Está en la página 1de 255

La  presente  obra  está  sujeta  a  los  derechos  derivados  de  la  Ley  de  Propiedad  Intelectual.

  La 
FBVMC  ha  intentado  localizar  a  sus  titulares,  herederos  o  causahabientes  del  autor,  y  a  la 
editorial  donde  fue  publicada,  pero  el  resultado  ha  sido  infructuoso.  Si  algún  usuario  de  la 
BVMC  tiene  noticia  de  la  existencia  de  los  titulares  de  estos  derechos,  le  rogamos  que  se 
ponga en contacto con nosotros para proceder a solicitar las correspondientes autorizaciones. 
T E A T R O M E X I C A N O

FRANCISCO NAVARRO

EL MUNDO SIN DESEO


Y
OTROS DRAMAS

LA SENDA OBSCURA
TRILOGÍA
EL CREPÚSCULO

BSPASA-CALPB, S. A. * Madrid, Z935


B8 F B O P I B D A D
B n o m d H todos IOÍ ÉBIfcfli
derapnontaolOD»traducción y
adaptuMn.
Copyright 1935 by Famtooo
A'avami.

:..,;. ; . • k . t- CALFB, S. A., Bit» BOM* 20.—MADBZD


ÍNDICE

Página

EL mono u n DEMD • 5
Prologo 7
Acto primero. 11
Acto segando. 38
Acto tercero B3
L * HECDA OBSCDBA 68
Acto primer» 65
Acto segundo. 88
Acto tercero 101
TBXLOQLI:
La ciudad 119
Bl mar 187
La montada „ 187
EL CREPÚSCULO 187
Prologo 181
Acto primero. 187
Acto «gando « 200
Acto tercero 281
EL MUNDO SIN DESEO
FANTASÍA EN TRES ACTOS Y UN PROLOGO
Estrenada en el teatro de la Comedie, de la Habana,
la noche del 19 de junio de 1931
REPARTO

PERSONAJES DEL PROLOGO

LA MUJER Antonia Herrero.


E L HOMBRE DE MARTE. Jesús Tordesillas.
E L HOMBRE DE LA TIERRA Guillermo de Mancha.

PERSONAJES DE LA OBRA

MARÍA Antonia Herrero.


E L GRAN JEFE MONGOL KALÍN. Guillermo de Mancha.
A-4, EL PADRE José López Ruis.
F-2, EL Huo. Jesús Tordesillas.
H-5, LA HIJA Ana Jurada
KDÍ-FÚ. Carlos Cervantes.
G-8, PRISIONERO DE KALÍN..... Fernando de Granada.
M-3, FUTURA MUJER DE F-2 Aurora Garda Alonso.
AERONAUTA 1.". Enrique Salvador.
AERONAUTA 2.*. Roberto Navarro.
OFICIAL. Antonio Rodrigo.
EMPLEADO. José Gonzalo.
SOLDADOS
PROLOGO

El Espacio.
Al fondo, délo negro, tachonado de estrella*. Al lado
derecho, en una plataforma bastante amplia, un hom-
bre sentado, en actitud profundamente meditativa.
Reflector que lo ilumina, dejando en la obscuridad
la escena.
Entra una mujer, al parecer huyendo.

LA MUJEB. ¡Oye! ¡Despierta! ¡Mírame! ¡Tengo


miedo!
ELH.DEM. ¿Qué deseas?
LA MUJEB. Tu ayuda.
ELH.DEM. ¿Contra quién?
LA MUJEB. ¡Contra un hombre! ¡Me persigue!
EL H. DE M. ¿Por qué? ¿Qué desea de ti?
LA MUJEB. ¡Me ama!
E L H . DE M. ¿Y tú?
LA MUJEB. Le odio.
ELH.DEM. No te comprendo. ¿Qué quieres decirme?
LA MUJEB. (Abrasándose a él.) ¡Caua! ¡Calla!
¡Allí viene! ¡Míralo!
8 F¡-añasco Navarro
(Un hombre entra corriendo y al ver
el grupo ee detiene. Su respiración es
agitada. ¿lera una espada en ¡a mano.)

ELH.DÉLAT. ¡Al fin, ya eres mía! ¡Ven aquí!


LA MUJER. I NO!
EL H. DE LA T. He seguido tus pasos desde muy lejos.
Es inútil que trates de escapar.
LA MUJER. I NO quiero I i Déjame!
EL H. DE LA T. I Es tu destino!
LA MUJER. I Mi destino lo he marcado yo misma!
EL H. DE LA T. Pero puedo torcerlo yo.
EL H. DE M. ¿Qué quieres?
EL H. DE LA T. ¡La felicidad! {Mi vida!
EL H. DE M. NO están aquí.
EL H. DE LA T. ¡Si, en esta mujer que me pertenece!
EL H. DEM. ¿Estay no otra? i Hay tantas!
ELH.DÉLAT. ¡Esa, precisamente! ¡Es mía!
LA MUJER. {Mientes!
EL H. DE M. Calla.
EL H. DE LA T. Devuélvemela.
LA MUJER. Te odio.
ELH. DE M. Ya lo has oído.
EL H. DE LA T. No me importa su odio.
LA MUJER. ¡Vete! (Vete de aquí!
ELH.DEM. (Irguiéndose.)- ¿Por qué vienes a tur-
bar la paz de mi silencio?
EL H. DE LA T. ¡Estás en nuestro camino!
EL H. DE M. ¿ Qué significa esta lucha?
EL H. DE LA T. Un hombre y una mujer frente a frente.
Las pasiones que se encienden.
E L H . DE M. ¿Qué quiere decir esa espada?
EL H. DE LA T. Esta espada significa la muerte. Yo amo
a esa mujer. Ella me odia. Eso es todo.
El mundo sin deseo 9
EL H. DE M. No te comprendo.
EL H. DE LA T. ¿Por qué?
EL H. DE M. Mi alma es transparente como la luí; la
tuya es obscura como la noche.
EL H. DE LA T. A pesar de eso, debes comprenderme.
Eres hombre como yo.
ELH.DEM. Hay un abismo que nos divide. No sé
qué quieres decir.
LA MUJER. YO viviré en tu compañía.
ELH.DEM. ¿TÚ?
LA MUJER. YO podré descifrar sus palabras.
ELH.DEM. NO quiero comprenderlas.
LA MUJER. Seré para tf la revelación de un mundo
nuevo. Lo conocerás a través de mi alma.
EL H. DE LA T. ; No! ¡No la escuches! i Recuerda que ella
es capas de odiar!
LA MUJER. I Y tú de matar!
ELH.DEM. ¡Silencio! A mi alrededor deseo la paz.
EL H. DÉLA T. Devuélveme a esa mujer y quedarás tran-
quilo.
EL H. DE M. No puedo.
EL H. DE LA T. ¿ Por qué?
ELH.DEM. Ella ha buscado refugio en mf y estoy
obligado a dárselo.
EL H. DÉLA T. I Cuidado I Puedes arrepentirte.
ELH.DEM. ¡Nunca!
EL H. DÉLA T. I Ella lleva en au alma mil dobres diver-
sos que te puede inocular!
ELH.DEM. No conozco el dolor ni te temo.
EL H.DÉLA T. Pertenece al mundo de loa míos. Tú
tas muy lejos de ella.
EL H. DE M. A pesar de todo.
EL H. DE LA T. ¿NO accedes?
ELH.DEM. ¡No!
10 Francisco Navarro
EL II. DE LA T. ¿No tienes miedo?
EL H. DE M. i A tí? Te desprecio.
ELH.DÉLAT. Entonces...
(Se aproxima lentamente, con la mira-
da fija en EL HOMBRE DE MARTE,
que lo sopera tranquilo, do pió, con la
cabeza erguida, mientras a sus pies es
arrodüTa LA MUJER, que se abrasa a
ól buscando protecciónJ

TELÓN
ACTO P R I M E R O

La noche, en el planeta Marte, ano 9500 de nuestra Era.


La estancia es alto, de lineas recta», con una gran ven-
tana de cristales al fondo. El cielo es negro, límpido,
sin nubes, constelado de puntos brillantes. Las de-
coraciones, lo mas modernas y sintéticas posible. El
cubismo puede ser empleado discretamente, usando
siempre colores apagados y obscuros.
Por su mayor distancia del sol que Ja de nuestro planeta.
Marte recibe menos luz y menos calor y es ilu-
minado por «na luz amulada, un poco difusa, mu-
cho más débil que la de nuestro globo, en la cual los
personajes se mueven como sombras, rodeados de
cierta vaguedad en los perfües. Los habitantes de
Marte, cuya conformación física es igual a la nues-
tra, usan trajes de malla, perfectamente ceñidos ai
cuerpo, de color negro, sin un adorno. Llevan la ca-
beza cubierta por una prolongación del mismo traje,
dejando visible solamente la cara y las manos, que
son de un color de plato, de reflejos metálicos.
No conocen los nombres cristianos, y para designar a
las personas emplean los números.
F-s, alto, hermoso, joven, ve cuidadosamente a troves
de un telescopio, y con un aparato de radiotelegrafía •
envia un mensaje. A su lado está un aparato de tele-
visión y teléfono. En las paredes de los lados hay ta-
bleros con indicadores de velocidades, distancias, ter-
mómetros, relojes y foquüTos eléctricos. El ruido
12 Francisco Navarro
peculiar del aparato transmisor se escucha claramen-
te. Pausa.
Entra su padre, A-4, que es un hombre vigoroso, a pe-
sar de sus sesenta años marcianos*

CUADRO PRIMERO

A-4. ¿Pudiste?
P-2. Sí.
A-4. Al fin. Hacia ya dos días que no podíamos
comunicarnos con ellos.
F-2. Me dicen que están pasando una gran cri-
sis, hay hambre en una región muy extensa,
pero esperan hacerla desaparecer en diez
días más.
A-4. Y sobre la guerra, ¿cuál es el último bo-
letín?
F-2. El de las veinte horas. En Europa hay ham-
bre. Ese continente se despuebla rápida-
mente, acotado por la guerra y las epide-
mias. Asia está estallando; su población ya
no cabe dentro de sus fronteras y ha inva-
dido a Europa y América, a pesar de la re-
sistencia desesperada que le hacen. El día
de ayer murieron dos millones de mongoles
frente a Nueva York. Tokio se defiende to-
davía, a pesar de estar sitiado por todas
partes. Australia se prepara a hacer una
resistencia desesperada; pero llegará un
momento en que la inundación sea más
fuerte que el dique, y entonces...
A-4. Me temo que no dejen piedra sobre piedra.
F-2. ¿Has visto las últimas fotografías de la en-
trada de los mongoles en Londres?
El mundo ata deseo 13
A-4. No.
F-2. Laa recibí esta mañana. Fíjate con qué ra-
bia luchan; parecentoboshambrientos. Mira
esta otra del incendio de la ciudad. Es ho-
rrible, ¿no es cierto?
A-4. Si.
F-2. Y este bombardeo de tos mongoles por los
aviones ingleses. Mueren a millares; pero
no cejan, no cejan.
A-4. El hombre que en la Tierra inventó las
fronteras echó, sin saberlo, los cimientos de
las mas grandes catástrofes. De aquí para
acá, yo solamente. De esa línea al norte, tú
solamente. Si yo pretendo entrar a tu terri-
torio para aprovechar los ríos, los canales,
las minas, me espera la muerte. Si tú tratas
de Imponer una idea que crees mejor que las
mías, te recibiré a canonasos. T, a pesar de
eso, creen que están muy adelantados... Al-
gunas veces me parece que en la Tierra to-
dos están tocos.
F-2. ¿Y esa organización de la propiedad? Na-
die hubiera podido imaginar entre nosotros
algo más complicado y desastroso. Mío,
tuyo, ¿por qué? ¡ l a propiedad! Concepto
de pueblo salvaje.
A-4. Hace cien mil años, cuando nosotros les hi-
cimos las primeras señales por medio de un
aparato de radio muy elemental, ese plane-
ta se encontraba deshabitado. Es un pueblo
niño al lado de nosotros.
F-2. En to único en que nos aventajan es en el
arte de destruir.
A-4. i Ah!, en eso tienen una gran habilidad. Lo-
14 Francisco Navarro
graron inventar d avión cohete, capai de vo-
lar cinco mil kilómetros por hora, solamen-
te para matarse con mas rapidez y efectivi-
dad, i Y lo están perfeccionando! No me
extrañaría que alcanzaran velocidades mu-
cho mayores. Comparados con ellos somos
un pueblo ridiculamente pacifico. ¡No cono-
cemos las armas!
F-2. Pero, en cambio, hemos logrado hacer des-
aparecer las enfermedades.
A-4. (Transición.) Y aquí qué hay, ¿nada?
F-2. Notici as sin importancia. Estadísticas, cons-
trucciones, laboratorios. Ya sabes que aquí
nunca pasa nada.
(Entra en escena Mm8, muchacha dé gran
beUssa.)
M-3. ¿Muy ocupados?
F-2. I Hola, qué sorpresa!
A-4. Cuánto gusto en verla.
M-3. ¿ Vamos a pasear ? El tiempo está espléndido.
F-2. Si, es verdad; pero hoy no podré acompa-
ñarte.
M-3. ¿Por qué?
F-2. Tengo que esperar d segundo comunicado
de Júpiter, y d dejo esto en manos de los
empleados todo se echará a perder.
M-3. ¿Y entonces?
F-2. Irás tú sola.
M-3. ¿Cuándo tendrás un momento de libertad
para acompañarme? En los diez días que
tenemos de conocernos una sola ves has pa-
seado conmigo. Estas resultando un poco
aburrido.
£71 mundo ain deseo 15
F-2. No te enfades. Te prometo reuninne contigo
dentro de dos horas.
M-3. No, gracias.
F-2. ¿Por qué no?
M-3. (Que ee ha quedado peneativa.) Mira, te
voy a proponer ana modiflcadóa en el con-
trato de vida en común que vamos a firmar.
En lugar de cinco años, que sean tres sola-
mente.
F-2. ¡Cómo! ¿Es esto un motivo suficiente para
acortarlo?
M-3. Naturalmente.
F-2. Pero...
M-3. Te ruego aceptes mi proposición.
F-2. Cinco años se pasan en un momento.
M-3. No puede ser, lo he pensado bien. Además,
cinco anos son muchos afios para tener que
estar unida a un solo hombre. Me gusta...
variar.
F-2. A mi también. Si a las mujeres les gusta
variar, a nosotros con mucha mayor razón.
M-3. Tres afios. Ni un día mas.
F-2. Se conoce que estás un poco nerviosa.
M-3. ¿Ya lo has notado? ¡Qué talento tienes!
F-2. Las amigas, las amigas son las que te han
aconsejado tal cosa. Te dejas llevar por la
primera opinión que escachas. No tienes
criterio propio.
M-3. ¿Usted ha oído? ¿Usted ha oído lo qae me
ha dicho? ¿Estudiarfilosofíadiez afios para
que vengas tú ahora a decirme que no tengo
criterio?
A-4. No se exalten, por favor.
M-3. Tú sabes que yo soy una mujer sana, inte-
16 Francisco Navarro
1 i gente; que, según los estudios que han he-
cho en mi, puedo tener hijos especialmente
aptos para el periodismo, la química y la
navegación. Los antecedentes de mis padres
son perfectos, ni una sola enfermedad en
tres generaciones. Mis nervios, además, son
normales. Por mi parte, yo sé que tú eres el
tipo de hombre especialmente formado para
adaptarse a mi carácter y a mi manera de
ser, por eso te propuse la unión por cin-
co años.
F-2. De lo cual ahora te arrepientes.
M-3. i Naturalmente!
F-2. fSonriéndose.J Me parece a mí que los mé-
dicos que te examinaron se han equivocado.
M-3. . ¿En qué?
F-2. Al decir que tu sistema nervioso es per-
fecto.
M-3. Yo creo que no vas a querer enmendar el
diagnóstico de tres médicos famosos.
F-2. (Irónico.) Ellos lo dicen por el examen. Yo
lo digo por lo que veo. ¿ Quién tiene razón ?
M-3. i Los médicos!
A-4. Lo único que mi hijo desea es adaptarse un
poquito a sus costumbres, conocer todas esas
pequeneces que los médicos no pueden se-
ñalar en un examen.
(Suena un timbré. F-2 va al aparato dé ra-
dio, Bé coloca los audífono* y escribe rápi-
damente en un papel.)
A-4. ¿Quién esT
F-2. La Tierra.
A-4. ¿Qué dice?
El mundo sin- deseo 17
F-2. Un momento.
M-8. i Qué aburrido es esto!
A-4. Dile que envíe fotografías.
F-2. Sí, al.
A-4. Hay momentos en que tenemos calma, pero
luego nos llaman de den partes a la ves.
M-3. Ea un trabajo un poco aburrido, ¿no ea
cierto?
A-4. iSi viera usted que no! Nosotros conocemos
antes que el resto de Harte lo que pasa en
el Universo. Es una labor que requiere agi-
lidad, concentración.
F-2. Ya están aquí. Obtuvieron un éxito notable
con la aplicación de los rayos ultravioleta
en los campos de cultivo. La mortandad fué,
según ellos, bajlsima, pues solamente mu-
rieron cuatrocientas mil personas.
M-3. ¿De qué?
F-2. De hambre. Las inundaciones lo destroza-
ron todo.
A-4. ¿Y las fotografíasT
F-2. En el laboratorio.
A-4. ¿ No quiere usted verlas ? Son muy curiosas.
M-8. Para mi no tienen ningún interés. Ver esos
hombres con pelos en la cara me produce

A-4. Ah, son seres muy interesantes. Tienen un


patrón de cambio, que se llama moneda, por
medio del cual le dan valor a todo, a todo,
figúrese usted: desde un vaso de agua has-
ta la vida de una persona. Desde un ani-
mal hasta la característica que el hombre
debe conservar siempre: la sinceridad.
M-8. A mi me gustarla mucho mas hacer un via-
I
18 Francisco Navarro
je de ocho días alrededor del planeta. ¡En
ocho días se pueden ver tantas cosas! ¿Me
llevarás?
F-2. Quisa, es posible.
M-3. ¡Qué delicia patinar en los Polos! ¡Bañar-
me en los ríos del continente septentrional!
¿No te gustarla?
F-2. Mucho.
M-3 i Y ver el desdoblamiento de los canales! ¡Es
un espectáculo maravilloso! A la calda de
la tarde se van abriendo poco a poco hasta
que un canal queda convertido en dos bra-
zos de agua.» ¿Iremos?
F-2. Sí. Sf.
(Entra H-5, rubia, ágil, nerviosa, hija
deA-4J
H-5. Buenas noches.
A-4. ¿De dónde vienes?
H-5. Fui a pasar unos días al Polo Sur. No te-
néis idea lo divertida que he estado. Nos ba-
ñamos en el Lago Negro, patinamos, salta-
mos, reimos, de todo... ¿Y vosotros? ¿Qué
hacéis aqui? {Tenéis unas caras de abu-
rridos!
M-S. Tu hermanito, que no vive más que para
el radio.
H-5. Mi hermanito ha sido siempre una cala-
midad.
M-3 Qye, tú debes de venir con la maleta llena de
los últimos chismes; cuéntanos algo.
H-5. |Curiosa! Os contaré no un chisme, sino
un hecho que causó mucha extrañeza a
todos. Una mañana apareció un hombre que
El mundo oin deseo 19
clamaba por que se erigiese un templo al
Autor del Universo. Decía que era una fal-
ta muy grave el que Dios no tuviese un
lugar para ser adorado en comunidad, en
todo Marte. Pero a todos nos pareció esta
idea completamente inútil. Sabemos que
Dios existe, nuestros metal laicos han com-
probado su existencia: cada uno lo lleva
dentro de su corazón. En la escuela nos han
ensenado a amarlo y a obedecerlo según
nuestra condénela. Cualquier templo que se
construyese, aun el mas grandioso, seria
pequeño y pobre para albergar la idea de
Dios. ¿No os parece?
A-4. Sin embargo, en otros plsnetss no piensan
como nosotros. La Tierra está cubierta de
Templos.
¡IT5. Pero en su construcción ha intervenido tam-
bién el amor a la belleza. Seria imposible
encontrar en Marte un hombre que pu-
diese levantar un monumento como la Ca-
tedral de San Pedro en Boma. Y, además,
¿para qué?
M-3. (Aburrida.) Eso no tiene ningún interés.
Cuéntame otra cosa.
(Entra un empleado can torios boletines
en la manoJ
EMPLEADO. Las últimas noticias de Saturno. ¿Dónde
pongo estos boletines?
F-2. Haga el favor de dármelos. (El empleado
sale.) Lo siento muchísimo, pero ya ven:
tengo que ponerme a trabajar. Podéis es-
20 Francisco Navarro
perarme en el restaurant de abajo. Papá os
acompañará.
M-3 No tardes, por favor.
F-2. Iré, te lo prometo.
M-3. Hasta luego.
F-2. Adiós.
f Salen todos meno» F-t. So pono loo audí-
fonos y principia a transmitir los boleti-
nes con ol aparato do telegrafía inalámbri-
ca. Lleva algunos momentos dedicado a su
labor cuando suena el timbre. Se vuelve a
la pitarra iluminada del aparato do televi-
sión y ve atentamente, contestando al mis-
mo tiempo una comunicación telefónica.)
F-2. Sf... Estación Central de Información...
¿Cómo? ¿Acuatizaron cerca del Polo?
¿Cuántas personas son?... jAh!...¿Muertos
de frío?...¡Ahí... Enríe las fotografías del
avión-cohete y que transporten inmediata-
mente esas personas a la Estación... ¿Una
mujer?... Bueno... Pronto, envíelas. (Cor-
ta la comunicación, se pone en pie y sopa-
sea a grandes pasos por la habitación. Toca
un timbre y ss presenta el empleado.)
F-2. (Lleno de profunda emoción.) ¿Sabe us-
ted lo que acaba de pasar en este instante?
EMPICADO. NO. ¿Qué?
F-2. ¡Los primeros viajeros de la Tierra acaban
de llegar a Marte!
EMPLEADO, I Cómo!
F-2. Anote usted: día veinticinco del onceavo
mes del año 960800. A las diecinueve horas
y treinta y tres minutos.
El mundo sin doñeo 21
EMPLEADO. (Despuia de anotar.) ¡Es posible!
F-2. Recibí en este momento el informe. Son dos
hombres 7 una mujer, a quienes tuvieron
que dar masaje porque estaban casi hela-
dos. No están acostumbrados a la atmósfe-
ra de Marte, mucho más fría que la de la
Tierra. El resto de la tripulación murió en
el camino.
EMPLEADO. ¡ES asombroso!
F-2. Prepon» usted la comunicación con Nueva
York para darles inmediatamente la noti-
cia. Allá deben de tener gran interés en co-
nocer el final del viaje. ¡Pronto!
EMPLEADO. Si, si. (Sale).
(F-2 ee queda pensativo. Va nuevamente al
aparato de radio y principia a transmitir.
De pronto ee escucha un rumor, que va
aumentando en intensidad, producido por
los voces de varias personas, hasta que ee
hace perfectamente perceptible.)
EMPLEADO. Allí están.
F-2. Que pasen todos.
(Penetran una mujer y dos hombres, en-
vueltos en abrigos de pioles, con botas de
cuero hasta las rodillas, tiritando de frió.
Los dos hombree son barbudos, altos, fuer-
tes. Ella es morena, de pelo negro y ensor-
tijado, ojos ardientes, boca voluptuosa. Pa-
rece tena gitana. Todo su tipo, de una beüe-
sa extraña, es de un atractivo irresistible.
F-2 recorre con la mirada a las viajeros y
detiene sus ojos en eüa, a la que ve asom-
brado, mudo de emoción. Pausa. >
22 Franeúeo Navarro
F-2. i Ustedes ! i De la Tierra!
AERON. 1/ Sí.
F-2. i Hombres como nosotros!
AERON. 1.* (SonriendoJ En todo.
F-2. ¿Mucho frío?
MARÍA. Mocho, muchísimo. iPero, en cambio, nos
sentimos tan ligeros! Pesamos aquí menos
de la mitad en comparación con nuestro
peso en la Tierra.
F-2. ¿Es muy rápido el proyectil?
a
AERON. 1. Está impulsado por energía intraatómica
y vuela a razón de quince mil kilómetros
por hora. Con una velocidad menor no hu-
biésemos podido vencer la atracción de la
Tierra.
AERON. 2.* Empleamos seis meses y veintiún dfaa en
llegar a Marte. La atracción del Sol nos re-
trasó mucho.
F-2. ¿Cuantas personas salieron?
AERON. 2.* Veinte hombres y veinte mujeres. El resto
murió de escorbuto y de frío.
MARÍA. Este viaje estaba en la mente de todos des-
de que los aviones-cohetes y la energía in-
traatómica conquistaron velocidades nunca
imaginadas por el hombre de la Tierra. An-
tes de la guerra habían tratado de salir cin-
co proyectiles más y todos fracasaron.
AERON. 2.* Salimos de Viene durante el sitio de los
mongoles, tratando de escapar al hambre
que se aproximaba y con el deseo de con-
sumar una de las aspiraciones más grandes
y más antiguas del hombre: la comunicación
interplanetaria.
F-2. ¿Y los cadáveres?
El mundo ai* deaeo a
AEBON. 2." Arrojados al espado.
MARÍA. El viaje fué horrible. Seis meses viviendo
en nn proyectil perdido en el Universo, con-
quistando loa mi ñutos a la Muerte, viendo
cómo nuestros compañeros caian uno a uno.
Dos meses después de nuestra salida de la
Tierra, el aparato de radio ya no funciona-
ba. Esa liga que nos unía a loa nuestros
desapareció y nos sentimos completamente
abandonados a nuestras fuerzas. Hubiése-
mos querido comunicarnos, aunque fuese
con nuestros enemigos. A esa distancia ya
eran todos iguales para nosotros.
F-2. i Encontraron aire en todo el trayecto?
AEBON. 2." Sí, no nos faltó nunca. Ademas, el proyectil
que nos trajo está casi todo ocupado por cá-
maras de aire tomado en la Tierra al nivel
del mar.
F-2. ¿Y los alimentos?
AEBON. 2." Traíamos para doa afioa. El avión tiene ca-
pacidad para cinco mil toneladas.
F-2. ¿Fué fabricado para hacer este viaje?
a
AEBON. 2. Si; pero durante la guerra se pensó em-
plearlo en bombardear el territorio ene-
migo.
F-2. Con magníficos resultados, desde luego.
a
AEBON. 2. No padimos hacerlo porque el almacén de
municiones de Viena hizo explosión, y en-
tonces, desesperados, convencidos de que el
mundo entero estaba en poder de nuestros
enemigos y ansiosos de huir del hambre y
de la muerte, nos lansamoa al espacio una
mafiana, después de haber hecho loa pre-
parativos en secreto.
Francisco Navarro
F-2. ¿No trataron de detenerlos7
AERON. 2." Debido a la velocidad del proyectil-cohete,
los mongoles no pudieron destruirnos.
F-2. I Qué audacia! ¡Son ustedes unos valientes!
AERON. 1.* (Gracias.
AERON. 2.*
F-2. (Al EMPLEADO.) Lleve estos señores a
los departamentos del piso 95. (A los
AERONAUTAS.) Después completaremos
el informe del viaje.
(Salen todos menos F-i u MARÍA.)
F-2. ¿Desea usted comer algo?
MARÍA. Agua, por favor; tengo mucha sed.
F-2. (Le da un vaso ds agua.) Beba.
MARÍA. Gradas.
F-2. Y ahora, ¿qué hará usted?
MARÍA. Acomodarme a mi nueva vida.
F-2. i Qué valor tan grande ha tenido usted para
hacer este viaje I
MARÍA. ¿Valor? No... i Miedo!
F-2. ¿A quién?
MARÍA. A los mongoles, a la muerte.
F-2. Debe de ser horrible la guerra.
MASÍA. Si; muertos, muchos muertos; hambre, en-
fermedades, odio.
F-2. {Cuánto habrá sufrido usted!
MARÍA. Un hombre de este planeta nunca alcanzará
a comprenderlo. (Pausa. MARÍA reclina
la cabeza en la butaca y permanece un mo-
mento en silencio. F-2 la observa atenta-
mente./
F-2. ¿Está usted cansada?
MARÍA. Me siento muy mal.
El mundo sin deseo 25
Me interesa sobremanera lo que me dice;
pero no quiero molestarla con mi curiosidad.
No puedo más.
Descanse, duerma. Mañana nos contará su
vida. ¿No desea usted nada?
Nada. Gracias.
(Nueva pausa. MARÍA cierra los ojo» des-
falleciente. F-2 la cubro con una piel blan-
ca para defenderla do\ frío. Después se
oienta fronte a ella y obeorva con deteni-
miento el rostro, la frente obscurecida por
el pelo revuelto, la boca de labios resocos y
marchitos, los pies pequeños, de mujer me-
ridional. Sin proponérselo, MARÍA emana
sensualidad y atractivo, cuyo aroma ha
turbado un poeo el cerebro frío y razona-
dor del marciano.)

TBLÓN
CUADRO SEGUNDO

Terraza tu d pito cuarenta y cinco do un edificio.


Al fondo, construcciones altísimas con calles a dis-
tintas alturas. La fas pálida y tríete, como de atar-
decer.

M-3. ¿Has visto qué mujer tan extraña?


H-5. Sí; me parece el personaje de un sueño.
31-8. Tiene estigmas de enfermedades que entre
nosotros desaparecieron nace muchísimos
anos.
H-5. Es de la Tierra, un planeta tan atrasado,
que vire en continua guerra.
M-3. j Ella ha visto morir hombres asesinados
por otros hombres!
H-5. Esas luchas me producen la impresión de
batallas entre bestias.
M-3. Es que no tienen mas guia que sus instin-
tos. El cerebro les sirve apenas para apren-
der lo más elemental.
H-5. Es verdad.
M-3. Un hombre mata a otro porque se siente
bajo loa efectos de un líquido que se llama
alcohol. ¡Se matan por una mujer!
H-5. (Admirada.) ¡"Por una mujerf
El mundo ate date» 27

M-3. Si. He leído que tienen un prejuicio que ae


Dama el Honor, al que aon capaces de sa-
crificar hasta la existencia, y loa hombrea
hacen depositaría a la mujer del Honor, de
la honra de la familia.
H-5. I Qué estupidez!
M-3. De allí que cuando una mujer comete lo que,
según ellos, es una falta contra el Honor, la
ley 7 loa hombrea la castigan con gran se-
veridad. En loa países máa atrasados, el
hombre mata a la mujer por una falta de
esas.
H-5. ¿Entonces la vida humana no tiene para
ellos ningún valor?
M-3. Ninguno.
H-5. Eso entre nosotros nunca sucede, ¿verdad?
M-3. Jamás. ¿Cuándo has visto que en Marte un
hombre mate a otro?
H-5. (Después da una pausa.) Yo creo que allí
debe de haber algo que nosotros deacono

M-8. ¿Pero qué puede ser?


H-5. Algo que en nuestro organismo superior, a
través de lentos y sucesivos perfecciona-
mientos, ha desaparecido sin dejar huellas.
M-8. Además, esos hombres que matan, que ae
enloquecen con el alcohol, tienen después
castigos tremendos. Los demás hombrea loa
matan o los sepultan por toda la vida en una
celda.
H-5. Algo he leído yo sobre eso.
M-8. Y, sin embargo, continúa habiendo críme-
nes, guerras y robos, que entre nosotros aon
totalmente desconocidos.
28 Francisco Navarro
H-5. Ea verdad.
(Entran MARÍA y F-2, seguidos por A-A.)
US. ¿Descansó usted?
MARÍA. NO... NO pude. Estoy demasiado nerviosa
para poder dormir.
H-5. ¿Qué le pasa? ¿Qué teme?
MASÍA. ¡Tantas cosas!
F-2. Como ustedes no usan los números, le ruego
decirme qué nombre tiene.
MARÍA. María.
F-2. María... María... Hermoso nombre.
H-5. (Con curiosidad.) Hablemos de su país,
de la guerra.
MARÍA. (Se queda un momento inmóvil, recordan-
do.) Traigo grabadas en el cerebro esce-
nas de dolor que nunca ojos humanos con-
templaron antes. El genio del hombre, pues-
to al sen-icio de la muerte, ha alcansado un
perfeccionamiento inverosímil. No se ven
mas que ruinas, restos de ciudades que hoy
no son sino unas cuantas piedras calcinadas
y humeantes. Después, el viaje, lo descono-
cido, el infinito, el abismo en el que caía-
mos o en el que ascendíamos. ;E1 vacío! No
saber ai nos espera la vida o la muerte.
I Volar, volar siempre, a través de la no-
che, de la luz, de la profundidad... Cuando
loa primeros destellos rojos de Marte fue-
ron visibles a nuestros ojos hubo una ale-
gría tal en el avión como la de aquel que
resucita después de la muerte! Mas tarde
principiaron a dibujarse los continentes, los
mares, las islas, las manchas blancas de los
El mundo sin deseo 29
Polos. Vimos las selvas rojas do estas tie-
rras, sus mares de un color de fuego, como
llenos de sangre, sus ciudades con edificios
de alturas nunca imaginadas por nosotros,
la atmósfera siempre limpia, el cielo lleno
de estrellas aun durante el día. Lo que me
ha sorprendido muchísimo es esta luí opa-
ca, tan débil, parecida a la de un eclipse
en la Tierra.
A-4. Es que nosotros estamos mucho mas aleja-
dos del sol que ustedes.
MARÍA. La impresión que me ha cansado esta lus
diurna es muy grande. Me ha entristecido.
Me parece que aquí no puede haber nunca
la alegría que hay en los países meridiona-
les de la Tierra.
A-4. Es posible.
MARÍA. Como el frió nos mortificaba mucho, a pe-
sar de estar el avión herméticamente cerra-
do, tratamos de amarizar cerca del Ecua-
dor, en donde hay menos frío; pero no nos
fué posible. La velocidad que traíamos, au-
mentada por la atracción de Marte, nos for-
zó a acuatizar muy al norte.
M-3. Cuéntenos algo de esos hombres que matan.
MARÍA. J Ah, los soldados!... ¡No son más que ins-
trumentos!
M-S. ¿ Los hombres convertidos en instrumentos T
¿De quién?
MARÍA. De los fuertes.
M-3. No comprendo.
MARÍA. Hay cosas incomprensibles entre nosotros.
H-5. ¿Y quién guia a los atacantes?
MARÍA. Un hombre monstruoso: Kalín. Cuando sus
80 Francisco Navarro
faenan entraron en el pueblo donde vivía
jo con mi madre, un soldado, después de
una lucha terrible, me tomó prisionera y me
llevó a su cuartel general.
A-4. ¿Por qué?
MARÍA. Me apresaron con un revólver todavía hu-
meante, después de haber matado a dos ene-
migos de mi patria.
F-2. ¡Usted! i Mató!
MARÍA. Si. ¿Usted no seria capas de matar por de-
fender su patria?
F-2. ¿Defender a mi patria? ¿Qué es la patria?
MARÍA. La tierra que le educó a uno, donde todos
hablan el mismo idioma, donde todos se
sienten hermanos.
F-2. Aquí todos hablamos el mismo idioma y no
hay más que un solo país.
MARÍA. ¿Que abarca todo el planeta?
F-2. Si.
MARÍA. I Qué diferente!
A-4. Prosiga usted.
MARÍA. La primera ves que me vi ante Kalin tuve
miedo. Mi instinto de mujer me aconsejaba
estar siempre a la defensiva. Pretendió apo-
derarse de mf con las promesas, con los
halagos; pero cada día me inspiraba mayor
repugnancia. Después... apeló a la fuerza
y me azotó hasta matarme casi.
H-6. | Qué horror!
MARÍA. Al fin, pude escaparme. Mi madre no sé qué
ha sido de ella.
11-5. Y ese Jefe mongol, ¿la amaba a usted?
MARÍA. Me deseaba.
A-4. i El deseo! i Ustedes todavía dependen de él!
El mundo sin deseo 81
H-5. |Ser amada y deseada! ¡Cómo me gustarla
conocer esas nuevas sensaciones I
MASÍA. ¿Nunca ha sido usted deseada por un
hombre?
H-5. Nunca.
MARÍA. (Admirada.) ¡Hombres que no pelearían
por su patria! ¡Mujeres que nunca han sido
deseadas! ¿ Entonces el amor no existe aquí ?
A-4. No.
MARÍA. ¿Y para qué viven? ¿De qué viven?
A-4. Del cerebro.
MARÍA. NO les comprendo.
A-4. Vivimos para la ciencia, para el progreso
social y para engendrar hijos lo más per-
fectos posible. Ese es todo nuestro deber.
MARÍA. ¿Y el arte?
A-4. Nos es desconocido. Somos un pueblo sin
historia. Entre nosotros jamás ha habido
una batalla en la que mueran muchos hom-
bres y de las cuales, según veo, ustedes se
enorgullecen. Construimos solamente para
nuestra comodidad.
MARÍA. ¿Pero puede existir y vivir un pueblo asi?
A-4. Para nosotros esa es la felicidad.
MARÍA. LOS compadezco, porque no han sufrido
nunca.
A-4. ¿Nos compadece usted? (Extrañado.)
MARÍA. Del amor nace el dolor, y del dolor nace la
inquietud del arte. Son tres cosas que se
completan: arte, amor y dolor.
A-4. Palabras que no he visto más que escritas
en los libros.
MARÍA. Cuando llegué a esta ciudad maravillosa,
llena de inquietud, de agitación, de activi-
Fixmcüco Navarro
dad, me dije: |Esto es grandioso! Pero des-
pués empecé a observar las caras de sus
habitantes y todas las que veía eran inex-
presivas, absurdas, sin un reflejo de amor
o de odio en las pupilas. Ahora comprendo.

