Garvão (Portugal), donde se entierran en una sola ocasión
acompañando el traslado de una gran ceremonia (Beirão et alii 1985). Y esa misma
voluntad de depósito permanente tendrían los amortizados en una sepultura, y ese es el
contexto que se venía proponiendo para el tesoro de Aliseda (Cáceres), pero, actualmen-
te se plantea que pudiese ser el conjunto de joyas de una pareja, mujer y hombre, de alta
alcurnia o sacerdotal que se utilizarían en ceremonias especiales e identificasen a una
familia con poder (Rodríguez et alii 2017 b). Y una vez presentado este panorama debe-
ríamos poder responder de forma segura cual era la función de los tesoros de Driebes. La
respuesta no es sencilla.
Como hemos visto García-Bellido proponía con dudas que el tesoro de Driebes pudie-
se ser erario público, pero no tenemos datos. Además lo aparecido en 1945 está confir-
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mado que eran dos hallazgos y además hay un tercero que se descubrió en el siglo XVI.
Nos encontramos con un dilema, ya que los tesoros están compuestos de piezas que tuvie-
ron un simbolismo individual en su origen, que han perdido al pasar formar parte del ate-
soramiento que se ocultó, surgiendo la incógnita de para qué, quién y cuándo lo hizo.
Porque no parece probable que tres personas o grupos de personas coincidan en el mismo
lugar para enterrar y esconder un tesoro, salvo que en un solo acto de ocultación se divi-
dan en tres (o mas) las posesiones para manejarlas y protegerlas mejor, pues se ha calcu-
lado que cada hallazgo pesaba algo menos de 7 kg.
Las primeras opiniones sobre la finalidad del tesoro consideran que era un depósito
de platero, con piezas obsoletas y de materia prima destinadas a la refundición para crear
nuevas joyas como San Valero (1945: 11) y Lorrio y Sánchez (2000-2001: 38), en el que
no vamos a profundizar.
Una segunda interpretación del conjunto, quizás la más aceptada actualmente, es algo
más compleja, y es la que lo identifica como Halksilber, plata picada, cortada o trocea-
da. Denominaciones para indicar que se trata, no de un conjunto de objetos de adorno per-
sonal y vajilla, con una función propia en si mismos, sino que es un conjunto de frag-
mentos recortados o achatarrados, de monedas fragmentadas o con marcas de partición y
de lingotes y tortas de plata de distintos tamaños que se suponen resultado de la fundi-
ción de elementos como los anteriores. Esta denominación de Hacksilber, sigue la termi-
nología alemana. Se conocen ejemplos ya en Mesopotamia, en el siglo XXXIV a.C., lle-
gan a época histórica medieval con uso pleno de la moneda (Otero 2002: 276) y a lo largo
del Mediterráneo durante el primer milenio (ej. Martínez y Almela 2015). Este tipo de
tesoros, se consideran una forma de pago premonetal, pues se utilizarían como dinero,
pues la moneda aunque se conocía no se utilizaba como tal, sino como plata en bruto
(Arévalo 2014: 44-45), un conjunto en el que cada fragmento valdría lo que su peso indi-
case y se utilizaría como elemento de pago en intercambios comerciales y, tendrían valor
tanto por sí mismos, como para completar pesos mayores. Sería el caso de Driebes, pero
también de otros hallazgos similares aparecidos en áreas cercanas como los de Armuña
de Tajuña (Guadalajara) y Valeria (Cuenca), o el de Villarrubia de los Ojos (Ciudad Real),
ya citados. Aunque en este último caso Chaves y Pliego (2015: 185-186) prefieren hablar
de “conjunto” y no de “tesoro” ya que al parecer sus componentes aparecieron dispersos
por el área y no concentrados y, relacionan a los usuarios de ese dinero con auxiliares ibe-
ros procedentes del NE hispano con aportes campanos.
García-Bellido (1999: 378 fig. 9, 379) pensaba que el tesoro de Driebes está “com-
puesto en su mayoría por argentum infectum, en barras y tortas preparadas para conver-
tirse en joyas o vajilla o para su comercialización, pues los pesos parecen ajustarse con
mucha precisión al de Cancho Roano”, como ya hemos explicado anteriormente. Se trata
de una propuesta factible, que entendemos que compagina la idea de que se trataba de un
depósito platero y la de plata picada.
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Sobre las opiniones de que el tesoro pudo tener un carácter votivo hay también varias
propuestas, que tienen relación con el paisaje natural donde se enclava, la recurrencia a
varios tesoros en el mismo lugar o la presencia de objeto con carácter votivo o ritual
intrínseco, pese a que de lo antedicho se deduce que su presencia en el depósito forma
parte de una segunda vida de dicho objeto.
Horn (2008: 106) considera que los tesoros de Salvacañete y Driebes son muy simila-
res entre sí, y que ambos serían cultuales, que podrían estar en relación, por ejemplo, con
la favissa de Garvão. No hay que olvidar que los propios excavadores dan importancia a
esa relación formal de las placas de ojos y alguna otra pieza de ambos tesoros con los de
la favissa (Beirão et alii 1985: 119-120) y añade Horn que hay un problema cronológico
dado que ambos tesoros tienen piezas y monedas con amplia cronología y difieren algo
entre sí en este aspecto, dando como fecha para Salvacañete entre los finales de los siglos
III a.C. y el II a.C. la autora parte para ello de su estudio sobre las placas de ojos de estas
procedencias que hemos visto considera son símbolo de una divinidad no un exvoto.
Hace unos años planteé que el hecho de que el tesoro de Driebes fuesen en realidad
dos hallazgos, sumado al espacio natural de procedencia, podía llevar a plantear que estu-
viésemos ante depósitos votivos (Barril 2010: 77), debido a las similitudes del paisaje y
la coincidencia en el mismo espacio de varios tesoros con algunos hallazgos en el área de
Sierra Morena, aunque de cronología casi un siglo más moderna, en concreto nos referí-
amos a las circunstancias de los tesoros de Mogón (cuya composición se ha descrito ante-
riormente).
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Sandars que entregó un tesoro al M.A.N. publicó el hallazgo y explica; sobre el des-
cubrimiento del tesoro de Mogón I: “En lo alto de esos repechos, que arrancan al nivel
del río, por detrás de Mogón, para encumbrarse luego formando unos rellanos... A poca
distancia del segundo rellano, o sea, el de en medio, y por mera casualidad, encontróse
un tesoro oculto bajo un montón de piedras (la cruz señala el lugar). Y es cosa digna de
notarse, que ya son varios los encontrados casi en el mismo sitio, poco más o menos, en
que fue este descubierto el que aquí describo. La razón de esa coincidencia no acierto a
explicarla claramente. Ya dije que aquel sitio está contiguo a Guadalquivir…”. Continúa
hablando de fuentes de aguas medicinales cercanas y más datos del entorno que ya se
conocerían al comienzo de la presencia romana (Sandars ¿2017?: 8). Este tesoro de
Mogón I contiene piezas unas completas, otras troceadas, que se datan entre finales del
siglo III y finales de II a.C. y 1216 denarios republicanos en uso, el más moderno de ellos
de 101 a.C., por lo que se piensa que fue ocultado en la primera década del siglo I a.C.
La descripción resulta interesante y describe una ubicación similar a los hallazgos de
Driebes, aunque hay que decir que, por documentación conservada en el Archivo General
de la Administración, sabemos que dados los precedentes en la zona se estaban llevando
a cabo rebuscas sistemáticas para hallar monedas y tesoros y había acusaciones de lo que
hoy denominamos delito de expolio (Barril 2008: 307-311).
En cuanto al paisaje de Driebes, es posible que hubiese cerca otro lugar con connota-
ciones religiosa, el manantial de Lucos, de donde partiría el acueducto romano del Cerro
de la Virgen de la Muela pues el término que relaciona con la voz latina de “lucus” o bos-
que sagrado, bosque o claro del bosque (Gamo 2018: 254).
7
Por otro lado, la existencia de depósitos considerados con fines rituales y de culto con
materiales metálicos: armas, útiles, vajilla, etc. por razones no siempre conocidas se esta-
7 Cuando se habla de depósitos se entiende que son acumulaciones de objetos realizados con alguna
finalidad, preferiblemente en metal, ya sea cobre, bronce o hierro, lo que incluiría a los tesoros, de
metales preciosos, pero también pueden ser materiales cerámicos con especiales características.
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blece desde el Bronce Final. Relacionándose con el paisaje donde se hallen, especial-
mente si se trata de zonas de paso en vías de comunicación, áreas fluviales (ríos, lagos,
manantiales…), cuevas, roquedos u otros lugares singulares del paisaje. Son un refe-
rente los depósitos o tesoros con adornos personales de oro y/o plata, en cuya compo-
sición entran torques, un objeto simbólico en sí mismo y cuya ofrenda a los dioses se
documenta tanto en las fuentes escritas romanas, ya desde finales del siglo III a.C.,
como a través de la arqueología, que documenta esas ofrendas en lugares próximos a
elementos acuáticos o en zonas montañosas según recoge Marco Simón (2005: 71-
72). Este mismo autor considera que las ofrendas serían un complemento a los sacri-
ficios que se realizasen a una divinidad y destaca que este comportamiento es mucho
más escaso en las áreas rurales del centro de la Hispania indoeuropea que en el nor-
oeste, y que ello puede deberse bien a que no les interesase ese tipo de culto o a una
razón económica, y añade que los depósitos con monedas también parecen tener un
carácter votivo, citando Salvacañete como ejemplo (Marco 2005: 321).
Estudios sobre los depósitos cultuales son los realizados por Gabaldón (2004), cen-
trados en el antiguo Mediterráneo y el mundo celta, quien diferencia entre los depósi-
tos de armas defensivas y cascos en santuarios griegos y los depósitos de armas ofen-
sivas en los itálicos y etruscos y por Graells et alii (2014), centrado en los depósitos
de armas y cascos de la Península Ibérica, que vamos a resumir como punto de com-
paración de las circunstancias que los rodean. Los autores indican que estos depósitos
votivos tienen su fluorit durante la Edad de Hierro, con casos conocidos en la Grecia
arcaica, la Península Itálica y la Europa céltica, tanto en la Primera Edad del Hierro
como en época de La Tène, donde hay muchos más fenómenos atestiguados).
Interpretándose, especialmente en Grecia, que la mayoría de estos depósitos ofrecidos
a los santuarios eran spolia hostium, es decir despojos de guerra, y en menor medida
donaciones de armas personales de un guerrero (Gabaldón 2004: 378; Graells et alii
2014: 196-197).
Estos últimos autores recogen los casos de depósitos de armas con cascos y su pre-
sencia en santuarios y los de solo armas, agrupándolos según sus contextos fluviales,
en poblados y en espacios naturales no acuáticos. En el caso de las armas arrojadas a
los cursos de agua, de la que hay abundantes ejemplos en la Europa central y occi-
dental, menos en la Península Ibérica, se supone que son un tributo a una divinidad
guerrera o práctica mágicas o apotropaicas para propiciar la victoria o la protección
en el combate, hay además otras hipótesis, según el área geográfica donde se desarro-
lle o sobre si eran los propietarios quienes los arrojaban o bien eran trofeos de com-
bate, aunque los autores se decantan por los propietarios (Graells, Lorrio y Quesada
2014: 204). En nuestro ámbito mencionan entre otros a La Fuentona en la provincia
de Soria y a la Fuente Redonda (Uclés, Cuenca), con culto conocido en época roma-
na, y donde los cultos se relacionaban con la fertilidad.
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Si nos hemos extendido en este punto es debido a que los autores del estudio sobre
los cascos de Aranda del Moncayo, se plantean una serie de puntos de discusión que
son extrapolables a otros depósitos o tesoros, entre ellos los que son motivo de este
trabajo. Y en especial, porque Alfayé (2019: 47) se inclina por la opción de conside-
9
rar a los “tesoros celtibéricos” de los siglos II-I a.C. depósitos rituales, antes que
escondites de platero u ocultaciones de bienes familiares/colectivos en tiempos de
inseguridad y que el problema es la falta de datos sobre las circunstancias de los
hallazgos. Esta autora precisamente se refiere a que el depósito de monedas de
barranco de San Cabrás, Liria (Soria) y el de piezas fragmentadas y “plata picada”
de Driebes (Guadalajara) aparecieron entre los huecos y grietas de roquedos a cuyos
pies discurrían sendos cursos de agua. Y, relaciona ambos con el depósito de la vein-
tena de cascos hispano-calcídicos de Aratikos, en Aranda del Moncayo (Zaragoza), ya
estuviesen “encajados en las grietas” de la ladera exterior del oppidum, cerca de las
que hay una surgencia, o estuviesen en un edificio monumental con el que se relacio-
naría la fuente, delante de la puerta principal. Alfayé se plantea si esa proximidad a un
contexto acuático y a un roquedo, pudieran ser coincidencias topográficas que tuvie-
8 Se trata de los cascos de la colección Axel Guttmann que fueron expoliados del yacimiento.
9 El entrecomillado es de Silvia Alfayé.
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sen una lógica ritual celtibérica, pero como hemos visto al explicar la situación de los
tesoros de Mogón hay también coincidencias.
Sin embargo, el tesoro de Valeria, que también hemos visto que según las imprecisas
informaciones pudo estar en una o varias vasijas, no estaría en ladera sino en la parte
superior aterrazada del cerro, frente a la ciudad romana y junto a donde se plantea que
10
estuviese la Valeria indígena .
Cronología
Al igual que sobre la función del depósito de Driebes hay discusión científica, tam-
bién la hay sobre su cronología. Aunque todos los autores coinciden en que los fragmen-
tos de piezas corresponden a piezas de distintas cronologías, y que son las monedas las
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que pueden marcar la fecha ante quem, pero dado que estas se hallan en el conjunto sin
su valor monetal por hallarse partidas y/o perforadas, la discusión se presenta en torno al
tiempo transcurrido desde su pérdida de uso a su incorporación al depósito y a su poste-
rior ocultación. Por ello hay un intenso debate acerca de la cronología y función de la
ocultación de Driebes un resumen del cual recogen Gamo y Fernández (2018: 197), y
sobre el que exponemos varias de las propuestas.
Como se ha explicado, el primer estudio fue el realizado por Clarisa Millán en 1945
que corrobora San Valero (1945: 61-62), y según esa propuesta se habría ocultado por las
circunstancias provocadas por la conquista de Sertorio en la Provincia Citerior entre el
año 77 y el 74 a.C. Raddatz (1969: 222) opinaba que el ocultamiento habría sido anterior,
al igual que el de Valeria.
Pero desde entonces, se están realizado nuevos estudios sobre nuevos tesoros de simi-
lar composición aparecidos en las provincias de Guadalajara (el de Armuña de Tajuña) y
en la de Cuenca (el de Valeria, con las piezas de la Casa de la Moneda, el perdido de la
provincia de Cuenca y que Gozalbes asegura se halló en Mohorte y el denominado X-4),
Ciudad Real (Villarrubia de los Ojos) (Chaves y Pliego 2015) o Valencia (Plana de Utiel)
(Gozalbes 2014: 62; Rodríguez 2014: 96), así como otros que también recogen Chaves y
Pliego (2015: 107-155). El resultado es que hay varias propuestas sobre las fechas de
ocultación de algunos de ellos. Isabel Rodríguez Casanova propone que, al menos el de
Valeria, se ocultó en un momento muy similar al de Driebes, pues la moneda más moder-
na es también del 207 a.C., por lo que se podría estar hablando de tesoros escondidos a
fines del III a.C. en relación con la Segunda Guerra púnica (218- 201 a.C.), hacia el 200
a.C. (Rodríguez 2014: 100), pese a conocer que otros autores los sitúan a comienzos del
II a.C. en relación con la campaña de Tiberio Sempronio Graco (180-179 a.C.) para
someter el territorio de la Celtiberia, como es el caso de Gozalbes (2014: 64) y Alicia
Arévalo (2014: 44). Esta última autora, sintetiza el texto de Livio que se refiere al botín
hispano “llevado a Roma en el 180 a.C. incluía 124 coronas de oro, 31 libras de oro,
plata sin acuñar y 173.000 piezas de argentum Oscense”. Piensa la autora que la proce-
dencia de ese botín pudo ser variada y buena parte quizás de la Carpetania. No obstante,
Francisco Marco Simón explica el uso del terror como estrategia del ejército de la
República de Roma para conquistar a las poblaciones que se arrasaban y a cuyos habi-
tantes se deportaba, se mataba o se amputaba miembros, lo que en palabras de Livio
(XXVIII, 20, 7) era delere memoriam hostium sedis, es decir, destruir la memoria del ene-
migo al destruir sus sedes (Marco 2006: 208-209) y buscando no solo botín, sino también
gloria en el caso de la conquista de Hispania, dado que ese botín hispánico citado, tam-
bién según Livio parece que era más pobre que el obtenido en otros lugares entre el 201
y el 167 a.C. (Marco 2006: 210).
Es lógico que si se poseía plata, dinero, se quisiera ocultar y en esa línea M Paz
García-Bellido en 2007 retoma su propuesta, planteada casi dos décadas antes, que vin-
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cula los ocultamientos con las campañas de pacificación posteriores a la Segunda Guerra
púnica, llevadas a cabo entre 186-185 a.C. por los dos pretores C. Calpurnio Pisón y
L.Quinctio Crispino contra los campamentos enemigos situados en la Carpetania, ya que
en el citado tesoro de la provincia de Cuenca (el que Gozalbes dice es de Mohorte) apa-
recen monedas de 192 a.C. y otros tesoros similares serían del mismo horizonte históri-
co (García-Bellido 207, 217-221, en Arévalo 2014: 44). No todos los tesoros tienen que
haberse ocultado en las mismas fechas.
Conclusiones
El tesoro de Driebes, compuesto de dos grupos de piezas de plata y ahora sabemos
que de un tercero, fue el primero de los hallazgos estudiados de lo que se ha venido en
considerar primero “depósito de platero” y llamar hacksilver en el área Guadalajara-
Cuenca, con extensiones hacia Ciudad Real y la Comunidad valenciana, ninguno de ellos
en excavación reglada, y algunos desaparecido en el mercado, perdiéndose para el gran
público. Fue una fortuna para la investigación arqueológica que se pudiese recuperar y
estudiar en su momento, por lo que ha servido de referencia para otros hallazgos poste-
riores similares, pese a que no se pudo obtener mucha información de las circunstancias
de su hallazgo que serían básicas para poder deducir sin dudar en qué momento, quién y
por qué los ocultaron.
El contenido del tesoro, al igual que del resto de tesoros de plata picada halladas en
el mismo área con fragmentos troceados de torques, brazaletes, pequeños recipientes, tor-
tas, lingotes y monedas, es anterior a 207-206 a.C., la fecha más moderna d las monedas,
lo que indica que se hizo con posterioridad a esa fecha, que tras el primer estudio de
Clarisa Millán situándolo a en el marco de las guerras sertorianas, por considerar que las
monedas habían ido perdiendo su valor monetal parcialmente, actualmente, la mayoría de
los investigadores sitúan el ocultamiento, tras finalizar la Segunda guerra púnica, unos
inmediatamente, otros ya entrado el siglo II a.C. durante otras campañas, presuponiendo
que se trataba de razones de seguridad.
Quizás no haya mucha diferencia entre ocultar un tesoro para que no se convierta en
botín del enemigo o depositarlo mediante ceremonias rituales para solicitar a la divinidad
que evite el peligro o agradecerle que lo haya hecho.
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Figura 1- Selección de piezas del Tesoro de Driebes: Placa de ojos, Fragmentos de torques monedas,
fíbulas, láminas lisas y decoradas, recipientes, lingotes y tortas (fotografía M.A.N.).
Figura 2- Vaso caliciforme inv. MAN 1964/14/433, según San Valero (1945; lám. XIII,3) y según foto-
grafía M.A.N.- Departamento de Protohistoria y Colonizaciones.
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Figura 4. Detalle de la vitrina con el Tesoro de Driebes en el Museo Arqueológico Nacional (fotogra-
fía Magdalena Barril).
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9.- Interpretaciones acerca de la funcionalidad del tesoro de Driebes (Guadalajara)_congreso caraca 06/11/2019 14:16 Página 188
10.- Hallazgo de un tesoro de plata de época de Felipe II en Druiebes (Guadalajara)_congreso caraca 06/11/2019 14:21 Página 189
1
Javier Fernández Ortea
2
Emilio Gamo Pazos
189
10.- Hallazgo de un tesoro de plata de época de Felipe II en Druiebes (Guadalajara)_congreso caraca 06/11/2019 14:21 Página 190
Todavía pudimos localizar un tercer documento relativo al pleito entre el padre del
joven pastor del hallazgo, Martín Sánchez, y la marquesa de Mondéjar, doña Catalina de
Mendoza: “Martín Sánchez vecino de la villa de Mondéjar por mi y por Alonso mi hijo
en el pleito de la plata que se hallo en el termino de Drieves jurisdiçion de la dcha villa.
Digo que el dcho Alonso mi hijo se hallo la dcha plata y la descubrió que andava guar-
dando ganado de Pedro Perez vecino de Drieves y llamo al pastor para que lo viese y
dixese lo que se avia de hazer porque el dcho Alonso mi hijo es zagal de poca edad y de
aquí se dio noticia a la justicia y se hizo el deposito de la dcha plata que ahora esta de-
positada ante v.alt y por su mandado y el dcho mi hijo y yo somos muy pobres y pues que
Dios quiso dar aquella ventura al dcho Alonso mi hijo de que se hallase por su medio se
le debe dar el premio que la lei dispone que la mitad o la quarta parte // Pido y suplico
a v. alt. Pues que consta del proceso lo susodicho mande que se me de el dcho premio
pues que es de justicia y sea gran merced y limosna y para ello escribo” (AGS CJH.368-
5). Afortunadamente el pleito completo también se conservaba en el propio Archivo
General de Simancas, “El marqués de Mondéjar sobre cierto tesoro” (AGS Hacienda
831-6). Se trata de un documento de 722 folios donde aporta todo lujo de detalles.
3 Queremos agradecer a Doña Isabel Aguirre Landa (Jefa del Departamento de Referencias, Archivo
General de Simancas) su ayuda en la localización de esta documentación
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Contexto y protagonistas
Para enmarcar el conflicto nos referiremos al escenario, los protagonistas y su po-
sición socioeconómica, elementos que nos mostrarán claves para comprender el desarro-
llo y desenlace de los acontecimientos.
Los territorios del sector suroeste de Guadalajara, entre los ríos Tajo y Tajuña, per-
tenecían a la provincia Calatrava de Zorita, con las encomiendas de Zorita, Almoguera,
Auñón y el Collado de Berninches (Mejía et alii 2007: 44). Almoguera tenía sus térmi-
nos fijados desde 1124, momento en que se agrupan Almoguera, Mazuecos, Driebes,
Brea, Mondéjar, Albares, Pozo de Almoguera, Fuentenovilla y algunos despoblados.
Almoguera dependía ya de la Corona en 1258, fecha en que el monarca, Alfonso X, remi-
te una carta al Consejo. Poco después, en 1263 reciben su propio Fuero Real (Ballesteros
1985: 979). En 1344 el rey Alfonso XI troca con la Orden de Calatrava Caba y Saravia
por Almoguera y su tierra, pasando a depender de los frailes (Ballesteros 1985: 981). Se
conoce una ejecutoría de 1504 por la que Almoguera conseguía que Driebes siguiera
siendo aldea al denegársele el villazgo (Ballesteros 1985: 986). La administración de la
encomienda no debió ser demasiado rigurosa pues en la visita del Cabildo de Santa María
de Agosto de 1534 a la aldea de Driebes los visitadores constataron que no existía un libro
de cuentas, siendo los mayordomos los que tenían sus propias anotaciones de forma habi-
tual, razón por la se ordenó uno para la parroquia (Fernández et alii 2001:423). En 1538
se vende la encomienda de Almoguera y su tierra a cambio de 17.778.556 maravedíes a
Luis Hurtado de Mendoza, segundo marqués de Mondéjar (Mejía et alii 2007: 44). Cabe
citar que la nobleza de Mondéjar ya había ejercido cargos de relevancia en el organigra-
ma jerárquico calatravo con el linaje de los Carrillo. Fueron cuatro: a inicios del siglo XV
Lope Carrillo ocupó la encomienda de Caracuel, Alonso Carrillo –bastardo del señor de
Mondéjar Juan Carrillo– se ocupó de la encomienda de Maqueda, ambos culminaron su
vida como comendadores mayores. Gonzalo Carrillo, hermano del citado señor de
Mondéjar fue comendador de Guadalerza. Entre 1434 y 1469, Pedro Carrillo fue sucesi-
vamente comendador de Moratalaz y de Piedrabuena (Rodríguez-Picavea 2007: 717).
Las relaciones topográficas de Felipe II (1575) en su capítulo décimo aborda la situación
de la Casa de Mondéjar en Driebes: “que la gobernación deste pueblo esta puesta por el
Marqués de Mondéjar, y que esta y reside el Gobernador en la dicha Villa de Mondéjar”.
Respecto a la actividad económica, a mediados del siglo XVI la mitad del territorio
era empleado por pastizal, comenzando a declinar en favor del sector agrícola. Existía
una mancomunidad de pastos desde el siglo XVI, atravesada por las vías pecuarias de
Soria a Extremadura y Andalucía (García-Abad 1998: 41). La mancomunidad, de origen
muy remoto, se adhirió a la Corona de Castilla en 1506 por Bula Pontificia dada por
Clemente VIII. Se constituyó a partir de una Real Ejecutoria ganada en 1571 por los pue-
blos de Almoguera, Brea, Pozo, Albares, Mazuecos y Driebes, que constituían entonces
la llamada provincia de Almoguera, confirmada en 1592 (García-Abad 1998: 41) hasta
1818. Todos los acuerdos acerca del aprovechamiento de los pastos se celebraban bajo la
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presidencia del alcalde de Almoguera, nombrando cada villa su comisionado para aten-
der los intereses de su población (Madoz 1845: 166). El proceso de cambio de un sector
predominante ganadero a uno agrícola se atiende en la respuesta cuarenta de las relacio-
nes topográficas de Felipe II donde se dice: “que avia y ay en el dicho lugar, cinquenta
labradores de a un par de mulas, y los demás son trabajadores, y que no ay ninguno hijo
dalgo”. El cambio de modelo productivo puede rastrearse en el paisaje a través del aban-
dono de chozos de pastor, corrales y abrevaderos (García-Abad y Rodríguez 2013).
La situación del zagal que halló el tesoro era muy humilde, ni siquiera era dueño de
las cabezas de ganado que trasladaba, propiedad de un vecino de Driebes. Su padre,
Martín Sánchez, les autodefine como muy pobres. Pese a su condición sencilla tienen el
atrevimiento de solicitar el socorro real y acuden a la justicia para reclamar la recompensa
que marcaba la ley en los casos de hallazgo de tesoros. Desconocemos quien pudo aseso-
rar a estos iletrados para presentar su pleito, donde demandan: “se le debe dar el premio
que la lei dispone que la mitad o la quarta parte” (AGS CJH.368-5).
La otra parte implicada, cambia a medida que evoluciona el pleito. En primer lugar es
Catalina de Mendoza, primera esposa del señor de las tierras donde se halló el tesoro, el
IV marqués de Mondéjar, el ausente don Luis Hurtado de Mendoza, prisionero de Felipe
II. A partir de 1600 el pleito se refiere al propio marqués y consortes –doña Beatriz de
Cardona–. La etapa de esplendor de los marqueses de Mondéjar viene de 1492 a 1570,
ocupando de forma ininterrumpida el cargo de alcaide de la Alhambra. Este papel de
gobernadores de la Alhambra y del reino granadino hizo que residieran con preferencia
en la ciudad de los nazaríes cuando no en el palacio hecho construir en su villa de
Mondéjar, habitando sólo de cuando en cuando sus casas principales de Guadalajara
(Layna 1942: 54). En 1730 José Ibáñez de Segovia, cronista familiar, sería el último titu-
lar de la Casa (Jiménez 2005: 345). Don Luis Hurtado de Mendoza nació en 1543 en
Granada, siendo el primogénito de Íñigo López de Mendoza y doña María de Mendoza
y Aragón. Ejerció el cargo de alcaide de Granada desde 1562. Estando a cargo de la
Capitanía General de Granada se produjo el levantamiento y sublevación de los moriscos
de 1568, sofocando el motín en el barrio del Albaicín mientras su padre hacía lo propio
en las Alpujarras. Fallecido el marqués don Iñigo, hereda el marquesado de Mondéjar y
acude a la guerra de Portugal para defender los intereses dinásticos de Felipe II, quien
reclamaba el trono para sí. A su vuelta a Granada el panorama será muy diferente al recaer
el cargo de capitán general en 1570 a su enemigo Pedro de Deza, a quien llegó a amena-
zar de muerte (Jiménez 2000). Don Luis, hombre iracundo y de temperamento violento,
carecía de las habilidades políticas y negociadoras que habían adornado a sus anteceso-
res y protagonizó una serie de incidentes por los cuales fue procesado y encarcelado en
el castillo de Chinchilla (Jiménez 2005:358). Los hechos fueron narrados de la siguiente
forma por Gaspar de Segovia: “El marqués de Mondéjar don Luis de Hurtado de
Mendoza (…) hallando en el servicio del rey algunas personas en plazas considerables,
y en oficios de confianza, y que no procedían como estaban obligados, puso la mano en
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estas cosas para remediarlas, procediendo jurídicamente y de los cargos resulto castigar
algunos, y quitarles la ocupación en que estaban, proveyendo a otros en sus oficios; y de
esto se ocasionaron en Granada pendencias y alborotos (…)” Quejándose los agravia-
dos en torno a la figura de don Miguel de León, dieron cuenta al rey quien: “que con tes-
tigos falsos, y otros modos bien extraordinarios se averiguaron, y juzgó su majestad que
el marqués estaba culpado en algunas muertes, y heridas que en Granada sucedieron;
por lo cual le mandó prender” (García 2015: 381). Posteriormente, según refiere el capí-
tulo XIII de Gaspar de Segovia, don Miguel de León declaró la falsedad de sus acusa-
ciones por descargo de su conciencia ante su inminente ejecución por otras fechorías.
Cabía deducir la liberación del presidio de don Luis de Hurtado ante esta confesión, pese
a ello: “la majestad de Felipe segundo quedó satisfecho, y confuso de entender lo que
pueden maquinaciones, y humanas trazas, pero no le mando soltar de la prisión siguien-
do en esto alguna razón de estado: y estuvo preso hasta que sucedió en esta monarquía
el rey don Felipe el tercero su hijo que luego al punto le mando sacar de ella” (García
2015:382). “Felipe II mantuvo a Don Luis de Hurtado en prisión con el excesivo gasto
de las guardias que le asistían, y el desperdicio consiguiente al embargo, y secuestro de
sus estados, y bienes que duró hasta fines de julio de 1589, según se reconoce del decre-
to siguiente de la marquesa doña Catalina su mujer” (García 2015: 383). Liberado el IV
marqués de Mondéjar: “Ya habiendo venido a la corte a besarle la mano (a Felipe III) se
conservó en ella hasta su muerte sucedida en Valladolid, entonces se hallaba a 4 de
noviembre del año 1604; desde donde fue traído su cuerpo a Mondéjar a enterrar en la
capilla mayor del convento de San Antonio de la orden de San Francisco de la misma
villa, con los de su padre y abuelo” (García 2015: 383). La fama colérica de Luis de
Hurtado, aunque instrumentalizada por la intercesión de sus enemigos, fue la causa de su
desgracia: “lo que el marqués hizo siendo conde de Tendilla fue mandar castigar con su
autoridad por mano de sus criados algunos desaires que personas particulares de
Granada le hicieron, de donde se tomó ocasión a las quejas y memoriales. (…). Una vez
liberado y “para que se entendiese mejor su verdad, y la pasión de los que le habían capi-
tulado hizo que se averiguase algunas muertes, y delitos que en Granada sucedieron de
que le hacían cargo por personas que habían servido en la casa del marqués en los ofi-
cios más humildes de ella; y así le obligó a poner la mano, y hacer diligencia para que
se supiesen los agresores; y averiguado los hacía castigar severamente, confesando en
los testamentos que el conde de Tendilla no era culpado en ellos; con lo cual se acabó
de entender la verdad y se traía en Granada un refrán: En fucia del conde, no mates al
hombre” (García 2015: 382). Esta voz se tornó muy popular, atendiendo a que en con-
fianza de valedores no se obre nunca mal, pues además de sufrir el peso de la ley no siem-
pre pueden proteger a sus siervos (Terreros y Pando 1787: 191).
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hija de los duques de Pastrana (García 2004-2005: 56). Casó en segundas nupcias en
1600 con doña Beatriz de Cardona y Diatristan, hija del mayordomo mayor del
Emperador, y de doña Margarita de Cardona (Sandoval 1600: 403). No tuvo sucesión el
marqués de este segundo matrimonio y viuda la marquesa se conservó en Madrid, donde
a 29 de Octubre del año 1614 tomó el patronato perpetuo del convento del Corpus Christi
de monjas carmelitas descalzas de Alcalá de Henares. En virtud de ello entró como reli-
giosa en ese convento donde acabó su vida con gran ejemplo, y opinión de su singular
humildad, y virtudes heroicas (García 2015: 385). La muerte sin sucesor del cuarto mar-
qués en 1604 provocó un sonado pleito sucesorio entre su hermano, el viudo Almirante
de Aragón, Francisco de Mendoza y Mendoza, y su sobrino, Íñigo López de Mendoza,
hijo mayor de su otro hermano el embajador Íñigo López de Mendoza (De Paz 2002:
259). Conocemos la testamentaria que recibe doña Beatriz de Cardona de su difunto
esposo con una cita muy gráfica del capital circulante que tenía el marqués en vida:
“Dizen que el marques tenia en vida gran dinero en cofres que era menester palancas
para mudarlos, y que después esto no parecio. Y lo que en esto ay es, que de Mondéjar
se traxo a Valladolid un cofre que tenia 114. Mil reales, tres años y poco menos antes que
el marqués muriese, y lo testigos del marques que vieron este cofre, dizen que les pare-
cía que avia gran dinero en el, y dizen juntamente que vian que la Marquesa sacava dine-
ro del, para el gasto” (BN, PORCONES/148(35). Añade el documento que en este tiem-
po el marqués se desembarazó de algunas deudas con doña Francisca de Salazar, doña
Petronila Ydiaquez e Isabel de Yerro por 69.000 reales, quizá con parte del tesoro de
Driebes. Después de morir el marqués, su hermano el Almirante de Aragón tomó las lla-
ves de los cofres y halló 28.000 reales en sus arcas (BN, PORCONES/148(35).
Una tercera parte implicada se suma a la pugna por la propiedad de la plata, la Real
Hacienda de su majestad Felipe II. El fiscal encargado de velar por los intereses de la co-
rona fue el licenciado Alonso Ramírez de Prado. El letrado había llegado a la corte en res-
puesta a la llamada de Felipe II de buscar argumentos que justificasen su legitimidad en
el trono portugués. Su talento le valió el cargo de Fiscal del Consejo de Hacienda aunque
su ascensión y caída fue durante el valimiento del duque de Lerma (Mrozek 2013). La
defensa del jurista se basaba en desestimar la supuesta categoría jurídica de mostrenco
del tesoro que enarbolaba el abogado de la marquesa de Mondéjar, don Fernando de
Olivares. El mostrenco son los bienes que no tienen un dueño conocido. Sobre este con-
cepto el título XXII de la Novísima Recopilación, libro X: “Toda la cosa que fuere halla-
da en qualquiera manera mostrenca desamparada, debe ser entregada á la Justicia del
lugar ...y debe ser guardada un año; y si el dueño no paresciere, debe ser dada para
nuestra Cámara” (Lacruz 2012: 15-16). Para el fiscal el depósito de plata debía ser entre-
gado a la Cámara Real por no habérsele encontrado con licencia particular para ello.
Cabe aludir a la etapa crepuscular del reinado de Felipe II en el momento del hallazgo,
con numerosos achaques en lo personal y acuciado en los frentes internacionales, razón
que apremiaba a la hacienda en la búsqueda de vías de financiación.
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samente, e non por acaecimiento de ventura, entonces debe ser todo del señor de la here-
dad, e non a en ello el que así lo falla ninguna cosa” (Rodríguez 2006: 45). Nótese la
importancia de la intencionalidad en el premio al rescate, obteniendo la mitad en caso de
ser por fortuna. En este caso, cobra especial sentido las palabras de Martín Sánchez: “y
pues que Dios quiso dar aquella ventura al dcho Alonso mi hijo de que se hallase por su
medio se le debe dar el premio que la lei dispone que la mitad o la quarta parte”. La,
reclamación de una cuarta parte podría parecer un argumento sin base jurídica y contra-
producente para el vecino de Driebes. Sin embargo, muchos años después, la ley 3ª, títu-
lo XXII, libro X de la Novísima Recopilación (1805), parece recoger este postulado,
modificando lo establecido en las Partidas. Ordena que quien supiere que en la ciudad o
lugar donde morase o en su término hubiese tesoro, lo hiciera saber ante escribano públi-
co a la Justicia que tuviere jurisdicción en el lugar: “y el que lo hiziere así saber, si fuere
hallado, que fue asi verdad lo que hizo hacer saber que haya por galardón la cuarta
parte de lo que así hiciere saber” (Rodríguez 2006: 46).
Don Miguel Lozano ejecutó su papel pesquisidor con suma diligencia, estrechando el
cerco a todas las figuras que estuvieron en contacto con el depósito argénteo. Comienza
interrogando a Antonio de Espinosa, platero que vive en Madrid en la calle que va de San-
tiago a la plazuela de los herradores. El oficial informa al escribano de la llegada a su ne-
gocio de un hombre acompañado de un mozo que portaba una taleguilla. Buscaban a un
refinador de plata. El declarante les acompaña a casa de Antonio León, refinador del di-
cho metal quien efectúa el encargo el viernes siguiente, devolviendo la plata que venía en
pedazos. Antonio León, residente en la calle Concepción Francisca, junto a la plaza de la
Cebada, expone que le presentaron un peso de veintiocho marcos, una onza y cuatro
ochavas: “que venía en pedaçitos pequeños de a ochava y de a dos y de a tres sucesiva-
mente y asta tres onças poco mas o menos y entre los dchos pedaços benia un anillo des-
quebrado y dorado que pesaría dos y tres (…) y una cosa rretorçida a manera de ma-
nilla que de pesaria asta tres onzas Y le pareze que la plata retorcida a manera de mani-
lla que era plata de la que comunmente se labra en España”.
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debajo pareçia el rrio y sabe a que y acabo de un rato volvió a este que declara y le dijo
que viniese que avia allado una olla en que terreno del dcho rio y este que declara fue
luego con el dcho muchacho donde le llebo y bio una olla de barro tapada con cal biba
y muy cerrada y este que declara le dio un golpe y la quebró y salto un pedazo de la dcha
olla que tenia muchos pedaços pequeños y grandes de metal y algunos muy chicos como
perdigones y otros mayores como reales de a quatro a manera de tejos y este que decla-
ra tomo los dchos pedazos y los metio los mayores en la capilla de la capa y los meno-
res en una taleguilla de sal”. Al día siguiente mandó a su zagal a por el pan y ya no regre-
só él, sino Lorenzo, su hermano. Al ser preguntado por la cantidad de plata que escondió
en la taleguilla dijo que había oído eran dieciocho marcos y nueve libras. Añadió que en:
“dcha olla dixo que cabria hasta cinco o seis escudillas de agua”. Preguntado por dónde
estaba la plata dijo que había oído estaba depositada en la casa de Luis de Vedoya, veci-
no de Mondéjar. No parece que haya habido pérdida alguna en dicho depósito pues: “el
gobernador de la villa de Mondéjar se la enseño en esta villa de driebes estando preso
este que declara y le pareze que estaba toda sin faltar ninguna cosa”.
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del alcalde. Martín les remitió a la casa de su cuñada a donde fueron y recogieron la tale-
guilla ocultada en la paja de la troje. De regreso a la cárcel fueron a confirmar que se tra-
taba del mismo tesoro: “llegaron un golpe de gente a la dcha cárcel y trajeron una gar-
gantilla y algunas otras piezas con ella envueltas en un lienço del grandor de una mano
çerrada y le dijeron que si conocía aquella gargantilla y este declarante dijo que si”.
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criado de agustin perez regidor y le mostro a este un tejo de plata del grandor de un rreal
de a ocho el qual dijo se lo avia allado junto al lugar que la demás cantidad fue allada
y estando en esto dixo sebastian alº pastor que estaba presente que no era posible que
quando echo los pedazos de la dcha plata en su capilla se le debio de caer porque esta-
ba rrota y no sabe ni entiende”. Agustín Pérez Regidor describe el depósito de la si-
guiente manera: “Y que este vio la dcha plata que estaba en unos pedaços como tejos de
grandor de un rreal de a ocho y tan rreçio como dos Reales de a ocho y otros menores
quadrados y como perdigones de arcabuz y entre ellos una manilla retorcida con su bo-
tonçico para cerrarse y ansi mismo un pedazo de una cadenilla más recia que dcha mani-
lla (…) y otras piezas que pareçian monedas”. El vecino declara que Blas Blanco, su cria-
do, guardando su ganado por la ribera del Tajo halló desviado en una ladera un tejo de
plata de grandor de un real de a ocho y de la forma de los demás.
Blas Blanco, criado del anterior, no vio el tesoro original: “más que pasando a este
que declara por una ladera que es de este rio Tajo y mira para la dcha muela pastore-
ando su ganado se allo un tejo de plata de que haze presentación ante el dcho receptor
que peso dos onças y lo allo el sábado siguiente después del dia de San Marcos”. Cabe
reflejar en este testimonio que todavía una semana después de la aparición de la olla se
añaden nuevos vestigios de plata en la zona. Es de suponer que el rumor del hallazgo atra-
jo a numerosos vecinos y curiosos a los alrededores de la ermita de Ntra. Señora de la
Muela en busca del preciado metal en los días siguientes. El declarante le enseñó la pieza
a Sebastián Alonso quien dijo que: “no era posible sino que se le avia caído de dcha capi-
lla quando echo en ella los pedazos mayores”. Al ser preguntado el mozo por qué no dio
parte a la Justicia del lingote: “dijo por que le avian dcho que se aguardara un juez por-
que no fuese a poder de la marquesa de Mondéjar que nunca se conocía de ella virtud a
la vida”. La frase da cuenta de la escasa popularidad de la marquesa y el interés en bus-
car una justicia civil que defienda al villano respecto a su señora. El interrogatorio fina-
liza con una amenaza de Miguel Lozano a Blas Blanco donde le advierte de que si se
entera que ha escondido alguna plata le mandará dar tormento.
Finaliza la ronda de entrevistas con Pedro de Valdeolivas, labrador que sirve a Agustín
Pérez Regidor. El cultivador declaró que al ser público el lugar del río Tajo donde se halló
el tesoro fue a buscar por si había más plata, encontrando cierta cantidad de pedacitos
junto a piezas de la olla que dio a la justicia ante el alcalde. El peso del montante fue de
once onzas.
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do llegado dcho rio en el dcho dia a mas caño susodicho”. En presencia del sacristán
Alfonso Pérez y Alonso de la Muela el Viejo vinieron siete peones a cavar donde Alonso
Sánchez y Sebastián Alonso habían señalado previamente: “en un çopetero orilla del tajo
en una grande alturas y mas abajo ay grandes peñas descarnadas que la creciente de las
aguas parece las tiene mondas y se dize públicamente que quando el vº del rrio a venido
muy creçido allegado la creciente del agua a lo alto donde los susodichos tienen señala-
da averse allado la olla”. Prosigue: “y ansi parece por la apariencia que se le muestra
y todos lo que am visto el sitio uy lugar donde la dhca olla fue allada les parece ser impo-
sible que dcha mucha (…) pudiese llegar sin caer por ser tan peligroso y tener tanta altu-
ra que desliçandose un pie fuera al rrio fecho pedazos en las peñas y agua porque en la
parte y lugar donde dicen estaba la dcha olla parece ser tierra movediça que toda se va
desmoronando y cayendo al dcho rio y en la subida de un çerro alto donde esta la dcha
ermita que lleva de nombre nuestra señora de la muela diçen muchos ombres viejos y
antiguos que avido población y ansimo parece aver muestras dello que se descubren en
algunos partes muchas losas labradas y dicen que se an allado y descubierto pedazos de
columnas de piedra labradas y sean allado muchas diferencias de monedas de diferentes
metales y figuras y algunas de plata y de algunas que sean allado para muestra dello
mean entregado algunas de las quales tengo en mi poder de diferentes figuras y rrostros
y estando en el dcho sitio y lugar susodicho y en presencia de todos los dchos peones se
cabo y se hizieron averiguaciones de la forma siguiente: E luego incontinente estando
junto al dcho rio Tajo en la parte y lugar por los susodichos señalado donde fue allada
la dcha olla para averiguación y saber si quedo alguna mas plata por sacar en presen-
cia de los dchos testigos: hize cavar a los dchos ombres y toda la tierra que se sacaba se
yba desliçando al dcho rio y andando cavando se sacaron dos piedras grandes la una
mayor que la otra labradas que parecían puestas en algún edificio y la dcha tierra y
çopetero donde estaban y fue hallada la dcha olla pareçe mobediça porque parece aver
dos diferencias de tierra algunas beçes cavando a trechos y entre la dhca tierra salen
muchos pedaços de yeso labrado y pedaços de ollas y de cántaros negros y haçia la parte
y lugar que levantaron las dchas dos piedras labradas se descubrió un poco de çeniça y
carbonçillos y algunos huesos que pareçen de hombre y en esta forma se fue cavando en
el dcho copetero a una parte y a otra donde por los susodchos fue señalado aver allado
la dcha olla y asta que por algunas parte nose allaba tierra movediça sino firme y nunca
se allo o descubrió cosa alguna mas de las dichas aunque se avia cavado cantidad de tie-
rra por una y por otra y pareçia nada mande a los dchos peones que cesasen. y asimis-
mo mande a los dchos peones que cavasen en otras dos partes desaviado de dicho pri-
mero avian cavado por pareçer algunos ombres que estaban presentes que en aquellas
partes avia muestras de algún edificio y pareçerse algunas losas y no se allo cosa nin-
guna ni muestras dello a todo los presentes”. El texto es absolutamente gráfico de nume-
rosas cuestiones. La primera nota destacable es el dinámico curso del río Tajo, aportando
una potente acción erosiva sobre las peñas de la ladera, alcanzado el punto donde la olla
fue hallada. Parece señalar a mitad de ladera. Actualmente existe un retablo cerámico en
un conglomerado a mitad de falda del cerro donde se atribuye la aparición de la Virgen a
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un tal Sebastián (Llamas 1995). Resulta llamativa esta circunstancia cuando el pastor que
halló el tesoro en ese punto fue el susodicho Sebastián Alonso por mediación de su zagal.
En este espacio se observa claramente que la roca ha sido picada para realizar un suelo y
el arranque de una estructura absidial. Por otra parte se hace alusión a que la olla se halla
en un terreno que parece de arenas movedizas por lo blando de su composición, que se
cae con facilidad hacia el barranco. Con esta descripción no podemos dejar de hacer el
paralelo con la de Plutarco donde describe al lugar de los caracitanos: “El país que la cir-
cunda produce un barro arcilloso y una tierra muy deleznable por su finura, incapaz de
sostener a los que andan por ella, y que con tocarla ligeramente se deshace como la cal
o la ceniza” (Plutarco, Sertorio, 17). Miguel Lozano menciona que los antiguos del lugar
dan razón de la presencia de columnas, losas y monedas en lo alto del Cerro Virgen de la
Muela, evidenciando la presencia de una población anterior. La excavación realizada dio
como resultado la existencia de dos piedras labradas atribuidas a un edificio a mitad de
ladera con numerosa cerámica, cal, carboncillos y huesos humanos. En este sentido, de-
bemos señalar la existencia de una necrópolis de época visigoda (Sánchez Lafuente 1982)
en la ladera al este del Cerro de la Virgen de la Muela, al pie de la ermita actual. La alu-
sión a la excavación a un lado y otro del copetero donde fue hallada la olla quizás deba
ponerse en relación a esta necrópolis. La siguiente cita de que se excavó en otros dos
lugares donde los lugareños dicen se encontraban muestras de algún edificio y losas
apuntan en mayor medida a este cementerio.
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hizo. Después se llevó las llaves de la casa. Finalmente Luis de Vedoya se entrega al
inquisitivo receptor y lo lleva preso a la corte junto a Joan Carrillo, el otro depositario de
la plata. Antes de ello, Miguel Lozano se dirigió con el cerrajero Baltasar Díaz a la casa
de la marquesa de Mondéjar pues los reos afirmaban que habían entregado la plata a Juan
Pérez de Vargas, criado de la señora doña Catalina de Mendoza. El servicio acompaña al
receptor por los aposentos del palacio, encontrando todo vacío, como sí hubiese sido des-
valijado. Solo hallo un bufete y un viejo abrecartas. Ni rastro de Vargas, quien había
huido al convento de San Antonio.
