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3/1/2019 Wild on Collective: Tesis sobre Teoría e Historia | C L I O N A U T A : Blog de Historia

C L I O N A U T A : Blog de Historia

ACADÉMICA, DEBATES

WILD ON COLLECTIVE: TESIS SOBRE TEORÍA


E HISTORIA
05/12/2018 | ANACLET PONS | DEJA UN COMENTARIO

Tarde, algo tarde.  Bien sea por esperar a unas reacciones que no se han producido en la medida de lo
que se suponía y así ofrecer un balance más sosegado, bien porque preveíamos mayor impacto en el
mundo hispano, bien por las urgencias académico-burocrático habituales (y aquí de algún modo
denunciadas), bien por la atención a novedades bibliográ cas….

Lo cierto es que nos hemos demorado en exceso -y no valen esas excusas previas- en mostrar las tesis
sobre la relación entre teoría e historia que el grupo Wild on Collective (Ethan Kleinberg, Joan Scott y
Gary Wilder) presentó el pasado mes de mayo.

Así pues, como compensación, ofrecemos una (mala) traducción íntegra. Dicho eso, ahorramos el
poema o prólogo dedicado a Clio, que ustedes podrán disfrutar mejor con el original. El resto dice así:

“SOBRE LOS LÍMITES DE LA HISTORIA DISCIPLINARIA

I.1 La historia académica nunca ha logrado trascender sus orígenes del siglo XVIII como una empresa
empirista. Con esto nos referimos, no al temprano enfoque escéptico de David Hume, sino al método
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cientí co vinculado intrínsecamente al positivismo, que Horkheimer denominó “empirismo


moderno” y que luego se adoptó en las ciencias humanas. La historia académica sigue dedicada a este
método de recopilación de datos para producir interpretaciones remitiéndolas a contextos
supuestamente dados y organizarlas en narraciones cronológicas.

I.2 La historia académica actualmente existente promueve un esencialismo disciplinario basado en un


fetichismo metodológico. Al tratar las apariencias rei cadas (es decir, la evidencia inmediatamente
observable, preferiblemente la del archivo) como una encarnación de lo real y que contiene la verdad
de las relaciones sociales, evalúa la investigación en función de si este método empirista se ha
empleado adecuadamente. El campo tiende a producir académicos en lugar de pensadores, y se
re ere a los académicos en términos tecnocráticos. Los historiadores escriben habitualmente para
otros historiadores profesionales, prestando especial atención a las normas disciplinarias y a los
guardianes de los que depende el progreso profesional. Esta mentalidad  gremial fomenta un espíritu
de “expertos” especializados, trabajadores que emplean instrumentalmente su “experiencia” como
prueba de pertenencia y de desempeño de estatus.

I.3 La obsesión actual con la “metodología” se basa en este enfoque de “trabajador”; se supone que el odos o
camino hacia el conocimiento histórico es singular y aquellos que se apartan de él se consideran
perdidos. Este énfasis metodológico limita el camino disciplinario de la historia, cegando otras rutas
posibles hacia el pasado a investigadores y lectores. En contraste, formarse en la teoría deja al
descubierto la lógica, las trampas y las ventajas de la elección de cualquier camino.

I.4. Subyacente a este fetichismo del método hay una lealtad incuestionable al “realismo ontológico”. Lo
central en esta epistemología es un compromiso con los datos empíricos que sirve como falso suelo
para sostener la a rmación de que los eventos pasados están objetivamente disponibles para su
descubrimiento, descripción  e interpretacion. Aquí queda clara la tautología: la metodología
empirista permite el dominio de este realismo, mientras que este realismo garantiza el éxito de la
metodología empirista.

I.5 La historia, como campo, fomenta un sistema de disciplina o castigo. Aquellos cuyas posiciones
parecen ser de vanguardia, pero aseguran sus apuestas y organizan su pensamiento en torno a una
convención común, son recompensados, mientras que aquellos que luchan por nuevos territorios son
condenados. Por “nuevos territorios” nos referimos a investigaciones, orientaciones o puntos de
partida epistemológicamente alternativos, no a temas o asuntos nuevos. Los disciplinados son
recompensados por el gremio mientras que los innovadores son castigados. En ninguna parte es más
evidente este proceso disciplinario que en el proceso de revisión y publicación de la revista insignia
de la American Historical Association. La  disciplinarización se produce a través de la práctica de
múltiples revisores anónimos que vigilan su territorio disciplinario y luego se felicitan a sí mismos y a
sus autores por su objetividad cientí ca y la meritocracia resultante. El efecto resultante del proceso
conduce a artículos que pueden ser amplios en términos de alcance geográ co e incluso temático,
pero son sorprendentemente homogéneos en términos de su enfoque teórico y metodológico. El
empleo de un gran número de revisores crea una apariencia de meritocracia democrática al tiempo
que otorga aún más poder a los editores para que luego puedan seleccionar, entre las muchas