TELÓN
ACTO S E G U N D O

CUADRO PRIMERO

Habitación dé MARÍA. Muebles dé líneas rectas, so-


brios, aeneSttoa. Florea en alumnos sitios. Libros. Ea
de dio,
MARÍA caté recostada en un diván. Entra F-2, guien
8é détíéne un momento, contemplándola. Después aa
diriga a ella y trata dé levantarle la cabeza.

F-2. Siempre la veo a usted triste.


MARÍA. SÍ. siempre...
F-2. ¿Por qué?
MARÍA. NO puedo huir de mf misma.
F-2. ¿Se ha enterado usted de las últimas no-
ticias?
MARÍA. Si; los mongoles tomaron Nueva York. Lle-
van delante de ellos una fuerza incontrasta-
ble: el odio y el hambre.
F-2. ¿No podrá usted olvidar? Aquí, entre nos-
otros, encontrará usted paz, ya que no la
felicidad.
MARÍA. NO es solamente el recuerdo lo que me ator-
menta.
t
84 Francisco Navarro
F-2. ¿Ama usted a algún hombre de au país?
MASÍA. Amo a una sombra. Ya murió. Turo una
muerte obscura, ignorada, sin heroísmos;
I pero cuanto dolor hubo en ella!
F-2. María... Yo quiero hacerle una confesión.
MARÍA. (Extrañada.) ¿Usted?
F-2. SI, yo... No sé qué emoción tan extraña, que
nunca había sentido, experimento siempre
que me acerco a usted. (Ingenuamente..)
Guando estoy a solas, en mi cuarto, me pre-
• gunto yo mismo qué es esto. Y apelo a to-
dos mis conocimientos, y hago un llama-
miento a todo lo que he leído y estudiado
en los treinta años de mi vida, y no encuen-
tro en ninguna parte la explicación de este
problema.
MARÍA. (Sonriendo.) Es usted un niño.
F-2. Le advierto que me tienen por uno de los
hombres más inteligentes de Marte. Des-
ciendo de una rama de hombres que han
dedicado su vida a la química, a la electri-
cidad y al radio. A pesar de esto, no sé
qué es lo que pasa en mi. Usted, que viene
de otro mundo, quisa pueda explicarme.
MARÍA. ¿YoT
F-2. Siempre habla escogido a la mujer por con-
sejo del Estado. Ahora es distinto, ¿por
qué?
MARÍA. No sé.
F-2. Hace tres meses que llegó usted a nuestro
mundo. Durante toda mi existencia anterior
los días y las noches transcurrían para mí
iguales, sin alteraciones. Observando los as-
tros y dedicado a la comunicación interpla-
El mundo sin deseo 3¡i

netaria, no vela pasar la vida. Hoy todo ha


cambiado.
MARÍA. Entonces...
F-2. ¿Es esto, acaso, lo que ustedes llaman
deseo?
MASÍA. No. Pero... (Transición) ¿y la unión de
usted con esa muchacha?
F-2. M-3 se unió hace un mes con un hombre
que le dará una descendencia de navegantes.
MARÍA. ¡Usar la ciencia para unir a un hombre y
a una mujer I ¡Qué absurdo 1
F-2. María, sin proponérselo, usted ha hecho re-
vivir en mi algo que en mi rasa estaba ex-
tinguido para siempre. ¿Qué es eso? No le
sé; pero tengo la certeza de que ha existido
antes. No creo que un hombre pueda inven-
tar una emoción que nunca ha existido. Al
principio tuve miedo de confesarme este
sentimiento desconocido para mi. No podía
ser. Era echar por tierra la base de nues-
tra civilización.
MARÍA. ¿Y ahora?
F-2. No comprendo ya a este mundo. Me siento
tan lejos de los míos como usted misma.
Hay veces que tengo deseos de huir, de ocul-
tarme, de que no me vean esos hombres de
mirada animal, con afana de máquina. Me
repugna ver unirse a un hombre y a una
mujer porque el Estado pide más construc-
tores, o más médicos, o más traficantes.
Deseo ver una rebeldía en ellos, una revo-
lución espiritual, algo... Sólo el silencio me
responde, la monotonía de la perfección, de
la máquina que rinde un servicio espléndido
86 francisco Navarro
sin descomponerse nunca. Somos un pueblo
sin alma.
MARÍA. En adelante sera usted un eterno desaco-
modado.
F-2. ¡Ya puedo comprenderla! Al principio me
admiraba de que usted llorase. Y ahora...
algunas veces, sin saber por qué... he llo-
rado yo también.
MARÍA. ¡Usted!
F-2. Si... Sin tener motivo, por nada, solamente
al oír su nombre en mis labios, al recordar-
la, al sentirla dentro de mi.
MARÍA. ES SU afana que ha despertado.
F-2. Desprecio mi vida anterior. Antes nunca
dudaba, no tenia zozobras, ni vacilaciones,
ni miedos... Usted algunas veces ha des-
crito las pasiones que impulsan a los hom-
bres de la Tierra a los hechos mas nobles
y mas bajos. ¿Es amor? ¿Es odio? ¿Es
deseo? ¿De qué proviene esta ambición de
hacer algo grande, muy hermoso; este de-
seo de crear, de tornar en una obra con vida
la materia inerte, solamente para que usted
la admire y piense: es él, que me ama, el
que la ha hecho?
MARÍA. ¿Seria usted capas de crear?
F-2. Si; pero cuando pienso qué es lo que voy
a hacer, mi espíritu vacila. Me da tristeza
no saber hada dónde dirigir este nuevo im-
pulso que ha nacido en mi.
MARÍA. ¿Podría usted, en un pedazo de piedra, gra-
bar mis ojos, mi frente, mi boca, con un
martillo y un cincel?
F-2. No solamente el rostro, ¡toda usted! ¡Po-
El mundo sin deseo 87
dría grabar su cuerpo en esa piedra roja
que se encuentra a la orilla del mar para
que su figura parezca una Dama!
MARÍA. ¿Seria usted capas?
F-2. Sintiendo los ojos de usted sobre los míos,
lo haré.
MARÍA. (Un poco Maté.) Es muy difícil. En la
Tierra esos hombres tienen que estudiar
mucho tiempo...
F-2. ¿Cuanto?
MARÍA. Años, para lograr b que usted desea.
F-2. No importa. Trabajaré, lucharé hasta que
la roca se torne débil en mis manos y obe-
dezca los contornos que quiera darle. En
esafiguraque yo arranque de la piedra ten-
drá usted el cabello rojo, y las manos, y c!
vestido, i Qué bella estará!
MARÍA. ¡Un artista! ¡En Marte! Se van a reír de
usted.
F-2. No importa. Quisa primero se rían y des-
pués me imiten. ¡Será tan hermosa la obra,
que se quedarán pasmados, mudos de emo-
ción! Yo transformaré a los habitantes de
Marte.
MARÍA. ¿Usted?
F-2. Si; todos irán a admirar esa piedra, que
antes no tenia vida, convertida en una mu-
jer. Tendrá usted la cabeza levantada, las
manos apretadas contra su cuerpo, los pies
juntos, la mirada al cielo.
MARÍA. ¿Al cielo? ¡No!
F-2. ¿Porqué?
MARÍA. NO me gusta ver el cielo... Me acuerdo de
los míos... i y de él! (Con odio.)
88 Francisco Navarro
F-2. Es verdad... (María, quiero que los hom-
bres de Marte sean como yo, que sientan el
arte, y la belleza, y el amor! ¿Será posible?
¿Usted lo cree?
MARÍA. Pero a cambio de esas cosas tan bellas,
¡cuántas dolorosos tendrá usted que ense-
ñarles...!
f Entra A-4.)
A-4. i Una noticia increíble I En el observatorio
acaban de ver cien aviones que vienen ha-
da nuestro planeta.
MARÍA. (Muy excitadaJ ¿Es posible?
A-4. Si. Al parecer, vienen de la Tierra.
MARÍA. ¿A qué distancia están?
A-4. Lo menos un mes de camino.
MARÍA. (Con miedo.J ¡Un mes!
A-4. SI; ¿no le da a usted alegría?
MARÍA. ¡NO!
A-4. ¿Por qué?
MARÍA. ¡Tengo miedo, tengo miedo!
A-4. ¿Por qué? ¿Expliqúese?
MARÍA. ¡ES el mongol, es él, que me persigue!
F-2. ¿Quién?
MARÍA. ¡El que odio!
A-4. Pero eso no puede ser.
MARÍA. Si. Quiero verlo. Reconoceré inmediatamen-
te los aviones.
A-4. Vamos al observatorio.
MARÍA. SI, pronto.
(Salen todos rápidamente.)

TELÓN
CUADRO SEGUNDO

El mismo escenario del cuadro primero, acto primero.


MARÍA, con gran ansiedad, examina el cielo a tra-
vés del telescopio. A-4 y F-2 están de pie, junto a
ella, ¡os ojos fijos en la observadora, la mirada in-
terrogante.

A-4. ¿Loe ve usted?


MARÍA. Sf.
A-4. Según mis cálculos, avanzan con una veloci-
dad mayor que la del proyectil que la trajo
a usted.
MARÍA. Están inmóviles, aparecen como clavados en
el cielo.
F-2. Es la enorme distancia.
MARÍA. Forman cinco ángulos en el espacio. Veo
perfectamente la explosión de los cohetes,
que forman una pequeña cola detrás de cada
avión. Parecen cien pequeños cometas.
A-4. Fíjese bien. ¿No ve usted un avión, mayor
que los demás, que avanza al centro, delan-
te de todos?
MARÍA. 81.
A-4. Es el que guia la escuadra. (Pausa.)
MARÍA. Uno da los aviones se queda atrás... Cae...
40 Francisco Navarro
Da vueltas sobre ai mismo... ¡Se ha incen-
diado I ¡Sigue cayendo I
F-2. ¿Y el reato?
MARÍA. ¡Dios mió! ¡Qué harán!
A-4. ¿No vuelve alguno de ellos?
MARÍA. I Ahora veo una multitud de pun titos negros
que se desprenden del avión incendiado!...
¡Son muchos! ¡Muchísimos!... ¡El espacio
los absorbe!
F-2. ¿Serán hombres?
MARÍA. Ahora los veo mas claramente... Si, son
hombres... Agitan los brazos... La nubecilla
de puntos negros se deshace... Van cayen-
do... ¡Por favor, ustedes que conocen los
secretos del espado, díganme adonde irán a
dar esos hombres! ¿Qué muerte les espera?
A-4. El Universo es redondo y tiene un fin, pero
no sabemos cuál pueda ser.
MARÍA. (Viendo nuevamente por el teleacopio.) Ya
han desaparecido.
F-2. ¿Y el resto?
MARÍA. Sigue avanzando.
F-2. ¿Puede usted ver algo más?
MARÍA. ES increíble. Deben de traer una velocidad
fantástica. Ya puedo ver detalles del avión
que guia.
F-2. ¿Es muy grande?
MARÍA. Debe de tener una capacidad de veinte mil
toneladas.
F-2. ¿Hay muchos de ese tamaño?
MARÍA. (Deapuéa de una pausa.) Cuarenta más.
Los demás son un poco más pequeños.
F-2. Ffjese bien. ¿No puede ver algún otro de-
talle?
El mundo si» éuco 41
MARÍA. En la parte superior de los aviones veo unos
puntitos aiulados que brillan al sol.
F-2. ¿Qué pueden serT
MARÍA. NO veo bien.
A-4. Usted, que conoce la manera de construir
que tienen los hombres de la Tierra, debe
saber más o menos qué significan.
.MARÍA. Ah, si; son... cañones.
F-2. ¿Cañones?
MARÍA. Máquinas para matar y destruir.
A-4. (Viendo fijamente a eu hijo.) ¡Matar!
(Destruir! Entonces...
F-2. (María! |Qué es esto!
MARÍA. ¿NO adivinan ustedes lo que esa expedición
significa?
F-2. No; digalo usted.
MARÍA. ¿Ustedes vieron lo que pasaba allá, en la
Tierra? (Hombres contra hombres, odio,
destrucción, aniquilamiento!
A-4. Sí.
MARÍA. Eso es lo que nos espera a nosotros.
A-4. ¿Por qué? No comprendo. Nosotros los re-
cibiremos como amigos.
F-2. ! No! (Nosotros los recibiremos con la muer-
te también.
A-4. (Desconcertado.) (Hijo mío! (Tú! ¿'Ha-
blas de muerte?
F-2. (Con la cabeza inclinada.) Si, padre... He
aprendido a odiar.
A-4. (Un marciano! j El descendiente de una rasa
de superhombres! ¡Ser otra ves juguete de
las pasiones!
F-2. Si...
A-4. ¡Ahoga ese odio! ¡Arrójalo de ti!
42 Franciaco Navarro
F-2. No puedo ya...
A-4. ¿Tú sabes lo que dices?
F-2. Sí, padre.
A-4. ¿Qué cambio se ha operado en tu alma y
en tu cerebro? ¿Cómo eres capas de odiar?
(F-2 se queda viendo con una mirada lar-
ga y llena de dolor a MARÍA. Su padre
lo observa. Vuelve loe ojos a MARÍA y
advierte en BU actitud y en BU mirada la
culpa del cambio que ee ha operado en BU
hijo. A-4 ha comprendido todo. Indina la
cabeza, vencido por lo irremediable, ae deja
caer en una silla y esconde la cara entre
loe manoB.)
A-4. i Qué va a ser de nosotros!...
F-2. Padre... Escúchame... Es necesario que nos
preparemos para la lucha.
A-4. No sabemos pelear, no tenemos armas, ni
ejército, ni nada.
F-2. No importa. | Hay que inventar, hay que es-
tudiar para destruir!
A-4. Pero ¿qué es lo que quieren de nosotros?
MARÍA. ¡Las riquezas, apoderarse de ustedes, go-
bernar, esclavizarlos!
A-4. No podrán.
MARÍA. ; Es una expedición de medio millón de hom-
bres armados dispuestos a todo!
A-4. ¿Qué haremos?
MARÍA. Preparar un ejército.
A-4. No querrán pelear. Sobre nosotros pesa una
tradición de varios siglos de total perfec-
cionamiento.
F-2. Es para nuestra defensa.
El mundo ai* deseo 43

A-4. Lss armas no caben entre nosotros. Un pue-


blo como el nuestro se negara a luchar aun
por su propia conservación.
F-2. No importa. Yo organizaré la defensa sin
ejército» sin armas y sin cañonea.
A-4. ¡Una tradición de cien siglos de paz 7 feli-
cidad rota bruscamente por esos salvajes!
I Temo por nuestra dudad, por nuestro pue-
blo, por todos!
MARÍA. Animo. ¡Yo he peleado! ¡Le conozco la cara
al enemigo!
A-4. ¿Cree usted que consientan en luchar?
MARÍA. ¿Serán tan cobardes que no lo hagan?
A-4. No es cobardía, compréndanos.
F-2. Hay que convencerlos de que deben matar,
matar y morir...

TELÓN
CUADRO TERCERO

Cámara del Capitán en un proyectil-cohete. Al fondo,


claraboyas redondas, por donde se puede ver el mar,
de un color rojo. La» paredes son gris acero, con
grandes remaches en las uniones. A izquierda y de-
recha, soportales de metal que siguen la forma re-
donda de las paredes.
El Gran Jefe mongol KALIN, hombre alto, atUtico, de
porte majestuoso, obseypa atentamente el mar con
unos anteojos de campaña. Representa cincuenta
años, su rostro es duro y tiene la impasibilidad de
la raía asiática.
K1N-FÜ, su ayudante, examina un mapa extendido so-
bre una mesa. Los uniformes son los de cualquier
ejército moderno en campana.
Es de día.

KALÍX. ¡Gamo se han defendido!


KIN-FÚ. Ea la guerra química. Toda la población ha
huido al interior del continente. Sé por el
prisionero que la ciudad esta defendida so-
lamente por cien o doscientos químicos que
trabajan en distintos laboratorios.
KALÍN. NO se atreven a presentarse a pecho des-
cubierto.
Kix-Fú. No tienen armas ni ejército. Carecen de ar-
tillería y de todos los elementos con que en
El mundo si» deseo 45

la Tierra se hace la guerra, pero sus quí-


micos poseen secretos que ya nos han costa-
do veinte aviones de quince mil toneladas.
KALÍN. Pero yo los venceré. Acabaré con esa ciu-
dad orgullosa. Sus riquezas, sus mujeres,
serán nuestras. Vencí a Rusia, deshice a
América, eché por tierra el poderlo inglés.
Veremos si no puedo conquistar este país
de sabios y de químicos.
Kix-Fú. Cuidado... Esta empresa está resultando
más difícil de lo que en un principio pare-
cía. Mientras nosotros sacrificamos cien mil
hombres, ellos pierden cinco mil. No tienen
ejército, pero poseen laboratorios. Esa co-
lumna de fuego que se levantó ayer en el
cielo, tan alta, tan mortífera, abatió la mo-
ral de nuestros hombres, que no sabían
cómo defenderse ni a quién matar. Los mon-
goles pueden pelear contra hombres iguales
a ellos, pero no contra un cerco de fuego
que parece vomitado por un volcán. Y hace
dos días, cuando tratamos de acercarnos a
esa ciudad que está ya en ruinas, pero que
resiste como una fortaleza, hierve el mar
y el calor mata a ochenta mil marinos. ¿De
qué fuerza disponen estos hombres? ¿Cuá-
les son sus secretosT ¿Cómo adivinan nues-
tros planes y hacen fracasar los movimien-
tos más efectivos? Y todo lo realizan sin
un hombre, sin un cañón, sin disparar un
tiro, en medio del silencio.
KALÍN. NO importa.
KiN-FÚ. Ten cuidado, Kalín.
KALÍX. Parece que tienes miedo.
46 Francisco Navarro
KIN-FÚ. ¿Miedo yo? ¡Bah!
KALÍX. Te veo preocupado, no mantienes ese opti-
mismo que has guardado siempre en los
peores momentos. Estás doblegado. ¿Dónde
está tu acometividad, tu furia por el
triunfo?
KIN-FÚ. Espera el combate y yo seré uno de los pri-
meros en lanzarme a la muerte.
KALÍX. NO quiero eso. Si todo mi ejército se en-
cuentra en el mismo estado de ánimo que tú
y marcha a la muerte por disciplina, esta
empresa ha fracasado. Quiero verte opti-
mista, audaz en tus planes y, sobre todo,
con rabia, que no es más que la señal de un
combatiente vigoroso.
Km-FÚ. (SüencioJ
KALÍN. ¿NO me contestas? ¿Qué tienes'? ¿Crees...
que esta es mi ruina? ¿Crees que es el
final?
Km-Fú. Quién sabe...
KALfN. NO quiero oírte hablar así. Piensa en el
triunfo. Esta es una empresa de gigantes,
jamás sonada por hombres de nuestro pla-
neta. ¡La conquista de Marte! ¿No te das
cuenta de lo que eso significa? El año 2600
de nuestra Era será el más grande en la vida
de la Tierra! ;La realización de esta em-
presa se la deberá el mundo a la rasa mon-
gólica, a mi!
Kix-Fú. (Después de una pausa.) Kalín...
KALÍN. Dime.
KIN-FÚ. Tú combates por la gloria, por el triunfo...
y por el amor de una mujer. Y esa mujer
está allí, tratando de huir de tu poder, ale-
El mundo sin deseo 47
grándose de loa golpea que recibes..., ¡odian-
dote! Habíamos acumulado ya bastantes ri-
quezas, somos dueños de la Tierra, no te-
níamos necesidad de acometer esta desco-
munal empresa; pero tú nos has traído no
por el afán de conquista, sino por ella, para
doblegar su orgullo y hacerla tuya. ¿No es
cierto?
KALÍN. Si.
KIN-FÚ. Tu ejército está cansado de pasearse triun-
fante por la Tierra. Al principio luchaban
por conquistar la vida. Ahora lo hacen por
deber. Pactemos la pa*.
KALÍN. ¿Vivir aquí como esclavos? ¿ Estar sujetos a
su voluntad?... (Marte temblará bajo mis
plantas y esa mujer será mía!... Calma.
(Pausa.) Necesito ver al prisionero.
(KIN-FÜ toco un timbre y se presenta un
toldado.)
KIN-FÚ. Que traigan a ese hombre.
(El soldado sale. KALIN se pasea nervio-
samente por la cámara. Se presentan do»
soldados con el prisionero, que es un hom-
bre alto, delgado, que camina con la cabeza
erguida en actitud de tranquila dignidad.
Trae Uta monos otados con esposas.)
KALÍN. ¿Quién es usted? ¿Qué profesión tiene?
PRISIÓN. Llevo el número G-8. Mi profesión me nie-
go a decirla.
KALÍN. ¿Cómo? ¿Se niega usted a decir su pro-
fesión?
PRISIÓN. Si.
KALÍN. ¿ES un reto?
48 Francisco Navarro
PRISIÓN. NO.
KALÍN. Hable entonces.
PRISIÓN. NO puedo. Les haría un mal a mis com-
pañeros.
KALÍN. ¿Cuantos hombres hay en la ciudad?
PRISIÓN. Muy pocos. Doscientos a lo sumo.
KALÍN. ¿Dónde está la población?
PRISIÓN. Lejos. En la cordillera del Centro.
KALÍN. (Acercándose a él.) ¿Conoce usted a la
mujer que biso el viaje interplanetario?
PRISIÓN. NO.
KALÍN. Si mintiese le costaría muy caro.
PRISIÓN. (Silencio.)
KALÍN. ¿Dónde lo tomaron prisionero?
PRISIÓN. En un laboratorio submarino.
KALÍN. ¿Cómo no.se defendió usted? ¿No traía
armas?
PRISIÓN. Nosotros no conocemos las armas.
KALÍN. ¿Por qué permaneció en la ciudad? ¿Es
usted acaso un químico?
PRISIÓN. (Silencio.)
KALÍN. Conteste.
PRISIÓN. (Después dé tena pausa.) Si.
KALÍN. (Con una sonrisa de triunfo.) Ah, ya lo
había adivinado. Usted nos ayudará a com-
batir contra Marte. (AKIN-FU.) Que no
me toquen a este hombre, su vida es en
este momento tan preciosa como la de un
millón de soldados. Supongo que necesitará
usted un buen laboratorio.
PRISIÓN. NO necesito nada.
KALÍN. Piense un poco más en lo que dice. Una or-
den mía no la discute nadie, y menos un
prisionero.
El mundo si* deseo 49
PBISIQN. Mi yida no vale nada. Pnede usted ma-
tarme.
KALÍX. NO es BU vida lo que 70 quiero. Son BUS co-
nocimientos. Y algunas veces es mejor per-
der la vida que... ser atormentado... Pién-
selo.
PBISION. NO le entiendo a usted.
KALÍN. ¿NO sabe usted lo que es el tormento? En
mi país hay suplicios exquisitos y yo se los
puedo aplicar.
PBISION. Puede usted hacerlo.
KALÍN. (Se sonríe.) Está bien.
(Pausa.)
KIN-FÚ. ¿Qué vas a hacer?
KALLW Ya lo veris. Este hombre tiene que obede-
cerme, y para conseguirlo echaré mano a
todo. (Al prisionero.) Por última ves,
¿nos ayudaras?
PBISION. (Silencio.)
KALÍN. Tendrás todo lo que quieras. Soy muy po-
deroso y puedo darte lo que me pidas: oro»
riquezas, mujeres.
PBISION. NO me interesa.
KALÍN. ¿No te decides?
PBISION. ¿Qué debo hacer?
KALÍN. Fabricar el fuego del cielo y desencadenarlo
sobre tu país.
PBISION. ¡NO! I ESO no!
KALÍN. Estás en mis manos. No hay en la Tierra
crueldad más grande que la mía. Si no ac-
cedes...
PBISION. (Luchando consigo mismo.) Pídeme otra
cosa.
KALÍN. Dame el procedimiento para destruir a los
4
60 Francisco Navarro
defensores de Marte. Dime qué nuevo golpe
me preparan y la manera de defenderme
de él.
PRISIÓN. NO puedo... ¡No quiero!
KALÍN. ¿NOT (Se sonrie.j Haré que te arre-
pientas.
PRISIÓN. NO podras. Antes moriremos todos.
KALÍN. ¿Me amenazas?
PRISIÓN. Hay cuatro o cinco hombres que trabajan
en este momento bajo tierra. Todo tu ejér-
cito quedará destruido en unos cuantos se-
gundos.
KALÍN. ¿Y no me dices en qué consiste ese ataque?
PRISIÓN. NO.
KALÍN. (Después de una pauso. A tos soldados.)
Que se lleven a este hombre a la cámara
submarina. Ya saben ustedes lo que tienen
que hacer con él. (Los soldados se llevan
al prisionero.)
KIN-FÚ. Pobre diablo. Se va a arrepentir de no ha-
ber hablado a tiempo.
KALÍN. Ah, pero sin duda nos revelará secretos que
me darán a mi la fuerza necesaria para
realizar la conquista. Estos marcianos son
débiles de espíritu, no están acostumbrados
al dolor.
KIN-FÚ. Y, a pesar de eso, nos desprecian. Ven en
el hombre de la Tierra a un ser inferior,
tal como nosotros vemos a los animales.
Para los marcianos constituimos una sub-
raza. Estamos degenerados, las pasiones son
las que impulsan nuestros actos.
KALÍN. ¿Y te parece éste un mundo digno de en-
vidia?
El mundo efe deseo 51
KIN-FÚ. Quiíá... Son felices. La felicidad en la Tie-
rra es una vana ilusión que nunca hemos
podido alcanzar. Creo que hemos venido
aquí a traerles el fatalismo, la desgracia, el
vicio; a ensenarles cómo se puede matar *
un semejante. | Cuánto mal le hemos hecho
a este gran pueblo!
KALÍN. ¿Estas sentimental?
KIN-FÚ. No. Hablo porque los he estudiado. Tú, ab-
sorto en tus planes y con el alma arrebatada
por la pasión, no ves el pueblo que tienes
en frente. Deberíamos hundir los aviones,
destruir las armas y vivir aquí para
siempre.
KALÍN. ¿Y María?
KIN-FÚ. ¿Ya ves? Lo único que te importa es el
amor y la gloria.
KALÍN. Y estoy orgulloso de ello. Solamente las al-
mas grandes pueden albergar grandes amo-
res. Yo no soy unfilósofocomo tú; pero, en
cambio, tú nunca hubieras podido realisar
mis hazañas ni conquistar el espacio.
KIN-FÚ. (Después dé una pausa.) Ese hombre debe
de haber sufrido mucho.
KALÍN. Era necesario. El lo quiso. Es preferible
que sufra él un poco y no que muramos to-
dos dentro de un par de horas. Defensa
propia.
KIN-FÚ. ¿Y si se muere?
KALÍN. NO se morirá. De cualquier modo, habrá
tiempo suficiente para que lo utilicemos en
nuestros propósitos.
KIN-FÚ. No puedo imaginarme qué es b que nos
preparan. Este pueblo me da la impresión


62 Francisco Navarro
de una fuerza de la Naturaleza. Es como el
mar, imposible de vencer.
KALÍN. ¿Imposible de vencer? Yo te demostraré lo
contrario.
(Entran dos Moldados conduciendo al pri-
sionero. El marciano está abatido, la boca
entreabierta, la mirada vaga. Loe dos sol-
dados le ayudan a sentarse en una butaca.
El prisionero ee queja débilmente.)
KALÍN. NO puedo esperar mucho tiempo. ¿ Estas dis-
puesto a hablar?
(El prisionero hace un signo afirmativo
con la cabeza.)
KALÍN. Te escucho.
PRISIÓN. (Después de una pausa.) Diré... todo lo
que sé.
KALÍN. Principia.
PRISIÓN. Dentro de unas horas... lanzarán sobre tu
flota... el rayo cósmico.
KALÍN. ¿Qué?
PRISIÓN. Cada avión sera incendiado y carbonizado
en unos momentos... pueden enviar... den
rayos... alavés.
KALÍN. ¿Qué podemos hacer nosotros?
PRISIÓN. Ataca por otra parte del litoral... En la
ciudad no podras desembarcar...

TELÓN
ACTO T E R C E R O

Paraje yermo y tríete. Boy doe o tres tiendae de cam-


pana diseminadas. Ee de noche. La escasa vegetación
ee de color rojo, desde el encendido y brillante has-
ta* el eeco y pálido.
KALIN está sentado frente a una hoguera, entregado
a sus pensamientos. Sus ropas están maltratadas y
polvorientas, como después de haber hecho largas
jornadas. Frente a él está KIN-FÜ. Algunos solda-
dos montan guardia con el fusil al hombro.

KALÍN. J Mira lo que queda de mi ejército, Kin-Fú!