Para liberar a los dos reos, la marquesa de Modéjar tuvo que abonar una fianza equi-
valente al peso del tesoro hallado en Driebes, treinta y ocho marcos (nótese como supe-
ra en diez marcos la tasación del depósito original). Don Diego de Chaves Bañuelos,
receptor de gastos de la Contaduría Mayor de Hacienda da razón de la satisfacción: “los
treinta y ocho marcos de plata contenido en la petición los quales me entregaron en una
lámpara llena con su manipulo y cadenas y ocho candeleros y una cantimplorilla peque-
ña y unas tijeras de despabilar y un candil con tres mecheros con sus tenacillas y un can-
delero que sirve de pica al candil sin cañon que todo esto fue plata y peso conforme a la
fee del contraste de veynte marcos y seis onças y una ochava y mas me entregaron dos
binaxeraros doradas y labradas de misa y dos saleros quadrados y dos dinexeros de me-
sa y estas seis pi(…) son doradas y pesaron once marcos y cinco onças y quatro ocha-
vas y esto a cumplimiento a los dchos treinta y ocho marcos de plata me los entregaron
en trescientos y sesenta reales y mº que montan cinco marcos quatro onças y (…) ocha-
vas a raçon sesenta y cinco reales dcho treinta y ocho marcos de plata doy esta carta de
pago y lo firmo en 7 de julio de mii y quinientos y noventa y siete años”. La carta de satis-
facción se basa en el peritaje que realizó pocos días antes un platero: “Las dos vinajeras
y los dos saleros quadrados y la aceiteras y vinagueras de plata dorada expresan once
marcos y cinco onzas y quatro ochavas como parece por la fe del contraste desta parte
dcho por Fernan de la Puebla platero que vale a ocho ducados cada marco y las blanca
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que una lámpara y ocho candelerillos y unas tijeras de desquilar y una cantimplora pe-
queña y un candil que es todo veinte marcos y seis onzas y una ochava con la echura vale
a siete ducado el marco y por verdad lo firmo fecho en Madrid a 4 de julio de 1597”. Este
aval en plata será motivo de prolongación del pleito hasta inicios del siglo XVII, mo-
mento en que la certifican los contadores de relaciones de Valladolid a 21 de Mayo de
1602 tal y como consta en una anotación del escrito.
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pide y pretende declarando si es necesario no pertenecerle los tesoros ni las demás cosas
que pertenecen a la corona real”. El Fiscal se acoge a las leyes de Castilla que dan la po-
testad de las riquezas halladas a la corona salvo que el descubridor hiciere la respectiva
denuncia, teniendo derecho a la cuarta parte siempre y cuando hubiese obrado: “con ver-
dad y llaneza”. Pero, si el tesoro se ubicaba en bien ajeno, como si es el caso, el dueño
recibiría la mitad de dicha cuarta parte (Solórzano 1972: IV, 336). Respecto a la cuestión
de las licencias para hallar tesoros, la fiebre del oro en América fue un campo que se regu-
ló de forma temprana por el inmenso negocio que reportaba a las arcas reales. Incluso en
1537 con Carlos I se aprobó la exhumación de tumbas y templos para hallar botín, con el
compromiso de pagar la mitad a la Real Hacienda. En caso de silenciar un hallazgo el
descubridor perdería su derecho al premio. Hacia el año de 1595 se dictó una ley que fue
incorporada en el libro VIII del título XII de la Recopilación de leyes de los reynos de las
Indias regulando el procedimiento para obtener licencia para buscar tesoros en la que el
solicitante debía cumplir ciertos parámetros y compromisos, además de estipular un tiem-
po limitado para la empresa (Pita 2016: 28). También fueron expedidas licencias para re-
cuperar tesoros de los moros y ocultamientos ofreciendo la tercera parte a la corona con
Felipe II (Barrios 1996: 17).
Responde el fiscal: “digo que no a lugar lo que pide la marquesa de Mondéjar dicien-
do que se le vuelva el dinero y plata esta en poder de Diego de Chavez de Vañuelos para
satisfacer el valor de un tesoro que se allo en tierra de almoguera que dice la dcha mar-
quesa que apropio para si como cosa mostrenca porque se hallara V.Alº quel lugar que
se hallo el dcho tesoro V.Alº embio por el como por cosa propia como lo son todos los
tesoros y las demás cosas anejas a la corona real y queriendo prender al que abia toma-
do el dcho tesoro la dcha marquesa se allano asi por scriptos presentados ante V.alº
como por cartas que scribio a que luego daría el dcho tesoro o su valor y para este efec-
to entrego la plata que dinero que esta en poder del dcho Diego de Chavez y agora pre-
tende hacerse que se le de el dcho dinero y plata debajo de fianças para no hablar mas
en ello a lo qual no se debe dar lugar sino que se cumpla lo que esta proveido y a lo que
esta allanada la dcha marquesa que estando V.Alº en posesión del dcho tesoro lo a de
estar y esta si por alguna via pretendiere tener derecho lo pida en la via ordinaria (…)
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Por tanto pido a V.Alº y supp deniegue a la parte contraria lo que pide y amparando a
su Real Haçienda en la posesión que a tenido y tiene del dcho tesoro mande poner cobro
en el con efecto y hacer en todo como lo tengo pedido”. El fiscal pone su énfasis en sepa-
rar la categoría de tesoro del mostrenco para invalidar la reclamación de la marquesa.
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ta y ocho marcos de plata que están depositados en poder de Diego de Chavez Bañuelos
Sec. Mayor de Rentas de su mag. // dixeron que mandaban y mandan que el dicho Diego
Chavez Bañuelos entregue la plata en la especie que está depositada a dcho marqués de
Mondéjar o a quien su poder oviera depositando antes y primero el dcho marques en
poder del depositario general de esta corte mil ciento y setenta y quatro reales que monta
la mitad de la plata que fue hallada en el termino de driebes que por sentencia dada por
dchos señores fue adjudicada a martin sanchez pellejero vecino de driebes y dando asi-
mismo fianças el dcho marques en cantidad de otros mil ciento y setenta y quatro reales
que monta la otra mitad de la dcha plata que le fue adjudicada, de estar a derecho en
raçon de ella y de pagar conjuzgado y sentenciado y ansi lo proveyeron y mandaron”.
Andrés de Morales, receptor de hacienda certificó al poco que recibió del marqués de
Mondéjar los solicitados mil ciento sesenta y cuatro reales. El presidente y oidores de la
Contaduría de Hacienda mandaron al mencionado Andrés de Morales a abonar dicha can-
tidad a Martín Sánchez Pellejero, tutor legal de Alonso, el descubridor del tesoro.
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Interpretación-
Descripción Informante Medidas/ Conversión
observaciones
“venia en pedaçitos Declaración del La ochava es 3,5 gr. y la La variedad tipológica
pequeños de a ocha- refinador de onza 28,7 gr. de objetos con medi-
va y de a dos y de a plata Antonio Objetos de 3,5 gr, das similares es enor-
tres sucesivamente y León Objetos de 7 gr. me; en el primer grupo
asta tres onças poco Objetos de 10,5 gr. de 3,5 a 10,5 gr en
mas o menos y entre Manecilla de 86,1 gr. 1945 se hallaron lami-
los dchos pedaços nillas, sortijas, pen-
benia un anillo des- dientes, cintas, frag-
quebrado y dorado mentos de torques…
que pasaría dos y El anillo dorado cons-
tres (…) y una cosa tituye una novedad.
rretorçida a manera No existen objetos
de manilla que de según San Valero
pesaria asta tres (1945) de 86 gr, aun-
onzas Y le pareze que que si existen partes
la plata retorcida a de un torque de 43 gr
manera de manilla (Nº4).
que era plata de la
que comunmente se
labra e España”.
Pedazos “eran redon- Declaración de Los reales de a 4 en Su forma redondeada
das como planchas Alonso Sánchez época de Felipe II tenían nos recuerda a las tor-
de grandes como un un peso de 13,52 gr y 35 tas del tesoro de 1945
Real de a quatro mm. cuyo tamaño es simi-
salvo la grande que lar –entre 100 mm la
sería por lo menos mayor y 26 mm la
que la palma de una menor–. La torta del
mano”. tamaño de un palmo
sería más grande que
las del tesoro de 1945.
“bio este que declara Declaración de Los reales de Felipe II Por sus dimensiones y
entre los dchos peda- Alonso Sánchez tenían un peso de 3.38 gr descripción, podría
ços dos piezas que y 20 mm. corresponder a un
pareçian moneda de medio shekel cartagi-
grandor de un rreal nés como el hallado en
que la una tenia por 1945 (San Valero
una parte por mitad 1945:37; Villaronga
una cabeza y por la 1973: Clase XI-I-II-B;
otra un caballo y la Otero 2002).
otra nose acuerda
que figuras tenia”.
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bolsita que recoge Declaración de Los maravedíes eran de Por sus dimensiones y
“le parece que pesa- Alonso Sánchez 1,5 gr y 15 mm en época su disposición cortada
ría como una libra y de Felipe II. Las mone- en un cuarto, podría
que tenía dentro seis das están claramente cor- corresponder a dena-
maravedíes en tres tadas en cuartos como la rios como los encon-
medios quartos”. hacksilber del tesoro de trados en 1945 (Otero
1945. 2002).
“dcha olla que tenía Declaración de Real de a cuatro 13,52 gr Los pedazos asimila-
muchos pedaços Sebastián Alonso y 35 mm. dos a perdigones
pequeños y grandes podrían corresponder
de metal y algunos a pequeños lingotes o
muy chicos como bien a ciertas varillas
perdigones y otros de torques.
mayores como reales
de a quatro a manera
de tejos”.
“y saco algunas Declaración de Los reales de a 8 son de La gargantilla podría
piezas entre las cua- Martín Sánchez 27 gr, 40 mm. corresponder con un
les saco una gargan- torque o bien aro de
tilla de plata de tobillo (San Valero
muger y otros tejue- 1945: LIII). Los tejue-
los y este que declara los podrían vincularse
conoçio que la gar- a las tortas de fundi-
gantilla era de plata ción por sus medidas.
por esta rrazon sos-
pecho que las demás
piezas eran de plata
y lo pareçian y eran
algunas ve las dchas
presas como reales
de a ocho”.
“trajeron una gar- Declaración de La gargantilla podría
gantilla y algunas Martín Sánchez corresponder con un
otras piezas con ella torque, aro de tobillo
envueltas en un lien- o brazalete.
ço del grandor de
una mano çerrada”.
“anduvo rrebuscan- Declaración del Podrían corresponder
do y allí çierta can- alcalde Martín a lingotes o bien a
tidad de pedacitos Polo ciertas varillas de tor-
como de perdigones ques.
de arcabuz”
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Conclusiones
Se presenta un depósito de plata de 28 marcos -6,4 kilogramos-, vinculado por sus
características, ubicación y tipología con el hallado en 1945 con motivo de la construc-
ción del canal de Estremera. En primer lugar debemos apuntar su situación común en la
ladera sur del Cerro Virgen de la Muela, a orillas del Tajo. Además, se trata de un hallaz-
go de un peso muy cercano a los anteriores, siendo en 1945 dos depósitos que sumaron
13,8 kilogramos, aproximadamente 6,9 cada uno. En el caso del tesoro de 1597 sabemos
que el depósito estaba escondido en una olla de barro, extremo que desconocemos para
el hallazgo de 1945.
Por último, debemos llamar la atención sobre la existencia de tres depósitos en una
misma ladera, probablemente como reflejo de un ocultamiento vinculado con la Segunda
Guerra Púnica.
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Figura 1. Ermita de la Virgen de la Muela vista desde el sur (fotografía Emilio Gamo).
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Figura 2-Ladera sur del Cerro de la Virgen de la Muela, lugar de hallazgo de la ocultación argéntea
(fotografía Emilio Gamo).
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Fuentes documentales
AGS, CJH. 368-5.
AGS, Hacienda 831-6.
AGS, Contadurías Generales. 850
BN. Mss/7520
BN, PORCONES/148(35
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Introducción
El vestido (incluyendo calzado y sombrerería) constituye la tercera de las más bási-
cas necesidades del ser humano, solamente superado por el alimento y la vivienda. Si a
esto le añadimos toda la panoplia de útiles aportados por la industria textil a partir de
diferentes materias primas de origen tanto vegetal como animal, como cordelería de
diferente naturaleza, bolsos o recipientes de almacenaje, obtenemos una actividad eco-
nómica absolutamente básica y central para la Humanidad. De hecho, se trata del sector
que simboliza mejor que ningún otro, para las sociedades preindustriales, la práctica
totalidad de la industria ligera y de bienes de consumo. Por su propia naturaleza, empe-
ro, los productos originados por la industria textil constituyen bienes perecederos. Ello
establece un primer (y grave) hándicap de partida, y es que carecemos absolutamente de
testimonios primarios directos (según la clasificación de López Mira 2001), esto es, no
ha aparecido hasta la fecha resto alguno de tejido de época antigua. Por otro lado, ade-
más, nos encontramos con la dificultad técnica para identificar estos materiales en los
análisis palinológicos realizados hasta la fecha en el yacimiento (Lopez Sáez et alii:
2019), si bien ello puede y debe ser matizado, como veremos a lo largo de las siguien-
tes páginas. Se torna necesario pues, en aras de una aproximación sobre este particular,
tomar forzosamente en consideración toda una pléyade de elementos indirectos, trazas,
utensilios arqueológicos relacionados con la industria textil, análisis palinológicos y
fuentes escritas, tanto de época antigua como de periodos preindustriales. En base a ello,
será nuestro objetivo, a lo largo de las siguientes páginas, ofrecer una visión general
sobre la eventual existencia y producción en la civitas de Caraca de tales actividades,
en el contexto general de la Hispania romana. Un estado de la cuestión que, esperamos,
se vea desarrollado y ampliado con mayores certezas en los trabajos a implementar en
años venideros.
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Al recurrir a las fuentes clásicas, por su parte, el lino aparece como una de las típi-
cas exportaciones de Hispania (Mangas y Myro 2003: 333), laudándose en repetidas
ocasiones la calidad de su denominación de origen. Así Livio (XXII, 46, 6), por ejem-
plo, reconoce como propio de los soldados hispanos las relucientes túnicas de lino blan-
co orladas de púrpura. No obstante, y en correspondencia a lo señalado supra, en el
momento de referirse a los centros productores en nuestro suelo, las referencias apuntan
en efecto hacia territorios más litorales: así, el principal centro emisor hacia Italia (y por
ello, el más célebre entre los romanos) es sin duda “la alta ciudadela de Saetabis [actual
Játiva], ciudad que osaba rechazar las telas de los árabes y oponía sus tejidos al lino
egipcio” (Silio Itálico, III, 372-375). Desde esta ciudad íbera Veranio y Fábulo le envia-
ron como souvenir a su amigo Catulo un paño de lino que el poeta tenía en gran estima
y empleaba como servilleta en los simposia (Catul. 12), o de la que Gratio destacaba
sobre todo las redes de caza (Gratt. Cyn. I, 54-55). A mayor distancia aparecen grandes
puertos como Gades (Marcelo Empírico, De medicamentis liber, 8, 27) o Emporium
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(Str. III, 4, 9). En un segundo plano aparecen zonas menos urbanizadas, pero igualmen-
te más próximas al mar, como el territorio de los zoelas en el noroeste (Plin. Nat. XIX,
10) o los lusitanos (Str. III.3.6) a poniente, quienes se endosarían cotas de lino para mar-
char a la guerra. En otro orden de cosas, el trabajo del lino siempre aparece en el Mundo
Antiguo ya desde “La Odisea” (Hom. Od. II, 86-110), como la práctica totalidad de los
trabajos textiles, como una labor eminentemente femenina (Alfaro 1975: 191).
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Por supuesto, en las vastas extensiones ocupadas por él, el espartal ha supuesto tra-
dicionalmente un recurso económico de primer orden a lo largo de la práctica totalidad
de la secuencia diacrónica antrópica. Hemos ya señalado supra la condición de los teji-
dos como producto de primera necesidad para cubrir las más básicas necesidades huma-
nas. Y en efecto, las primeras trazas de empleo y producción textil a partir de materias
primas de origen vegetal, tanto en Iberia como en muchos otros territorios, se pierden
auténticamente en la noche de los tiempos. En nuestra Península, corresponde precisa-
mente a la Stipa tenacissima L. el honor de conformar el tejido vegetal más antiguo
conocido. Así en efecto, huellas de una cuerda de esparto trenzado aparecen ya en el pro-
pio Paleolítico Superior, documentadas ya en estado de calcificación en una colada esta-
lagmítica en la Cueva de Ardales o Doña Trinidad (Málaga et alii 2014: 133-138). Ya en
el Neolítico y la Edad del Bronce, y muy singularmente en época argárica, se produce
una auténtica explosión de estas manufacturas, con hallazgos muy reseñables en dife-
rentes yacimientos del Sudeste ibérico (a propósito de ello: Belmonte et alii 2017; Janin
et alii 2017; Lillo 1985). Ello, por cierto, comienza ya de alguna manera a prefigurar
posteriormente el célebre Campus Spartarius cartagenero. Se trata de una vasta exten-
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sión que, organizada para su explotación sistemática ya en época púnica, será finalmen-
te sometido a pleno rendimiento por Roma. Sobre tal particular, vid. Bañón 2010, con
algunas consideraciones del máximo interés acerca del origen cartaginés de esta explo-
tación. Ello casaría relativamente bien, por cierto, con la consideración de Plinio el
Viejo: “el hecho es que el esparto no se comenzó a usar hasta unos siglos después [que
el lino]. Su uso no se remonta más allá que la primera guerra que los cartagineses hicie-
ron en Hispania” (Plin., NH, XIX, 26). Ello siempre con el matiz de que los púnicos
reorganizan la producción, como hemos visto conocida ya desde la más remota
Prehistoria, en clave de agricultura comercial y excedentaria, para un mundo ya de esca-
la panmediterránea. Y ciertamente, también las fuentes escritas reflejan la idea de que
griegos y romanos conocían este tejido a través de fenicios y cartagineses (Bañón 2010:
15-16) como demuestran testimonios como el de Aulo Gelio (Noctes Atticae, XVII, 3,
1-5) basándose en una obra perdida de Varrón (Re Rerum Humanarum), dos poetas:
Horacio y Quintiliano, quienes denominan al esparto directamente como “cuerdas ibé-
ricas” (Hor. Épodos, IV, 3) e hibericas herbas (Quint. Institutione Oratoria, VIII, 2, 2)
o, de manera más explícita, de nuevo Plinio (NH, XIX, 31). Tal fue la importancia de
esta producción, sea como fuere, que de ella se deriva el actual topónimo de Cartagena,
a través de los términos Carthago Spartaria (cuyo padre, hasta donde sabemos, es el
propio Plinio el Viejo (NH, XXXI, 94) y Carthago Spartagena (testimoniada por pri-
mera vez en Apiano, Iber. 12, si bien comete un error grave al confundir Cartagena con
Sagunto) generalizados en época tardorromana y bizantina.
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Figura 1- Esparto junto al Cerro de la Virgen de la Muela en Driebes (fotografía Emilio Gamo)
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Identificación de los Paisajes Culturales del Esparto en España (Janin 2017), depen-
diente del Instituto del Patrimonio Cultural de España y por ende del Ministerio de
Cultura y Deporte. Ya hemos comentado supra cómo sabemos por las Relaciones topo-
gráficas de España que ya en noviembre de 1.575 (documento en el que está ya citado
el elemento más moderno en el yacimiento: la ermita de la Virgen de la Muela, reutili-
zando materiales constructivos de la antigua civitas romana) el paisaje, si bien se encon-
traba netamente encaminado hacia la agricultura cerealística, ciertamente contaba con la
presencia de diversas especies arbustivas (“mata parda y retama, y atocha, y sielva [sic.]
y sarmientos de las viñas”) entre las que se incluye la atocha, la planta del esparto (Polo
1575: 94). No obstante, en la obra no se especifica explotación textil o manufactura
alguna más allá de su precario empleo como leña ante la carencia de madera, y por ello
de vegetación arbórea; un hecho cabe pensar que provocado por las roturaciones de
campos para el cultivo de trigo y cebada, lo cual como ya se ha dicho favorece directa-
mente el crecimiento del esparto al eliminar a sus competidores. Estas informaciones
son sin duda interesantes al referir los paisajes de la zona en época preindustrial, pero
¿cuál podría ser la situación antes del siglo XVI?.
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muy probablemente dentro de la municipalización flavia de los años 70-80 d.n.e., cuan-
do se plantearía una enorme demanda de madera para abastecer los ambiciosos progra-
mas constructivos, tanto de la propia madera como de combustible (para las caleras de
cara a la fabricación del opus caementicium, en los hornos cerámicos, en las termas,
etc.). Tal y como se ha establecido en las páginas anteriores, la retirada de la cobertura
vegetal y el consiguiente aumento de la insolación favorece la expansión de las atochas
desde su nicho ecológico básico, compatibilizándose muy bien con la presencia de un
ganado poco interesado en esta planta. En efecto, en los análisis palinológicos se refle-
ja un paisaje abierto y de vegetación arbórea degradada con una considerable represen-
tación de gramíneas (30-40%), la familia del esparto ut diximus, completada además por
toda una serie de especies arbustivas asociadas a la degradación de los encinares o cos-
cojares como son “los retamares o escobonales (Retama/Cytisus 0,9-2,6%), tomillares
(Labiatae: 0,8-1,8%), Crataegus monogyna (1,2-1,8%) y Rhamnus (1,8-3,5%)” (López
Sáez et alii 2019). Todo ello apunta, en nuestra opinión, hacia la existencia de una más
que probable explotación de espartizal. En otras palabras, hacia la existencia de un even-
tual campus spartarius en íntima relación con la “Vía Espartaria” en su vado del Tajo,
con implicaciones para la vida cotidiana de la civitas caracitana y, sobre todo, de cara al
abastecimiento de productos para las comunicaciones terrestres y fluviales. De hecho,
esta zona a día de hoy es la más interior y, por ende, noroccidental, de la “España espar-
tera”, lo que sin duda podría ser aprovechado como primera/última estación en la fabri-
cación de estos materiales cotidianos para arrieros y comerciantes. A la espera de nue-
vas investigaciones, adoptamos como hipótesis de trabajo esta interpretación de unos
datos que juzgamos suficientemente sólidos.
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Figura 2 -Impronta de viga de madera sobre estuco del piso superior del edificio al este del Foro -
cata A (fotografía Equipo Arqueológico Caraca).
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piedras, un periodo variable entre los dos y los cuarenta días, según el producto resul-
tante sea curado o blanco, cocido, oreado o común, esto es, una gradación de calidad
(Alfaro 1984: 68). Más allá de esa cifra puede producirse la putrefacción de las fibras.
A partir de ahí se precisa dejarlo secar al sol correctamente, tras lo que puede cocerse o
pasar directamente a majarlo (o machacarlo mediante mazos de madera sobre una maja-
dera o gran piedra plana, con la ayuda de una cuerda), con la ayuda de una cuerda.
Posteriormente el esparto refinado se almacenaba y los artesanos procedían, en sus talle-
res, al hilado y trenzado, dando la forma de múltiples objetos cotidianos. Desde el punto
de vista del arqueólogo, por tanto, habría que buscar los espacios requeridos para estas
manufacturas, que a través de la etnografía han configurado un vocabulario específico
en español, como hacinas, tendidas, esparteras, entibas, batanes, balsas o piletas (Janin
2017: 53 y ss.). Se trataría básicamente de unas grandes superficies en las que almace-
nar y dejar secar ligeramente el esparto en crudo; unas piletas o albercas de considera-
ble extensión para el remojo; de nuevo unas grandes superficies abiertas para el secado
(podrían reutilizarse las anteriores, en un segundo momento) y algún taller con almacén
para la materia prima ya refinada, donde proceder al hilado y trenzado final. Para todo
ello sería necesario además un aparataje tal como mazos para ablandar la planta, agujas
de hueso o metal y peines de pinchos de hierro. Siguiendo la lógica, los barrios, arraba-
les y burgos de artesanos y comerciantes en los centros urbanos preindustriales se sitú-
an preferentemente extramuros o cerca de ellos. El motivo es simple: sacar fuera de la
ciudad, realizada fundamentalmente en materiales perecederos (adobe y vigas de made-
ra, etc.), una serie de actividades que podrían llegar a ser peligrosas por la propagación
de incendios intencionados o fortuitos. No obstante, la propia versatilidad y baja espe-
cialización tanto de las estructuras como materiales requeridos provoca que resulte fran-
camente complicado adscribir alguno de estos objetos en exclusividad a las manufactu-
ras esparteras y no a cualquier otro material, como lana o lino, o incluso a elementos de
adorno personal. En consecuencia, son pocos los casos de identificación de estructuras
aparecidas en contexto arqueológico con espacios específicos para la producción de
esparto. Uno de ellos muy interesante lo constituye en época ibérica La Casa del Horno
de la Illeta dels Banyets (El Campello, Alicante), donde se ha individualizado un taller
de esparto (Perdiguero 2016) con conclusiones interesantes para el estudio arqueológi-
co de esta manufactura. En el caso de Caraca, los materiales individualizados hasta la
fecha son básicamente algunos pondera y fusayolas para una cierta producción domés-
tica de (presumiblemente) lana, que mencionaremos infra. Para el esparto, por el con-
trario, no se ha hallado hasta la fecha espacio productivo alguno a excepción de alguna
posibilidad, generalmente en contextos de reutilización en precario tras el abandono de
la civitas, a caballo entre los siglos II y III d.n.e. (a propósito de las fases de reocupa-
ción en precario: Martín González 2011). Si bien entonces nos ocupábamos de las fases
de villulae sobre antiguas villae en la Antigüedad Tardía, muchos de los fenómenos des-
critos parecen transcurrir en paralelo, hasta donde sabemos, también en este caso. Esta
invisibilidad de espacios productivos esparteros entra dentro de lo plausible, atendiendo
al hecho de que solamente se han excavado parcialmente algunos espacios centrales
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públicos del centro urbano (aledaños del foro, el decumanus y termas públicas) en las
cuatro catas realizadas durante dos campañas de excavación (Gamo y Fernández 2019;
Gamo et alii 2018; Gamo y Fernández 2017). En otras palabras, espacios muy alejados
de los eventuales burgos y arrabales de artesanos que presumiblemente pudieren existir
extramuros. Sea como fuere, sí existen dos espacios en particular, dentro del escaso por-
centaje de la superficie ciudadana excavada hasta la fecha, que sí plantean cierto inte-
rés. El primero es la fase de reocupación en precario aparecida sobre el ambiente termal
(interpretado como un tepidarium) de la cata D, durante la campaña de 2018. Tras un
incendio en el siglo II o principios del III, cuya naturaleza (fortuita o intencionada) igno-
ramos, el espacio se amortiza, dotándose de otro uso diferente. El final del “lujo super-
fluo” que representan las termas y su substitución por una fase donde la utilidad inme-
diata es la norma, es algo que casa perfectamente con las fases de reutilización en pre-
cario sobre los niveles de ocupación de época clásica (Martín González 2011: 181 y ss).
En este caso, el lugar parece rellenarse parcialmente y dotarse de una cierta función tex-
til a tenor del pondus aparecido in situ, a lo que hay que añadir otro más rodado en
superficie no lejos de allí. ¿Podría acaso haberse reutilizado el antiguo tepidarium como
un lugar productivo de cara a las manufacturas textiles?. No obstante, el hallazgo del
pondus parece apuntar más bien hacia una producción de lana que, a tenor de la escasez
numérica de las muestras, sería perfectamente compatible con la producción doméstica
de alguna infravivienda situada sobre las antiguas termas. El hecho de que el edificio
termal no se encuentre excavado en su totalidad, empero, supone también en este senti-
do un freno a una interpretación que habremos de ir completando en trabajos venideros.
El segundo de los puntos “candidatos” para el desarrollo de actividades textiles es el
propio foro, o bien su espacio inmediatamente circundante. Como se verá en este mismo
volumen (Gamo y Fernández 2019), dicho espacio foral, erigido sobre fases anteriores
carpetano-romanas y romano-republicanas (Gamo y Fernández 2017: 126) tiene gran-
des dimensiones en relación a la extensión de la civitas. Este desfase de medidas sugie-
re la posibilidad, en relación al emplazamiento de la misma sobre la Vía Espartaria, de
su funcionamiento eventual como mercado de ovicápridos.
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grupo estarían usos como la cestería, sombrerería, calzado, abanicos, etc. así por ejem-
plo ya Pacuvio nos hablaría de unas sandalias de esparto (Festo XVII); el gaditano
Columela, quien nos refiere diferentes tipos de coladores a partir del esparto crudo (R.R.
XII, 19) o incluso reutilizando sacos viejos ya fabricados en este material (R.R. XII, 17).
Plinio por su parte testimonia la miel de esparto (NH, XI, 18) probablemente de otras
especies arbustivas mediterráneas como retama o romero. Apuleyo en su Asno de Oro
presenta bozales, sogas y arreos de esparto (Met. VIII, 25; IX, 11-13). Por otro lado, en
el grupo de las aplicaciones industriales, y aunque hay otras como la fabricación de sala-
zones y garum (Col. R.R. XII, 6; Plin. NH, XXXI, 94) aunque compartido sin duda con
el ámbito cotidiano también, destaca ante todo y en primer lugar la cordelería. El uso de
las cuerdas de esparto, naturalmente, es amplísimo, y se divide entre empleos domésti-
cos (una cuerda que ata un queso en la cocina, Virg. Moretum 58), cuerdas indetermi-
nadas (Hor. Épodos, IV, 3; Quint. Institutione Oratoria, VIII, 2, 2), cuerdas para maqui-
naria (en concreto, una grúa de construcción o throchilea Graecanica, Cat., De Agric.
III) y otros, como el transporte, donde la cordelería (y por ende el esparto) gozan de una
importancia absoluta, tanto en el naval como en el terrestre. A este último respecto hay
que traer el uso de cuerdas de esparto como revestimiento de ánforas y otros recipientes
cerámicos “seis urnas cubiertas de esparto; seis ánforas cubiertas de esparto” (Cat. De
Agric. XI; id. CXXXV) para ofrecer protección y aislamiento térmico. Es decir, algo que
se mantuvo en España, mediante arrieros, aguadores y neveros, hasta la generalización
del agua corriente en época de nuestros abuelos. A ello habría que añadir el tema del cal-
zado (o “herraduras” de esparto) en varios autores para bueyes y otros animales de carga
y tiro. Así Varrón (cordelería y calzados para bueyes, R.R. I, 23, 6); Columela (uso de
sandalias de esparto para bueyes con heridas en las pezuñas, R.R. VI, 12 y 15); Galeno
(De Alimenta VI, 12, 1), Vegecio en repetidas ocasiones (Mulomedicina I, 26, 3; II, 82,
2; IV, 9, 2; IV, 16, 1) y el tratado veterinario anónimo Mulomedicina Chironis (770). Ello
revaloriza, sin duda, la posición del campus spartarius a orillas del Tajo que aquí pro-
ponemos y su función en la Vía Espartaria para abastecer de correajes y arreos cotidia-
nos a los arrieros, aguadores, neveros, comerciantes, pastores y viajeros de toda índole.
El transporte hídrico, por otro lado, constituye sin ninguna duda el empleo “estrella”
para los cabos de esparto en las fuentes clásicas. Ello no puede extrañarnos, ya que hoy
como ayer este tipo de transporte mantiene su condición de vía preferente para las mer-
cancías, siendo a partir de las 100 millas los transportes terrestres se tornaban absoluta-
mente “prohibitifs (…) c´est pourquoi les fleuves devirent les principales artières com-
merciales”, también para el ámbito hispánico (Sillières 2000: 218; Finley 2003: 186),
prosperando las ciudades costeras y fluviales más que ninguna otra (Str. Geog, III, 2,1),
además de suponer los cursos hídricos la principal vía de acceso para ideas y técnicas
(Curchin 2004: 455). La cuestión aparece ya abarcando desde la mera pesca (fragmen-
tos atribuidos a Pacuvio, autor del siglo II a.n.e., Bañón 2010: 21-22; Solino Collectanea
rerum memorabilium XXIII, 3; tratado anónimo Expositio Totius Mundi et Gentium
XVI; Elio Donato Ter. Form. Praef. I, 1); hasta acontecimientos bélicos de primera mag-
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nitud, ya sea por activa (“sesenta y tres naves de carga fueron abordadas [en el puerto
de Carthago Nova por Escipión], algunas con su cargamento: trigo, armas y también
bronce, hierro y velas y esparto y otros materiales navales (Liv. Ab Urbe condita.
XXVI, 47); (…) desde allí la escuadra, cargada de botín, llegó a Loguntia, donde una
gran cantidad de esparto había sido acumulada por Asdrúbal para la construcción de
naves” Liv. XXII, 20) o por pasiva (Frontino, Stratagemata I, 7, 3 nos narra cómo, ante
la escasez de esparto, los cartagineses deben hacer correajes para la maquinaria bélica a
partir de los cabellos de sus mujeres; hecho que corrobora Floro (Epítome de Tito Livio,
I, 31), pasando por artes pesqueras (Opiano Anzarbense, Haléutica III, 341-342). No
debemos olvidar que transporte hídrico no solamente cubre la navegación marítima, que
se abastecería de forma preferente desde Cartago Nova en base a la rentabilidad que
argumentaba Plinio, sino que también tenemos al respecto la navegación fluvial. Si bien
es cierto que los análisis palinológicos nos muestran una tendencia a la aridificación en
los dos primeros siglos de nuestra Era (López Sáez et alii 2019) relacionada tanto al
“Periodo Cálido Romano” como a la propia acción antrópica asociada a la romaniza-
ción, no lo es menos la pervivencia de bosques riparios (olmedas) en la cuenca del Tajo,
lo que muy probablemente le permitiría conservar un cauce adecuado para ciertos tipos
de navegación. La navegación fluvial ha sido tradicionalmente minusvalorada y casi
descartada por parte de la historiografía para los ríos hispánicos en relación a los de la
el resto de Europa. Ello en buena parte se deriva de una incomprensible incapacidad
para distinguir los buques marítimos, que ciertamente no podrían sino navegar en cier-
tos tramos variables del curso bajo de los grandes ríos ibéricos como el Ebro, el
Guadalquivir, el Guadiana, el Tajo y el Duero más las Rías Bajas gallegas, de aquellos
esquifes (el término español se deriva precisamente de scaphae romanas), barcas y cha-
lupas con los que habrían de remontarse, al menos, los cursos medios, en ocasiones con
ayuda de técnicas conocidas en época moderna y contemporánea como la sirga (deno-
minada caudicaria en Roma, al respecto, Dioniso de Halicarnaso, III, 43, 3) para remon-
tar río arriba, entre otras. Dichos esquifes están de hecho atestiguados por Estrabón (ya
el propio Estrabón en Geografía, III, 2, 3 dice que primero se construían de un solo tron-
co y en su época a partir del ensamblamiento de diferentes piezas) señala el recurso a
las barcas de ribera, que Plinio el Viejo denomina lyntres (NH. VI, 26, 10; Chic 1984: 3,
nota nº5). Nonio Marcelo (XIII) define las lintres como naves fluminales, bien conoci-
das para un enorme número de cursos fluviales antiguos, desde el Tíber hasta el Indo,
pasando por el Ródano, el Rin o el Sena, entre muchos otros (Sillières 1990: 736).
Posiblemente los términos asociados, como lenunculi (Pavolini 1996: 108) o naves codi-
ciariae (Sén. De brevitate vitae 13,4), sean todos sinónimos antes que designar diferen-
tes tipologías de esquifes. En todos los casos se trata de embarcaciones “de casco redon-
deado, completamente cubiertas, con bodega y con un mástil situado en la parte delan-
tera, destinado fundamentalmente a la sirga, que podía ser desmontado; estas naves con
frecuencia contaban con un cabrestante para realizar la sirga con puntos fijos” (Chic
1984: 36), tal y como se muestra en las representaciones pictóricas y musivarias ostien-
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ses (Pavolini 1996: 106-108). En el caso concreto del Tajo, se ha utilizado hasta el siglo
XX por parte de los gancheros para bajar por el río los troncos resultantes de la explo-
tación forestal. En época de Felipe II sabemos de la navegación desde Lisboa hasta el
Palacio de Aranjuez. En época romana, sabemos de la existencia de ánforas no sola-
mente en Caraca (fragmentos de al menos dos Dressel I, en los niveles romano-repu-
blicanos de las viviendas de bajo el foro, en la cata B) sino incluso río arriba. Que estas
ánforas llegasen por vía terrestre desde puertos marítimos emplazados a centenares de
kilómetros es algo que, en razón de los motivos de rentabilidad esgrimidos supra, no
parece probable y en todo caso estaría por demostrar.
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construcción de los Reales Sitios de los Habsburgo (López Gómez et alii 1998: 249 y
ss), y aún en el siglo XVII (López Gómez 1998). Por otro lado, Estrabón (III, 3, 4), junto
a la existencia de los placeres auríferos de este río informa explícitamente de la nave-
gabilidad del Tajo y sus afluentes. Además, conocemos en su estuario, como en el del
Sado, importantes factorías de salazones (cetairae) y garum (Curchin 2004: 462) que
muy probablemente sirviesen también para su exportación tierra adentro. Esta realidad
no sería óbice, sin embargo, para la presencia en el interior de importaciones a larga dis-
tancia, como la presencia de ánforas suditálicas en Castra Caecilia (Cáceres, a 24 km
del Tajo) o bien de ánforas vinarias Dressel 1 a 4 y Haltern 70 en Conimbriga (Curchin
2004: 461-462). Pero aún en el curso alto del río se documentaron en Trillo, junto a los
Baños de Carlos III, en la década de 1.950 ánforas asociadas a una serie de muros de
mampostería, que se han interpretado como las trazas de un pequeño fondeadero fluvial
(Sánchez-Lafuente 1986: 181). En esta zona, por lo demás, se registra el transporte flu-
vial de troncos (los ya referidos gancheros) desde (al menos) la Baja Edad Media hasta
bien entrado el siglo XX (Sánchez-Lafuente 1986: 181, n. 1). Sin duda una estimulante
problemática que habremos de desarrollar en futuros trabajos.
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Estas nuevas tecnologías se han aplicado en numerosos yacimientos en los que las
estructuras subyacentes eran susceptibles de ser documentadas (Zhao et alii 2013 y
2018; Malfitana et alii 2015).
El yacimiento que nos ocupa, se sitúa en un cerro amesetado con una altitud media
de 610 m.s.n.m., a la orilla derecha del Tajo, sobre un amplio meandro y delimitado por
barrancos con cursos de aguas irregulares (Gamo et alii 2018). Hoy en día, parte de la
superficie del yacimiento se emplea como terreno para cultivo de secano.
Una vez planeado el vuelo y tomados los puntos de control, se procede al vuelo del
dron, que va realizando las fotografías en los puntos previamente programados. Una vez
obtenidas las fotografías, se realiza el cálculo de los parámetros de orientación de cada una
de ellas. Este proceso es la aerotriangulación, un modelo matemático basado en ecuacio-
nes de colinealidad que incorpora gran calidad de redundancias al proceso para poder dar
robustez al sistema y obtener unos resultados con alta calidad (Santamaría y Sanz 2011).
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Figura 1. Programa de vuelo de dron sobre el cerro, ortofotografía y modelo digital de elevaciones
(MDE) (CAI de Arqueometría y Análisis Arqueológico de la U. C. M.).
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Con el software GPR-Slice se ha realizado tanto el procesado de los datos brutos del
georradar como el ajuste de los datos del GPS para una georreferenciación de las adqui-
siciones (GPR Slice web; Novo).
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Figura 3. Secciones transversales al cerro para determinar la orografía de la zona central más eleva-
das y posibles arroyos que pueden provocar la erosión de las estructuras (CAI de Arqueometría y
Análisis Arqueológico de la U. C. M.).
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Interpretaciones
En el cerro se encuentra un campo de cultivo sin uso desde el año anterior a la fecha
de adquisición de datos. Se ha tenido en cuenta que el terreno no tuviese un contenido
en humedad desfavorable, tanto para alcanzar la profundidad de sección suficiente,
como para obtener resultados positivos. El suelo presenta alto contenido en cantos de
diferentes tamaños, incluso de tamaños decimétricos, con lo que se trata de un perfil
edáfico con cierta heterogeneidad. Los materiales de construcción principalmente son de
litología yesífera, con lo que el contraste de la permitividad eléctrica entre el suelo arci-
lloso y las estructuras ha sido suficiente como para obtener reflexiones hasta aproxima-
damente 90 cm de profundidad e incluso 1,2 m en algunas zonas puntuales.
Observando el plano general de las anomalías del georradar (figura 3), se detectan
zonas donde presentan mayor claridad y profundidad, zonas con anomalías más tenues
y de menor espesor y zonas con ausencia de anomalías donde al parecer debería haber
una continuidad de las estructuras. Gracias a los datos del modelo digital de elevaciones
de alta resolución obtenido con la fotogrametría del dron se observa una coincidencia en
la que en la zona topográfica de mayor elevación es donde las estructuras presentan
menor espesor y el suelo mayor heterogeneidad con lo que se deduce que son zonas con
mayor abrasión por las acciones antrópicas o de mayor erosión al encontrarse más ele-
vado. Por el contrario en las zonas perimetrales a esta zona elevada las estructuras se
observan con mayor nitidez, lo que indica mayor contraste entre las estructuras y su
entorno con lo que seguramente los suelos sean más homogéneos con mayor contenido
de arcillas o humedad y por tanto, mejor conservación de las estructuras del yacimiento
(figura 3).
Con el análisis de hidrología se han localizado las zonas de cabecera o de los arro-
yos y cárcavas del cerro que se encuentran en parte transformados por el uso del arado
que tiende a igualar la superficie cultivada. Se observa que coinciden las cabeceras de
los arroyos con la ausencia de estructuras en el plano de anomalías de georradar por
tanto se ha interpretado que el yacimiento en estas zonas se encuentra afectado, llegan-
do a desaparecer debido a la acción erosiva previa al uso agrícola (figura 3).
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Figura 4. Mapa de anomalías del georradar con secciones de muestra (CAI de Arqueometría y
Análisis Arqueológico de la U. C. M.).
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mada se documenta una ausencia de reflexiones con claridad tanto del yacimiento como
del nivel geológico, seguramente debido a la atenuación y dispersión de la señal.
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Conclusiones
Este trabajo presenta los resultados de vuelos fotogramétricos y prospecciones geo-
físicas que se han realizado en el Cerro de la Virgen de la Muela, Driebes (Guadalajara)
desde el año 2016.
Se ha realizado una campaña de imágenes aéreas mediante dron multirrotor con las
que se ha realizado un procesado fotogramétrico y se ha obtenido una ortofoto y un
modelo digital de elevaciones de alta resolución que van a conformar la base digital
sobre la que se ha trabajado.
Por otra parte, se ha realizado una campaña de geofísica mediante georradar multi-
canal que ha cubierto prácticamente el 70 % de la superficie total más elevada del cerro.
Se han obtenido el mapa de anomalías con el que se ha realizado la interpretación de las
estructuras del yacimiento.
La interpretación de los datos obtenidos con georradar debe ser realizada por parte
de los arqueólogos y su posterior confirmación en campo tras la excavación.
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Introducción
El comienzo de los trabajos arqueológicos en la ciudad romana de Caraca plantea el
reto de mostrar al público representaciones claras y didácticas de un yacimiento que ape-
nas se ha comenzado a excavar. Por tanto, la aproximación a la reconstrucción virtual se
hace en dos líneas: La del realismo y el detalle en la interpretación de los restos cons-
tructivos descubiertos en las excavaciones arqueológicas efectuadas en 2017 y 2018, y
la de la generación de un modelo interpretativo global para la vista general de la ciudad,
a falta de un conocimiento posterior más detallado de las peculiaridades urbanísticas de
cada área del yacimiento.
Conviven en este nuevo entorno dos planos que en ciertos puntos se complementan,
y en otros chocan: la fotogrametría y el modelado tridimensional. Siendo sus resultados
modelos tridimensionales de representación del espacio, sus puntos de partida son dife-
rentes.
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La vista general
El punto de partida de un modelo de representación tridimensional de un yacimien-
to suele ser generar un modelo de terreno. Para un mayor control del número de polígo-
nos necesarios para conformar la geometría del terreno, así como poder modificar ele-
mentos del paisaje que hayan sido modificados por el hombre, se decide generar un
modelo a partir de curvas de nivel dibujadas manualmente en formato vectorial. Se unen
los puntos más representativos correspondientes a una misma cota de altitud sobre el
nivel del mar. La ventaja de usar curvas propias y no modelos obtenidos a través de foto-
grametría o de sistemas cartográficos es la facilidad para optimizar el número de vérti-
ces de dichas curvas, y por tanto, la cantidad final de polígonos del modelo, de manera
que sea eficiente en su equilibrio de calidad y cantidad de puntos, también denominado
“peso” del objeto.
Una vez obtenido el modelo tridimensional a partir de las curvas de nivel, mediante
un proceso que en la herramienta 3Dsmax se denomina “Terrain”, hay que confeccionar
la textura del modelo, la imagen que llevará por manto y que, en nuestro caso, debe eli-
minar elementos de la acción antrópica como cultivos y edificaciones. Importando car-
tografía de satélite actual como punto de partida en la paleta gráfica Photoshop, se van
añadiendo capas de imagen de otros lugares donde no se haya alterado el paisaje por el
hombre sobre los elementos que se quieren eliminar. Así, se crea un paisaje natural sobre
el que ahora está afectado por las labores constructivas y agrícolas, conformando un
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aspecto mucho más acorde con el efecto de retorno al pasado que se busca con esta
representación del yacimiento en vista general. También con esta técnica se pueden aña-
dir elementos nuevos como caminos de tierra, zonas de encharcamiento, etc. que pue-
dan ser de interés para recrear el paleopaisaje. Obtenido el terreno tridimensional, se
procede a la recreación urbana.
Dado que la prospección con georradar del Cerro de la Virgen de la Muela hasta
el año 2018 no ofreció la planimetría completa de la ciudad, los datos parciales del
georradar de 2016 debían ser completados de alguna forma aproximada para confor-
mar esa primera aproximación a la retícula urbana, de cara a una primera represen-
tación didáctica del volumen y extensión de la ciudad.
En una primera instancia se usaron polígonos extruidos que alzaran los períme-
tros de las ínsulas por encima del terreno, es decir, levantar en altura los volúmenes
de las manzanas de casas, pero su capacidad ilustrativa mejor resultó insuficiente,
por lo que se optó por crear una urbanística con casas y construcciones hipotéticas,
que diera mejor idea del aspecto general de la urbe.
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Para evitar fijar la atención en detalles constructivos de las edificaciones, que aún nos
son desconocidos, se decidió aplicar una capa de desenfoque sobre la zona urbanizada del
modelo, como puede apreciarse en la mitad izquierda de la imagen adjunta:
Se ofrece así una representación que permita al espectador hacerse una idea aproxima-
da y comprensible de la ciudad tal como los estudios nos revelan en este punto: por un lado
el núcleo principal sobre el Cerro de la Virgen de la Muela, con las construcciones dis-
puestas en retícula, encaladas y tejadas al estilo romano, y por otro, la zona aneja al cerro,
que se estima ocupada, pero no prospectada aún con georradar, representada con urbanis-
mo más aleatorio y difuminada, hasta poder tener más datos de la misma.
Cata A
La interpretación de las estructuras, ampliamente detallada en el informe arqueológico
y en artículos del equipo investigador, daba como resultado el hallazgo de un edificio de
dos alturas en la cata A, descubriendo parcialmente la estancia inferior a la que se accede-
ría desde una calle a inferior cota que la plaza central de Caraca, a la que daría la planta
superior constatada por los materiales derrumbados en el interior de la estructura, y por las
escaleras halladas en la plataforma de la plaza principal parcialmente desenterrada en esta
cata.
A partir del modelo fotogramétrico resultante en una completa malla de puntos a esca-
la centimétrica real, y con textura tridimensional que cubría la mayor parte de la superficie
excavada, comenzamos el levantamiento de las estructuras hoy desaparecidas, pero dedu-
cibles a la vista de los materiales derrumbados.
Por las dimensiones de la estancia inferior, cuyo suelo se encuentra en ligera pendiente
con una diferencia de cota de 20 centímetros de un extremo al otro de la estancia, se esti-
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mó una altura de techumbre de al menos 180 centímetros en su punto más reducido, y por
tanto de 200 en el de máxima cota de altura entre suelo y techumbre. Esto nos llevaba a un
armazón de vigas apoyadas en los pies de columna atestiguados durante la excavación, para
soportar la primera planta que haría ganar lo que se estimó un mínimo de 20 centímetros
desde la parte superior de las columnas hasta la cota de suelo de la estancia superior.
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entre el suelo y la primera planta, creando los armazones y puertas de acceso a ambas
estancias, y finalmente unos cuerpos humanoides de color oscuro para dar la referencia
de medidas sin distraer al espectador.
Unas tenues luces fotorrealistas incluidas en los espacios interiores iluminan discre-
tamente las estancias interiores mientras que al exterior se le aplica una fuente lumínica
de características similares a las propiedades físicas de una luz solar a media tarde.
Todas estas fuentes lumínicas virtuales basadas en el comportamiento físico de la luz, y
su procesado posterior a imagen, el llamado renderizado, se realizan mediante una
extensión del software Autodesk 3Ds max llamada Vray de Chaos Group.
Cata B
La excavación de esta parcela había dado como resultado el hallazgo de varias basas
de columna alineadas con el testigo de un muro, y en algunos tramos donde había des-
aparecido, de su impronta en negativo sobre el terreno. Los materiales constructivos
atestiguados daban pistas similares a las de la anterior cata: muros de piedra, revesti-
mientos de las paredes, suelos de cal blanca y techumbres de tegulae e ímbrices. La
metodología de reconstrucción virtual es esencialmente la misma que en la cata A. A
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partir del modelo fotogramétrico, que permite establecer las medidas reales en el espa-
cio virtual y tener los volúmenes estructurales descubiertos como referencia, se gene-
ran nuevos polígonos que mediante deformadores y texturizado permiten recrear un
alzado interpretativo de la sección. Existe un nivel previo en esta cata, de época roma-
na republicana, que no ha sido objeto de reconstrucción virtual alguna hasta la fecha,
planteando su modelado en próximas fechas.
Cata D
La campaña de excavación de 2018 se centró en las termas públicas de la ciudad.
Sin tener la misma planta, la similitud edilicia con las vecinas termas de Segobriga
permite crear un modelo 3D interpretativo de la construcción, si bien sesgado, debido
a que la extensión desenterrada no alcanza a desvelar el perímetro total.
Una vez obtenida esta base de trabajo, se procede al alzado de estructuras. Sin
embargo los vestigios encontrados, algunos con suelo empedrado, y un gran patio
rodeado de un paseo cubierto, la palestra, presentan dificultades en su alzado inter-
pretativo. En especial, la altura de las estructuras del complejo termal, y las posibles
soluciones constructivas para salvar el desnivel de la palestra.