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opiniones, sobre lo que se debe permitir que pase. Esto inevitablemente lleva a los autores a suavizar
sus argumentos y retraerse en sus a rmaciones en un esfuerzo por apaciguar a la audiencia más
amplia posible y ofender lo menos posible. Sólo el que ya está familiarizado suele encontrar acomodo
en las páginas de la revista. Esta y otras revistas disciplinarias suelen trabajar para reproducir lo que
cuenta como sentido común profesional, rea rmar la solidaridad del gremio y reproducir las barreras
entre los de dentro y los de fuera,

I.6 El editor de la AHR ha anunciado recientemente un plan para “descolonizar” la revista, para
corregir “décadas de práctica excluyente, durante las cuales mujeres, personas de color, inmigrantes
y pueblos colonizados e indígenas fueron efectivamente silenciados como productores de
investigación y materia de estudio histórico ”. Promete hacerlo diversi cando el Consejo de
Redacción, los autores de libros revisados y la elección de los revisores. También se compromete a
solicitar artículos a un grupo más diverso de académicos. Estas son reformas bienvenidas aunque
tardías. Pero también señala que los “procedimientos para evaluar los artículos recibidos” no se
revisarán porque el “proceso de revisión ciega entre pares” ya es “altamente democrático”. Al
centrarse principalmente en las provincias y colonias de la sección de reseñas, los editores conceden
así que los artículos primarios permanecerán rmemente bajo el dominio imperial. El editor no
reconoce que descolonizar la revista también debe incluir repensar las normas académicas y las
formas de conocimiento que han permitido el tipo de exclusiones en las que la AHR ha participado
durante mucho tiempo. Al centrarse exclusivamente en la diversidad sociológica de los autores y en
la diversidad geográ ca de los temas, la metodología empirista y la epistemología realista
permanecerán como suelo disciplinario incuestionable. Una vez más, la hegemonía existente se
mantiene mediante una promesa nominal de diversidad que apunta a cooptar en lugar de a
transformar. El campo y la revista solo pueden realmente ser descolonizados reimaginando radicalmente el
uso y la aplicabilidad de la teoría para la historia.

I.7 Dado que los historiadores analizan (el carácter dinámico y cambiante de) formaciones sociales,
relaciones, experiencias y signi cados, no pueden hacerlo sin una comprensión sólida de la teoría crítica (ya
sea semiótica, psicoanalítica, marxista, hermenéutica, fenomenológica, estructuralista,
postestructuralista, feminista, poscolonial, queer, etc.), así como sin una comprensión de la historia
del conocimiento histórico y de la teoría de la historia (teorías que sustentan el análisis
histórico). Solo así podremos trascender la falsa oposición entre historia y teoría produciendo una
historia tóricamente fundamentada y una teoría históricamente fundamentada. Pocos
departamentos de historia tienen algún docente dedicado a la teoría de la historia o a la teoría crítica
y, en cambio, las confían a cursos ocasionales de profesores interesados en el campo o a aquellas
pocas guras de fuera de sus departamentos a quienes envían a sus estudiantes. Esto rebaja la
“teoría” a algo periférico al trabajo “real” de la historia, pero también disciplina a los estudiantes para
que piensen en la teoría como un ejercicio complementario que no es parte integral del pensamiento
y la escritura históricos.

I.8 El enfoque normal (y normalizador) de la historia en los cursos de doctorado revela (y refuerza) su
orientación antiteórica y no re exiva. Los componentes centrales generalmente incluyen cursos de
historiografía y seminarios de investigación. Los primeros generalmente se centran en reunir un

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corpus de trabajos signi cativos en un subcampo especí co, algo que los estudiantes leen para
obtener información (aprendiendo las narrativas maestras), dominiar el tema del espacio-tiempo 
(que se evaluará en exámenes escritos) y a nar su técnica (el despliegue más o menos exitoso de
metodologías históricas normativas, que pueden ser utilizadas o modi cadas en la propia
investigación de los estudiantes). Los seminarios de doctorado suelen pedir a los nuevos estudiantes
que escriban ensayos publicables basados en fuentes primarias, como si “hacer historia” fuera una
tarea técnica evidente y los estudiantes simplemente necesitaran desarrollar el hábito metodológico
de recopilar evidencia objetiva para contextualizar y narrar. Aunque existen cursos temáticos y
teóricos (del tipo de…, -rellene el espacio en blanco- para historiadores modelo), es raro que a los
estudiantes de doctorado de historia se les exija estudiar la historia de la “historia” como una forma
de conocimiento, la epistemología de las ciencias humanas o la teoría crítica.