Seis largos meses de caminar por tierras
enemigas.
KIN-FÜ. Tú lo has querido... ¿Adonde nos llevas?
Ni tú mismo sabes cuál será nuestro final.
KALÍN. iEste amor que me ordena seguir! ¡Efe arra-
sado dos continentes de Marte... Todo in-
útil. Ella se me escapa, huye de mis manos
como el humo para volver a aparecer más
adelante.
KDÍ-FÚ. Esa mujer te ha enloquecido, Kalln.
KALÍN. ES verdad. Tanto ha huido de mí, que me
parece una estrella del ciclo que se mueve
conmigo; pero siempre allá, en el horizon-
64 Francisco Navarro
te. Una mujer que ha sido capas de huir
como ella lo ha hecho para escapar a un
hombre a quien no quiere, esa mujer, Kin-
Fú, debe saber amar... Cuando esté ante
mis ojos, erguida fieramente por la rabia
de su derrota, ¡pero vencida!, ah, enton-
ces...
KIN-FÚ. Te comprendo.
KALÍN. ES la única mujer posible para un conquis-
tador de pueblos, porque para apoderarme
de ella he tenido que luchar contra ella
misma.
KIN-FÚ. ¿Y si amara a otro?
KALÍN. Parece que un amigo que tenia murió en
el sitio de Viena; pero ese era un asunto
sin importancia, un capricho de mujer que
puede haber olvidado.
KIN-FÚ. ¿Y actualmente?
KALÍN. NO sé; pero cualquiera que esté de por me-
dio será destruido.
KIN-FÚ. Ella no te quiere.
KALÍN. NO importa. Esa es una nueva voluptuosi-
dad para mi. (Apoderarme a la fuerza de
una mujer que me odia I Todas las que ha-
bla conocido antes vinieron a mi con el áni-
mo doblegado y la voluntad vencida. Las de
nuestro país han sido siervos; jamás me
habla encontrado con una fuerza igual a
lamia.
Knr-Fú. Yo creo que el prisionero G-8 no ignoraba
el paradero de esa mujer. Quizá hasta la
haya conocido.
KALÍN. E S cierto. El no dijo todo lo que sabia, Se
limitó a señalarme el lugar de la costa por
El mundo ai% deseo 55
donde debía atacar y a revelarme tres for-
mulas de destrucción de los marcianos. Ade-
más, logramos apoderarnos de un aparato
de radio tan potente y perfeccionado, que
pudo hacer vibrar las ondas sonoras que
permanecían en los edificios abandonados,
adquiriendo asi grandes secretos del ene-
migo. Pero esto lo obtuve porque le apli-
qué el tormento por segunda ves.
KIN-FÚ. ¿El mismoT
KALÍN. NO, otro un poco más duro: el de las ra-
tas. A consecuencia de eso le vino la muer-
te. No pisaríamos en este momento tierra
del Continente número cinco si no hubié-
semos tenido su ayuda. A pesar de la rapi-
dez con que hicimos la retirada que nos in-
dicó, nos destruyeron la mitad de la flota
y perdimos lo mejor de nuestro ejército.
KIN-FÚ. La crueldad algunas veces es necesaria.
KALIN. Sobre todo con ese hombre, que mostró un
valor sin limites.
(Un OFICIAL se presenta y saluda mili-
tarmente.)
OFICIAL. La segunda división ha hecho prisionero al
jefe supremo de los defensores de Marte.
KALÍN. ¡El jefe supremo I
OFICIAL. Junto con cien compañeros mas.
KALfN. Que lo conduzcan aquí.
(El OFICIAL saluda y s* rtUraJ
KALÍN. ES la victoria, Kin-Fú. 1 Ya ves que no hay
fuerza que pueda resistirme!
Kw-Fo. Quedan otros aún.
56 Francisco Navarro
KALÍX. NO. El era el alma de la defensa. Los demás
son grupos perdidos, sin cohesión, sin jefe
supremo.
Kix-Fú. No cantes victoria todavía. Espera.
KALÍX. ¿Esperar? ¿A qué? Los tengo en mis
manos.
(F-2 y MASÍA son conducidos a presencia
de KALIN, tristes, silenciosos. MARÍA
trae la cabeza cubierta con un velo y lleva
el vestido habitual de los marcianos.)
KALÍX. ¿El jefe supremo?
F-2. Soy yo.
KALÍ.V. (Avanza unos pasos hasta F-2 y lo mira
fijamente.) Eres un valiente. Esta es mi
mano.
(F-2 permanece inmóvil, lleno de orgullo,
con la cabeza levantada.)
KALÍX. (Sonriendo.) Te perdono. La rabia de la
derrota te impide ser amable. (KALIN
vuelve la vista a la mujer y la examina con
ansiedad, con duda.)
KALÍX. Descúbrete.
(La prisionera no obedece. KALIN ee ade-
lanta y la arrebata el vela.)
KALÍX. I María! ¡Eres tú! ¡Una doble victoria!
(Se aproxima a ella. MARÍA retrocede.)
-MARÍA. ¡Cuidado!
KALÍX. ¡Bravia como siempre! i Desafiante, altiva!
I Qué bella estás!
MARÍA. Déjame.
KALÍX. (A F-2, con irania.) ¿Creías vencerme?
El mundo «n deseo 07
F-2. Te venceré al fin. No posees más que el te-
rreno que pisas.
KALÍN. Soy muy fuerte todavía y estás ya en mi
poder. (A MARÍA) Hoy puedes hacer de
mi lo que quieras. Es tal la alegría que ten-
go por haberte encontrado que... (Se apro-
xima a eüa.)
MARÍA. NO te acerques.
KALÍN. Pídeme lo que quieras, cualquier cosa. Quie-
ro que esta fecha pase a la historia de este
país con un rasgo de nobleza del mongol
Kalln.
MARÍA. Para mi no quiero nada. Deja en libertad a
todos tus prisioneros.
KALÍN. Concedida. (A un aoldadoj Ordene us-
ted que todos los prisioneros queden inme-
diatamente en libertad. (El soldado talo.)
MASÍA. Y conmigo, ¿qué vas a hacer?
KALÍN. Ya lo sabrás.
MARÍA. YO deseo permanecer al lado de este hombre.
KALÍN. Ordenaré lo que me plazca. Este hombre irá
prisionero a uno de mis proyectiles.
F-2. Nada habrá que pueda separarnos.
KALÍN. ¿Discutes mis órdenesT ¿No sabes que te
va en ello la vida?
F-2. i Qué maravillosa hazaña seria esa! Matar a
un hombre indefenso.
KALÍN. (Sonriendo.) Este hombre me desafia.
¿Has visto, Kin-Fü?
MARÍA. ES igual a ti. ¿Te parece extraño?
KALÍN. (Acercándose a cüa.) Mucho interés te to-
mas por el prisionero. ¿Qué significa
para ti?
MARÍA. ES mi amante.
68 Francisco Navarro
KALÍN. 2TU amante...! Y yo, que he recorrido mi-
llones de leguas a través del espacio, que he
destruido una rasa por ti... Me desprecias.
(Transición.) Está bien. Este hombre ten-
drá que pagar muy caro el amor que te ha
inspirado. ¡Lo lanzaré al espacio en uno
de mis proyectiles, para que esté vagando
entre las estrellas hasta que muera de ham-
bre y de soledad!
MARÍA. ¡ Kalín! ¡No, no lo harás!
KALÍN. ¡Allí podrá acordarse de til Allí purgará
el delito de haberte amado. Tú, desde este
planeta, podrás contemplar su viaje, del que
no volverá nunca.
MASÍA. ¿Serás tan cruel?
KALÍN. (Impasible.) Esa será mi vénganla.
MASÍA. (A F-2.) Yo iré contigo. No puedo que-
darme aquí.
KALÍN. ¿Tú? Me perteneces.
F-2. Sí, si; moriremos los dos en ese aerolito in-
ventado por el rencor de este hombre, Ma-
ría. (Allí serás más mía que antes!
KALÍN. (A F-2.) Despídete de esa mujer.
MASÍA. I No, no, Kalín; vuelve a ser hombre por un
momento! ¡Cómo puedo hacer para conmo-
verte!
KALÍN. ¡Llévenselo!
MASÍA. I NO, quiero que se quede aquí, conmigo!
¡Perdón, Kalín! ¡Que no me lo quiten! ¡No
quiero! ¡Sé bueno, Kalín!
KALÍN. ¡Obedezcan!

(Dos soldados ejecutan la ardan. KIN-


Fü sale con ellos.)
El mundo sin deseo 59
F-2. ¡María... Adiós!
(MARÍA queda de pié, viendo partir ai
amado, con el dolor encojado en el sem-
blante, loe puños apretados para contener
el llanto, la cabeza erguida. KALÍN la
acecha.)
KALÍN He estado aguardando este momento desde
hace mucho tiempo. Ven conmigo.
(MARÍA lo sigue con paso mecánico. KA-
LÍN la conduce frente a la hoguera, junto
a la cual ella se sienta en el suelo apoyada
en el brazo derecho, la cabeza caída sobre
el pechoJ
KALÍN. María...
MARÍA. (Silencio.)
KALÍN. ¿Lo querías mucho?
MARÍA. Sí.
KALÍN. ¿Nada será capas de borrar el recuerdo de
ese hombre?
MARÍA. Nada.
KALÍN. He atravesado el Universo con un ejército
para llegar hasta ti. ¡Todos los obstáculos
han sido destruidos para que esta noche pu-
diese yo estar a tus pies! ¿No es suficiente
para ablandar tu ánimo la sangre que ha
corrido entre tú y yo? ¿No eres mujer aca-
so? ¡Pensar que Jamás me habla postrado
ante una mujer para pedirle un poco de
amor! ¡Y ahora caigo vencido a los pies de
una extranjera que me aplasta con su des-
precio! ¿No me contestas? Dime que algún
día, quizá... podrá ser.
60 Francisco Navarro
MASÍA. Nunca.
KALÍN. ¿Jamás?
MARÍA. Jamás.
KALÍN. Seré tu siervo mi vida entera si es preciso.
I Levantaré un palacio de una belleza jamás
vista en este planeta para que en él vivas!
MARÍA. (Lentamente.) Nada quiero de ti.
KALÍN. ¿Soy acaso tan grotesco y tan viejo para
que me trates asi?
MARÍA. NO eres de mi raza.
KALÍN. ¿Crees que tu raza es superior a la mía?
Recorre mi país. En cada hombre encontra-
rás un artista. [ Somos tan viejos como el
mundo! ¡Tan antiguos como el sol! Tú, én
cambio, perteneces a una raza pobre y ven-
cida.
MARÍA. NO importa; no puedo quererte.
KALÍN. Todo te lo daré por saborear un momento
el zumo de tu boca y pegar mis labios con-
tra tus labios. (Trata de abrazarla.)
MARÍA. (Rechazándole.) ¡Basta! ¡Déjame!
KALÍN. ¿Me rechazas?
MARÍA. ¡Si! iMe das asco!
KALÍN. I María!
MARÍA. ¡Vete, no quiero verte!
KALÍN. I NO me exasperes! ¡Mira que estoy supli-
cando y puedo ordenar! ¡Mira que puedo
castigarte, azotarte!
MARÍA. INO me importa! i Hazlo! (Atrévete!
KALÍN. (Vencido.) Perdóname... Perdóname, Ma-
ría... ¡No sé lo que hago!
(Pausa.)
MARÍA. (Dulcificando la voz.) ¿Me dejarás ir?
KALÍN. Imposible.
El mundo sin deseo 61
MARÍA. Si me obligas a seguirte seré la más des-
graciada de las mujeres. ¿Quieres que te
siga mi cuerpo y que mi alma te odie?
KALÍN. Sabré esperar. Ese odio puede convertirse
en amor algún día.
MARÍA. Déjame libre. Aqui moriré olvidada por
todos.
KALÍN. NO.
MARÍA. Si algún día mi corazón te reclama iré a
buscarte.
KALÍN. NO.
MARÍA. Sé bueno. Dame la libertad.
KALÍN. Asi quería verte, suplicante, rendida. ¡Qué
bella estás!
MARÍA. ¿Tanto me quieres?
KALÍN. Si... Sí... (Le acaricia el rostro, el cabello,
loe ojos.) Dime que me quieres. ¡Dame, al
menos, la esperanza!
MARÍA. Puede ser.
KALÍN. ¿Me seguirás por tu voluntad?
MARÍA. Quizá.
KALÍN. ¡Ahora podré formar un reino en este pla-
neta! i Ya ves cómo si es posible!
MARÍA. Trato de perdonarte.
KALÍN. Si me has perdonado, ¿por qué no olvidas?
MARÍA. TÚ has hecho desaparecer al hombre que
amaba.
KALÍN. (Porque te quiero!

(La va conduciendo lentamente a su tien-


da, hasta que se introducen en ella al ter-
minar de pronunciar las últimas palabras.
KALÍN deja caer la cortina de la entrada.
Hay un silencio profundo, en medio de la
francisco Navarro
noche, maravillosamente tranquila y diá-
fana. Repentinamente se escucha un grito
ahogado de KALIN, seguido dé un nuevo
silencio. Entoneea aaoma la cara pálida de
MARÍA. En aua ojos está impreso el seüo
negro de la tragedia. Ve fijamente sus ma-
nos y deja caer con un gesto de repugnan-
cia el puñal que oprime en la diestra. Len-
tamente, sin cesar de verla tienda, se ale-
ja hasta desaparecer.)

TELÓN
LA S E N D A OBSCURA
DRAMA EH TRES AOTM
PERSONAJES

JACINTA. DON ANTONIO BURGOS.


JULIA. PABLO.
DOÑA EDUVIGIS. E L NORTEÑO.
DOÑA LAURA. DON JULIÁN.
TANITA. U N OBRERO.
UNA TAQUÍGRAFA. U N CRIADO.
UNA SIRVIENTA. OBREEOS Y TRANSEÚNTES.
ACTO P R I M E R O

CUADRO PRIMERO

Sala de ma caes de pueblo.


A un lado, sentada en tm butacón, DOÑA EDUVIG1S
zurce unas medias. Es «na mujer de unos sesenta
años, algo encorvada, con anteojos da carey cabal-
gando cobre la naris. Junta a eOa está DOÑA LAU-
RA, cincuenta año»; alta, flaca, pelo gris, con bozo
en d labio superior, ojos escrutadores. Su hija, TA-
NITA, de veinte once, ce el prototipo de una mucha-
cha pueblerina, sencillota, curiosa y un poco tonta,
üea medias de algodón, zapatos con loe taconee un
tanto indinados, no se pinta ni se ha cortado el pelo.
JACINTA, hija de DOÑA EDÜVIGIS, tiene veintiocho
ano», muy bella, con una innata distinción que no
cuadra con d vestido negro de corte adusto que
lleva.

D.* LAURA. ¿Pero qué pasa con ustedes? No se tea ve


nunca en la calle. ¿Por qué no han ido a
vernos?
D." EDUVIG. Mis achaques, doña Laura, que no me de-
jan mover.
a
D. LAURA. ¿Y Jacinta? Hace mucho tiempo que no va
a ver a las muchachas.
i
66 Francisco Navarro
JACINTA. Se me paaa el tiempo sin saber cómo. Cuan-
do veo el calendario ha transcurrido una
semana y yo no me he movido de aqui.
D.' LAURA. En el pueblo no hay adonde ir; pero, hija,
ai no ae busca la manera de pasar el rato,
la vida se hace imposible.
JACINTA. Es cierto.
D.' LAURA. ¿Qué les parece a ustedes lo que está ha-
ciendo esta gente? Están cerrando las igle-
sias y aqui en el pueblo no van a dejar más
que una. Yo voy a tener que caminar cin-
co cuadras todos los días para oír la misa
de seis. Antes la iglesia de San Agustín
me quedaba enfrente, pero ésa la van a
destinar a escuela, como ai no hicieran más
falta las iglesias que las escuelas. ¿Pa qué
queremos escuelas?
D." EDUVIG. No lo sabia.
D." LAURA. ¿Qué irán a hacer con la imagen de señor
San José, que es un santo tan milagroso
y tan bueno? ¿Adonde voy a ir a rezarle
yo sus novenarios?
D." EDUVIG. Pero creo que en la iglesia de la Soledad,
que van a dejar abierta, hay otra imagen
de señor San José.
D." LAURA. ¡ Ah, pero no es lo mismo, qué va! El señor
San José de San Agustín le curó a Tanita
las anginas. A Manuel le dio un negocio de
ganado en que se ganó algunos pesillos, y
a mi me curó de un dolor de oído muy fuer-
te que tenia. Es muy milagroso.
TANITA. No se te olvide mandarle hacer su milagri-
to de plata; el padre Ramón me preguntó
ayer que cuándo se lo llevamos.
La, senda obscura •7
D."LAURA. Y pasando a otra cosa: ¿Ustedes saben lo
que se anda diciendo por allí?
D.* EDUVIO. NO. Como salimos tan poco y nadie nos vi-
sita no estamos enteradas de nada.
D.' LAURA. Pues que don Nicanor Salcedo quebró y
que los acreedores lo van a dejar en la mi-
seria. ¿Qué les parece?
D." EDUVIG. ¿Y qué harán las pobres muchachas?
D.'LAURA. ¡Qué quiere usté que hagan! Figúrese,
para los aires de reina que se dan.
TANITA. ¡ Ah!, y a propósito, a mi me dijeron una
cosa de Pepita Salcedo que, la verdá, no sé
si contarla.
B
D. LAURA. ¿De Pepita? ¿Y qué cosa es?
TANITA. Pero... no me atrevo.
D.'LAURA. Anda, hija, di; todas te guardamos el se-
creto.
TANITA. ¡Ay!, pero es una cosa muy fea.
D.' LAURA. ¡Acaba ya, hija, que me tienes nerviosa!
TANITA. Andan diciendo que... que... que dentro de
pocos días va a tener un bebé.
D.'LAURA. ¡Jesús, qué horror! ¡Qué inmoralidad!
¡Dónde se ha visto eso! ¿Qué le parece,
doña Eduvigis?
TANITA. LO peor del caso es que Pepita no quiere
casarse. ¡Sus padres están furiosos!
D.4 LAURA. ¡Pobre de mi comadre! ¡Qué barbaridad!
¿Y qué van a hacer?
TANITA. Dice Pepita que lo único que quería era
tener un hijo, pero que ella no nació para
el matrimonio.
D." LAURA. ¿Qué les parece a ustedes? ¡El amor libre!
Igual que los animales. ¡Ave María Puri-
68 Francisco Navarro
aina! Yo ya no aé dónde voy a meter a
mis hijas pa que no vean esas coaas.
JACINTA. Ese rasgo me parece admirable.
D." LAURA. ¡Cómo admirable!
JACINTA. Sf, por su valentía, por su sinceridad, por
su nobleza..
D.'LAURA. ]Ah! ¿De manera que tú defiendes a Pe-
pite?
JACINTA. Claro. Es el primer rasgo de talento que
he visto en una mujer de este pueblo.
D.' LAURA. ¿A eso le llamas tú talento? Pues yo le
llamo de otra manera. (A DOÑA EDUV1-
GISJ ¿ Qué le parece lo que dice Jacinta?
¡Jesús! Si Tanita dijera esas cosas, la que
se armaba.
a
D. EDUVIG. Ya sabe usté que Jacinta las dice, pero no
las siente.
JACINTA. Al contrario, soy sincera. Una mujer que
se atreve a enfrentarse a todas las moji-
gaterías y prejuicios de este pueblo y que
lleva adelante una resolución porque no
está preparada para dejarse gobernar por
nadie, esa mujer tiene toda mi admiración.
D." LAURA. No conocía yo esas ideas tuyas.
JACINTA. Usted sabe, doña Laura, que no todas las
mujeres nacen para la vida del matrimo-
nio, asi como no todos los hombrea pue-
den ser ingenieros o poetas o abogados.
Entonces ¿qué de extraño tiene que una
mujer, llena de honradez y sinceridad, con-
fiese su ineptitud para la cadena eterna,
que es como entendemos aquí el matrimo-
nio? Es más digna esa actitud que llevar
al fracaso un hogar.
La senda obscura
D." LAURA, I Entonces que sepa mantenerse pura!
JACINTA. ES decir, ¿que renuncie a tener un hijo?
Si todo su ser le pide esa prolongación de
si misma, ¿es humano, es justo que se sa-
crifique a un prejuicio T
D.'LAURA. ¡Por Dios, Jacinta; qué cosas dices! ¿Y el
honor?
JACINTA. El honor es para mi sólo un fantasma, que
va algunas veces contra la vida misma.
D." LAURA. Pero usted, doña Eduvigis, que es una san-
ta mujer, ¿no le ha inculcado nuestros sa-
grados principios a su hija ?
D.' EDUVIG. LO he hecho, pero comprendo también que
una muchacha de veintiocho años no pien-
sa algunas veces como nosotras las viejas
de sesenta.
a
D. LAURA. (Medio amoscada.) Puede ser, puede ser;
pero esas cosas no pueden estar bien.
JACINTA. (Sonriente.) Cuando usted nació, por este
pueblo no pasaba sino una diligencia. Aho-
ra todos los días cruza por encima de nos-
otros un punto brillante que refleja el sol.
Eso es para mi mucho mas que un aero-
plano: es un símbolo.
D.a LAURA. Sé muy bien lo que me quieres decir, que
soy una retrasada, que no estoy con el si-
glo. Muy bien, pero asi nací y asi me he
de morir. ¡No cambio por nada!
JACINTA. (Como hablando consigo misma.) iQué
triste es decir eso!
I).' EDUVIG. Cada persona tiene sus ideas y hay que
respetarlas.
D." LAURA. Bueno, hija; vamonos, que se esta haciendo
tarde.
70 Francisco Navarro
D.a EDUVIG. ¿Por qué tanta prisa?
D.a LAURA. Manuel debe de estar esperándonos. A ver
cuando van a tomar el chocolate.
a
D. EDUVIG. Una de estas tardes que yo me sienta me-
jor iremos a verlas.
D.a LAURA. Bueno, pero que no se quede en proyecto.
Adiós, Eduvigis.
D." EDUVIG. Hasta luego, Laura; salúdame a Manuel.
D.a LAURA. Adiós, Jacinta.
JACINTA. Adiós, recuerdos a las muchachas.
(Salen.)
D." EDUVIG. NO vuelven por aquí ni a tirones.
JACINTA. ¡Qué me importa!
D.' EDUVIG. Sé prudente, hija; es bueno que tengas tus
ideas, pero fíjate en el medio en que vi-
vimos.
JACINTA. ¿Entonces tú quieres que me esté siempre
callada?
a
D. EDUVIG. NO. Puedes hablar de cosas sin impor-
tancia.
JACINTA. SÍ, los eternos temas: las criadas, las en-
fermedades, los niños y la cocina. Estoy
harta de esas tonterías. Ademas, no podía
permitir que se comieran viva a una amiga
mía que vale más que todas las viejas de
este pueblo.
a
D. EDUVIG. ES cierto, pero ellas no lo entienden de esa
manera,
JACINTA. Si por mi manera de sentir y de pensar
tengo que chocar con esta gente, lo siento
mucho. Estoy cansada de esta vida de pue-
blo, de este ambiente de chisme, de esta
pobreza de espíritu en los menores detalles.
La amida obscura 71
D.' EDUVIG. Todo eso me pasaba a mi cuando era joven,
cuando tu padre me trajo a vivir aquí. Pri-
mero me rebelé; luego vino la resignación.
Ahora... ya no me importa.
JACINTA. Tengo miedo de que me pase a mi lo mis-
mo. ¿Cuál ha sido hasta hoy mi existencia?
El rosario, la iglesia, amistad con jóvenes
que parecen viejas, pobreza, mugre, chis-
mes y un vivir que no es vivir, sino ve-
getar.
D.B EDUVIG. Tienes razón.
JACINTA. A través de las revistas, de los libros, per-
cibo la vida agitada y febril de la capital,
y quisiera volar, escapar a esta cárcel, que
no ha hecho más que ahogar mi juventud.
Tengo ganas de ir a un teatro, admirar
un cuadro en una exposición, oír un con-
cierto, sentir en mi alma las corrientes
frescas de la vida moderna. Quizá tú te
burles y creas que exagero, pero esta so-
ledad, esta atmosfera mediocre a la que
nunca me he resignado me están volvien-
do loca.
I).* EDUVIG. Te comprendo, hija, te comprendo.
JACINTA. Y ahora, no sé por qué, he sentido con más
fuerza esta sensación de abandono, de ais-
lamiento, de ansias de muchas cosas que
me han estado vedadas hasta ahora.
D." EDUVIG. ¿TÚ sabes lo que dice la gente?
JACINTA. Si, lo sé. Que soy una orgullosa, que estoy
esperando un principe encantado que nun-
ca llega, y que me estoy quedando de solte-
rona, pero no me importa. Los desprecio
a todos. Como a los que se han acercado a
72 Francisco Navarro
mi les he dado calabazas, claro, me creen
una marisabidilla inútil y perjudicial...
1 Estúpidos! Todos los nombres de este
pueblo adquieren una esposa para ence-
rrarla en el gineceo del hogar, cargarla de
hijos y sentir celos por las cosas mas ni-
mias. No pueden comprender que una mu-
jer lea y sepa sentir y tenga inquietudes.
a
D. EDUVIG. Ya sabes que esas cosas aquf son inacep-
tables en una mujer.
JACINTA. Por eso quiero irme. No quepo en este pue-
blo, me asfixio, voy a acabar neurasténica.
Los que nunca han vivido en estos ambien-
tes no pueden imaginar el tormento que
pesa sobre mi.
a
D. EDUVIG. La vida tiene sorpresas algunas veces. Qui-
sa puedas libertarte pronto.
JACINTA. ¿Pronto7 (SonríeJ He esperado ya mu-
chos años... Esta atmosfera espesa, de agua
cenagosa, estéril, me ha forzado a llevar
una vida interior muy intensa... Me paso
el tiempo sonando, mi imaginación trabaja
a marchas forzadas.
D." EDUVIG. YO te daría un consejo.
JACINTA. ¿Cuál?
a
D. EDUVIG. Ese enamorado que tienes...
JACINTA. ¿ Quién 7 ¿ Burgos 7 Por Dios, eso seria aga-
rrarse a un clavo ardiendo.
a
D. EDUVIG. NO está mal. Es un hombre honrado» viu-
do, y sobre todo vive en la capital.
JACINTA. Así viviera en Paria. ¡Qué val Casada yo
con ese buen señor, gordo, que no piensa
más que en sus mercancías; que se cui-
da de no serenarse la calva, y que no deja
La senda obscura 78
el paraguas ni un momento? No, no pue-
de ser.
a
D. EDUVIG. Mira, hija, no seas tonta. Tiene su dine-
rito, una buena casa en la Colonia Boma
y parece que está muy enamorado de ti.
JACINTA. ¿Pero tú crees que a esa edad puede un
hombre enamorarse? Guando más, se en-
tusiasman, pero de allí no pasan. Sobre
todo, con el carácter de ese buenazo de
Burgos, cachazudo, que resopla al andar y
que con toda seguridad ronca como un ben-
dito. Es de esos hombres que al verlos no
puede uno creer que hayan tenido juven-
tud. No, no es mi tipo.
a
D. EDUVIG. Estoy pensando que los del pueblo tienen
razón.
JACINTA. Puede ser; pero ¿qué se ha creído Burgos,
que porque tiene tres centavos va a poder
comprarme? Yo iré al matrimonio enamo-
rada, aunque sea de un hombre sin fortu-
na, pero que tenga ese algo que busco y
que no he logrado encontrar. ¡Y sobre todo
que no sea comerciante en telas de algodón,
porque eso me crispa los nervios!
D." EDUVIG. ¡Entonces qué quieres, por Dios!
JACINTA. Un artista.
a
D. EDUVIG. Pa que se mueran de hambre.
JACINTA. NO, hoy los buenos artistas ya no se mue-
ren de hambre. Y como el hombre que yo
quiera ha de tener mucho talento...
D." EDUVIG. (Con sorna.) ; Ah! ¿SI? ¿Y qué más?
JACINTA. Precisamente todo lo contrario de Burgos.
Alto, delgado, moreno, muy culto, un poco
sonador y que hable muy bien. Si, además
74 Francisco Navarro
de eso fuera elegante y refinado, entonces
habría encontrado al hombre que busco.
a
D. EDUVIG. Pues con esos requisitos ya puedes esperar
sentada, porque aquf no lo vas a encontrar.
JACINTA. Catana, calma. Mira, te voy a exponer un
proyecto, pero te dejas convencer, ¿eh, ma-
mita? Podemos irnos a pasar las vacacio-
nes de Semana Santa a México.
a
D. EDUVIG. Qué buenas ideas se te ocurren. Precisa-
mente vamos a llegar cuando todo México
se va a las playas y a los sitios de veraneo.
JACINTA. Entonces nos vamos en junio y pasamos un
mes en casa de mi prima Julia. ¿Eh? ¿Qué
te parece? ¿No es una buena idea?
B
D. EDUVIG. Mira, hija, en estos tiempos de crisis, en
que nadie paga y el dinero esté por las
nubes, para hacer un viaje a México se
necesita pensarlo mucho.
JACINTA. Haremos economías. De hoy en adelante,
a disminuir gastos. Quitaremos dos cria-
das, nada de limosnas, ni asociaciones, ni
tonterías de esas. Yo haré todo el trabajo,
¿eh? ¿Qué te parece?
I).' EDUVIG. Ya veremos.
JACINTA. Mira, déjame hacer proyectos. Con el di-
nero que ahorremos y con el pago de esa
hipoteca que te deben nos pasaremos tres
meses en la capital, y como no vamos a
gastar en casa, porque Julia no lo permi-
tirla, podemos comprarnos un coche de dos
asientos para que lo maneje yo. Iremos al
Bosque, a los restoranes, al teatro, a bai-
lar!...
D.'EDUVIG. I Por Dios, hija, qué programa 1
La amida obscura 75
(Entra una sirvienta.)
SIRVIENTA. El señor Burgos.
JACINTA. I La realidad!
D.a EDUVIG. ¿Qué hacemosT
JACINTA. (A la sirvienta.) Dile que no estamos
aqui.
B
D. EDUVIG. El sabe muy bien que no hemos salido. A
estas horas dos mujeres solas, ¿adonde van
a ir?
JACINTA. Entonces dile que ya nos acostamos o que
estoy enferma, o cualquier cosa que se te
ocurra.
D.a EDUVIG. NO hay necesidad de hacer groserías. (A
la criada.) Dile que pase.
(La criada sale.)
JACINTA. TÚ sabes lo que me cansa y rechoca el tal
Burgos, ¿para qué haces eso?
D.a EDUVIG. jChist! Calíate, que te va a oír.
JACINTA. Ahora a aguantar dos horas de lata.
I).* EDUVIG. ¡Hija, por Dios!
(Entra BURGOS por la puerta del fondo,
con un ramo de floree y paraguas. Vientre
prominente, cincuenta años, taino, con una
gruesa cadena de oro que le cruza el cha-
leco. Como anda de enamorado ha tratado
de vestirse lo mejor que ka podido.)
BURGOS. Buenas noches.
I).' EDUVIG. Buenas noches. Pase usted.
BURGOS. ¿Gomo esta, doña Eduvigis? (A JACIN-
TA.) ¿Y usted, qué tal se encuentra?
JACINTA. Regular, gracias.
BURGOS. Aquí le traigo este ramo de flores a Jacin-
76 Francisco Navarro
ta. que yo creo que me hará el honor de
aceptar.
JACINTA. Encantada, muchas gracias. (LOA acomo-
da en un floreroJ
BURGOS. NO valen la pena; pero es lo mejor que he
podido conseguir aquí.
JACINTA. Están muy bonitas; tiene usted muy buen
gusto.
BURGOS. Espero ver mafiana una de esas flores en-
tre sus cabellos.
JACINTA. (Con uña sonriaitaj Ya no se usan en la
cabeza; si no, con mucho gusto.
BURGOS. Usted siempre esclava de la moda.
JACINTA. ¿Usted cree? Aquí ni esa esclavitud pue-
do permitirme.
BURGOS. Y usted, dofia Eduvigis, ¿cómo ha seguido
de sus reumas?
O." EDUVIG. Unos díaa bien y otros maL Anoche tuve
un ataque de reumatismo que no me dejó
dormir. ¿Y usted, qué tal?
BURGOS. Esta dispepsia, que me moleste mucho. So-
bre todo ahora se me ha recrudecido con
esa infame comida del hotel. ¡Oh, qué
horror I No tiene usted idea. Yo ya le dije
al dueño que si no mejora la comida me
cambio a una casa de huéspedes que queda
enfrente.
JACINTA. ¿Piensa usted quedarse mucho tiempo por
aquí?
BURGOS. Pues... no sé. De dos a tres meses. Todo lo
que mis negocios lo permitan.
JACINTA. ¿Tanto le ha gustado a usted el pueblo?
BURGOS. Algo, algo, sí. Es un poco tristón; pero, en
fin. Tengo aquf muy buenos clientes. Pero
La «nula obscura 77
no es precisamente el pueblo lo que me
atrae.
JACINTA. ¡Ah! ¿No? Sera... ¿el panorama?
BURGOS. (Estúpidamente.) ¡Jeee! ¡Cómo le gusta
a usted tomarme el pelo!
JACINTA. ¡Ja, ja, ja! ¿El pelo? ¿Cual?
D.'EDUVIG. ¡Jacinta!
BURGOS. Déjela usted, déjela usted. Es que le gusta
bromear conmigo. Todo lo que diga me
hace mucha gracia. ¡Es tan simpática!
JACINTA. ¿Si, eh? ¿Simpática?
BURGOS. ¡ Encantadora!
JACINTA. Viene usted muy galante.
BURGOS. Como siempre. Me basta verla a usted para
convertirme en un don Juan. ¡Es usted
irresistible! ¡Encantadora! Desde que la
vi por primera ves...
JACINTA. ¡Por favor, no, que ya me chocó la fra-
secita!
BURGOS. ¿Se ha incomodado usted?
JACINTA. NO, qué va.
BURGOS. ¿Esta de mal humor?
JACINTA. Estoy contentísima.
BURGOS. ¿ Entonces ?
JACINTA. NO me haga usted caso. Es culpa del am-
biente, un poco enervante.
BURGOS. ¡Ah! SI, si; comprendo.
JACINTA. ¿NO ha sentido usted nunca en los nervios
los efectos de una atmosfera cargada de
electricidad?
BURGOS. ¿En los nervios? Pero si hace mucho tiem-
po que dejé de usar nervios. Yo no tengo
esas cosas tan molestas. Por eso seria un
magnífico marido.
78 Francisco Navarro
JACINTA. Es verdad. Me habla olvidado.
BURGOS. Yo podría nacer feliz a cualquier mujer,
porque, en primer lugar, no soy ya ningún
jovenzuelo para andar tras las aventurillas.
Después, no es porque yo lo diga, pero ten-
go muy buen carácter. Y, finalmente, pi
desahogada posición económica...
JACINTA. jAh! SI, si; todas esas cosas las sabemos
de memoria; pero yo creo que usted podría
buscar su segunda compañera entre algu-
nas de esas buenas mujeres que están do-
blando el cabo de los cuarenta y que no
quieren quedarse para vestir santos.
BURGOS. ¿El cabo de los cuarenta dice usted? Nada
de eso: juventud, Jacinta; caras frescas,
jóvenes, bellas... como la de usted.
JACINTA. ¿Pero no ve, don Antonio, que casi po-
dría ser su hija?
BURGOS. Por eso me parece más interesante. ¿No
cree usted, doña Eduvigis, que yo podría
hacerla feliz?
D.a EDUVIG. En mis tiempos esos matrimonios no da-
ban mal resultado; pero ahora no le darla
la receta a ningún amigo. ¡Ya esa ¿poca
pasó!
JACINTA. Y ahora me va usted a permitir, señor Bur-
gos, que me retire.
BURGOS. ¿Por qué?
JACINTA. Estoy muy cansada. Mamá le hará a usted
compañía.
BURGOS. Pero...
JACINTA. Con ella puede usted platicar de sus acha-
ques, jugar a la brisca...
BURGOS. ES muy temprano. Son apenas las nueve.
La senda obscura 79
JACINTA. Tengo muchas cosas que hacer antes. Es-
cribir, leer... y soltar la imaginación.
BURGOS. Déjeme usted disfrutar unos momentos mas
de su compañía, yo le ruego...
JACINTA. Por favor, no insista. Estoy rendida. Hoy
me levanté a las seis de la mañana, como
buena provinciana. (Besa a su madre en
la frente.) No te acuestes muy tarde, que
ya sabes que te hace dafio. (A BURGOS.)
Buenas noches.
BURGOS. Buenas noches, Jacinta.
(JACINTA sale.)
D.* EDUVIG. Tiene un carácter muy raro esta mucha-
cha. Hasta a mi me desconcierta algunas
veces. Yo le ruego a usted que la perdone.
BURGOS. I Ah! NO tenga usted cuidado. Yo compren-
do... Es natural...

TELÓN
CUADRO SEGUNDO

Oficina* da Burgos y Compañía, en Mixieo. En el cen-


tro, hada la derecha, un escritorio plomo, sobre el
cual hay un teléfono, papelee, muestras de telas, al-
godón en rama. En la pared, un cartel que dios:
"Burgos y Cía. Gráfica de las Ventas registradas
en el mes de diciembre", y en el centro, «na linea ne-
gra, que asciende de izquierda a derecha, zigzaguean-
te. En primer término, unas butacas, ceniceros, me-
süTas, ote.