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Una construcción semicilíndrica cuyos restos se introducen aún hoy un metro bajo el
nivel de los suelos adyacentes y que conserva un zócalo, parte de su escalera de acceso
y restos de cristal de una posible ventana, e interpretada como el tepidarium o piscina
templada, presentaba también una dificultad no solo a nivel de modelado, sino de cómo
conseguir la mejor forma de representarla.
La excavación parcial del edificio principal descubre una estancia cuya fisonomía
y grosor de muros dan pie a pensar que al igual que en otros casos de tepidarium
romano, se trata de un habitáculo con techo abovedado, que tendría su paralelo en una
estancia igualmente abovedada y contigua al norte, no excavada pero constatable por
georradar.
Dado que la estancia tiene unos 9 metros de lado a lado, que marcarían el diáme-
tro de la bóveda, y calculando que la bóveda arrancara desde al menos 1,5 metros de
altura sobre el nivel del suelo, sumábamos el radio de 4,5 metros y teníamos unos
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muros de 6 metros de altura, a partir de los cuales arrancaría el armazón del techo. No
teniendo datos suficientes para constatar esta potencia constructiva, se decidió no
suponer una bóveda de radio uniforme sino achatada verticalmente hasta los 3 metros,
con lo que la altura total del edificio se reducía considerablemente, aspecto que fue el
finalmente elegido en la primera propuesta.
Conclusiones
Observadas las posibles aproximaciones a la forma de registrar y proyectar los des-
cubrimientos de las campañas arqueológicas en el yacimiento carpetano-romano de
Caraca, se decide que la fotogrametría sea el método de registro del proceso de exca-
vación, dado su realismo y sus limitaciones de alteración, y que a la vez sirva de base
sobre la que se modele manualmente la interpretación de estructuras, con todas las
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Daniel Pérez
Marta Bueno
Manuel Silvestre1
Ángeles Carrasco
Genaro Ferrer
Antecedentes
La localización del yacimiento de Calamorra II tiene su origen en los sondeos
arqueológicos previos a las obras de instalación del gasoducto Zarza de Tajo – Yela que
se llevaron a cabo al pie de una colina aislada conocida en la toponimia como
Calamorra.
Marco espacial
Los terrenos donde se realizó la intervención se localizan al sur de la provincia de
Guadalajara, en los páramos de la margen izquierda del Río Tajuña, con una cota
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Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco, Genaro Ferrer
Desde el punto de vista geográfico esta zona queda englobada en la comarca natural
de La Alcarria que se localiza en la Submeseta Sur y abarca la mayor parte del centro y
sur de la provincia de Guadalajara, el noroeste de la provincia de Cuenca y el sureste de
la de Madrid. La región está formada por un relieve tabular (Forma orográfica resultan-
te de la erosión diferencial de estratos horizontales, tabulares, con estratos más resisten-
tes a la erosión, situados en las partes más altas), coronado por el páramo calizo que se
ve cortado de norte a sur y de este a oeste por cursos fluviales que conforman estrechos
y profundos valles limitados por laderas escarpadas. Se genera de esta forma una geo-
morfología variada en la que se producen notables contrastes entre los páramos en altu-
ra, los fértiles valles y zonas bajas y las laderas de contacto entre ambas. La zona de
estudio se localiza en la zona de transición entre el páramo y las laderas que descienden
hacia los valles principales, en el límite entre la Alcarria Alta y la Alcarria Baja cuya
frontera natural es el curso del Tajuña.
El páramo está formado por calizas, las cuestas y laderas por margas y yesos de ori-
gen marino, depositados durante el Mioceno Superior y el Plioceno. En los valles abun-
dan las areniscas rojas y los conglomerados de origen fluvial. Sobre estas capas de rocas
sedimentarias los principales ríos han excavado profundos y amplios valles, como el del
Tajuña, el del río Ungría o el río San Andrés que enlazan con los niveles del páramo cul-
minantes a través de cuestas más o menos pronunciadas. En esta zona la acción huma-
na ha sido intensa. En los páramos se concentran explotaciones de secano mientras que
en los valles están las huertas y los regadíos. En las cuestas de transición se cultivan
vides y olivos. También, en los páramos se conservan manchas de sabinas, enebros,
encinares y pinares de repoblación, junto con áreas de monte bajo con quejigal, carras-
cales y plantas aromáticas.
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se asentaría en un lugar que ya habría estado poblado con anterioridad, con fácil acceso
al agua, tierras fértiles, buena red de caminos y buen control estratégico del entorno.
Limpieza manual: esta fase se realizó después de los desbroces y antes de la exca-
vación arqueológica, con el fin de identificar o descartar estructuras y de cara a la docu-
mentación inicial del área de trabajo (fotografía y planimetría); para la limpieza manual
se utilizaron herramientas adecuadas como por ejemplos paletas, legonas, azadas, pale-
tines, cepillos y escobillos; después de la limpieza se elaboró un plano inicial de planta
general con todos los elementos arqueológicos detectados.
El siguiente paso consistió en delimitar las zonas de trabajo para trazar una plani-
metría inicial de las estructuras y unidades sedimentarias observadas. En el levanta-
miento se reflejaron las huellas localizadas en planta, las acumulaciones de piedras y las
alineaciones de mampuestos, conformando una planta georreferenciada en coordenadas
absolutas.
2 Zonas con potentes niveles vegetales (área sur) donde se conservaban mejor las estructuras y los
estratos, junto a zona con finas capas vegetales (área intermedia) donde el arado alteró profundamen-
te las estructuras y la sucesión estratigráfica.
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Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco, Genaro Ferrer
Mediante la conjunción de los datos obtenidos, de la lectura de los detalles del pro-
ceso de excavación en las distintas cuadrículas, del listado de los contextos y elementos,
de la consulta de documentación fotográfica y planimétrica se pudo establecer la
secuencia de ocupación del yacimiento.
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Debido a la orografía y a las características físicas del terreno que tenía una ligera
pendiente descendente de norte a sur, con un bancal E-O de pendiente brusca que deli-
mitaba la bajada al valle del arroyo, a lo que hubo que sumar la presencia de un camino
que no se podía cortar y que atravesaba el área de excavación de este a oeste, la zona de
trabajo fue dividida en 3 sectores: Área Norte; Área Intermedia; y Área sur.
Área norte: fue la más amplia y se situaba entre el límite norte del área excavada y
el camino que conducía al abrevadero del Arroyo de los Gallegos, al pie del cerro de
Calamorra y comprendía desde la Cata 1 a la Cata 21; una buena parte de las estructu-
ras y niveles documentados en esta zona tenían cronología medieval islámica. Pero, tam-
bién se localizaron algunos niveles y estratos del Hierro II, más al sur de este sector,
entre la Cata 12 y la Cata 21.
Figura 1. Áreas de excavación (azul Área norte; rojo Área Intermedia; verde Área sur) (Naos
Consultoría Territorial S.L.).
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- Zona 1 (catas 1 a 6): en este sector tras levantar el nivel vegetal (20 cm) se docu-
mentó un amplio estrato de abandono (UE02) de 15 a 25 cm, de color marrón claro con
cerámicas medievales islámicas, tejas y mampuestos de caliza, bajo el que se localiza-
ban los niveles de ocupación y las estructuras; entre los elementos documentados se
podría mencionar en la Cata 1 un cimiento de mampuestos de caliza (N-S) asociado a
un derrumbe de tapial y tejas, a un hogar, a una gran huella irregular excavada en el
terreno y a un silo; en la Cata 2 se localizó una fosa estrecha y alargada que podría
corresponder a la huella dejada por un cimiento (N-S) robado; en la Cata 3 la huella de
una cabaña de planta aproximadamente rectangular, con un silo en su interior y otra fosa
de cimiento estrecha y alargada (N-S); en las Catas 4, 5 y 6 se observaron cubetas y silos
excavados en el terreno geológico; todo el material de esta zona de ocupación fue his-
panomusulmán y por debajo se localizó el terreno geológico.
Figura 2. Cata 8: Vista de las estancias medievales (Naos Consultoría Territorial S.L.).
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con mampuestos de caliza y una base de cal. En la Cata 8 se localizaron varios cimien-
tos de mampuestos de caliza (hasta 3 hiladas) formando 2 estancias cuadrangulares, una
de ellas aprovechando el largo cimiento para cerrar su lado oeste; en estas habitaciones
se registraron derrumbes de tapial y tejas y un hogar. En las Catas 9 y 10 se localizaron
3 huellas de poste, 2 silos y los restos de un hogar bajo un derrumbe, pero no se con-
servaban los cimientos en pie. En la Cata 11 bajo los derrumbes se documentaron 3 silos.
El largo cimiento localizado entre las catas 7 y 11 se podría relacionar con una cerca
(posiblemente defensiva) o vallado que delimitaría la zona de casas medievales que
podría conformar una alquería o pequeña aldea. En la Cata 12 se localizaron 5 silos con
material islámico, pero debajo de los derrumbes de la Edad Media se localizó un fino
nivel marrón oscuro con escasa cerámica del Hierro II y bajo este se documentó una
estructura excavada en el terreno geológico en forma de L que podría corresponder con
una cimentación robada de 60 cm de ancho por 58 cm de profundo y 3,5 m de longitud);
en esta fosa se recuperó material cerámico Carpetano.
- Zona 3 (catas 13 a 17): en esta zona debajo del nivel vegetal se observó el estrato
de abandono en el que se localizaban la mayor parte de las estructuras como por ejem-
plo en la Cata 13 donde se documentaron los restos de 2 posibles cabañas de planta apro-
ximadamente rectangular, excavadas en el terreno y 3 silos asociados, todo ello con
materiales hispanomusulmanes. En la Cata 14 se observó una zona sin restos arqueoló-
Figura 3. Cata 12: Vista final desde el norte (Naos Consultoría Territorial S.L.).
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Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco, Genaro Ferrer
gicos bajo el nivel vegetal. A partir de la Cata 15 se empezó a ver en el nivel de aban-
dono medieval la presencia de algunos materiales carpetanos, además en esta misma
cata debajo de UE02 se localizó un silo con cerámicas del Hierro II. En la Cata 16 se
localizó una huella rectangular de una posible cabaña semiexcavada en el terreno, aso-
ciada a un silo circular, en el que se recuperaron cerámicas islámicas (vedríos verde
oliva y melados, piezas con goterones rojo y otras con retículas pintadas en rojo); pero,
en esta misma cata se localizaron dos grandes huellas de planta ovalada de posibles
cabañas excavadas en el terreno y un silo asociado, con cerámicas Carpetanas, junto a
una gran estructura excavada en el terreno geológico (3 m. de diámetro por 1,5 m de
potencia) con escasas cerámicas del Hierro II que podría ser una zona de extracción de
materia prima (caliza o de arcillas). Esta estructura se encontraba rota por dos silos
medievales. En la Cata 17 se localizaron 5 huellas de poste, 4 silos y la huella de una
posible cabaña (3,35 m N-S y 60 cm de potencia), en estos rellenos solo se recuperaron
cerámicas islámicas.
- Zona 5 (catas 20 y 21): en estas catas debajo del nivel vegetal (15 cm) no se loca-
lizó el nivel de abandono medieval (UE02), directamente se observaron las estructuras
de cronología carpetana. Por ejemplo en la Cata 20 se documentaron numerosas huellas
de planta circular que se definieron como silos, cubetas, los restos de un posible horno
(paredes y base rubefactadas y endurecidas) y huellas de poste. Todas estas estructuras
tenían materiales carpetanos en su interior. En la Cata 21 se documentó un cimiento E-
O de 35 cm de ancho, de mampuestos de caliza a cuyos lados se localizan niveles de
ocupación con materiales carpetanos; sin embargo, la parcialidad del área excavada hizo
difícil la interpretación de los restos localizados.
Área Intermedia: se situaba entre el camino que conduce al abrevadero del Arroyo
de los Gallegos y el aterrazamiento que separaba la zona alta de la meseta con la baja-
da a la vega del arroyo. Comprendía las Catas 22 a 25; en este sector de la excavación
y debajo del nivel vegetal (15 cm) se localizaron restos de época romana. En la Cata 24
se documentó una estructura de planta cuadrangular de la que se ha excavado una estan-
cia y parte de otra que se pierden bajo el perfil oeste. En la Cata 25 se localizó otra estan-
cia posiblemente rectangular, a continuación de la anterior, con la misma orientación y
que se metía bajo el perfil oeste; en ambas estructuras se recuperaron escasas cerámicas,
ímbrices y tégulas. Al sur de estas estructuras se documentaron dos cimientos de crono-
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logía romana que podrían conformar más estancias; el hecho de haber excavado solo
partes de las habitaciones y su mala conservación han hecho difícil la interpretación de
las estructuras.
En cotas por debajo de las estructuras y niveles romanos se documentaron restos del
asentamiento carpetano que ya empezó a atisbarse en las cuadrículas 12, 16, 17, pero
sobre todo desde las catas 20 y 21, situadas algo más al norte. Los restos del Hierro II
se encuentran muy arrasados y desmantelados conservándose en las Catas 22 y 23 res-
tos dos cimientos N-S y otro E-O, pero que no llegaban a formar estancias claras, tam-
bién se documentó la huella de un posible horno/hogar junto al que se observaron abun-
dantes fragmentos de cerámicas Carpetana y una fosa de planta irregular excavada en el
terreno geológico que podría haber servido para extracción de material y luego como
basurero.
Área Sur: se situaba al pie del aterrazamiento que separa la vega del arroyo del sec-
tor más alto del yacimiento. Esta área se encontraba en pleno valle del arroyo y com-
prendía las Catas 26 a 31; al igual que en el Área Intermedia, en esta zona de la exca-
vación se documentó un poblamiento de la Segunda Edad del Hierro sobre el que había,
en ciertas zonas, una ocupación romana. Los restos carpetanos estaban algo mejor con-
servados que en el Área Intermedia.
Figura 4. H2 (carpetana) desde el norte con las piezas (Naos Consultoría Territorial S.L.).
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Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco, Genaro Ferrer
En este sector, al contrario de lo que sucedió en las otras áreas, se han podido iden-
tificar algunas habitaciones y estructuras completas de período Carpetano. Este hecho,
unido a la mejor conservación de los restos (por la presencia de más sedimentos del
terreno vegetal sobre ellos) y a su mayor entidad, ha propiciado que en esta zona de la
excavación haya sido posible reconstruir algo mejor la secuencia de ocupación.
Por ejemplo, en la Cata 28, debajo del nivel vegetal se localizó el nivel de derrumbe
de época carpetana debajo del que se documentaron dos estancias. La Habitación 1 esta-
ba delimitada por tres cimientos que conforman los cierres norte, sur y este de la estan-
cia. También se pudo ver un posible acceso en el muro este. El muro oeste continuaba
por debajo el perfil de la cata. Sobre esta estancia de la Segunda Edad del Hierro no
había nivel de ocupación romano.
Figura 5. Horno (romano): excavación desde el sur (Naos Consultoría Territorial S.L.).
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En la Cata 29 se documentó una zona con estructuras Carpetanas muy alteradas, con
tres huellas aproximadamente circulares endurecidas y rubefactadas que podrían ser de
hogares/hornos, así como los restos de cimientos muy perdidos. Este nivel del Hierro II,
a diferencia de lo observado en la Cata 28, se localizaba debajo del nivel de ocupación
romano que estaba compuesto por restos de cimientos que también estaban muy perdi-
dos. A partir de esta cata, hacia el sur, ya no se documentaron niveles ni materiales del
Hierro II, por lo que la zona de ocupación Carpetana se localizaba entre las catas 12 y
la cata 29, con una extensión de unos 160 m N-S.
En las Catas 30 y 31 debajo del nivel vegetal (45 cm) se documentó lo que pensamos
que podría ser una zona de carácter industrial de época romana formada por diversos ele-
mentos constructivos de cierta entidad, por ejemplo, en la Cata 30 se localizó una estruc-
tura, de planta cuadrangular delimitada por dos cimientos de mampuestos de caliza en el
norte y en el sur y por dos muros de adobes y piedras en el este y oeste. La estructura
medía 2 m x 1,8 m. y contaba con un pavimento de losas de barro cocido con unas dimen-
siones de 45 cm x 27 cm x 10 cm de grosor. Tras levantar el enlosado se observaron los
restos de un suelo de barro endurecido y debajo de él el terreno geológico.
Al oeste de esta estructura, también en la Cata 30, se localizó una construcción simi-
lar, aunque de menor tamaño (2 m x 1,10 m) y compartimentado en dos estancias meno-
res. Al igual que el conjunto anterior contaba con dos cimentaciones de piedras que la
delimitan por la zona norte y sur y por el este y oeste se cerraba con un murete de ado-
bes y piedras. En el interior, en lugar de losas se documenta un suelo continuo de barro
endurecido bajo el cual se encontraba el nivel geológico. Estas dos edificaciones pre-
sentaban indicios de haber estado expuestas a un fuego intenso ya que el barro de los
suelos y de las losas estaba rubefactado, endurecido, con zonas enrojecidas y otras enne-
grecidas.
Más al sur, en la Cata 31, se documentó un pequeño horno de planta circular cons-
truido con adobes y piedra caliza, situado junto a una pequeña fosa excavada en el terre-
no geológico, con el entorno cercano quemado y endurecido por haber soportado altas
temperaturas. Además, toda la zona contaba con un sedimento grisáceo oscuro en el que
se localizaron bastantes restos de hierro por lo que podría tratarse de una pequeña fra-
gua. En este sector el material cerámico era solamente de cronología romana, docu-
mentándose T.S.H.
Al sur de la zona del horno, en el extremo meridional del área excavada, se docu-
mentó un cimiento de caliza N-S que medía 7,5 m. de longitud. En el extremo sur conec-
taba con otro muro perpendicular, cerrando parcialmente de este modo una estancia. En
el ángulo entre ambos cimientos se documentó un derrumbe de adobes y tejas. Los
materiales recuperados en esta zona también eran de cronología romana. Cabe señalar
todo este sector se situaba muy cerca del cauce del Arroyo de los Gallegos. Al sur de
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Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco, Genaro Ferrer
La segunda distinción de los materiales estudiados de este yacimiento fue ver que las
cerámicas a mano solo estaban en niveles carpetanos, las cerámicas a molde solo en
niveles romanos (tipo sigillata) y las cerámicas a torno se localizaban en zonas carpeta-
nas, romanas y medievales (3.630 fragmentos: 87%). Como se puede observar hay una
gran mayoría de fragmentos de cerámica a torno en comparación con las realizadas a
mano y a molde.
De las 2.274 piezas identificadas como carpetanas (Hierro II) 1.653 (73%) han sido
consideradas como indeterminadas y 621 (27%) se han podido adscribir a una tipología
o forma. Además entre estas piezas Carpetanas se localizaron piezas a mano (18%) y
otras a torno (82%).
En cuanto a las cocciones de las cerámicas son predominantes las oxidantes, segui-
das de las mixtas o alternantes y de las reductoras. En relación a las cocciones, los colo-
res de las pastas más frecuentes en el yacimiento son por orden el naranja, el rojo, el
marrón y el ocre en las oxidantes; el marrón-gris y el marrón – negro en las mixtas; y el
gris y negro en las reductoras. Los desgrasantes del conjunto cerámico son sobre todo
de calibres medios y finos y en menor medida los gruesos.
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Las piezas con decoraciones pintadas son abundantes (39 %) y se centran en el exte-
rior de las piezas. Los motivos se componen de bandas horizontales rojas o naranjas
(anchas y estrechas), círculos o semicírculos concéntricos, también hay decoraciones
jaspeadas en color rojo, naranja, marrón y gris. En el conjunto de cerámicas se ha obser-
vado cierto número de fragmentos, sobre todo de cuencos de pequeño tamaño, reducto-
res de buena factura con pastas grises (12 % de cerámica gris Carpetana). También se
dan fragmentos de cerámica con alisado de la superficie en ambas caras. Por último,
cabe destacar el aspecto cronológico que se puede adscribir a los siglos V-III a. C., es
decir, en plena Segunda Edad del Hierro.
De las 282 piezas identificadas como romanas 154 han sido consideradas como inde-
terminadas (55%) y a 128 se les ha podido adscribir a una tipología o forma (45%). De los
128 fragmentos reconocidos se han visto las siguientes tipologías: cuencos (44 piezas,
44%), seguida de las ollas (39 piezas, 38%), jarras (10 piezas, 9%), dolia (4 piezas, 4%) y
platos (2 piezas, 2%). Además, se han identificado 4 opérculos/ tapaderas (4%). Entre estas
piezas romanas se localizaron 41 fragmentos hechos a molde (16%) que corresponden a
tipologías de cuenco de Terra Sigillata Hispánica, de la que se han hallado piezas tanto
lisas como decoradas. Entre las formas lisas que se han podido reconocer varios bordes de
las formas Drag. 37, Drag. 29/37 y Drag. 29 y entre los motivos decorativos se han reco-
nocido círculos ondulados y sogueados, festones, liebres y bifoliáceas.
En cuanto a las cocciones de las cerámicas son predominantes las oxidantes, segui-
das de las mixtas o alternantes y de las reductoras. Los colores de las pastas más fre-
cuentes en el yacimiento son por orden el naranja, el marrón, el rojo y el ocre en las oxi-
dantes; el naranja-gris, marrón-gris y el marrón –negro en las mixtas; y el gris y negro
en las reductoras. Los desgrasantes del conjunto cerámico son sobre todo de calibres
medios y finos y en menor medida los gruesos. Cabe destacar algunas piezas de sigilla-
ta con desgrasantes muy finos.
Entre las piezas a torno se han localizado algunos fragmentos con decoraciones pin-
tadas (35 %) con bandas y líneas horizontales, trazos, naranjas y rojos se ha visto que el
37% son piezas engobadas y el 38% son lisas. Por último, cabe destacar el aspecto cro-
nológico ya que todo el conjunto de cerámicas se podría adscribir a los siglos I-III d. C.
De las 891 piezas identificadas como medievales todas se han podido atribuir al
período Islámico. De los 385 fragmentos reconocidos como selectos (43%) se han
podido dividir las tipologías de la siguiente manera: ollas, normalmente con escota-
dura en el borde (81 piezas, 28%), jarras (72 piezas, 25%), cuencos (67, 23%), pla-
tos/ataifores con repié (19 piezas, 7%), candiles de piquera (15 piezas, 5%), tapaderas
(15 piezas, 5%), cazuelas (11 piezas, 4%), fuentes (4 piezas, 2%), botellas (2 piezas,
1%). También se han identificado una cantimplora y una fusayola o pesa de telar.
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Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco, Genaro Ferrer
Las decoraciones, los vedríos, las acanaladuras y los acabados con engobe son
relativamente frecuentes entre las piezas de Calamorra II: el 55% son piezas lisas, el
16% de los fragmentos estudiados cuentan con decoración pintada (goterones rojos y
enrejados en rojo), el 12% con acanaladuras horizontales; el 7% están vidriadas (verde
oliva, verde con goterones de manganeso, marrón y melado). Por último, cabe desta-
car que el conjunto ha podido ser adscrito al período hispanomusulmán (siglos X al
XII d. C.).
Todas las piezas líticas han sido recuperadas en niveles carpetanos desde la Cata
16 hasta la Cata 29. Se trata de 3 fragmentos de molino (gneis); 2 molederas, una en
cuarcita y otra en granito; 4 núcleos de sílex, 3 de sílex blanco y otro en sílex gris; 6
raspadores, 4 en sílex blanco, 1 en sílex marrón y otro en sílex gris; 3 puntas de cuchi-
llo, 2 en sílex blanco y otro en sílex gris; 10 hojas o láminas, 3 en sílex blanco, 6 en
sílex gris y otra en sílex marrón, la mayoría (8) con sección trapezoidal y 2 con sec-
ción triangular; 6 lascas retocadas, 1 en sílex blanco, 3 en sílex gris, 1 lasca retocada
en sílex rosado, 1 lasca retocada en sílex marrón; 1 posible diente de hoz en sílex blan-
co; 1 tapadera en caliza redondeada con retoques en los bordes.
Restos óseos: con el estudio de los restos óseos (huesos, dientes, molares y con-
chas de moluscos de río) del yacimiento de Calamorra II se ha intentado realizar un
acercamiento a las posibles especies animales representadas en los niveles arqueoló-
gicos de Calamorra II (agricultura, ganadería, alimentación, etc.). A lo largo de la
excavación arqueológica se ha localizado un conjunto de 1.036 piezas óseas comple-
tas o fragmentadas, de piezas dentales y de conchas de náyade (moluscos de río).
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estos datos nos han podido adelantar sectores que pudieron tener usos relacionados con
la presencia de establos o cercados con ganado, posibles osarios y basureros de huesos
asociados a áreas de trabajo con los restos de los animales (curtido de pieles, ahumado
o salado de carnes, etc.), etc.
En los niveles Romanos se han localizado muy escasos restos óseos distribuidos de
la siguiente manera: el grupo de los bóvidos con 31 huesos (63%); el de los ovicápridos
con 13 huesos (27%); el de los équidos con 4 (8%); el de los suidos con 1 hueso (2%).
Con este análisis cuantitativo se ha podido ver que el número más abundante de pie-
zas, tanto en niveles carpetanos como en los medievales, han sido las de ovicápridos,
seguido de los bóvidos, los equinos y los suidos. Además cabe señalar que en los estra-
tos medievales se han encontrado huesos de cánidos y conchas de náyade o moluscos de
río que no se han registrado en estratos carpetanos.
Un caso aparte serían los niveles romanos donde se han encontrados escasos huesos
con una procedencia diferente a la observada en las zonas carpetana y medieval ya que
serían los restos óseos de bóvido los más abundantes, seguido de los ovicápridos, los
équidos y los suidos, muy escasamente representados estos dos últimos.
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Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco, Genaro Ferrer
Esta distribución nos muestra las zonas de mayor presencia de huesos que en gran
medida se relacionan y coinciden con las de hábitat (donde mayor número de cerámicas
se han localizado). En zona carpetana podría haber tres zonas de hábitat asociadas a
otros tantos posibles establos: una en la Cata 16, otra entre las Catas 22 y 25 y la última
entre las Catas 27 y 29; en la romana se localiza las zonas con huesos entre la Cata 28
y 31 y una zona aislada en la Cata 22; en la zona medieval se localizarían entre las catas
6 a 8, una segunda entre las catas 11 a 13, una tercera entre las Catas 16 y 18 y una asi-
lada e la cata 4.
Por esta razón se podría hablar, tanto en zona carpetana como en la medieval de
varias áreas de hábitat y ocupación que estarían relativamente separadas unas de otras.
Estos ambientes se podrían considerar agrupaciones de edificios tanto de hábitat como
de estabulación que formarían parte de aldeas o poblamiento más amplios.
Como se puede ver en los estratos carpetanos es donde mayor número de piezas de
metal (30 piezas, 44%) se han localizado con ligero predominio de las de bronce sobre
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el hierro. En segundo lugar, en los niveles hispanomusulmanes (24 piezas, 35%) con
cierta igualdad entre el hierro (14 piezas) y el bronce (10 piezas) y por último en los
niveles romanos (14 piezas, 21%) donde hay un mayor número del hierro (11 piezas)
sobre el bronce (3 piezas).
Como se puede observar, entre las piezas reconocidas en hierro, hay predominio de
clavos que se podrían relacionar con las actividades de construcción de edificaciones y
con la fabricación de enseres de madera que a su vez relacionarían con el fragmento de
martillo. En bronce se puede destacar también la localización de tres agujas de coser que
se relacionarían con la vida cotidiana y el cosido prendas. El cuchillo localizado se podría
asociar también con la vida cotidiana. Por último, hay que mencionar los elementos de
ajuar personal como el pendiente, los pasadores de fíbula y la plaquita.
Como se puede ver, entre las piezas reconocidas en hierro, vuelve a haber predomi-
nio de clavos relacionados con construcción de edificaciones o el trabajo con la madera.
El caso de las tenazas se podría asociar al trabajo en una fragua, donde se podrían haber
fabricado los clavos, la argolla de un arreo de carro o los cuchillos. Se puede destacar
también la localización de elementos en bronce de ajuar personal como el anillo, las fíbu-
las y una espátula o sonda de oído que formaría parte del ajuar de limpieza personal ya
que servía para el aseo del oído y para la limpieza de las uñas. Este instrumento también
era utilizado por los médicos para raspar y limpiar heridas, medir sustancias, etc., pudien-
do, así mismo, usar el extremo apuntado como punzón. Se utilizaba en los procedimien-
tos quirúrgicos delicados, que requerían de instrumentos pequeños y finos.
En cuanto a las tipologías y morfologías de la zona medieval solo una pieza ha sido
considerada como indeterminada. En el resto sí nos hemos podido acercar al conoci-
miento de las formas y los tipos de las piezas según la siguiente clasificación: en hierro
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Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco, Genaro Ferrer
Entre las piezas reconocidas, hay predominio de clavos que se podrían relacionar con
las actividades de construcción y la presencia de una azuela se podría asociar con el tra-
bajo con la madera. De nuevo se observa la presencia de unas tenazas para el trabajo en
zonas con fuego (fragua o herrero). Se han localizado algunos elementos de ajuar per-
sonal como las agujas, el anillo, las fíbulas, los anillos y el cuchillo.
Conclusiones
La excavación arqueológica llevada a cabo en el yacimiento Calamorra II ha permi-
tido documentar un enclave con diversas fases de asentamiento que está situado entre la
colina de Calamorra y el paraje conocido como Conchuela (despoblado).
La ocupación más antigua del paraje de Calamorra II se centra en los materiales recu-
perados, los niveles documentados y las estructuras excavadas correspondientes a la
Segunda Edad del Hierro. El hecho de haber excavado una anchura de 4 m. y el alto
nivel de destrucción de las estructuras dificultan la interpretación global del yacimiento
y su verdadera extensión. Por lo que poseemos una visión parcial de las diversas estruc-
turas y niveles difíciles de interrelacionar. Sí parece que el área nuclear de esta fase car-
petana se localizaba en llano (entre el Área Sur y en el Área Intermedia del yacimien-
to), en la margen derecha del arroyo de los Gallegos, muy cerca de su nacimiento. En el
Área Norte se documentó de este período la gran estructura negativa (UE1603) que fue
interpretada como una zona de extracción de materia prima (caliza o arcilla), junto a las
huellas de dos posibles cabañas de planta ovalada y una fosa de cimentación en forma
del L en la Cata 12 que probablemente esté asociada a un hogar y a un suelo.
Precisamente en el Área Norte es donde se concentraba el poblamiento medieval que no
se registra en las áreas Intermedia o Sur.
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En el Área Sur, en pleno valle del Arroyo de los Gallegos, también se documentó una
zona de hábitat de la Segunda Edad del Hierro, pero en este caso bajo un área de pobla-
miento romano. El hábitat carpetano documentado estaba formado por dos habitaciones
localizadas en la Cata 28 y separadas por un posible callejón o pasillo que daría acceso
a un área abierta.
Todo este sector fue objeto de la repoblación castellana que tuvo lugar después de la
conquista de Guadalajara, por tropas castellanas, a finales del siglo XI. La Alcarria se
fue repoblando entre finales del XI y el XII con gentes venidas del norte que poco a poco
van creando un entramado de pueblos y aldeas, entre los que se encontraría Conchuela,
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Daniel Pérez, Marta Bueno, Manuel Silvestre, Ángeles Carrasco, Genaro Ferrer
situado en las inmediaciones del Arroyo de los Gallegos, muy cerca del antiguo encla-
ve carpetano, romano e islámico. Cabe señalar que durante los trabajos realizados en el
yacimiento no se han localizado restos o niveles bajomedievales que se pudieran rela-
cionar con este despoblado cristiano.
En la Alcarria, la peste fue la causa del abandono de muchas poblaciones, entre las
que estaría Conchuela cuyo abandono se produjo a finales del siglo XIV aunque su
recuerdo se mantuvo en la toponimia.
Tras esta ocupación carpetana y de un período sin ocupación, parece que hacia los
siglos I y III d.C., se establecería un asentamiento romano, del que se ha localizado la
zona de carácter industrial. Sobre este poblamiento romano no se han documentado
niveles ni restos tardorromanos o de la temprana Edad Media. Parece que el abandono
en época romana podría haber coincidido con la crisis de finales del siglo III d.C.
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14.- El asentamiento carpetano y romano de Calamorra II (Almoguera)_congreso caraca 06/11/2019 16:29 Página 285
El enclave no se volvería a ocupar hasta época islámica (siglos X a XI) pero se vol-
vió a abandonar por la inestabilidad que se produjo con el avance cristiano. Por último,
tras la caída de Guadalajara y su territorio a finales del siglo XI la zona fue de nuevo
habitada, esta vez por repobladores cristianos que fundaron el poblado de Conchuela,
que a finales del siglo XIV fue abandonado por la epidemia de peste negra.
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14.- El asentamiento carpetano y romano de Calamorra II (Almoguera)_congreso caraca 06/11/2019 16:29 Página 286
15.- Los Guillares. Noticia de una intervención_congreso caraca 06/11/2019 18:22 Página 287
La mencionada ciudad de Caraca contaba con algún estudio preliminar y con la cir-
cunstancia del hallazgo de un depósito de material de plata (San Valero 1945). No será
hasta fechas recientes, con motivo de la redacción de la Tesis Doctoral de uno de los edi-
tores de este libro (Gamo 2015), cuando se inicien los estudios previos (Gamo et alii
2018) que tendrán continuación en la realización de la primera campaña de excavación
arqueológica (Gamo y Fernández 2017) y la publicación de los restos del acueducto que
abastecía de agua a la ciudad, de cronología altoimperial y posiblemente vinculado “a la
monumentalización de la ciudad romana del Cerro de la Virgen de la Muela por motivo
de su promoción jurídica, probablemente en época Flavia” (Gamo et alii 2017:246). Con
anterioridad se había editado el corpus de inscripciones latinas de la provincia de
Guadalajara (Gamo 2012), donde autorizamos la publicación de un fragmento cerámico
con grafito post-cocción del yacimiento de Los Guillares, que como la totalidad del
material arqueológico recuperado, se halla depositado en el Museo de Guadalajara.
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15.- Los Guillares. Noticia de una intervención_congreso caraca 06/11/2019 18:22 Página 288
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15.- Los Guillares. Noticia de una intervención_congreso caraca 06/11/2019 18:22 Página 289
ciones son muy similares, teniendo su abandono quizás a finales del siglo II o inicios del
III d.C. Los Guillares se unirían a otros lugares del entorno y ya atisbados, cuales son
las posibles villae de la Vega Alcorisa o Alóciga (Sánchez-Lafuente 1982: 109) y Las
Peñas en Mazuecos (Gamo 2012: 184-186, nº 89-90). Pasamos a exponer las líneas
generales del proyecto de infraestructura hidráulica que propició el hallazgo del yaci-
miento de Los Guillares.
Con posterioridad, los autores de este texto fuimos contratados para la dirección de
la actuación arqueológica en fase de obra por la UTE Canal de Estremera, formada por
las empresas BEFESA y ACSA, líderes en el tratamiento de agua, tanto en su depura-
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15.- Los Guillares. Noticia de una intervención_congreso caraca 06/11/2019 18:22 Página 290
Las labores de campo se desarrollaron entre los días 9 y 12 del mes de febrero del
año 2010. El número total de sondeos realizados fue de nueve y la superficie sondeada
es de 36 m2, sobre un eje lineal de 82 m. Fueron realizados a mano por un equipo de
cinco operarios y con la presencia continuada de uno de los dos directores de la inter-
vención y en algunas ocasiones de los dos arqueólogos. Como en las otras dos inter-
venciones realizadas en paralelo (Villarrubia de Santiago y Esteva) se perfilaron las
superficies de los sondeos que quedaron tras su excavación, especialmente los perfiles
estratigráficos (en número total de 36). Estos perfiles fueron identificados y descritos
estratigráficamente, así como fotografiados los sondeos y algunos de los perfiles más
significativos, con referencia de dimensiones (jalones) y de fecha (tablilla identificativa
en cada fotografía). Los sondeos se excavaron hasta la profundidad en que no aparecí-
an restos arqueológicos y aún entonces se excavó otro plano estéril de unos 25 cm. La
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Los fragmentos cerámicos recuperados aparecen algo rodados en las más de las oca-
siones, aunque la variedad es amplia, desde pequeños recipientes de cerámica sigillata
–que por sus características bien pueden ser fechados en el siglo I d.C.– hasta fragmen-
tos de cerámicas de cocina, de paredes oscuras y pastas no depuradas. También pode-
mos documentar fragmentos cerámicos de paredes finas, pastas cuidadas y de color ocre
–algunas oscuras– que se podrían corresponder con cerámicas de mesa o incluso toca-
dor. El conjunto es bastante homogéneo y no se identifica ningún resto cerámico o de
otro tipo que pueda ser adscrito a otra cronología, cuales pueda ser la prehistórica.
Únicamente en el estrato superficial aparecen cerámicas contemporáneas, seguramente
procedentes del “embasurado” de las superficies de cultivo a través de los años.
Tampoco se detectan restos de estructuras, ni manchas significativas en el relleno exca-
vado, por lo que la posibilidad de la aparición de estructuras excavadas es muy remota,
aunque no imposible en este tipo de registros. No olvidemos la villa de la Torrecilla y
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los aledaños de la villa de Villaverde, ambas en el valle del Manzanares. Estas últimas
estructuras tuvimos ocasión de descubrirlas en una actuación realizada hace un par de
lustros y consistían en grandes hoyos de planta circular y poco fondo que se rellenaban
de materiales contemporáneos al momento de abandono de la villa. El yacimiento debió
ser un pequeño establecimiento agropecuario hispanorromano, quizás sin la entidad de
una “villa”, pero si lo suficientemente grande para constituir una unidad de producción
situada en la margen derecha del río Tajo y junto a una vega explotable, aunque estre-
cha por la presencia de colinas y lomas yesíferas que la envuelven por sur y oeste. Los
restos arqueológicos detectados en esta intervención se sitúan en un momento muy con-
creto, posiblemente a partir del siglo II, a tenor de las cerámicas sigillatas recuperadas.
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primera del Henares y la segunda del Gigüela, tributario en la cabecera del río Guadiana.
Esta última ciudad tendría una de sus razones de ser en la explotación del lapis specu-
laris o yeso espejuelo que se utilizaba como cristales en la época (Bernárdez y Guisado
2009).
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Figura 2- Final de la fase de desbroce (fotografía Consuelo Vara Izquierdo y José Martínez
Peñarroya).
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Figura 3- Muestra del material arqueológico (fotografía Consuelo Vara Izquierdo y José Martínez
Peñarroya).
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Por ello, pensamos que el método adecuado para abordar este tema es la utilización
de diferentes fuentes de información que puedan contrastarse entre ellas: las descripcio-
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María Luisa Cerdeño Serrano, Marta Chorda Pérez, Teresa Sagardoy Fidalgo
nes recogidas en los escritos clásicos deben ser corroboradas por la epigrafía, la numis-
mática y especialmente por el registro arqueológico que es, en definitiva, la huella está-
tica del devenir dinámico de aquellas sociedades cuando contactaron con otras de mayor
complejidad que, por su parte, incorporaron a su propia historia los acontecimientos
sucedidos durante este encuentro (Cerdeño y Gamo 2014).
Figura 1- Periodización de la cultura celtibérica (Cerdeño y Gamo 2014) y carpetana (según pro-
puesta de Blasco y Blanco 2014).
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otros medios. Como ejemplo de esto último, vamos a comentar el interés que tienen
algunos documentos antiguos, generados hace un siglo e ignorados hasta la fecha, que
hemos consultado al hilo de nuestro reciente proyecto sobre la información legada por
el marqués de Cerralbo. Este mecenas y erudito trabajó intensamente en la provincia de
Guadalajara y, entre otras muchas cosas, estuvo interesado desde el primer momento en
identificar los itinerarios de la conquista romana mencionados en las fuentes y sus pro-
puestas al respecto iluminan paralelamente el mundo indígena que los invasores encon-
traron. Aunque las fuentes sobre las vías son tardías, como el Itinerario de Antonino (fin
siglo III d. C.) o los vasos de Vicarelo, el más tardío del año 15 a. C. (Siliers 2016: 320),
todo parece indicar que sus trazados debieron seguir, al menos en parte, los antiguos
caminos preexistentes.
Esta relación ya fue percibida por aquel arqueólogo que la plasmó en la introduc-
ción al tercer volumen de su obra inédita, dedicado íntegramente a Aguilar de Anguita
(Aguilera y Gamboa 1911: 6) y nos parece relevante y significativa por tres razones,
aunque nunca se le haya prestado especial atención: la primera porque detalla la situa-
ción topográfica de sus descubrimientos mientras buscaba la vía; la segunda porque, en
base a su conocimiento del terreno, plantea una hipótesis diferente a las propuestas de
investigadores posteriores, a los que la historiografía reciente sí cita, mientras que a él
no –recorrido de la propia vía y ubicación de Arcobriga– y la tercera razón es que, pese
a ser perfectamente posible la reconstrucción topográfica de la vía, nunca se ha intenta-
do cartografiarla ni comentarla, aunque solo fuera para desestimarla4.
Citamos sus propias palabras: “Conocedor práctico del histórico país que, desde la
cumbre de la Sierra Ministra se descubre en contorno, desarrollando un inmenso hori-
zonte, a pesar de accidentadísima orografía, no pude conformarme con la universal cre-
encia y explicación que daban al curso de la gran vía romana, desde Emerita a
Caesaraugusta, en el trayecto de Segontia a Aqua Bilbilitanorum, pasando por
4 La causa de que una teoría no se reconozca se debe, en muchas ocasiones, a cuestiones sociológicas
de la disciplina o por novedosas en el momento de su enunciado, más que por la calidad de la propia
teoría. Nuevos descubrimientos pueden permitir que vuelvan a tenerse en consideración, incluso lige-
rametne modificadas (Ayarzagüena 2017: 633).
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María Luisa Cerdeño Serrano, Marta Chorda Pérez, Teresa Sagardoy Fidalgo
Arcóbriga siempre por la ribera del Jalón, desde antes de Medinaceli, y por estas man-
siones que se determinan en el Itinerario de Antonino” (Aguilera y Gamboa 1911: 6.).
Teniendo en cuenta la fecha de redacción de la obra y su concesión del Premio Martorell
en 1912, la “universal creencia” se reduce prácticamente a las investigaciones de
Saavedra (1862) sobre ingeniería romana y a su propuesta de interpretación del itinera-
rio de Antonino sobre el terreno. En esta obra fundamental para el estudio de las vías
romanas, este territorio quedaría articulado principalmente por la vía Emerita-
Caesaraugusta, representada por los itinerarios 24, 25 y 29.
Cerralbo acepta como buenas dos de las mansiones del itinerario, Segontia y Aquae
Bilbilitanorum, ubicadas según la creencia establecida en Sigüenza y Alhama respectiva-
mente, poniendo en duda, en cambio, todo el paso de la antigua carretera N-II desde prác-
ticamente Medinaceli a Monreal de Ariza, donde él sitúa Arcobriga, negando su ubicación
en Arcos de Jalón, aunque como manifiesta “no haya quién otra cosa afirme, si no la pro-
testa mía”. La justificación para plantear un recorrido alternativo a la propuesta descrita
por Saavedra la planteó así “…no creo posible que los romanos, tan célebres en la ciencia
militar, fueran a cometer la torpeza supina de trazar entre desfiladeros peligrosísimos un
camino (…) verdaderas Termópilas (…) y con la circunstancia agravantísima, de perte-
necer el territorio a la confederación arévaca” (Aguilera y Gamboa 1911: 7). Propone, de
manera un tanto desordenada, como si de notas trascritas se tratara, la posibilidad de que
bien antes de llegar a Alcolea desde Barbatona o bien desviándose a la altura del km 138
de la N-II, la vía buscara una alternativa adentrándose hacia Aguilar de Anguita, donde
descubrió un pequeño tramo de vía que todavía hoy es visible. Desde allí, siguiendo prác-
ticamente la N-211 continuaría en dirección este hacia Maranchón e Iruecha y de ahí a
5
Monreal de Ariza, camino por otra parte de conocida raigambre histórica .
Es obvio que esta propuesta plantea ciertas cuestiones desde el punto de vista práctico,
pues pasa por alto las distancias y paradas del propio Itinerario, pero dibuja perfectamen-
te la cartografía de sus descubrimientos desde Arcobriga (necrópolis del Vado de la
Lámpara/Molino de Benjamín) hacia Maranchón (necrópolis de Clares y el castro de Las
Carabinas asociado, necrópolis de Turmiel y el cerro de El Tejar en el mismo término
municipal) y desde allí a Aguilar de Anguita (necrópolis del Altillo y la Carretera, el cam-
pamento romano, el fragmento de vía, el dolmen del Portillo de las Cortes), Garbajosa
(necrópolis, Peñas del Estudiante) hasta el citado km 138 de la antigua N-II. Entre
Estriégana y Alcolea también descubrió otros yacimientos, como la necrópolis de
Torresaviñán/Fuensaviñán.
5 “(…) cruzada la Sierra Ministra por donde el Cid la pasó tantos siglos después y la pericia geográfica del
inmortal Cervantes llevó a su incomparable Don Quijote, va por el campo Toranzo y desde Sigüenza hasta el
Jalón, en Monreal de Ariza, sube y baja la Sierra Ministra, desarrollándose por campos abiertos, extensas
explanadas; camino que he tenido la suerte de comprobar por medio de mis excavaciones arqueológicas. Las
emprendí en rebusca de tal vía, y tengo al descubierto grandes trozos de ella, que me permiten puntualizarla”.
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del Ducado. Vuelve aquí a planear el silencio sobre la propuesta de Cerralbo que lleva-
ba la vía por Maranchón y entre Judes y Balbacil hacia el Este, desde Montuenga hasta
Arcobriga (Aguilera y Gamboa 1911: 9).
En cualquier caso, es indiscutible que, aparte del interés de las propias vías como ins-
trumento de ejércitos y comercio, Cerralbo dibujó con sus descubrimientos todo un pai-
saje previamente conformado por los emplazamientos de la Edad del Hierro todavía bien
visibles en época romana. Citando de nuevo a Caballero (2016: 298), hoy se tiende a ver
las vías romanas como algo indisociable al territorio por el que transitaban pues, a
mayor conocimiento del paisaje, mayor comprensión de los procesos de aculturación
que se produjeron en las sociedades indígenas, desde la llegada de los conquistadores
hasta el cambio de era y fases posteriores.
Figura 2- Frontera entre Celtiberia y Carpetania que discurre por la provincia de Guadalajara
(Cerdeño y Gamo 2014).
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Existe diferente volumen y calidad de información sobre estos dos grupos culturales
y, de forma general, podemos decir que está mejor definida la trayectoria cultural de los
celtíberos ya que en las últimas décadas se ha trabajado más intensamente en los terri-
torios del norte de la provincia, aunque también se ha avanzado bastante en el conoci-
miento de los carpetanos y podemos contraponer diferentes aspectos culturales.
Empezamos por observar la propia estructura del poblamiento: los oppida carpetanos
tienen mayor extensión seguramente por su ubicación en llanuras amesetadas sobre los
valles bajos del Henares, Tajo y Tajuña, donde el clima es más benigno y los suelos
mejores, con mayor potencial agrícola. En cambio, los castros y oppida celtibéricos, ubi-
cados en las tierras altas del norte, tienen menores dimensiones, se construyeron sobre
cerros testigos en las estrechas terrazas de los ríos y son recintos fortificados, al final
ciclópeos; debido al clima más extremo y a la naturaleza de sus suelos, su principal base
económica se centró en la explotación ganadera (Cerdeño et alii 2008 y 2014).
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celtibérico (Cerdeño y García Huerta 2001; Lorrio 2005). Sin embargo, parece que esa
supuesta ausencia se debe a la falta de trabajos sistemáticos puesto que sí se conocen
algunas (Gamo 2018: 252 y ss), todas de incineración en urnas, con ajuares armamen-
tísticos escasos o fíbulas, como las necrópolis de Olivos de la Merced en Taracena
(González 1999: 21), Armuña de Tajuña (Abascal 1982b: 92-93), Valmatón en Humanes
(Rovira y Fraile 1976), Arroyo de la Villa en Brihuega (Pareja 1916) y algunas más
(Gamo 2018: 253).
Aparte de las diferencias observadas desde la arqueología, son destacables los datos
que proporciona la lingüística pues, como es sabido, la lengua era el principal criterio de
adscripción étnica en la Antigüedad. En el área carpetana la información se ciñe prácti-
camente a los topónimos conservados en los textos grecorromanos, quizás escasos para
utilizarlos como argumento delimitador. Se les consideró indoeuropeos, con elementos
no indoeuropeos o ibéricos pues en la lista de Ptolomeo (Geografía, II, 6, 56) hay dos
topónimos –Ilurbida e Illacurris– elaborados sobre el elemento il(t)i- característico de
la Hispania no indoeuropea (Salinas 2007: 48). Algunos autores consideraron a los car-
petanos básicamente célticos (Menéndez Pidal 1968: 214-220; Tovar 1989: 97) y hay
referencias más antiguas que apuntan en la misma dirección, como la de Esteban de
Bizancio (Ethnika, 70).
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Más vago resulta el texto de Estrabón (Geografía, III, 4, 13): “De los celtíberos
mismos, que están divididos en cuatro partes, los más fuertes son los Arévacos, que
están hacia el Este y Sur y lindan con los Carpetanos y las fuentes del Tajo”, cohe-
rente con la afirmación de que el Tajo nace “en la tierra de los celtíberos” (Estrabón,
Geografía, III, 3, 1). Las alusiones a la vecindad entre ambos grupos son igualmente
vagas en Plinio (Historia Natural, III, 19): “En la Hispania Citerior los primeros
habitantes son los bastulos, en la zona de la costa. Después de ellos, hacia el interior,
por este orden, habitan los mentesanos, los oretanos y, junto al Tajo están los carpe-
tanos. Vecinos suyos son los vacceos, vettones y celtíberos arévacos”.