I.9. La historia disciplinaria generalmente encierra una re exión sobre sus propias condiciones de
posibilidad: es decir, sobre qué se considera evidencia, sobre cómo los métodos pueden pre gurar la
manera en la que  tal evidencia puede hacer que los argumentos sean legibles y válidos o sobre cómo
dicha validez implica supuestos sobre el orden social y la transformación histórica; sobre la relación
entre formas sociales y formas de conocimiento, formas aceptadas de relacionarse y formas
aceptables de conocimiento, órdenes normativas y conceptos normalizadores; sobre los campos
sociopolíticos que inevitablemente dan forma y, por tanto, sobredeterminan las orientaciones,
prioridades y jerarquías intelectuales, profesionales e institucionales de los historiadores. Estas
normas de adiestramiento y de publicación refuerzan la tendencia de la historia disciplinaria a
separar arti cialmente los datos de la teoría, los hechos de los conceptos, la investigación del
pensamiento. Esto lleva a la “teoría” a ser rei cada como un conjunto de marcos prefabricados que
pueden ser “aplicados” a los datos.

I.10 Los marcos teóricos y los conceptos que no concuerdan con la epistemología realista y la metodología
empirista de la historia disciplinaria se suelen remitir -en condiciones de gueto- a la historia “intelectual”,
que a menudo relaciona las ideas con la sociedad de una manera que con rma más que desplaza los
supuestos convencionales de la disciplina.  En sí misma, no es probable que la historia intelectual genere
preguntas re exivas sobre la epistemología histórica y las normas historiográ cas más que otros
subcampos profesionales. Los historiadores intelectuales del pensamiento heterodoxo (por ejemplo,
postestructuralismo, psicoanálisis, marxismo) describen las ideas, pero rara vez utilizan esas teorías
como puntos de partida, métodos o marcos para su propio análisis histórico.

I.11 La preocupación antiteórica de la historia con los hechos empíricos y el argumento realista conlleva un
conjunto de supuestos teóricos no cuestionados sobre el tiempo y el lugar, la intención y la agencia, la
proximidad y la causalidad, el contexto y la cronología. Estos trabajan, aunque inadvertidamente,
para reforzar el statu quo académico y político.

SOBRE LA RESISTENCIA A LA TEORÍA


La resistencia de la historia a la teoría ha tomado muchas formas:

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II.1 Una distinción odiosa entre una losofía feminizada y una historia masculinizada. Así, la losofía es
ridiculizada como una danza frívola con la “so sticada teoría francesa”, mientras que la historia es
elogiada por su trabajo duro y sólido. Recuérdese la imagen del historiador real subiendo los 100
escalones de los archivos en Lyon (como tantos peregrinos penitentes antes que ella) para buscar
hechos. La losofía es denunciada como especulativa (f); la historia, venerada como objetiva (m). El
“noble sueño” de una ciencia pura (m) nunca ha abandonado a la disciplina: como cuando el moho en
el centeno fue usado para explicar el fervor revolucionario francés, hoy la “ciencia” histórica adopta
la forma de pruebas de ADN en huesos antiguos o la aplicación de la neurociencia a las mentalidades.

II.2 La naturalización de la historia como algo que está ahí, esperando ser desenterrado; la
recuperación de los muertos como una forma segura de conocer a los vivos. La historia como el
relato que nos cuenta, en lugar del relato que nos contamos sobre nosotros mismos.

II.3 Tematización i. La teoría como un giro más (uno equivocado) en el siempre cambiante
caleidoscopio de la  investigación histórica. Se considera que el atractivo de la teoría es una etapa
aberrante en la historia intelectual de la disciplina, felizmente superada, reemplazada por un retorno
a una observación más sólidamente fundamentada.