BURGOS. (Dictando una carta con el puro en la boca,


en mangas de comisa)... y raego a uste-
des remitir el importe de cata mercancía,
que asciende a quinientos veintitrés pesos
cincuenta centavos. De ustedes atentamente.
TAQUÍGRA. Está pendiente la carta para la caaa Fi-
gueres.
BURGOS. Si; pero ahora no voy a tener tiempo de
dictársela a usted. Dígale a Fortuno que ae
la dicte; él ya sabe de lo que ae trata. ¡Ahí
Envíe usted un telegrama a nuestros agen-
tea aduaneros en Laredo preguntándoles
qué día embarcan esa maquinaria.
TAQUÍGRA. Muy bien, señor.
La senda obscura 81
BURGOS. Y que nadie me moleste, que tengo mucho
que hacer. Puede usted retirarse.
(La TAQUÍGRAFA salé. BURGOS toma
un legajo y se repantiga en el sillón, sube
loa pies encima del escritorio, echa dos o
tres bocanadas de humo y principia a leer
atentamente. Entra un CRIADOJ
BURGOS. He dicho que no quiero ver a nadie.
CRIADO. La señora está allí, señor.
BURGOS. ¡Ah! Que pase.
i Sale el CRIADO y momentos después en-
tra JACINTA, con un vestido de monona
muy dígante. El cambio de ambiente y de
vida la han embellecido.)

JACINTA. ¡Qué postura tan estética! ¿Asi es cómo


recibes a tus clientes?
BURGOS. No, mujercita; como me quedé solo para
leer un informe del abogado, pues adopté
la postura más cómoda. (Se besan.)
JACINTA. I Vaya que te debe haber costado trabajo
poner los pies tan altos! ¡Con el vientre
que tienes!
BURGOS. Hoy comprobé que he adelgazado dos kilos
desde que me sujetaste al régimen.
JACINTA. Pues no se te nota.
BURGOS. ; Que no? Mira el cinturón cómo me queda.
JACINTA. ¡Optimista! (Serie.)
BURGOS. Permíteme un momentito que voy a ter-
minar este informe. Siéntate mientras.
JACINTA. Muy bien. (Da unas vueltos, ve los mue-
bles, examina las mesitas.) ¡Uf! Todo
«
82 Francisco Navarro
está lleno de polvo. Se conoce que la ser-
vidumbre y el jefe son un poco negli-
gentes.
BURGOS. (Leyendo.) Tienes razón.
JACINTA. (Que ha seguido examinando la estancia.)
Un ¡día voy ;a Venir a poner esta oficina
como Dios manda. Está horrible. ¿Cuánto
tiempo hace que la amueblaste?
BURGOS. Veinte años.
JACINTA. ¡Veinte años! ¿Y no te da vergüenza de-
cirlo? Con razón está tan fea. Hay que
cambiarlo todo, traer un decorador, poner
muebles modernos, como los que he visto
en una exhibición de la Avenida Madero.
BURGOS. (Leyendo.) Si, si; es cierto.
JACINTA. Si yo fuera cliente tuyo me iria si viera
estos mamarrachos. (Pausa. JACINTA se
ka aproximado al escritorio, curiosea en
unos papeles y se fija en ten retrato. Lo
toma en las manos y lo contempla.) ¿ Quién
es este muchacho?
BURGOS. Quién ha de ser, Pablo.
JACINTA. TÚ nunca me hablas enseñado un retrato
de él. Hasta ahora lo conozco.
BURGOS. I Ahí, y mira, a propósito, acabo de recibir
este telegrama diciéndome que llega den-
tro de ocho días. Lo mandé a los Estados •
Unidos a que me comprara una maqui-
naria.
JACINTA. ¡Ah! (Saca un espejito y se da polvos,
se pinta la boca, se contempla, se arregla el
cabello. Deja el retrato en su sitio.) Oye,
¿y qué edad tiene?
BURGOS. ¿Quién?
La senda obacttra 88
JACINTA. Pues Pablo.
BURGOS. ¡Ah!... Veintiocho años.
JACINTA. Anda, deja tus papelotes. Cuando yo esté
aquí debes atenderme y dejar todo para
después.
BURGOS. Voy, mujer; un poco de calma. (Guarda
8U8 papelea, cierra ras cajonee.)
JACINTA. ¿Adonde vamos esta noche?
BURGOS. Adonde tú quieras. ¿Para qué me pregun-
tas, si siempre te sales con la tuya?
JACINTA. Vamos al teatro. Invitaremos a Julia y a
su marido. Quiero conocer la obra que es-
trenan esta noche.
BURGOS. I Dios me dé paciencia!
JACINTA. ¿Por qué?
BURGOS. Porque ya sabes que yo me aburro en el
teatro. No sé qué chiste le encuentra la
gente a eso de ver mentiras. Y hay perso-
nas que lo toman tan en serio, que hasta
lloran.
JACINTA. Mira, por favor, no digas esas tonterías.
Si estuviera alguien aquí me daría pena
que te oyeran. No puedes dar tu opinión
sobre lo que no conoces, porque en cuanto
te sientas en tu butaca te pones a roncar.
BURGOS. Tú ya sabes que eso del arte para mí no
son más que patrañas que inventa la gente
que no tiene que hacer, para tomarle el
pelo a nosotros, a los que trabajamos y sa-
bemos ganar el dinero.
JACINTA. I Dios mío! i Pero qué estás diciendo!
BURGOS. Déjame, no me hagas caso. Esa es mi ma-
nera de ver la vida.
JACINTA. Después de todo, no tienes tú la culpa. Lo
84 Francisco Navarro
único que te ruego ea que delante de la
gente te guardea todaa eaaa opiniones tan
personales para que no se vayan a reír
de ti.
BURGOS. ¡Ay Dios mío, ya empiezas a regañarme!

TELÓN
ACTO S E G U N D O

Mibmo satén del cuadro primero. Es de noche.


Entran JACINTA y JÜUA; esta nWma, con troje de
calle y sombrero.

JULIA. ¡Mira que hada tiempo que no te vela!


Tres meses de vida de pueblo, que, a jua-
gar por lo que veo, te han sentado muy
bien.
JACINTA. Todo lo contrario. Me fui mal y vuelvo

JULIA. Esas son preocupaciones tuyas. No te lo


creo.
JACINTA. Sólo el que lleva la carga sabe lo que trae
dentro.
JULIA. Y cuéntame: ¿Qué hacías? ¿Te aburrías
mucho allá?
JACINTA. Imagínate. Ya no podría soportar nueva-
mente aquélla vida. La mayor parte del
tiempo lo pasaba en el campo, haciendo
excursiones a las montanas. Me impregné
de Naturaleza, de aire libre.
JULIA. Entonces debías venir completamente cu-
86 Francisco Navarro
rada. Sin embargo, dices que te sientes
peor. Hija, no te comprendo.
JACINTA. (Sonriéndoae.) Estoy neurasténica.
JULIA. Pero supongo que la neurastenia se cura
en el campo.
JACINTA. La mía es tan rebelde, que ya ves, ha re-
sistido a la cura.
JULIA. Sin embargo, ya por lo menos podras
dormir.
JACINTA. Regular. Alié podía dormir porque termi-
naba el día rendida, después de tanto ca-
minar, subir, saltar. Aquí el insomnio me
ha hecho dos o tres visitas bastante largas.
JULIA. Te sientes muy enferma; pero no dices
en qué consiste tu mal. Yo creo que son
coqueterías tuyas para que te mimen. Di-
cen que las enfermedades para la mujer
no son sino pretexto para hablar de ai
misma. Y como tú no tenías ese pretexto,
pues te lo has inventado.
JACINTA. Ojalá fuera cierto... ¡Si vieras las crisis
nerviosas que he pasado! Mi viaje al pue-
blo no ha sido un paseo, "ha sido una huida,
quería escapar de este ambiente, de mí
misma,olvidarme de todo... y no lo he
conseguido.
JULIA. YO creo que tu mal ea máa bien de origen
sentimental que físico. Dime qué te pasa.
JACINTA. (Se levanta y da una o dos vueltas.) Qué
sé yo. Ni yo misma he sabido comprender-
me. Yo creo que cada persona en la vida
está condenada a pasar, tarde o temprano,
por una gran crisis sentimental y espiri-
tual. Yo me hallo en ella. Los bien orga-
La senda obscura 87
nisados interiormente logran vencerla y se-
guir adelante; pero yo no sé si esta crisis
acabe conmigo.
JULIA. LO que pasa es que tienes una imaginación
muy viva y todo lo ves por un gran cristal
de aumento. Procura analizar tu mal en sus
verdaderas proporciones. Quiza tú misma
te engañes y todo sea un espejismo re-
pentino que te ha deslumhrado.
JACINTA. NO, no es un espejismo. Es la realidad que
me asedia, que me martiriza.
JULIA. A pesar de lo que me dices, soy optimista.
Creo que tanto los males del cuerpo como
los del alma pueden ser curados.
JACINTA. ¿Cómo? Eso es lo que quiero que me
digas.
JULIA. Allí debe residir tu sabiduría. Yo no te
puedo marcar una línea de conducta deter-
minada, porque no me has dicho con toda
claridad lo que te pasa; pero creo que pue-
des y debes vencerte.
JACINTA. Me siento aislada, sola para luchar con
esto, con todos los remedios agotados, sin
fuerzas para seguir.
JULIA. Entonces, ¿te declaras vencida?
JACINTA. SÍ.
JULIA. Si yo pudiera ayudarte...
JACINTA. Nadie puede hacer nada. Estoy en un ca-
llejón sin salida, largo, obscuro, al que ten-
go miedo de adivinarle el fin.
JULIA. Estás enferma. Has dejado avanzar dema-
siado tu mal.
JACINTA. ¿YO? NO, no he sido yo.
JULIA. ¿Quién entonces?
88 Francisco Navarro
JACINTA. ¡La vida!
JULIA. (Después de usa pausa corta. Viendo el re-
loj.) Desgraciadamente tengo que irme.
Tu estado de animo me ha apenado mu-
chísimo.
JACINTA. Gracias.
JULIA. Si algo puedo hacer por ti, si necesitas de
sinceridad y de afecto, acude a mi. ya sa-
bes todo lo que te quiero.
JACINTA. Está bien, Julia.
JULIA. Espero que consigas dominar tu crisis.
JACINTA. Ojalá.
JULIA. Hasta luego, Jacinta.
JACINTA. Adiós, Julia. Perdóname que te haya en-
tristecido con el relato de mis penas; pero
tenia que contárselas a alguien. Eso me
ha aliviado un poco.
JULIA. Te lo agradezco. Adiós. (Sale.)
(Después de una pausa entra BURGOS.)
BURGOS. Acabo de'estar en casa de la novia de Pablo.
JACINTA. ¿De la novia de Pablo?
BURGOS. Si. He pedido la mano de Ludia.
JACINTA. (Silencio.)
BURGOS. ¿Qué te parece ese matrimonio?
JACINTA. Para qué me pides mi opinión, si no me
has de hacer caso.
BURGOS. TÚ sabes muy bien, Jacinta, que es todo
lo contrario. Tú eres la verdadera dueña
de esta casa desde que entraste en ella. Lo
más grave en mi vida te b he consultado
siempre, y siempre te he hecho caso. ¿Por
qué me dices eso?
La tenia obaeun 89
JACINTA. I Quieres
que te diga la verdad sobre ese
matrimonio T
BURGOS. Si.
JACINTA. Pablo va a cometer un gran error al ca-
sarse con Lucila y tú al permitirlo.
BURGOS. ¿Por qué?
JACINTA. Lucila no es una muchacha para Pablo.
BURGOS. ESO no quiere decir nada. Dame las raro-
nes que tengas para expresarte asi.
JACINTA. ES una muchacha sin educación, frivola,
tonta. Pablo merecía casarse con un buen
partido, una mujer de fortuna.
BURGOS. Pero hijita, sé razonable. Pablo se ha ena-
morado de ella...
JACINTA. ¡No es verdad I
BURGOS. (Sonriéndoxej ¿Que no es verdad? Pero
ai todos lo hemos visto. No hace más que
hablar de Lucila a todas horas. El cariño
que le tiene se le sale por los ojos cuando
la ve. Acuérdate lo desesperado que se puso
cuando tuvo aquel rompimiento.
JACINTA. Parece mentira que tú le des importancia
a esas cosas. Son entusiasmos de la juven-
tud. Dentro de seis meses Pablo ya no
se acordará de eua.
BURGOS. NO, Jacinta; no. Lleva ya un ano de rela-
ciones y su afecto por Lucila ha ido en
aumento. Ademas, la muchacha, ai es cierto
que es pobre, no por eso deja de ser buena,
recatada, de buen carácter. Ha tratado de
conquistarse el afecto de todos nosotros.
JACINTA. ¿Pero tú no ves, Antonio, que eua va a
hacer un matrimonio por interés? Sabe
que tienes un negocio que te deja una
90 Francisco Navarro
renta bastante regalar, y claro, quiere apro-
vecharse.
BURGOS. NO, tú no tienes derecho a pensar asi, Ja-
cinta. Vas muy adelante en tus juicios.
JACINTA. ¡LO que ella ha estado haciendo es una
comedia!
BUBGOB. {Pero si tiene diecinueve años, hijita! A
esa edad todavía no puede tenerse el cálcu-
lo y la frialdad para representar una far-
sa. Cuando una muchacha que no ha cum-
plido veinte años acepta a un hombre, es
por amor.
JACINTA. ESO crees tú porque no conoces a las mu-
jeres. Lucila tiene una madre muy hábil,
que ha sabido manejarla con gran tino en
estas relaciones, y el pobre de Pablo se ha
dejado engañar tontamente.
BURGOS. Bueno, suponiendo que Lucila haya pro-
cedido por interés, que no lo creo, Pablo
está enamorado de ella, y con eso basta.
JACINTA. NO es verdad. Si una muchacha principia
engañando en el noviazgo, tiene que termi-
nar engañando cuando sea esposa. Ten esto
presente, porque es muy importante.
BURGOS. Mira que si te oyera Pablo...
JACINTA. A él también se lo voy a decir.
BURGOS. NO es una orden la que te voy a dar; es
un consejo. Si quieres evitar un choque de
graves consecuencias con Pablo, cuídate
mucho de decirle esas cosas. Son demasiado
aventuradas y demasiado injustas para
decírselas a un hombre tan enamorado
como él.
JACINTA. NO me importa. Tendrá que oirme.
La senda obscura 91
BURGOS. YO te suplico, Jacinta, que no lo hagas.
JACINTA. ¿Por qué? ¿Acara no vertiste a pedirme mi
opinión sobre este matrimonio? ¿Te habla
yo dicho algo antes que tú me lo pregun-
taras? O qué, ¿no puedo yo externar mi
manera de pensar y de sentir en un pro-
yecto que a todos nos interesa?
BURGOS. La verdad es que el único interesado en
este asunto es Pablo, de manera que déja-
lo en pas.
JACINTA. ¿Tú apruebas ese matrimonio?
BURGOS. Claro que si.
JACINTA. Entonces toda discusión me parece inútil.
BURGOS. NO tomes asi las cosas, hijita; sé razonable.
Te dejas arrastrar por tus nervios y vas
siempre a los extremos.
JACINTA. ¿Me pediste mi opinión? Pues te la he
dado.
BURGOS. Pero Pablo se sentirá muy ofendido si tú
no modificas tu manera de pensar. El ado-
ra a esa muchacha y, como es natural, le
va a doler mucho que tú tengas tan pobre
concepto de Lucila.
JACINTA. NO tengo yo la culpa. Mira, es más. Si Pa-
blo llega a casarse, no asistiré a su ma-
trimonio.
BURGOS. ESO si que no puedo yo permitírtelo.
JACINTA. ¿Que no? Tú no puedes obligarme a ir a
una ceremonia que no cuenta con mis sim-
patías.
BURGOS. Seria la primera ves que te diera una or-
den. ¿Qué explicación le doy a la familia
de Lucila?
92 Francisco Navarro
JACINTA. Ya interpretarán ellos mi actitud como una
reprobación a ese acto.
BURGOS. ESO es lo que yo no quiero que suceda.
JACINTA. Pues sucederá.
BURGOS. Mira, Jacinta, no me desesperes. Estas co-
metiendo un grave error al proceder en
esa forma.
JACINTA. NO te reconozco a ti ninguna autoridad
para decirme eso.
BURGOS. ¡Jacinta! ¡Pero qué dices!
JACINTA. NO quiero seguir hablando. T« he dado mi
opinión y basta. Terminemos esta discu-
sión que no lleva a ninguna parte.
BURGOS. ¡NO! Has dicho cosas demasiado graves
para que se queden asi. Me asiste un per-
fecto derecho para marcarte una linea de
conducta que tienes que seguir, quieras
que no.
JACINTA. TÚ no puedes obligarme a hacer nada con-
tra mi voluntad.
BURGOS. ¿Que no? Ya veremos.
JACINTA. TÚ podías tomar esas actitudes con tu pri-
mera mujer, que encarnaba el tipo perfec-
to de la esclava, obediente a los designios
del marido; pero conmigo te has equivo-
cado, i No asistiré a ese matrimonio, óyelo
bien, y mientras tenga un poco de influen-
cia en esta casa me valdré de ella para im-
pedir una boda que no debe realizarse!
BURGOS. Tendrás que arrepentirte de esas palabras.
JACINTA. YO nunca me arrepiento de lo que hago.
BURGOS. I Pablo se casará, a pesar tuyo, porque lo
quiere él y lo quiero yo!
JACINTA. Está bien.
La senda obeeura 93
(Entra PABLO.)
PABLO. Buenas noches. Me tardé na poco porque
estaba hablando con Lucila. ¡Hace un frío
en la calle que parece que estamos en el
Polo Norte! (Reparando en loa caros de
su padre y de JACINTA.) ¿Qué pasa?
Esto parece un velorio. ¿Un disgustillo?
BURGOS. NO... Tonterías.
PABLO. ¡Vamos, vamos! ¡A alegrar esas caras, que
parece que vienen de un entierro! No quie-
ro ver triste a nadie, porque boy me han
dado la mano de Ludia. ¿Ya lo sabias, Ja-
cinta?
JACINTA. Si.
PABLO. ¿Qué tienes?
JACINTA. Pregúntaselo a tu padre.
PABLO. NO hagas caso de tonterías. Tú eres una
mujer sensata. Alguna nimiedad segura-
mente.
JACINTA. ES probable.
PABLO. ¡Caramba! Pero qué misteriosos están us-
tedes. ¿Secretillos tenemos? ¿Qué le pasa
a Jacinta, papé? A poco cata celosa.
BURGOS. ¡Hombre, qué cosas se te ocurren!
PABLO. (Bromeando.) A mi se me hace que tú has
andado de picos pardos.; Muy bonito, papá;
muy bonito! ¡ Qué ejemplo para tu hijo! Ya
sé de dónde viene la cosa. (A JACINTA.)
La taquígrafa, ¿no?
JACINTA. ¿Cuál taquígrafa?
PABLO. La morenasa esa de la oficina. ¡A poco no
te hasfijadoen ella! Está bastante guapa.
JACINTA. ¡Vaya! ¡Por dónde sales tú ahora!
94 Francisco Navarro
PABLO. Bueno, sea lo que sea, hay que alegrarse.
¿Quieren que les haga un cocktail i
BURGOS. Tómenselo ustedes. Yo no tengo ganas.
PABLO. ¿Y tú. Jacinta?
JACINTA. Tampoco, gracias.
PABLO. ¡ Ah! Parece que la cosa ha ido en serio...
¿No van a salir esta noche?
JACINTA. NO.
PABLO. YO venia a invitarte para ir al teatro.
JACINTA. Ya sabes que no salgo.
PABLO. Si; pero pensé que esta noche te decidirías
a pasear conmigo.
JACINTA. NO, gracias. No quiero que Lucila vaya a
pensar que por sacarme a mi la dejas plan-
tada a ella.
PABLO. Pero si esta noche no nos veremos.
JACINTA. NO importa.
BURGOS. YO me voy a mi cuarto. Con permiso.
(Soté.)
PABLO. ¿Qué le pasa a papá?
JACINTA. NO sé.
PABLO. ¡Ah! ¿Ahora tú? Estamos lucidos. Si hu-
biese sabido lo que me esperaba me voy a
pasear solo.
JACINTA. Hubieras hecho muy bien.
PABLO. (Después de «na pausa corta.) Oye, ¿qué
es lo que te pasa conmigo de algún tiempo
a esta parte? Te noto medio rara. No eres
la de antes. Al principio me tratabas como
a un camarada, con sencillez, con sinceri-
dad. No vela en ti a la esposa de mi padre,
a la que habla venido a substituir a mama,
sino a una verdadera compañera.
JACINTA. ¿Y ahora?
La senda obscura 95
PABLO. Has cambiado mucho.
JACINTA. ESO yo creo que no debe preocuparte.
PABLO. NO me preocupa. Me duele. Me parece que
he perdido una buena amiga.
JACINTA. (Como hablando consigo mismaj ¡Una
buena amiga!
PABLO. Quiero que me digas por qué te portas asi
conmigo. ¿Te he ofendido en algo? ¿No he
sido siempre sincero y leal contigo?
JACINTA. Si... Siempre...
PABLO. ¿Entonces?
JACINTA. NO me hagas caso. Estoy neurasténica.
PABLO. NO te escondas tras las palabras. Tú me
ocultas algo. Di meló, sé franca. ¿Ya no me
consideras amigo tuyo? ¿Me vas a seguir
tratando asf? Me voy a casar, soy muy fe-
liz y no quiero que haya junto a mi ningu-
na persona que tenga ni siquiera la som-
bra de una tristeza.
JACINTA. (Con voz temblorosa.) No sé qué quieres
decirme.
PABLO. (Cariñosamente) Lo que deseo es aclarar
situaciones que parecen llenas de dudas y
repliegues. Mi afecto por ti me hace inso-
portable este estado de cosas, que se ha
acentuado desde que volviste del campo.
Casi no me hablas, te noto cada dia más
seca conmigo, más distanciada. Quiero sa-
ber cuál es mi error para enmendarlo. Yo
no seria capas de causarte el menor dis-
gusto y sentirla una gran pena si invo-
luntariamente lo he hecho.
(JACINTA rompe a llorar.)
96 Francisco Navarro

PABLO. (Extrañado.) ¿Qué te pasa? ¿Qué tienes?


;No llores! ¿Has tenido algún diaguato se-
rio con mi padre? Dixnelo. que me aera
fácil reconciliaros... Jacinta... Levanta la
cabeza... Mírame... (Le acaricia suave-
mente el cabello.)
JACINTA. (Retrocediendo violentamente, llorando, con
loe ojos brillantes.) \Déjame! ¡Déjame!
I Te lo ruego, no me atormentes!
PABLO. Pero... ¿te he hecho algún mal?
JACINTA. ¡SI, ai!
PABLO. Dixnelo. para pedirte perdón.
JACINTA. NO... Si no aé... No puedo...
PABLO. ¿Qué dices?
JACINTA. Vete... Eato es demasiado...
PABLO. J Jacinta! I Óyeme, Jacintal (Le toma una
mono y se la estrecha. La contempla, no
sabe qué hacer. Hay una pansa. JACINTA
se recobra poco a poco.)
PABLO. I Qué pálida estás!
JACINTA. ¡Qué pensarás de mi! Perdóname... No
pude dominarme.
PABLO. ¿Estás enferma? Tus manos arden.
JACINTA. Me siento muy mal... Tengo un dolor aquí,
en el pecho, que no me deja respirar.
PABLO. T Ú tienes algo. ¿Por qué no me lo dices?
Quizá yo pueda hacer algo por ti. Las pe-
nas compartidas son más llevaderas.
JACINTA. (Con loe ojos secos, la mirada vaga.) Esta
es una pena que no la puedo compartir con
nadie. .
PABLO. ¿Ni conmigo? ¿El que más te quiere des-
pués de mi padre?
JACINTA. (Lentamente.) ¡El que más me quiere!
La senda obscura 97
PABLO. Deseo verte otra ves contenta, como eras
antes, alegre, animosa, feliz. Volver a nues-
tros juegos, ser otra ves companeros, pa-
sear juntos, ir al campo. ¿Te acuerdas, Ja-
cinta?
JACINTA. I Que si me acuerdo! ¡Y no hago otra cosa
más que pensar en lo que ya se fué! i Re-
cuerdos, recuerdos! A eso se ha reducido
mi vida. El presente no tiene más que du-
rezas y dolores.
PABLO. Porque tú lo quieres asi. Pero de hoy en
adelante será otra cosa. Seremos tres para
divertirnos y pasear.
JACINTA. (SU rostro se ensombrecí.) ¡No puede
ser!
PABLO. ¿Qué dices?
JACINTA. Hay momentos en que quiero olvidarme de
aquello; pero viene luego la realidad y me
despierta,
PABLO. NO sé qué pensar.
JACINTA. ¿Sabes cuál es mi mal?
PABLO. Estoy ansioso por saberlo.
JACINTA. (Viéndolo fijamente.) ¡Tú!
(PABLO comprende y retrocedo poco a
poco, asustado, sorprendido, dudando to-
davía.)
PABLO. (Con voz ahogada.) i Qué has dicho!
JACINTA. Mi mal eres tú.
PABLO. I NO ! I Estás jugando conmigo, quieres reír-
te de mi, esto es una broma infame!
JACINTA. ¡Ojalá fuera mentira!
PABLO. ¿Pero tú sabes lo que dices?
JACINTA. Demasiado bien.
98 Francisco Navarro
PABLO. ¡Jacinta!
JACINTA. (Se levanto y se aproxima a ¿l lentamente.)
¿No querías que te lo dijera? ¿No querías
escarbar hasta encontrar lo que hay den-
tro de mi? Pues ahí lo tienes. ¿Te horro-
risa, verdad?
PABLO. SÍ, sí.
JACINTA. (Con voz apagada.) ¡Esa es la explica-
ción de por qué no quiero verte I ¡Por qué
te huyo! ¡Solamente el sonido de tu vos
me quema! ¡A nadie había querido an-
tes, tenias que ser tú, el mis lejano de to-
dos! ¡He luchado contra esto hasta llorar
de impotencia y de amor!
PABLO. ¡ Basta, Jacinta!
JACINTA. ¡Quiero que me oigas para que veas lo que
me ha costado el conocerte!
PABLO. ¡Me niego! ¡Cállate!
JACINTA. ¿Ni siquiera eso vas a concederme?
PABLO. ¡Ni siquiera eso! ¡Tú has muerto para mi!
JACINTA. Te equivocas. Aunque no quieras, te acor-
darás de mi toda tu vida.
PABLO. ¡NO sabes lo que dices! ¡Estás loca!
JACINTA. Estoy loca, si; pero y qué importa. Asi he
vivido siempre, medio extraviada, medio
perdida en mi propio corazón, y ahora no
puedo ya volver atrás.
PABLO. ¡Eres una criatura despreciable! ¡Nunca
me imaginé que fueras capas de albergar
semejantes aberraciones!
JACINTA. ¡Pablo! ¿Asi me pagas lo que yo he su-
frido por ti?
PABLO. Nunca debías habérmelo dicho. ¡Esas co-
sas se esconden en lo más hondo del alma
La, senda, obscura 99
para que no las conozca nadie, porque dan
vergüenza!
JACINTA. I Qué pobre espíritu tienes I Yo creí que
comprenderías. Por lo menos eso. ¡ Com-
prender! ¡Qué difícil es algunas veces!
Pero la sangre en ti puede más que yo.
PABLO. ¿Y me lo reprochas?
JACINTA. Yo no te reprocho nada... A mi no me que-
da más que perdonártelo toda
PABLO. De hoy en adelante, por lealtad, por no-
bleza, no puedo seguir viviendo bajo el mis-
mo techo que tú. Debía descubrirle a mi
padre la víbora que se ha echado al seno;
pero no me atrevo.
JACINTA. NO, yo soy la que tiene que irse. Pero óye-
lo bien: me voy no por respeto a tu padre,
al que siempre he despreciado...
PABLO. ¡Jacinta!
JACINTA. Me casé con él para salir del poso de sole-
dad y monotonía en que estaba metida;
pero siempre lo he despreciado. ¡Me he
entregado a él con asco! ¡Le hice la mer-
ced de mi cuerpo por rabia contra la vida,
pensando cobrarme algún día esa deuda;
pero ahora veo que el destino se burla de
mi! ¡Me voy porque tú no me quieres, so-
lamente por eso! ¡Todo lo demás no me
importa nada!
PABLO. ¡Qué admirable cinismo! ¡Eres estupenda!
JACINTA. I De manera que por el simple hecho de
quererte soy la más despreciable de las
criaturas!
PABLO. I Si, solamente por eso!
JACINTA. Te crees un hombre y no eres más que un
100 Francisco Navarro
pobre niño. ¿Tú crees que una mujer como
yo puede elegir, considerar las convenien-
cias, pesar circunstancias, calcular para
encadenarse a un amor? (Sonriendo.)
No, Pablo. Eso pídesete a tes mediocres, a
tes incapaces de espíritu; pero a mi, nun-
ca. iTú has sido mi primer amor porque
fuiste el único hombre que inundó mi vida,
asi como podías haber sido un rey o un
criminal! Estaba ansiosa de cariño, sin-
tiendo que mi vida se escapaba triste, agos-
tada por la soledad. Vienes tú y sucedió
lo irremediable. ¡Ahora me arrojas a la
cara este amor que no he manchado ni con
un mal pensamiento, que he intentado ma-
tar sin lograrte, que me ha purificado el
alma con su misma llama, que de haberlo
correspondido tú, hubiera sido la nueva sen-
da para mi vida...! Ya veo que no es po-
sible. No me arrepiento. Ya ves, no tengo
ni una palabra de protesta, ni una queja...
No me queda más que el silencio.
PABLO. Haces bien. Ahora vete.
(Pausa.)
JACINTA. Adiós, Pablo. (Alarga la mano para des-
pedirse; pero PABLO no se mueve.) ¿No
quieres ni siquiera darme la mano?
(PABLO se la da. BVa ¡a estrecha entre
los sayos, se inclina y ee la besa larga-
mente, apasionadamente. Después abando-
na ¡a estancia.)