Se considera que Ptolomeo es la fuente escrita más precisa al ofrecer datos con-
cretos sobre ambos pueblos, aunque algunos autores creen criticables los datos topo-
Figura 4- Torre ciclópea de la muralla del oppidum de Los Rodiles (Cubillejo de la Sierra) (fotogra-
fía de las autoras).
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gráficos que utiliza para la ubicación de topónimos (Capalvo 2007: 192). Ptolomeo
dice que “Los celtíberos se encuentran al Oriente de los carpetanos...” (II, 6, 57) y
sobre las ciudades carpetanas: “Más meridionales que los vacceos y los arévacos
están los carpetanos...” (II, 6, 56). En este sentido es interesante fijarse en la ciudad
imperial de Complutum, dado que su territorio por el noreste coincide básicamente
con la frontera trazada entre celtíberos y carpetanos en el mapa de la figura 2 y ello
parece indicar que la administración romana utilizó demarcaciones ya existentes,
como hemos visto también en el caso de las vías.
Roma percibió pronto que los territorios hispanos podían reportarle enormes bene-
ficios y trazó un minucioso plan de conquista, ya que los cartagineses habían estable-
cido los mecanismos de relación necesarios para explotar los recursos y sólo tenía que
sustituir a los primeros como demandantes de riqueza: “Hispania, aún más que Italia
y cualquier otro país del mundo, se prestaba a que la guerra se prolongara, tanto por
la naturaleza del terreno, como por la de sus habitantes. Así, Hispania, fue la prime-
ra de las provincias no insulares en la que entraron los romanos y fue también la últi-
ma en ser pacificada, bajo el mando y los auspicios de César Augusto” (Tito Livio
XXVIII 12,12).
El sistema cultural indígena había alcanzado un alto grado de desarrollo bien refle-
jado en lo que algunos autores denominan “el sistema de los oppida” (Gamo 2018: 117),
que se había ido desarrollando desde tiempo atrás. En el área celtibérica se ha observa-
do muy bien este proceso histórico pues, a partir del siglo III a. C., se empezaron a pro-
ducir cambios significativos en un modelo de poblamiento que había permanecido inal-
terado y que refleja transformaciones socioeconómicas, ideológicas y políticas, sin
entrar a valorar ahora si se trató de un proceso interno o si estuvo condicionado por el
nuevo status quo global. Esas novedades se observan en los yacimientos arqueológicos
excavados sistemáticamente, como Los Rodiles (Cerdeño et alii 2014), Peña Moñuz
(Arenas 2008), Castilviejo de Guijosa (Belén et alii 1978), El Palomar II (Arenas 1999:
187), Castil de Griegos o Puente de la Sierra (Martínez y de la Torre 2019), por citar
algunos (figura 4).
El cambio principal fue el surgimiento de poblados nuevos más grandes, los oppida,
reflejo de la concentración de la población y que actuaron como centros comarcales
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Antes de la firma de los tratados de paz entre los celtíberos y Tiberio Sempronio
Graco hubo enfrentamientos bélicos que, como hemos dicho, no debieron ser tan impor-
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tantes como algunos textos insinúan al hablar de la destrucción de 300 ciudades, cifra
seguramente magnificada. Leemos en Estrabón (Geografía, III, 163): “Cuando Polibio
dice que Tiberio Sempronio Graco destruyó trescientas ciudades (Posidonio) ironiza y
dice que Polibio, en beneficio de Graco, llama ciudades a simples fortines (…) porque
ni la naturaleza de esa tierra admite muchas ciudades, por su pobreza, alejamiento y
barbarie (…) pues son salvajes los que viven en aldeas y así es en la mayoría de pobla-
dores de Iberia. E incluso las ciudades no logran fácilmente civilizarse cuando son más
gentes que viven en los bosques saqueando a los vecinos (…)”. Se trataría de los cas-
tros y oppida que conocemos que, tras el encuentro, vivieron casi un siglo de prosperi-
dad hasta su definitivo abandono.
Figura 5- Detalle del sistema defensivo de Los Rodiles (fotografía de las autoras).
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va la práctica ausencia de armas en ellos, que quedan representadas por algún regatón,
punta de lanza o cuchillo (García Huerta y Antona 1992; Martínez y de la Torre 2008).
Esta nueva caracterización de los ajuares se ha interpretado como muestra del cambio
que estaba sufriendo la sociedad celtibérica al caminar hacia una estructura más urbana
en la que iban cambiando los fuertes lazos de parentesco sobre los que se había articu-
lado la estructura social anterior (Ruiz Gálvez 1990: 345; Arenas 1999: 253).
Todos estos modelos culturales se fueron diluyendo tras los años de convivencia,
puesto que la romanización trajo consigo un nuevo sistema basado en la ciudad como
centro de control del territorio circundante en el que se distribuían las villae y los vici.
En general, la mayoría de los poblados fortificados se abandonaron entre el siglo I a.
C. y mediados del I d. C., algunos se instalaron en un llano cercano, pero aún no hay
demasiadas evidencias sobre poblados de nueva planta capaz de alojar a toda la pobla-
ción desplazada.
Consideraciones finales
En un libro dedicado a la romanización, creemos necesario insistir en el protago-
nismo que tuvieron las poblaciones indígenas que encontraron los conquistadores en
estos territorios de la Meseta. Está demostrado que los pueblos celtíbero y carpetano
habían alcanzado un alto nivel de desarrollo cultural a lo largo de sus varios siglos de
historia y, para entender plenamente el proceso de aculturación que sufrieron, es
imprescindible estudiarlo también desde la perspectiva local, cuya mejor fuente de
información es la arqueología.
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mas históricos en los que seguimos inmersos y cuyos datos y anotaciones ponen a
nuestra disposición datos de diferente índole, hoy perdidos o muy difíciles de identi-
ficar, pero que gracias a ellos podemos recuperar.
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Figura 7-Murallas ciclópeas del oppidum de El Losar de El Atance (fotografía Emilio Gamo).
Figura 8-Alto del Castro en Riosalido visto desde el este (fotografía Emilio Gamo)
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Figura 9-Murallas ciclópeas del Alto del Castro en Riosalido (fotografía Emilio Gamo).
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Figura 11-Muralla ciclópea del Castilviejo de Olmeda de Jadraque (fotografía Emilio Gamo).
Figura 12-Fortificación ciclópea del Prado de la Lobera en Peralejos de las Truchas (fotografía
Emilio Gamo).
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Figura 13-Lienzo de muralla ciclópea del oppidum del Llano de San Pedro en Valderrebollo (fotogra-
fía Emilio Gamo).
Figura 14-Oppidum carpetano de La Merced-Muela de Taracena vista desde el sur (fotografía Emilio
Gamo).
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Introducción
Los trabajos arqueológicos realizados en el castro celtibérico de Castil de Griegos y
en su necrópolis de Puente de la Sierra (Checa, Guadalajara) están permitiendo abordar
cuestiones importantes sobre su etapa final, en el que se observa una continuidad en
cuanto a las formas de vida y de rituales funerarios de estos grupos prerromanos del Alto
Tajo, si bien se vislumbra un paulatino proceso de introducción de elementos foráneos
relacionados con el mundo mediterráneo, que parecen tener una mayor incidencia a par-
tir de los siglos IV-III a.C., y que, al contrario de lo que parece estar sucediendo en otras
zonas de la Celtiberia, el proceso de romanización parece tener poca incidencia en el
arraigo indígena y en su cultura material, si bien es posible detectar ciertos elementos
que nos están indicando una cierta aculturación a partir de la II Guerra Púnica.
Estas excavaciones han posibilitado identificar una secuencia cronológica que abar-
ca desde el siglo VIII a.C. (IX cal.) hasta finales del siglo II o inicios del I a.C., permi-
tiendo aproximarnos al conocimiento de numerosos aspectos relacionados con cuestio-
nes económicas, sociales, demográficas o rituales de sus habitantes, así como interesan-
tes variaciones diacrónicas en cuanto a la explotación de los recursos o la evolución de
sus sistemas defensivos (de la Torre y Martínez 2008; Martínez y de la Torre 2014 y
2019; Martínez et alii 2018).
Dentro de esta amplia secuencia resulta de enorme interés, por lo que supondrá para
el conocimiento de las transformaciones que sufrieron las poblaciones indígenas que
habitaron este territorio del Alto Tajo, el momento de contacto con el mundo romano a
1 Arqueólogo.
2 Museo de Ciudad Real.
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partir de la II Guerra Púnica, tanto por acción como por reacción a su presencia. En
Castil de Griegos, la trascendencia de este momento, si no antes, se va a plasmar en la
reformulación de sus defensas, circunstancia que hay que relacionar con la necesidad de
proteger este centro trasformador de materias primas ubicado en un área de gran impor-
tancia minera, sobre todo del hierro, y cuyo interés estratégico debió de verse reforzado
con las campañas romanas en el interior peninsular (Martínez et alii 2018).
Pese a la escasez de estudios relativos a esta zona, los datos arqueológicos arrojados
por Castil de Griegos hasta el momento parecen corroborar la tesis de que nos encon-
tramos en un área marginal, poco o nada romanizada hasta el cambio de Era (Arenas
1999; Arenas y Tabernero 1999; Chordá 2007; Gonzalo 2014). Teniendo que esperar a
época imperial romana, como veremos a lo largo de este trabajo, para ver un nuevo asen-
tamiento que se encargue, al igual que hicieron los habitantes de Castil de Griegos, de
la explotación de los recursos mineros que ofrece el medio.
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encima de los 1.300 metros sobre el nivel del mar y donde se abren pequeños valles,
como el formado por el arroyo Genitores, afluente del río Cabrillas, a su vez subsidia-
rio del Tajo en su curso alto, donde se emplaza Castil de Griegos. En estas tierras abun-
dan los recursos forestales y los pastos, siendo la ganadería una de las principales bases
económicas, a la que hay que añadir una agricultura de subsistencia practicada en las
márgenes de los cauces fluviales –como evidencian las semillas de cereal documentadas
en Castil de Griegos–; y, sobre todo, la explotación minera, debido a la gran riqueza y
calidad del mineral de hierro presente en afloramientos localizados a nivel superficial,
así como los veneros de cobre y plata próximos al yacimiento.
Por otra parte, en el Alto Tajo, y más concretamente dentro del término municipal de
Checa, aunque bien pudiera ser extensible a la zona circundante, parece confirmarse un
patrón de poblamiento disperso en época celtibérica, relacionado eminentemente con el
control de los pequeños valles que se abren en la abrupta serranía, y que, debido a la oro-
grafía del territorio, marcan las escasas vías naturales de comunicación desde época pre-
rromana. De modo que en Checa, según las prospecciones realizadas con ocasión de la
realización de la Carta Arqueológica, nos encontramos, junto a Castil de Griegos, los
castros de Los Castillejos, Los Castillarejos y El Cubillo. Todos ellos comparten una
serie de características comunes entre sí en el periodo Celtibérico Tardío:
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ción plena del poblamiento indígena por el proceso de romanización (Arenas 1999: 253;
Arenas y Tabernero 1999: 533-534; Martínez 2002: 405).
Del mismo modo, en la zona aragonesa de Sierra Menera los estudios, tanto del terri-
torio como de los asentamientos dedicados a la actividad metalurgia, dibujan un pano-
rama similar, constatándose la existencia de escoriales junto a los poblados fortificados
de características parecidas a los de la zona checana, evidenciando una actividad que ha
sido fechada desde el siglo II a.C. y, en algunos casos, llegando hasta el II d.C. (Burillo
1998: 27-284; Polo 1999; Polo y Villagordo 2003: 85; Polo 2004: 18).
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A estos elementos hay que añadir la aparición de un pequeño disco de hierro de forma
circular (1,3 cm de diámetro y 0,6 cm de grosor), con una perforación cuadrangular en el
centro (figura 4,3). Se trata de un ponderal, de 4,47 g de peso, que formaría parte de una
serie más amplia de pesas empleadas para normalizar las producciones en el poblado.
Aunque por el momento no hemos encontrado más ejemplares para reconstruir toda la
secuencia (con múltiplos y divisores), lo que parece, a tenor de este ponderal, es que el sis-
tema de pesos de Castil de Griegos podría estar basado: bien en el de la dracma griega, que
presenta un peso teórico de 4,36 g, respondiendo, por tanto, al patrón de peso ibérico del
área levantina adoptado por las influencias colonizadoras y en uso desde el siglo IV y III
a.C. (Fletcher y Mata 1981); o bien a un posible sistema metrológico celtibérico basado en
múltiplos y fracciones de 9 gramos (Curchin 2000: 251), y que ha sido identificado en las
tortas de plata y elementos de joyería de los tesoros de Driebes (Guadalajara) y Padilla de
Duero (García-Bellido 1999: 378-379; Curchin 2000: 251-252). En este caso, el ponderal
de Castil de Griegos correspondería a la mitad de la unidad.
En cualquier caso, su peso indica que no está basado ni en el patrón de la libra roma-
na ni en el del shekel púnico. Y su presencia en el yacimiento, al igual que la de los res-
tos de lingotes de hierro, parece confirmar el hecho de que Castil de Griegos estaría rela-
cionado con una entidad de mayor grado sociopolítico que sería quien regularía, en últi-
ma instancia, el control de la producción.
Por delante de esta muralla se excavó un foso perimetral que aislaba por completo el
recinto, teniendo que accederse por un puente de tablas, y se levantó un antemuro que
defendía el flanco más expuesto, creando una especie de camino cubierto que llegaba
hasta el recinto meridional descrito anteriormente. Su reducido tamaño (600m2), su
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Esta fase ha sido fechada por la existencia de un nivel de tumbas excavadas sobre
una gran mancha cenicienta –de forma circular y de más de 3 metros de diámetro–, en
lo que parece haber podido ser un silicernium. En su interior se han recuperado varios
fragmentos de copas, “oinochoes” y cerámicas de barniz negro. La presencia de todos
estos materiales, especialmente las cerámicas importadas, indican la incorporación de
una serie de novedades en el tradicional ritual indígena de enterramiento. El hecho de
añadir elementos exóticos, ya no sólo por los objetos en sí, sino por la llegada de pro-
ductos como el vino al que se relacionan, indicaría la incorporación de nuevos hábitos
o modas en las ceremonias celebradas en honor de los difuntos. Emilio Gamo señala
como a partir del siglo IV a.C. los objetos adquiridos a través de las rutas de comercio
púnicas, como las cerámicas griegas, de clara inspiración mediterránea, tuvieron una
presencia significativa en el interior peninsular, siendo considerables con la presencia
bárquida, proceso en el que el mercenariado celtibérico jugó un papel importante (Gamo
2018: 323-324).
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necrópolis checana, nos encontramos con varios ejemplares de bronce que tienen como
característica tipológica que el pie aparece unido al puente constituyendo una única
pieza. Pertenecerían al tipo 8C de Argente y representan la evolución final del modelo,
habiendo sido fechados a partir de mediados del siglo II a.C. (Argente 1994: 90;
González 1999: 274; Erice 2015: 297).
Los dos primeros ejemplares (figura 4, 1 y 3) corresponden a fíbulas con el pie fun-
dido a un puente moldurado, adscribibles al Grupo IXb de Cabré y Morán, que engloba
las últimas producciones de una tradición regional que va a sufrir una progresiva sim-
plificación del pie, de manera que ya solo la aparición de algunas molduras sobre el
puente harán referencia al mismo (Cabré y Morán 1979: 24). Las fíbulas más cercanas
han sido documentadas en Numancia y en la Muela de Taracena (Cabré y Morán 1979:
22; Argente 1994: 303-304), habiéndose propuesto una cronología para el uso de esta
forma entre los años 220 y 120 a.C. (González 1999: 272).
La tercera fíbula resulta bastante excepcional, dado los pocos ejemplares conocidos
(figura 4, 2). Aparecida en nivel de revuelto, presenta un puente peraltado con decora-
ción zoomorfa esquematizada, en lo que parecen ser cabezas de animales, que para Erice
representarían las esquematizaciones de un cánido con orejas levantadas (la más próxi-
ma al pie) y la cabeza de un ave (la más alejada) (Erice 2015: 274 y 299). Corresponde
al tipo VIIa, variante zoomorfa, de Cabré y Morán (1979: 22), y al tipo III.3.2.4.2 de
González (1999: 274). En el Museo de Zaragoza se conservan dos ejemplares práctica-
mente idénticos de este tipo fíbula (Erice 2015: 294, fig. 7: 10 y 11); habiendo un tercer
ejemplar conocido, procedente de la Carpetania, que ha sido fechado entre el 140 y el
70 a.C. (González 1999: 294).
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Los ejemplares documentados en la Península Ibérica son muy escasos, están reali-
zados en distintas materias primas y se distribuyen en diferentes ámbitos culturales y
cronológicos (Blasco 2016: 256), por lo que es difícil establecer a priori una fecha para
el documentado en la necrópolis de Puente de la Sierra. No obstante, la tumba en la que
formaba parte del ajuar corresponde a la fase final del uso del cementerio, localizándo-
se en una zona de alineaciones de tumbas que estratigráficamente se encuentran sobre
una gran mancha cenicienta, ya comentada anteriormente, en la que se localizó un plato
de cerámica de barniz negro (figura 4,9). Esta circunstancia, nos lleva a pensar que bien
podría datarse en algún momento del siglo II a.C.
Aunque sugerente, creemos que es bastante difícil relacionar esta destrucción con la
campaña protagonizada por el cónsul Marco Porcio Catón en Hispania a su paso por la
Celtiberia (195 a.C.), y a quien las fuentes clásicas atribuyen la destrucción de más de
400 “ciudades”. Es bien sabido que las monedas pueden tener una larga vida en circu-
lación, máxime cuando se trata de ejemplares de plata, de ahí la necesidad de tener que
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valorar la existencia de otros datos del registro arqueológico para la datación de este vio-
lento episodio. Esta circunstancia parece quedar confirmada por la aparición en la necró-
polis de Puente de la Sierra de las fíbulas de La Tène III descritas más arriba, lo que indi-
caría que Castil de Griegos estuvo ocupado en un momento más avanzado del siglo II
a.C. o principios del siglo I a.C.
No obstante, sí que parece necesario relacionar esta destrucción con alguna de las
operaciones militares acometidas por los ejércitos romanos en el interior peninsular a lo
largo del siglo II a.C. Evidencias de la inestabilidad de la zona y del enfrentamiento
generado por la presencia de Roma han sido detectados también en otros poblados cel-
tibéricos del área molinesa, como en El Palomar de Aragoncillo donde se documentaron
proyectiles de balista y catapulta romanas arrojados contra sus murallas (Arenas 1999:
187); o en Los Rodiles de Cubillejo de la Sierra, con un nivel de destrucción del pobla-
do que ha sido vinculado a la conquista romana (Cerdeño et alii 2008: 183 y ss).
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como Cabeza Mingalvo (El Pobo), El Hontanar (El Pedregal) o La Serrezuela (Pardos)
(Arenas 1999; Chordá 2007: 420). Mientras que en la vertiente aragonesa de Sierra
Menera, los poblados de esta época estarían relacionados con la ciudad romana de La
Caridad de Caminreal, fundada ex novo a finales del siglo II a.C. por iniciativa romana,
para el control del territorio. Circunstancia que explicaría el incremento de la actividad
minero-metalúrgica para el periodo Celtibérico Tardío (s. II-I. a.C.) (Polo 1999: 200;
Polo y Villagordo 2004).
Conclusiones
Pese a la escasez de datos existentes en esta zona de estudio, los diferentes castros
celtibéricos de Checa nos muestran una realidad compleja de relaciones entre las dife-
rentes comunidades allí asentadas, así como una explotación de los recursos mineros
que brinda el territorio y que sobrepasa a los propios yacimientos.
Sin embargo, hemos visto que la presencia romana sí se hizo notar en Castil de
Griegos, provocando su destrucción violenta y abandono con ocasión de alguna de sus
campañas de conquista del interior peninsular. Esta realidad viene a sumarse a otras evi-
dencias conocidas de la presencia de tropas romanas en la comarca de Molina, donde se
han documentado ataques y destrucciones de algunos castros y poblados. Estas actua-
ciones romanas quedarían enmarcadas en una política de amplio espectro encaminada a
controlar los recursos naturales y económicos del territorio celtíbero, en particular las
explotaciones mineras de Sierra Menera, como punto estratégico de gran relevancia
situado entre la Meseta, el valle del Ebro y el levante mediterráneo.
También hemos visto como, una vez destruido Castil de Griegos, el castro fue aban-
donado. A partir de este momento, y a falta de excavación de los otros castros del tér-
mico de Checa y de intensificar el estudio del territorio, se aprecia una menor densidad
de ocupación de esta zona en época romana en relación con la etapa anterior. Castil de
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Griegos, aun habiendo resultado un enclave importante desde el punto de vista estraté-
gico para la explotación de los recursos mineros, se encontraba en una zona periférica,
lejos de la influencia de los oppida conocidos por la arqueología o de aquellas ciudades
mencionadas por las fuentes clásicas que vertebraron el territorio. Esta realidad explica-
ría la poca o nula implantación de los modos de vida romanos en época tardorrepubli-
cana, teniendo que esperar hasta época alto imperial para que un nuevo asentamiento en
llano, ubicado en Las Veguillas, continúe con el control y explotación de los recursos
que durante siglos fueron la razón de la existencia de Castil de Griegos.
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Figura 5- Vista general del sistema defensivo del recinto fortificado meridional (fotografía de los autores).
Figura 6- Reconstrucción virtual del interior del recinto fortificado meridional. En primer término, la
zona de talleres (Revives).
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Antecedentes y planteamiento
El presente texto es la readaptación del informe final de los trabajos arqueológicos
de la Campaña de 2018 efectuada en las Termas de Valeria (Las Valeras, Cuenca). El
número de expediente de Patrimonio de la Consejería de Educación, Cultura y Deportes
de la Junta de Castilla-La Mancha para autorizar dicha intervención fue el 18.0724.
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Oeste de la piscina conocida y se consiguieron así acotar las termas por esta parte
(Domínguez-Solera y Muñoz 2017).
Durante el año 2017 se desarrolló una nueva fase (la más intensa hasta la fecha) de
intervención e investigación en este sector de Valeria, con el apoyo humano de un taller
empleo, de los alumnos de prácticas arqueológicas ya habituales cada verano y el per-
sonal de ARES Arqueología y Patrimonio Cultural (Atienza et alii 2018; Domínguez-
Solera y Muñoz 2008). Gracias sobre todo a la Campaña de 2017, habríamos confirma-
do que nuestro objeto de estudio se trata de un edificio de termas públicas y extensas,
de cronología imperial, con 2 fases. La fundación es de época de Augusto-Tiberio, la
segunda arranca en el último tercio del S. II y serían abandonadas en época bajoimpe-
rial y no reocupadas por otras edificaciones posteriores. Por ello se conservan sus estra-
tos no contaminados con materiales exógenos a la función de baño público. Es un com-
plejo ricamente decorado con mosaicos polícromos (geométricos y figurativos), már-
moles de distintas partes del Imperio y pintura mural. Presenta un relativo muy buen
estado de conservación. En 2017 llevábamos excavado de las termas más de 200 metros
cuadrados.
Los resultados de esta campaña de 2017 han sido expuestos en forma de 2 ponencias
y 1 póster en el 19th International Congress of Classical Archaeology celebrado en
Colonia-Bonn en mayo de 2018. También se ha participado en el Congreso Internacional
de Termas Públicas en Hispania, celebrado en Cartagena en la primavera de 2018
(ambas publicaciones en prensa). Se han realizado las correspondientes conferencias en
las Jornadas Romanas de Valeria de los años 2017 y 2018 y las publicaciones que se han
desarrollado hasta ahora sobre el tema de estudio han indo citándose a lo largo de este
resumen misceláneo.
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La primera acción fue la de limpiar los posos de tierra generados por viento y esco-
rrentía sobre las cubriciones de protección. También se retiró la vegetación. Se limpió y
recuperó la arlita sobre los plásticos, manteniéndose los que se superponían a los mosai-
cos y pavimentos y los que se dispusieron sobre los canales de agua y la piscina del
Ambiente 1.
Hemos documentado la progresión hacia el Este del CF3, con la misma composición
del CF 6 y una altura en cotas similar, descubriendo los al menos 3 vanos que darían
entrada a los ambientes 1 y 4 desde el Ambiente 5.
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pared. Sin excavarlo hasta el fondo, podría ser una vía de servicio relativa a conduccio-
nes de agua en el fondo y que también serviría para evitar el contacto directo entre la
roca y las paredes decoradas de las termas.
Se ha definido el final del derrumbe UE 552 conociendo la altura total hasta las cor-
nisas que tuvo el muro CF 3 (5 metros más la cubierta = 6,5-7 m). Se ha despejado más
área del suelo de la palestra. Hemos podido localizar y vaciar internamente un nuevo
segmento de desagüe que desde la palestra desembocaba en el sistema de cañerías cono-
cido. Hemos determinado (por la cerámica medieval que aparece en los estratos de dete-
rioro de la Fase III bajo el derrumbe 552) que el CF 3 se derribaría conscientemente en
la Baja Edad Media o inicios de la Edad Moderna para generar los bancales de cultivo
(Fase IV).
Ha podido despejarse más área del suelo de mármol que pavimenta el Ambiente 1.
Se han excavado del mismo modo más segmentos del mosaico del suelo del Ambiente
4. Se trata de un mosaico con motivos polícromos y geométricos, en teselas marmóre-
as, con varios tapices de rombos, un cordón enmarcándolos, grecas y motivos figurati-
vos simples que no han sido revelados aún del todo. A este mosaico lo pisan literalmen-
te reformas de la que hemos denominado como Fase II y estratigráficamente coincide en
relación coetánea con los muros originales del complejo. Por la tipología y por su posi-
ción en la matriz estratigráfica se confirma como de la Fase I atribuida a tiempos de
Tiberio al igual que la reforma imperial del Foro.
Para evitar que los abundantísimos restos arqueológicos rescatados en esta campa-
ña colapsasen e hiciesen imposible de gestionar la tarea de laboratorio en los meses
posteriores a la excavación, se decidió iniciar en paralelo en las instalaciones de ARES
Arqueología el trabajo de laboratorio sobre los materiales cuyas unidades ya no se
iban a seguir excavando o se habían agotado ya. En septiembre, valorando de nuevo
el ingente volumen de restos arqueológicos muebles, se implicó al Taller de Empleo
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Los estratos de derrumbe diferentes a la UE 1/2 se han criba para tomar todos los
materiales arqueológicos existentes, recuperándose también los de la UE 1/2 que es
posible gestionar. Se ha terminado reproduciendo la misma estrategia de excavación que
en la campaña del año pasado.
El área excavada hasta ahora se barrió completamente, levantando también las cubri-
ciones provisionales protectoras, y se fotografió desde tierra y mediante tecnología dron.
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Sobre tal material y gracias a la toma de datos de cota en campo se han hecho las pla-
nimetrías fotogramétricas, tridimensionales y de dibujo.
Coincidiendo con el último día laborable del Taller de Empleo y tras las correspon-
dientes visitas institucionales, se han cubierto todos los puntos sensibles de la ruina
empleando varias capas de geotextil, lona, planchas plásticas de amortiguación, sacos,
arlita y palés. Sobre todo, se han protegido los mosaicos, el suelo de mármol, los pavi-
mentos de ladrillo, la piscina, los canales y los puntos en los que los muros conservaban
su emplacado original o revestimiento. Finalmente se ha cerrado el perímetro con una
red plástica disuasoria hasta finales de la siguiente campaña.
Lectura estratigráfica
En esta campaña se definen las nuevas unidades estratigráficas murarias y de depo-
sición terrestre que han sido estudiadas durante el trabajo de campo. Se han de sumar a
las ya definidas en la campaña anterior, pero sólo se especifican de tal momento aque-
llos estratos que han sido matizados a la luz de los nuevos datos obtenidos. Las nuevas
unidades se muestran en la figura 2 de este texto y las antiguas se pueden consultar e
identificar en las publicaciones previas a la presente.
Las cuatro fases definidas hasta ahora son: Fase I o de origen de las termas, Fase II
de reforma del complejo, Fase III de abandono y derrumbe del complejo y Fase IV usos
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Las escaleras no significan un único vano, sino tres separados por sendos pilares y
estando enmarcadas a su vez por dos pilastras pegadas a las paredes de los CF 10 (al Norte)
y 3 (al Sur) en los extremos: el central es el más grande, con una luz de 4,4-4,5 metros
(contando los pilares), mientras que los de los lados miden 2,20 m contando la mitad de
los pilares y 1,80 m sin contarlos. El mármol de los escalones centrales es blanco de diver-
sos tipos, y el de los laterales es del tipo saetabitanum crema/marfil. Hasta el momento,
los mármoles identificados en los escalones de tonalidad eminentemente blanca pertene-
cen a las variedades de Estremoz y Luni.
Los pilares son de sección cuadrada, con alma de cantería caliza estructural (UEM 717),
sólo escuadrada en las caras de contacto inferior y superior, para ir revestida de cal regula-
rizadora (2 dedos aproximadamente, denominada UEM 719) y un emplacado de mármol
hasta 1,70-1,80 m aproximadamente, del cual son testigos los agujeros cuadrados (1 pulga-
da) de fijación (UEM 718 I). Los agujeros de fijación de las caras N y S van en disposición
diagonal paralela a la rampa de las escaleras, por lo que se entienden como posibles fija-
ciones de barandilla metálica o marmórea desaparecida. En la parte de los pilares que se une
con el mosaico del ambiente 4 hay más distancia entre el sillar y la huella de la cara de
superficie. Los pilares sostendrían 3 arcos de cantería revestida y algunas de sus dovelas
calizas han sido rescatadas en el derrumbe inferior o directamente sobre las escaleras.
Los tipos de mármoles de los pilares de las escaleras son continuidad de los de los dos
ambientes: primero va un emplacado blanco, decorado con molduras y dibujos geométri-
cos según vanos, tramos de pared, etc. Alcanzaría los 1,70-1,80 m de altura y sería blanco
de diversos tipos (a falta de pruebas arqueométricas, el análisis de sus características
macroscópicas indica que podría ser mármol de la Bética o del entorno de anticlinal de
Estremoz). Se remataría con cornisas decorativas de pequeño formato a 1,80 m de altura de
marmor Taenarium (o Rosso Antico en la terminología científica habitual) en el ambiente
inferior y blanco de Estremoz en el ambiente superior. Se conoce esta disposición por los
derrumbes y por las huellas mencionadas de fijación en la cantería.
Encima de los emplacados iría decoración musiva y/o pintada. Los vanos y los arcos de
cantería, por las huellas en el dovelaje calizo derrumbado, también tendrían fijados empla-
cados de mármol. En la campaña de 2018, entre los materiales marmóreos recogidos, figu-
ra un fragmento de mármol blanco, moldurado, cuya decoración sigue exactamente la
misma curvatura detectada en el intradós de las dovelas recuperadas. Un trabajo de recrea-
ción virtual de estos ambientes ha sido recientemente presentado a un congreso internacio-
nal sobre las nuevas tecnologías aplicadas al estudio y la difusión del Patrimonio y será pró-
ximamente publicado (Atienza, 2019).
Tal sería el aspecto básico de la escalera en la Fase I, siendo reparada con otras piezas
reaprovechadas en la Fase II. La diferencia de cota entre los ambientes 1 y 4 podría ser debi-
da, además de por la disposición en ladera del complejo termal, a la presencia de un hipo-
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causto, del cual conservaríamos la suspensura intacta bajo el mosaico, bajo toda la sala del
Ambiente 4.
Contaría con, al menos, con dos puertas en el ambiente inferior o Ambiente 1. Los
vanos tienen 145 cm de ancho y estarían revestidos con mármoles, conservándose in situ
lastras de marmor Saetabitanum crema/marfil en la parte inferior de las jambas (UEM
519). También se han rescatado escombros de mosaicos derrumbados desde la parte
superior en los propios vanos y restos de estucado en las jambas.
Puesto que existirían los estratos de revuelto paulatino UE 568, enterrando parcial-
mente los bajos del muro, ello protegería el enlucido o recubrimiento interior y exterior
hasta la altura a la que llegaba la tierra antes del derrumbe de 552. El primer sillar de la
“pila” de cantería estructural embutida en el muro tendría la misma medida exacta que
el negativo en el muro (siendo todos u cada uno de los que constituyen la secuencia dife-
rente en uno o dos centímetros). También se han documentado algunas lascas de las
esquinas o los vértices del sillar aún pegadas en su posición original. Todo ello corro-
bora que (pese al debate suscitado a pie de cata) no falta ninguna pieza arrastrada por
acción antrópica o por la acción de la gravedad y la erosión, entre la primera piedra con-
servada in situ y la primera del derrumbe.
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También hay que mencionar que, por acción de la gravedad y la erosión que presen-
ta hacia poniente todo el edificio, se han perdido todos los sillares del vano Oeste, sí
quedando los del lado Este en la UE 552. En el vano central se conservan, relativamen-
te desplazadas, todas sus piezas, habiendo caído una hacia el interior de la puerta (mis-
mas dimensiones) y el resto permaneciendo en unidad y relación de continuidad lógica.
Sabemos que, al sumar los 100 cm que significan los sillares conservados in situ a dos
sillares del derrumbe cuyos ángulos son rectos y, por tanto, pertenecientes a la jamba,
que la altura de la puerta hasta la línea de impostas sería de 1,70-1,80 cm. Sería la misma
altura a la que llegaría el emplacado general marmóreo de la estancia por el interior y el
mismo ancho del vano.
En la pila de sillares estructural del centro del muro sí falta uno de los sillares peque-
ños que conformaban pareja y que, por su disposición longitudinal a la ladera y por estar
en una de las crestas mismas del aterrazamiento, lo interpretamos como fácilmente des-
plazado por erosión a la falda del cerro.
La palestra o Ambiente 5
Su estratigrafía fundamental ya fue definida en el informe del año anterior. Aunque
faltaría por excavarse en más extensión, hemos conseguido identificar una esquina com-
pleta. Se trataría de un ambiente porticado con columnas circulares revestidas, apoyadas
sobre basamentos de planta cuadrada. Han aparecido un fuste ligeramente movido y par-
tido por el desplome del muro del CF 3 y otras tres bases o apoyos de columna.
El pórtico se pavimentaría con un suelo de opus signinum cuya superficie está bas-
tante deteriorada y que apoyaría sobre un statumen que, a su vez, se dispondría sobre
niveles de echadizo. Lo que no estaba cubierto por el pórtico se pavimentaba, a menor
cota (presencia de escalón de 5 cm) por un scutulatum de ladrillos cerámicos macizos
romboidales. En la esquina misma del pórtico, se ha encontrado un desagüe que se uni-
ría con el canal del CF 8. Sobre él caería tanto el agua del pavimento central o del
encuentro en la esquina entre las dos aguas del tejado del atrio de la palestra.
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La distancia entre las 2 columnas conocidas del lado Norte de la palestra (con res-
pecto a su eje), también ronda los 4,40-4,50 metros, aunque la distancia entre columnas
del lado Oeste es ligeramente menor (380 cm), lo que podría ser una corrección óptica.
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Futuras intervenciones han de servir para precisar más las dimensiones de las bóvedas
(en principio y en atención a las medidas de planta, rondarían entre los 9 metros y los 4,5,
por lo que la altura total del edificio hasta la cumbrera del tejado podría superar fácilmente
los 8 metros de altura.
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da. Sí sabemos que estaría abovedada en hormigón, pero no se ha excavado hasta su cara
interna y podría tener función diversa infraestructural (dar servicio a una fuente de agua, a
calor, etc.). Tendremos que esperar a la siguiente campaña para poder resolver la duda.
Bajo la pieza de cantería existían varias otras latericias colocadas a modo de calzos
ex profeso, además de escombros varios y, lo más relevante, un fragmento escultórico
en mármol blanco (sigla AA2018-61-363). Se trata de un torso femenino desnudo, de
bulto redondo, sin cabeza ni brazos y con un orificio de unión/inserción/sujeción circu-
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material que estuviese al alcance de cualquier particular, sino que había que tener un alto
nivel adquisitivo o, en cualquier caso, disponer de contactos cercanos al poder imperial
(Pensabene 2013: 360-363).
Discusión
La presente campaña ha generado nuevas cuestiones continuadoras de las abiertas en
2017. La principal de todas es la del análisis concreto de la decoración musiva.
Comenzando por la valoración concreta del mosaico que cubría el suelo del
Ambiente 4 durante la Fase I, descrito más arriba, lo hemos valorado como un produc-
to del S. I por la tipología de sus motivos, a falta de la ejecución de una datación abso-
luta de su cal de asiento (carbono 14 AMS del contenido orgánico de la misma).
Por ejemplo, la greca de cuadrados con punto interno y esvásticas aparece en pavi-
mentos de Pompeya y Herculano (ciudades cuya fecha tope de existencia es el año 79
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d.C.). Tenemos los siguientes ejemplos: el mosaico del suelo de las Termas masculinas
de Herculano, varios casos de la Casa de los Mosaicos Geométricos de Pompeya, el del
Triclinium de la Casa de los Vetii de Pompeya, el del Vestíbulo de la Casa del Jabalí,
entre otros muchos casos elocuentes en estas dos ciudades (Puede consultarse una
importante muestra de ellos, tanto de Pompeya como de Herculano, en la galería de
http://almacendeclasicas.blogspot.com/2011/08/pompeya-mosaicos.html).
Los motivos de cordones o cabos polícromos los tenemos constatados también como
pronto en el último tercio del S. I d.C., siendo un motivo muy recurrente a partir de
entonces y que lucen los mosaicos de las villas hispanas hasta el final del Imperio como
complemento de composiciones mucho más complejas (por ejemplo los tenemos en la
Villa de El Ruedo en Almedinilla, Córdoba (Hidalgo 1991), o en la Villa de Noheda,
Cuenca (Valero 2015). Mosaicos con cabos polícromos o cordones (concretamente la
trenza de dos cabos idéntica a la de Valeria), bien fechados para el S. I o II d.C., los tene-
mos de nuevo en Pompeya (por ejemplo, en la Casa de Menandro) (Wohlgemuth 2008)
y en los mosaicos del barrio incendiado en la ciudad francesa de Vienne
(https://www.nationalgeographic.com.es/historia/actualidad/hallazgo-historico-barrio-
entero-antigua-ciudad-romana-vienne-francia_11809/14).
De igual manera ocurre con el roleo vegetal perimetral, del que tenemos un ejemplo
en la Villa de los Cantos (Bullas, Murcia) y que se fecha en el S. II por paralelismo con
el mosaico de la Quintilla (Lorca, Murcia) (Ramallo 2001-2002) y que también ostenta
los mentados cordones. Pero existen desde antes en todo el mundo romano desde el S.
I. De nuevo en el barrio incendiado de Vienne, valorado como “La Pompeya Francesa”
por significar un contexto estratigráfico bien sellado, podemos ver bastantes paralelos
no sólo en las trenzas, sino también en los roleos vegetales y en los segmentos más geo-
métricos.
En definitiva y a falta de una fecha que precise la cuestión, los mosaicos del pavi-
mento y las paredes de los ambientes estudiados hasta ahora en las Termas de Valeria
parecen encajar, por estratigrafía arquitectónica y tipología, con la interpretación de que
el edificio de baños públicos es una iniciativa paralela al auge del Foro Imperial en el S.
I. Podríamos, siendo cautelosos al respecto y a falta de dataciones absolutas, retrasar la
fecha a comienzos del S. II como mucho, lo que tampoco estaría reñido con un proceso
de desarrollo urbano general de más dilatada ejecución.
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Otra de las cuestiones que han podido desarrollarse a la luz de los nuevos datos obte-
nidos ha sido la de las dimensiones del edificio. Se ha constatado la presencia de un
espacio amplio de Palestra al Sur, porticado al menos en tres de sus lados, con un pavi-
mento central de ladrillos romboidales y con infraestructuras de desagüe. Se ha podido
calcular también la altura de las dichas columnas y su coherencia con el módulo de pro-
porciones empleado en el resto del complejo (vide supra). Las estancias interiores tam-
bién responden a dichas medidas recurrentes (4,5 m y 9 m por un lado, lo que equivale
a 5-10 varas o 15-30 pies aprox., y 1,8 m y 0,9 por otro, lo que equivale a 6-3 pies). Es
información relativa al diseño de los espacios con respecto a la idiosincrasia de la época
por parte de un profesional técnico: un arquitecto/ingeniero.
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ques unitarios son sesquipedalis (45 x 45 cm o pie y medio). Aunque Vitruvio reco-
miende su uso en los pavimentos sobre pilae de los hipocaustos, la posición estratigrá-
fica de los mismos sobre el pavimento conservado indica que son de las estructuras de
los techos. Las bóvedas romanas se hacían en técnica de encofrado, pero haciendo una
nervadura interior de arcadas y perímetros de ladrillos macizos. Francisco Ortega (1994)
explica: “la construcción más ingeniosa y elegante del cañón circular romano tiene
lugar mediante arcos de ladrillos, enlazados entre sí por medio de ladrillos transversa-
les, en el sentido de la generatriz de la bóveda, de manera que se constituían cajones
cerámicos, que más tarde, con la capa de hormigón de trasdosado, quedarían rellenos
de este último material. Fue muy frecuente que los arcos directores se constituyesen por
dos arcos paralelos de ladrillos, separados por la distancia que le permitía un ladrillo
mayor. Estos ladrillos transversales, según la generatriz, se colocaban muy próximos
para enlazar o unir dichos arcos paralelos. Los huecos entre estos arcos y traviesas se
llenaban, también, de hormigón”.
Restaría por terminar de excavar ambas estancias 1 y 4 para buscar más datos sobre
la morfología de la cubierta y la disposición de las bóvedas. En todo caso, parece que
éstas siguen dirección E-W, no descartando las opciones aún bien de una única bóveda
para cada estancia, bien de tres a distinta altura y en paralelo o bien de que algunos tra-
mos de la estancia estuviesen cubiertos con un techo plano. Serán objetivos plausibles
de las siguientes campañas, puesto que hemos corroborado que conforme excavamos
más hacia el interior de la ladera, se conserva más íntegro el escombro del desplome de
los techos.
El hallazgo de, al menos, dos nuevas estancias originalmente conectadas con los
ambientes 4 y 1, hacen que nos acerquemos aún más al esquema de tránsito racionali-
zado de salas o piscinas desde el calor hacia el frío o viceversa, aunque serán futuras
campañas también las que precisen la secuencia de cómo el visitante empleaba el com-
plejo espacialmente. Recuérdese, no obstante, que el esquema más común en las termas
hispanas es el denominado “lineal simple” (Ramallo 1989-1990).
El área superior a 1.000 metros (vide supra), las técnicas constructivas complejas y
sólidas, la decoración musiva, los estucos y los mármoles indican que la Fase I sería una
promoción monumental costosa. Esto se precisará más en el apéndice destinado al estu-
dio de mármoles, pero la presencia de ciertos tipos de piedra cuyo uso es exclusivo pri-
vilegio del emperador o cuyo acceso sólo se pudo tener con su permiso explícito (rosso
antico, por ejemplo), por un lado vuelven a vincular el complejo con la magna obra de
desarrollo urbanístico de Valeria entera en el S. I y aportan más datos sobre la iniciati-
va imperial en ella. Esta predilección de unos tipos concretos de mármoles tiene rela-
ción directa con el color específico de los mismos (García-Entero 2014; Becerra 2015).
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Ya hemos puesto como ejemplo en otras publicaciones el caso de las termas de las
ciudades de la Cuenca del Duero (Aquae Flaviae, Asturica Augusta, Bracara Augusta,
Lancia, Clunia, Termes, Tongobriga o Uxama Argaela), que también oscilan cronológi-
camente entre el S. I d.C. y el S. III-IV d.C. y que presentan varias fases constructivas
reflejadas en cambios de planta y de decoración. Pero nos interesa, sobre todo, cómo
experimentaron las mayores reformas alrededor del S. II d.C. (Núñez 2008). Ello ha de
deberse a cambios en los gustos y en las necesidades urbanas que ocurren a todos los
niveles de las esencias socieconómicas y culturales del Imperio (una obra muy accesi-
ble y elocuente sobre las transformaciones sociales y culturales a lo largo de la
República, el Alto y el bajo Imperio en Roldán 1995) y de los que no es ajeno el caso
de Valeria. Tampoco es casual que casi todos los edificios de termas en las urbes hispa-
nas –a excepción de aquellos baños minero-medicinales que perduran hasta el presente-
marquen el final de su existencia entre el S. III y el IV. No se trata de una circunstancia
localizada, sino que es parte de los cambios profundos e intensos que atañen a toda la
ciudad romana a lo largo del Bajo Imperio y la Tardoantigüedad y que se reflejan en
Valeria y en el resto de ciudades de Hispania (Diarte 2009 y 2011): Las áreas de repre-
sentación pública que caracterizaban el estereotipo de ciudad durante el Imperio pierden
su razón de ser y su funcionalidad. Todo lo público delega su fuerza frente a lo privado
y cobra auge también el poblamiento rural frente al urbano. Ello se lee sobre todo en la
evolución de los foros y las basílicas, que se reaprovechan como espacios para diversos
fines populares tales como el de la vivienda o usos productivos o agropastoriles, pero
también en el resto de edificios públicos, ya sean los teatros, los anfiteatros o las termas.
En otros casos los edificios se abandonan directamente, como es el caso concreto del
complejo termal de Valeria. Nuestro caso se convierte, así y por su largo recorrido cro-
nológico entre el S. I y el III, en un material perfecto para leer sobre él cuestiones de la
evolución del urbanismo, la economía, la cultura y la sociedad romana en Hispania.
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Conclusiones
Puesto que la entidad del complejo ha vuelto a superar de nuevo y felizmente las
expectativas previas, no se han podido alcanzar los objetivos de conocer la extensión total
del mismo ni se puede aún valorar la cubrición definitiva. Sí que se han podido localizar
nuevos ambientes y ampliar sustancialmente la información sobre los que previamente
conocíamos. Sí se han podido delimitar los ambientes 1, 4 y 8 y uno de los objetivos de la
siguiente campaña ha de ser excavarlos por completo. Entonces se podría pensar ya y tras
mucho dilatarlo en la cubrición definitiva y mediante una edificación adecuada de tales
espacios, intentando restituir las piezas de derrumbe en su posición original. Como ya
tenemos información sobre la altura y las cubiertas de ellos, podríamos recomendar que el
edificio nuevo sea una recreación volumétrica de cada ambiente. También pensamos que
sería conveniente restituir las piezas de cantería estructurales en su posición original. No
cubrir adecuadamente el espacio tras el siguiente proceso de excavación significaría un
peligro para los pavimentos marmóreos y musivos estudiados en 2018 y restaurados.
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Figura 1: Planta de la excavación en las Termas Romanas de Valeria. Comparativa entre el área exca-
vada en 2017 y en 2018, cotas, secciones, distinción de muros (CF), ambientes y materiales pavimen-
tales (lámina de Santiago David Domínguez-Solera).
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Figura 2. Arriba: Lectura estratigráfica muraria de los CF 3 y 10 y corrección de las unidades de los
ambientes 1 y 4 según los datos de la Campaña de 2018 (lámina de Santiago David Domínguez-
Solera). Abajo: Vista aérea general del área de excavación en 2018 (foto de Dorian Sanz).
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Figura 3: Foto cenital del mosaico del Ambiente 4 y detalles de los motivos identificados durante el
año 2018 (fotos y lámina de Santiago David Domínguez-Solera y Dorian Sanz).
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Figura 5. Vista general del pavimento de mármol del Ambiente 1 al final de la excavación de 2018
(fotografía Santiago David Domínguez-Solera).
Figura 6. Vista general del Ambiente 4 tras su excavación en 2018 (fotografía Santiago David
Domínguez-Solera).
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Figura 10. Derrumbe del CF 3 sobre la Palestra o Ambiente 5 (Lámina: Santiago David Domínguez-
Solera).
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Figura 11. Vista del CF 6 o muro Este del Ambiente 4 (fotografía Santiago David Domínguez-Solera).
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Figura 12. Derrumbe del CF 3 sobre la Palestra. Detalle de los sillares estructurales del muro una vez
excavados (fotografía Santiago David Domínguez-Solera).
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Figura 14. Desagües bajo la Palestra o Ambiente 5 y pavimento de ladrillos romboidales cerámicos
(fotografía Santiago David Domínguez-Solera).
Figura 15. Detalle de los ambientes 1 y 5 durante su excavación (lámina: Santiago David Domínguez-
Solera).
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Juan Manuel Abascal Palazón
1 Universidad de Alicante.
2 Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación Sociedad romana y hábito epi-
gráfico en la Hispania citerior, HAR2015-65168-P (MINECO/FEDER), subvencionado por el
Ministerio de Ciencia, Innovación y Universidades del Gobierno de España. Sobre la ciudad romana
de Segobriga véase Abascal y Almagro Gorbea 2012: 287-370, en donde se recoge también la biblio-
grafía anterior; un resumen se encuentra disponible en Abascal 2014: 1717-1721. Las excavaciones a
que se refieren estas páginas tuvieron lugar en los años 1995-1997 y fueron financiadas con el conve-
nio suscrito por la Consejería de Cultura de la Junta de Comunidades de Castilla-La Mancha y el
Instituto Nacional de Empleo. Las termas han sido publicadas en Abascal et alii 2002: 153-157, en las
que puede encontrarse la información que se repite en estas páginas; un avance se dio en Abascal et
alii 1997: 38-45 y Almagro Gorbea y Abascal 1999: 103-112.
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Las termas y el citado edificio, cuyas dimensiones son 35,81 m de longitud y 19,53 m
de anchura (Abascal et alii 2002: Fig. 8), estaban separados por una escalera de 3,90 m
de anchura y peldaños de 28/30 x 38/45 cm de sección (figura 3) que conducía a la pla-
taforma de ingreso a las termas, lo que permitía conectar estos dos conjuntos construidos
a cotas diferentes. En total, ambas estructuras formaron un complejo de 127,62 m de lon-
gitud y 19,53 m de anchura (unos 432 x 66 pies), aunque el extremo noroeste de las ter-
mas se ensancha hasta los 39,06 m (figuras 1-2).
