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Construcciones poéticas vikingas: las kenningar

A menudo, como escritor, uno debe tomar múltiples decisiones antes de enfrentarse
al folio en blanco (o a la pantalla blanca con un cursor parpadeante). Escoger entre
la primera persona o la tercera persona es una de las decisiones más cruciales, pues
de ello depende todo el tono de la historia. Pero a otro nivel, podríamos llamarlo
estilístico, también resulta decisivo el tipo de vocabulario y las metáforas que uno
está dispuesto a emplear.
¿Frases con gran carga lírica o lenguaje sencillo? Entre estos dos extremos, entre
la corrección formal y la pura diarrea oral, existen muchos puntos intermedios, por
supuesto. Uno no está obligado a trazar frases esbeltas como un Praxíteles,
esperando que sean esculpidos en mármol, o, por el contrario, pergeñar fealdades
que epaten y escandalicen al público burgués y filisteo. Se pueden hacer ambas
cosas a la vez, en un maridaje bello-feo, o simplemente uno puede decantarse hacia
uno u otro extremo sin radicalismos, según el efecto que se pretenda conseguir.
Aunque existen algunos ejemplos donde el autor decide perderse en un lenguaje
simbólico, preñado de poesía, donde todo se percibe a través de una lente
amplificadora, curva o convexa.
Me saltaré de largo las greguerías de Gómez de la Serna (donde un reloj de arena
es una copa de desierto), por ser bien conocidas por todos, e incidiré en las
kenningar islandesas.
Las kenningar, que eran adoradas por Borges (Nueva antología personal-Las
kenningar, Editorial Bruguera) son construcciones poéticas que abundan en las
sagas y los poemas épicos que forman parte del cuerpo literario medieval islandés y
noruego: metáforas idiosincrásicas con las que los vikingos describían la realidad.
Cundieron en el año 100. Las kenningar son conocidas en toda la poesía germánica
pero sólo los escaldas (poetas cultos escandinavos) las usban y desarrollaban
constantemente. Por ejemplo, para referirse a la lengua decían “espada de la boca”;
El mar era el “prado de la gaviota”; la espada era la “vara de la ira”; el barco era el
“potro de la ola”; los ojos eran las “piedras de la cara”; el pecho era el “asiento de las
carcajadas”; el río era la “sangre de los peñascos”; el guerrero era el “teñidor de
espadas”; el corazón era la “piedra del brío”; las cejas eran los “cortinajes del rostro”;
la poesía era el “licor de Odín”; el brazo o la mano eran el “trono del halcón”; el viento
era el “lobo de los cordajes”; la cerveza era “la marea de la copa”; los dientes eran
“los riscos de las palabras”.
En el Háttatal (El recuento de estrofas) de Snorri Sturluson, las kenningar se dividen
en tres grados. El primero se le denomina kenning, al segundo tvíkent y al tercero
rekit. Un kenning es la parte menor constitutiva de una kenning. Por ejemplo, se le
puede llamar a la batalla “el fragor de los dardos”; o al aire, “casa de los pájaros”.
Estos dos casos son kenningar simples. En cambio, en un tvíkent o doblado, se usa
otra figura retórica adicional para doblar el kenning. Así, “la llama del fragor de
dardos” no se le llamará a la batalla, sino a la espada. Cuando se continúa con más
asociaciones, se dice que es proseguido, o rekit.
Un ejemplo de texto construido con kenningar podría ser precisamente de Sturluson,
de la Saga de Egil Skallagrímsson:
Pero me es hostil / el dios que destila / dulce licor de malta, / agrio su corazón; / ya
no puedo erguir / mi cansada cabeza, / no puedo tener firme / el carro de la razón.
Donde aparece las siguientes kenningar: “El dios que destila” (Odín); “Dulce licor de
malta” (poesía); “El carro de la razón” (la cabeza).
Otro más, un verso de los muchos interpolados en la Saga de Grettir:
El héroe mató al hijo de Mak;
Hubo tempestad de espadas y alimento de cuervos.
Las kenningar también se usan en la modernidad. Como curiosidad, quizá poca
gente sepa que todos los títulos de la saga de fantasía épica Canción de hielo y
fuego, de George R. Martin, son kenningar. Por ejemplo: Festín de cuervos (un
cadáver) o Tormenta de espadas (una batalla). El título de El señor de los anillos, de
Tolkien, también parecería ser una kenningar: un señor de los anillos era un rey, no
porque llevara un puñado de anillos en sus dedos, sino porque los príncipes nórdicos
obsequiaban anillos como recompensa por triunfos militares a sus lugartenientes.

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