TELÓN
ACTO T E R C E R O
CUADRO PRIMERO

Taberna en un arrabal. Obraron y hampones. Es dé no-


che. En una meta delantera esta tentado un hombre
de cuarenta años, ropa» descuidadas, rostro curtido
por el sol.
NORTEÑO. (Borracho.) ¡En, mozo! Tequila aquí.
Mozo. Sí, señor, (ha sirve.)
OBRERO. (Se levanta de la meen en que eetd con un
grupo de amigos y avanza hacia el NORTE-
ÑO con una copa en la mano.) ¿Qué hay,
Norteño? ¿Qué te pasa?
NORTEÑO. Nada.
OBRERO. ¿Cuántas minas has descubierto hoy?
NORTEÑO. Hace tiempo que no hago nada. El aleohol
me embrutece.
OBRERO. ¿Y tu mina de plata?
NORTEÑO. La jugué y la perdí.
OBRERO. (Riéndose.) A mi se me hace que eso de
la mina son puros cuentos.
NORTEÑO. ¿Cuentos? ¡Idiota! La descubrí yo, en
compañía de tres mineros más, que mu-
rieron de hambre a la entrada de la ene-
102 Francisco Navarro
va, después de tres días de caminar por la
sierra. 1Y0 me quedé solo con ella! ¡He
sido dueño de la mina de plata más rica del
mundo! ¿Lo oyes bien? ¡Mira esta cica-
triz que tengo en la frente! La explosión
de un barreno que me alcanzó.
OBRERO. ¿Y por qué estás ahora más bruja que una
rata de iglesia?
NORTEÑO. (Con un gesto de tristeza.) ¡ Ah!... El jue-
go... He rodado mucho por el mundo... ¡Lo
he perdido todo!... ¡Mozo! ¡Más tequila!
(El camarero la sirve.)
OBRERO. (Incrédulo.) A poco has estado en Eu-
ropa.
NORTEÑO. Y en la India, y en África, y en Egipto.
Me he bañado en el Ganges, he matado hi-
popótamos en el Congo, me he pasado una
noche frente a las Pirámides. Una prince-
sa ha sido mi amante. ¿Tú crees que se
puede andar asi por la tierra sin gastar
mucho dinero? Yo he viajado siempre como
un rey, he tenido criados, automóviles, pa-
lacios.
OBRERO. ¿Y dónde está todo eso?
NORTEÑO. Se fué... ¡Se lo llevó el viento! Pero qué
importa, si he vivido mil vidas en una y he
sido poderoso, y he tenido mujeres bellí-
simas a mis pies. ¡Yo me he jugado a una
carta una mina que vale veinte millones de
pesos! Esa emoción no la ha sentido na-
die más que yo. (Viéndolo con desprecio.)
Tú eres un pobre diablo para adivinar lo
que es eso.
La senda obscura 103
OBRERO. NO, no; si casi me lo imagino.
NORTEÑO. A una sola carta. En un segundo me quedé
sin nada. Esa mina descubierta por mi, que
costó la vida de tres amigos míos, voló, se
la llevó el viento. ¡Pero qué gesto! ¿Eh?
¡Veinte millones a una carta! ¡Ja, ja, ja!
¿Tú crees que después d'eso me importa
a mí perder la vida? ¡Todo me da lo
mismo!
OBRERO. Y esa isla que tuviste en el Pacifico, ¿qué
se hizo?
NORTEÑO. ¡Ahí La pobre Esmeralda. Era solamente
un volcán. La posei un año. Después se
hundió. Allí levanté una casa, llevé malayos
para poblarla, abrí caminos. Y todo para
nada. Se la tragó el mar.
OBRERO. (Acercándose a él. Con ironía.) ¿Tienes
pa pagar estos tequilas?
NORTEÑO. NO.
OBRERO. (Riéndose.) Mucha música y nada de ópe-
ra, como dice mi compadre. ¡Ah, qué ami-
go éste! Los voy a pagar yo; pero ésta es
la última vez. Solamente porque tus cuen-
tos me divierten, ¿sabes?
NORTEÑO. ¡Mis cuentos! Ni siquiera tienes imagina-
ción para creer lo que te digo. Eres un
paria.
OBRERO. NO me digas tan feo porque dejo que te
lleven a la cárcel.
NORTEÑO. ¡Qué me importa la cárcel! La libertad la
llevo aquí, en la frente. (En vos baja.)
He sido dueño del mundo, no se te olvide.
OBRERO. NO tanto, viejo; no exageres.
NORTEÑO. He tenido poder, riquezas, amor, amigos,
104 Francisco Navarro
aduladores, y todo eso a los treinta anos,
¿en? ¿Qué te parece? Hasta la juventud
tenia» ¿Tú erees que eso no es ser el rey
del mundo?
Y tus amigos, ¿donde andan? ¿Por qué
no te ayudan?
NORTEÑO. ¡Qué sé yol He ignoran. Gomo estoy asi,
ain un centavo, durmiendo en la calle, cuan-
do se encuentran conmigo ni me saludan
siquiera. ¡Pero yo los desprecio a todos, a
todos! |Son inferiores a mi!
(Riéndose.) ¡Majestad de los malayos! ¡Y
te mueres de hambre! ¡Ja, ja, ja! Salúdame
ala princesa.
NORTEÑO. (Con desprecio.) ¡Pobre idiota! En tu
•ida has hecho otra cosa mas que dormir
y trabajar. Me voy. No te soporto. Adiós.
(Sal*.)
OBRERO. (Riéndose J Vete a dormir a tu isla, allí
estarás más cómodo. (A sus compañeros.)
¡Vaya un tipo éste! Por dos o tres tequilas
me divierte una barbaridad. Parece que
voy al cine. (Se atenta ¿cuto a ellos.)
(Entran BURGOS y un amigo rayo,
D. JULIÁN, cincuentón, pelo blanco, con-
tinente pausadoj
D. JULIÁN. ¡Pero vaya un sitio éste que me has traí-
do! ¿No pudiste escoger algo mejor?
BURGOS. Todos son iguales. Se mete uno donde pue-
de. No quiero estar en donde he ido con
ella tantas veces.
D. JULIÁN. ¿Qué quieres tomar?
BURGOS. Coñac.
La senda obscura 105
D. JULIÁN. (Al moto que ae ka acercado.) Dos copas
de coñac.
BURGOS. El mío doble.
Mozo. Está bien, señor.
D. JOLLÍN. ¡Cómo hemos caminado! Atravesamos la
ciudad de un extreno a otro.
BURGOS. ESO es lo que me hace falta. Matar los ner-
vios, anularme, hundirme en la nada. El
alcohol es lo único que me alivia un poco.
D. JULIÁN. O que te empeora.
BURGOS. ES posible; pero necesito echar un telón a
mi vida pasada. El Burgos que tú has co-
nocido ha muerto. Ahora soy otro.
D. JULIÁN. ¿Mejor o peor?
BURGOS. Mucho peor. Me siento capas de todo lo
malo que un hombre puede cometer. Han
pasado solamente tres días desde su muerte
y cada momento me convenzo más de que
habitamos el peor de los planetas ¡Esta-
mos hechos de mentira, de falsedad, de mi-
serial
D. JULIÁN. ¿TÚ sabes por qué se suicidó?
BURGOS. Si, lo sé.
D. JULIÁN. ¿La verdadera causa?
BURGOS. La versión oficial, la explicación médica,
es un suicidio debido a neurastenia en gra-
do agudo. Pero eso lo he inventado yo. Fui
acumulando pruebas, datos reales o falsos,
pequeños detalles para construir la per-
sonalidad completa de una irresponsable.
Es tan fácil inventar la locura en una per-
sona nerviosa como Jacinta, que todos han
creído mi verdad. Les expliqué el proceso
de sus alteraciones nerviosas, sus ideas ex-
106 Francisco Navarro
trafias, su melancolía sin justificación, su
amor a la soledad. Les dije que se sentía
la mujer más desgraciada del mundo cuan-
do no le faltaba nada en mi casa. Todas
estas incongruencias, todos estos detalles
inexplicables convencieron a los médicos le-,
gistas. La autopsia confirmó mis declara-
ciones. Su sangre era anémica, demasiado
pobre en glóbulos rojos, que alimentaba
mal el cerebro 7 tos nervios. A una mujer
de imaginación exaltada como era ella esta
constitución enfermiza podía llevarla fá-
cilmente a la irresponsabilidad.
D. JULIÁN. Y tú, ¿por qué deseas ocultar la verdad?
BURGOS. Para vengarme.
D. JULIÁN. ¿Vengarte? ¿Hay algún culpable espiri-
tual de este suicidio?
BURGOS. SI.
D. JULIÁN. ¿Estás seguro?
BURGOS. Tengo pruebas.
D. JULIÁN. Pero pueden ser falsas. Realmente, has
construido tan bien tu mentira, que casi
estoy seguro que esa es la verdad.
BURGOS. NO... Tengo una prueba irrefutable, con-
cluyente, que no ha podido recoger la po-
licía porque la he ocultado yo. No quiero
que mi nombre se pasee en las columnas de
los periódicos mezclado en un asunto tan
sucio como éste. No quiero, además, que
impidan mi venganza.
D. JULIÁN. ¿Contra quién?
BURGOS. NO me preguntes.
D. JULIÁN. ¿Pero no ves que tu venganza te traerá el
La senda obscura ,107
mal que precisamente quieres evitar? ¿La
deshonra de tu nombre?
BURGOS. Una vez realizada, ya no me importa. Para
eso vivo, en eso pienso minuto a minuto y
su proximidad me hace vivir, me hace sen-
tirme ágil y fuerte.
D. JULIÁN. Pero... ¿Serás tu capaz de...?
BURGOS. Sí... Cállate... Tú eres mi mejor amigo.
Debes salvar, mi obra con tu silencio.
D. JULIÁN. ¿Quién es ese hombre?
BURGOS. (Con una sonrisa.) Ya lo sabrás. El sufre
también porque la quería mucho; pero se
ha olvidado de mi, y yo le voy a recordar
que existo. ¡Si no lo habla descubierto
todo antes era porque la bondad y el amor
me tenían ciego; pero ahora el odio me ha
abierto los ojos!
D. JULIÁN. Debías pensarlo más, no te dejes arrastrar
por la pasión.
BURGOS. Estos tres días que han transcurrido me
dieron ya la serenidad necesaria para ver
claramente mi situación. El que ha hecho
morir a Jacinta pagará en la misma mone-
da. No me importa quién es, ni su calidad,
ni el cariño que le he tenido siempre.
(Pausa. Como hablando consigo mismo.)
Jacinta... Si... Pero ella ya pagó. Está
muerta.
D. JULIÁN. Esta noche no debes ir a tu casa.
BURGOS. Y, sin embargo, necesito hacerlo.
D. JULIÁN. Debes dormir en un hotel. Es necesario que
huyas de los sitios en que vivió Jacinta.
BURGOS. Si, eso es lo que me he propuesto. Pero esta
noche... no sé por qué quiero ir. Algo me
108 Francisco Navarro
espera, quizá sea ella, o los objetos que la
rodeaban, sus libros, sus vestidos, su per-
fume, todo lo que estuvo en contacto con
esas manos que acaricié tantas veces...
Pero, ¿sabes? Ella no me quería, o me qui-
so mucho menos de lo que yo la amé a ella.
Se resignó a aceptar mi cariño, me hizo la
merced de dejarse querer. Y yo, iluso, cie-
go, viví abandonado a esa mentira que
ocultaba todo. Ahora veo por qué estuvo
varios meses en su pueblo... ¡Huía de mi
y del otro! Más de su amante que de mi.
Le tenia miedo porque es joven y hermo-
so, porque sabía que no le podría resistir.
D. JULIÁN. Y... ¿cuanto tiempo?
BURGOS. No sé, ni quiero pensar en ello. El tiempo,
los sitios en que se velan, la trama de men-
tiras que tuvieron que inventar diariamen-
te, todos esos detalles los aparto de mi ce-
rebro para no volverme loco. (Pero como
deben de haberse querido cuando ella se
mató por él I (Se sonríeJ ¿Verdad que
parece un vodevil más o menos picante?
Ellos, jóvenes, fuertes, se amaban, y yo, el
viejo, con mi aspecto grotesco, era la figura
para hacer reír, para llevar el idilio en el
misterio y asi añadirle un elemento más de
delicia. Pero no contaron con que su amor
acabarla con ellos... y conmigo.

TELÓN
CUADRO SEGUNDO

Mismo salón del acto segundo.


PABLO se pasea nerviosamente de un iodo a otro. Se
detiene, va a un pequeño escritorio situado en un
ángulo de la estancia y escribe rápidamente «nos
renglones. Toca un timbre y se presenta un CRIADO.

PABLO. ¿No ha venido todavía mi padre?


CRIADO. NO, señor.
PABLO. (Consulta su reloj.) Baja las maletas de
mi cuarto y ponías en la terraza.
CRIADO. Muy bien, señor. (Sale.)
(PABLO toma el abrigo, el sombrero y los
guantes que estaban sobre una sillo, saca
la carta del bolsillo y la coloca lentamente
sobre el escritoriUo. En este momento en-
tra BURGOS por la puerta del fondo, ve
a su hijo de espaldas, y sin ser sentido por
ésto, avanza hasta colocarse junto a él.)
BURGOS. ¿Adonde vas?
PABLO. (Volviéndose violentamente.) ¡Qué! ¿Tú?
BURGOS. (Con mucha calma.) Si... ¿Viaje tene-
mos? He visto al criado con tus maletas...
¿Y esta carta? ¿Es para mi? Permíteme
verla. (La toma y la lee.) "Me siento
110 Francisco Navarro
muy enfermo. Perdóname. Adiós." ¡Ah!
¿Preparabas la huida?
PABLO. La huida no. No podía verte para expli-
carte y...
BURGOS. ¿Que no es ésta una huida? Entonces, ¿ qué
es? ¿Por qué todo este misterio? Nada me
hablas dicho.
PABLO. Desde que murió Jacinta no vienes a la
casa más que a dormir. ¿A qué horas te
lo decía?
BURGOS. Pero un viaje asi no se realiza sin avisar
por lo menos. ¿Adonde ibas?
PABLO. A Europa.
BURGOS. Bien lejos escogiste el sitio. ¿Tenias algún
motivo grave para escapar de... esta casa?
PABLO. ¿Motivo grave? No. Mi salud únicamente.
BURGOS. ¿Estás enfermo? ¿De qué?
PABLO. NO sé. Me asfixio en esta casa.
BURGOS. ¡Qué raro encuentro todo esto!
PABLO. ¿A qué vienen estas preguntas?
BURGOS. Para explicarme tu actitud. No la com-
prendo. Tratas de irte sin despedirte de
mi; tratas de escaparte, mejor dicho. Y te
extraña que te interrogue.
PABLO. Me quiero ir para distraerme un poco, es-
toy neurasténico, me siento enfermo de los
nervios, la trágica muerte de Jacinta me
ha afectado mucho.
BURGOS. (Después de una pausa*) Continúa.
PABLO. Trabajo de una manera mecánica. No pue-
do realizar la labor que rendía antes. Un
viaje me compondrá. Estaré seis meses
fuera. ¿Tiene algo de extraño que me tome
unas vacaciones después de tanto tiempo
La aenda obscura 111
de trabajar duramente sin un solo dea-
canso?
BURGOS. No, nada, si todo eso que me estas diciendo
fuese verdad.
PABLO. ¿NO lo crees?
BURGOS. NO.
PABLO. Pues el asunto no tiene otra explicación.
BURGOS. Quizá lo que te impulse a irte sean los re-
mordimientos.
PABLO. ¿Remordimientos? ¿De qué? ¿Qué he he-
cho yo?
BURGOS. (Sonriendo.) |Qué pronto hace efecto esa
palabra!
PABLO. Creo que ahora eres tú el que debe explicar
su actitud. ¿Qué quieres decir? ¿Qué al-
cance le das a esa palabra?
BURGOS. La que tiene.
PABLO. Pero... es que me desconciertas. ¿Adonde
quieres llevarme?
BURGOS. NO te exaltes. Jacinta, antes de morir, es-
cribió unas cuantas palabras, muy pocas,
cuatro o cinco, pero que me han traído a
la realidad.
PABLO. (Extrañado J ¿ Unas palabras ? ¿ Qué pudo
haber dicho?
BURGOS. Cuando tus gritos me despertaron corrí
como un loco; llegué al baño y la vi pen-
diente de esa cuerda que amorató su cuello.
El cuerpo se movía lentamente, como un
péndulo. Yo me abracé a sus pies sin saber
lo que hacia, por instinto, porque perdí la
noción de mi existencia. Traté inútilmente
de aflojar el nudo, sin lograrlo. Mis manos
temblaban sin fuerzas, casi muertas, y res-
112 Francisco Navarro
balaron sobre su cuerpo. Acariciándola
desesperadamente tropecé con su mano iz-
quierda 7 me encontré este papel.
PABLO. Nada sabia. Nada, lo juro.
BURGOS. Dice asi: "Pablo: nuestro amor es impo-
sible.—Jacinta,'
PABLO. (Lentamente.) Nuestro amor... Nuestro...
¡Nuestro!
BURGOS. ¿Ya ves?
PABLO. ¡Falso! ¡No es verdad!
BURGOS. Ssssht» Cállate, que los criados pueden oír...
Aquí está la clave de su muerte. Harta de
engañarme contigo, aquí, en mi propia
casa, con mi hijo, impulsada por los re-
mordimientos, se ahorcó.
PABLO. I NO, no k> creas! ¡ Eso es mentira! Tu, que
me conoces, que sabes ver basta el fondo de
mi alma...
BURGOS. Nadie sabe ver el pensamiento ajeno cuan-
do ese pensamiento es tan hondo y tan obs-
curo como el tuyo.
PABLO. ¿Pero tú lo crees? ¡Jacinta estaba loca y
nos quiere arrastrar en su locura a ti y
a mi!
BURGOS. ¡NO es verdad! Ahora veo por qué la acom-
pañabas a todas partes, por qué esa intimi-
dad, esa camaradería fingida, ese afecto
dizque filial que le tenias. Y después, para
disimular mejor tu crimen, te haces de
una noviecita cualquiera y piensas casarte...
¡Qué hábil eres! ¡Qué bien disimulabas!
Me haces ir a pedirla, sin saber que ese
matrimonio habla de decidir a Jacinta a
matarse. ¡Tu habilidad te hundió!
La senda obscura 113
PABLO. I Espera, déjame explicarte!
Binaos. i Qué puedes decir!
PABLO. Ella está ya muerta y debo revelar toda
la verdad para salvarte a ti y para salvar-
me a mí. Después de oírme podrás juagar.
Sin yo proponérmelo, sin que yo pusiera
nada de mi parte, Jacinta se enamoró
de mi...
BURGOS. I Pero eres capas!
PABLO. lOyeme! La noche de su muerte me dijo
que me quería, que yo era el primer hom-
bre que amaba, que su vida era imposible
a causa de este amor...
BURGOS. I Pablo!
PABLO. Que era necesario para au felicidad que yo
la amase también, que au existencia era in-
útil sin mi...
BURGOS. ¡Basta ya!
PABLO. 2 Escúchame hasta el fin! Yo quiero a mi
novia y jamás pensé que un día el afecto
de amigo que le tenia a Jacinta pudiera
transformarse en otro sentimiento que no
podía ya albergar. Porque mi alma es sana,
por sinceridad, por nobleza, la rechacé ru-
damente. He sido leal con todos. Por eso
se suicidó. Fué ella la única culpable, la...
BURGOS. ¡NO tienes escrúpulos! ¡No dudas en in-
ventar un cuento increíble para solucionar
este conflicto.
PABLO. ¿NO me crees?
BURGOS. NO. Ella fué culpable; pero lo fué a causa
tuya, porque tú la perseguiste desde el mo-
mento de conocerla. Jacinta no era capas de
dejar crecer un amor sin esperanza, en si-

114 Franeiaco Navarro
lcncio, para que tú un día la rechazaras
con brutalidad. Para inventar ese cuento
no has pensado en sus antecedentes, en su
religiosidad, en su vida obscura sepultada
en un rincón de provincia, en donde tuvo
que acostumbrarse a dominar todos sus im-
pulsos, obligada por el ambiente estrecho
a <J^nwr<p1ÍTlJtT' su voluntad. No; Jacinta era
pura hasta que tú la hiciste caer apoyado
en tu juventud, olvidándote de mi, de tu
madre, de todo...!
PABLO. ¡NO pienses eso! ¡Yo te juro que digo la
verdad! Jacinta te fué fiel de cuerpo, pero
su alma, por una fatalidad ajena a mi, te
engañó.
BURGOS. Mientes por piedad, por cobardía, porque
no eres capas ahora de llevar sobre tus
hombros este pecado. ¿Qué necesidad tenia
Jacinta de mentir en este papel que es-
taba destinado a ti y que cayó en mis ma-
nos por una casualidad?
PABLO. (Después da «na pausa.) Está bien. He-
mos discutido bastante. Es necesario ter-
minar esta escena. ¿Qué quieres que haga
ahora?
BURGOS. ¿NO me has comprendido?
PABLO. No.
BURGOS. Quiero que... (Pausa. Lucha rápida con-
sigo mismo.) ¡Vete! ¡Que no te vuelva
a ver nunca!
PABLO. Si. Es lo mejor para todos. Adiós. (Sale.)
BURGOS. Adiós.

TELÓN LENTO
CUADRO TERCERO

Caite de una gran ciudad. Escaparates, bocinas de auto-


móviles, gente que pasa.
BURGOS, indinado, sucio, envejecido, derrotado por ¡a
vida, en una pobreta triste y doloroso, atraviesa la
calle con paso tardo y se pierde lentamente entre la
multitud.

TELÓN LENTO
TRILOGÍA
TBB8 DBAMAS DBL PUBBLO

LA CIUDAD EL MAR
DRAMA EN UN ACTO "VMCUXI^

LA MONTANA
DRAMA EN UN ACTO Y TRES CUADROS
LA CIUDAD
DRAMA EN UN ACTO
PERSONAJES

NATALIA. E L CHUECO.
ISABEL. POLILLA.
ALTAGBACIA.
Casa de asignación en un arrabal de Mixteo. Un fonó-
grafo barato ganguea un tango. Alguno» sillones y
sillas muy viejos, adosados a la pared. En el centro.
una mesa con botellas de corveta vacías. ISABEL
y NATALIA juegan al poker con dos parroquianos,
el CHUECO y POLILLA, que tienen tremas de
obreros. Usan "overol" con grandes manchas de gra-
sa y gorras de hule. ALT AGRACIA, «na mujer cin-
cuentona, gorda y vulgar, observa la escena recar-
gada en la mesilla del fonógrafo.
NATALIA es la mas joven de las pupüas. Su rostro,
pálido y cansado, muestra a través de la pintura la
huella de todos los vicios. Tiene el pelo castaño, casi
leonado; ojos color de miel, ardientes, brillantes.
Tiene el aire aburrido y fuma un cigarrillo.

CHUECO. (A NATALIA.) Apuesta.


NATALIA. Ya no juego más. (Arroja las cartas sobre
la mesaj He perdido todo lo que tengo.
CHUECO. ¿Cuánto necesitas?
NATALIA. Ni un centavo. Me aburrió el poker.
CHUECO. Entonces acábate tu cerveza.
NATALIA. NO. He tomado mucha.
CHUECO. ¿Qué quieres?
NATALIA. Coñac
CHUECO. NO. Qué coñac ni qué diablos. ¿Tú crees que
es muy bonito pagar cincuenta fierros por
cada copa? La cerveza también emborracha.
¡Anda! i Salud!
122 Francisco Navarro
NATALIA. Que te digo que quiero coñac.
CHUECO. Mira, vieja, no te pongas pesada. He pedido
cerveza y ora te la tomas.
POLILLA. ¡Bien dicho! i Arriba la cerveza!
NATALIA. Entonces que se diviertan. (Se levanta de ¡a
mesa y trata de irse.)
CHUECO. (Cogiéndola por un brazo y obligándola a
sentarse.) Tú te sientas allí y haces lo que
a mf me dé la gana. ¿Oíste?
NATALIA. ¡Abusón! {Desgraciado! Pos si no quiero
más cerveza,
CHUECO. ¡POS ora te la tomas, aunque no quieras!
POLILLA. Déjala, hombre, no seas idiota. Está medio
borracha. ¿Vas a armar un mitote porque
no quiere cerveza?
ISABEL. Bebe, Natalia; no seas tonta.
NATALIA. (Al CHUECO.) ¡Que me dejes en paz!
CHUECO. ¡Que no quiero! ¡Ora tú haces lo que me dé
la gana!
ALTAGB. ¡Chist! Escandalitos no, ¿eh? ¡A ver si se
me van callando!
CHUECO. ESO dígaselo usté a Natalia.
ALTAOS. ¡Natalia! ¡Qué pasa contigo!
NATALIA. Que estoy llena de cerveza y que ya no me
cabe más.
CHUECO, I ¡POS ora tomas hasta que yo me embo-
rrache!
NATALIA. (LloriqueandoJ ¡Que no! ¡Vaya!
ISABEL. Por Dios, Natalia, no te pongas así. Este
hombre, que se pone terco, y tú a llevarle
la contraria; vas a acabar por llevarte un
golpe.
CHUECO. ESO es lo que va a pasar. ¡ Que te voy a dar
uno que se te va a olvidar hasta tu nombre!
La eiudad 123
NATALIA. Así aera uaté valiente. ¡Póngase con un hom-
bre igual a uaté!
CHUECO. ¡NO me provoquea porque te meto dentro del
fonógrafo!
POLILLA. (Interponiéndose.) Vamos, hombre, no te
pongas aai tú también, que nos vas a aguar
la noche.
NATALIA. (Lloriqueando.) ¡Aai aera uaté bueno, dea-
graciado! i Pegúeme, pegúeme y verá lo que
le paaa!
CHUECO. Mira, no me amenaces porque entonces es
peor...
NATALIA. (Desafiante.) ¡Qué, qué! ¡A ver, qué me
hace! ¡A poco eré que le tengo miedo!
POLILLA. (Conteniendo a su amigoJ Altagracia, llé-
vate a ésta de aquí.
ALTAGB. (Cogiendo por un broto a NATALIA.) ¡ Cá-
llate ya, por Dios!
NATALIA. (Que sigue llorando.) ¡Abuaón, desgracia-
do, ya verá cómo le va a ir!
CHUECO. (Soltándose del brazo de su amigo.) ¿A mi?
(Le da un golpe en la caro que hace a NA-
TALIA dar con sus hueso» en el suelo.) ¡Pa
que me acuses con más ganas! ¡Pues qué te
has creído! ¡A ti 7 a todos tus amigos me
loa trago de un bocado! ¡Palabra!
(NATALIA queda en el suelo bocabajo, llo-
riqueando. ALTAGRACIA e ISABEL acuden
a levantarla.)
ALTAGB. Oiga, golpea con las muchachea, no, ¿eh?
¡Vaya un valientito! ¡Prefiero que se largue!
¡Pos qué se ha creído uaté! ¡No más eao me
faltaba! (A NATALIA.) Levántate, mi
vida.
124 Francisco Navarro
POLILLA. (Cogiendo de un brazo a cu compañero y lle-
vándoselo a otro extremo de la habitación,)
i Pero hombre! ¡Qué bárbaro eres! ¡0 te po-
nes en pac o te dejo solo! Yo lo que quiero
es divertirme, no ver borrachos repartiendo
trompadas.
CHUECO. ¡Últimamente, tú también, qué! ¡A ver, va-
mos a veri
POLILLA. ¡Ahí ¿Ahora la coges conmigo? No te hago
caso porque estás muy borracho. Siéntate allí.
CHUECO. (Dejándose caer en una silla.) ¡Chico se me
hace el mar para hacer un buche de agua!
Y si no lo quieres creer has la prueba.
POLILLA. Sí, hombre, sí; ya sé que eres un tigre con
barbas.
CHUECO. ¡A ver, Altagracia! ¡Ora me traes coñac!
¡Asi soy yol ¡Caprichudo! ¡Quiero coñac!
Isabel, ven acá. Tú tienes cara de ser muy
buena muchach ita. Tomate una botella de co-
ñac conmigo, ¿quieres?
ISABEL. ¿Una botella? Antes de tres copas estás de-
bajo de la mesa.
CHUECO. ¿Quién? ¿Yo? Todavía no me conoces. Ven,
criatura, siéntate aquí conmigo. (Gritando.)
¡Una botella de coñac!
ALTAGB. Un momento, viejito. ¿Con qué vas a pagar?
NATALIA. ¡ESO, eso; que pague primero!
CHUECO. ¿Te importa a ti algo?
NATALIA. Sí, me importa. Y si no pagas no hay coñac.
ALTAGB. ¡Cállate, mujer, que parece esto una corrida
de toros! (Al CHUECO.) ¿Qué hay del
dinero?
CHUECO, I Aquí, en el bolsillo, traigo pa comprarte has-
ta a ti!
La ciudad 125
ALTAGB. ¿ Ah, ai? Quiero verlo.
CHUECO. (Poniéndose de pie, amenazador.) ¡Te ad-
vierto ojie te vas a llevar un matrera») en
plena jeta que en ocho días no vas a poder
ni hablar!
ALTAGB. TÚ me pegarás a mi, pero ai no me enseñas
el dinero no hay coñac.
POLILLA, J Caramba! ¿Ya te estás poniendo pesado otra
vesT ¡Hasta cuándo VBM a acabar con estas
latas!
CHUECO. Dile a esa vieja que me dé coñac.
POLILLA. ¿Pa que luego vayas a parar a la ehirona?
¿Con qué lo pagasT
ALTAGB. Y si no te portas como la gente llamo a un
policía pa que te saque de aqui. ¡Ya me can-
saste! ¡Por dos o tres miserables botellas de
cerveza que te tomas le pegss a una mucha-
cha, armas un escándalo y hasta me amena-
zas a mi! ¡No hay derecho! ¡O te estás quie-
to o te largas! ¡Ya lo sabes!
POLILLA. ¡A ver! ¡Música! ¡Vamos a bailar! ¡Se aca-
baron los pleitos! Isabelita, anda; chica, des-
pabílate. Pon a trabajar ese fonógrafo. (La
máquina parlante principia a tocar.) Nata-
lia, ¿ya se te pasó el berrinche? ¿Quieres
bailar?
NATALIA. Bueno... Pero que no me toque el bruto de
tu amigo, porque no respondo. (Principian
a bailar J
CHUECO. Qué más quisieras tú que me ocupara de ti.
La chancla que yo tiro no la vuelvo a re-
coger.
NATALIA. (Se desprende de loa broto» de POLILLA,
coge «na botella de cerveza y amenosa con
126 Francisco Navarro
eüa al CHUECO, que, amia esa actitud, se
acobarda.i ¡Sigúete metiendo conmigo y te
parto la cabeza!
POLILLA. (Cogiéndola del brazo.) ¡Natalia! ¿Otravez?
NATALIA, I Si tú eres valentón, te has tropezado con la
horma de tu zapato! ¡Aunque seas hombre,
no te tengo miedo!
POLILLA. Vente p'acá, déjalo. ¡Pero qué gana de armar
bronca!
NATALIA. Todavía me está doliendo la trompada que me
dio. La que se va a llevar él me va a saber
a mi a gloria. (Siguen bailando..)
CHUECO. ¡NO más porque me gusta llevarle la contra-
ria a la gente; pero mira! (Saca un puña-
do de pesas y los arroja a loa pies de NATA-
LIA.) ¡Pa que veas que las puedo! (A AL-
TAGRACIA.) ¿Ya se convenció usté, vieja
matara, de que tengo harta plata pa pagarle
todo lo que le pida?
ALTAGR. ¿Y por qué no lo decías, idiota?
CHUECO. Porque asi soy yo de raro. Esta muchacha
me gusta no mas por lo rejega que es. ¡Y ora
nos vamos a tomar a su salud todo el coñac
que haya en esta casa.
POLILLA. ¡Bravo! ¡Asi me gustan los hombres! ¡Dis-
paradores y valientes!
CHUECO. Ora me vas a dejar bailar esta pieza con Na-
talia. ¡Al cabo, ya sabes que tú y yo hasta
el joyo!
NATALIA. YO con usted, ni el saludo. ¡No más eso me
faltaba!
CHUECO. NO se me ponga de fierro malo. Véngase a
marcar un foxtrot. A poco se va usté a hacer
del rogar.
La ciudad 127
NATALIA. No es que me haga del rogar; pero...
CHUECO. No hay peros que valgan. Y, además, ¡me
gustas mucho! ¡Con esos ojos, y esa boca, y
ese cuerpecito, es pa volver loco a cualquiera I
(Ella sonríe, halagada.) Tú tienes la culpa
de que haya hecho tonterías. ¿Me perdonas?
NATALIA. SI. (Bailan.)
POLILLA. (A ISABEL.) ¿Bailas o no bailas?
ISABEL. Hasta ora te acuerdas de mi. Al nopal lo van
a ver sólo cuando tiene tunas.
(Mientras las parejas bailan, ALTAGRA-
C1A descorcha una botella de •coñac y pone
cinco vasitos sobre una de las mesas.)
CHUECO. ¡Mi madre! ¡Qué bien baila esta chamaca!
I Me parecen rieles todos los durmientes!
POLILLA. Con el lastre que te trais y una botella de
coñac encima, te voy a tener que sacar de
aquí en carretón.
CHUECO. NO te preocupes por mi, hermano, que los
ojos de esta mocosa me están poniendo a tono.
¿Verdá, negra? | Tienes un par de linternas
que ni las de un Pécari ¡Palabra!
NATALIA. ¡Qué cambio! Te has vuelto más floreador
que un fifi.
CHUECO. A mf no me compares con un fifí, porque se
me retuerce el hígado. ¡Soy más macho que
Pancho Villa!
ALTAGR. Aquf está ya el coñac.
POLILLA. ¡Santa palabra! ¡A beber todo el mundo, que
sin estas botellitas embrujadas no hay ale-
gría! ¡Salud y revolución social!
CHUECO. ¡Por las mujeres bonitas y airosas como Na-
talia!
POLOLA. ¡Por ella y por mf!
128 Francisco Navarro
NATALIA,JSalud!
ALTAOS. ¡Que viva la pepa!
TODOS. ¡Que viva!
ISABEL. ¡Y el coñac!
TODOS. ¡Que viva!
POLOLA. ¡Arriba yo!
TODOS. i Abajo! (Grandes risas.)
(BebentodosJ
CHUSCO. Pero esto es muy poquito. ¿Pa qué trais es-
tas espitas tan chiquitas, Altagracia? Trai

POLILLA. ¡Claro! ¡Que sepa el cuerpo lo que recibe!


NATALIA. ¡Pero adonde vamos a ir a dar, por Dios!
ALTAOS. ¡Si quieren vasos ks traigo vasos! Aquí no
se contradice a nadie. (Sale.)
POLILLA. | ( Donde estás, corazón;
0
ISABEL. \ í**"""» ^ j no oigo to palpitar...
ALTAOS. (Entrando .) Ya están aquí.
NATALIA. ¡Venga el primer golpe!
(ALTAGRACIA vuelve a aalirj
CHUECO. Asi me gustan laa mujeres. ¡Que sepan ser-
lo, como tú!
NATALIA. (Viéndolo a los ojos.) ¿Te gusto?
CHUSCO. ¡Me desquicias!
NATALIA. ¡Ja, ja, ja! ¡Señores, les presento a mi nue-
vo amordto!
POLILLA. Brindemos por ustedes y por nosotros. ¡Salud!
TODOS. ¡Salud!
CHUSCO. ¡Y que vivan las mujeres bonitas!
POLILLA. ¡Que vivan!
(Todos beben.)
NATALIA.Isabel, por favor, pon un foxtrot.
CHUECO. NO, no quiero música de fonógrafo. Al diablo
La ciudad 129
con esas maquinal. Me tienen harto. ¿Tú
cantas, verda Natalia?
NATALIA. Un poquito.
ISABEL. ¿Te traigo tu guitarra?
CHUECO. SÍ. sí, traila. Aquí mando yo, ¿verda pre-
ciosa?
(Sale ISABEL.)
NATALIA. Por esta noche Bolamente.
CHUECO. ¡Qué val ¿Tú crees que, habiéndote encon-
trado y gustándome tanto, te voy a dejar
asi como asi?
NATALIA. ¿Pues qué quieres entonces?
CHUECO. ¡Qué sé yo lo que quiero ahora! Me guatas y
nada más.
ISABEL. (Entrando.) Toma, Natalia. (Le da una
guitarra.)
CHUECO. ¡A ver una canción de esas, pero muy me-
xicanas!
NATALIA. (Afinando.) ¿Les gusta, por ejemplo». "Otra
ves1', de Tata Nacho?
-CHUECO, ¡SÍ, si, mucho!
NATALIA. Bueno, pos allí va. (Cantando.)

Quiero ver otra ves


tus ojitos en noche serena.
Quiero oír otra ves
tus palabras calmando mi pena.
Quiero ser otra ves
el que inquiete la pas de tu sueno
con la vos amorosa
de un carino borracho de ensueño.
Y quisiera, sobre todo,
un poquito de esperanza.
Tú te has vuelto muy esquiva
9
130 Franeieeo Navarro
muy dada a la desconfianza.
No hay razón, dulce bien,
de que me trates como un extraño.
Siempre soy el que he sido,
no me pagues con un desengaño.
Mira, negra, me harías mucho daño.

CHUECO. (Aplaudiendo.) ¡Bravoo!