Figura 1. Vista aérea de las termas de Segobriga y de los edificios contiguos en junio de 2004. En el
centro de la imagen se ve la palestra y, a su izquierda, la natatio y los dos apodyteria contiguos al fri-
gidarium, el tepidarium de cabecera absidiada, y un caldarium delante de la ermita (Fotografía Equipo
Arqueológico de Segobriga).
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prueban dos sillares vaciados en forma de pilas para abrevaderos. Todos estos cimientos
y la escalera que une los dos edificios (figura 3) apoyan en la roca del terreno; la exca-
vación demostró que en esta zona no hubo ningún otro edificio anterior.
Las termas formaban un edificio aislado, exento en sus lados mayores y en el extre-
mo occidental y separado por la escalera del edificio de representación ya señalado. En
la práctica, era posible circunvalar todo el edificio, porque fue concebido como una insu-
la independiente. Su planta era rectangular, pero en el extremo ocupado por la zona de
hornos se le añadió un conjunto de estancias agrupadas en un triángulo que hacen hoy de
las termas un espacio con un aspecto ciertamente irregular (figuras 1-2). Su longitud
máxima es de 87,91 m (300 pies romanos) y su anchura máxima alcanza los 39,06 m (132
pies). En el muro perimetral que engloba todo el conjunto murario se alternan los para-
mentos de opus caementicium con pilares de sillería.
Los cimientos del edificio están alojados en un pequeño cajeado irregular en la roca
y su profundidad nunca rebasa los 60/65 cm. Cuando la roca lo permitía y el edificio lo
aconsejaba se colocó una base de sillarejo sobre la que se alzarían luego los primeros
sillares; en otros puntos del edificio, en donde los muros tenían que hacer frente a empu-
jes menores de la estructura –como ocurre en el flanco suroriental– el muro se encofró
directamente sobre la roca. Los materiales recuperados en los rellenos de cimentación son
en todos los casos anteriores al año 80 d.C., en consonancia con los aparecidos en la zona
de cimientos correspondiente al contiguo edificio de representación.
El mayor interés de este conjunto termal radica en el conocimiento que ahora tenemos
de las obras de infraestructura que se llevan a cabo para canalizar las aguas residuales y
que implicaron excavar toda la zona hasta el nivel de roca para construir los diferentes
canales antes de la construcción propiamente dicha de las termas. Desde el punto de vista
técnico, la edificación del espacio termal supuso una detallada planificación previa y la
dotación del correspondiente alcantarillado perimetral que permitía la evacuación de las
aguas fuera de las murallas.
El más importante de esos canales era el que permitía la evacuación del agua de la
natatio situada entre los apodyteria (véase más abajo), que constituía el único espacio ter-
mal saturado de agua a modo de piscina, pues el resto de los recintos debía estar organi-
zado en torno al empleo de bañeras (labra) que contenían cantidades más reducidas de
agua y que podían ser aliviados con pequeños canales en superficie. El canal que sale de
la natatio hacia el este está tallado en la roca (figura 4), forrado con sillarejos, y fue
cubierto con losas antes de comenzar a verter sobre él los rellenos que permitirían la cre-
ación de la terraza artificial ocupada por las termas. Esos rellenos fueron contenidos con
un gran antemural subterráneo de 18,10 m de longitud y unos 95/100 cm de anchura, que
atraviesa el edificio de sureste a noroeste, cimenta sobre la roca, y fue situado a tres
metros del muro de cierre del edificio por el nordeste, justamente donde la nivelación
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El muro perimetral del flanco suroriental apenas recibía empujes de los rellenos, pero
en el noroccidental y, especialmente en la esquina septentrional, el nivel de circulación
alcanzó casi los tres metros de altura respecto a la base del cimiento y fue necesario hacer
allí acopio de una gran cantidad de metros cúbicos de piedras y tierra (Figura 3), con lo
que en esta zona fue necesario tomar precauciones adicionales para garantizar la estabi-
lidad del edificio. De ese modo, mientras que todo el lienzo perimetral muestra una alter-
nancia de paños de opus caementicium trabados con pilares de sillería, en esta zona esos
pilares están más cercanos entre sí y son de mayor tamaño, tratando así de evitar la apa-
rición de grietas en los paños de opus caementicium y el hundimiento del edificio. El
sobredimensionamiento de los cimientos implica un cálculo eficaz de las necesidades de
cimentación que sólo puede responder a una cuidada planificación arquitectónica.
Figura 2. Planta de las termas monumentales tras la excavación bajo la actual ermita: 1, Plataforma
del acceso principal; 2, palestra; 3, pedestal en la palestra; 4, natatio con plataformas laterales y esca-
lera de acceso; 5, frigidarium con dos apodyteria; 6, tepidarium; 7-8, caldaria; 9, praefurnium; 10-11,
hornos; 12, laconicum; 13, salida de canales; 14, muro perimetral; 15-17, habitaciones de servicio y
mantenimiento (?); 18, laconicum de la primera etapa de las termas (Dibujo: J. M. Abascal).
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La excavación del edificio permitió determinar que los paños de opus caementicium
se encofraron con tablas cuya anchura oscilaba entre los 30 y los 35 cm de anchura y que
llegaban a superar en algún caso los 4,5 metros de longitud. Las huellas de esas tablas
quedaron marcadas en algunos lienzos exteriores. Al mismo tiempo, la estructura del
encofrado fue sustentada sobre un conjunto de vigas de madera de sección cuadrada (10
x 10 cm), que fueron colocadas en perpendicular al muro cada 1,5 metros para garantizar
la horizontalidad de los paños. De esta manera, el trabajo de encofrado se podía realizar
de una sola vez entre dos pilares de sillería pese a que estos estuvieran muy distanciados
entre sí.
Las termas responden a un modelo lineal bien conocido (figuras 1-2), con un solo sen-
tido de circulación desde la entrada, de modo que palestra, apodyteria, frigidarium, tepi-
darium, caldarium y laconicum podían recorrerse en ese orden de este a oeste3. Como
corresponde a un edificio en el que hay que preservar la temperatura de las zonas más
calientes, el tránsito entre unas dependencias y otras se realizaba a través de estrechos
umbrales con vanos probablemente adintelados, a juzgar por el reducido número de dove-
las recuperadas en las excavaciones.
La primera estancia que encontraba el visitante era un gran patio rectangular portica-
do en tres de sus lados y con unas dimensiones de 29,25 x 18,50 m, que probablemente
fue la palestra (figura 1 y figura 2, espacio 2)4. Cada uno de los lados largos del pórtico
estaba formado por 12 columnas de 50 cm de diámetro que se apoyaban en un plinto cua-
drado de 75 x 75 cm con estilóbatos laterales de 135 x 50 cm que trababan estos zócalos.
Las galerías cubiertas del pórtico estaban pavimentadas con una capa muy fina de opus
signinum sobre mortero con cantos rodados que, en varias zonas, estaban colocados
3 Este tipo de termas de disposición axial es sobradamente conocido. Véase Nielsen 1990: vol. 2, fig. 1. La
estructura de los conjuntos termales domésticos de Hispania ha sido estudiada en detalle en García-Entero
2005: 785-835. Los principales conjuntos termales urbanos están explicados en Fernández Ochoa y García-
Entero 2000. Los principales paralelos hispanos de las termas segobrigenses ya fueron destacados en Abascal
et alii 2002: 156, por lo que omitimos aquí la repetición de esos datos.
4 Sobre este tipo de palestras véase Yegül (1992: 55-57).
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directamente encima de la roca natural. El espacio central descubierto tenía una alinea-
ción óptima para recibir luz solar durante una gran parte del año, de modo que los pórti-
cos protegían de los vientos de esta zona de la Meseta en invierno y la temperatura inte-
rior debía ser bastante agradable.
Desde las dos galerías porticadas de la palestra se accedía mediante estrechos umbra-
les a los apodyteria (figura 2), dos estrechos pasillos que en 1574 aún conservaban las
taquillas para la ropa en las paredes y que mantenían una altura respetable, a juzgar por
el testimonio de un visitante tan ilustre como Ambrosio de Morales:
“tiene al derredor toda unas ventanillas juntas unas con otras, que no pasan la
pared, sino que parecen hechas para ornamento, y para guardar en ellas algo
como los libros de los actos públicos, que allí en el Senado hiciesen, ú otras cosas
semejantes. Las paredes de este templo están en pie por los lados hasta altura de
cinco ó seis tapias, todo lo demás está derribado” (Morales 1792: 1000. Transcrito
también en Quintero 1913: 45).
Figura 3. Escaleras de acceso a las termas y parte septentrional del edificio en fase de excavación, con
los sillares de la esquina expoliados (Abascal et alii 2002: Taf. 17a).
5 La presencia de estatuas en espacios termales está bien documentada en numerosos centros urbanos del
mundo romano; véase Nielsen (1990: 5 y 42).
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Esta primera sala del conjunto hidráulico propiamente dicho tenía como elemento
central una natatio de reducidas dimensiones cuyo pavimento de opus spicatum debió
estar cubierto por mortero de opus signinum que ya ha desaparecido (figura 2, espacio 5).
A los lados, la natatio estaba forrada en sus cuatro paredes por grandes losas trabadas
entre sí mediante toros y escocias laterales, y una de esas losas tenía una perforación inte-
rior que permitía el desagüe de la piscina mediante el canal tallado en la roca. Ese canal
subterráneo, al que ya hemos aludido antes como la primera obra de la infraestructura del
edificio, tenía 30 metros de longitud y una pendiente del 3,9% (Figura 4). En su recorri-
do atravesaba toda la palestra y luego giraba 90º hacia el norte para salir al exterior a tra-
vés del muro noroccidental y verter las aguas en un canal exterior que las transportaba a
la cloaca principal, que aún se conserva bajo el suelo de Segobriga.
Figura 4. Canal de evacuación de las aguas de la natatio del frigidarium en su discurrir por debajo de
la palestra, cuando gira para dirigirse hacia la salida del edificio (Abascal et alii 2002: Taf. 18b).
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A ambos lados de la natatio, la roca fue tallada de una manera más o menos regular,
de modo que un simple pavimento de madera permitía crear dos espacios auxiliares para
los bañistas. Desde uno de ellos se accedía a la natatio mediante una modesta escalera de
piedra que aún se conserva.
Tras el tepidarium se accedía a las salas más calientes del edificio, dos probables
caldaria y el laconicum, que estaban alineados en dirección este – oeste y poseían en
todos los casos un pavimento sobre suspensurae bajo el que circulaba el calor produ-
cido por los hornos laterales. Toda esta zona está muy degradada pues el primer cal-
darium (figura 2, estancia 7) fue desmontado para convertirlo en el porche hoy des-
aparecido de la ermita, de modo que sólo pudimos descubrir en las excavaciones la
base de las suspensurae del pavimento y las entradas laterales desde los hornos, hoy
empleadas como improvisados accesos a la entrada de la ermita. Los bancos corridos
de la fachada principal de esta son en realidad los muros que separaban los dos
ambientes del caldarium que fueron desmochados hasta la altura requerida. La nave
interior de la ermita (Figura 2, estancia 8) fue uno de esos ámbitos del caldarium y los
muros laterales son aún los romanos, sucesivamente reparados y enjalbegados hasta
disfrazar su aspecto original. Al excavar la nave de la ermita en 1999, aún encontra-
mos algunas de las bases de las suspensurae del pavimento, con varios ladrillos cua-
drados pedales aún en su emplazamiento original.
6 Abascal - Almagro Gorbea - Lorrio, 1997: 44 con dos fotografías de la red de canales de la parte meridio-
nal del edificio. Estos canales recogían las aguas del frigidarium y de la zona perimetral del edificio para evi-
tar problemas de cimentación, de forma que eran canalizadas hacia el oeste y lanzadas a una cloaca en el extre-
mo occidental del cerro ocupado por Segobriga.
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En el lado de poniente, la construcción del muro perimetral del recinto creó una terra-
za artificial que envolvía las termas, dejando un espacio no construido entre éstas y la cer-
cana muralla. En época romana, la topografía de la ciudad presentaba aquí un fuerte des-
nivel, muy parecido al que existe hoy, de forma que esta calle trasera debió ser poco más
que una zona de paso, con un preparado de suelos para evitar su rápido deterioro; muy
pronto se convirtió en vertedero de cenizas y materiales de construcción de las termas.
Las termas fueron saqueadas de forma sistemática para obtener materiales de cons-
trucción desde el Renacimiento. Prueba de ello es que, frente al edificio que Ambrosio de
Figura 5. Exterior del laconicum de las termas, convertido hoy en ábside de la ermita. Los paños de
sillarejo que se ven, con sucesivos arreglos, son los originales romanos (Abascal et alii 2002: Taf. 18c).
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Morales aún pudo describir (véase más arriba), las estructuras excavadas corresponden a
un conjunto en el que se robaron todos los sillares hasta las cimentaciones mediante un
sinfín de zanjas de expolio. El mejor ejemplo visible se encontró en la esquina norte del
conjunto, la más próxima al camino que conduce al anfiteatro. Allí los sillares fueron
extraídos hasta la base de la cimentación haciendo desaparecer en su totalidad la esquina
del edificio, lo que permitió ver en su interior los rellenos que se emplearon para la nive-
lación del cerro (figura 3).
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20.- La captación de aguas y el inicio del acueducto de Segóbriga_congreso caraca 06/11/2019 16:37 Página 391
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Juan Manuel Abascal Palazón
El sistema de abastecimiento de agua a Segobriga pudo ser una red múltiple basada
en diferentes captaciones para aumentar el caudal disponible y poder atender las necesi-
dades de la ciudad romana y de las villae del entorno. Además, algunas de esas villae,
como las situadas al norte y noroeste del centro urbano más allá del circo y de los espa-
cios de necrópolis, pudieron tener su propio sistema de suministro. Por eso no es descar-
table que en los próximos años o en las próximas décadas se descubran nuevos acueduc-
tos que completen la información sobre el tronco principal del que tratan estas páginas.
El que hoy conocemos como acueducto de Segobriga (figura 1) tiene su origen en las
rocas sedimentarias sobre las que se asienta la localidad de Saelices (Cuenca). Al nor-
deste de la localidad, y a una profundidad que llega a alcanzar los quince metros, una
serie de galerías subterráneas talladas a pico en la roca permitían que las aguas retenidas
en el subsuelo fueran cayendo por gravedad, de manera que este conjunto de ramifica-
ciones se iba concentrando en un tronco mayor que proporcionaba caudal suficiente para
el abastecimiento de la ciudad romana (Cebrián y Hortelano 2014: 141-156). La capta-
1 Universidad de Alicante.
2 Este trabajo se ha realizado en el marco del proyecto de investigación Sociedad romana y hábito epi-
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de Segobriga véase Abascal y Almagro Gorbea (2012: 287-370), en donde se recoge también la biblio-
grafía anterior; un resumen se encuentra disponible en Abascal (2014: 1717-1721).
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ción subterránea, que incluía algunas obras de fábrica para poder sanear los canales, se
desarrolló en un tramo de unos 475 metros de longitud entre las inmediaciones del casco
urbano y la llamada Fuente de la Mar, lugar en que el agua era reunida en un castellum
aquae hoy desaparecido y, mediante tubería de plomo encajada en una conducción de
opus caementicium, discurría en pendiente hasta Segobriga.
Si tenemos en cuenta que la Fuente de la Mar (39º, 55’, 37,51” N - 2º, 47’, 49,03” W)
se encuentra a 895 metros de altura y que las termas monumentales que ocupan el espa-
Figura 1. Propuesta de recorrido del acueducto principal de Segobriga a partir de las excavaciones de
M. Almagro Basch y de las prospecciones posteriores, tomando como base el Mapa Topográfico
Nacional 1:25.000 del Instituto Geográfico Nacional. El trazo discontinuo es sólo una propuesta que
pasa por aceptar la existencia de sifones en el área de “Pinilla”. El último tramo junto al Centro de
Interpretación de Segobriga está excavado y visible. La zona en color gris es la del área de captación
a que se refieren estas páginas.
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cio junto a la ermita en Segobriga están a una cota de 839 metros, podemos estar segu-
ros de que el agua llegaba con presión suficiente y que podía sortear mediante sifones los
diferentes obstáculos que encontrara en su camino. En la parte baja de la ciudad, cerca
del actual centro de interpretación del Parque Arqueológico, se encuentra un tramo de esa
conducción de opus caementicium a una cota final de 821 metros, unos 74 metros por
debajo del nivel de la Fuente de la Mar. Entre aquella y este punto hay 4,45 km en línea
recta, aunque el acueducto describía una serie de curvas y giros que llevaron su recorri-
do en este tramo hasta los 4,95 km.
Figura 2. Interior de las galerías de captación del acueducto de Segobriga. Fotografías de M. Almagro
Basch empleadas por cortesía de M. Almagro Gorbea.
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A mediados de los años 70 del siglo pasado se volvieron a explorar las galerías bajo
la dirección de M. Almagro Basch, esta vez con criterios científicos, y gracias a ello dis-
ponemos hoy de datos de mediciones y de una amplia serie de imágenes (figura 2), una
parte de las cuales fueron publicadas en el trabajo de 1976. En aquel trabajo se puso el
énfasis en la estructura de las galerías (Almagro Basch 1976: 879-883), algunas de ellas
con poyos laterales (Almagro Basch 1976: 883 y lám. XIII. Véase figura 2) y en el tra-
bajo del specus de opus caementicium desde la Fuente de la Mar hasta Segobriga, para
lo que se excavaron diferentes tramos, registros, puntos de decantación, etc. en lugares
como “Las Olivas”, “Los Vallejos” y “Los Terreros” (Almagro Basch 1976: 885-893 con
las fotografías). A corta distancia de la Fuente de la Mar, en el arranque de la conducción
del agua en dirección a Segobriga, las obras de la carretera CM-310 pusieron al descu-
bierto en 1999 un importante tramo del acueducto en opus caementicium que fue exca-
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vado y del que dimos a conocer una imagen (Abascal et alii 2002: Taf. 8b) que muestra
la homogeneidad absoluta de este tramo inicial respecto a los excavados por Almagro
Basch en su día.
En líneas generales, puede decirse que el canal por el que corre el agua durante varios
cientos de metros hasta salir a cielo abierto mantiene una inclinación constante para per-
mitir la formación del cauce por gravedad; sin embargo, discurre por debajo de la falda
del cerro ocupado por el pueblo, que tiene una pendiente muy acusada; eso significa que
en su tramo inicial la diferencia de cota entre la superficie exterior y el canal subterráneo
alcanza los 15 metros mientras que en el extremo final esa diferencia de cota desaparece
y el agua puede fluir entubada en plomo a cielo abierto. Al canal principal, que es casi
recto en la mayor parte de su recorrido, afluyen otra serie de galerías menores que ya des-
cribió también Sánchez Almonacid y que recogen el agua de otras zonas hasta sumar un
caudal que en su día fue muy importante y que llegó a rebosar en diversos puntos
(Sánchez Almonacid 1889: 163).
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der este laberinto subterráneo en el que se llegaron a contar 14 registros, uno de los cua-
les era circular (Almagro Basch 1976: 879): algunos de esos registros habían sido modi-
ficados por las obras modernas del abastecimiento de Saelices y otros no se veían ya
desde la superficie (Almagro Basch 1976: 879 y lámina V).
Así estaban las cosas cuando en 2002 los responsables de las excavaciones en
Segobriga nos interesamos por el asunto, sabedores de que alguno de los registros visibles
al exterior se había abierto de modo fortuito. Al mismo tiempo, en la descripción del acue-
ducto publicada en 1976 se habían reproducido imágenes de algunos de estos registros de
Figura 3. Arriba: perspectiva desde el oeste de los ocho registros del acueducto de Segobriga identifi-
cables en superficie en febrero de 2002 (Foto: J. M. Abascal). Abajo: posición de los ocho registros res-
pecto a la Fuente de la Mar y con referencia a las curvas de nivel, sobre una imagen de Iberpix (Instituto
Geográfico Nacional).
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Aunque Almagro Basch (1976: 879) alude a la existencia de 14 registros para el acce-
so a las galerías subterráneas del área de captación, sólo ocho de ellos eran visibles desde
la superficie el 24 de febrero del año 2002, cuando realizamos la revisión de los mismos4.
Aunque Sánchez Almonacid menciona la existencia de registros ovalados, tanto las imá-
genes antiguas como las que pudimos tomar (figuras 4-5) corresponden a pozos de sec-
ción cuadrada. Todos ellos alcanzaban la superficie, en donde originalmente debían estar
cubiertos por una losa situada casi a ras de suelo, aunque los trabajos llevados a cabo
Figura 4. Registros de la captación del acueducto de Segobriga en el año 2002. Arriba, a izquierda, regis-
tro nº 7; a la derecha, registro nº 6, los dos cerrados con ayuda de cemento en época moderna. Abajo a la
izquierda, registro nº 1 casi cubierto por un camino actual y con la tapa fracturada. Abajo a la derecha,
registro nº 4 en un canal secundario de la captación. Fotografías de J. M. Abascal, de febrero de 2002.
4 En la citada revisión participamos M. Almagro Basch, R. Cebrián Fernández y el autor de estas líne-
as junto con algunos colaboradores
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Los ocho pozos visibles salen a la superficie entre las curvas de nivel de los 890 y 910
metros (figura 3) y forman dos alineaciones independientes que parecen corresponder a
sendas galerías de captación que acaban confluyendo. Los cuatro primeros (figura 3, nº
5-8), que afloran en torno a la cota de los 900 metros y ligeramente por debajo, son casi
los últimos antes de la Fuente de la Mar, en donde el acueducto sale a cielo abierto; de
hecho, es muy probable que entre el nº 8 y la mencionada fuente sólo quede otro registro
por descubrir. Los otros cuatro (nº 1-4) forman casi una línea recta entre las cotas de los
900 y los 910 metros de altura y, por su posición (figura 3), debemos suponer que corres-
ponden a un ramal de captación por el que las aguas corren de este a oeste y que se unía
cerca del registro nº 1 al cauce principal, que fluye de oeste a este. La acusada pendien-
te de la zona, como muestran las curvas de nivel de la figura 3, determina la altura inte-
rior de cada uno de estos registros que, debía ser importante en el caso del nº 1, situado
ya cerca de la cota de los 910 metros.
Como hemos dicho, el aspecto exterior de estos pozos de acceso a las galerías subte-
rráneas dista mucho de ser el original. En la mayor parte de los casos, se ha ido acumu-
lando al exterior una mampostería trabada con cemento moderno hasta crear elevaciones
próximas al metro de altura. Sin duda, estos recrecimientos guardaban relación con la
necesidad de señalizar los accesos a un sistema de captación del que dependió durante
siglos y hasta hace pocas décadas el propio pueblo. Mediante esta tosca “monumentali-
zación” se garantizaba su protección en el curso de tareas agrícolas. Es posible, sin
embargo, que el pozo nº 1, que se vio afectado por las obras de un camino local y que
estaba descubierto en el año 2002 (figura 4) estuviera cubierto aún por la losa original,
pues es el único de los conservados que parece carecer de recrecimientos de mamposte-
ría, si bien en su estructura se ven restos de cemento moderno. Algunos registros, como
ocurre con el nº 3 (figura 5) poseen un cierre con mampostería moderna pero su aspecto
es muy similar en las fotografías tomadas con casi tres décadas de diferencia, lo que sig-
nifica que esa zona del canal secundario de captación no sufrió desperfectos después de
tomarse la más antigua de las imágenes en 1976.
El interior de estos pozos está preparado para facilitar el acceso humano desde la
superficie y poder llevar a cabo labores de saneamiento, reformas de cauce de las capta-
ciones, eliminación de hundimientos, etc. Para ello, se construyeron estos registros de
sillería, originalmente en seco, en donde dos lados enfrentados presentaban oquedades en
las que se podían ir poniendo los pies en el descenso y en el ascenso (Almagro Basch
1976: lám. Xb), con una anchura de unos 70/80 cm en aquellos de los que tenemos datos,
de forma que un adulto pudiera colocar el pie izquierdo y el derecho alternativamente en
los agujeros sin tener que forzar su posición (figura 5). En la construcción de esas oque-
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dades se empleó una técnica muy elemental, consistente en alternar hiladas de sillería con
hiladas de tres sillarejos en las que se dejaba sin colocar la pieza central. Mediante este
sistema tan ingenioso, se podían construir cuantos metros de altura se quisiera sin tener
que excavar a posteriori, dejando que fuera la propia arquitectura la que determinara la
posición de los espacios en que podían apoyarse los pies. Todos estos pozos están situa-
dos exactamente encima de canales por los que fluye el agua, bien en uno de los ramales
de captación, bien en el tronco principal que conduce hacia la salida del caudal a cielo
abierto. Por ello, y con el fin de que se pudieran realizar las tareas de mantenimiento,
había que garantizar que una persona que empleaba cualquiera de estos accesos, pudiera
circular hacia detrás o delante una vez que pisaba en el canal. Con tal motivo, estos pozos
Figura 6. Tramo del acueducto de Segobriga, excavado en el año 1999 en las cercanías de la localidad
de Saelices y bajo la actual carretera CM-310 (según Abascal et alii 2002: Taf. 8b). La sección corres-
ponde a uno de los tramos iniciales nada más salir desde la Fuente de la Mar.
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mantenían hasta el fondo las dos series enfrentadas de peldaños; sin embargo, los otros
dos costados del pozo, los que coincidían con la dirección de circulación del agua, no lle-
gaban hasta la parte inferior sino que a una altura equivalente a la de una persona se
conectaban con el techo de la galería.
La revisión llevada a cabo en 1976 y las imágenes que nos han llegado de ello
muestran que algunas galerías, las excavadas en zonas más superficiales, debieron
ser trincheras a cielo abierto que se cubrieron luego con losas de gran tamaño y con
una capa de tierra para aislarlas del exterior (Almagro Basch 1976: lám. IIIa). La
parte final de la conducción, la más próxima a la Fuente de la Mar a la que hoy sumi-
nistra su caudal este sistema subterráneo, fue excavada en el año 20035 y ello dio
lugar a la construcción de un lucernario desde el que hoy se puede ver el primitivo
cauce, ya concentrado en un canal de opus signinum poco antes de su salida a cielo
abierto.
La situación de los ocho pozos o registros visibles en el año 2002 era la siguiente:
1. El más próximo al pueblo, a la izquierda del camino que conduce desde la locali-
dad a la Fuente de la Mar, en sentido descendente (figura 3 nº 1 y figura 4, abajo a la
izquierda). Sepultado en parte por el camino.
2. Cerca del anterior, a la derecha del mismo camino en sentido descendente (Almagro
Basch 1976: lám. VIIa-b) (figura 3 nº 2).
3. Cerca del anterior, a la derecha del mismo camino en sentido descendente (Almagro
Basch 1976: lám. IX) (figura 3 nº 3).
4. Cerca del anterior, a la derecha del mismo camino en sentido descendente (Almagro
Basch 1976: lám. Xa) (figura 3 nº 4).
5. A la izquierda del mismo camino en sentido descendente, formando alineación con
los nº 6-8 (figura 3 nº 5).
6. Cerca del anterior, a la izquierda del mismo camino en sentido descendente y más
próximo a la Fuente de la Mar, alineado con los nº 5 y 7-8 (figura 3 nº 6).
7. Cerca del anterior, a la izquierda del mismo camino en sentido descendente y más
próximo a la Fuente de la Mar, en medio de un campo de cultivo y alineado con los nº 5-
6 y 8 (figura 3 nº 7).
8. A escasa distancia de la Fuente de la Mar, a la izquierda del mismo camino en senti-
do descendente, en medio de un campo de cultivo y alineado con los nº 5-7 (figura 3 nº 8).
Abierto en 2002 y cubierto sólo con una plancha metálica y algunas piedras encima de ella.
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je de Las Hoyas en Gea de Albarracín toma su nombre de este tipo de pozos, aunque en
este caso se trata de grandes aliviaderos de 15 x 8 m en la boca (Almagro Gorbea 2002:
226-227 y fig. 18) que no pueden parangonarse con los estrechos pozos de Saelices. De
menor tamaño y similares son los del acueducto de Cádiz (Lagóstena et alii 2016: 26-28
con fotografías). Pero una mayor cercanía formal puede encontrarse en los pozos de ven-
tilación y extracción de mineral en las minas de lapis specularis de la región de
Segobriga, tallados en la roca y no de sillería como los de la captación de Saelices, en
algunos de los cuales se reconocen también los huecos enfrentados en las paredes para el
apoyo de los pies durante el ascenso y el descenso (Bernárdez y Guisado 2002: 284-285
y fotografía).
Estos ocho registros de Saelices son sólo el testimonio en superficie de una fantásti-
ca red de captación hidráulica, que constituye una de las obras públicas de época roma-
na más interesantes del interior de Hispania y que, si tenemos en cuenta que sirvió a un
centro urbano que estaba en plena pujanza en el siglo I de nuestra Era, no debió de exca-
varse más allá de la época julio-claudia, conclusión a la que también llegó M. Almagro.
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A pesar de que el cauce del río Cigüela discurre a los pies del cerro de Cabeza de
Griego, donde se asienta la ciudad celtibero-romana, la mala calidad de sus aguas propi-
ció la búsqueda de manantiales alejados en los que encontrar el agua de boca necesaria.
Desde antiguo se conoce una conducción de traída de aguas a Segobriga de más de 6 km
de longitud. Fue dada a conocer en el último tercio del siglo XIX por D. Mariano Sánchez
Almonacid a través de una breve publicación que fue completada por los trabajos que rea-
lizó M. Almagro Basch, que permitieron la localización de sus diferentes elementos y la
correcta datación de la obra (Almagro 1976 y 1978).
Almagro comprobó la existencia de buena parte del trazado de una conducción anti-
gua, hasta el punto de documentar el sistema de captación en galería que lo surte. El ini-
cio de este sistema se encuentra situado a unos 5 km al norte del cerro de Cabeza de
Griego, junto al actual pueblo de Saelices. Esta población conquense no es sino la here-
dera medieval de la antigua ciudad romana, cuyo asentamiento en este preciso paraje se
debió precisamente a la ruina del antiguo sistema de abastecimiento de agua romano y a
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la necesidad de conseguir agua de buena calidad directamente desde una de las fuentes
donde aquél se abastecía: la Fuente de la Mar. Según Almagro, este nombre sería, proba-
blemente, una reduplicación del término fuente al derivarlo del término árabe mâ, que
significa fuente y agua. Independientemente del origen de su denominación, parece claro
que el manantial fue aprovechado en la Edad Media gracias al mantenimiento parcial del
antiguo sistema de captación subterráneo realizado en época romana.
Esta captación se halla situada en una zona donde el sinclinal rocoso buza hasta for-
mar un pequeño collado. En él se excavó un profundo pozo desde el que se perforó la
masa rocosa para crear una mina, que capta el agua de un acuífero que aún se filtra a tra-
vés de las paredes. Esta galería se prolonga unos 225 m y se encuentra jalonada a lo largo
de su recorrido por varios pozos (putei) verticales de sección cuadrada, excepto el pri-
mero de ellos, el más cercano al comienzo de la mina, que es de sección circular, y se rea-
lizó con materiales de construcción diferentes que muestran que nos encontramos ante
una obra reaprovechada en momentos más recientes. Dichos pozos –en total se han docu-
mentado 13, de los cuales sólo 5 se aprecian al exterior– servirían de registros de la con-
ducción y la mayoría de ellos están construidos con sillares de regular tamaño, bien labra-
dos, y cuentan con pates tallados a ambos lados para servir de escalones que permiten
acceder al fondo de la galería. Presentan en su mayor parte un excepcional grado de con-
servación, tal y como lo demuestra la presencia en muchos de ellos de las tapas origina-
les antiguas realizadas con grandes placas de piedra caliza, decoradas con un casquete
esférico.
Por su parte, la galería presenta siempre una misma altura: 1,70 m, aunque varía sin
embargo en cuanto a su anchura, dependiendo de los tramos. A partir del registro princi-
pal, la mina presenta un pequeño canal (specus) en el centro del suelo, por donde discu-
rre el agua limpia filtrada a través de las paredes. A ella se dirigen una serie de ramifica-
ciones que se abren a partir del conducto principal con la función de captar nuevos apor-
tes de agua, al aprovechar nuevas filtraciones que se conducen al canal principal. Éste
finaliza hoy en la fuente y lavadero público de la Fuente de la Mar, obra realizada en 1876
para suministro de agua a la población de Saelices. En la antigüedad, aquí debió empla-
zarse un primer castellum aquae o torre de aguas, para decantar de las aguas antes de que
éstas iniciasen su recorrido por el acueducto exterior.
Desde este punto concreto, tal y como planteó Almagro, arranca el acueducto o canal
de aguas que hasta ahora se suponía aportaba el principal caudal para el suministro de la
ciudad de Segobriga. El trazado de este acueducto discurría en dirección norte-sur por
toda la loma que se levanta desde el pueblo de Saelices y forma el límite de la línea de
cerros que forma la sierra de Carrascosa. Se trata de una construcción de opus caementi-
cium de unos 30-40 cm de ancho y una altura variable en función del desnivel y natura-
leza del terreno, que sirve de cama o asiento a un pequeño canal o specus de tan sólo 12-
15 cm de anchura y 20 cm de profundidad, que se encontraba cubierto por grandes tejas
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El segundo registro presenta una morfología diferente, y si bien presenta cierto pare-
cido en cuanto a su forma con un canal en el fondo de la arqueta, su tamaño y apariencia
parecen indicar que forman parte de un elemento más complejo. Se encuentra situado
también en el mismo predio que la arqueta anterior, unos 300 m más al sur y por tanto
más cercano a la ciudad de Segobriga. Su funcionalidad hay que relacionarla con el cam-
bio detectado en la obra al ubicarse en un punto en que el specus de obra se interrumpe
y pasa a ser un canal tallado directamente en la roca virgen, que inicia una brusca bajada
de nivel. Esta segunda arqueta, cuenta con unas dimensiones de unos 70 cm de ancho por
50 de largo y 65 de profundidad. Durante su excavación, en el fondo de la arqueta, se
pudo documentar un fragmento de tubería de plomo de unos 8-10 cm de diámetro.
En esta zona el trazado del acueducto se pierde, pero gracias a este tipo de evidencias,
Almagro supuso que desde Los Vallejos el canal se dirigiría hacia el cerro de La Pinilla y,
desde aquí, a través de un sifón, llegaría hasta el cerro que se levanta al suroeste de Cabeza
de Griego. Según este investigador, la cota sería suficiente para suministrar agua a las ter-
mas interiores de Segobriga, situadas a una altitud de 830 m y bastaría para vencer el acu-
sado desnivel que proporciona el cerro donde se asienta la ciudad, aunque nunca se plan-
teó que pudiera haber servido para llevar el agua a los puntos más altos de la población.
La obra descrita por Almagro encaja perfectamente con los sifones documentados en
otras ciudades en las que también se renunció a construir un puente-acueducto que, si
bien daba mayor monumentalidad al mismo, era mucho más costoso en términos econó-
micos. Su menor conocimiento en relación al volumen de obras hidráulicas antiguas que
se conocen viene dado por su menor entidad, la fácil desaparición de la mayor parte de
sus restos y por el empleo de tuberías metálicas que fueron sistemáticamente reaprove-
chadas en el pasado, con todo lo que esa situación ha provocado a la hora de destruir la
obra sobre la que se disponían.
Para terminar con la descripción del sistema hidráulico de Segobriga conocido hasta
hoy, hay que mencionar que dentro de la ciudad existía un complejo sistema de cisternas
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que rodea el perímetro urbano, junto al cinturón de murallas que ciñe la ciudad. Están
fabricadas en opus caementicium, y tienen el interior impermeabilizado a base de un
revestimiento de opus signinum. Almagro interpretó dichas construcciones como cister-
nas públicas que recogían el agua de lluvia, al no relacionarlas con el sistema hidráulico
que estudió.
En conjunto, hemos localizado una serie de restos relacionados con una nueva zona
de captación, ubicada en el entorno del arroyo de Valdejudíos, en el término municipal
de Carrascosa del Campo, y el canal que permitía trasladar sus aguas hasta la zona de Los
Vallejos, en la que ya se conocían los restos del canal que tiene su origen en la Fuente de
la Mar en Saelices. Los primeros y situados más al norte, se localizan en el lugar cono-
cido como La Quebrada. Su descubrimiento permitió interpretar correctamente los
hallazgos realizados en el sector denominado como La Peña I, en el que hemos podido
estudiar un amplio tramo a cielo abierto del canal que finaliza en el inicio de una galería
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La distribución de los restos y su estudio, muestran que nos encontramos ante una
obra mucho más ambiciosa de lo supuesto hasta ahora, dotada de ramales muy dife-
rentes y de origen distante entre sí. Su valoración conjunta permite entender mejor la
complejidad de toda la obra y el perfecto conocimiento del terreno mostrado por los
ingenieros que concibieron el sistema, capaces de aprovechar manantiales bastante
alejados de la población. También permite abordar nuevos problemas como es la valo-
ración de la sincronía de los ramales que empezamos a conocer y su concepción como
obra única, así como todo lo relacionado con las posibilidades que brinda el aumento
del caudal y la capacidad para suministrar agua a zonas más altas de la población de
las previstas por Almagro, en relación a la red de cisternas que conocemos.
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destrucción parcial del muro debida a la construcción de uno de los silos estudiados
(E-30), que corta claramente dicha estructura.
La presencia de los restos localizados en La Quebrada II, hay que relacionarla con la
existencia de zonas potenciales de captación de aguas, que aparecen reseñadas en los
mapas geológicos actuales. Su canalización y aprovechamiento fue posible por la cons-
trucción de las canalizaciones que acabamos de citar, que servían de base a un pequeño
specus realizado con grandes bloques de piedra tallada, de los que hemos hallado algu-
nos restos en sus inmediaciones, similares a los documentados en algunos puntos de la
obra descrita por Almagro.
En total y tras levantar el estrato vegetal que ocultaba la obra, se pudo documentar un
tramo de más de 200 m de longitud, seccionado en la zona noroeste por una cacera
moderna. Al norte de la misma, el muro (U.E. 1006) presenta unas dimensiones de 1,18
m de anchura y una longitud de 6,09 m, comprendidos desde el pequeño curso fluvial
hasta el límite de expropiación de la traza. En esta zona, y para poder documentar tanto
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Al otro lado de la cacera pudimos documentar la continuación del muro (U.E. 1000),
que presentaba las mismas características constructivas que acabamos de describir. Su
estudio de detalle se realizó mediante la ejecución de un nuevo sondeo destinado a com-
probar la potencia y cimentación de la estructura. La obra de cimentación resultó ser de
nuevo de unos 0,35 a 0,40 m de profundidad e, igualmente, servía de base a un muro que
debió alcanzar unos 0,60 - 0,70 m de altura media. Sobre él se realizó un tercer y nuevo
tipo de obra más cuidada, con un espesor algo menor, de unos 60 cm, a partir de la utili-
zación de un preparado compuesto por fragmentos de cerámica, arena y cal (U.E. 1010),
que son los materiales utilizados para la ejecución del opus signinum, un material imper-
meable con el que se realizó el specus. Sus restos los pudimos documentar tan sólo en un
tramo de 10 m de largo, que sirven para conocer el aspecto real de la obra y la cota por
la que discurrían las aguas en este punto.
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En su interior, bajo los derrumbes de tapial (UU.EE. 7, 29 y 27), fue posible identi-
ficar otros niveles relacionados con nuevos arrasamientos y los restos del primero de los
pozos de registro a los que vamos a referirnos. La progresión de la excavación manual
reveló que dicho pozo no pertenecía al mismo momento constructivo que el ámbito 13
–que corresponde a una remodelación/ampliación (Fase II) del módulo constructivo ini-
cial –sino a un momento constructivo previo que sería contemporáneo a la primera fase
de construcción/instalación de yacimiento o incluso ligeramente anterior, tal y como se
describe en el estudio específico incluido en esta misma publicación.
En la Fase I, mientras se utilizaban los ámbitos 1 al 6 del edificio, esta zona occiden-
tal externa cumplía una doble funcionalidad, de basurero (UU.EE. 21 y 28) y de límite de
la explotación agrícola realizada desde la construcción
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que proporcionan un cuerpo denso y compacto que confiere solidez y estabilidad general
a toda la construcción.
Su finalidad inicial era, como decíamos, la de servir primero como pozos de extrac-
ción y luego de ventilación de la canalización, aunque también pudieron utilizarse como
puntos de suministro para el asentamiento en el que aparecen, tal como parece indicar la
existencia del brocal construido en el pozo 1 de La Peña II.
A escasa distancia del punto en el que hemos encontrado los primeros pozos, se loca-
liza una nueva zona de excavación en la que se documentan nuevas estructuras pareci-
das: Todas ellas ponen de manifiesto la continuidad del trazado de la obra que estudia-
mos, a poco más de 3 km de la ciudad romana de Segobriga. En total, en esta zona de
Llanos de Pinilla, se localizaron los restos de 11 nuevos pozos que son los que pasamos
a describir.
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aparecía rellena con los materiales arcillosos y pequeñas piedras habituales, así como el
cajeado de sillares ligeramente trabajados y de similares dimensiones a las documentadas
en el resto de registros.
Hasta entonces, se pudo documentar una fosa (U.E. 10110) que en su parte central
cuenta con una estructura de piedra, de la cual solamente se ha podido descubrir una plan-
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Tanto los materiales como los sistemas constructivos apreciados varían sustancial-
mente de los utilizados en el resto de los elementos conocidos del acueducto y de los
registros inequívocamente romanos. Sus particulares características pueden explicarse
por diferentes razones. Las más probables son las que tienen que ver con la reparación o
sustitución de un registro antiguo en un momento posterior al de su construcción, sin
renunciar a que se trate de una estructura construida ex novo en época medieval, una vez
que se había arruinado la obra, pero el canal subterráneo aún servía para drenar el terre-
no y facilitar la formación de una corriente de agua.
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do de piedras en su parte central de planta rectangular (U.E. 10144). Las paredes del
registro se macizaron con piedras alrededor (U.E. 10143) y un relleno caracterizado por
la utilización de una arcilla de tonalidad muy oscura (U.E. 10142). Esta estructura sufrió
una amplia reparación con características constructivas muy diferentes de las apreciadas
hasta ahora, que deben tener una explicación similar a la apuntada en el caso antes cita-
do, que también se diferenciaba del resto. La fosa fue ampliada hacia el sur (U.E. 10145),
momento en que el lateral del alzado de piedras sería destruido para poder profundizar y
construir una nueva estructura de planta circular (U.E. 10146) a un 1,50 m de profundi-
dad. En esta modificación aparecen restos de mortero de cal (cal, arena y canto pequeño
de cuarcita), posiblemente de época medieval. En el momento de su amortización, el
pozo quedó cubierto con un gran relleno de piedras (U.E. 10141), necesario para com-
pactar el terreno (U.E. 10000).
El alzado del paramento realizado con sillares, como ocurre en el resto de las estruc-
turas documentadas, se encuentra en el interior de una fosa macizada con el relleno de
piedras de tamaño más pequeño y menos trabajadas (U.E. 10152), de planta ovalada. El
diámetro completo de ésta no se pudo documentar en su totalidad debido a la alteración
sufrida, pero los datos apreciados en la excavación permiten proponer una planta oval
para la misma con unas dimensiones próximas a1 m de anchura y 2,40 m de longitud. El
relleno de la fosa se completó con la deposición de arcillas muy compactas de tonalidad
oscura, a la que se sumó cal y otros materiales constructivos, (U.E. 10151).
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La fosa (U.E. 10170) documentada en este caso tiene un tamaño más reducido que
las anteriormente documentadas. En planta presenta una forma ovalada de 2,40 m de
largo por 1,80 m de ancho. Como en los demás casos, el relleno se forma primero por
depósitos de arcillas de tonalidad oscura (U.E. 10171). Sobre ellas y macizando el
alzado de sillares, aparece un relleno de piedras (U.E. 10172) de tamaño medio, lige-
ramente careadas. Su interior quedaba marcado por la presencia de la característica
caja de sillares de 80 x 60 x 20 cm (U.E. 10173) que permitía la existencia de la spi-
ramina. Como principal característica de este registro, hay que destacar la gran cali-
dad de los sillares utilizados y la regularidad de la obra.
Cerámica
Constituye, como suele ser habitual, el grueso principal de los hallazgos realiza-
dos. Su estudio lo realizamos en función de la creación de dos amplios conjuntos, el
de las piezas relacionadas con la construcción y el de las cerámicas comunes de
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En las cercanías del tramo del acueducto documentado en La Peña I y en los registros
localizados en el tramo perteneciente a Llanos de Pinilla, el material recuperado es esca-
so y presenta mínimas variaciones tipológicas. Tal y como sería de esperar, la gran mayo-
ría de los fragmentos cerámicos recuperados pertenecen a elementos constructivos, con-
cretamente a grandes tejas y ladrillos relacionados con la cubrición del specus del acue-
ducto. La concentración de este tipo de elementos es particularmente importante en La
Peña I, donde se han podido recuperar los ejemplares mejor preservados.
Su presencia ya había sido detectada en los trabajos que realizó Almagro, en el trans-
curso de la excavación del tramo de acueducto de Vallejos. A ellas se refiere al realizar la
propuesta sobre su funcionalidad para cubrir la canalización:
“(…) Este bien construido canal se puede asegurar que iba cubierto por unos imbri-
ces o tejas curvas grandes y de rústica fabricación. Ciertamente, en los tramos que
hemos excavado de esta conducción, no hemos hallado ninguno de estos imbrices como
cobertura del canal conservado como decimos; pero aunque no ha aparecido ninguna de
estas tejas curvas in situ, sí se han encontrado gran cantidad de ellas hundidas dentro
del specus y en torno a éste; por otra parte, se conservan en algunos tramos en el revo-
que de la cara superior de los muros que enmarcan al specus o canal para conducir el
agua, restos de las huellas marcadas en la argamasa, con la que iban sujetas estas tejas
curvas, asegurándonos que cubrían el specus, para evitar cayeran en él impurezas que
dañaran la utilización y salubridad del agua (…)” (Almagro 1976: 887).
Junto a este tipo de piezas y en menor proporción, aparecen las que, como decimos,
tienen que ver con determinadas actuaciones realizadas en la zona, una vez construida la
infraestructura. Su hallazgo se ha producido en las estructuras y acumulaciones detecta-
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Por último, en lo que concierne a la industria lítica y tal y como es de esperar, es poco
representativa, pero destaca formalmente por su inclusión en un yacimiento de cronología
romana. Se trata de un tipo de hallazgos poco conocidos y valorados en los periodos roma-
no y medieval, que son fruto de la perduración de ciertas técnicas de talla lítica, relacio-
nada con actividades muy concretas como pueda ser la construcción de trillas. En el área
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excavada, tan sólo se han encontrado dos pequeñas láminas de sílex de buena factura. La
técnica de industria laminar en núcleos de sílex es evidente que pervive en el tiempo y de
hecho es la utilizada como decimos para la realización de las cuchillas utilizadas para el
trillado del cereal. Sin embargo, parece más razonable pensar que su presencia en los con-
textos que estudiamos está más relacionada con la inclusión puntual o acarreo de utillaje
datado en la Edad del Bronce, que pudo llegar a las inmediaciones de la obra como con-
secuencia de las amplias excavaciones y remociones que la construcción provocó.
Los datos más concluyentes de cara a la correcta definición de los parámetros crono-
lógicos de uso/construcción del acueducto proceden de los contextos documentados en el
cercano yacimiento de La Peña II (Nº Exp. 020537-P28). En esta zona, la información
estratigráfica y material del Ámbito 13 es determinante en la medida que refleja una clara
relación de superposición y secuencia. Así, en la Fase I de La Peña II, comprendida entre
mediados del siglo I d.C. y los momentos iniciales del siglo II d.C., los registros identifi-
cados se localizan en la zona exterior de las construcciones habitacionales y de producción
allí localizadas. Sobre esos depósitos anteriores y formados durante la Fase I, se constru-
yeron los muros de los ámbitos 12-13, pertenecientes a la Fase II del mismo yacimiento,
fechada entre los inicios del siglo II d.C. y la segunda mitad del mismo siglo. En este
momento, los dos registros identificados fueron incorporados al interior del nuevo Ámbito
13, lo que indica claramente que los registros pertenecían una entidad constructiva exis-
tente en el momento en que se procedió a la reforma/ampliación.
En el momento final del yacimiento, fechado en torno a finales de la segunda mitad del
siglo II d.C., los derrumbes de los tapiales que se documentaron de forma generalizada en
todo el espacio exterior y más concretamente en los Ámbitos 12 y 13, cubren integral-
mente el registro que, de esta manera, quedó sellado y anulado debido al abandono de la
instalación que, muy probablemente, también coincide con la pérdida de funcionalidad del
sistema.
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En cualquier caso, lo que sí se puede afirmar con total seguridad a partir de sólidos datos
estratigráficos y materiales, es que a finales del siglo I d.C., el acueducto y sus respectivos
registros son una realidad existente y en pleno funcionamiento en el territorio de la ciudad
de Segobriga.
Conclusiones
Es evidente que los hallazgos que hemos dado a conocer como avance en esta publica-
ción, muestran la existencia de un sistema hidráulico de aprovisionamiento para la ciudad
romana de Segobriga mucho más complejo del supuesto hasta ahora. Su finalidad es evi-
dente, aprovechar las distintas captaciones de agua potable que existen en el territorio y
dotar a la población de un suministro suficiente, diversificado y fiable, con capacidad para
cubrir las necesidades de la ciudad. Su descubrimiento permite además plantear ciertas
hipótesis de trabajo sobre el aprovechamiento de las aguas en el interior del espacio urba-
no y la posibilidad de documentar nuevos ramales parecidos al que centra nuestro trabajo,
hasta ahora nunca tenidos en cuenta, por considerar que el sistema estaba bien conocido y
estudiado.
Tanto el gran sistema urbano como los pequeños, todavía mal conocidos, debieron ser-
vir de base para planificar el desarrollo agrícola e industrial del territorio, tal y como pare-
ce deducirse de la documentación en torno a la canalización de diferentes asentamientos.