II.4 Tematización ii. Los objetos de la investigación teórica son en sí mismos tematizados. Así, por
ejemplo, las investigaciones epistemológicas radicales de Foucault se convierten en otro estudio
empírico de prisiones o de clínicas o de prácticas sexuales. Y las diferencias de “mi” prisión con las de
Foucault se convierten en una demostración del error de sus formas teóricas.

II.5 La recuperación, una variación en la tematización. Una inclusión gestual que parece dar la
bienvenida a la teoría (generalmente ofrecida en el prefacio o introducción o en notas al pie de un
estudio empírico), solo para ignorar sus implicaciones en el trabajo que sigue. Así, la deconstrucción
se convierte en un sinónimo de interpretación en las historias intelectuales convencionales, el
marxismo se reduce al determinismo económico o a la aplicación de “clase” a los estudios de la
comunidad local y el “género” replica la distinción sexo/género o la jación de la oposición m/f en de
la misma manera que se dice que ocurre por doquier.

II.6 El rechazo de la teoría i. En este caso, la teoría estructuralista o postestructuralista como
relativismo peligroso: al cuestionar la relación del lenguaje con la realidad, se dice que la teoría
compromete la búsqueda necesaria de verdades que se consideran evidentes.

II.7 El rechazo  de la teoría ii. La acusación de que la teoría, cualquier teoría, implica la imposición
distorsionada de categorías ideológicas jas sobre hechos evidentes. Al igual que el respaldo por
parte de algunos estudiosos literarios de la “lectura super cial”, esta acusación de distorsión se
contradice con el recurso no problemático de estos estudiosos (historiadores y estudiosos literarios
por igual) a las llamadas categorías analíticas objetivas: clase, raza, género y diagnósticos
psicoanalíticos (complejo de Edipo, romance familiar, etc.,  etc.).

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II.8. Menoscabo de los caprichos del lenguaje y una insistencia en el sentido literal (“sentido común”) de
las palabras.

SOBRE LA TEORÍA Y LA HISTORIA CRÍTICA.

III.1 La historia crítica es una historia teorizada. No trata a la “teoría” como un corpus aislado de textos
o un cuerpo de conocimiento. Tampoco trata a la teoría como una forma separada, no histórica, de
conocimiento. Más bien, considera la teoría como una práctica mundana (y un artefacto histórico). La
cuestión no es que los historiadores se conviertan en teóricos; la teoría por la teoría es algo tan
arruinado como la idea de que los hechos pueden “hablar por sí mismos”. El objetivo es que la historia
disciplinaria supere su mentalidad gremial (esencialismo disciplinario) y metodología empirista
(fetichismo metodológico), que cuestione sus suposiciones de “sentido común” sobre evidencia y
realidad, subjetividad y agencia, contexto y causalidad, cronología y temporalidad. Esto requeriría un
compromiso serio con las teorías críticas del yo, de la sociedad y de la historia.

III.2 La historia crítica no aplica la teoría a la historia ni exige que se integre más teoría en las obras
históricas como si fuera algo externo. Más bien, su objetivo es producir una historia teóricamente informada
y una teoría históricamente fundamentada. La historia crítica se toma acuerdos, procesos y fuerzas -no
contiguos, no próximos- en serio, sean estructuras sociales, simbólicas o psíquicas; campos y
relaciones; o “causas” que pueden estar separadas de los “efectos” por continentes o siglos. La
historia crítica re exiona sobre sus propias condiciones de posibilidad social e histórica. Especi ca
los supuestos teóricos, las orientaciones y las implicaciones de sus a rmaciones. Elabora la apuesta
mundana de su intervención.

III.3 La historia crítica cuestiona e historiza la epistemología realista que subyace tanto al empirismo
histórico como al racionalismo losó co. Reconoce que la historia inductiva es simplemente la otra cara
de la losofía deductiva a la que se opuso la historia profesional desde su inicio. Cada una, aunque
sea diferente, separa el ser del saber, el mundo del pensamiento, la verdad de la historia. Tampoco
cuestionan la relación subyacente entre la realidad social y los marcos, categorías, métodos y
epistemologías (socialmente producidas, históricamente especí cas) a través de las cuales entender
esa realidad (ya sea de manera inductiva o deductiva). La historia crítica apunta más allá de la falsa
oposición entre la inducción empirista y la deducción racionalista, y la descripción historicista y la
abstracción transhistórica.