POLILLA. (Aplaudiendo.) ¡EBtupendol
CHUECO. Qué bien cantas. Te pones mas bonita asi.
NATALIA. (Sonriendo.) No lo sabia.
CHUECO. ¡Te transformas I ¡Pareces otra I
POLILLA. (Que habla lentamente por efecto del al-
cohol.) ¡Otra copiosa! (Sirve un poco en
lo» roaos de todoej ¡Por las canciones de
mi tierra!
ISABEL. ¡POS si de eso es de lo que se trata! (A la
pareja del Chueco y w compañero, que ha-
blan en «os baja.) ¡Eh! ¡Novios! ¡Dejen
las palabras de amor para otra ocasión! ¡A
beber!
CHUECO. ¡Salud!
NATALIA. Por ti.
CHUECO. Gracias.
POLILLA. ¿Y tú no brindas por mi, bandida?
ISABEL. NO tengo ningún inconveniente. Por ti y por
tu madrecita y por toda tu parentela.
POLILLA. Mira, dejemos a mi madrecita en paz, ¿quie-
res?
CHUECO. (Se pone en pie y llama aparte a POLILLA.)
Oye, viejo, necesito que te lleves a Isabel y
que me dejes solo con Natalia.
POLILLA. ¿Tú y ella? ¿Y pa qué? Si estamos muy bien
aquí todos.
La ciudad 181
CHUECO. No me preguntes. Haz lo que te digo.
POLILLA. Bueno, pos ta bien. (A ISABEL.) Oye, tú,
este quiere que nos vayamos de aquí. ¿Qué
dices?
ISABEL. Que pa mi es lo mismo.
POLILLA. Bueno, viejita; pos vamonos con viento fres-
co, i Adiós, ingratos I No queren nuestra com-
pañía. Los aburrimos. Ta bueno. ¡Arrieros
somos y en el camino andamos! (Abraza a
ISABEL y sais la pareja tambaleándose.)
NATALIA. ¿Por qué has hecho eso?
CHUECO. Quería estar solo contigo. Me hartaron ya
esos borrachos. Yo no sé si también lo estoy,
pero quiero ver solamente tus ojos. Cuando
cantabas me velas en una forma que no po-
dré olvidar nunca. He pareciste una mujer
digna de que yo te quisiera.
NATALIA. NO me hagas reír.
CHUECO. ¿NO has tenido jamás un amor, una ilusión,
que te hubiera arrancado siquiera por mo-
mentos de esta vida que llevas?
NATALIA. NO... Ni me hace falta.
CHUECO. Mira, yo ahora traigo harto dinero. Me pa-
garon en el ferrocarril y quiero gastármelo
todo contigo.
NATALIA. Pero eso será en la noche. Ahora está amane-
ciendo, son casi las cinco.
CHUECO. El alcohol me pone asi, medio sentimental, me-
dio... i qué sé yo! ¿No te gusta mucho esta
hora?
NATALIA. Para mi todas son iguales. La compañía es lo
importante.
CHUECO. Cuando llevo mi tren a toda velocidad y em-
pieza a venir la luí, con ese frillito que trai.
132 Francisco Navarro
me siento otro. Muchas veces quise estar a
esta misma hora con una mujer como tú.
NATALIA. POS con muy poca cosa te conformas.
CHUECO. NO digas eso. Casi, casi me he enamorado
de ti.
NATALIA. ¡Ja, ja, jal No seas tonto. No quiero amor-
ates, porque train muchas complicaciones.
CHUECO. ¿Ni el mío?
NATALIA. NO; no me hables de eso. El amor es un lujo
que no está hecho pa las mujeres como yo.
Enamórate de una muchacha de tu pueblo,
que te dé tus chamaquitos y toda la cosa.
To ya estoy metida en esta vida hasta el pes-
cuezo, y como ya no hay remedio, pos sigo en
ella. Lo que no quiero son complicaciones y
eolitos y latas de esas...; Cuantos años tienes ?
CHUECO. Veinticinco.
NATALIA. ¡ Ah, con ratón!...
CHUECO. ¿Que, a poco soy muy mocoso?
NATALIA. Para mi, que tengo casi tu edad, sí.
CHUECO. ¿NO te gusto entonces?
NATALIA. NO estás mal, pero no es suficiente. Me gusta
vivir de sorpresa en sorpresa; me atrae lo
inesperado, lo repentino. El amor algunas
veces es un poco monótono. (Transición.)
¿No te gusta el juego? Yo lo prefiero al amor.
Allí si que hay emoción.
CHUECO. El juego me gusta tanto como me gustas tú,
que ya es mucho.
NATALIA. ¡ Ah, eso es lo que me vuelve local Ha habido
noche que me he jugado todo, lo que tenia a
una carta y me he quedado en la calle; pero
no me importa. ¡Las emociones que me ha
dado son impagables!
La ciudad 188
CHUECO. Ya que nos gusta tanto, te voy a hacer una
proposición.
NATALIA. ¿Cuál?
CHUECO. Que juguemos nuestro amor a las cartas. Si
yo gano, te vas a vivir conmigo. Si pierdo, no
te vuelvo a ver.
NATALIA. Hombre, mira; ¿quieres que te sea sincera?
No me interesa tu proposición. Me darla lo
mismo vivir contigo que aquí. Necesito algo
mas emocionante, más brutal, más definitivo.
CHUECO. Te juego todo lo que traigo. Ciento cincuenta
pesos.
NATALIA. NO... El dinero, si, está bien; pero lo he ga-
nado y lo he perdido muchas veces. {Tengo
una idea! ¡Vamos a jugar algo que nos elec-
trice, que nos ponga los nervios de punta,
que nos haga sentir un escalofrió por todo
el cuerpo! ¿Quieres?
CHUECO. Venga la idea.
NATALIA. ¿La aceptas?
CHUECO. De antemano. Todo lo que tú me propongas
lo acepto, i
NATALIA. Cuidado, que te puede pesar.
CHUECO. NO me asustas. Adonde tú llegues voy yo. No
me puedes dejar atrás.
NATALIA, I Vamos a jugarnos la vida!
CHUECO. (Después de «na pansa en que muestra un
poco de sorpresa, que desaparece rápidamen-
te. ) Estás borracha...
NATALIA. Puede que si; pero me doy cuenta de lo que
digo. ¿Aceptas? ¡Eso si seria emocionante!
¿Te imaginas la sensación al ir saliendo cada
carta? ¡Viviríamos mil años en un momento!
CHUECO. ¿Serias capaz de pagar si perdieras?
134 Francisco Navarro
NATALIA. ¡Ya lo creo!
CHUECO. (Con una sonrisa do indiferencia.) Pues por
mí, aceptado.
NATALIA. (Tomando el mato de barajas que hay enci-
ma de la mesa.) Si tú ganas, me matas; si
pierdes, entonces me cobro yo.
CHUECO. ¿NO estás bromeando?
NATALIA, I Te Juro que no!
CHUECO. (Después de una pausa corta.) Pues adelan-
te con loa faroles. (Saca un revólver que
trae en el bolsillo trasero del pantalón y lo
pone encima de la viesa.) ¿No te da miedo?
NATALIA. ¡Si, muchísimo! ¡Por eso creo que éste es el
juego supremo de mi vida!
CHUECO. ¡Tienes sangre de jugadora!
NATALIA. El que primero saque un as ese es el que
gana. Baraja tú.
CHUECO. (Barajando.) ¡Cómo voy a reírme cuando
te vea llorar, llorar de miedo! ¡ Porque si pier-
des te mato!
NATALIA. Te digo que no me conoces todavía. La emo-
ción que siento es superior a todo y vale la
pena de morirse por ella.
CHUECO. Parte.
NATALIA. Ya está. Ahora doy yo.
(Va depositando lentamente loe cartas encí
ma de la mesa, unas frente al CHUECO,
otras frente a ella.)
NATALIA. ¡Un diez! ¡Un rey! ¡Un dos! ¡Un cinco!
¡Una reina! (Pausa.) Espera un momen-
to..'. Me tiemblan las manos.
CHUECO. (Encendiendo im cigarro.) ¿Quieres que
siga dando yo?
La ciudad 186
NATALIA. NO; cambiarla la suerte y podrías matarme.
CHUECO. (Cogiéndole la mano.) ¿Lo dices en serio?
Fíjate que te estás jugando la vida. Podría-
mos dejarlo allí. Para juego es suficiente.
NATALIA. NO, qué va. Esto no tiene precio. El que lo
pueda contar después será un héroe.
CHUECO. (Después de una pausa.) Muy bien, ade-
lante.
NATALIA. ¡Otro rey! ¡Un cuatro! ¡Un ocho! ¡Otro
diez!... ¡El as! ¡Gano yo!
(Pausa.)
CHUECO. Está bien... Conforme... Allí tienes la pis-
tola. Pero antes... ¡dame un beso! Creo que
te llegué a querer realmente.
NATALIA, I Si, si! (Lo abrasa y lo besa.) Ahora me
gustas mucho más que antes! ¡Eres el pri-
mer hombre que admiro... y que quiero!
Eres macho por los cuatro costados. (Lo
beso, lo acaricia.) ¡Pero he necesitado esta
prueba para enamorarme de tí. y si no te
matase, te despreciaría!
CHUECO. NO... Te exijo que cumplas, precisamente
porque te quiero. Asi me voy contento. Si
me he de morir de todas maneras, es pre-
ferible perder la vida asi, a manos de una
mujer bonita como tú, que aplastado cual-
quier día por un furgón de carga. Y, además,
sé que si tú hubieras perdido habrías muer-
to sin miedo. ¡No quiero que seas superior a
mi en nada! Nos encontramos con la horma
de nuestro zapato!
NATALIA. Adiós. Serás el único hombre a quien haya
querido. Todo el resto de mi vida te traeré en
el alma, y asi serás mi único amante.
136 Francisco Navarro
CHUSCO. (Se desprende de sus brazos y le entrega el
revólverJ Aquí está. Tómalo.
(Natalia apunta y dispara. El CHUECO
cae, se agita un poco y queda inmóvil.'
ALTAGR. (Entrando.) ¡ Qué es! ¡ Qué pasa! ¡ Natalia!
(NATALIA queda silenciosa, con la vista
clavada en el muerto.)
ALTAGR. (La estruja fuertemente por un brazo.) ¡ Lo
mataste, lo mataste!
(Entra POLILLA, seguido por ISABEL, y
los dos, al ver el cadáver, ss quedan asom-
brados, enmudecidos.)
NATALIA. NOS jugamos la vida a las cartas y perdió
él. Me cobré la deuda.

TELÓN
EL MAR
DRAMA EN UN ACTO Y DOS CUADROS
PERSONAJES

LUPE
CHOLE
DAMIÁN
JUAN
NIEVES
CUADRO PRIMERO

Atardecer en ¡a eoeta mexicana del Paeifieo. El trapico.


Playa desierta. AI fondo, el mar, de color and añil,
tranquilo, grandioso.
DAMIÁN, joven pescador de treinta años, de color mo-
reno bronceado, lampino, pelo negro y revuelto, re-
visa cuidadosamente eue redee. Está descalzo, usa
pantalones de mezclilla asid abecuro, que trae reco-
gidos arriba del tabulo; camiseta abierto en el
pecho.
Su mujer, LUPE, de veinte anee, sentada en el suelo,
coee las partes rotae de una red. Morena, de pelo
negro, lleva dos treneae que le caen por la espalda.

LUPE. ... y tú veris que doña Petra, con todos los


chismes que le hicieron esos de la vecindad,
no quiso dar la posada pa mañana en la no-
che. Es una vieja muy regañona, siempre está
de mal humor. Yo, l'otra ves, por poco me pe-
leo con ella. Me tuve que dominar muy juerte
pa no decirle cuatro verdades. Figúrate tú
que jué a la casa no mas pa decirme que mis
guajolotes y mis cochinitos se hablan comido
su mus... Puras mentiras de la vieja esa. A
mis animales yo nunca los dejo salir. Los ten-
go bien atrancados pa que no se los lleven.
140 Francisco Navarro
Desde que ae robaron el gallote aquel grande
que teníamos, loe cuido mucho. (Pausa, i
Oye, viejo; tengo muchas ganas d'ir a Aca-
pulco pa que me merques mía collarcitoa ára-
les. ¿No te acuerdas que me loa prometíate?
Desde el día de mi santo me dijiste que me
loa ibas a tráir, y nado... ¿Me llevas pa Na-
vidá? Me quero comprar también otras na-
guas, porque las que tengo ya están todititaa
rotas. ¿Me llevas?
DAMIÁN. (Silencio.)
LOTE. ¿Qué te pasa, viejo; tas de mal humor? Todo
el santo día has estado asi, medio raro.
DAMIÁN. (Silencio.)
LOTE. Ni siquiera me contestas... Bueno... Pos ora
al que yo no tengo ganas de peliar... Estás
allí con una carota, que parece que me vaa a
comer.
DAMIÁN. (Silencio.)
LOTE. (Suspende su labor y as acarea a él.) ¿Qué
te pasa, Damián; tienes muina conmigo?
¿Por qué no me hablas?
DAMIÁN. Por nada.
LOTE. TÚ te peleates con Juan y ora, yo soy la que
estoy pagando los platos rotos, ¿verdá? ¡Pos
ora sí! ¡No hay derecho!
DAMIÁN. ¿Te callarás?
LOTE. |Ah!, ¿te molesto porque te hablo? ¡Caram-
ba, ni que te hubiera pegado! (Pausa. Tran-
sición.) ¿Qué tienes, Damián? Levanta la
cabeza... ¿Tas triste? ¿Qué te pasa? ¿Tas de
mal humor porque la redada de anoche fué
mala?
DAMIÁN. NO.
El mar 141
LUPE. ¿Entonces? Voltea la cabeza, hombre; ai no
te voy a hacer nada. (Riéndose.) ¡Ah.yasé!
El compadre Chinto que no te quere pagar lo
que te debe, ¿verdá? ¡ A que ai, a que al!
DAMIÁN. NO, no ea eso.
LUPE. (Cariñosamente.) ¿Táa aburrido? ¿Ya no me
quena?
DAMIÁN. (Se le queda viendo, le toma la cabeza entre
loe manee y la ve fijamente a loe ojoo, como
queriendo meterse en su pensamiento.) ¿No
adivinas nada?
LUPE. ¿Qué?¿Tés enfermo? ¿Por qué me miras asi?
DAMIÁN. TÚ lo sabes tan bien como yo.
LUPE. ¿Qué dices? No te entiendo.
DAMIÁN. Qué bien finges, ¿verdá? ¿Crea que no lo sa-
bía? ¿Crea que soy tan penco pa no darme
cuenta? ¿Cuánto tiempo llevas asi? Quero sa-
berlo todo.
LUPE. ¿Qué... qué quena decirme?
DAMIÁN. Ora ai, ¿verdá? {Te da miedo!
LUPE. ¿A mi? ¿De qué?
DAMIÁN. ¿Cómo de qué? ¿No tienea miedo que jo te
castigue?
LUPE. ¿Castigarme?
DAMIÁN. ESO debías haber pensado cuando lo hicites.
LUPE. ¡NO sé lo que dices!
DAMIÁN. ¿Y ora me lo niegas? ¡Mira! (Saca un pa-
pel del bolsillo.) ¡Lo que jallé anoche en el
cajón de tu ropa! ¡De Juan! De eae bandido
que yo creiba que e n mi amigo. lOra nié-
galo!
LUPE. Eso no ea cierto.
DAMIÁN, I Aquí te dice que te quere y que tú lo quena
a él! Onde está eae manglar. Quero verlo. AHÍ
142 Francisco Navarro
lo veías, ¿verdá? ¡Mientras yo te traiba la
comida y me pasaba días y noches enteras en
el mar, tú me encajabas este cochillo en el
cuerpo!
LUPE. I No, no es cierto!
DAMIÁN. ¿Cnanto tiempo llevas así? ¿Días? ¿Meses?
¿Años?
LUPE. TÚ estas loco. Todos esos son purititos chis-
mes.
DAMIÁN. ¿Chismes? ¿Y este papel? (Saca otra carta
del bolsillo.)
LUPE. No sé de quién es.
DAMIÁN. POS si es tu letra, ¡mírala! ¡Tu firma! ¿Y
todavía dices que no?
LUPE. (Silencio.)
DAMIÁN. ¿Qué hicites? ¿Cómo pasó eso?
LUPE. NO me preguntes nada.
DAMIÁN. ¿Te empeñas en negarlo? Aquí tengo las
pruebas.
LUPE. Tá bien. ¿Y si todo eso fuera verdá?
DAMIÁN. Quero saber hasta onde has llegado.
LUPE. ¡Evítame este suplicio, por favor; cállate, dé-
jame ya!
DAMIÁN. ¡NO! ¡Tienes que decírmelo todo!
LUPE. SÍ, soy culpable; pero...
DAMIÁN. ¡Sigue!
LUPE. Soy una desgraciada... Compadéceme... He
luchado por escapar a esto hasta no poder
más... Yo no quería encontrármelo; pero él
me perseguía, andaba tras de mi a toas horas
y me decía que lo compadeciera, que era un
infeliz, que me quería más que a té en el
mundo...
DAMIÁN. Sigue.
El mar 143
LUPE. Luego me amenaió con matarme a traición, me
dijo que tú no me queres...
DAMIÁN. ¡Y dice que es mi amigo!
LUPE. Yo no sabia qué hacer. Tenia miedo de ti, de
él, de tó... Una tarde... hacia dos diss que tú
te hablas ido a pescar... jué a la casa... Es-
taba desesperao, rabioso, iba armado de un
cuchillo... Me amenaió con matarme... Tuve
un miedo horrible, luché como unafiera,quise
correr, gritar... No me valió nada...
DAMIÁN, I Cobarde!
LUPE. Y luego pasaron los días... Llevo seis meses
de no saber qué hacer. Algunas veces, después
de pensarlo mucho, te lo quería decir; pero
no me atrevía. ¡Tenia miedo! Y seguía sin
saber a dónde iba a parar, sin saber siquiera
si lo quería o no... Hasta que un día, una cosa
que pasó me vino a despertar de ese sueño, de
ese abandono en que vivía. ¿Te acuerdas
aquella madrugada en que Juan se echó al
mar pa salvar a la perra? ¿Te acuerdas que
desde la barca vimos tés l'aleta pardusca del
tiburón que se vino sobre él como un rayo?
¡Jué una visión horrible que pasó por mis
ojos! ¡Lo vi muerto, herido, tó lleno de san-
gre! Y lloré mucho, mucho... Después me di-
jeron que no le habla pasao nada..., que lo
hablan sacao con unas redes... ¡y me dio tan-
to gusto! Entonces supe que lo quería yo tam-
bién.
DAMIÁN. ¡Lupe!
LUPE. Habla días que me los pasaba sin hacer nada,
senté debajo de un árbol, viendo p'al cielo,
sin menearme, olvidada de mi. Ya no lu-
144 Francisco Navarro
chaba... me abandoné... me arrastró la co-
rriente. Ababa los ojos y lo vela en las nu-
bes, en las estrellas, en el agua verde del
mar... Luego pensaba en ti y Doraba... Los
remordimientos me mordían como si jueran
animales... y después... vuelta a pensar en él,
que se me habla metió pa no salirse nunca,
¡nunca!
DAMIÁN. ¡Y yo que te creiba tó! ¡Pero qué te ha dao
ese hombre! ¿Por qué ha sucedió eso?
LUPE. Damián...
DAMIÁN. YO tengo la culpa. ¡Hasta tu, que creiba que
me querías, que me tenias ley, que lo que me
decías era verde... ya ves... ¡Lo mesmo que
l'otra!
LUPE. ¿Qué dices?
DAMIÁN. YO me entiendo, es cosa mía. Ora mesmo vas
a saberlo, porque ya no puedo con esto que
traigo dentro... Me aguanté un día... a so-
las... callao... metió en la barca pa que no me
vieras... tendió bocabajo... con esos papeles
arrugaos entre las manos... que me jicieron
ver lo perras que son las mujeres. {Y pensa-
ba en él, en ella, ¡en ti!
LUPE. (Acercándose a él.) ¿En ella dijites? ¿En
quién?
DAMIÁN, I Quítate! Con esa cara de Virgen de Guadalu-
pe que tienes llevas el diablo metió... ¡Cuán-
tas mentiras me has dicho! A toas horas, des-
de que te levantabas, todo mentira. A él es al
que queros... Y yo... ¡idiota!
(Pauta. Entra un chiquillo de catorce a quin-
ce años.)
El mar 146
NIEVES. Que dice doña Chuna que ai ya le manda aaté
la ved.
DAMIÁN. Mira, Nieves, ven acá. Tú conoces a Juan,
¿verdad?
NIEVES. Si, patrón.
DAMIÁN. Ve a su casa, que queda allí cerquita, y dile
que quero verlo. Que venga p'acá, aquí lo es-
pero.
NIEVES. Tá bueno, patrón. (Sale.)
LUPE. ¿Qué vas a hacer?
DAMIÁN. Ya lo sabrás.
LUPE. {Contéstame!
DAMIÁN. NO.
LUPE. (Suplicante.) No lo llames a él, hazme a mf
lo que queras, a él no le hagas nada.
DAMIÁN. ¡Debías callarte I
LUPE. Damián, no seas malo. Dime que no pasará
nada. Si le jaces algo vas a dar a la cárcel. Te
pueden afusilar.
DAMIÁN. Qué te importa.
LUPE. Damián, por el cariño que me tienes, no le
hagas nada. Yo me iré, me iré de aquí, pa
México, pa que no oigas hablar nunca de mí,
pa que se olvide todo; pero no le hagas nada.
Yo tengo la culpa...
DAMIÁN. Tú y todos tenemos la culpa.
LUPE. Prométeme que no le dirás ni una palabra,
que olvidarás todo; yo no lo volveré a ver; va-
monos pa otra parte, pa Acapulco.
DAMIÁN. Ya veremos.
LUPE. Si, Damián; no seas malo, tú me queres, po-
demos ser todavía felices.
DAMIÁN. NO... Ya no.
LUPE. ¡Dios mío! Todo es en balde.
10
146 Francisco Navarro
(Entra JUAN.)
JUAN. Quiúbole mano, ¿qué tal? Me dijo el chamaco
que queres verme. (Observa ku coros de los
dos v adivina algo.) ¿De qué se trata?
DAMIÁN. Mira, manito; tú y yo siempre hemos slo bue-
nos cuates, ¿verdá?
JUAN. Si, ya lo creo.
DAMIÁN. Ayer encontré este papel en el cajón de Lupe.
Es tuyo, ¿no es cierto?
JUAN. ¿Qué queres decir? No te entiendo.
DAMIÁN. (SonriendoaeJ ¿Tú también? No finjas. Lo
sé tó. Confiesa la verde.
JUAN. ¿Qué papel es ese?
DAMIÁN. ¿NO lo conoces? (Pausa torta. Viéndolo o los
ojos.) ¿Queres que te lo lea?
JUAN. (Desconcertado.) No... es que...
DAMIÁN. Bueno, pos ya ves. Ya sabes de lo que se tra-
ta... Pero ora yo no puedo ser juez. Yo tam-
bién soy culpable.
JUAN. ¿TÚ? ¿De qué?
DAMIÁN. Chole, tu mujer. Me la encontraba toas las no-
ches junto a mi barca, cuando me iba a pes-
car. Al principio, no mas platicábamos mucho,
pero luego, una) noche yo perdí la cabeza. Ha-
cia una calor que no más parecía que salia
lumbre del suelo... y luego el mar, té quiete-
cito, y ella habiéndome con los ojos, que no
más le brillaban con la luna... Después no sé
lo que pasó, el calor y ella y el mar se me su-
bieron a la cabeza y me emborracharon; pero
si parecía que habla tomao tequila... Luego el
arrepentimiento... Porque yo soy más culpa-
ble que tú, porque yo ni siquiera la quero.
Elmar 147
Jué no más .. porque sí. porque ella eataba
muy chula y yo estaba loco.
JUAN. I Damián I
DAMIÁN. Espérate, que toarla no he acabao. Después
me dirás tó lo que queras. (Transirían.) Y
seguimos. Nos velamos casi toas las noches
en mi barca... y yo me preguntaba por qué
jaeía eso, si a la que quero es a ésta, a Lupe,
que creiba que era güeña y que me quería,
hasta ayer que me encontré este desgraciado
papel. Ya ves, tos somos culpables, y yo soy
el que más ha perdió. (Pausa.) Mira, Juan,
esta noche, cuando naiden nos camele, debe-
mos irnos los tres en la barca.
JUAN. ¿Pa qué?
DAMIÁN. Pa que tú me pagues esta deuda.
JUAN. No te entiendo.
DAMIÁN. Sí, mira; cuando el pagrecito nos echó la ben-
dición a Lupe y a mi nos dijo que estábamos
amarraos pa toa la vida. Y ora ella está aquí
conmigo, pero me la has quitao tú, está junto
a mi y está pensando en ti... ¿No sientes tú
también ganas de que yo me muera?
JUAN. Si.
DAMIÁN. ¡Ya veal Por eao quero que noa vayamos en
la barca. El mar se encargará de vengarnos
a tos.
LUPE. ¡Damián! ¿Qué dices?
DAMIÁN. Ya me han entendió los dos.
LUPE. ¡NO, por favor; perdóname!
DAMIÁN. A ñora de pagar lo que debes, entonces te
vuelves puras lagrimea. ¿Por qué no pensa-
bas en eso cuando estabas con él. cuando lo
abrasabas, cuando lo besabas, y se te olvida-
148 Francisco Navarro
ba que yo existía y que te quero? No pen-
saste que un día podías pagarlas toas juntas.
JUAN. Está bien. Por mi parte, arreglao. Pero Cho-
le vendrá también.
DAMIÁN. Pa qué... Pobrecita.
JUAN. Porque yo lo quero. ¡Es una coqueta 1 No pué
quererte, no ha querio a r.aiden, ni a mi.
Parece un animalito, no más anda detrás de
los colorines y de los trapos y de los collar-
citos; pero no la creiba capas de hacer esto.
Creiba que era coqueta, pero no mala. Ella
siempre ha querio jugar conmigo. Cré que yo
no más estoy pa darle té lo que quere. ¡Ora
verá que no, ora verá que yo también sé ven-
garme. Yo la quise, al principio; pero esto
que me ha hecho, esto si que merece to pior.
Porque ella es mi mujer y, al fin y al cabo,
lleva mi nombre, que no lo debía haber arras-
trao por el mero todo como to ha jecho.
DAMIÁN. Debías dejarla.
JUAN. NO... Vendrá con nosotros.
DAMIÁN. Mejor no le digas ná. Ella vendrá si sabe que
yo estoy aquí.
(Los dos rivales se ve» fijamente.)
JUAN. Hasta luego.
DAMIÁN. Hasta la noche.
(Sale JUAN. DAMIÁN vuelve los ojos a su
mujer, que eetá sentada sobre las redes, con
la cabeza baja, encogida dentro de si mis-
ma. Se escucha una vos lejana de varán que,
acompañada por una guitarra, canta la can-
ción, mexicana
El mar 149
Dónde estás, corazón
no oigo ta palpitar.
Ea tan grande el dolor
qne no puedo llorar.

TELÓN LENTO
CUADRO SEGUNDO

Interior de una barón de pesca. Del techo está colgado


un farol, que con en luz rojiza ilumina débilmente.
la escena. Loe vaivenes de la barea lo mueve» como
un péndulo. Hay rodee, cuerdas enrolladas y varios
cajones. En la pared situada frente al público, en
uno de loe soportales de madera que como costillar
enorme sostiene interiormente el costado estribor de
la barca, está colgada un hacha de largo mango.
DAMIÁN, de pie, recargado contra el costado de estri-
bor, cruzado de broMOS, fuma un cigarrillo. JUAN,
sentado en un rollo de cuerdas, tiene la vista fija en
el suelo. LUPE y CHOLE, recostadas sobre una lona,
están inmóviles.
Hay un silencio prolongado, roto solamente por el em-
bate de las oías contra la embarcación, que marcha
lentamente, sin rumbo, en medio de la inmensidad
de la noche y del mar.

LUPE. I Qué espera tan larga!


DAMIÁN. NO quero que se devise la tierra. Tenemos que
estar en alta mar.
LUPE. NO puedo aguardar mas.
DAMIÁN. Necesitamos estar lejos pa que ninguno pue-
da volver.
(Vuelve a hacerse el silencio. La barca
tinúa navegando con su vaivén pausado.)
CHOLE. Juan...
El mar 151
JUAN. (Silencio.)
CHOLE. ¿NO me has perdonado?
JUAN. St
CHOLE. Ven aquí, cerquita de mi.
JUAN. ¿Para qué?
CHOLE. Tengo miedo.
JUAN. Nada puedo hacer.
CHOLE. Siento la cabeza tan revuelta que no hago
más que temblar y pensar.
JUAN. ¿En qué?
CHOLE. En lo que va a venir.
JUAN. Ya sabes que todo ea inútil.
CHOLE. Juan, ¿cómo querea tú que nosotros acabemos
aaf ? ¿No vea adonde vamos? Este hombre, que
está loco, tiene la culpa. ¡Te ha envenenao la
sangre!
DAMIÁN. ¿YO?
CHOLE. (Irguiindoaé.) Si, tú, que le has metió en
la cabeza que yo te quero, cuando ni siquiera...
DAMIÁN. Ya lo sé. Tu no eres capas de querer a nai-
den, ni a Juan.
CHOLE. A él si, porque me mercaba todo lo que le pe-
dia; pero a ti...
DAMIÁN. ¡Bueno, no quero oírte hablar más!
CHOLE. ¿Querea que me calle cuando vas a matarme?
¿Queres que me esté quietecita y asilenciada
cuando dentro de poco nos vamos a ir tos
p'al fondo del mar? ¡Tú y tú son unos co-
bardones. porque se valen de que tienen Juer-
zas y de que son hombres pa matar a dos pro-
bes mujeres!
JUAN. Veniste por tus propios pies.
CHOLE. ¡Porque me engañaste! ¡Me pusites un cua-
tro p'hacerme caer en la trampal
152 Francisco Navarro
(Hay una pama. CHOLE ae pasea por la
escena como fiera que trata de escapar a su
encierro. Los otros tripulantes siguen con-
centrados en si mismos .)
CHOLE. Y tú, Lupe, ¿no lee dices nada? ¿Te qceres
morir? (Al ver que sus preguntas quedan sin
contestación se desconcierta.) i Vaya, pos ora
ai ae han propuesto tos desesperarme dejándo-
me hablar como loca! (Sacudiéndola.) ¡Abre
la boca, diles algo! iNos van a matar!
(LUPE permanece inmóvil, como hipnotiza-
da, con los ojos fijos, sin oírla.)
CHOLE. ¿Entonces esto no tiene remedio?
JUAN. NO.
CHOLE. Bueno, pos se acabó. ¡ Pa qué vamos a esperar
más tiempo! ¡Aquí mesmo vamos a morirnos
tos! ¡Porque si no, yo me voy a volver loca!
¿Me oyites? i Contéstame, Juan; parece que
estás muerto! ¡Dile a ese desgraciao que nos
hunda a tos de una ves! ¡Anda!
JUAN. (Se dirige al sitio en que está colocada el ha-
cha, la toma y se la entrega a DAMIÁN.)
Puedes empezar.
(DAMIÁN levanta el hacha y se prepara a
dejarla caer con todas sus fuerzas sobre el
maderamen, cuando CHOLE, que ha segui-
do con ojos de terror esta operación, se pre-
cipita hacia DAMIÁN deteniendo el golpe.)
CHOLE, I NO,no, Damián; espérate! ¡No quero mo-
rirme, déjenme ir a mi! i Volvámonos, yo no
soy mala; no me maten!
Cl mar 153
JUAN. (Sujetándola por una muñeca.) ¡Cholel ¿Te
callarás?
/CHOLE cae bocabajo, abatida, estremecida
por lo» sollozos. Afuera el mar deja oír su
murmullo indefinible. Los demás tripulantes
están inmóviles, mudos. La barca sigue len-
tamente su camino, acusando el vaivén por
el movimiento acompasado del farol.)
CHOLE. Mira, Juan, yo no he sido mala. A ti es al
que he que rio siempre; no mas que la suerte
maldita me empujó a hacer eso. Ni yo mesma
supe cómo jué. Ora si te puedo decir toa la
verdá aquí metios en esta ratonera que nos
va a ahogar a tos. Es cierto que he ato co-
queta, pero... no era por maldá. Era algo que
yo traiba dentro de mi y que no sé lo que es.
Alegría, deseo de reír, de bailar, de moverme
hasta caer rendida... Luego tú te hablas vuel-
to muy raro conmigo: ya no me besabas, ni
me decías cosas bonitas, ni me traibas collar-
citos y medallas... (Con rabia.) ¡Ora sé
por qué era eso! ¡Esa malvada, que me ha-
bla robado tu cariño! (Pausa. Cambiando la
vos en cariñosa y suplicante.) ¿Me perdonasT
JUAN. Si.
CHOLE. ¿Me queras un poquito?
(JUAN no puede reprimirse, vuelve los ojos
hacia LUPE y permanece silencioso.)
CHOLE. (Advierte el movimiento y va hacia su rival.)
IA ti es a la que debíamos matar, porque tie-
nes la culpa de to estol
JUAN. (Interponiéndose.) ¡Déjala en paz!
164 Francisco Navarro
DAMIÁN. (Juan!
JUAN. ¿Qué?
DAMIÁN. ¿Por qué la defiendes?
JUAN. ¡Porque quero!
DAMIÁN. ¿Qué dices? (Adelanta do» o tres posos con
el hacha en la mano en actitud retadora. JUAN
aguarda ¡aacometida con lo» puños apretados./
DAMIÁN. (Con una conriaa de desprecio.) No vale la
pena de que te mate. Hay otro que lo hará
por mi.
JUAN. Tienes miedo.
DAMIÁN. ¿YO a ti? ¡Bah!
JUAN. Acabemos de una ves. Es la hora. La luna
ya no se ve.
DAMIÁN. Gomo queras. (Permanece un momento in-
móvil y luego se dirige hacia en mujer, a la
que ee le queda viendo fijamente, como espe-
rando una palabra, un ruego. LUPE sigue im-
pasible, con la mirada perdida.) Está bien.
• (Va hada la pared de eatnbor, donde estaba
colgada el hacha, la levanta y la deja caer con
gran fueren cobre d pavimento. El golpe hace
estremecer a LUPE, cuyos ojos denotan un
gran terror. Un nuevo golpe y otro más aca-
ban con sus fuerzas.)
LUPE. (NO pudiendo contenerse. Con vos suplican-
te.) i Damián 1
DAMIÁN. ¿Qué?
LUPE. (Después de una pauso. Con decisión.) No...
¡Nadal

(El hacha continúa entonce» eu obra destruc-


tora. La» astülas saltan y la herida de la
barca se agranda. JUAN está de pie, con toe
¿71 mor 155
oioa fijos en LUPE, cuya mirada dmiota que
ya sólo sabe escuchar loo golpes da la muer-
te. CHOLE, sentada «obro el pavimento, con
la cabeza derrotada cobro d pocho, copera...,
copera... Afuera, el mar con cu murmullo
eterno... Y loe golpee continúan, inflexibles,
demoledora»... Tan... tan... tan...)

TELÓN LENTO
LA MONTANA
DRAMA EN UN ACTO Y TRES CUADROS
PERSONAJES

CONCHA. BARBABA.
TRINIDAD. U N CAMPESINO.
CUADRO PRIMERO

Región del Bajío, en la altiplanicie mexicana.


Exterior de una casa pueblerina. Al fondo, puerta y
ventana pequeña, llena de macetas y floree. Doe
orondee arbolee dan sombra y frescura. Ee un me-
diodía luminoso, lleno de sol.
CONCHA, do unos veinticinco años, pelo negro, te*
apiñonada, hace labor sentada en una mecedora. Su
ropa ee sencilla y limpia.
Uega una mujer, pdo canoso, piel morena y arrugada.