Es el caso de La Peña II, de Llanos de Pinilla o de Los Vallejos. En el primero, existen inclu-
so pruebas arqueológicas de la remodelación y utilización de partes de la conducción, con-
cretamente de un spiramina, para su probable utilización como pozo de agua potable des-
tinada al consumo humano o para propiciar cualquier otro aprovechamiento ligado a la pro-
ducción agropecuaria a pequeña escala.
A pesar de los hallazgos realizados, el trazado integral del ramal del acueducto presen-
ta todavía bastantes lagunas. No obstante, los trabajos arqueológicos han podido documen-
tar algunos aspectos que permiten interpretar y plantear hipótesis para sortear dichas lagu-
nas, así como plantear nuevas líneas de investigación que deberán ser constatadas en el
futuro.
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Comenzando por las zonas de captación del agua, los tramos independientes de subs-
tructio que se han podido identificar en el yacimiento de La Quebrada II, implican la exis-
tencia de zonas de captación diferentes situadas al norte en cotas comprendidas entre los
840 y los 850 m. De ese modo, el agua que circularía por los tramos documentados se
captaría de dos manantiales cercanos e independientes, el de la Quebrada y el de la
Juanseca. De ambos partirían sendos canales en superficie (rivi o specus), que no hemos
podido documentar, al quedar fuera de nuestra intervención. Su trazado aprovecharía la
suave orografía existente en la zona, que no plantea problema alguno para conducir las
aguas en lámina libre y con la pendiente necesaria. Del manantial de la Quebrada surgi-
ría un ramal que tendría una longitud aproximada de 615 m en dirección Norte-Sur, hasta
enlazar con el tramo de substructio identificado en el sector más al norte de La Quebrada
II. Del manantial de la Juanseca partiría otra estructura parecida mediante un ramal que
tendría una longitud de 1700 m en dirección Este-Oeste, hasta el punto en el que comien-
za el tramo que hemos identificado en la zona meridional de La Quebrada II.
Ambos ramales se unirían un poco más delante del lugar en el que los hemos podido
estudiar, en una cota próxima a los 840 m, dando lugar a una única conducción con mayor
caudal. A partir de ahí, a través de la simulación del trazado por SIG y aplicando deter-
minadas correcciones, se observa la posibilidad de varios trazados, pero todos con una
parte inicial común, que discurriría en sentido Noreste-Suroeste.
El trazado de este ramal del acueducto a Segobriga alterna con total seguridad en su
recorrido tramos en superficie, realizados con mampostería (substructio), con otros exca-
vados en galerías subterráneas (cuniculi). Naturalmente, dicha alternancia se explica por
la topografía y los distintos tipos de terreno natural existentes, que condicionaron y limi-
taron la adopción de distintas soluciones técnico-constructivas. No obstante, de una
forma general, el trazado del sistema de abastecimiento de agua a Segobriga parece haber
buscado la adaptación a las curvas de nivel existentes, aprovechando al máximo las con-
diciones del terreno y discurriendo de manera natural, a pesar del incremento de recorri-
do que esto implica en algunos tramos, tal y como se ha experimentado con la simulación
en SIG. Sólo cuando el relieve era imposible de contornear, se recurrió a la realización
de los tramos en galería, caso del documentado en la zona comprendida entre La Peña II
y Llanos de Pinilla.
Según los cálculos realizados por el SIG y siempre considerando las propuestas de
relieve más favorables y por lo tanto con menor coste, son posibles tres grandes recorri-
dos hipotéticos. En el primero de ellos se prima el recorrido por pendientes naturales con
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El segundo de los itinerarios que proponemos es una simulación intermedia que man-
tiene algunas de las características de la simulación anterior, pero incorpora en algunas
zonas un mayor índice de inversión constructiva/antrópica, a la hora de atravesar el extre-
mo suroeste del macizo ubicado al nordeste de La Peña I, lo que implica la necesidad de
realizar algunos tramos en mina o mediante excavaciones a cielo abierto para llegar a la
cota que requería la libre circulación de las aguas. Tal y como ocurría en la simulación
anterior, el tramo final describe un nuevo arco hacia norte buscando siempre las zonas de
menor pendiente, esta vez de menor amplitud y más cercano al punto de destino inter-
medio que es el tramo de acueducto de La Peña I.
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la utilidad de la obra y permiten obtener unas mínimas cotas con las que conocer el fun-
cionamiento técnico de la conducción. Su construcción se llevó a cabo con materiales
diferentes, en concreto con un mortero y materiales mucho más cuidados, que son los que
se utilizan en la realización del opus signinum que garantizaba la impermeabilización de
la canalización.
Por último, la canalización se cubriría con las tejas y ladrillos de grandes dimensio-
nes ya comentados, aparecidos en diferentes puntos de las excavaciones que hemos rea-
lizado. Con ellos se garantizaba la mejor conservación del agua, la disminución de las
pérdidas y un fácil acceso al canal para realizar las necesarias labores de mantenimiento
que garantizaban la calidad y continuidad del suministro.
Junto a este tipo de obra con la que se realizaron los distintos tramos en superficie que
conocemos, nos encontramos con un gran tramo en galería subterránea que, evidente-
mente, muestra unas características constructivas muy diferentes, que son las que apare-
cen en el sector que hemos estudiado entre La Peña I y Llanos de Pinilla. Lo más fre-
cuente en los tramos subterráneos de las conducciones romanas conocidas, es la apertu-
ra de grandes zanjas en superficie para conseguir la profundidad necesaria y realizar la
canalización a cielo abierto. Sin embargo, cuando la necesidad de excavación superaba
una cierta altura, se recurría a la excavación de galerías que dejan su huella en superficie
en los pozos de ataque necesarios para la obra, que luego se convierten en pozos de regis-
tro, los spiramina o putei.
Con esta solución técnica se salvaban los obstáculos geográficos de mayor entidad
que se interponían en el camino de las aguas, a la par que se evitaban recorridos mucho
más largos que, forzosamente, obligarían a un continuado zig-zag en el paisaje con todo
lo que ello suponía a la hora de aumentar las pérdidas de caudal, las labores de manteni-
miento y, lo que era peor, impedir el abastecimiento de determinados puntos por depen-
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der de la topografía y requerir frecuentes descensos en la cota por la que discurren las
aguas. Con todo, cabe suponer que solamente se utilizaría este procedimiento cuando era
del todo inevitable, puesto que la apertura de las galerías planteaba grandes problemas
técnicos y mayores costes, tanto en la ejecución como en el posterior mantenimiento. Su
técnica de construcción es bien conocida. Normalmente se comenzaba por ambos extre-
mos, pero también era posible la construcción de varios sectores de forma simultánea, lo
que exigía gran precisión en las labores de medición previas para que los tramos se
encontrasen en los puntos de intersección previstos. Tómese como ejemplo de lo dicho el
acueducto de Albarracín a Cella. En algunos sectores de dicha conducción, en concreto
en el largo tramo de la Cañada de Monterde, se pudo constatar arqueológicamente que en
los “encuentros” entre las distintas cuadrillas de fossores, los trazados o los niveles inter-
nos del canal presentan leves errores (Ezquerra 2007).
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Saelices/Vallejos (Almagro 1976: 881-883), similares a las del tramo de Rabo de Buey
del acueducto emeritense. Tampoco hay que descartar que algunos de ellos estuvieran
cubiertos con maderas y tegulas, tal y como parecen indicarlo alguno de los hallazgos
que hemos descrito.
Estos pozos constituyen las últimas evidencias conocidas de la obra que estudiamos,
situadas a unos 3.5 Km de la ciudad de Segobriga. Es evidente que la canalización debía
continuar en dirección a la zona de Los Vallejos, en la que enlazaría con la obra estu-
diada por Almagro, procedente de Saelices, en un sector que ha quedado fuera de nues-
tra intervención. Desconocemos por lo tanto el punto exacto en el que ambas canaliza-
ciones pudieron coincidir, pero su estudio conjunto plantea nuevas e interesantes apor-
taciones para el conocimiento del sistema hidráulico de la ciudad, en especial de su
tramo final que debía ser la parte más compleja de toda la canalización.
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Este tramo final sería compartido con la canalización iniciada en la Fuente de la Mar,
aunque es probable que ésta tuviera un funcionamiento diferente al ubicarse su captación
a una cota situada por encima de los 895 m, con todo lo que ello posibilita. El estudio de
la topografía de este ramal muestra que la obra conserva una cota bastante alta en su tramo
inicial y que poco antes de hacer su entrada en Los Vallejos, la canalización aún mantiene
una altura considerable, claramente por encima de los 875 m. En ese punto se conservan
los restos de un depósito que puede estar relacionado con el arranque de la conducción for-
zada, que se uniría a la conducción procedente de Valdejudíos, pero con tuberías propias
y condiciones diferentes de presión. Desde el punto de contacto, las distintas conduccio-
nes convenientemente entubadas, pudieron discurrir por la misma cama o substructio, que
era necesaria para asegurar la estabilidad de las tuberías, regularizar las pendientes e impe-
dir la formación de ángulos y picos, tanto en planta como en alzado, que abrían posibili-
tado la formación de bolsas de aire y dificultado el funcionamiento de la obra.
Es evidente que el agua procedente de este ramal también pudo descender en lámina
libre hasta el punto en el que discurrían las aguas del que hemos estudiado, e iniciar
entonces el tramo a presión en igualdad de condiciones. Sin embargo, creemos que esto
no ocurrió así porque suponía despreciar unas posibilidades que el ingeniero responsable
nunca debió dejar de aprovechar para llevar el agua hasta las cotas más altas existentes
dentro de la población, poco por encima de los 855m. Una posibilidad fácil de alcanzar
sin recurrir a más complicaciones técnicas que las que ya se venían utilizando, al contar
con un caudal reducido y columnas de presión de 20-25 m, perfectamente asumibles por
la ingeniería antigua.
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Este modelo de canalización común para aguas distintas a diferente presión encaja
perfectamente con el modelo de red de distribución con el que se dotó la ciudad, basado
en la inexistencia de un castellum aquae único y la construcción de otros de pequeño
tamaño dispuestos en diferentes cotas y zonas de la ciudad. Su correcto funcionamiento
permitió algo que parece evidente, sobre todo tras la realización de una obra tan comple-
ja como es la que acabamos de estudiar, que el agua llegara a la práctica totalidad de la
ciudad, tal y como ocurre en el resto de las poblaciones que presentan un modelo pareci-
do al que aquí empezamos a conocer.
El sistema de Segobriga no parece ser una excepción y los pocos pero nuevos datos
que hemos dado a conocer, muestran que Almagro tenía razón y que la obra hay que
datarla en torno a mediados del siglo I d.C. Éste es el momento en el que se fecha la pri-
mera fase del asentamiento de La Peña II que hemos relacionado con la construcción de
la obra, y es también el momento en el que se datan la mayor parte de los equipamientos
monumentales con los que se dotó la población, caso del teatro o del anfiteatro, que
requerían para su funcionamiento de un abundante abastecimiento de agua. Algo más tar-
dío parece ser el circo fechado en la segunda mitad del siglo II d.C., que plantea una
muestra de la capacidad de las elites locales para ampliar el programa monumental de la
ciudad en esos momentos, aunque existen dudas razonables sobre su finalización.
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Para finalizar y como resumen del verdadero significado de la obra que damos a cono-
cer, sólo queda decir que con los hallazgos ahora presentados, Segobriga adquiere un
nuevo elemento complejo que viene a completar su diseño en el siglo I d.C. Junto al tea-
tro, al anfiteatro, al circo o a sus termas, también puede lucir desde ahora un complejo
sistema hidráulico que es perfectamente equiparable al de otras grandes ciudades hispa-
nas, que contaban con varios acueductos destinados a garantizar un suministro que era
vital para el desarrollo de la ciudad antigua.
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Figura 1. Cartografía con los espacios intervenidos en los años 2010/11 (imagen de los autores).
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Figura 2. Cartografía con los yacimientos donde se localizó el sistema hidráulico (imagen de los
autores).
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Figura 4. Reconstrucción 3D de los spiramina y la parte aérea de la conducción (imagen de los autores).
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22.- Espacio y territorio de la primitiva Complutum_congreso caraca 06/11/2019 16:39 Página 433
Introducción
El territorio físico en el que se encuadra la primitiva Complutum se corresponde con
el valle bajo del Henares, un espacio comprendido dentro de lo que los romanos, a su
llegada, denominaron Carpetania. Inmersas en esa amplia región carpetana se com-
prendían realidades culturales diferentes, pero asimilables entre sí. El cerro de San Juan
del Viso se encuadraría en la zona septentrional de la Carpetania, un territorio con
menor desarrollo social durante la Segunda Edad del Hierro que la zona meridional,
pero directamente incentivado por Roma desde los momentos finales de la época
Republicana.
El estudio del yacimiento de San Juan del Viso, supone ahondar en el conocimiento
del proceso de romanización en un territorio privilegiado para su observación. En el cen-
tro de la Península Ibérica, nudo de comunicaciones, se levanta este imponente cerro,
ocupado de forma continua al menos desde el siglo II a.C. y donde Roma levanta un
campamento que da origen a la primera ciudad romana de la Carpetania septentrional,
con un desarrollo urbanístico que se correspondería con el de una ciudad privilegiada y
desconocido hasta hace poco.
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Figura 1. A. Yacimientos ocupados en la fase carpetana plena en la zona prospectada del valle del
Henares: 1 Las Cuevas; 2 Los Villares, 3 El Corral Norte-El Grullo; 4 El Albornoz; 5 Complutum; 6
Las Terreras; 7 El Calvario; 8 Ventorra de Rufino; 9 Salto del Cura; 10 Poblado de Alcalá la Vieja;
11 Ecce Homo; 12 La Dehesa; 13 Abellares; 14 La Piojosa de Villalbilla; 15 La Piojosa 2; 16
Valdeibáñez; 17 El Cañaveral. B. Yacimientos ocupados en la fase carpetana tardía o carpetano-roma-
na (siglos II–I a. C.) en la zona prospectada del valle del Henares: 1 El Albornoz; 2 Complutum; 3 El
Calvario; 4 Poblado de Alcalá la Vieja; 5 Ecce Homo; 6 La Dehesa; 7 Cerro de San Juan del Viso; 8
La Piojosa de Villalbilla; 9 Valdeibáñez; 10 Abellares; 11 Los Bordales; 12 El Cañaveral; 13 Cuesta
de la Torre; 14 El Llano de la Horca; 15 Villa del Val; 16 El Corral Norte-El Grullo (Azcárraga 2018:
Fig. 4 y 6).
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Entre estos materiales destaca la cerámica ática, la jaspeada e incluso una fíbula anular
hispánica, todo ello entre un amplio elenco de cerámicas finas y toscas, tanto de pro-
ducción local como importadas de otras áreas peninsulares. Todas estas características
nos permitieron proponer que este yacimiento formara parte de la necrópolis de un cer-
cano oppidum, que en este caso se localizaría bajo una urbanización próxima construi-
da en los años 80, y conocido como Ventorra de Rufino (Azcárraga 2015: 209-216).
Para la fase tardía carpetana (figura 1B) el panorama del valle bajo del Henares arroja
cada vez más luz gracias a la realización de excavaciones en varios yacimientos, entre los
que destacan El Llano de la Horca (Cerdeño Serrano et alii 1992; Baquedano et alii 2007a;
Baquedano et alii 2007b; Märtens Alfaro et alii 2009; Gozalbes et alii 2011) y el cerro de
San Juan del Viso (Azcárraga y Ruiz Taboada 2019; Ruiz Taboada y Azcárraga e. p.;
Azcárraga y Ruiz Taboada e. p.). Ambos asentamientos desarrollan su ocupación princi-
pal entre los ss. II y I a.C., un momento en el que la Carpetania se encontraba pacificada
y en la órbita romana. En el primer caso, el yacimiento pudo estar ocupado desde el siglo
III a.C. y se abandonó en el contexto de las Guerras Sertorianas (79-72 a.C.), cuando su
población probablemente debió ser forzada a marcharse al asentamiento próximo más
importante en ese momento, que sería el cerro de San Juan del Viso. La nueva potencia se
adapta a la situación que se encuentra en el territorio, aprovechando la existencia de asen-
tamientos importantes previos, los dos mencionados, y favoreciendo directamente su ocu-
pación, momento a partir del cual consideramos que dichos asentamientos funcionan
como oppida (Azcárraga 2015: 366-357). El territorio se articularía a partir de este
momento en oppida de entre 6 y 20 ha, con una separación media de 18 Km y con nume-
rosos asentamientos en llano dispersos a su alrededor y que permanecen habitados desde
la fase previa. En estas fechas el valle del Anchuelo continúa con su relevancia respecto al
Henares, no sólo por la localización de El Llano de la Horca, sino también por la posible
ubicación del oppidum prerromano de San Juan del Viso en la zona sur de la meseta con-
trolando dicho valle. Este modelo parece extenderse en todo el valle bajo del Henares,
donde hacia el norte podrían haber funcionado como oppida los yacimientos de La
Merced-Muela de Taracena y el cerro de Alcolea del Torote.
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La localización exacta del oppidum carpetano hoy sigue siendo uno de los principa-
les interrogantes. Contamos con evidencias cerámicas y materiales de superficie que
apuntan hacia su existencia, como así lo consideran diferentes trabajos publicados en las
últimas décadas, aunque sin poder precisar su localización exacta (Fuidio 1934;
Almagro 1994; Fernández Galiano 1976, 2012; entre otros). Ya hemos apuntado cómo
los más recientes estudios en la superficie del cerro, identifican una secuencia cronoló-
gica de la Segunda Edad del Hierro que se relaciona con el patrón de asentamiento car-
petano del cercano valle del Anchuelo (Azcárraga 2015). Los datos con los que hoy con-
tamos, aunque no son completos, sí permiten ampliar la información que hasta ahora se
tenía de esta ocupación prerromana.
Como ya hemos analizado, la ocupación del valle bajo de Henares durante este
momento se caracteriza por la presencia de un gran número de pequeños asentamientos
repartidos por el valle del arroyo Anchuelo, que habla de un poblamiento consolidado
en esta zona, similar a otras áreas de la Carpetania. Con la intención tanto de localizar
el enclave exacto del poblado prerromano en la gran meseta del cerro del Viso, como
conocer las características urbanas de la ciudad romana se han realizado recientemente,
además de las prospecciones mencionadas, dos campañas de excavación. Desde el año
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2017 se está trabajando en campo para tratar de localizar restos de estructuras que apun-
ten a la existencia de este poblado en el sector en el que documentamos la mayor con-
centración de material cerámico de prerromano (Azcárraga y Ruiz Taboada 2012-2013:
99). La zona en cuestión (figura 2) constituye uno de los espolones al sur del cerro y en
la actualidad es propiedad del Ministerio de Defensa, habiendo albergado hasta 2014 un
polvorín subterráneo. El campamento romano que da origen a la ciudad se localiza fren-
te a este enclave, marcando indirectamente su posición. Hasta el momento, los sondeos
arqueológicos planteados en este sector no han permitido documentar estructuras de la
Segunda Edad del Hierro, no obstante presentan una caracterización del subsuelo que
apunta a una radical transformación antrópica de la superficie al ser allanada y parcial-
mente construida, para permitir tanto el uso militar contemporáneo como la intensa
labor agrícola que caracteriza el entorno.
Figura 2. La meseta de San Juan del Viso y la fotointerpretación del trazado urbano: 0. Zona militar
en la que se realizan los sondeos (00- calzada, 01, 02, 03, 04, 08, 09, 10, 11, 12) en 2017 y 2018; 1.
Campamento; 2. Templo; 3. Termas; 4. Domus; 5. Teatro; 6. Posible puerta monumental; 7. Insulae;
8. Cardo maximus; 9. Decumanus maximus (topografía y planimetría de Mª Luisa García, sobre foto-
grafía del PNOA 2009-Instituto Geográfico Nacional).
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las múltiples campañas militares que se estaban desarrollando en esta época (Martínez
2011). En cualquier caso albergaría una pequeña guarnición puesto que su hectárea y
media de tamaño sería insuficiente para una legión romana completa (Azcárraga y Ruiz
Taboada 2012-3013: 109).
Figura 3. Tramo final cajeado en la roca, de la calzada de acceso al yacimiento (fotografía: A. Ruiz
Taboada).
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Además de este templo, existen diversos edificios que dotan a la ciudad de una sun-
tuosidad hasta ahora desconocida en este sector del centro peninsular para una ciudad
que, a priori, no recibe la municipalización hasta época flavia y estando ya ubicada en
el llano. Estos edificios fotointerpretados son un teatro, unas termas, una domus y una
posible puerta monumental. Muy brevemente pasaremos a describir estos edificios pues-
to que ya se encuentran ampliamente descritos en la bibliografía (Azcárraga y Ruiz
Taboada 2012-2013; Ruiz Taboada y Azcárraga 2014; Azcárraga, Ruiz Taboada y
Rodríguez 2014; Azcárraga 2014 a y b, 2015; 2017). Además de las termas fotointer-
pretadas y asociadas a los restos de opus caementiciun pertenecientes a una cisterna,
destaca la documentación del hipocaustum de otro amplio edificio termal durante las
excavaciones llevadas a cabo por Dimas Fernández Galiano (1976; 1984) en 1978.
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la scaenae y el scaenae frons (Azcárraga y Ruiz Taboada 2012-3013: 107). Las carac-
terísticas y ubicación del teatro recuerdan a los de época augustea, y en especial al tea-
tro de Acinipo, con el que coincide en medidas y ubicación. La clara intención propa-
gandística quedaría clara en ambos casos y como recuerda Rodríguez (2011: 339), en
ocasiones esta intención lleva a Roma a renegar de las ventajas topográficas en un alar-
de de capacidad arquitectónica. Merece la pena recordar que entre las escasas monedas
documentadas en superficie en San Juan del Viso destacan dos bronces del emperador
Augusto (Fuidio 1934: 114).
3 Dichas empresas e instituciones, entre 2017 y 2018, han sido las siguientes: Asociación de Hijos y
Amigos de Alcalá, Agro Icaro, Gatera de la Villa, Colegio San Joaquín y Santa Ana de Alcalá de
Henares, Jarama Asesores, Cervezas Enigma, FMLan.com, Ei2Fire S.L., Casa de Córdoba, Ediciones
Evohé, Dehistoriae (blog), viajes Pausanias y Talleres Gallardo. Además en 2017 contamos con el
apoyo, en materiales, del Museo Arqueológico Regional de la CAM.
4 Han participado hasta el momento los siguientes alumnos voluntarios, de la UCM: Ana María López,
José Mainar, Ignacio Bermejo, Pilar Ledesma, Alberto Martínez, M. Carmen Ramírez; de la UAH:
Álvaro Piña, Raquel Fonseca, M. Rosario Ortega, Oscar Redondo, Jaime Colás y de la UAM: Andrés
Martín y Carlos Manuel Gutiérrez.
5 Destacamos el trabajo de Antonio Nuño (Ars&Arq) con la fotogrametría de los sondeos y el de Mª
Luisa García con la topografía y autocad, además del apoyo en mano de obra y materiales de Arquex
y Patrimonio Inteligente en 2017 y Lure Arqueología en 2018.
6 Este acuerdo se concretó en una subvención para los gastos de manutención del equipo de volunta-
rios durante la campaña, el préstamo de herramientas para realizar los trabajos, apoyo logístico
mediante cesión temporal de un local y ayuda puntual de dos operarios para las labores de abrir y cerrar
los sondeos.
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Las dos campañas realizadas hasta el momento han permitido definir tanto los pasos
previos al diseño de la ciudad como su sistema constructivo, definido por la configura-
ción de la trama urbana mediante la habilitación del substrato geológico para el cimien-
to de las estructuras. En total se han realizado 9 sondeos (figura 2), cuatro de ellos con
resultados positivos (02, 03, 04 y 10). Se han documentado estructuras romanas en tres
de ellos (02, 03 y 10) y en el cuarto (04) un espacio muy alterado, con los restos de un
posible pavimento calizo muy mal conservado. El estudio estratigráfico y de materiales
de la primera campaña ya ha sido publicado en extenso (Ruiz Taboada y Azcárraga
2018; Azcárraga y Ruiz Taboada e. p.) y el de la segunda campaña está en curso, por lo
que aquí destacaremos tan solo las principales conclusiones.
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Durante la campaña de 2018 se amplió el sondeo 3 dos metros más hacia el oeste
(figura 4), permitiendo definir un espacio constructivo interior de unos 2 m de ancho,
con un suelo compactado a base de fragmentos calizos y tierra, delimitado por otro
muro paralelo y de las mismas características que el anterior. En esta campaña se abrió
además el sondeo 10, de 3,5 x 2 m hacia el noreste del sondeo 3 y separado de él tan
solo por 0,50 m. Este sondeo permitió ampliar las dimensiones de la estructura porti-
cada gracias a la documentación de la continuación del pavimento. La caracterización
estratigráfica del entorno muestra una fábrica de un solo momento constructivo, que
alterna muros de mampostería trabados con barro, con una amplia superficie de suelo
apisonado, parte del cual soporta la cimentación de un espacio posiblemente colum-
nado sobre una lechada de cal. En esta planta se ha documentado también el saqueo
de uno de los muros, con una zanja de expolio, para extraer el quicial de acceso a la
estancia asociada, dato corroborado en la campaña del 2018, al documentar el quicio
del vano del muro paralelo hacia el oeste que coincidiría a la misma altura que el del
expoliado. Por el momento, y estando en curso el análisis y estudio exhaustivo de la
reciente campaña, resulta arriesgado caracterizar la estructura asociada, sin duda de
monumentales dimensiones, pavimentada y posiblemente porticada.
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Podemos concluir que las últimas campañas de excavación han permitido confirmar
los resultados de la fotointerpretación, ampliando las dimensiones de la urbe. Los son-
deos realizados permiten, por primera vez, documentar estructuras de habitación en la
originaria Complutum y aportar datos estratigráficos que sitúan la construcción de la ciu-
dad, al menos en esa zona sur, durante la primera mitad del siglo I d.C. Entre los mate-
riales documentados destaca la ausencia de TSH, documentándose por el contrario,
variados fragmentos de TSI y TSG, que cronológicamente resultan definitorios. Aunque
por el momento no se han hallado restos constructivos del asentamiento carpetano en la
zona sondeada, no se descarta su localización en la misma, que pudo verse afectada no
solo por la intensa urbanización romana, sino también por las construcciones contem-
poráneas que originaron un gran movimiento de tierras.
Valoración final
Como se desprende de la presente aproximación al espacio y territorio del yaci-
miento de San Juan del Viso entre la Segunda Edad del Hierro y la época romana, éste
está empezando a desvelar sus secretos. Inmerso en el territorio carpetano septentrional
cuyo desarrollo más evidente se produce a partir de la época carpetano-romana con su
presumible importancia como oppidum, pasará a convertirse en la primera ciudad roma-
na de la región. La información proveniente de la fotografía aérea junto con las fuentes
históricas y la arqueología está permitiendo conocer el origen y evolución de una ciu-
dad que llevaba 2000 años prácticamente en el olvido. Su abandono y traslado tuvo que
ver con la importancia de la ruta que comunicaba los núcleos urbanos de Augusta
Emérita con Caesaraugusta, que la nueva ciudad ubicada en el valle controlaría direc-
tamente. Pero probablemente la falta o escasez de agua precipitaría su traslado. En el
llano no sólo contaban con el río Henares y el arroyo Camarmilla a escasos metros de
la ciudad, sino que su fundación ha estado siempre relacionada con dos fuentes, de la
Salud y Juncal, donde supuestamente se desarrollaría el culto a las Ninfas, dando tam-
bién una justificación religiosa (Rascón 2004, I: 88).
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Figura 5. Vista de los trabajos de limpieza en la calzada durante la campaña de 2017 (fotografía de
A. Ruiz Taboada).
Figura 6. Vista general de los trabajos de excavación en los sondeos 2 y 3 durante la campaña de 2017
(fotografía de A. Ruiz Taboada).
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Figura 7. Vista de los trabajos de excavación en el sondeo 2 durante la campaña de 2018 (fotografía
de A. Ruiz Taboada).
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Figura 9. Restos de pintura mural de varios colores hallados en el Sondeo 2 en la campaña de 2018
(fotografía de S. Azcárraga).
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Julio Mangas Manjarrés
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ámbito territorial de lo que va a conocerse más tarde como otras cabeceras de civitates
romanas del ámbito de la Comunidad de Madrid.
Ahora bien, no sabemos si, ya en época republicana, se había definido bien el empla-
zamiento de las diversas cabeceras de ciudades, así como el territorio de cada una de
ellas, que no era necesariamente el mismo que el que tenían a partir de comienzos del
Imperio. Por lo mismo, aún aceptando que hubiera algunas coincidencias, la constata-
ción más segura la encontramos en la documentación de época imperial.
Las referencias de los autores antiguos sobre el ámbito norte de la Carpetania, donde
se encuentra el actual territorio de la Comunidad de Madrid, son muy imprecisas. Baste
recordar que Plinio sólo menciona a Complutum (Plin., nat., 3, 4, 24). Es bien sabido
que las referencias de Ptolomeo a las ciudades con la indicación de los grados de latitud
y longitud no permiten una localización precisa.
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-Coincidimos con Abascal y otros en sostener que Titulcia tenía su núcleo urbano,
más pobre que el de Complutum, en la confluencia de los ríos Jarama y Tajuña, por
donde pasaban dos vías: la que iba desde Emerita Augusta hacia Caesaraugusta y la
que, desde Laminium, se dirigía al norte de la Cordillera Central (Abascal 2017: 121).
La tesis de Rodríguez Morales y García Romero, la de sostener que los restos arqueoló-
gicos, los hallados en Móstoles, apoyan que allí se encontraba la cabecera de Titulcia,
no la consideramos aceptable (Rodríguez y García Romero 2002). Creemos que cada
vez hay más apoyos para sostener que la Titulcia romana se situaba en Titulcia (Madrid)
(Polo y Valenciano 2017: 166-172). En este caso, nos encontramos además con el apoyo
de los grandes itinerarios. Baste recordar que el Itinerario de Antonino (438, 2-14; 439,
1-4) menciona a Titulcia tras Toletum y antes de llegar a Complutum. Y el Anónimo de
Rávena (312,7-16), que enumera las mansiones de Oriente a Occidente, precisa que
Titulcia es una civitas:
-Entre las varias cabeceras de ciudades carpetanas que faltan por localizar, García
Alonso incluye a Mantua (García Alonso 2007: 681). Ahora bien, frente a la opinión de
Stylow, quien sitúa Mantua en Perales de Milla (Stylow 1990: 319 ss.), tesis aceptada
por Abascal (Abascal 2017: 117 ss.), creemos que hay cada vez más apoyos para loca-
lizar Mantua en Villamanta, aunque estemos ante un caso de falta de excavaciones o
bien ante una “ciudad sin urbe”. La documentación epigráfica, hallada en sus cercanías,
está apoyando que Mantua (Villamanta) fue la cabecera de una civitas. (Mangas:
“Mantua”, e. p.). No hay restos arqueológicos visibles, ni de los edificios significativos
de su núcleo urbano, ni de alguna posible muralla. En cambio, se encuentran muchos
restos subterráneos (amplios y largos túneles, en los que puede circular un carro), sobre
los que no se ha llevado a cabo ningún análisis arqueológico. Habrá que comparar con
los restos arqueológicos de la Cueva de Hércules, localizada en Toledo (Tsiolis 2013:
735 ss.). Y todo orienta a que, en la zona oriental de la actual Villamanta, pueden encon-
trarse lo restos de un teatro o de un anfiteatro. Y de la pervivencia de su importancia
hasta épocas avanzadas de la Edad Media, nos consta que fue el centro de la llamada
“Academia de los Humildes”, lo que desvela que siguió siendo un núcleo urbano de
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Una cuestión discutida ha girado en torno a la ciudad de Madrid. Allí se han hallado
algunas inscripciones romanas funerarias, además de un miliario, relacionable con la vía
que, desde Toletum, se dirigía hacia el norte para cruzar la Sierra de Guadarrama.
Proceden de lugares cercanos (junto al río Manzanares, junto al Puente de los Franceses,
cerca de Santa María de la Almudena…). Por la onomástica de las mismas (Aemilia
Eutychia, Gaius, Lucius Domitius Caucenus…), se desvela un elevado grado de integra-
ción en el modelo social romano. Ahora bien, como indicamos en otro momento, no hay
garantías de que hubiera allí la cabecera de una ciudad (Mangas et alii 2017: 692-694).
Atendiendo al excelente estudio de Alvar (Alvar 2017: 31), no creemos que haya
apoyos para situar dos ciudades de las mencionadas por Ptolomeo, en el ámbito de la
Comunidad de Madrid: nos referimos a Egelesta, a la que sitúa en Villaviciosa de Odón,
y a Ilarcuris con localización propuesta en Arganda. Aunque se necesita espacio para
justificarlo, avanzamos que todo orienta a que Egelesta se situaba en el sureste de la pro-
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vincia de Toledo, atendiendo a la abundancia y riqueza de sus extensas salinas con pro-
piedades curativas, como indica Plinio (Plin., nat., XXXI, 39, 80) y como siguen dicien-
do muchos de sus cercanías. Sobre Ilarcuris, creemos que faltan confirmaciones.
Con mayor o menor desarrollo urbanístico, cada una de las cabeceras de esas civita-
tes, que gozaban del rango de ser municipios latinos a partir de los Flavios, cumplió con
la función de servir de centro político-administrativo de un territorio; en otros términos,
cada una de ellas tuvo magistrados civiles (IIviri, aediles) y religiosos (pontifices, augu-
res) para atender a la población de su núcleo urbano y a la de su territorio. La cabecera
de cada una de esas civitates, centro de un territorio, cumplía varias funciones, supervi-
sadas y controladas por los magistrados civiles y religiosos, que estaban obligados a
residir en el núcleo urbano central o en su proximidad. Desde que adquirieron el rango
de municipios latinos, debían regirse por las normas, bien conocidas, si atendemos al
contenido de las leyes municipales flavias. Me remito a los textos conservados de varias
leyes: Lex Salpensana, Lex Irnitana y Lex Malacitana, objeto de estudio y atención por
varios investigadores. Atendiendo a los textos de esas leyes y a otros datos de los textos
literarios y epigráficos, se conoce hoy bien lo que significó la concesión del derecho lati-
no (García Fernández 2001).
Debemos aceptar que resultó habitual que cada municipio flavio tuviera las planchas
grabadas con el texto de sus leyes en un lugar público, accesible a la lectura de todos los
ciudadanos. El hallazgo de un fragmento de esa ley en el municipio latino de
Interfluentia (Duratón, Segovia) apoya la idea de que cada municipio flavio contó con
la existencia de unas placas grabadas con el texto de las leyes, así como con otras pla-
cas excepcionales con decretos imperiales.
Cada cabecera de ciudad, fuera un pequeño o un gran núcleo urbano, se regía por las
leyes municipales. Más aún, coincidimos con Olmo en sostener que sus finanzas esta-
ban controladas y sometidas a posibles inspecciones de los gobernadores provinciales
(Olmo 2018: 247 ss.). Ya el primer emperador, Augusto, había dado normas sobre tri-
butación y finanzas públicas, que se venían aplicando en Roma y en las ciudades de
Italia (Fernández de Buján 2017: 87 ss.).
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Quedan aún muchas dudas para definir el espacio del sureste de la Comunidad de
Madrid y el del nordeste del ámbito de la provincia de Toledo, en cuya confluencia pudo
haber existido la cabecera de otra ciudad romana.
Dentro de las referencias sobre los yacimientos rurales, los peor conocidos, yo aña-
diría la necesidad de tener en cuenta la existencia de muchos tuguria, yacimientos
menores, situados junto a ríos, cuyas orillas eran tierras de nadie, según precisa el
Digesto (Dig., 18.1.51):
“Las zonas ribereñas, unidas a un fundo, son cosas de nadie y están a disposi-
ción de todos, como las vías públicas o los lugares religiosos o sagrados”.
Hasta ahora, no contamos con ningún hito de delimitación del territorio de cada una
de las civitates romanas del ámbito de la Comunidad de Madrid. Por lo mismo, cualquier
propuesta es hipotética. Estamos, pues, ante tierras globalmente medidas, ante agri men-
sura per extremitatem comprehensi, lo que, en todo caso, exigía la intervención previa
de los especialistas, de los mensores, que acompañaban a los gobernadores provinciales
(Chouquer y Favory 1992: 15-26). Y, como ha resaltado Brugi, hemos de suponer que,
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Teniendo en cuenta las distancias, sólo caben las sugerencias. Baste un ejemplo: la
distancia de muchos kilómetros desde Complutum a Mantua. Es razonable la propuesta
de Abascal al sugerir que el límite occidental del territorio de Complutum pudo haber
estado en los ríos Manzanares, Jarama y Tajuña (Abascal 2017: 120). Y consideramos
que tal sugerencia es razonable, porque los ríos sirvieron con frecuencia de delimitación
territorial, siempre que llevaran un considerable caudal y no hubiera grandes vados
sobre ellos. Ahora bien, debemos insistir que estamos ante sugerencias, no ante pruebas
sólidas.
-En los territorios de las diversas civitates había condiciones para la obtención de
cereales (Fernández Uriel 2017: 11-23).
-En algún caso, contamos con testimonios de prensas, de torcularia, para la prensa
de la uva y de la aceituna, para obtener vino y aceite. Entre otras, baste el testimonio del
torcularium de Camino de Seseña (Torrejón de Velasco, Madrid) (Flores y Sanabria
2017: 137-145).
-Había igualmente buenas condiciones para mantener una rica ganadería. Más aún,
dada la situación geográfica, una parte del territorio sirvió para recibir y mantener la
ganadería de la trashumancia, la desplazada del territorio de la Meseta Superior duran-
te el invierno, como ha sucedido hasta épocas recientes (Hernando 2008: 177-185).
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-Hay consenso entre los diversos estudiosos en sostener que hubo grandes
extensiones de pinares. Además de los frutos y de la madera de los mismos, los pinares
ofrecían otro gran recurso, el de las resinas con aplicaciones múltiples: sellar recipien-
tes, utilizar para apoyos de torceduras de miembros, etc. (Mangas y Novillo 2014: 207-
210). Los autores antiguos aluden al uso de la pez para impermeabilizar tinajas, las des-
tinadas a guardar el vino (Colum., r.r., XII, 22-24; XII, 21. Plin., nat., XIV, 25, 127.
Cato, De agri cultura, CX-CXII).
-Creemos con Alvar que la referencia de Plinio sobre la excelencia del comino, sobre
el que Plinio (Plin., nat., 19, 161) dice que era de calidad superior al de Etiopía y África,
sea válida para aplicarla al territorio matritense, ya que sigue obteniéndose un excelen-
te comino al norte de Toledo, en Santa Cruz de la Zarza y cerca de Cuenca-Madrid
(Alvar 2017: 29-30).
-Hay que resaltar que, en otro momento, hemos analizado la necesidad de sal,
imprescindible para el consumo humano y animal, para recetas médicas y veterinarias,
así como para la conservación de alimentos. Y, tras varios análisis, calculamos que se
necesitaban unos 30 kilos por persona y año (Mangas y Hernando 2011: 19). Por lo
mismo, fue un producto de intercambio. Ahora bien, la sal se obtuvo en puntos centra-
les: en el Bajo Jarama y en el Tajo (San Clemente et alii 2017). Por lo mismo, fue un
producto de intercambio regional.
-No debemos olvidar que las orillas de los ríos y las vías de acceso a los mismos eran
tierras de nadie, así como los recursos pesqueros. Entre varios testimonios, me permito
volver a recordar el antes citado pasaje del Digesto (Dig. 18.1.51). Tal normativa facili-
tó que, en las orillas de los ríos, se asentaran tuguria, residencias de los más necesitados.
Sin entrar ahora en una enumeración, baste decir que sigue habiendo tuguria junto a ori-
llas de ríos, como el Guadarrama: en la visita guiada a uno de ellos (me callo el lugar),
pudimos comprobar la existencia de cinco/seis casas, cuyas familias vivían de recursos
pesqueros, de caza de animales que acudían al río y de pequeños huertos, asentados en
sus orillas. Sigue, pues, habiendo tuguria, como en época romana.
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situaban junto a corrientes continuas de agua y no muy fuertes (así, en arroyos), sobre
las que se hacía una pequeña presa, que permitía desviar el agua hacia el molino para
mover las aspas, conectadas con un eje que movía una de las piedras, la situada en su
parte superior, la que giraba sobre otra piedra fija. Entre varios, pongo el ejemplo de
Arroyomolinos (Madrid), donde hay varios restos de población de época romana
(Hernández 2017: 243-248); es posible que estuviera relacionada con la atención a los
molinos de su cercanía.
b) “Renta de situación”: una segunda condición, que contribuye a entender los diver-
sos grados de desarrollo urbanístico entre las cabeceras civitates romanas de la actual
Comunidad de Madrid, reside en advertir la renta de situación de cada una de ellas.
¿Por qué Complutum tuvo un desarrollo urbanístico superior al de las otras cabece-
ras de civitates del ámbito de la actual Comunidad de Madrid? Creemos que hay razo-
nes varias. Baste mencionar las más importantes:
-La cercanía a las grandes vías de circulación: la vía que, desde Emerita Augusta, se
dirigía a Caesaraugusta (Zaragoza) pasando junto a Complutum y, no menos importan-
te, la vía que, desde la Meseta Inferior, desde Laminium, se dirigía al norte y pasaba por
el territorio de Complutum.
Ahora bien, hubo otras vías secundarias, no menos útiles, que no vienen reflejadas
ni en el “Itinerario de Antonino”, ni en el “Ravenate”. Baste mencionar las vías del sec-
tor occidental de la Comunidad de Madrid. Una muestra significativa es la actual vía
que, desde Madrid, se dirige a Talavera de la Reina = Caesarobriga, la que servía para
conectar el territorio de Complutum con el de Mantua y, hacia el sur, con el de Bercicalia
y Caesarobriga (Fernández Ochoa et alii 2017: 223 ss.).
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-El progresivo auge de Complutum en relación con las otras cabeceras de civitates
romanas del ámbito de la Comunidad de Madrid ayuda a entender realidades como las
siguientes:
*El alfar romano de Mantua (Villamanta) tuvo una duración limitada, según ha
demostrado Zarzalejos (Zarzalejos 2002). Resultó más fácil producir cerámica cerca de
Complutum, cerca del lugar de mayor consumo.
-Inscripción honorífica, desaparecida, que pudo ser la base de una estatua; en ella, se
hace mención al padre, al hijo y al nieto. Apoya la municipalización flavia de
Complutum por la referencia a la tribu Quirina. Se fecha entre fines del s. I- inicios del
siglo II d.C. El homenajeado, además de magister de un collegium, fue sacerdote del
culto imperial Recuerdo el texto (CIL II, 3033. Ruiz Trapero 2001: nº 11):
-La segunda inscripción nos aporta una nueva información: la existencia de una orga-
nización religiosa de libertos, vinculada al culto al emperador. Los textos trasmitidos
son iguales excepto las variantes de la línea 1: Panthe(on) o Panthe(o) (CIL II, 3030;
Ruiz Trapero 2001: nº 11):
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Nos faltan apoyos epigráficos, pero creemos poder contar pronto con pruebas que
nos indiquen que, en Complutum, se dio también un culto a las emperatrices diviniza-
das. Baste el paralelo de una ciudad cercana, Caesarobriga (Talavera de la Reina,
Toledo), menos importante que Complutum, pero que contó con un templo consagrado
al culto al emperador y con otro, dedicado a las emperatrices divinizadas. Lo indica bien
un testimonio epigráfico de Caesarobriga, en el que se nos dice que Domitia, L(ucii)
filia, Proculina fue flaminica provinciae Lusitaniae y, más tarde, fue la primera flamini-
ca de su municipio y a perpetuidad, flaminica municipii sui prima et perpetua, en época
de los Flavios (CIL II, 895).
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1 Museo de Segovia.
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traído en el tiempo a época antigua sin más base que la presencia de materiales arqui-
tectónicos antiguos reutilizados en sus murallas medievales (procedentes en su mayor
parte, en realidad, de Los Mercados), así como por la inscripción rupestre romana del
paraje de Puente Talcano (CIL 3089), situado a los pies de Sepúlveda, publicada por pri-
mera vez en el s. XVIII. Por ello, a pesar de los vestigios tangibles de Los Mercados, la
atención a la presunta, e inexistente, ciudad romana de Sepúlveda, había sido una cons-
tante ya incluso desde el s. XIII, cuando el arzobispo toledano Rodrigo Jiménez de Rada,
en su De rebus Hispaniae (cap. X, 135) pretendía identificar Sepúlveda con la Munda
donde se enfrentaron las tropas pompeyanas y cesarianas en 45 a.C. (noticia que reco-
gerían Juan Gil de Zamora y Joan Margarit i Pau entre los ss. XIII y XV). Así, se quiso
identificar en esa etapa Sepúlveda con las arévacas Segontia Lanca, Segontia o Segovia
(Ptol. 2.6.55), con la turmoga Segisama Iulia, con una Segobriga, o con una ciudad de
nombre Semptempublica, siguiendo el topónimo que las fuentes medievales aplican a
Sepúlveda (Martínez 2014: 18-22).
La potente presencia de esos restos sacados a la luz, así como la calidad de los mate-
riales recuperados, en especial los mosaicos, llevaron a J. Córnide (apud Gómez de
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El panorama cambiaría ya con las investigaciones iniciadas a partir del año 2001, que
han permitido, a través de excavaciones, prospecciones y análisis documental y carto-
gráfico, realizadas por nuestro equipo, del Museo de Segovia y la Universidad
Complutense de Madrid, confirmar la existencia en el yacimiento arqueológico de Los
Mercados de una ciudad romana ocupada a partir del s. I a.C. y que se desarrollará sin
solución de continuidad hasta la etapa tardoantigua, hasta fines del s. VII o inicios del
s. VIII d.C. Las exploraciones se han centrado, entre los años 2001 y 2002, en el reco-
nocimiento general del yacimiento, de cara a evaluar su potencialidad y las característi-
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De otro lado, estas investigaciones permiten apoyar la propuesta de que esta ciudad
sea identificada con la Confloenta de Ptolomeo, en base a argumentos arqueológicos,
históricos y filológicos, en espera de su confirmación epigráfica. Se trata Confloenta de
una de las ciudades arévacas que según el análisis del texto del alejandrino se situaría
en una posición relativa entre Termes, Segovia y Segontia Lanca (Langa de Duero,
Soria). El yacimiento de Los Mercados es el único que ofrece los vestigios de un núcleo
urbano romano en el espacio geográfico extendido entre esos enclaves, los valles medio
y alto de los ríos Cega, Duratón y Riaza, en efecto, territorio del extremo occidental del
territorio de los arévacos.
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El proceso arqueológico definido por el abandono de los oppida del alto valle del
río Duratón, así como de gran parte de los asentamientos celtibéricos menores, en
paralelo la fundación de la ciudad de Confloenta y la creación de un nuevo conjunto
de núcleos rurales, que observa solo la continuidad de ocupación de un puñado de
aldeas prerromanas en el s. I a.C., a favor del surgimiento y desarrollo de las aldeas y
vici que van a definir el nuevo marco de poblamiento tardorrepublicano (mal conoci-
do), refleja la política de reordenación territorial y de reurbanización de este ámbito
como consecuencia de la intervención de la comisión senatorial que en los años 95-94
a.C. acompañó al procónsul Didio, de la que da noticia Apiano (Iber. 100), en los terri-
torios que habían sido sometidos en la frontera de la Citerior. La intervención roma-
na deparó la simplificación del marco urbano regional que habían ido configurando
las comunidades arévacas y vacceas desde fines del s. IV a.C., reduciendo el número
de cabezas urbanas, convertidas ahora en cabeza de civitates, generando una mayor
jerarquización del poblamiento (Santos y Martínez 2014), siguiendo las pautas ya pro-
puestas en la política aplicada por la comisión senatorial que asistió en 133-132 a.C.
a Escipión Emiliano (cos. III 134 a.C.) en la reordenación de los territorios conquis-
tados del Alto Duero (Jimeno 2011).
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taría la Kon- inicial, que aporta un contenido de reunión de gentes, que aparece en topó-
nimos célticos de ciudades como Kontrebia (Belaiska, Karbika y Leukade). Esta segun-
da opción nos ha llevado a plantear que Confloenta, en una forma original tipo
Complutica/Compleutica, fuera el topónimo de la ciudad principal del territorio del alto
valle del Duratón y antecedente urbano de la ciudad romana de Duratón, es decir, que
Complutica/Compleutica fuera el nombre del oppidum de Sepúlveda, ciudad situada en
la confluencia de los ríos Duratón y Caslilla (Martínez 2018: 138-139; Martínez et alii
2019; Martínez y Riaza e.p.). En este sentido, en tanto que Sepúlveda podría ser identi-
ficada con la Colenda de Apiano, podría tratarse esta ciudad de la propia
Comflenta/Complenta arévaca, referida con un topónimo corrompida en el texto de
Apiano.
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zándose con el decumanus maximus en un punto situado inmediatamente al sur del espa-
cio donde parece colocarse el Foro municipal, cuya presencia divide en dos sectores el
Decumanus I, el más septentrional. Al este del anterior, se traza el Kardo XV, el de
mayor longitud de la ciudad, con 387 m.
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Olmo, une con un trazado este-oeste, paralelo al curso al río Serrano, y que discurre
inmediatamente al norte de aquel, los actuales parajes de Corral de Duratón y La Serna,
bordeando el margen septentrional de la ciudad. En cambio, al sur del Foro pecuario y
en el sector occidental la ordenación se basa en ejes con diferente orientación a la de los
ejes republicanos. La expansión de la ciudad por el este conllevó la absorción dentro del
casco urbano del Foro pecuario, colocado ahora en el suburbio oriental, siendo el primer
edificio alcanzado al entrar en Confloenta por la vía procedente de Termes. Por el oeste,
las prospecciones señalan una intensa ocupación, aunque discontinua, de un sector del
suburbio occidental ordenado a ambos lados de la calzada que se dirigía hacia Cauca.