III.4 La historia crítica reconoce que todos los “hechos”, como siempre, están ya mediados, a las categorías
como sociales y a los conceptos como históricos; la teoría es mundana y los conceptos hacen trabajo
mundano. En tanto los “hechos” se equiparan con la “verdad”, los historiadores emplean una
contradicción lógica porque las lógicas inductiva y deductiva implementadas implican un concepto
permanente e inmutable de “verdad” que es antitético con las premisas incluso de las nociones más
conservadoras de la historia: cambian con el tiempo. El adiestramiento en teoría e historia crítica
permite a los historiadores reconocer tal contradicción. Esto los obliga a confrontar la forma en que
lo que constituye los “hechos” en un argumento histórico está relacionado con las condiciones

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sociales, las circunstancias del historiador y el rango de preguntas aceptables al pasado en un


momento dado en el tiempo.

III.5 La historia crítica reconoce que toda referencia al contexto (como índice de signi cado) es en sí misma
un argumento sobre las relaciones sociales y los arreglos que no pueden presumirse y deben
elaborarse. El contexto nunca es algo únicamente dado ni es evidente por sí mismo; el contexto
siempre plantea tantas preguntas como pueda parecer resolver.

III.6 Los historiadores críticos son autore exivos; reconocen que están implicados psíquicamente,
epistemológicamente, éticamente y políticamente en sus objetos de estudio:

a) psíquicamente , los historiadores deben reconocer y tratar de trabajar, en lugar de simplemente


actuar, con sus inversiones inconscientes en su material;
b) epistemológicamente, puede haber profundas relaciones estructurales entre los conceptos, marcos
y métodos analíticos (producidos socialmente) utilizados por los historiadores y el mundo social que
se analiza; cada obra de historia implica o promueve una comprensión particular de las relaciones
sociales y la transformación histórica;
c) éticamente, los historiadores tienen una responsabilidad hacia -son de alguna manera responsables
ante – actores e ideas, así como sus legados y su vida posterior, que analizan;
d) políticamente, las obras de la historia son actos mundanos que a rman o cuestionan las
concepciones del sentido común y los arreglos existentes, abordan las contradicciones sociales y se
involucran implícitamente o explícitamente con las luchas en curso.

III.7 La historia crítica es una historia del presente que vincula el pasado con el presente dinámicamente,
reconoce tanto el carácter persistente o repetitivo del pasado en el presente como el carácter no
necesario de los pasados presentes y los presentes pasados, ya sea a través de líneas genealógicas,
retornos extraños, trazas inquietantes y fuerzas espectrales, o contradicciones no sincrónicas dentro
de un momento intempestivo.

III.8  La historia crítica busca no solo dar cuenta y, por lo tanto, desnaturalizar, los acuerdos
existentes. Busca desa ar la lógica misma del pasado y el presente, ahora y entonces, aquí y allá, de
nosotros y de ellos, de los que dependen en gran medida tanto la historia disciplinaria como el orden
social real.

III.9 La historia crítica busca intervenir en debates públicos y luchas políticas. Pero en lugar de buscar
colaborar con el poder como expertos especializados, cuestiona la reducción del pensamiento a la
erudición, de los académicos a la especialización, así como la idea misma del gobierno de los
expertos.

III.10 La historia crítica tiene como objetivo comprender el mundo existente para cuestionar lo dado de
nuestro presente a n de crear oberturas para otros mundos posibles.

CODA: EL OMBLIGO DEL SUEÑO.

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Si consideramos al historiador como un intérprete de los sueños, vemos que aquellos que buscan
darle un sentido literal al sueño, presentándolo de una manera cronológica, realista y evidente, son
reconocidos y recompensados. Pero aquellos cuyas indagaciones conducen al oscuro ombligo del
sueño, al lugar donde las narraciones y la interpretación dejan de tener sentido convencional, son
ignorados o rechazados. El peligro de un gremio tan disciplinado es que la organización del
signi cado solo permita una estrecha franja de interpretación que siempre esté alineada con lo que
ha ocurrido antes, con lo que ya “tiene sentido” (es decir, el sentido común). Las estructuras de la
temporalidad, la política o incluso la identidad que no se ajustan a lo convencional se descartan o
nunca se ven. El historiador equipado con antecedentes teóricos está en sintonía con el ombligo del sueño,
con los lugares donde la historia tiene y no “tiene sentido”, y esta es la apertura a la innovación política e
interpretativa”.

Theses on Theory and History, de Ethan Kleinberg, Joan Wallach Scott y Gary Wilder.  Creative
Commons Attribution-NoDerivatives 4.0 International License.

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