TRINIDAD. Buenos días, Conchita, ¿cómo te va?


CONCHA. ¿Qué tal, doña Trenidá, cómo le va asté?
TRINIDAD. Muy cansada, Conchita. Me he venido a pie
desde la iglesia y no puedo mis. Y mego es-
tos caminos tan malos y llenos de piedras.
Qué barbaridad, estoy rendida.
CONCHA. Siéntese, doña Trenidá. ¿No quere un poqui-
to de agua?
TRINIDAD. NO, gracias; no tengo sed. Cansancio sola-
mente. Ta estoy vieja... Ya no puedo andar
de allá p'acá como muchacha, tirándole pie-
dras al boticario y escandalizando a los ve-
cinos, iAy! ¡Aquellos tiempos! Si tú me hu-
bieras conocido de joven, hubieras visto lo
que yo era. Un meritito diablo; no paraba
un momento. ¡Que Trenidá p'arriba. que
160 Francheo Navarro
Trcnidá p'abajol Yo era la más alegre y la
mas fiestera de todas... ¡Pero oral
CONCHA. Todavía, doña Trenida, todavía...
TRINIDAD. iHum..., qué va!... La riuma ya no me
deja, aunque yo quera. Y estos dolores de
espalda que me dan rete juertca. Pos si vie-
ras no mas, anoche no podía ni moverme.
Es una lata. Estoy toda llena de achaques.
Pero mi viejo me dio una friega con unas
yerbas y ya se me ha calmado... La vejez,
Conchita, la vejes.
CONCHA. ¿Y las muchachas, cómo están?
TRINIDAD. POS áy andan preparando dizque una fieste-
eica p'al día de mi santo. No queren más
que pretextos pa armar mitote. ¡Son más
alborotadas I Ya compraron papel de china
pa los adornitos, pulque pa que todos be-
ban hasta hartarse y muchos cuetes, y va-
mos a matar dos guajolotes p'al mole. Las
muchachas no paran un momento. Tendre-
mos música y toda la cosa. Va a estar bue-
no eso, ya verás. Precisamente a eso venía,
a invitarte.
CONCHA. Gracias, doña Trenida.
TRINTDAD. Gracias sí o gracias no. A poco no vas a que-
rer venir. Te has vuelto rete orgulloaa.
CONCHA. NO, dofia Trenida; iré.
TRINIDAD. Vaya, asi me gusta, que no te hagas del ro-
gar... Pos esas muchachas son las que me
alborotan a mí. No pueden estar sin baileci-
t»B y jaranas. ¡Como ya están en edad y no
han nacido pa monjas, según dicen ellas, pos
áy nos tienes al par de viejos metidos en es-
tas danzas!
La montaña 161
CONCHA. Habían de salir a asté.
TRINIDAD. Foa ai, qué le vamos a hacer. De tal palo tal
as ti lia. Sobre todo la mea chica. Los, que me
ha aalido una calamldá Fíjate, tan chama-
ca y y a con novio. Ora no piensa más que
en potrearse y acicalarse. A cada rato la ten-
go que regañar porque no hace nada en la
casa. ¡Qué vida ésta, válgame Dios!
CONCHA. POS si es que también Luí ae está poniendo
rete chula.
TRINIDAD. Y de veras que sL En eso si no hay quien
le gane en el todo el pueblo. ¿La has visto
con su traje de china poblana? ¡Y lo bien
que baila el jarabe! ¡Es mea zalamera! Po-
bre hija mía... Quén sabe qué trato le vaya
a dar ese desgraciado de Tomás.
CONCHA. ¿Pos qué, es tan malo?
TRINIDAD. NO es precisamente que sea malo, pero es
muy brutote... Cuando ae emborracha se pone
como toro bravo. Y que a cada rato suce-
de eao. Pero ai cree que va a poder darle zu-
rras a mlii ja ae equivoca. Aquí estoy yo, que
me basto y me sobro pa defenderla y darle
a él sus trancazos. Como suegra, BÍ voy a
ser mala de veras. ¡A ver de qué cuero sa-
len más correas!
CONCHA. ¡ Ah, qué doña Trenidá!
TRINIDAD. ¡Pos claro! Ya vería, cuando tú tengas hi-
jas, cómo vas a ser lo mesmo. Dale gracias
a Dios que con el difunto Timoteo no tuvi-
tes hijos, que si no... Oye, y a proposito,
¿como va esa boda? ¿Se arreglan por fin
tú y Pantaleón?
CONCHA. Pos ai...; pero yo todavía no me decido.
u
162 Francisco Navarro
TRINIDAD. Cásate, tonta. ¿Qué estás naciendo tú allí
todo el día sola, no mas tristeando...? ¿O
a poco todavía te acuerdas del difunto?
CONCHA. NO, qué va... El probé de Timoteo se murió
y se acabó todo. Jué muy bueno conmigo,
no hay que negarlo; pero nada más. Como
me casé tan joven, casi ni supe lo que hacia.
Le tuve aprecio, pero nunca lo quise mucho.
TRINIDAD. ¿Entonces? ¿No queres a éste? Fíjate, que
es un ranchero que tiene harta plata y, ade-
más, está rete enamorado de ti. Cuando te
ve casi se le cae la baba. No hace más que
hablar de ti, y que Conchita por aquí, y que
Conchita por allá. Se vuelve puras alábanlas.
CONCHA. ES cierto...
TRINIDAD. NO sé cómo puedes aguantarte de vivir asi,
sin tener a nsiden con quien hablar ni nada.
Yo que tú no lo pensaba mucho.
CONCHA. POS ai, pero...
TRINIDAD. ¿Pero qué? ¿A poco te vas a quedar toda la
vida pa vestir santos? Estás joven y bonita,
y tú aquí sola corres mucho peligro. Tu casa
está un poco separada del pueblo.
CONCHA. (Después de una pausa corta.) Tengo des-
confianza.
TRINIDAD. ¿De qué?
CONCHA. De que me vaya a ir mal con éste.
TRINTOAD. NO seas tonta.
CONCHA. Tengo presentimientos; hay algo que me
dice que a lo mejor me va mal.. El otro día
consulté las barajas y me dijeron muchas
cosas malas...
TRINIDAD. ¿Del matrimonio con Pantaleón?
CONCHA. SI.
La montaña 163
TRINIDAD. ;Ah! De manera que las barajas te han
dicho...
CONCHA. Cosas de las que no quero ni acordarme.
TRINIDAD. ¿Pero y eso qué?
CONCHA. Mire, doña Trenidá. Usté no va a erarlo: el
pagrecito Juan me ha dicho que debo casar-
me con Pantaleón, que porque es muy buen
cristiano y porque da muchas limosnas a la
iglesia y es muy buen hombre; pero yo, aun-
que creo en Dios, soy también muy supers-
ticiosa, y casi, casi le creo mis a los augu-
rios que a los consejos que puedan darme los
pagrecitos de la iglesia.
TRINIDAD. De modo que porque las cartas te han dicho
que te va a ir mal tiene que suceder asi.
¡Pero no seas tonta! Mira, a mi puedes
creerme. Yo ya estoy vieja y he visto mucho.
Eso que me dices no son más que ideas
tuyas.
CONCHA. NO, doña Trenidá... Muchas cosas salen cier-
tas; usté lo sabe bien, porque usté también
echa las barajas de ves en cuando... No me
acuerdo si le conté que una noche cantó un
tecolote que estaba parado en uno de esos
árboles. Yo no sé qué sentí al oírlo; me asus-
té reteharto por aquéllo de que cuando el
tecolote canta el indio muere. Se lo conté a
Timoteo y se burló de mi; me dijo que esas
eran chiquilladas, que no debía hacer caso.
Pos a la noche siguiente se murió Castro,
un peón que trabajaba en esos maizales de
por allá.
TRINIDAD. ¡Casualidades!
CONCHA. ¿ Y qué me dice usté del día en que murió Ti-
164 Francisco Navarro
moteo? ¿A ver? Esa misma magaña yo vi un
gato negro parado en eaa ventana, que no más
me miraba con unos ojos grandes, grandes
y redondos, color de agua sucia. Se sentó allí
en medio de las macetas y miraba a Timoteo
y me miraba a mi con un atención que pa-
recía gente. Guando vi al gato se me jué la
sangre a los pies. Ni le dije nada a Timo-
teo pa no alarmarlo; él ya estaba malo, te-
nia tres días con mucha calentura. Pero yo
me quedé pensando en el gato, pidiéndole a
Dios que no nos juera a tráir ningún mal,
porque, pa mí, era el mismo diablo que me
vino a anunciar la muerte de mi marido. Y
ya ve usted lo que pasó. Todo lo que creiba
salió cierto.
TRINIDAD. ¿Y ahora las barajas qué te han dicho?
CONCHA. Muchas cosas... que no puedo ni decírselas.
TRINIDAD. ¿Si?
CONCHA. SÍ, dona Trenidá.
TRINIDAD. (Después de una pausaJ ¿Tú no crés en los
espíritus?
CONCHA. Pos la verda... no sé qué decirle a usté.
TRINIDAD. En eso es en lo único que yo creo. Todo lo
que dicen sale cierto. Mira, a mi me dijeron
que la puerca iba a tener puerquitos y tuvo
cinco. Me dijeron que el máu se lo iba a lle-
var todo la helada y ora no tenemos ni p'ha-
cer atole. Me dijeron que la chamara, se va
a casar pronto y éy la tienes, con novio y
toda la cosa.
CONCHA. ¿Y cómo hace usté pa... pa que le digan todo
lo que quere saber?
TRINIDAD. Hay mujeres que se dedican a eso. Yo no sé
La montaña 165
cómo le hacen, pero no les falla la cosa. Lo
de las barajitas unas veces sale y otras no.
¡Pero lo que dicen los espiritas...!
CONCHA. Si serán cosas del diablo.
TRINIDAD. Oye, yo te darla un consejo.
CONCHA. A ver, dígame, doña Trenidá.
TRINIDAD. Mira, ¿ves aquel cerro? Pos allí, en un Ja-
calito, vive una vieja que dicen que adivina
lo que va a pasar. Pa mi tiene algo de bruja;
eso sí, no tiene remedio. Tiene allí una le-
chuza, y una botella con una vela, y un vaso
de agua que te pone enfrente y empieza a
hervir, y una bolota de vidrio de este tama-
ño que no mas relumbra con la luz. Tiene
remedios pa los aires y pa los torzones y
pa todo. Y dicen que dentro del jacal tiene
sapos y culebras y tecolotes, con los que pre-
para menjurjes pa hacerle mal de ojo a la
gente. ¡Y dicen también que a las doce de
la noche la visita el diablo!
CONCHA. No me lo diga, Trenidá.
TRINIDAD. Como te lo cuento. Dizque sabe la vida de
todo el mundo y que sus bebedizos y maldi-
ciones se meten en la mismísima sangre de
la gente... Bueno, pos esa vieja te puede sa-
car de dudas. ¿Por qué no vas a verla? Se
llama Casimira.
CONCHA. Y usté eré...
TRINIDAD. Lo que te diga, eso es la puritita verdá. Lo
que es ésa no dice mentiras. Si te dice que
te va a ir bien, te va bien. Si te dice que te
va a ir mal, pos mejor no te cases.
CONCHA. ¡Me da miedo!
TRINTOAD. ¿De qué? ¿De saber lo que te va a pasar?
166 Francisco Navarro
CONCHA. Sí, porque puede decirme lo mesmo que me
dijeron las barajas.
TRINIDAD. POS si no es más que pa salir de dudas.; Ah.
qué tú tan guaje! ¿A poco no está bien pen-
sado?
CONCHA. Si, es cierto; pero... ¿y cuanto hay que
darle?
TRINIDAD. Muy barato, tostón.
CONCHA. ¿A qué horas hay que ir a verla? ¿Esta todo
el día en el jacal?
TRINIDAD. NO sale nunca. Dicen que de día duerme y
de noche trabaja.
CONCHA. Ay, doña Trenida; a mi me da miedo.
TRINIDAD. No te va a hacer nada. Tú le preguntas lo
que queras y ella te lo dice todo.
CONCHA. (Después de una pausa.) Bueno... dígame
por dónde se va.
TRINIDAD. ¡Ah!, ¿ya te deciditee?
CONCHA. POS sí, a ver qué sale.
TRINIDAD. Mira, ¿ves aquellos nopales?
CONCHA. Si.
TRINIDAD. Por alli coges una vereda que te lleva hasta
el meritito jacal de Casimira. Es derechito,
subiendo el cerro. No tiene pierde... Ve como
a eso de las seis de la tarde, porque ella dice
que al obscurecer es cuando salen los espí-
ritus...

TELÓN
CUADRO SEGUNDO

Interior de la casita de CONCHA. Al fondo, a lo largo


de ¡a pared, una cama muy sencilla, una mesa de no-
che y un quinqué de petróleo, que ilumina ¡a estancia.
Sillas de tule, un arcan de madera para guardar ropa
y una meta adosada a «na de las paredes de los eos-
lados. El techo es de vigas y las paredes están pin-
tadas de cal. En la pared de la derecha, junto a la
puerta, la ventanita llena de macetas y de /lores.
Faldas de percal colgadas en la pared, y algunas
otras cosas menudas que constituyen la vida sencilla
y rustica de una campesina.
Es de noche.
CONCHA tiene la falda destrozada, los zapatos Beños
de polvo, las manos arañadas. Está pensativa, con
los ojos fijos en un punto imaginario.

TRINIDAD. A ver, ¿cuéntame cómo hicitea?


CONCHA. Iba con mucho miedo. Ya habla caldo la no-
che y solamente el runrún de loa grillos me
acompañó. ¡Qué larga se me hizo la vereda!
Vela sombras y ola voces que parecía que
me llamaban. Yo me reía de mi misma 7 can-
taba por el camino pa distraerme; pero se-
guía pensando en lo mesmo, ¡siempre en lo
mesmol
TRINIDAD. ¿Y qué te dijo?
CONCHA. ¿Pa qué me hace usté que se lo diga?
168 Francisco Navarro
TRINIDAD. ¿Pero no soy tu amiga? ¿No te puedo ayu-
dar? No es por curiosidá, sino porque voy a
demostrarte que de veras te quero.
CONCHA. ¡NO aé qué hacer, no aé qué hacer, dofia Tre-
nidá! ¡Lo que me ha dicho ea horrible!
TRINIDAD. Qué le hace, Concha; ¿a poco no me tienes
confianza?
CONCHA. NO oa por eso. Tengo miedo de atraer más
pronto lo que me va a pasar si repito lo que
me dijo esa bruja. ¡Me parece que cada pa-
labra que diga aera un laso más que me ama-
rre a mi destino!
TBiNmAD. ¿Tu destino? No aera nada grave...
CONCHA. Bao eré usté; pero si supiera...
TRINIDAD. ¿Qué? Dímelo.
CONCHA. POBO un vaso de agua y una vela encendida
encima de la mesa. Un largo rato estuvo
viendo el agua, como ai adentro pasaran mu-
chas cosas. Después comento a hablar. Me
dijo que al me casaba con ese hombre que
tendría dos niñas y un niño; pero que todos,
¡todos!... se morirían, y la verdá, no tengo
juerzas pa ver morir uno detrás de otro a
todos mis hijos.
TRINIDAD. POS no te cases, y asi no te pasa nada.
CONCHA. ESO no es remedio. Si lo juera, ¡qué fácil
serla todo!
TRINIDAD. Entonces...
CONCHA. Usté sabe que Pantaleon está muy enamora-
do de mí. Yo lo recibo bien, no me disgusta
y trato de ser lo más güeña posible con su
persona; pero eré que no me caso con él
porque quero a otro. Dice que tiene un
rival...
La montaña 169
TRINIDAD. Alguien que debe de haberle ido con el cuen-
to. Eaos son chiames.
CONCHA. El caso ea que vive celándome por todo. Que
ai salgo, que ai no salgo, que quién me viene
a ver, que qué hago, que qué digo. Tiene
celos hasta de mi pensamiento. No me deja
en paz, me atormenta, hace que me espíen.
¡Me ha hecho sufrir mucho, mucho...! Y la
bruja... la bruja me ha dicho que ai no me
caso con él me mata.
TRINIDAD. ¡Pantaleón!
CONCHA. Sí.
(PtmmJ
TRINIDAD. ¿Seria capaz?
CONCHA. Quen sabe.
TRINIDAD. Hay veces que le he visto brillar loa ojoa de
un modo muy raro cuando te ve. ¡Me ha
dado miedo su cara!
CONCHA. Tiene el afana curtida con loa montonea de
muertos que ha visto en la Revolución. Ea
un hombre hosco, duro, parece hecho de
piedra.
TRINIDAD. Y tu, ¿qué vas a hacer?
CONCHA. No sé.
TRINIDAD. ¡Debes irte de aquí!
CONCHA. ¿Adonde, dofia Trenidá? No tengo a nadie.
Aquí en el pueblo siquiera tengo a mi her-
mano casado y a sus chamacos, que me ha-
cen más llevadera la vida, esta vida tan sola,
tan triste, que algunas veces me parece que
estoy presa. Pero irme de aquí... No aé ga-
narme el pan. De criada no serviría. Aunque
soy probé, mi marido siempre me tuvo con
algunas comodidades. No estoy acostumbra-
170 Francisco Navarro
da a obedecer, sino a mandar. Tendría que
dejar el terrenito sembrado de máii y de
frijol y de verduritas. ; Y allí está toda mi
vida! ¡Lo quero tanto!
TRINIDAD. Debes irte a cualquier parte pa escapar a
ese hombre. Ni te puedes casar con él ni
puedes seguir aquí. ¡Vete, vete, Concha!
¡Has lo que te digo!
CONCHA. ¿Adonde? ¿A morirme de hambre? No ten-
go valor, nunca he salido de aquí, no tengo
dinero... no... ¡no puedo!
TRINIDAD. Y entonces, ¿qué vas a hacer?
CONCHA. NO sé como voy a escapar a esto. Todo lo
que la bruja me dijo, todo, ya lo sabia yo.
¡Las barajas me lo hablan dicho!
TRINIDAD. ;También!
CONCHA. Si. Van dos veces que me dicen las mesmaa
cosas. Póngase usté no mas a pensar lo que
yo sentirla cuando esa mujer me va repitien-
do palabra por palabra lo que me dijeron las
barajas hace unos días. Sentí que me pasaba
por el espinazo un temblor frío, la carne se
me puso china, china; me latió el corazón
con unos tumbos que parecía que tenia un
tambor aquí dentro. No sé ni cómo pude sa-
lir del jacal de la vieja. Las piernas me tem-
blaban, quería llorar y los ojos los tenia se-
cos, sin lágrimas, como si se me hubieran ido
todas pa dentro del cuerpo pa amargarme
los días que me faltan de vivir. ¡Y asi bajé
esa montana, sola, dando traspiés, arañándo-
me la carne en las espinas!
TRINIDAD. ¡Pobrecita de ti!
CONCHA, I El miedo y la oscuridá y la prisa que traína
La montaña 171
por llegar hicieron que me perdiera! Daba
gritos... nadie me respondía. Quería encon-
trar otra vez la vereda y más me metía en-
tre las nopaleras y los breñales, y corría cie-
ga, desesperada, cayendo y levantándome, con
la tierra entre los dientes y las manos lle-
nas de sangre. Hasta que devisé por allá muy
lejos... una lucedta.
TRINIDAD, I Pobre de til
CONCHA. Una ves, cuando todavía estaba yo muy cha-
maca, vi a un hombre en medio de muchos
soldados, que lo llevaban a fusilar al cam-
posanto. Admiraba su valor, su resolución
de seguir caminando. No podía entender
como no gritaba, cómo no se escapaba pa
esconderse entre los breñales, o peleaba aun-
que juera a mordidas y a patadas con los sol-
dados pa no seguir caminando más. Luego
que pasó eché a correr con todas mis juer-
sas y le pedí a mi mamá que me tapara los
oídos, porque no quería oír los balazos.
¡Cuando le dispararon me cal al suelo! ¡Creía
que me hablan matado a mil
TRINIDAD. SI, me acuerdo yo también de eso.
CONCHA. ¡Quen me habla de decir que yo me iba a
encontrar en el mesmo caso! Yo soy ahora
ese preso. Y ya ve usté, yo tampoco puedo
correr ni defenderme.
TRINIDAD. ¿NO será esto un embrujo de alguien que
no te quere?
CONCHA. Se lo pregunté a esa mujer. Me dijo que no.
Que era lo que tenia que pasar.
TRINIDAD. (Lentamente.) Lo que tiene que pasar...
Entonces, ¿no hay escapatoria?
172 Francisco Navarro
CONCHA. No.
TRINIDAD. Has lo que te dije. Debes irte de aquí, pero
pronto, sin que naiden lo sepa. Creo que es
lo único que puedes hacer.
CONCHA. (Viéndola fijamente.) No... ¿Usté sabe lo
que se me ha ocurrido? | Adelantarme! ¡Ma-
drugarle! ¡Matarlo yo a él antes que me
mate a mi!
TRINIDAD. iConcha! ¿Pero estás loca?
CONCHA. Esa es la única manera de salir de esta cár-
cel; esa, esa... pero (Sollozando) yo sé que
no me atrevo, no tengo juerzas, le tengo mie-
do, soy una cobarde y tengo que esperar la
muerte.
TRINIDAD. (NO! NO lo vuelvas a decir. ¡Ni siquiera lo
pienses!
CONCHA. Si, eso es lo único que puedo hacer...
(Pama. CONCHA solloza débilmente. TRI-
NIDAD lave con lástima.)
TRDflDAD. (Cariñosamente.) No pienses más en eso,
Conchita. Mañana será otro día. Mucha cul-
pa tiene de todo esto la noche, el silencio, esta
soledad que nos rodea. A lo mejor... quen
sabe. Puede que esa bruja no haya dicho la
verdá.
CONCHA. ESO lo dice usté pa consolarme; pero usté
mesma me ha dicho que no miente nunca.
TRINIDAD. Puede equivocane. Pa que te tranquilices
descansa un poco. Después te duermes. Te
hace falta descansar. Debes de estar hecha
pedazos. Maftana pensaremos mejor lo que
podemos hacer. La almohada es buena con-
sejera; anda, acuéstate.
La montaña 178
CONCHA. Si... Sí...
TRINIDAD. Me voy, Concha; es muy tarde. Mi viejo ha
de estar alarmado. ¿Me prometes ser buena?
CONCHA. Si.
TRINIDAD. Adiós (La besa en la frente e inicia la sali-
da.) Obedéceme, no pienses mis en eso.
(Desde el dintel de ¡a puerta ee le queda vien-
do con lástima, •con ternura. Después des-
aparece.)
(CONCHA permanece sentada, inmóvil, in-
clinada hacia adelante, con la Quijada re-
clinada en las palmas de las manos. Se le-
vanta y ve el campo a través de la ventana,
que está abierta... Se estremece... Tiene un
movimiento de miedo y cierra la ventana.
Se sienta en la cama con los ojos fijos en
¡a luz de la lámpara, cuyo débil fulgor la
atrae como a una falena... Se oprime la
frente, que casi le estalla; los ojos secos, la
boca que arde... Se reclina en el pobre lecho,
que cruje con su peso, y trata de dormir...
Repentinamente se levanta con un lijen gri-
to, que casi parece un gemido, y queda sen-
tada en la cama, con la cara llena de te-
rror. Fija la vista en la puerta, se encamina
hacia eüa y la abre, como queriendo esca-
par para siempre do esa casa.)
CONCHA. ¡NO, no!... ¡Qué negra está la noche!
(Cierra la puerta y retrocede. Cae contada
en el camastro y Hora, llora...)

TBLÓN
CUADRO TERCERO

Decorada* del cuadro primero. La puerta y la ventana


de la casa están cerradas. Son ¡as ocho de la mañana
y hace frío.
DOÑA TRINIDAD Uega, se dirige rápidamente hacia
la puerta y toca dos o tres veces.

TRINIDAD. ¡Concha! ¡Concha!


(Nadie contesta. Va hada la ventana y
toca.)
TRINIDAD. {Conchita! ¡Soy yo! ¡Ábreme!
(DOÑA BARBARITA, bien abrigada, pasa
en ese momento J
BARBARA. ¡Qué tal, doña Trenidá! ¡Qué milagro!
TRINIDAD. ¿Como le va, Barbarita?
BARBABA. ¿Qué hace usté tan de mañana por aqnlT
TRINDJAD. Vine a buscar a Concha; pero toco y no con-

BARBABA. Qaé raro. Anoche vi su ventana iluminada.


(Pasa un campesino tirando de una cuerda,
a la que se supone que está atada una vaca.)
CAMPES. (Jálale, "Blanquita"; jálale!
TBINIDAD. Oiga, ¿usté no sabe ai ha salido Conchita?
ha montaña 175
GAHFIS. NO sé. Yo me levanté muy temprano pa or-
denar a la "Blanca" y no la he visto salir.
TRINIDAD. (Llamando.) i Concha I
CAMPES. (Atando a un árbol la cuerda.) Espérese
usté, ni ña. Voy a ver si puedo abrir la puerta.
TBDnDAD. (Viondo a través de la cerradura.) Está
muy oscuro. (Al campesino.) Vea si pue-
de ver algo.
CAMPES. Hay tanta luz ajuera que no veo nada.
TRINIDAD. (A BARBARA.) He preocupa mucho esto.
¿Estará enferma? Anoche la dejé muy in-
quieta. ¿Qué haremos?
CAMPES. Solamente que quera usté que "h—nn^ la
puerta abajo,
TRIMDAD. NO, un momento. (Con los monos hace pan-
talla sobre sus ojos y ve cuidadosamente por
la cerradura. Da un grito y se vuelve rápi-
damente, aterrorizada.)
BARBABA. ¿Qué es?
TRINIDAD. (Muerta! ¡Se ha matado! (Estaba local
¡Estaba loca!

TELÓN LENTO
EL CREPÚSCULO
CUADRO DE LA VIDA HISPANOAMERICANA
EN TRES RETABLOS
Para ti, América Latina,
Grupo de Pueblo» en Nebulosa,
Continente Niño, que un día dominarás
al Mundo.
PERSONAJES DEL PROLOGO

ROOEUO.
LA MADRE.
E L PADRE.

PERSONAJES DE LA OBRA

CRISTINA. U N ESTUDIANTE.
GENERAL ROOEUO DAVILA, PESCUEZO.
presidente de ¡a Repú- HOMBRE l.*
blica. U N BORRACHÍN.
RAÚL. ROJAS.
LÓPEZ. SUAREZ.
ZAVALA. U N REO.
CORONEL MONTANO. TENIENTE.
MR. HARRISON. ministro de RANGEL, presidente del Tri-
Nordaeia. bunal revolucionario.
U N PERIODISTA. ROSAS, acusador del Tribu-
COMISIONADO 1.* nal revolucionario.
COMISIONADO 2 . a U N AYUDANTE
COMISIONADO 8.a DENTE.
CAMPESINO 1.* VENDEDOR.
CAMPESINO 2.* CHIQUILLO.
JEFE DE POLICÍA. TRANSEÚNTE.
RENDÓN. SEÑORA.
ROSA. VENDEDOR DE PERIÓDICOS 1.a
ANA MARÍA. VENDEDOR DE PERIÓDICOS 2.a
ALWEDTXO. VENDEDOR DE PERIÓDICOS 8.a
Soldados, pueblo, transeúntes, miembros
del Tribunal Revolucionario
La acción, en un país imaginario
PROLOGO

Habitación pobre y mal amueblada, ave hace las veces


de comedor y alcoba. Al fondo, una cama; en el cen-
tro, una mesa.
A la derecha, en un sOlón de ruedas, está sentado ü
PADRE, viejo paralitico de sesenta a setenta anas,
el rostro grave, la mirada fija, inmóvil
La MADRE limpia unos trastos que pone encima de
la mesa. Es una mujer de cincuenta años, la frente
y los ojos cansados de sufrimiento, la boca amarga,
el cuerpo seco.
Anochece.
Entra ROGELIO, el hijo, vestido con uniforme de cabo
del Ejército. Es joven, veinticinco anos, rostro enér-
gico, pelo abundoso y desordenado, tea morena, mo-
vimientos rápidos.

ROGELIO. (Tirando el kepis en la cama.) Buenas.


LA MADRE. ¿Has vuelto ya?
ROGELIO. Sí, para despedirme.
LA MADRE. ¿Adonde los mandan?
ROGELIO. Muy lejos, a la sierra, a las montanas.
LA MADRE. ¿Cuándo se van?
ROGELIO. Esta misma noche.
LA MADRE, I Tan pronto!
ROGELIO. LOS jefes no quieren que perdamos un mo-
mento. El destacamento que se envió hace
182 Francisco Navarro
algunos días fué destrozado por los indios.
Parece que están bien armados y ofrecen
resistencia. Ahora han ordenado la movili-
zación de tres mil hombres para sujetarlos.
Nosotros somos de los primeros en salir.
LA MADBE. Me dijiste que todavía estarían aquí un
mes.
ROGELIO. Pero ya* sabes lo que son los jefes; hoy di-
cen una cosa y mañana otra. No sabe uno
a qué atenerse.
LA MADBE. ¡Te vas!
ROGELIO. SÍ, me he robado estos instantes para des-
pedirme de ti.
LA MADBE. ¡Hijo miol ¿Y hasta cuándo te volveré
a ver?
ROGELIO. Muy pronto, mamacita.
LA MADBE. (Abrazándolo. Incrédula.) ¡Muy pronto 1
¡Y ni tú mismo sabes si vas a la muerte o
no! ¡Otra ves a pasar angustias y a llorar
y a morirme, que la que se está muriendo
con esta vida soy yo! ¡Estás tan joven y ya
a pasar trabajos, jornadas que no se aca-
ban nunca, sed, sangre, y eso si la muerte
se olvida de ti, que si no...
ROGELIO. ¡Ahí, pero yo llegaré, madre; yo llegaré.
Hay algo dentro de mí que me avisa que seré
algo, no sé qué, pero muy grande y muy
importante. (Tengo unas ambiciones de
mandar, de ser una fuerza en la vida de mi
patria! ¿Ya me ves asi ahora, desconocido,
de los del montón? Pues día llegará en que
te enorgullezcas de tu hijo.
LA MADBE. ¡Qué ingenuo eres! Tu juventud es la que
te hace hablar asi.
FU crepúsculo 183
ROGEUO. No, no, ya veras. Ojalá que Dios te dé vida
para que me veas muy alto. Qué importa
que caiga herido una, dos, muchas veces,
si después...
LA MADRE. ¿Qué? ¿Crees llegar a general?
ROGEUO. Eso... u otra cosa. No sé. Quién va a sa-
berlo.
LA MADRE. ¿Cuántos días estarán por allá, dhneloT
ROGELIO. DOS O tres meses.
LA MADRE. ¿Me escribirás? ¿Muy seguido? ¿Cartas
muy largas en que me cuentes todo?
ROGEUO. No sé si pueda hacerlo. La vida en cam-
paña es muy dura, apenas tiene uno tiempo
para escapar a las balas.
LA MADRE. Por lo menos una ves por semana. Unos
cuantos renglones, con eso me conformo.
¿Lo harás? ¿Me lo prometes?
ROGELIO. Si, madre; si.
(La MADRE lo abraza y lo besa. Tiene
¡os ojos humeaos.)
ROGEUO. (Después de una pausa.) Dame el bulto
con la ropa. No se te olviden los cigarros y
la cantimplora. A ver, dame las camisas
para envolverlas.
LA MADRE. Aquí están. Toma este pedazo de periódico
para que las envuelvas.
ROGELIO. Está bien. Arréglame tú el otro bulto.
LA MADRE. Si, hijo.
ROGELIO. Dame un cordón para amarrar esto. A ver
si no cabe en la mochila.
LA MADRE. ¿Quieres que yo te te envuelva?
ROGELIO. Ya está. Dame el otro paquete.
LA MADRE. ¿Te cabe en el bolsillo?
184 Francisco Navarro
ROGELIO. NO; pero lo pondré junto con éste. Voy
a tener que apretarlos mucho para que
quepan.
LA MADRE. ¿NO ae te olvida nada?
ROGELIO. Está todo.
LA MADRE. ¿Tienes hambre? ¿Quieres comer algo?
ROGELIO. Ya no hay tiempo. Además, quiero despe-
dirme de Juana.
LA MADRE. Estuvo aquí esta tarde. ¿No sabe que
te vas?
ROGELIO. NO, y me quedan sólo unos momentos para
despedirme de ella.
LA MADRE. ¿Y tu capote? Llévalo, te vas a helar de
frío.
ROGELIO. LO tengo en el cuartel.
LA MADRE. ¿Quieres que te envuelva unas medicinas?
ROGELIO. NO me caben ya; tengo la mochila llena.
LA MADRE. Estos frasquitos no ocupan lugar, los pue-
des poner en cualquier parte. Esta es una
medicina contra las mordidas de serpien-
tes venenosas; allá en el monte hay mu-
chas. Cuídate de ellas.
ROGELIO. (Sonriendo* ej SI, madre; sí.
LA MADRE. NO vayas con mujeres malas.
ROGELIO. ¿Mujeres? ¿Pero qué idea tienes tú de
esto? No habrá una allá ni para remedio.
LA MADRE. NO te emborraches.
ROGELIO. ¿Pero tú crees que me voy de juerga?
LA MADRE. Nunca falta alguien que lleve alcohol. Te
hace mucho daño, ya lo sabes.
ROGELIO. Está bien, está bien.
LA MADRE. Y, sobre todo. Dios quiera que no te vaya
a tocar una bala. ¡Qué baria yo si te traje-
ran herido otra ves!
El crepúsculo 185
ROGELIO. ESO si es cuestión de suerte.
LA MADBE. ¡LO dices con una calma! ¿No sientes mie-
do algunas veces «uñadlo de la balacera?
ROGELIO. LO mismo da morirse allá que acá. (Pau-
sa.) Bueno, madre; abrásame, ya es ñora.
LA MADRE. (En voz baja y viéndolo fijamente.) Tu
padre.
ROGELIO. ES cierto. (Va hacia él, le toma la mano
y e¿ la besa.) Adiós, papá.
(El paralitico sigue inmóvil, con los ojos
fijos. Pausa.)
ROGELIO. (A SU MADRE.) Adiós.
(La abran. Su MADRE lo besa febrilmen-
te, con la garganta agarrotada por loa so-
llozos, con cari/dos rabiosas de dolor. El
ee desprende poco a poco de loe broto», yo
secos y cansinos, de loe manos, que casi
se iban convertido en garras para apri-
sionarlo... El hijo te ka marchado... Lot
brotas de la madre caen vados, inermes,
flojos. La cata parece que ha quedado de-
sierta.)