Cabe reseñar, por otro lado, que la incidencia del tránsito de ganado por la ciudad,
propio de ciudades colocadas en el paso de vías trashumantes (siguiendo el modelo de
Saepinum o Boianum en Italia) parece condicionar también ciertos aspectos urbanísti-
cos. A ello puede responder la amplia anchura del extremo meridional del kardo máxi-
mo, junto a las Termas del Sur, donde la calle alcanza los 16 m de anchura, quizás para
habilitar la llegada y derivación hacia el foro pecuario por el interior de la ciudad de los
rebaños trashumantes que alcanzaban la ciudad por la vía pecuaria procedente de
Segovia.
Es posible que esta expansión fuera ya un hecho en el s. I d.C., aunque los datos de
prospección todavía deben ser evaluados a fondo, en base al análisis de dispersión en la
superficie del yacimiento de materiales de época augustea, julio claudia y flavia, estu-
dio actualmente en curso. La información procedente de las excavaciones arqueológicas
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Coincide este hito urbanístico con la dotación del estatuto municipal a Confloenta en
época flavia. Así se deduce de la evaluación conjunta de los textos de varios testimo-
nios: el cipo del Museo de Segovia procedente de Los Mercados, en el que se citan al
colegio de los VI viri (ERSg 22); la mencionada inscripción rupestre de Puente Talcano
(CIL II 5095=3089; ERSg 159), localizada en el territorio central de la civitas, dedicada
por un ordo, acaso el municipal; y un fragmento de lex municipalis flavia (Hoyo 1995a
y 1995b) recuperado también en el yacimiento de Los Mercados (Alföldy 1977; Santos
1985; Knapp 1992: 265; Hoyo 1995a y 1995b; Stylow 1999: 235, n. 20; Santos et alii
2005: 81 y 78-82; Mangas 2010; Martínez 2014a: 138-145; Martínez y Mangas 2014a).
Así, el hito constitucional parece tener su proyección en el desarrollo urbanístico con-
floentiense, en tanto que la promoción municipal pudo tener su impronta en la mejora
de los equipamientos urbanos y en el empuje de la actividad edilicia pública, definida
esta última en base también a un proceso de monumentalización.
Procesos que vendrían impulsados por la efervescencia de una ciudad que tenía sus
pilares económico en la explotación de las amplias campiñas del alto Duratón y Cega;
en el empuje de la actividad ganadera extensiva basada en el aprovechamiento de pas-
tos de la Serrezuela y del piedemonte del Sistema Central; posiblemente en los réditos
derivados de la posición de la ciudad en el paso de vías pecuarias ligadas a movimien-
tos de ganado de largo recorrido; en el papel de Confloenta como centro redistribuidor
hacia el valle medio del Duero de la sal explotada en el alto Henares; en el desarrollo de
manufacturas locales específicas, acaso relacionadas con producciones derivadas de la
ganadería (cueros, textiles, etc.); en fin, en la actividad comercial impelida por la posi-
ción de la ciudad en el cruce de caminos y vías pecuarias en un sector estratégico del sur
del Duero
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ción del paisaje urbano y mejora de las infraestructuras que parece apreciarse a partir del
último tercio del s. I d.C., y que se hace patente, desde el parco conocimiento que tene-
mos de los edificios públicos de la ciudad, ya en la centuria sucesiva con la construc-
ción del amplio complejo de las Termas del Sur y, por supuesto, en la construcción del
Foro pecuario, si se trata de un edificio posterior a la etapa julio-claudia (no obstante, la
información actualmente disponible no elimina la posibilidad que hubiera sido cons-
truido en la etapa final del gobierno de Claudio o en el de Nerón). Con posterioridad al
s. II d.C., la información sobre la evolución de la ciudad es muy limitada, si bien, las
excavaciones en las Termas Meridionales han permitido conocer la continuidad de uso
de este edificio hasta al menos el inicio del s. IV d.C. No obstante, aparte de este dato,
la evolución de Confloenta desde el s. III d.C. es muy desconocida, reconociéndose no
obstante una restricción del área de ocupación de nuevo focalizada en el espacio urba-
no fundacional, en el sur y centro de la meseta de Los Mercados, que se prolongará sin
solución de continuidad hasta la etapa tardoantigua, según bien testimonia el uso de la
necrópolis de Duratón (Molinero 1948a, 1948b, 1949a; Jepure 2011 y e.p.), cuyo uso
enlaza directamente con la etapa tardorromana (Jepure e.p.).
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cerámica –tubuli fictilubus–) que distribuían el agua a los diferentes espacios del casco
urbano.
En cuanto a la actividad edilicia en época flavia, como señalamos, solo con seguri-
dad podemos atribuir por el momento a este periodo el complejo de las Termas Centrales
o Termas del Foro (Martínez 2010b: 194-198; Id. 2011b: 102-103; Martínez 2014a: 161-
169; Martínez y Mangas 2014b; Martínez 2015a y 2018: 142-145). El conjunto (Figura
2), explorado en 1795 y, de forma más somera en 1949 (por A. Molinero Pérez,
Comisario Provincial de Excavaciones Arqueológicas, y L. Déroche, de la Universidad
de Bordeaux) y en 2001 (por nuestro equipo), se coloca en la manzana situada entre los
kardines IX y X y los decumani I y II, al sureste del Foro municipal. Las excavaciones
de 1949 (Molinero y Linage 1986) y las nuestras (Martínez 2010b: 194-198; Id. 2011b:
102-103; Martínez 2014a: 161-169; Martínez y Mangas 2014b; Martínez 2015a. y 2018:
142-145; Martínez 2019) intervinieron sobre el vestíbulo, en el que se abría la puerta de
entrada del complejo, abierta hacia el Kardo X, espacio ya explorado también en 1795.
Esta sala cuadrangular (7,2 x 7 m), de 50,4 m2 de superficie, constaba de un umbral
tetrástilo in antis (de 6,7 m de longitud), alojado sobre un potente zócalo de sillares en
opus quadratum –al que se adosa la cloaca arriba descrita– al que pertenecían un capi-
tel corintio del Museo de Segovia y el capitel y fragmentos de fuste y plinto colocados
hoy, a modo de monumento, en un jardín del vecino pueblo de Perorrubio (Gutiérrez
1992; Martínez 2010b: 203; Martínez 2014a: 155; Gutiérrez 2015; Martínez 2018: 143-
145; Martínez 2019). Ambos capiteles se vinculan estilísticamente al taller de Clunia.
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nororiental de la sala, encajada entre el muro de cierre y el muro norte del tepidarium,
se coloca una piscina (5,1 x 4,4 m), con muros realizados en opus caementicium, pre-
sentando en su interior un banco corrido, en su lado oriental. La piscina conserva los
revestimientos impermeabilizadores de suelo, reformado en el s. IV d.C., y de parte de
la pared, así como de parte de las placas de revestimiento de la pared tangente a la sala.
Un desagüe permitía evacuar el agua de la piscina a una cloaca que recorre el frigida-
rium de este a oeste, hasta enlazar con el colector de la canaleta superior.
Desde la mitad del lado oriental del vestíbulo se accede al tepidarium, sala rectangu-
lar de 87 m2 (9,2 x 7 m), cuyos muros perimetrales han sido expoliados, conservando solo
algunas partes de los cimientos realizados en grandes sillares dispuestos en opus qua-
dratum. La sala conserva parte de la suspensura, con pavimento en cocciopesto sobre
cama de mortero alojada sobre ladrillos bipedales, sostenida por las pilae en ladrillos
pedales del hypocaustum. Un conducto colocado en el ángulo nororiental de este permi-
tía la entrada del aire caliente desde el hypocaustum del caldarium, situado inmediata-
mente al este del tepidarium. El caldarium es una gran sala rectangular 138 m2 (14,5 x 79
m) dotada de un ábside en su lado sur, cuya suspensura, también con pavimento en coc-
ciopesto sobre capa de mortero sobre en ladrillos bipedales, se ha hallado completamen-
te colapsada sobre el hypocaustum. Este presenta pilae de columnas de ladrillos pedales,
en su parte central, y de muretes en ladrillos pedales y besales en su lado meridional, para
sostener el alveus, hoy perdido, que ocupaba todo el lado septentrional de la sala, y en el
ábside meridional, para sostener un posible labrum. La excavación aporta material late-
ricio que habla de la presencia en el caldarium y el tepidarium de paredes dotadas de con-
camerationes, con placas de ladrillo y tegulae mammatae fijadas mediante claves cocti-
les, y posiblemente en el caldarium una falsa bóveda en ladrillo con concametario. Bajo
el alveus se sitúa el conducto de comunicación directa con la boca del gran praefurnium,
de 5,7 m de longitud y 4,5 m de anchura, situado en un plano subterráneo al norte del cal-
darium, cuya solera está elevada hasta 0,5 m por la acumulación de sucesivos estratos de
ceniza de uso del horno.
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Al este de este conjunto de estancias se sitúa una amplia palestra porticada, actual-
mente en proceso de excavación, con cuyos espacios se relaciona una sala pavimentad
con opus spicatum. En el lado meridional de la palestra se sitúa una gran natatio.
El complejo del Foro pecuario (Martínez et alii 2003; Orejas y Martínez 2002;
Martínez 2014a: 169-185; Id. 2014c; Martínez y Mangas 2014; Martínez 2017b y 2018:
147-150; Id. 2019) es un gran recinto cuadrado de aproximadamente 151 m de lado, que
delimita un área de 22.800 m2, situado en el margen nororiental de la ciudad, posición
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extra urbem o en el suburbio, habitual en este tipo de complejos, dado que permitía el
fácil acceso del ganado desde el exterior, en este caso, desde la vía procedente de Termes
y desde las vías pecuarias de largo recorrido que se cruzaban en la ciudad, y alejaba del
área urbana central un espacio cuyas actividades tenía incidencia sobre la higiene y
salud públicas. El complejo, que ocupa una superficie descendente hacia el norte del
3%, presenta gran simplicidad arquitectónica (estamos alejados del modelo de gran
complejidad que presentan los foros pecuarios de Tibur o Nursia, en el interior itálico)
cerrada por un gran muro realizado en emplecton (con revestimiento exterior en opus
incertum, mediante bloques irregulares de caliza, con llagueado de cal y arena en las
juntas y alisamiento en mortero de cal, presentando marcas del encofrado de construc-
ción, como rebabas y agujales), de hasta 2,1 m de altura y sección ataludada (1,1 m en
la base, 0,5 m en la parte superior). Este muro apea sobre una cama de guijarros (rudus)
colocada en una fosa de fundación excavada en la base arcillosa natural de apenas 30
cm de profundidad. El área interior está recorrida diagonalmente por sendas canaliza-
ciones, conectadas entre sí por canales menores paralelos a los muros de cierre del com-
plejo, de las que resta la fosa de expolio (de hasta 2 m de anchura) convergentes en una
estructura central, canalizaciones que servían para abastecimiento de agua las meridio-
nales, para saneamiento las septentrionales, provisión de agua necesaria para el ganado
y el saneamiento del complejo. En la zona central se dispone una estructura cuadrangu-
lar, de la que restan solo la fosa de expolio, vista parcialmente en su sondeo, que podría
ser un abrevadero. Un sondeo realizado en el ángulo noroccidental del complejo ha
detectado la presencia de una estructura soportada por pies de madera, relacionable con
el tipo de estructuras efímeras o semipermanentes que aparecen en este tipo de recintos
(como las analizadas en Henchir el Begar, en el Norte de África).
En el centro del lado meridional del Foro pecuario, sobre la parte más alta del com-
plejo, por fotografía aérea se observa la presencia de una gran construcción, de cerca de
30 x 20 m, quizás el templo que servía de sede del culto tutelar del complejo (era habi-
tual que fuera Hércules, el culto imperial o algún culto epicórico), siguiendo el gran-
dioso modelo del santuario de Hércules de Tibur, el monumentalizado foro pecuario de
Tívoli, en el Latium. Esta dimensión sacra del complejo lo convertía igualmente en un
santuario suburbano, del tipo santuario-mercado bien analizados en el interior itálico.
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Figura 2. Restitución de la planta de la insula de las Termas Centrales o Termas del Foro (Martínez
2014a).
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Figura 3. Plano de excavación de las Termas Meridionales, 2018 (Martínez, Martín, Labrador y
Resino 2018).
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1 Museo de Segovia.
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El procedimiento básico a partir del cual se llevan a cabo las prospecciones en super-
ficie es el siguiente: en primer lugar, se localiza el yacimiento objeto de investigación
tomando como referencia las coordenadas ofrecidas en la ficha correspondiente del
Inventario castellanoleonés. Tras ello, se lleva a cabo el reconocimiento del terreno, su
fotografiado y demás documentación relativa a sus condiciones y singularidades, como
por ejemplo, las edafológicas; en tercer lugar se lleva a cabo la prospección de restos
arqueológicos en superficie. Para ello, se tiene en cuenta el parcelario agrícola. Como ya
indicábamos, la estrategia de prospección adopta un carácter intensivo. De forma ideal,
el resultado debería ser un registro completo de la distribución del material, de su carac-
terización básica y del estado de conservación tanto de los materiales como del conjun-
to del sitio arqueológico. En relación con todo esto, la técnica utilizada basa su aplica-
ción en la geolocalización de los diferentes puntos en los cuales se obtiene información
material. Así, la identificación de un resto de cerámica, de material pétreo de construc-
ción o de cualquier otro tipo de ítem que aporte información arqueológica se correspon-
de con un “click” en el dispositivo GPS. Es importante, ante la variabilidad de respues-
tas individuales que pueda ofrecer cada arqueólogo, que el equipo de prospección esté
conformado siempre por las mismas personas. Por ello contamos con un número limita-
do a tres dispositivos, habiendo sido realizado más del 90% del trabajo por un único
miembro del equipo y en base a la aplicación de los criterios establecidos.
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arado–. De esta forma, consideramos que el prospector tiene acceso visual de forma
directa a una proporción de superficie ideal para conformar ese “microrrelato” que tiene
como objetivo nuestra metodología. Incluso, hemos de señalar que pretendemos obtener
una “fotografía” de mayor intensidad a otros proyectos llevados a cabo en España en los
últimos años que han seguido parámetros similares de acotación (Burillo et alii 2005;
Mayoral et alii 2009). El nivel de intensidad supone un esfuerzo mayor al habitual, con-
dicionando la cantidad de superficie que puede ser cubierta en una jornada, teniendo
como contrapartida una mayor probabilidad de detección de cuestiones como las dis-
persiones de menor tamaño o aquellos indicios que supongan una menor entidad. Por
último, debemos anotar como en el caso de encontrarnos con parcelas baldías, basamos
la conformación de las distancias correctas para el recorrido en la colocación de jalones,
que van tomando nuevas posiciones conforme avanza el análisis de la superficie.
Esta intensidad se lleva a cabo, reiteramos, en el caso de yacimientos sobre los cua-
les ya se han llevado a cabo labores de prospección –si bien no han sido realizadas por
este equipo–. Para el caso de actuaciones sobre terrenos que no han sido prospectados
anteriormente –quizá sea mejor definirlos como aquellos espacios que no han aportado
información en prospecciones anteriores– la intensidad ideal que proponemos varía
entre 6 y 10 m de distancia entre trayectos. Esto es debido a un factor determinante -en
nuestra opinión: seis metros aplicamos a la prospección de áreas contiguas a los yaci-
mientos, como, por ejemplo, en el caso del rastreo de los territorios del perímetro subur-
bano que cabría asignar al núcleo principal de la civitas. Y diez, para aquellos espacios
que se investigan en base a consideraciones probabilísticas.
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sa básica el análisis del conjunto del yacimiento, objetivo real de nuestro modelo de
investigación.
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trasta con el color de los cultivos de secano que retratan el territorio circundante a
Confloenta.
Factor añadido para la elección debió ser el control del paso de Somosierra. Este
puerto mantiene unas alturas relativamente bajas en comparación con el resto de los
accesos serranos de la Sierra de Guadarrama y también unas pendientes suaves en cuan-
to a porcentajes. Cabría poner en entredicho si desde la ubicación del propio núcleo
urbano se obtuviese un control visual de su trazado viario, pero, en cualquier caso, yaci-
mientos como el ubicado en Castillejo de Mesleón –“casualmente” situado en el cruce
de la actual autovía A1 con la carretera procedente de las proximidades del núcleo urba-
no confloentano- descubren esa conexión emplazamiento/paso de montaña, tan habitual
en las cabeceras de territorio del norte del Sistema Central (Segovia/Fuenfría,
Ávila/Paramera, etc.).
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zados históricamente, como el Puerto de Navafría, cuya cota se sitúa en los 1773
m.s.n.m., el puerto de Linera, a 2832 m.s.n.m., la Acebeda-Prádena, a 1680, Somosierra
a 1436 o el de la Quesera, a 1715. Todos estos puertos y aun otros espacios favorables,
sirvieron para la conexión de ambas faldas del macizo en relación con la trashumancia,
más fácilmente identificable en las edades media y moderna debido a la mayor cantidad
y calidad de los datos.
Más al Sur y ya en un espacio de elevaciones que se sitúan entre los 1000 y los 1100
m.s.n.m., el dominio de estos espacios del alto Cega parecen corresponder al yacimien-
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to de Las Vegas de Pedraza, que presenta una amplia cronología que, desde el Alto
Imperio, se introduce en la Antigüedad Tardía. Más al oeste, los yacimientos de la
Localidad de Siguero ocupan un espacio próximo al puerto de Somosierra, en unas altu-
ras que, ya no sobrepasarán los 1000 m.s.n.m.
Las denominadas campiñas, se definen por un paisaje conformado por suaves ondu-
laciones. Ocupan un espacio principal entre el piedemonte y los relieves anteriormente
citados en posición norte –Sepúlveda y Serrezuela–. En la actualidad conforman
amplios espacios dedicados al cultivo de cereales de secano. Los ríos han conformado
en este espacio amplios valles, dibujados en apertura lateral hacia el Este. Y sin embar-
go, será el grupo de cauces tributarios del río Riaza, los cuales mantienen una orienta-
ción noroeste, los que definan un potente grupo de yacimientos que ocupan el área
oriental del territorium y que, sin duda, hemos de poner en relación con las vías de
comunicación que llegarían al alto Duero soriano. El río Barahona primero y el
Bercimuel –curso abajo Riaguas– servirán de referencia a un grupo de asentamientos
que se sitúan a seis kilómetros del yacimiento de Los Mercados. Mediante una conexión
viaria que no debió ser muy diferente al actual trazado de la carretera comarcal, sería
necesario vadear el río Serrano en el tramo inicial, para volver a vadear un cauce fluvial,
el del río San Juan, en cuyo margen izquierdo se localiza el yacimiento de Castillejo de
Mesleón 4. Este enclave se sitúa en pleno espacio de la autovía A-1 y, por ello, cabe rela-
cionarlo con uno de los espacios principales de comunicación con el puerto de
Somosierra. Este yacimiento presenta en superficie materiales que dotan su ocupación
en época romana de una amplia cronología, iniciada en un momento indeterminado del
Alto Imperio para sumergirse en el siglo IV. Desde allí, el yacimiento de Camino
Turrubuelo, ubicado en las inmediaciones del cauce del río Barahona –en el cual se han
documentado varias tegulae sigiladas con la marca de alfarero L·C·P–. Es el mejor
documentado de La Revilla, en Sequera de Fresno, del cual las ortofotos muestran una
serie de construcciones con las cuales se corresponden materiales en superficie de varia-
da caracterización y mayoritariamente latericios –yacimiento en el cual también ha sido
posible recoger varios sigilos del alfarero citado en el caso de Camino Turrubuelo–; un
segundo yacimiento en la misma localidad y ubicado en un lugar próximo a un espacio
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de vado del mismo río y, finalmente, el yacimiento situado en la divisoria de los térmi-
nos municipales de Alconada de Maderuelo y Riaguas de San Bartolomé, que ha ofre-
cido noticias relativas a la presencia de mosaicos e incluso un capitel de estilo corintio,
de cronología altoimperial (Gutiérrez 1992: 259) y que anuncia la presencia de un edi-
ficio suntuoso. Como singularidad, este enclave se sitúa en las proximidades del cauce
del río Riaguas, en un espacio dominado ampliamente por los cantos de río, lo cual difi-
culta en gran medida su análisis. Las descripciones recogidas en el inventario del
IACYL ponen de manifiesto el hallazgo de un tramo de muro construido en opus cae-
menticium de 8 m. de longitud, con un grosor medio de 0,44 m. y una altura máxima de
0,35 m., manteniendo una orientación Este-Oeste. Al Norte de este paramento se locali-
zó otro de similar técnica constructiva y orientación, que solo se documentó en su cres-
ta. De la misma forma, en este espacio se ha documentado -al menos- un pavimento
musivo, caracterizado por P. Barahona en el Inventario en base a su carácter lineal, con
un motivo central de “espartería”, conformado por trama y urdimbre, que incluía los
colores blanco, rojo y azul. Además, en la localidad de Riaguas de San Bartolomé se ha
documentado una inscripción a Júpiter Óptimo Máximo –I(ovi) O(ptimo) M(aximo)/
Aurelis / salvis / -----, (ERSg 55)– que remite a una dedicatoria favorable a los empera-
dores Antoninos (Marco Aurelio, Lucio Vero y Cómodo). Esta dedicatoria muestra el
avanzado desarrollo de los componentes ideológicos latinos en este espacio situado en
el extremo del territorio confluentano en la segunda mitad del siglo II. Este yacimiento
ha gozado de una presencia temprana entre las noticias arqueológicas de la provincia de
Segovia, pues ya en el año 1952 Molinero y Juberías aportaron información sobre el
hallazgo de un pavimento musivo en el año 1947, a la que seguiría el anuncio de un capi-
tel en el año 1954 (Molinero 1954: 132; Molinero 1971: 82 lám. CLXVI). En la actua-
lidad, tal y como ya indicase A. Zamora (1987: 48), los restos arqueológicos que se
muestran en superficie no permiten reconocer todas las excelencias citadas en los años
anteriores.
En líneas generales, el grupo de yacimientos que asociamos al espacio este del terri-
torio de la ciudad presentan unas distancias medias entre enclaves de cuatro kilómetros,
aumentando a ocho los kilómetros que separan el penúltimo y último yacimiento del
grupo. Como ya se recogiese para el caso de Castillejo de Mesleón, la cronología que
cabe desprenderse de los materiales recogidos en superficie en –casi– todos ellos se cir-
cunscribe a momentos del Alto Imperio en sus fechas iniciales y al periodo tardoantiguo
en sus momentos finales.
Superadas las terrazas divisorias de estos valles, una nueva secuencia lineal de yaci-
mientos se ubica inmediatamente al norte de los anteriores, siendo sus distancias en
línea recta no superiores a cuatro kilómetros. A diferencia de lo anotado para el caso
anterior, ahora los yacimientos se situarán próximos a cauces fluviales tributarios de
colectores diferentes. Así, el primer yacimiento del grupo, La Zacea, se sitúa en el tér-
mino municipal de Aldeanueva del Campanario, en relación con el Río de la Hoz, tri-
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butario del Duratón y a una distancia en línea recta respecto al núcleo principal de nueve
kilómetros, separado por un espacio prácticamente llano y asociado a la vega del colec-
tor en gran parte del recorrido posible. Junto a este yacimiento se localiza el denomina-
do La Estacada, al cual tradicionalmente se ha asignado una extensión superior a las diez
hectáreas. Pero este enclave, que ocuparía la zona de máxima elevación y las laderas que
descienden hasta el enclave de La Zacea, muestra en realidad materiales muy dispersos
y consideramos siempre en relación con el primero de los enclaves, por cuanto es el que
muestra materiales constructivos. Se asocia La Zacea a los topónimos Carracastillo y
Prado Castillo, más acordes con la memoria colectiva que anuncia la presencia de res-
tos pretéritos. En relación con ellos, destaca la ubicación de una antigua fuente que, en
el tránsito de sus aguas hacia el Arroyo Seco, delimita el yacimiento en su término norte
y, al tiempo, separa los dos enclaves arqueológicos citados aquí.
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Al noroeste de este yacimiento se sitúa el único enclave que no mantiene esta secuen-
cia y que, hasta el momento, ofrece cierta relación de dependencia respecto a El
Calvario. Se sitúa en el término municipal de Cedillo de la Torre, en una amplia loma al
norte del cauce del arroyo De la Hoz. Este yacimiento presenta unas dimensiones sensi-
blemente superiores a la mayoría del entorno inmediato, salvo para el cercano de El
Calvario, ligeramente superior a las siete hectáreas. Los restos documentados en super-
ficie otorgan al enclave una cronología alto y bajoimperial.
Las dos secuencias de yacimientos presentadas para el espacio Este, por lo que al
territorio confluentino representa, pondrían su punto limítrofe externo en las cercanías
del cauce del río Riaza. Complejo resulta determinar cual de las dos secuencias lineales
está en relación con la viaria que, como señalábamos anteriormente, debía comunicar
este espacio con el alto Duero, sin que debamos descartar la presencia de sendos cami-
nos de comunicación, pues en los sectores externos se trazan recorridos cada vez más
distanciados y que se han identificado en relación con la comunicación con Segontia
Lanka y Termes, así como también con el denominado “camino de la sal” que se intro-
duciría en el territorio de la actual provincia de Guadalajara para comunicar la ciudad
con Segontia (Martínez y Cabañero 2014: 217-218; fig. 88). Es conveniente destacar
como todo este grupo de yacimientos, salvo el denominado El Calvario, en Bercimuel,
presentan unas características en cuanto a la distribución de materiales en superficie que
resultan singulares en relación a lo anotado para la mayoría del espacio segoviano. Al
margen de éste, el área de todos ellos se sitúa entre las dos y las cuatro hectáreas de dis-
persión máxima –anotando aquí de nuevo la diferencia mantenida por el de Cedillo de
la Torre, ubicado en un espacio más al norte–, si bien en algunos casos se han otorgado
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cifras muy superiores y que debemos poner en cuestión, como sucede con el yacimien-
to denominado La Estacada, en el término municipal de Aldeanueva de Campanario.
El manantial de Fuente Giriego se ubica en el fondo del valle del río Duratón, en los
primeros encajamientos de este río en el espacio del macizo. El manantial y el espacio
acuático que conecta con el cauce fluvial en su margen izquierdo, aflora entre las pare-
des calizas. Presenta trabajos de rebaje mediante talla, a modo de friso rehundido, y en
él se identificó ya en el siglo XVI una inscripción transcrita como EBURIANVS, al tiem-
po que se anotaba la existencia de una segunda que ya por entonces habría perdido su
texto (Martínez 2014: 237-243). Una segunda inscripción, de carácter votivo, permitiría
considerar el lugar como espacio cultual en el manantial, dedicado a un numen acuático
y en conexión con el río principal del territorio.
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El segundo de los espacios citados se corresponde con una inscripción ordenada por
el Ordo de la ciudad y dedicada a Bonus Eventus (Martínez 2014: 244-249). El texto se
localiza en una pared rocosa situada en el margen derecho del río Duratón, esta vez a
una distancia de 7 km respecto al núcleo urbano confloentano, próximo al puente de cro-
nología medieval denominado Puente Talcano. En la inscripción se menciona la dedica-
toria de un ara a la mencionada deidad, que representa la prosperidad y el buen auspicio
en la consecución de fines, al tiempo, como indica Varrón, que mantuvo su carácter
agrario durante todo el periodo imperial. Este carácter agrícola parece reflejarse en la
fecha de realización de la dedicatoria, abril, época de registro de varias festividades rela-
cionadas con la fertilidad y la vegetación. No debemos olvidar, por su ubicación, la rela-
ción que este espacio mantiene con el antiguo oppidum de Sepúlveda, puesto que se
sitúa a sus pies. Por ello, quizá derive de un proceso de sincretismo a partir de un culto
indígena.
Por último, en el margen izquierdo del río Caslilla, tributario del Duratón, se sitúa la
denominada Cueva Labrada. Dista del núcleo urbano confloentano en 5,5 km en línea
recta, a noroeste del mismo. A diferencia de los dos espacios anteriores, en este caso los
restos se identifican en una abrupta ladera. Dentro de un entorno caracterizado por la
presencia de varios abrigos que se introducen en el roquedo, D. Conte e I. Fernández
(1993: 130-131) identificaron por primera vez una inscripción que da lugar a la consi-
deración de espacio sacro. Tras ellos, J. del Hoyo (2000) identificaría la inscripción
como una dedicatoria a Diana, para posteriormente incluirse en la publicación ERSg, del
mismo investigador junto a J. Santos y Á. L. Hoces de la Guardia (ERSg 156).
Realmente serían dos las inscripciones (ERSg 156 y ERSg 157) las identificadas dentro
de la Cueva Labrada. El reconocimiento del espacio próximo al santuario ha permitido
identificar una serie de espacios construidos y semirrupestres que han de ponerse en
relación con un espacio más amplio, que conformaría también el santuario y que man-
tendría una parte del mismo en el área exterior al aire libre. La configuración del espa-
cio giraría en torno a una terraza, conformada entre el espacio rocoso denominado
Pellejeros y la hoz que dibuja el río Casilla, para disponerse, desde allí y en sentido
oeste, aprovechando una terraza, varias estancias rupestres y semirrupestres (Martínez
2014: 250; fig. 104-108).
En relación con las dos deidades romanas apuntadas (Bonus Eventus y Diana) se han
de poner tres entalles, uno con la representación del dios y dos con la diosa (Cabañero
y Martínez 2015). Todos ellos fueron recogidos, según sus descubridores, en el espacio
físico que ocupa el núcleo urbano principal.
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En estos espacios se sitúa así el reborde occidental del macizo de Sepúlveda y se pro-
duce el contacto del territorio confloentano con la gran campiña segoviana, que incluye
el espacio de las llanuras arenosas de Tierra de Pinares. En aquellas estribaciones se
sitúa el yacimiento de cronología prerromana de Morros de San Juan. Actualmente en
estudio, este enclave ocupa una posición en el margen izquierdo del río San Juan, en un
lugar en el que se inician los profundos tajos, de dos afluentes menores, que caracteri-
zan el trazado hidrográfico de este macizo. Frente al enclave confluye el citado río, que
conforma una serie de hoces en sentido norte-sur por aquel territorio montano, con dos
cauces fluviales menores, dibujando un espacio de elevaciones, barrancos profundos y
fondos de valle que se abren unos metros más al Este, en la zona del despoblado de San
Miguel de Neguera. Este yacimiento disponía de una escasa -o nula- visibilidad en rela-
ción con el macizo, pero serviría para controlar y gestionar el territorio de la campiña,
abierta hacia localidades como Sebúlcor y Cantalejo. Marca, por tanto, esa puerta de
acceso entre dos espacios netamente diferenciados.
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A tenor de las premisas anteriores, esta parte del territorium parece conformar un
espacio poblado de forma fundamental en los siglos tardíos, de forma especial para lo
relativo al espacio interfluvial Duratón-Cega, que parece matizarse al llegar al espacio
de recogida de aguas del segundo de los ríos, así como en la parte situada más al nor-
oeste, todavía dentro del espacio de gestión de aguas por el río Duratón. Hemos de ano-
tar, en relación con nuestra investigación, que esta área no ha sido todavía objeto de
prospecciones arqueológicas que podrían matizar la caracterización aportada en estas
líneas y, en general, en todos los trabajos que hemos presentado. De este a oeste, los pri-
meros yacimientos identificados, Las Veguillas y el Pozo de Aldearaso, ofrecen las refe-
ridas cronologías tardías. Idéntica cuestión afecta a los yacimientos situados al oeste de
estos, como el de Guerreros, el de Carramolinos, Carrapinar, Coyubal o Arroyo de la
Fragua. Este yacimiento conecta ya el territorio confloentano con el espacio del gran
complejo residencial de La Palaina, en el cual se ha testimoniado presencia altoimperial,
de forma similar a lo acontecido con el otro gran complejo residencial atestiguado en
esta zona, el de Las Vegas. Estos enclaves parecen ser la referencia incontestable que
pone en relación con el territorio confloentano el paso de Navafría a través de la cabe-
cera del río Cega, cuyo nacimiento se produce en el valle contiguo al del citado puerto,
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Al norte de estos espacios de dominio de arenas y pinares, cabría citar los enclaves de
Las Paladinas y Las Malenas, con una amplia cronología. Aparecen aislados en el espacio
respecto al sur, debiendo mantener una mayor conexión con el espacio dominado con el
río Duratón, como ya se ha indicado. Definirían los límites territoriales respecto a las ciu-
dades ubicadas en los márgenes del Duero, fundamentalmente Pintia. Será así una línea
que toma referencia el macizo de la Serrezuela la que delimitase los espacios.
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Por último, hacemos referencia al espacio de vegas y terrazas fluviales que sirvió
para ubicar el espacio urbano de Confloenta. La caracterización del modelado que han
generado ríos como el Duratón y el Serrano en el espacio de campiña, con vegas y terra-
zas fluviales, conformando valles disimétricos con extensas terrazas y pendientes acu-
sadas, tiene su reflejo en el lugar de asentamiento de este núcleo y también para la des-
cripción del espacio contiguo. Cabe considerar que el cauce de estos dos ríos se situase
a una mayor altura, descrita en torno a los 2 o 4 m. (Tanarro et alii 2014: 97-98). En estas
condiciones. Es posible describir el territorio del núcleo urbano como un resultado de la
actividad del río Serrano en su encajamiento durante el cuaternario.
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Figura 1. Territorio de Confloenta en época alto imperial (según Santiago Martínez Caballero).
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Figura 2. Territorio de Confloenta en época bajo imperial (según Santiago Martínez Caballero).
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1
Begoña Serrano Arnáez
Tras 30 años desde que se realizó este estudio, nos encontramos que el análisis sobre
la comercialización de terra sigillata hispánica procedente de los alfares del Sistema
Ibérico central es dispar en las provincias castellano manchegas. A excepción de la pro-
vincia de Ciudad Real, donde sí que ha habido investigadores interesados en abordar
esta temática, ya sea desde la óptica de un yacimiento (Fernández y Zarzalejos 1993;
Zarzalejos 2003), recopilaciones de distintos yacimientos o zonas de la provincia
(Poveda 1999; Carrasco y Fuentes 2014; Zarzalejos y Ochos 2015) o fondos de museos
(Fernández y Zarzalejos 1989); para el resto de provincias los estudios son escasos, des-
tacando el estudio centrado en Valeria (Sánchez-Lafuente 1985) o las investigaciones
llevadas a cabo sobre los grafitos en terra sigillata depositados en el Museo de
Guadalajara (Gamo 2012).
1 Universidad de Granada.
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Una vez que hemos delimitado geográficamente el ámbito de estudio, nos centrare-
mos en primer término en aproximarnos a los distintos alfares que se encuentran situa-
dos en el Sistema Ibérico central. En un primer momento, partimos del análisis exclusi-
vo de los alfares tritienses, pero creemos que es necesario analizar todos aquellos talle-
res que por su cercanía, en momentos puntuales, pudieron llegar a comercializar sus pro-
ductos en esta zona. En segundo lugar, llevaremos a cabo un análisis de los distintos
yacimientos en los que se tienen constatadas la presencia de esta clase cerámica en con-
textos altoimperiales y que se sitúan en las distintas comarcas que conforman la provin-
cia de Guadalajara. Para finalmente, realizar un mapa de dispersión de estas produccio-
nes que nos permitan conocer la difusión de los distintos tipos y las vías de comerciali-
zación empleadas.
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Es por ello que nos centraremos en el análisis de los alfares de las ciudades de
Tritium Magallum y Uxama y el vinculado a la villa de Bronchales. Con base en los
estudios realizados hasta el momento sobre estos centros de producción y la comer-
cialización solamente de los productos de Tritium Magallum, Uxama y Bronchales
que son de los que se tiene constancia en la zona de la meseta sur. No es nuestra inten-
ción llevar a cabo un análisis pormenorizado de estos centros de producción pues con-
tamos con recopilaciones actualizadas que se encargan del estudio detallado de cada
uno de ellos (Romero y Montes 2005; Romero 2015), por ello el estudio que se lleva-
ra a cabo sobre cada uno de estos alfares va encaminado al discurso posterior del artí-
culo, permitiéndonos conocer su situación en la península, las características crono-
tipológicas y macroscópicas de su producción, con el fin de establecer un análisis
sobre el comercio e intercambio de esta clase vascular en la provincia de Guadalajara.
Tritium Magallum
Esta ciudad se ubica bajo la actual ciudad de Tricio (La Rioja), como prueba sobra-
damente la arqueología y la epigrafía (Espinosa y Pérez 1982). Según el Itinerario de
Antonino sería una mansio de la vía que conectaba Caesar Augusta con Asturica
Augusta y próxima al último puerto fluvial del Ebro, Vareia. Plinio (Historia Natural,
3, 27) la incluye entre las civitates de los autrigones, sin ningún tipo de privilegio,
aunque bastantes son los argumentos que nos llevan a incluir la promoción de esta ciu-
dad en época flavia (Andreu 2003: 173). Será en este momento, cuando este munici-
pium destaque por el desarrollo de una importante actividad artesanal cerámica con la
instalación de numerosas officinae a lo largo de lo que debió ser el territorio de la ciu-
dad y que se extiende entre el río Najerilla y el rio Yalde.
Esta importante ciudad y sus alfares eran conocidos desde mediados del s. XX,
pero no sería hasta la publicación realizada por Mezquiriz (1961) y la primera inter-
vención arqueológica llevada a cabo por Elorza en 1973 en el paraje conocido como
la Alberguería, cuando se inicie la andadura científica de este enclave. Se centró prin-
cipalmente en el conocimiento de las infraestructuras destinadas a la actividad artesa-
nal cerámica. Desde los años 70 hasta la actualidad se producen intervenciones
arqueológicas, motivadas desde el ámbito universitario como por la arqueología de
gestión. Esto ha permitido conocer el patrón de asentamiento de los alfares a lo largo
del perímetro de la ladera del cerro sobre el que se asienta el núcleo poblacional,
extendiéndose hacia las zonas de nacimiento de los ríos Najerilla y Yalde (Garabito y
Solovera 1990; Sáenz 2000; Novoa 2010: 13- 15; Gil y Luezas 2016).
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Las sigillatas de los alfares tritienses se caracterizan, en rasgos generales, al ser muy
difícil establecer una diferenciación entre las pastas de los distintos talleres que confi-
guran este gran paisaje productivo, por tener unas pastas de tono rojo claro o rosado
debido a la presencia de inclusiones blanquecinas y amarillentas, con un barniz de
color rojo o rojo-anaranjado, brillante y homogéneo, dando lugar a un barniz adheren-
te y compacto; la pasta presenta un tacto suave y duro, debido a que no se aprecian irre-
gularidades dando lugar a una textura fina. En etapas posteriores, más avanzado el siglo
II d.C., observamos como los barnices tienden a ser heterogéneos y semimates, adqui-
riendo unas tonalidades más anaranjadas (Mayet 1984: 66; Madrid 2005: 392).
Uxama
Este oppidum arévaco se sitúa en el “Cerro o El Alto del Castro” (Burgo de Osma,
Soria), citado en varias ocasiones por las fuentes clásicas. Apiano nos informa como
este oppidum es atacado por Nobilior; posteriormente en las guerras sertorianas Uxama
se adhiere al bando de Sertorio y es destruida por Pompeyo. Igualmente el Itinerario de
Antonino nos indica como esta ciudad en época romana pasaría a ser una mansio de la
vía 27 que unía Caesar Augusta con Asturica Augusta (García 1987: 74-79).
Las sigillatas elaboradas en este taller se adscriben a los tipos lisos: 2, 4, 7, 8, 10,
15/17, 18, 24/25, 27, 35, 36 y 46; el repertorio decorado lo conforman los tipos: 1, 2,
20, 29, 30, 37 a y b y 40. Estas se caracterizan en general por presentar un barniz en
tonos rojos, brillante y homogéneo y unas pastas de color rojo claro, con un tacto gro-
sero y una textura irregular; en algunas ocasiones las piezas que se produjeron durante
la primera fase poseen un barniz anaranjado, heterogéneo y mate (Romero y Ruiz 2005:
197).
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Bronchales
El taller de Bronchales, conocido también como El Endrinal, se localiza en la actua-
lidad a unos 5 km al Este del término municipal de Bronchales, en la comarca de la
Sierra de Albarracín, en la provincia de Teruel, en un terreno conocido como la Masía
del Endrinal con la que comparte topónimo. Para acceder a dicha parcela debemos tomar
el camino conocido como Travesía de la Carretera que nace tras la Ermita de San Roque,
entre la carretera TE-904 y TE-V-9031, tras unos 4 km de recorrido surge a la derecha
un camino de herradura que conduce al barranco del Manzano, tras recorrer 1’5 km
aproximadamente nos encontraremos con la zona en la que se localizó en el año 1957 el
alfar de El Endrinal. El área arqueológica se encuentra situada entre los barrancos del
Manzano, Salobral y La Muela. En la actualidad la finca se encuentra vallada y sobre
ella se alza una edificación.
Las producciones de este taller se datan entre finales del s. I d.C. y la primera mitad
del s. II d.C. El repertorio liso identificado por P. Atrian estaba conformada por 13 tipos,
dividiéndolos entre: tipos influidos por los repertorios de sigillata gálica –Drag.15/17,
Drag. 24/25, Drag. 27, Drag. 31, Drag. 35, Drag. 36, Drag. 44 y Drag. 46 -; las formas
hispánicas Mezquiriz 2 y formas que en aquel momento se clasificaron como propias del
alfar forma 1, 2, 3 y 4, posteriormente fueron incorporadas por Mezquiriz al repertorio
propiamente hispánico como 7, 20 y 21 (Mezquiriz 1985: 142-166), esta tipología será
secundada por Mayet (1984). En un momento posterior, en la revisión realizada por M.
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La Serranía
La realización de la carta arqueológica de algunos de los municipios de esta comar-
ca ha permitido evidenciar la presencia de elementos cerámicos adscritos a la terra sigi-
llata. En Fuente del Cuerno (Romanillos) se recuperaron los tipos 8 y 37 b decorado; en
el Barranco Escobar (Atienza), nos encontramos con los tipos 15/17, 18, 27, 37 decora-
do en sus dos variantes. En el Tesoro, Bochones, la producción altoimperial está confi-
gurada por los tipo 15/17 y 37 decorado; algo similar ocurre para el yacimiento de La
Asomadilla (Riofrio del Llano) (Iglesias 1992).
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En el entorno de Sigüenza se han documentado dos villas romanas con dos fases de
ocupación relativas a la época altoimperial y tardoantigua. Los trabajos de prospección
realizados evidenciaron elementos cerámicos en la villa romana de los Palazuelos, cono-
cida por la comunidad científica (Fernández 1980), las investigaciones llevadas a cabo
en este enclave permitieron recuperar ejemplares de los tipos 29 y 37 decorados
(Sánchez-Lafuente 1982).
La Alcarria
En la comarca de la Alcarria de Guadalajara nos vamos a encontrar con la única ciu-
dad de época romana. Caraca, situada en el Cerro de la Virgen de la Muela, Driebes, es
un núcleo urbano de 8 ha con una ocupación que va desde época carpetana hasta la fase
altoimperial. Las excavaciones que se están realizando en este yacimiento desde el año
2017 (Gamo y Fernández 2018) y los estudios de materiales que el equipo está efec-
tuando ampliaran los datos hasta ahora conocidos sobre la tipología de terra sigillata
hispánica identificada para este asentamiento, hasta el momento se tiene constancia de
la presencia de los tipos 27, 29 y 37 (Sánchez-Lafuente 1982: 110-111).
Pero la ocupación romana altoimperial no se limitará a este enclave sino que nos
encontraremos también con asentamientos tipo villa, como es el caso de la Villa roma-
na de Mandayona. Las prospecciones realizadas permitieron recuperar elementos vin-
culados a la producción de TSH con ejemplares del tipo 37 decorada (Sánchez-Lafuente
1982: 104-105). En la Cabezuela (Tomellosa de Tajuña) se documentan los tipos 4/5, 10,
27 y los decorados 29 y 37 en sus dos variantes.
La Campiña
La campiña corresponde con el valle del Henares a su paso por Guadalajara, circun-
dado esta vía desde Complutum, único núcleo urbano (Gómez-Pantoja 2013), hasta
Segontia y sobre todo en la margen derecha del río, aunque en la margen izquierda nos
encontraremos con asentamientos en las zonas en las que el río se separa de los escar-
pes, los asentamientos se situaran en las terrazas fluviales T1 y 2 a lo largo de la época
altoimperial, estos enclaves de carácter agropecuarios configuraran un paisaje altamen-
te poblado con una distancia entre unos y otros posiblemente de entre 2 y 2’5 km
(Cuadrado 2002: 79).
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En el paraje conocido como Val de la Viña, Alovera, con motivo del plan parcial de
mejora del sector I-15 “Las Suertes” de Suelo Urbanizable Residencial, se documenta-
ron una serie de estructuras vinculadas con zonas de hábitats, de almacenamiento, de
abastecimiento de agua, como la localización de una serie pozos y zonas de producción
como un torcularium. Este emplazamiento estaría ocupado entre mediados del s. I d.C.
y finales del II/inicios del III d.C. La excavación permitió evidenciar restos de la pro-
ducción lisa de sigillata, tipos 4, 8, 15/17, 18, 24/25 y 35, completándose con los tipos
decorados 29, 30 y 37 a y b (Morín y De Almeida 2017; De Almeida et alii 2017; Morín
et alii 2017).
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zonas con una funcionalidad diversa. La primera zona, se vincula con una serie de
estructuras destinadas a la explotación del territorio, con una ocupación que abarcaría
entre finales del s. I d.C. hasta inicios del s. III d.C.. La segunda zona, destinada al uso
funerario, estaba conformada por un total de 70 tumbas con una cronología comprendi-
da entre los siglos III y IV d.C.. Atendiendo al registro material de la fase altoimperial
nos vamos a encontrar con la presencia de fragmentos de terra sigillata hispánica pro-
cedentes de los talleres del entorno de Tritium, destacando los tipos 8, 36 con decora-
ción de barbotina y 37 decorada (Morín et alii 2017; Morín et alii 2013; Morín et alii
2012).
Rutas de comercialización
El intercambio y circulación de estos productos destinados al consumo se produciría
a través de las vías de comunicación terrestre que jalonan esta provincia, dos son los ejes
principales que la atraviesan y la conectan con los talleres localizados en el Sistema
Ibérico central.
Estas dos vías que atraviesan parte de la provincia, la primera por la parte más occi-
dental y la segunda por la más oriental, permiten conectar los talleres antes menciona-
dos con la provincia. Trazados que ya en época anteriores habían sido empleados y que
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demuestran la relaciones entre el valle del Ebro y del Henares, como podemos ver a tra-
vés de la presencia de una serie de monedas de las cecas celtibéricas, como es el caso
de la ceca de Teitakos, ciudad que en época romana pasaría a ser Tritium Magallum
(Burillo 2007:404), cuya circulación monetaria se documenta en Los Rodiles (Cerdeño
et alii 2014: 305, fig.7), en Luzaga (Sánchez-Lafuente 2013), en el llano de San Pedro-
Las Viñas (Abascal 1995) y en Aguilar de Anguita (Vidal 1981: 71).
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III. VARIA
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Introducción
El acontecimiento que pone por primera vez en los libros de Historia la meseta y sus
gentes es la campaña que en el año 220 a.C. emprende Aníbal Barca hacia tierras vac-
ceas para tomar las ciudades de Helmantiké y Arbocala/Arbucala. Puesto que los hechos
que se concatenaron tras esta expedición acabaron trayendo a los romanos a la penínsu-
la Ibérica en el transcurso de la segunda guerra púnica, y por ende, dieron inicio a la con-
quista y romanización del interior de Hispania, volver a afrontar el análisis de esta cam-
paña para actualizar el trabajo previo (Remedios 2012) parece obligado para la ocasión.
Hacer una nueva revisión sobre la campaña de Aníbal en la meseta se debe a la publi-
cación de nuevos trabajos, así como determinadas cuestiones que no pudimos tratar en
la ocasión anterior y que la temática de esta monografía nos ofrece la oportunidad de
encarar.
En esta ocasión tras exponer lo que las fuentes nos dicen sobre esta expedición, hacer
un repaso sobre las distintas teorías que la historiografía ha realizado sobre la misma y
hacer una exposición sobre los objetivos de la expedición, haremos una aproximación a
la ruta que Aníbal siguió para esta marcha hacia el interior peninsular.
Acontecimientos
Aunque esta campaña es la primera vez que aparecen en los textos clásicos las tie-
rras del interior meseteño, por desgracia las fuentes no son muy prolijas a la hora de des-
cribirnos los acontecimientos de la misma. A pesar de que sabemos que en origen hubo
varias narraciones, seguramente bastante minuciosas, las dos únicas narraciones que nos
han llegado parecen ser un resumen de la expedición. Y ambas parecen beber de una
misma fuente común. Con Aníbal marchaban varios historiadores griegos que iban en
su séquito y las narraciones de Polibio (III, 13, 5-14) y Tito Livio (XXI, 5, 1-17) pare-
cen seguir de forma directa o indirecta el relato que Sileno, uno de estos historiadores
que marchaban con el cartaginés, realizó sobre los acontecimientos.
1 UNED Senior.
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Ambos historiadores nos narran que tras descansar en los cuarteles de invierno tras
la campaña del 221 a.C. contra los olcades, Aníbal marcha la primavera siguiente, según
Tito Livio, y en verano según Polibio, hacia el territorio vacceo donde conquista con
cierta rapidez la ciudad de Salamanca y con mucha mayor dificultad logra tomar la ciu-
dad de Arbocala/Arbucala. Esta última no está del todo clara su localización aunque hay
varias propuestas (Sánchez Moreno 2000: 124, Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2013:
337), siempre en la provincia de Zamora: Toro, Alba de Villalazán o el cercano cerro del
Viso. A la vuelta hacia el sudeste peninsular, una coalición de carpetanos, olcades y hel-
matinos huidos atacan a las tropas de Aníbal que estando en inferioridad numérica y
conociendo peor el terreno, se van retirando evitando el enfrentamiento en campo abier-
to hasta alcanzar las orillas del Tajo. Allí sucede según las fuentes la batalla más grande
de toda la Antigüedad en suelo ibérico con un ejército indígena de más de 100.000 hom-
bres. Aprovechando su caballería y sus 40 elefantes, los púnicos logran vencer y domi-
nar a todos los pueblos más allá del Ebro, salvo a los saguntinos.
A los textos de Polibio y Tito Livio, tenemos que sumar los de Plutarco (Virt. Mul.,
248e) y Polieno (VII, 48). Estos dos testimonios se centran exclusivamente en la con-
quista de Helmantiké/Salamanca. Los detalles que dan hacen pensar que siguieron fuen-
tes distintas a las de Polibio y Tito Livio, seguramente a alguno de los otros dos histo-
riadores que marchaban junto con Aníbal: Sósilo o Filino (Bejarano 1955: 107). En defi-
nitiva, Polieno se limita a resumir el texto previo de Plutarco, por lo que en el fondo no
aporta nada nuevo sobre este acontecimiento. Las dos obras tienen fines moralistas e
intentan ensalzar la heroicidad de las mujeres salmantinas ante el ataque púnico.
Estas fuentes nos presentan la toma de Salamanca por parte de Aníbal y sus tropas.
Inicialmente, los ciudadanos atemorizados por el ejército cartaginés deciden entregar
300 talentos de plata y el mismo número de rehenes para que el general púnico levante
el asedio. La oferta es aceptada y el ejército se retira pero los salmantinos no cumplen
con su parte del trato y la ciudad vuelve a ser sitiada. En esta ocasión sus habitantes
finalmente pactan salir con sus mujeres dejando en la ciudad armas, riquezas y esclavos
para que Salamanca sea saqueada por los cartagineses. Las mujeres esconden bajo sus
vestidos armas esperando no ser inspeccionadas y cuando las tropas se entregan al
saqueo, entregan las mismas a sus esposos y los animan a la batalla. Poco más pueden
hacer los salmantinos que lograr escapar abriendo una brecha en el ejército púnico. Son
capturados los más rezagados y finalmente es enviada una embajada por los huidos lo
que permite el regreso a la ciudad de sus habitantes tras el perdón concedido por Aníbal
admirado ante el valor de las mujeres de la ciudad.
Estas son todas las fuentes con las que contamos para poder analizar esta expedición
militar del 220 a. C. Además, éstas son muy parcas en detalles y explicaciones sobre los
acontecimientos y más aún sobre las motivaciones y causas de los mismos. Nada se dice
del porqué de esta campaña, aunque Tito Livio sí comenta que Aníbal como no quiere
536
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declarar abiertamente la guerra a los romanos atacando Sagunto, inicia los ataques a los
olcades en el 221 a.C. y a los vacceos en el 220 a.C., para justificar que el desarrollo de
los acontecimientos desembocó en la toma de Sagunto (Tito Livio, XXI, 5, 3). Y aun-
que esto fuera información fiable y suficientemente clara, no justifica en ningún
momento la elección de los vacceos como el objetivo de la segunda de sus campañas.
Había otros pueblos más cercanos y además las tierras del Duero estaban alejadas por
mucho de los saguntinos. Parece evidente que esta explicación de Livio es una cons-
trucción romana para aumentar la premeditación y alevosía de los actos de Aníbal y así
justificar la actuación romana (Bejarano 1955: 101; Domínguez Monedero 1986;
Remedios 2012: 205-206).
La documentación no nos indica la existencia de tratados en los que las ciudades vac-
ceas capitularan ante Aníbal y en qué condiciones fueron realizados los mismos. Solo se
nos indica que el general cartaginés permitió la vuelta de los habitantes de Salamanca
tras la rendición posterior a la huida. Plutarco y Polieno nos indican las exigencias car-
taginesas en plata y rehenes, 300 talentos de lo primero y también 300 de lo segundo,
pero tras la huida y posterior rendición no se nos indica nada al respecto. Es obvio que,
tras el saqueo de la ciudad por las fuerzas púnicas, las pretensiones en plata serían
cubiertas de sobra, pero de la toma de rehenes no hay mención alguna.
La calidad de los datos que nos aportan los pocos autores clásicos que hacen refe-
rencia a este acontecimiento es bastante escasa, por lo que poder determinar los motivos
de la expedición es bastante complejo y la interpretación histórica de la misma se hace
enormemente complicada. Como ya dijimos en su momento “este es el motivo, desde
nuestro punto de vista, de que se hayan desarrollado teorías tan dispares para explicar
las motivaciones y los objetivos de Aníbal” (Remedios 2012: 206) al planificar esta
campaña.
Motivación de la campaña
La gran diversidad de hipótesis generadas para dar una explicación a esta campaña
ya fueron mostradas y analizadas de forma amplia con anterioridad (Remedios 2012:
206-215) y aunque ha habido alguna aportación nueva a la historiografía sobre esta cam-
paña, se han mantenido de una forma u otra dentro de alguna de las explicaciones ya
estudiadas en aquella ocasión (Sánchez Moreno 2010: 85; Ferrer 2012; Bendala 2012;
2013, 2015; Domínguez Monedero 2013; Ruiz Zapatero y Álvarez-Sanchís 2013: 337-
338), por lo que en esta ocasión nos limitaremos a exponerlas brevemente para contex-
tualizar mejor la exposición de nuestra argumentación.
Se pueden dividir todas las teorías dentro de dos grandes bloques. Uno de ellos haría
un mayor hincapié en las motivaciones políticas de la campaña y por otra parte habría
otro conjunto de autores que en sus análisis acaban señalando el componente económi-
co como el principal motor de la expedición. Aunque bien es cierto, que en la gran
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Hay otra serie de hipótesis que redundan en las motivaciones políticas de la campa-
ña, pero que están en clara relación con los posteriores acontecimientos con Roma.
Podríamos denominarlas de índole geoestratégicas. Blázquez (1974: 91) o Wagner
(1999: 271-272) nos indican que aunque había otros motivos secundarios, adiestra-
miento de tropas o la obtención de botín, el objetivo de esta incursión del 220 a.C. era
el de pacificar la periferia de los dominios púnicos. En el mismo sentido Lancel (1997:
63) indica que Aníbal quería ampliar las bases peninsulares para tener una retaguardia
mejor cubierta a la hora de enfrentarse con Roma. De ahí también evitar de primeras ata-
car Sagunto, ya que hasta no haber ampliado considerablemente sus dominios no se
determinó en hacerlo. Rich (1996) aunque no nos dice que esta operación está directa-
mente vinculada y proyectada dentro de un plan de acción determinado para la guerra
con los romanos, indica que fue un intento de fortalecer sus bases en la preparación de
un choque que los púnicos veían inevitable aunque no premeditado por ellos.
Los aspectos económicos ganan peso en otra serie de autores para intentar compren-
der mejor la motivación de esta campaña. Roldán (1971: 182; 1988: 27-28) incidió en
la explotación de los recursos mineros de la zona, así como Mangas y Hernando (1991:
228) indican la posibilidad de un conflicto por el control de las rutas del comercio de la
sal procedente del sureste peninsular que estaba bajo control púnico. Estas hipótesis no
han tenido un gran predicamento en los historiadores posteriores. Aunque es posible que
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en cierta medida y como rédito adicional pudieran haber influido en la decisión bárqui-
da, parecen poco viables como causas de la expedición. Dentro de las motivaciones eco-
nómicas, la obtención de botín, junto con el aprisionamiento de rehenes y la consecu-
ción de mercenarios y tropas que sumar a sus filas, son las que parecen gozar de mayor
grado de aceptación en buena parte de estas hipótesis. De nuevo la inminente lucha con
Roma parece ser la causa estrella para justificar esta incursión. Chic (1978: 240-241)
pone de relieve la necesidad imperiosa de Aníbal ante el cercano conflicto de aumentar
sus recursos materiales y humanos, a poder ser en tierras lo más alejadas posibles de las
bases tradicionales púnicas para no esquilmarlas. Así que esta campaña sería una forma
rápida y expeditiva de obtener un considerable botín. Solana (1992: 276) nos indica que
los tres objetivos de Aníbal son la obtención de grano para mantener a sus tropas, la con-
secución de mercenarios que sumar a su ejército y capturar rehenes con los que explo-
tar las minas cartaginesas.
La obtención de grano que ya nos indicaba Solana como uno de los objetivos de la
expedición, es el eje central según los trabajos de los únicos especialistas, que junto a
nosotros, han abordado esta campaña de forma monográfica y en conjunto (Domínguez
Monedero 1986 y 2013; Sánchez Moreno 2000: 2008 y 2010: 85). Para Domínguez
Monedero y Sánchez Moreno la obtención de trigo está en relación con una ya planifi-
cada logística para emprender la marcha hacia tierras itálicas en la confrontación con
Roma. El grano sería enviado y acumulado en la ribera sur de la desembocadura del
Ebro para ser recogida por las tropas de Aníbal en su marcha hacia los Pirineos y la
mejor opción eran las tierras vacceas por sus grandes recursos cerealísticos y su lejanía
y la posibilidad de pasar más inadvertidos a los romanos. Domínguez Monedero en su
argumentación señala que el valle del Betis, principal fuente de obtención de grano en
territorio púnico peninsular, estaría sobreexplotado por décadas de gobierno bárquida,
aunque parece que esto no debió ser así (Wagner 1999: 272; Ferrer Maestro 2004;
Remedios 2012: 213-214). Además, le parece poco probable la gran distancia recorrida
para la obtención de botín o mercenarios.
Una vez expuestas de forma resumida las distintas motivaciones que se han baraja-
do para la campaña bárquida a tierras vacceas, expondremos lo que nosotros considera-
mos fueron los objetivos de la misma. De forma bastante generalizada como ya expuso
Domínguez Monedero (1986: 243) buena parte de la investigación pone en relación
directa la campaña del 220 a.C. hacia la meseta norte con la expedición del año anterior
contra los olcades. Pero de forma aún más mayoritaria los autores que han abordado este
acontecimiento lo han ligado de forma inequívoca con los posteriores enfrentamientos
con Roma. Recientemente Domínguez Monedero, por ejemplo, nos indicaba en relación
con esta expedición que “La campaña contra los vacceos (…) le iba a servir a Aníbal
para poner a prueba, en una larga travesía, a su ejército y, al tiempo, para enfrentarse con
unos individuos especialmente agraciados, cuyo peculiar sistema agrícola les garantiza-
ba abundantes cosechas, lo que resultaba muy interesante a la hora de preparar la logís-
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tica para el gran ejército que Aníbal pensaba poner en marcha con destino a Italia no
mucho después. Una campaña como la que Aníbal acabó llevando a cabo contra Roma
no se improvisaba en unos pocos meses como algunos autores parecen creer y todos los
pasos que da el cartaginés desde que asume el generalato hay que entenderlos de cara a
ese objetivo” (Domínguez Monedero 2013: 300). A pesar de estas interpretaciones gene-
ralizadas, salvo lo que nos indica Polibio (III, 14, 10), no hay ninguna evidencia clara
sobre la planificación premeditada por parte de Aníbal del posterior conflicto con Roma.
Como ya expusimos en su momento (Remedios 2012: 221) no consideramos que Aníbal
tuviera en mente un hipotético inmediato conflicto con los romanos a la hora de prepa-
rar y realizar el ataque a los vacceos, aunque no nos cabe ninguna duda que era perfec-
tamente consciente que las políticas imperialistas que llevaba a cabo y tenía proyecta-
das acabarían dando, tarde o temprano, como consecuencia ese enfrentamiento, tal y
como también argumenta Rich (1996).
Los posteriores acontecimientos han hecho ver cualquier acción expansionista lleva-
da a cabo por los bárquidas en tierras hispanas como la preparación para el final desen-
cadenamiento de la guerra y que se vean los actos del último de ellos con el claro obje-
tivo final de atacar a Roma y que cualquier interpretación contraria intente liberar de
culpa a Aníbal sobre el conflicto (Domínguez Monedero 2013: 292). Ante la imposibi-
lidad de poder demostrar la premeditación del general cartaginés hasta que surjan evi-
dencias textuales que lo corroboren, consideramos que hay que interpretar los datos y
las motivaciones de la campaña en el contexto de la misma y no en relación a aconteci-
mientos posteriores. El panorama que se presenta ante nuestros ojos si somos capaces
de liberarnos del enorme peso que supone la segunda guerra púnica, es el del imperio
cartaginés en plena fase de expansión en tierras hispanas y que se encuentra ante la difí-
cil situación de tener a un joven e inexperto general al mando de las operaciones de
expansión en el territorio del que provienen buena parte de los ingresos del estado. A lo
que hay que sumar que Aníbal era como nos dice Hoyos (2003: 90) virtualmente un des-
conocido en Cartago. Es en esta coyuntura en la que tenemos que buscar para hallar las
causas que originaron esta expedición.
Y en esta tesitura, tal y como nos indican algunos autores (Barceló 2000: 31; Hoyos
2003: 90-92; 2008: 38) el objetivo más lógico de la campaña del 220 a.C. a tierras vac-
ceas es la consolidación de Aníbal en su recién estrenado cargo al mando de los territo-
rios púnicos en la península Ibérica. Barceló y Hoyos abogan por que esta incursión fue
algo esporádico cuya motivación está basada en la situación política cartaginesa, pero a
este éxito pasajero se le sumó otro a medio-largo plazo como fue el encumbramiento del
Barca en el poder.
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Cartago y había urdido en las décadas de mando en Hispania (Barceló 2000: 30-31;
Hoyos 2003: 90-92), así que en definitiva esta campaña era algo más que una mera
incursión intrascendente. Bendala (1987: 144; 2013: 2015) nos aporta otra clave en
nuestro discurso, que no es otro que el de las aspiraciones imperialistas de corte hele-
nístico que parecen impregnar la política cartaginesa y la de los Barca en particular
durante todo este período histórico. Para profundizar en esta marcada ideología helenís-
tica hay otros trabajos que lo hacen incluso desde una óptica religiosa y militar (Barceló
2004; 2012; Quesada 2013).
Ya en su día vimos como Aníbal fue criado en un ambiente helenístico, no sin olvi-
dar las profundas raíces semitas de su cultura que influyeron en oriente enormemente en
la forja de esta koiné cultural (Remedios 2012: 217). La influencia gaditana y de la figu-
ra de Alejandro Magno en su formación (Barceló 2000: 19; 2004: 70) debió marcar pro-
fundamente la juventud del futuro general, así como sus educadores griegos.
¿Pero realmente Aníbal estaba tan imbuido de esta cultura helenística hasta el punto
de marcar su agenda política en base a esta concepción ideológica y la campaña a tie-
rras vacceas formar parte de un plan imperialista? Consideramos que hay sólidas bases
para responder afirmativamente a esta pregunta. Como veremos a continuación siguien-
do el trabajo de Chaniotis (2005), el general cartaginés reunía en su persona todas las
características de los generales helenísticos que pretendían convertirse en grandes hom-
bres de estado o príncipes helenísticos, este último término sin connotaciones monár-
quicas (Remedios 2012: 217).
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reflejo de la grandeza de Cartago. Barceló (2004: 72) nos pone en la pista de la campa-
ña propagandística que realizaron los bárquidas para monopolizar el símbolo del culto a
Melqart y el afianzamiento como líder natural de los cartagineses de Aníbal tras sus ritos
en el santuario gaditano antes de partir de Italia (Barceló 2004: 70). Aunque no nos
hayan llegado esos relatos, seguro que estas campañas y las victorias de Aníbal llegarí-
an al pueblo. No debemos olvidar que Aníbal llevaba un séquito de historiadores encar-
gados de narrar sus campañas y sus victorias (Remedios 2012; Domínguez Monedero
2013) que de una forma u otra llegarían así a sus conciudadanos haciendo efectiva esta
campaña propagandística.
Todo general helenístico debía conseguir información sobre el enemigo, saber mirar
el desarrollo de los acontecimientos y leyéndolos sabiamente saber reaccionar adecua-
damente en el momento justo. En ese momento debía exponerse al peligro y compro-
meterse en la lucha en los momentos cruciales. Con estas virtudes la victoria estaba ase-
gurada si el general se ganaba la confianza y el respeto de sus tropas (Chaniotis 2005:
35). Hay multitud de ejemplos en los que Aníbal cumple todas las características ante-
riores, pero son significativos en los que trata con prodigalidad a sus soldados o se com-
porta como uno más de ellos (Tito Livio, XXI, 4, 1-10). Aníbal concedió permisos antes
y después de la campaña que nos ocupa y con ello favoreció la fidelidad a su persona
manteniendo contenta a su tropa. Incluso contando con fuentes claramente prorromanas,
no se narran deserciones en las tropas púnicas a lo largo de los años y años de guerra.
Sólo al inicio de la marcha cerca de los Pirineos, en los momentos en los que esos lazos
de fidelidad con algunas de las tropas reclutadas de entre los recién sometidos mesete-
ños no eran sólidos todavía, vemos deserciones en el ejército de Aníbal.
Si un general lograba aunar en su persona todas las características que hemos des-
crito y lograba la fidelidad absoluta de su ejército, cualquier victoria se convertiría en
una victoria personal (Chaniotis 2005: 35). En esto, Aníbal alcanzó tal éxito que aun per-
diendo la guerra, su nombre quedó vinculado a lo largo de los siglos al conflicto siendo
conocido también como la guerra anibálica. Y esto último en definitiva es lo que consi-
deramos llevó al general púnico a la expedición al valle del Duero, empezar a conseguir
sus victorias.
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la guerra de los mercenarios en la que salva a Cartago y obtiene una magistratura apa-
rentemente vitalicia. Bajo su manto en Hispania promocionó a sus familiares y final-
mente fue sucedido por su yerno Asdrúbal y a la muerte de éste, por su hijo Aníbal acla-
mado por las tropas que le eran leales a él y su familia. A esto hay que sumarle que
Aníbal también parece heredar el proyecto imperialista de su padre, así como su obliga-
ción moral para con Cartago.
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Así que la elección de un lugar tan alejado y cuyo acceso obligaba a atravesar varias
agrupaciones montañosas, ríos y muchos kilómetros con los problemas logísticos que
eso acarrea, se hacía necesario para el adiestramiento de las tropas. Pero Aníbal ya
arriesgaba demasiado con todo eso, sobretodo en su situación de recién llegado al poder,
como para estar dispuesto a asumir unos riesgos militares grandes en una campaña de la
que en parte dependía su futuro político y militar, sobre todo si fracasaba. Y por eso los
vacceos fueron los elegidos para ser el objetivo de este ataque. No solo sus tierras esta-
ban geográficamente ubicadas en el sitio idóneo y sus fértiles tierras ofrecerían unos
beneficios añadidos a los militares y políticos como han expuesto otros autores tal y
como dijimos más arriba. Domínguez Monedero ya expuso que “no debe considerarse
al pueblo vacceo como un pueblo guerrero. Hay varios testimonios de los autores gre-
corromanos que nos atestiguan su carácter pacífico, y que, precisamente fueron víctimas
de agresión…” (1986: 253). A pesar de que varios autores han puesto en tela de juicio
este pacifismo vacceo y ofrecido sus dudas al curioso sistema comunal de posesión de
la tierra (Salinas 1989: 103-110; 2004: 47-62; Sánchez Moreno 2010; Domínguez
Monedero 2013: 297-298), y aunque también consideramos que se trata de un topos his-
toriográfico, pensamos que era un pueblo que no basaba buena parte de sus recursos en
la guerra y que por ello brindaba mayores posibilidades de victoria con menor riesgo que
otros de su entorno. Además claro, de todas las ventajas económicas y geoestratégicas
que comentamos más arriba.
Ruta
En cuanto a la ruta establecida por Aníbal con sus tropas hacia tierras vacceas no
tenemos ninguna indicación del itinerario de ida en las fuentes que nos hablan de ella.
En cuanto a la vuelta, lo único que sabemos es que cruzaron el Tajo por la batalla que
tuvo lugar allí, y siempre se ha dado por sobreentendido que fue en territorio de los car-
petanos por su participación en la batalla, pero en ningún momento lo dicen las fuentes.
Aunque sí es verdad que Livio (XXI, 5, 16) nos indica que “después de arrasar el terri-
torio en cosa de pocos días recibió también la sumisión de los carpetanos”, no es menos
cierto que no dice explícitamente que el territorio arrasado por los púnicos fuera el de
los carpetanos. Así que se podría decir que prácticamente no contamos con nada que nos
confirme qué ruta siguieron los cartagineses ni en su marcha a tierras vacceas, ni en su
regreso a los cuarteles de invierno de Cartagena.
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tintas variantes comunicaría la alta Andalucía con territorio vetón y acabar subiendo por
la posterior ruta de la plata hacia tierras salmantinas. Sólo Domínguez Monedero (2013:
300-301) deja abierta la posibilidad de una ruta más directa en la ida, que coincidiera
aproximadamente con la estimada para la vuelta. Más diagonal y cruzando las tierras
carpetanas. Un argumento habitual para justificar dicha hipotética ruta es que “de haber
viajado por Carpetania, hubiera sido presumible que las huestes anibálicas fueran ataca-
das por aquellos habitantes de la meseta central, tal y como acaece en el regreso.
Además de evitar la hostilidad de carpetanos y olcades (sometidos brutalmente la cam-
paña anterior), la elección por parte de Aníbal de la alternativa Guadiana-Vía de la
Plata…” (Sánchez Moreno 2000: 123).
A pesar de no haber fuentes que corroboren tal itinerario la fuerza de la tradición his-
toriográfica ha hecho que esta ruta se consolide como paradigma y que se siga reflejan-
do en la mayoría de los trabajos que aunque sea tangencialmente abordan esta campaña
(Sánchez Moreno 2008: 385-389; Ferrer Maestro 2012: 285; Ruiz Zapatero y Álvarez-
Sanchís 2013: 337).
Nos llama la atención que al igual que se pone de relieve la importancia comercial
de la ruta de la Plata en época prerromana para potenciar la hipótesis de su utilización
por esta expedición, se haya obviado la que acabaría siendo la vía Spartaria que uniría
Carthago Nova con Complutum. Es una vía mucho más directa desde territorio púnico
para alcanzar la meseta (Domínguez Monedero 2013: 301) y tenemos constancia de su
uso y vigencia en época prerromana con la presencia de múltiples materiales mediterrá-
neos en territorios carpetanos y celtibéricos desde épocas pretéritas (Ruiz Zapatero y
Álvarez-Sanchís 2013: 348-350; Gamo 2018).
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los carpetanos, continuarían por la misma senda hasta regresar a Carthago Nova. Tal y
como indicamos antes, la mayoría de los autores no se plantean este itinerario porque
los carpetanos y oretanos hubieran atacado a los púnicos. Pero si los temían, ¿por qué
cruzar sus territorios cuando además regresaban cansados y cargados con el botín y los
rehenes capturados? A nosotros nos parece más lógico pensar que los actos de pillaje y
saqueo típicos de los ejércitos en movimiento para abastecerse de las tierras por las que
pasan esquilmando los recursos locales, habrían generado el malestar necesario en las
poblaciones indígenas para organizarse e intentar devolverles el ataque a los cartagine-
ses a su regreso con la información que los vacceos huidos les aportaban.
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Denis Sami1
From this, it emerged how the form – in terms of the layout, use and function of spa-
ces and building techniques – is not fully understood because textual sources are vague
on the subjects. We, in fact, do not know the functional or structural difference between
a mansio, a statio or a mutatio. In addition, to complicate the matter, we know that seve-
ral villae also offered services to travellers (Corsi 2000: 72). However, despite the appa-
rent lack of clear and standardised models, the archaeology shows some common featu-
res such as: a large, open and walled space around which were organised buildings inter-
preted as residential or functional, a bath-house often detached from the main buildings
and of course the proximity of a road (Zanini 2017).
The character of rest-stops – and from here on I shall use the term mansio/mansio-
nes as a general comprehensive term – is also confusing. Mansiones were places of arti-
1 PhD Oxford Archaeology East. 15 Trafalgar way, Bar Hill, Cambridge, CB23 8SQ.
denis.sami@oxfordarch.co.uk
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Denis Sami
culated activities aimed to support travellers with food, offer a safe and comfortable res-
ting place, enjoyment, religious devotion and provide material assistance to carriages.
Key in the understanding of the character of mansiones and their space is the material
culture recovered during excavations: dress accessories, domestic, agricultural and craft
tools, ceramics, glasses and, as Zanini underlines, the importance of a quantitative and
chronologically consistent assemblage of coins.
Taking the partially excavated mansio of Ad Novas in North-West Italy as a case study
(Fig. 1), I shall attempt to move away from such view and develop my investigation as
an introduction to a possible alternative methodological approach. Hoping to stimulate
the debate and expand our understanding and description of the mansiones, attention will
be focused on the potential of archaeological data in the construction of alternative narra-
tives. At the foundation of my ontological consideration, I shall discuss the capacity of a
mansio to mediate in the formation of, and participate within, relationships between
humans, things and space through different fields of action (Robb 2010: 501-502).
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bution emotions such as devotion, fear, grief or identity played in the making of deci-
sions and in the way human related to each other, or to space and things, as well as per-
ceived and lived the world (Tarlow 2012).
Thus, is it possible to identify through the material remains recovered from excava-
tion the relational capacity of Ad Novas? To identify the fields of action that facilitated
the creation of relationships that determined the events that occurred on site? To trace
the entangled constraining dependence between the actors?
Given its spatial, material and ideological complexity, the mansio, together with its
associated network of communications, is an ideal and articulated palimpsest of com-
plex practices and fields of actions where political actors, dedicated spaces and every-
day living activities are materially traceable and offer the opportunity to investigate the
relational dependence that kept them together. Below, I shall look at “things” (Hodder
2012: 15-21) recovered from excavations at Ad Novas that acted within the fields of
action proposed by Zanini as typical of mansiones and explore their relational capacity
and entanglement. Finally, there is a further layer I would like to add to my introduction,
namely time. In the study of mansiones so far published, time is mainly understood as a
linear chronological sequence of events and dates, but there is also a nonlinear tempo-
ral aspect to consider. The entangled relationships here investigated are immersed in dif-
ferent temporalities (Lucas 2005) such as the time of walking from one to another man-
sio, the time of sailing from Ad Novas to Ravenna, the building of the mansio, the cons-
tant maintenance of the road or the arrival of long distance imports such as goods from
North Africa and the East regions that followed the seasonal condition of the sea. For
those who settled the area after the settlement was abandoned, the ruins and scattered
finds reminded them of past times, past authority and order, opposed to the instability of
the period. All these events and activities had a more or less unconscious emotional and
decisional impact on those dealing with it.
The earlier account of the settlement dates to the years 568-69 AD when the citizen
body of Classe welcomed Bishop Petrus of Ravenna returning from Rome at Ad Novas
(Agnellus Lib. Pont. Rav., c. 93). This short mention is important because it describes a
specific ceremony named adventus that was performed to celebrate and recognise the
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According to the recovered finds, the settlement had a lifespan of nearly seven hun-
dred years with the earliest finds dating to the beginning of the first century AD and the
later to the early seventh century. Material culture indicates Ad Novas was a local hub
receiving supplies of goods from Ravenna and nearby centres. Vessels and amphorae
from North Africa and the eastern regions of the Empire were documented together with
regional productions. High economic exchange on site is suggested by circa 500 coins -
mostly dating to the fourth and fifth centuries. The connection with the sea via the canal
is documented through several copper-alloy nails and lead net-weights (Sami et alii
2015) that expanded the site’s field of action into a medium interregional dimension.
Given its regional importance, the site was also a crossing point for the Army, as finds
generally identified as militaria suggest (Sami 2017). Material evidence suggests bet-
ween the mid and the late fifth century, the settlement underwent a dramatic transfor-
mation with the intentional demolition of the buildings and the subsequent construction
of few wood structures in a now ruralised landscape (Sami et alii 2015).
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Figure 1- Ad Novas-Cesenatico and the mansiones and main centres of Romagna according to the
Tabula Peutingeriana (Denis Sami).
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Denis Sami
Figure 2- From top left the road under excavation, the cropmarks indicate the orientation and size of
the road. The canal and the geophysics interpretation. These spaces brought people together favouring
the creation of a landscape of relationship (Denis Sami).
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Figure 3- From top left: 1) section of the road showing the many layers of restoration; 2) copper-alloy
nail; 3) stamped tegula from the SOLONAS production; 4) The remains od the bath house; 5) one of
the many coins recovered on site (Denis Sami).
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Denis Sami
It was probably at the same time that the nearby canal was dug. The Canale Fossatone
is still today an impressive infrastructure and still represents a key water collector contri-
buting to keeping the local cultivated plateau drained when heavy rain occurs. The exca-
vation of the canal was a stunning, carefully planned and carried out hydraulic infrastruc-
ture. Roman engineers had to trace the path of the canal, calculate the right inclination and
connect it with other canals and natural watercourses. This massive work brought the con-
nectivity and dependence of Ad Novas to a higher level as large amount of things and peo-
ple moved along its course, extending the scale of action to an interregional maritime
space, as suggested by Agnellus when commenting about the potential landing of the
Byzantine Army. After the excavation of the canal and the construction of the road, rea-
ching cities such as Ravenna and Rimini became easier and faster and we should ponder
on the impact these projects had in altering the awareness and perception of space and time
of those who lived of used the mansio. In this respect, the recovery on site of several cop-
per-alloy nails (Fig. 3.2), typically used in the construction of boats (Sami et alii 2015),
are the remains of “things” that physically and emotionally contributed in the perception
of a different temporality and an expanded cognition of space.
The construction of the road and canal certainly facilitated the building of the mansio.
In the erection of the main structure, tegulae were largely employed bearing the stamps of
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well-known regional production centres such as Solonas, Pansiana and Faesonia (Righini
1998) (Fig.3.3). These stamps with their lettering and punctuation typical of official ins-
criptions were guarantees of quality standards, size and weight, fundamental requisites in
the calculation of roof weight and dimension of walls in large constructions (Manacorda
1993). The stamped tegulae from Ad Novas indicated an official administrative status of
the building and conveyed a sense of functioning administration, socio-political stability,
central authority and, like the construction of the road and the excavation of the canal, the
building of the mansio was a social event and shared project.
Erecting walls and constructing roofs creating different spaces shaped specialised pla-
ces that opened new and different fields of action. The little bath-house built near the canal
is a good example of everyday specialised fields of action (Fig. 3.4). The building drama-
tically separated those who used the bath-house for leisure and personal hygiene from
those who had to work hard to keep the bath functioning, lighting the fire, moving and kee-
ping track of hundreds of kilograms of wood, regularly feeding the fire and keeping the
bath-house clean and tidy. But the use of such a facility implied also a mutual relationship
of dependence between humans and the bath-house for the building needed humans to
function and humans needed the bath-house to offer a service to customers.
Aproximately 500 coins were recovered from excavation (Baldi 2019) (Fig. 3.5). This
is a considerable assemblage indicative of a local focus for economic life. At its lower
level of action, monetary exchange connected people through participatory relationships
mediated by payments for services or goods. The amount of finds recovered (Baldi 2019;
Chinni 2019; Sami and Christie 2019) suggests that the settlement hosted a vital market
acting as a local focus of meetings and decisions. Given the role emerging from archaeo-
logical data there is furthermore reason to believe Ad Novas worked as a local centre for
tax collection moving the relational entanglement demonstrated by coin circulation to a
higher level of action where coins created a constraining relationship with the authority
involving local ordinary people within a contingent imperial political, economic and mili-
tary decisions.
Conclusion
Hoping to stimulate a debate, this brief investigation aims to move forward a linear and
cartographic view of the system of land and water communication as well as the econo-
mic-centric view of the mansiones in Italy. We still need typologies and quantifiable
data, but we must aspire to a wider and inclusive archaeological narrative exploring a
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Denis Sami
As we have seen, the relational capacity of a mansio originates in the mesh of entan-
gled relationships of constraint and dependence between humans and things that was
progressively built over time. The mansio of Ad Novas, with its system of land and
water-ways, connected people and things through active and participatory relationships.
Depending on things, humans built a road, a canal and a mansio leading to a dependant
relationship between these three infrastructures for moving, communication, trade or
exchange of information and living in the world. At the same time the road, the canal
and the mansio needed humans to function, to be administrated, as well as to be resto-
red and updated to the contingent needs of people. Many other relational fields of action
can be identified both on a smaller or larger scale of effects depending on the research
questions formulated. It is now up to future research to explore the full potential of alter-
native narratives in the study of mansiones.
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Denis Sami
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Maurizio Buora1
Aquileia is located at the top of the Adriatic Sea and its port, in Roman times, was at
the northernmost part of the Mediterranean. It was also placed in an area rich in water,
both stagnant and channeled towards the sea (fig. 1).
A learned tradition - today not yet completely abandoned – derives from the name of
Aquileia from water (with easy assonance) (fig. 2). On this point literature is very exten-
sive, so we will mention only the most relevant authors. As far as I know the etymology
appears in Alberti (1588: 482: "likewise are others who acquired the name from the
abundance of water"; Pervanoglu 1877-1878; Puntin 2008). According to another pro-
posal the name derives from an hypothetical Akylis river. Although forty years ago
Alberto Grilli (1979 = 1980) showed that this last (pseudo) etymology is handed down
by a Late Antique author (Sozomenus) and by a Byzantine author (Zosimus), who pro-
bably drew it from a scholarly work written in the third century AD by Periander of
Laranda, it was accepted later and today it rages in numerous online sites, further
demonstrating that there is nothing more unpublished than what has already been done.
In any case, both the easy and obvious derivation from water as well as that learned from
a mythical (and unlikely) Akylis river seem to tell us how important water was to
Aquileia.
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Maurizio Buora
l’s edge, named Amphora, excavated or at least rectified by the Romans to discharge the
waters of the marshes and to create an easy entrance to the vast port area of Aquileia.
An UrAquileia before the Romans was probably built around the 8th century BC -
time of foundation of many cities of the ancient world - in a navigable waterway that
guaranteed easy travel and commerce, while remaining safe from storms and sea.
Perhaps already in the sixth century BC a flood hit the town, of which a small part was
seen north of the forum (Maselli 1995). This is the first of which is known precisely
from the archaeological excavations; it was followed by other calamitous events of this
kind, especially towards the end of the Roman era, as the investigations on the field once
again revealed, confirming the storms and devastation repeatedly told from numerous
authors of the high Middle Ages and above all Paul the Deacon. Facts were certainly
reported handed down by the oral tradition, due both to the change in the climate and to
the loss of landscape maintenance.
The floods that occurred in several Italian areas and especially in the Lower Friuli
area in the second half of the twentieth century, in particular that of 1966, have allowed
us to draw up a map of the risk that most likely follows what happened several times
over the centuries and the previous millennia.
Procopius, in a famous passage, reports (Procop., Goth., 1,1, 19-22) that in the lago-
on area between Ravenna and Aquileia a strange phenomenon happened; a sea water
inlet with daily high tides enabled merchants to take advantage of this by sailing their
boats laden with merchandise and transport them to the open sea.
Between Late Roman age and the early Middle Ages, also due to the phenomenon of
subsidence that affects, in various ways, the entire coastal strip of the upper Adriatic, the
lagoon was born that today separates Aquileia from Grado, a lagoon that did not serve
as a navigable space, due to the very low depth of its waters, but created a sort of barrier
between two territories, which from the time of the Lombards belonged to different sta-
tes. Therefore water was a great resource, a defense, but also a potential danger, for
Aquileia.
Since the twentieth century, according to Calderini (1930), the walls and the port
have been identified as the main problems for the archaeological investigation of the
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ancient city, namely the two elements that according to the ancient poet Ausonius would
have made celeberrima (i.e very famous) the city at the end of the 4th century AD.
The knowledge of the port of Aquileia goes back less than a hundred years ago. In a
beautiful volume Aristide Calderini mentions only the port structures along the river,
east of the urban center, which visitors today admire. They had already been seen by
Austrian scholars in the 1870s, but not understood and were again excavated and finally
identified by Giovanni Brusin in the 1920s (fig.3, no 1). Nevertheless, like many other
areas of the city, a good part of them are still waiting to be brought to light and studied.
One of the major discoveries in recent years is due to the systematic surface survey
work carried out with geoelectric tools by a team, coordinated by Professor Stefan Groh
of Vienna, in the immediate surroundings of Aquileia. The investigations, of which only
a first part has been published (Groh 2011, 2013, 2019), have revealed the presence of
a stream of water that lapped the republican walls on the western side of the city.
Already in the nineteenth century a bridge was seen crossing it, a bridge that we now
know to be part of the city walls that also incorporated the circus, probably built at the
beginning of the 4th century AD. Now we know that the city was completely surroun-
ded by watercourses of different size and scope, along which there were certainly quays
and piers suitable for unloading goods.
We can compare this to the actual Venice, where with a boat any manager of a com-
mercial activity can easily load his merchandise or we can refer to what happened up
until the nineteenth century in a large city like Milan which was considered the largest
port in northern Italy, despite being several hundred kilometers from the sea.
We can imagine port structures mostly made up of a simple brick or stone quay, in
front of which there could be poles fixed in the base (called paline in Venice), wooden
walkways and maybe even coverings of the masonry parts.
In fact, numerous poles of various diameters were found in front of the masonry
structures of the western shore and also in front of the eastern shore of the port area east
of the Aquileia forum (fig. 3, no. 1). However their interpretation, since the time of the
discovery, is not univocal, according to Brusin and Calderini it would be a means of
reinforcing the bank when the course of the river had by now withdrawn to the east
(Calderini 1930, XCIII; Brusin 1934: 43-44).
Harbor docks and wooden structures connected to them were certainly very common
–and similar to each other– in the various cities located near waterways. We can find
many comparisons for example in Ivrea (ancient Eporedia) or in Verona and in many
centers of north-eastern Italy. Quays and wooden docks certainly also existed along
navigable waterways within the plain, often in relation to villas which, through river
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Maurizio Buora
transport, could acquire and transfer the agricultural products and other commercial
merchandise. In ancient times, maritime communications had an intensity and use that
we find it hard to imagine.
Especially where the coastline was higher and therefore the sea deeper, or roughly
from Duino to Istria, many maritime villas had real port landings, even masonry, subject
to reworking as a result of changes in the level of the sea and the landfill of the coast.
The town of Grado emerges forcefully in the historical narratives starting from the
fifth century AD and later when it belongs to the Byzantine empire and then to the domi-
nion of Venice. The present inhabited area rises exactly above the ancient structures,
which for this reason are minimally known. In Roman times, Grado stood on the coast
line and therefore served as a port of call for larger ships that could not travel along the
waterway that led to the city of Aquileia.
Luisa Bertacchi, observing the cadastral limits of the current historical center of
Grado, proposed to identify through them a series of piers and docks located south of
the current commercial port (Bertacchi 1980: 277). However, at the moment there is no
archaeological evidence to confirm this hypothesis.
Along the current Natissa river there were probably also places of loading and unlo-
ading equipped very differently from the monumental port of Aquileia. Recently it was
supposed to interpret as belonging to port structures a series of wooden fences and
amphorae rows (perhaps part of real amphorae walls as if they were found in Rome
along the Tiber) found during the first war world in the island of Mottaron (Cestelli and
Turco 2016). The surface finds showed here a frequentation until the Late Antiquity
(Gaddi 2001: 268). Today it is surrounded by the water of the lagoon, but once it was
raised on land.
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A well-known passage from Jerome (Adversus Rufinum, III, 10: “Et quis tibi crederet
homini veracissimo, ut negotiator orientalium mercium, qui et hinc deportata selling
necesse habebat, et ibi emere, quae huc rursus adveheret, biduum tantum Aquileiae adfue-
rit...”) informs us that the overseas merchants docked in Grado, where they stayed for two
days: to transfer the cargo to barges heading for the city of Aquileia, to unload the goods
here and for any general cargo recharges, before leaving. The discovery of some wrecks
in the Grado lagoon, that of the ship called in modern times Iulia Felix, revealed the
variety of the cargo, the mixture of the products and their different chronology.
It was proposed that the particular arrangement of the water courses around the city
could allow a sort of forced circulation of the boats, for which they would have crossed
the Anfora channel –another transparent name, derived from the presence of amphorae,
mostly African, along its banks– up to the various port structures along the entire city
perimeter, and then descend back into the Adriatic along the lower course of the Natissa
river which then reached as far as Grado.
Giovanni Brusin's excavations of the 1920s highlighted the structures still visible and
proposed a first chronology, still largely accepted today. He identified a monumental
quay, lined with stone parts, formed by two levels (fig. 3, no 1). A more modest arran-
gement would have been found on the east coast of the same river, here forty meters
wide.
A third quay to the north, along the bank of the Ausset river, was excavated by the
Maionica at the end of the nineteenth century (part cat. 239/1). It had a rectilinear wall
structure with a staircase and drainage channel (Maggi and Oriolo 1999: 113; Tiussi
1996 and 2004) (fig. 3, no. 2).
Probably along the two banks of the canal that lapped the republican walls of
Aquileia to the west, there were docks that at least occasionally could be used for the
landing of boats and the unloading of goods. However, here the shore was formed by a
sort of sidewalk –which can be seen very well in the aerial photos–which ran outside the
walls, having very narrow openings.
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Maurizio Buora
Therefore, if there was some loading and unloading activity, it had to be somewhat
limited. A similar situation was created in the east, in the ancient river port when the cons-
truction of the late-ancient walls on the quay left only the lower part of the structures avai-
lable to possible landing places.
Another channel (the second!) was then identified by the team of prof. Groh in the
south-western part of the city, between the Anfora canal to the north, the Terzo river to the
west and the Natissa river to the south. A quay about 80 meters long has been identified
here (fig. 3, no. 3). Unfortunately, this area, already abandoned since the late antiquity, was
largely attacked and devastated by the urbanization of the 1960s, which deprived the
archaeological research of the possibility of making important observations especially on
the development of the early medieval and medieval cities.
Port warehouses
During the excavations of the river port, Brusin brought to light a large part of a ware-
house about 300 meters long and about ten meters wide (fig. 3, no. 1). Similar structures,
although with different layouts, were found in Rome along the course of the Tiber river.
In Aquileia it was probably built in the Flavian age, when this part of the port was
rebuilt. During the excavations for the sewers (1968-1972) the northern head was inter-
cepted. It had large walls that existed up until the early nineteenth century, when they were
destroyed. A sketch remains.
The republican walls of the city, attached to the northern head, were doubled, as
Herodian tells us (Herodian., 8, 2, 4), in view of the threatened arrival of the troops of
Maximinus Thrax. Archaeological investigations have confirmed here the news reported
by the ancient source (Buora 2016: 10-13).
A second warehouse, of the same size, or slightly smaller, about 300 meters long and
about ten wide, was identified by Stefan Groh along the southern bank of the Anfora canal
(Groh 2011: 2019) (fig. 3, no. 4). Over it, probably at the beginning of the 4th century,
overlapped a door of the late-ancient walls. It was dug several times and in particular
around 1940. Of those excavations there remains a precious drawing carried out at that
time and a detailed plan, which in some places diverges from that reproduced by Luisa
Bertacchi in 2003. In the surveys of the mid-twentieth century we thus see a series of pilas-
ters that protrude with interaxis at about ten Roman feet from the southern wall. It’s rather
large (90 cm or more) apparently with exposed stone blocks outside. Even the pilasters
seem to be made up of blocks. A sort of string course runs at the same height on them and
on the longitudinal wall.
Inside the building is marked by walls of different thickness. Two, large as the outer
one, are placed at a distance of about 15 meters. Two other walls separate a dozen-foot-
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wide mosaic room from a second, slightly larger one. The mosaic is a precious chrono-
logical indication since it has a white background, with a border consisting of two or
three rows of black tiles facing east.
In both we see pilasters strips protruding outside. In conclusion we can assume that
the two plants can from a similar project. At a later time, which at the moment we can-
not specify, at the Anfora warehouse it was approached on the southern side.
It was also assumed that the canal to the west of the walls, discovered by Stefan
Groh, was filled at the beginning of the fourth century, when the whole part west of it
was rearranged with the construction of the circus, for which the houses were destroyed
and the graves located on the sides of the existing roads.
Some aerial images allow us to still see the traces of the primitive arrangement,
although at that time the ground was as high as eighty centimeters, in the northern part
of the circus. Nevertheless we suppose the channel that came down from the north and
entered the Anfora, as well as the latter, were not entirely buried, as they had to serve
for the drainage of urban waters and above all for the large invaded circus.
We know for sure that the city sewers dumped in the waterways that lapped the city:
probably the quarters west of the maximum hinge unloaded in the channel discovered
by Groh and in the Anfora channel, while the districts located to the east of the maxi-
mum hinge unloaded in the Natissa river. From the discovery of traces of oblique under-
ground pipelines, connected to the theater, it was assumed that this historical building
also dumped into the Anfora channel (Groh and Buora 2018). We do not yet know,
however, where the Great Baths and the amphitheater of Aquileia were unloaded.
Horrea
For the goods transported along the waterways, not only the docks –sometimes
equipped– and the large port warehouses were needed, but also other private and public
storage facilities. From surveys conducted in several parts of the empire we know plants
of this kind and the horrea layout shows some variations.
For example, in the big cities it may have an open central space overlooked by
many small rooms. In this case we are dealing with probable multi-functional facili-
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Maurizio Buora
ties, more similar to our shopping centers than to simple warehouses. In principle,
especially in the Late Roman period, the horrea are identified with buildings formed
by three or more long warehouses arranged next to each other and of different sizes.
For Aquileia in recent years more horrea have been assumed. Some had to be
public and managed either by the city administration or by the state, as they were pre-
sumably destined primarily to supply military units located on the border of the empi-
re. The emporial function of Aquileia is attested since its origins and already Strabo
(V, 1, 8), at the end of the I century BC reports that goods arrived by sea here prima-
rily wine (and oil) and wheat. Of this we have the certainty given by the large number
of amphorae that have been found in the city and that spread into the hinterland. This
means that at least from the late Republican age there were port structures –of which
at the moment there is no visible trace – perfectly able to function.
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In Aquileia the largest horrea, certainly owned and managed by the public, were
located in the block south of the basilica –he first Christian church– and were probably
built like those of Milan in the Tetrarchic age. It is possible that they are the same as
those mentioned in 536/537 by Cassiodorus in anticipation of a famine (Cassiod.,
Variae, XII, 26). The comparison with the planimetry of the late-ancient horrea at
Sočanica, named municipium DD in Moesia superior, a civil centre closely related to the
mines of the area (Rizos 2013), shows that in Aquileia the same plant, evidently cano-
nical, has doubled.
This reveals the breadth of traffic and the volume of goods, mostly grains, piled up
here and distributed by the structure.
The geomagnetic investigations carried out by Stefan Groh's team in Aquileia have
made it possible to identify two more probable horrea, both located outside the walls,
not far from watercourses. Those in the north and south were probably formed by four
long rooms joined together (perhaps in ancient times subdivided internally by parti-
tions), while a fourth, placed inside the republican walls at the point where the Via
Annia, on a bridge built towards the middle of the 2nd century BC entered the city,
would have had only three aisles.
In the southern part of the port two dedications to Neptune, one from the first cen-
tury AD (I.A. 327) and the other of the year 250 (I.S. 326), as appropriate in this place
was found under conditions of reuse, it was also assumed that the temple was dedicated
to the same deity, whose temple foundations are visible from the aerial photos, located
on the opposite bank, a short distance away (Buora et alii 2009).
But other places of worship could rise along the banks of the two canals that led to
the sea. Along the lower course of the Natissa river, near its union with the river of
Terzo, stands today, almost abandoned, the chapel dedicated to the four Aquileian
Virgins, a distant memory of ancient cults already placed along the river.
During a dredging, an ex voto was recovered in the shape of a ship's bow (Scrinari
Santa Maria 1972: 192, no 599), a spectacular and obvious invocation to the deity for
the protection of navigation.
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Maurizio Buora
Still in the XVIIIth century a church (St. Margherita de Anfora) is mentioned in the
year 1210, leading to the bank of the Anfora canal (Scalon 1982: 410), in an area now
far from the inhabited center, we also hypothesize, the survival of ancient cults and proof
of a frequentation of the canal even in modern times.
Nevertheless in the Byzantine age we can still see a strong connection between
Aquileia and Grado. The new fortification of Aquileia, culminating in the construction
of the zigzag walls, together with the renewal of the stone furnishings of some churches
and the presence, stable in the city, of troops for defense, made it necessary to have a
river port to ensure the equipment and supplies and also food for the soldiers stationed
in the city. Also important was the transport of construction material, weapons and
defense equipment.
We do not have any archaeological evidence of this either, but we know that from
the middle of the sixth century two new streets began to form the former urban layout
of Aquileia, already reduced to less than half of the area within the walls, previously
occupied. One of these new roads, which started from the four-sided arched door then
built on the maximum hinge, reached the port area, which somehow led to the church of
S. Giovanni. All this new part was certainly made of wood, as were the port structures,
which in the excavations carried out so far have left no visible trace.
The appearance of the lagoon was accompanied by the presence of large swampy
areas, a situation previously avoided with the regular flow of water. From this problem
arose the malaria that infested the area until the II World War, when the DDT helped to
destroy the harmful mosquitoes.
The vast belt of water which no town or city, at that time, public or private, attemp-
ted to reclaim, also constituted a natural defense between two entities from the Lombard
age to the full middle ages enemies, namely the mainland and coastal areas, which were
never unified even after the Venetian conquest of the patriarchate of Aquileia. The small
part of Aquileia, mentioned in the medieval nautical charts and even mentioned at the
Sultans court, after the fall of Constantinople, regained some importance only towards
the end of the VIII century, when it was necessary to embark to reach Grado, which in
the meantime had gained notoriety in the Austro-Hungarian Empire as a holiday resort.
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Conclusions
In this brief overview we have tried to highlight the importance of water for Aquileia.
I am really grateful to Sandra Ward for improving the English text.
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Figure 3- Map of Roman Aquileia with the indication of quays, docks and
warehouses (elaboration of Groh 2011).
Figure 4- A new channel soth of the Anfora, with a new quay, southeast
from Aquileia (from Groh 2019).
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