TELÓN
ACTO P R I M E R O

CUADRO PRIMERO

Despacho amplio y suntuoso. Cuadros con asuntos mi-


litares. En el centro, escritorio plano, de madera ta-
llada. A la derecha, en primer término, un sofá de
•cuero y dos butacas. Mañana alegre y luminosa.
Han transcurrido veinte anos. El joven de entonces es
ahora el general ROGELIO DAVILA, secretario de
la Guerra. Su rostro es moreno tostado, el cuerpo
vigoroso, pelo entrecano. Viste uniforme de diario
y firma algunos popotes que le presenta un AYU-
DANTE.

GENERAL. (Firmando.) ¿Esto es todo?


AYUDANTE. Por ahora.
GENERAL. ¿No ha venido el coronel MontanoT
AYUDANTE. No lo he visto; me parece que no, mi ge-
neral.
GENERAL. Cuando venga hasta entrar en el acto.
AYUDANTE. Si, mi general
GENERAL. ¿Hay allí gente esperando?
AYUDANTE. Mucha, mi general.
GENERAL. ¿ Militares ?
AYUDANTE. Si, mi general.
188 Francisco Navarro
GENERAL. Que loe militares acuerden con el subsecre-
tario. ¿Quiénes son las otras personas?
AYUDANTE. Un viejo apellidado Zavala, a quien citó
usted para hoy.
GENERAL. ¿Un viejo? ¿Zavala? ¿Quién será? ¿Us-
ted no se acuerda con qué motivo pidió au-
diencia?
AYUDANTE. Viene recomendado por el coronel Mestre, y
en la carta hablaba de un asunto privado
muy importante para usted.
GENERAL. Algún chisme. ¿Quién más hay?
AYUDANTE. El fabricante de zapatos.
GENERAL, I Ahí Muy bien; hazle entrar.

(El AYUDANTE tale y vuelve a entrar


pocos instantes después precediendo a un
hombre de tipo vulgar, gordo, de una ele-
gancia estallante, brillantes en el anulo y
en la corbata, los pocos pelos de la calva
muy peinados y acicalados a fuerza de va-
selina. Usa bigotes de puntas retorcidas y
levantadas, que ¿l cree la perdición de las
mujeres. Lleva polainas, bastón y guantes.
El AYUDANTE, después de introducirlo,
sale.)
LÓPEZ. (Muy meloso.) Buenos días, mi general.
¿Muy ocupado?
GENERAL. (Revisando algunos papeles.) Un poco.
Siéntese.
LÓPEZ. Hace un calor terrible en la calle. ¿Usted
no lo siente?
GENERAL. No.
LÓPEZ. Me da mucha pena molestarlo; créame que
si yo hubiera podido arreglar este asunto
El crepúsculo 189
por escrito lo hubiera hecho; pero ya sabe
usted que hay cosas que no puede uno con-
fiarle al papel
GENERAL. (Distraído.) Sf... Sí...
LÓPEZ. Y, ademas, le traigo a usted muy buenas
nuevas. Todo camina admirablemente. Los
veinte mil pares de zapatos se terminan
dentro de dos o tres días y los entregare-
mos el sábado a más tardar. Están mara-
villosamente hechos, como todo lo que sale
de mi fábrica. Magníficos cueros, muy bien
curtidos y la última maquinaria. No se pue-
de pedir más.
GENERAL. E S cierto.
LÓPEZ. Pero ahora, mi querido general, hemos te-
nido la mala suerte de tropezar con un pe-
queñísimo inconveniente. ¡Oh!, no es nada;
una minucia, asunto de poca importancia,
que será solucionado cuando el señor minis-
tro de la Guerra lo disponga.
GENERAL. ¿Cuál es?
LÓPEZ. Es... como le diré a usted... un pequeñísimo
aumento en el precio. Asunto de unos cen-
tavos, de un monto tan insignificante, que
ahora me arrepiento de haber molestado la
ocupada atención de usted por esta ton-
tería.
GENERAL. Expliqúese.
LÓPEZ. (Indeciso, «fu saber como empezar.) Debi-
do a que..., como usted sabe, los cueros...,
usted lo sabe bien..., han subido mucho.
Del día en quefirmamosla operación al día
en que, principiamos a fabricar el calzado
pasó algún tiempo y el precio subió y a
190 Francisco Navarro
nosotros nos cuesta el par un poco más. De
manera que venia yo... a que usted me hi-
ciera el favor... de... de... autorizarme ese
pequeñísimo faltante. Yo puedo comprobar
con las cotizaciones del mercado que el pre-
cio de los cueros ha subido.
GENERAL. (Se levanta de su asiento, enciende un ci-
garrillo y se sienta sobre su escritorio, fren-
te al comerciante.) De manera que no
contento con ganar lo que le he dado a ga-
nar a usted, todavía quiere veinte mil pesos
más, ¿no es cierto?
LÓPEZ. ¡Mi general, yo le juro...!
GENERAL. NO jure usted, no mienta. Sé perfectamen-
te lo que estoy haciendo. Llevo veinte años
con uniforme y sé lo que cuesta desde una
silla de montar hasta un ferrocarril estra-
tégico. Usted ha venido aquí a ver si podía
sacar un poco más.
LÓPEZ. Puede ser que usted conozca todo eso; pero
lasfluctuacionesdel mercado...
GENERAL. Ganas de llenarse el bolsillo.
LÓPEZ. Está bien, mi general; acepto lo que dice.
Pero es que usted también ha obtenido una
utilidad en esta operación.
GENERAL. ¡Eso a usted no le importa! ¡Lo primero
que le exigí a usted para darle el contrato
fué discreción! ¡Veo que no tiene usted
ninguna! ¿Cómo se atreve a pronunciar
esas palabras aquí?
LÓPEZ. No fué mi deseo ofenderle a usted.
GENERAL. A mi no me ofende usted con eso; pero me
da rabia tener que tratar con gente tonta,
que no sabe ni siquiera callar cuando debe
El crepúsculo 191
hacerlo. ¿Cree usted que a mi me hacen
mucha falta los treinta mil pesos de este
contrato? Pero si usted lo divulga y lo gri-
ta, como acaba usted de hacerlo aquí, enton-
ces ya no hay negocio, ¿entiende usted?
LÓPEZ. Si, mi general.
GENERAL. Para pedir una cosa hay que tener talento,
y eso no sabe usted ni siquiera con qué se
come. Si usted hubiera empleado un poco
de habilidad, de discreción, está bien... Yo
me baño, pero salpico. Con tonterías no se
consigue nada en ninguna parte. ¿Lo oyó?
LÓPEZ. Si, mi general.
GENERAL. Muy bien; puede usted marcharse.
LÓPEZ. Pero señor general, ¿y mi dinero? Yo le
juro a usted que voy a perder en esta ope-
ración...
GENERAL. Le ruego que no insista y que se vaya.
LÓPEZ. Pero señor general recapacite usted...
GENERAL. Y si yo sé que habla usted con alguna per-
sona de este negocio lo pasará usted mal.
(Se presenta el AYUDANTE.)
GENERAL. Acompañe usted a este señor.
LÓPEZ. Señor general, yo le ruego que me escuche;
le voy a enseñar a usted las cotizaciones.
GENERAL. Teniente, llévese usted a este hombre.
LÓPEZ. No, no será necesario; yo me-iré... Buenos
días. (Sale, seguido del AYUDANTE, que
vuelve poco despule.)
GENERAL. Haz entrar al viejo ese.
AYUDANTE. Muy bien, mi general.
(Entra un viejo de cara arrugada, naris
aguilena, cargado de espaldas, traje des-
192 F rancien Navarro
cuidado y sucio, manos temblequeantes y
amarillas por el tabaco, uña» do lato.)
GENERAL. Qué desea usted, ¿un empleo?
ZAVALA. (SonríéndoseJ No, señor general; para
eso no le hubiera yo molestado. Es otra
cosa mucho más importante y agradable
para usted. El coronel Mestre me conoce
muy bien, y por eso me dio la carta de re-
comendación.
GENERAL. Le advierto que no puedo perder mucho
tiempo.
ZAVALA. (Repito la sonri&itaj Lo comprendo; pero
es que... éste es un asunto de otra índole
de la que usted se imagina.
GENERAL. Mire, señor... Zavala; el asunto que lo
trae a usted aquí puede ser muy interesan-
te; pero tengo que atender todavía muchos
otros negocios que no pueden esperar.
ZAVALA. (Sonriendo.) Se ve que es usted nervioso.
No, usted no va a perder el tiempo con-
migo.
GENERAL. Al grano, basta de rodeos.
ZAVALA. Mire usted, el caso es éste. Tengo una so-
brina, muy inteligente, muy despierta, que
desea perfeccionarse en el piano, con la ayu-
da que le pueda prestar, si es posible, el
Gobierno. Es de un gran temperamento,
muy artista; una muchacha que puede lle-
gar a ser una gloria nacional. Por otra
parte, está muy interesada en conocerlo a
usted.
GENERAL. ¿A mi?
ZAVALA. SI, señor ministro; a usted. Le ha visto en
El crepúsculo 193
la calle y le parece que usted es la persona
que podría interesarse por ella.
GENERAL. ¿Y dice usted que es... su sobrina?
ZAVALA. (SonriéndoaeJ Sí, señor ministro... Muy
lejana, por supuesto.
GENERAL. (Se Queda pensativo. Después de una pau-
sa.) El asunto... es diflcilillo. Yo no puedo
imaginarme quién sea.
ZAVALA. I Oh!, eso no es inconveniente. Mire usted,
por casualidad traigo aquí una fotografía,
por la que mas o menos puede usted darse
cuenta de lo que es ella. (Le da una foto-
grafía.) Está muy mal sacada, pero se
aproxima al original.
GENERAL. (Examinando la fotoj ¿Cómo se llama?
ZAVALA. Cristina, Cristina Roldan. Es guapa, ¿ver-
dad?
GENERAL. SÍ... no está mal
ZAVALA. I Y si usted la oyera tocar y cantar! jEs
algo maravilloso, estupendo! Pero es pobre,
no tiene un centavo y necesita la ayuda de
alguien para terminar sus estudios. Se que-
dó huérfana de padre hace algún tiempo.
GENERAL. ¿Dónde puedo conocerla?
ZAVALA. En casa de esta señora. (Le da una tat-
ito.)
GENERAL. Qué, ¿es pariente de ella?
ZAVALA. Amiga nada más.
GENERAL. Pero no me parece propio ir allí. ¡Vaya us-
ted a saber quién sea esta señora!
ZAVALA. Le voy a explicar a usted. La madre de Cris-
tina es una mujer de costumbres muy se-
veras, de una gran austeridad, y por eso a
U r
194 Francisco Navarro
Cristina le da pena recibirle a usted en su
casa.
GENERAL. Esta señora, ¿es digna de confianza?
ZAVALA. ¡Oh!, completamente.
GENERAL. Si me hace usted ir a una casa de mala
nota para estas cosas, mas vale que lo diga
antes.
ZAVALA. Puede usted estar tranquilo.
GENERAL. Está bien... Una advertencia.
ZAVALA. Diga usted.
GENERAL. En todos mis negocios privados me gusta
que haya una discreción completa. Este
asunto no lo vamos a saber más que usted
y yo. Si lo conoce alguna otra persona será
por usted y entonces le puede pesar. De
manera que cierre el pico y ándese con cui-
dado.
ZAVALA. NO necesita usted decirme eso. Sé perfecta-
mente cómo debo conducirme.
GENERAL. Muy bien. Después que conozca a esta mu-
chacha puede usted venir a verme. Ahora
le agradeceré que me deje, porque tengo
mucho que hacer.
ZAVALA. (Se retira con grandes reverencias y sonri-
sas, que quiere hacer amables y la resultan
cínicas.) Muy bien, señor general; agra-
decidísimo por su atención. Ha sido usted
muy amable conmigo. Muchas gracias. Un
servidor de usted. (Sale.)
(Potos momentos después se presenta el
AYUDANTE.)
AYUDANTE. El coronel Montano.
GENERAL. Que pase.
El crepúsculo 195
GOBONEL. (Tipo de militar viejo, voz de trueno, brus-
co, pelado a rape, alto y grueso.) Hola,
qué hay.
¡FH! Con una cantidad enonne de latosos
encima.
CORONEL. Muy bien, muy bien. (Resopla, ee limpia el
sudor.) Mira que hace calor, ¿en?
GENERAL. Regular. Siéntate. ¿Quieres un cigarroT
CORONEL. Dame uno de esos habanos que tienes y
que me parecen estupendos.
GENERAL. (Abriendo una caja que está encima de eu
escritorio.) Toma.
CORONEL. Gracias.
GENERAL. ¿Quieres un poco de whisky?
CORONEL. No. Acabo de beberme dos naranjadas que
parecían tanques de natación. Me siento
hasta aquí.
GENERAL. ¿Qué tienes de nuevo?
CORONEL. (Examina la estantía para ver si están so-
los. En tono confidencial) Todo marcha
admirablemente.
GENERAL. ¿Ah, sí?
CORONEL. Dentro de unos días este hombre va a te-
ner que hacer una de estas dos cosas: o
pide permiso al Congreso para ir a curarse
a Europa, porque está muy grave, se está
muriendo, o se queda aquí, y entonces se le
viene la casa encima.
GENERAL. ¿Y quién le ha metido en la cabeza que tie-
ne que irse a Europa?
CORONEL. El doctor Herrera. No hace más que ha-
blarle de eso. ¡Todo por consejo mío!
GENERAL. Y qué... ¿Le sigue administrando la droga
para precipitar su enfermedad?
196 Francisco Navarro
CORONEL. SI, todas las mañana». Para él es muy fá-
cil, porque duerme en el cuarto contiguo.
Hay veces que este hombre se siente muy
mal. ¿No ves el color que tieneT
GENEBAL. Sí, el pobre se agota poco a poco.
CORONEL. Y ai no logramos que se largue para Euro-
pa y te deje a ti el pandero en las manos,
pues entonces damos el golpe; al fin tene-
mos con nosotros la mitad del ejercito.
GENERAL. NO... NO... ESO me repugna hacerlo. Des-
pués de todo, es preferible sacrificar a un
solo hombre que ocasionar la muerte de tan-
tos desgraciados.
CORONEL. Pero si es que a ti te seguiría todo el mun-
do. Casi no tendríamos resistencia.
GENERAL. Prefiero los sistemas ocultos, que no dejan
huella, como este que estamos poniendo en
práctica. Un veneno asi, lento, administrado
con habilidad, nos da mejores resultados
que un ejército bien armado. Tendremos
que esperar más tiempo para no despertar
sospechas, pero al fin acabaremos con él.
CORONEL. Mientras tanto tú debes ser muy solicito.
Que vea que estás pendiente de sus meno-
res deseos, pronto a satisfacerle en todo,
¿ comprendes T
GENERAL. Si.
CORONEL. ¿Sabes qué otra cosa podemos hacer? Si el
tiempo pasa y este hombre no se decide a ir
a Europa podemos hacer que el Congreso lo
inhabilite por enfermedad. Al cabo, la ley
lo previene.
GENERAL. O esperamos a las próximas elecciones, que
serán mías cueste lo que cueste. Yo sé que
El crepúsculo 197
él piensa reelegirse, pero no lo logrará.
I No se ha dado cuenta de que yo existo, de
que las fuerzas del país las tengo en esta
mano, de que el Congreso es mío! ¡No en
vano he derramado sangre tantas veces yt
he llevado el ejercito a la victoria! ¡La de-
mocracia! ¡Los elecciones! |Música celes-
tial! | En América todavía no podemos te-
ner democracia! Con tantos parias es edifi-
car en el vacio.
CORONEL. Un consejo. Permíteme que te lo dé, aunque
sé que no le necesitas. Procura contar con
el arzobispo y con los nórdicos. El ejército,
el clero y los nórdicos nos son imprescindi-
bles.
GENERAL. (Se sonríe.) Todo lo que tú piensas lo ten-
go previsto. Mira a quién espero dentro de
unos instantes. (Le entrega una tarjeta.)
CORONEL. Mfster Harrison. (Pausa.) Oye, ¿pero lo
vas a recibir aquí?
GENERAL. NO tiene nada. ¿El ministro de Nordacia
no puede visitar al secretario de la Guerra?
CORONEL. Ya sabes que el presidente es un viejo zo-
rro muy hábil, que tiene espías en todas
partes y... la verdad, esta entrevista po-
día darle que pensar.
GENERAL. Harrison es mi amigo. ¿Crees que pueda
despertar sospechas una simple visita?
CORONEL. NO sé; pero es necesario que te vayas con
más cuidado. El enemigo es muy sagas y
no se toca el corazón para enviarte al otro
mundo.
GENERAL. ¿Crees tú que consientan en prestarme su
apoyo?
198 Francisco Navarro
CORONEL. Quien sabe...
GENERAL. ¡Los nórdicos! Los odio; pero necesito de
ellos. Después que me apodere de la Presi-
dencia, no podré sostenerme sin su ayuda;
mi Gobierno durarla un par de semanas, los
partidarios del antiguo régimen me echa-
rían abajo en un momento, j Tengo esa duda,
Montano! ¿Me querrán ayudar? ¿Recono-
cerán mi Gobierno? ¿Me darán el dinero
que necesito? Hasta ahora yo no me he
preocupado de ellos, casi no tengo contacto
Intimo con la Legación nórdica, de manera
que si el ministro me dice que no puede
ayudarme la empresa ha fracasado de an-
temano. ¿No es triste esto? ¿Qué pien-
sas tú?
CORONEL. Tengo mis temores también. El presidente
los ha halagado mucho, ya lo sabes, y ellos
deben de estar contentos con él.
GENERAL. Pero si son inteligentes deben ir buscando
otro hombre, porque el actual mandatario
es una ruina física. Ellos saben muy bien
que no dura mucho tiempo.
CORONEL. ¡LO que puede el dinero!

(El AYUDANTE abre la puerto y anun-


cia.)
AYUDANTE. El señor ministro de Nordacia.
GENERAL. (ConauUando el relojJ Es puntual. Se co-
noce que le interesa el asunto. (Al AYU-
DANTE J Que pase.
(El señor ministro de Nordacia aparece en
el dintel y hace una reverencia. Es un tipo
El crepúsculo 199
de hombre del Norte, alto, huesudo, per-
fectamente afeitado, ojos acerados, mirada
fría, pelo blanco y escaso. Usa Untes, que
sujeta con una cinta negra.)
MB. HABB. (Con un ligerísimo acento apenas percepti-
bleJ Buenos días, señores.
GENERAL. Buenos días, señor Harrison. Voy a presen-
tarle a usted a un amigo intimo. El coronel
Montano.
MB. HABB. Mucho gusto.
CORONEL. Servidor de usted.
GENERAL. Siéntese, mister Harrison. ¿Un cigarrillo?
MB. HABB. NO, gradas; no fumo.
GENERAL. ¿Whisky?
MB. HABB. Tampoco, me hace mucho daño.
GENERAL. Muy bien. Supongo que ya adivinará usted
el objeto de esta entrevista.
MB. HABB. lOh!, no, no sé nada.
GENERAL. El agente que le envié ¿no le explicó de lo
que se trataba?
MB. HABB. I Oh!, pero yo no le concedo ninguna im-
portancia a un agente. Puede mentir o in-
ventar.
GENERAL. ¿Entonces lo que usted desea es que yo le
explique a usted?
MB. HABB. ESO, eso, precisamente.
GENERAL. ES usted desconfiado.
MB. HABB. Precavido solamente.
GENERAL. Usted conoce el estado de las finanzas del
país. La mala administración y los despil-
farres nos han llevado al borde de la ruina.
Tenemos un déficit de más de sesenta mi-
llones de pesos. Para engrandecer sus ha-
200 Francisco Navarro
ciendas, el presidente ha extraído de las ca-
jas del Banco de la República mas de cinco
millones. Hay un gran descontento en el
pueblo. La opinión pública es mía; el ejér-
cito, también. Quiero saber si los banque-
ros de Nordacia, en caso de que caiga el
actual presidente, estarían dispuestos a
prestar al nuevo régimen quinientos millo-
nes de pesos.
MB. HABB. Depende...
GENERAL. ¿De qué?
MB. HABB. De las garantías que se nos ofrezcan.
GENERAL. ¿Qué clase de garantías desean ustedes?
MB. HABB. Usted sabe que, ademas de ser yo ministro
de Nordacia, soy agente de los banqueros
Tropp y Compañía. Como ya en otras oca-
siones he tocado el punto con mis represen-
tados, sé perfectamente lo que pedirían en
cambio.
GENERAL. Hable usted.
MB. HABB. Tenemos hecho un inventario perfecto de
los bienes de la nación y de lo que pueden
producir. Para garantizar quinientos millo-
nes de pesos necesitamos lo siguiente: la
entrega de los ferrocarriles a una admi-
nistración nórdica; las aduanas de Cerri-
tos, Comendador y Boca Negra. La conce-
sión para explotar los yacimientos de petró-
leo de Palo Alto. Todo esto puede producir
cincuenta millones de pesos al año; de ma-
nera que la deuda quedaría liquidada en
diez años. Esto, en lo que se refiere a los
banqueros. En lo tocante a la parte estra-
tégica, mi Gobierno pide la concesión de la
El crepúsculo 201
bahía de Tres Torres para establecer una
base naval para nuestra flota.
GENERAL. ¡Pero eso es demasiado!
MB. HABB. NO, no, señor; es el valor exacto de lo que
vamos a darle a usted.
GENERAL. ¿Pero usted a quién representa, al Gobier-
no de Nordacia o a los banqueros de su
país?
MB. HABB. A ambos.
GENERAL. l a operación la estoy concertando con ban-
queros y no con un Gobierno. De manera
que le suplico a usted retirar la cláusula
de la bahía de Tres Torres.
MB. HABB. (Flemátieo.) ¡Oh!, no se alarme usted; la
bahía puede pasar a nuestro poder sin que
nadie se entere. La operación se hará des-
pués que sea usted presidente.
GENERAL. ¿Después que yo sea presidente?
MB. HABB. SÍ, SÍ, porque usted va a ser muy pronto
presidente de este país.
GENERAL. De manera que ustedes...
MB. 'HABB. Estamos dispuestos a apoyarle.
GENERAL. ¿Y el reconocimiento?
MB. HABB. Vendría inmediatamente.
(Pausa. Loa dos militares ee han quedado
pensativos. El nórdico, con una sonrisita
de hombre satisfecho, escruta a sus inter-
locutores.)
CORONEL. Esa bahía de poco les puede servir. No tie-
ne comunicaciones con el interior de la Re-
pública.
MB. HABB. NO importa. Nosotros la necesitamos para
prevenirnos de un ataque asiático al canal.
202 Francisco Navarro
CORONEL. Piden ustedes demasiado. El pueblo protes-
tarla.
MB. HABB. NO hay necesidad de que se entere de estas
condiciones. Quinientos millones pueden ser-
vir para muchas cosas, inclusive para com-
prar periodistas. (Sonríe.)
GENERAL. ¿ES SU última palabra?
MR. HABB. Si, señor. Son condiciones definitivas.
GENERAL. Veo que venia usted preparado en cuanto a
las condiciones.
MR. HABB. jQhl, si; ademas de ver las cosas, tengo la
obligación de prever.
GENERAL. ¿Qué, ya sabia usted... que el actual presi-
dente podía ser substituido?
MB. HABR. Puede ser. Su salud es muy mala..., este
país es joven, su historia ha sido siempre
muy agitada y lo más natural era que sur-
giese un hombre dispuesto a substituirlo...
Y si no surge espontáneamente, nosotros
lo hubiésemos buscado.
GENERAL. ¿Ustedes?
MR. HARR. SÍ, señor. (Con rencor.) El presidente Or-
tega nos ha negado la bahía de Tres To-
rres y la concesión para abrir un canal a
través del istmo del Principe. Y eso... no
puede quedarse asi.
GENERAL. ¡Un canal!
MR. HABB. Que se hará cuando uated sea el jefe del
Estado.
(Pauta.)
GENERAL. De manera que el presidente...
MR. HARR. NO lo necesitamos ya y le hacemos desapa-
recer. (Sonriéndoae.) Es muy sencillo.
GENERAL. (Con amargura.) Somos aliados.
El crepúsculo 203

MR. HARR. Eso, eso. Veo que usted y yo nos entende-


remos. Perseguimos el mismo fin. Un hom-
bre nos estorba y le quitamos de nuestro
camino. Yo me hefijadoque usted es cauto,
hábil y decidido, y por eso hemos resuelto
ayudarlo.
GENERAL. Está bien.
MR. HARR. Y ahora me retiro. Tengo varios invitados
a comer en la Legación y temo llegar tarde.
GENERAL. ¿Puede usted fijarme día y hora de la se-
mana entrante en que pueda ir a verlo?
MR. HARR. Con mucho gusto. Viernes, a las nueve de
la noche.
GENERAL. Perfectamente. Buenos días, mister Ha-
rrison.
MR. HARR. Hasta la vista, general.
CORONEL. Buenos días.
MR. HARR. Adiós. (Sale.)
GENERAL. NO puedo transigir con esto, i No hallo qué
hacer, esto es infame! ¡Después de los fe-
rrocarriles querrán nuestras tierras, y des-
pués del petróleo, el canal! ¡La venta de la
patria! ¡Eso es lo que me ha pedido!
CORONEL. Cálmate... No es un momento éste para per-
mitir hablar al corazón. Hay que pensar con
la cabeza.
GENERAL. ¿A qué llama» tú pensar con la cabeza?
CORONEL. Hay que ser prácticos.
GENERAL, I Hay que ser prácticos vendiendo la patria!
CORONEL. Pero en cambio dan quinientos millones.
GENERAL. (Después de una pausa corta.) Me daba
miedo oír hablar a ese hombre. Todo lo re-
duce a números. ¡Ese lenguaje frío y sór-
dido me daba vergüenza!
204 Francisco Navarro
CORONEL. Hace un momento decías que la democracia
era música celestial para estos países. Aho-
ra te vuelves un sentimental y quieres vol-
ver atrás. Asi no harás nunca nada, no
pasarás de ser uno de tantos. Tú eres am-
bicioso, has soñado en grande, y cuando se
te presenta la ocasión te desmoronas y te
lamentas como un colegial ante el primer
desengaño amoroso. ¡Pues qué creías I ¿Que
los nórdicos iban a soltar quinientos millo-
nes sin asegurarse primero el pago de la
deuda?
GENERAL. Pero esto ya no es una garantía. (Quieren
además la libra de carne, como Shylock!
CORONEL. (Se acerca a él y le habla al oído.) Lo que
ellos han pedido es muy poco en compara-
ción con lo que dan. ¿No lo has oído bien?
I Tú serás presidente de la República!
GENERAL. SÍ, SÍ; pero...
CORONEL. ¡Vas a tener en tus manos un país en don-
de cabe toda Europa! Tu Gobierno estará
apoyado en una pirámide imposible de des-
truir. Tienes el clero, la fuerza espiritual;
el ejército, la fuerza material, y para ce-
rrar ese triángulo formidable tendrás el oro
nórdico. ¡Y todo eso a cambio de qué! Un
pedazo de tierra'para una base naval; un
poco de petróleo que a nosotros para nada
nos sirve, y los ferrocarriles, que están en
bancarrota. No tienes más que alargar la
mano y tomarlo todo.
GENERAL. ¿Y si el pueblo protesta? ¿Y si la Prensa
me denuncia?
El crepúsculo
CORONEL. Contra ellos tienes dos armas: el dinero o
el plomo. El que no quiera oro tendrá hie-
rro. ¡Eso no es problema!
GENERAL. De modo que...
CORONEL. No debes vacilar. ¿Vas a despreciar a ese
poderoso aliado por un escrúpulo de concien-
cia? i La conciencia no sirve para nada! Se
presenta solamente para arruinar las bue-
nas combinaciones y convertirnos en unos
infelices. Los tontos, cuando no se atreven
a acometer una empresa superior a sus
fuerzas, se escudan tras el pretexto de la
conciencia. Tú, felizmente, no eres de esos.
Tienes juventud, audacia, talento y los me-
dios para convertirte en una figura his-
tórica.
GENERAL. (Con amargura.) ¡ Figura histórica!... ¡ Qué
vergüenza!
(Pauta.)
CORONEL. Entonces... ¿no te decides?
GENERAL. (Con tríetela.) Estoy decidido.
CORONEL. (Alegremente.) ¡Bravo! No esperaba me-
nos de ti. Esos momento de debilidad están
bien para las mujeres; pero un hombre como
tú no debe volver nunca la cara atrás. Si lo
haces estás perdido, i Debes ver siempre ha-
cia adelante! ¿No es cierto?
GENERAL. Tienes razón.
(Pauea.)
CORONEL. Bueno, me marcho; es muy tarde y me es-
peran a almorzar. Nos veremos esta noche
para ultimar detalles. Adiós.
GENERAL. Adiós.
206 Francisco Navarro
(MONTANO sale. El GENERAL DAVILA
se queda a solas consigo mismo, acorralado
por te fatalidad, que te ordena seguir sm
concederle una tregua. Ha ahogado el últi-
mo grito de su conciencia J
GENERAL. (Con dolor.) Tú Berás presidente de la Re-
pública...

TELÓN LENTO
CUADRO SEGUNDO

Calle de tina dudad. Es de noche.


Loa transeúntes notan, defendiéndose del frío.
VENDEDOR. (Va empujando un carrito.) ¡Castaaaña
asada! ¡A la rica castaña! i Quién quiere
comprar castaña! (Desaparece.)
(De vez en cuando se escuchan bocinas do
automóvil. La gente se detiene a ver la»
vitrinas iluminadas y continúan en camino.
Pasan dos guardias.)
CHIQUILLO. (A un transeúnte.) Una limosna, por favor.
TRAXS. Trabaja. (Sigue BU camino.)
CHIQUILLO. (A una señora.) Una limosna, señora.
SEÑORA. ¿Para qué la quieres, hijo?
CHIQUILLO. Para comprar cigarros.
SEÑORA. ¿Tan chiquillo y ya fumas?
CHIQUILLO. Claro.
SEÑORA. Me simpatizas por lo franco que eres. Toma.
CHIQUILLO, ¡Gracias! (Se va.)
(Principian a oírse gritos lejanos de ven-
dedores de periódicos J
¡Extra!

Í I Extra!
¡Extra del Heraldoool
208 Francisco Navarro
(Loa gritos se van acercando poco a poco.)
TBANS. (Llamando.) ¡Eh! ¡Pat! ¡Aquí!
(Entran corriendo dos o tres chiquillos.)
VEND. 1." jExtraa! ¡Muere el presidente de la Repú-
blica! ¡Extraa!
VEND. 2." ¡La muerte del presidente de la República!
VEND. 3.a ¡El vicepresidente lo substituye!
(El público se detiene para comprar los pe-
riódicos, los cuales leen ávidamente, ha-
ciendo comentarios. Los vendedores de pe-
riódicos han desaparecido, pero sus gritos
continúan oyéndose en la lejanía.)
I Extraía I
VOCES. * ¡Extraaa!
' ¡La muerte del presidente de la República!

TELÓN
ACTO SEGUNDO
CUADRO PRIMERO

Despacho privado del PRESIDENTE DAVILA. Han


transcurrido diez años, y la vida intensa y agitada
de ¡a política ha dejado huellas indelebles en su roa-
tro. Está vestido con traje de calle y se pasea ner-
viosamente a lo largo de la estancia. Su aspecto es
soberbio y duro.
Frente a él esté sentado un hombre, loa brazos cruzar
dos sobre el pecho, la frente sombría. Es delgado,
de treinta a cuarenta años, elegantemente vestido.
Atardece.
P. DÁVILA. ¿Persiste usted en su negativa?
PERIOD. Señor presidente...
P. DÁVILA. El último articulo publicado por su perió-
dico es francamente ofensivo para mi Go-
bierno, 7 amanan la pas pública.
PERIOD. YO no he dicho más que la verdad.
P. DÁVILA. ¿De dónde ha sacado usted esos documen-
tos?
PERIOD. De la Legación de Nordacia.
P. DÁVILA. ¿Los ha robado usted?
PERIOD. Si, señor.
P. DÁVILA. De manera que, además de perturbador del
orden, es usted ladrón.
it
210 FraneÍ8eo Navarro
PERIOD. Creo que esa palabra no es la mas apropia-
da para designarme. El que roba para be-
neficiar a su patria no es un ladrón.
P. DAVILA. (Con eorna.) ¡Ah! ¿Ya se siente usted
héroe?
PEKIOD. Tampoco. No he hecho más que cumplir con
el deber que tengo de decir a mis compa-
triotas lo que pasa en el país.
P. DAVILA. Hace tiempo que viene usted molestándo-
me. He procurado ser magnánimo y gene-
roso con los que me atacan, pero última-
mente ha pasado usted la linea.
PERIOD. Y yo he tratado de ser siempre ecuánime
y veras en lo que digo.
P. DAVILA. ¿Ecuánime? ¡Lea usted esto! (Le da un
periódicoJ ¡A ver dónde está la ecuani-
midad!
PERIOD. (Leyendo.) "La venta de la patria."
P. DAVILA. Bonito título, ¿verdad? Prosiga usted.
PERIOD. (Leyendo.) "El país ha sido vendido al
extranjero por treinta dineros. Después de
la bahía de Tres Torres, el istmo del Prín-
cipe se convierte en territorio nórdico. Nues-
tras vías de comunicación no nos pertene-
cen. La cuarta parte de nuestra tierra está
en poder de veinte extranjeros cuyos nom-
bres se revelarán. LAS protestas de los cam-
pesinos son ahogadas en sangre. ¡Y todo
esto a cambio de un segundo préstamo de
veinte millones para impedir el derrumba-
miento del actual Gobierno, que preside un
loco trágico!"
P. DÁ\TLA. ¡Basta! ¿Eso es lo que usted llama ecua-
nimidad?
El crepúsculo 211
PEBIOD. Eso ea lo que yo llamo la verdad.
p. DAVILA. ¿Usted sabe que eaa pobre verdad puede
oostarle la vida?
PEBIOD. Estoy tranquilo, porque he cumplido con mi
deber...
P. DÁVILA. i Su deber! j Invenciones! ¡Fantasías de su
imaginación!
PEBIOD. Para con mi patria, para con mis hijos, de
decirles todo el horror y la tristeza de sus
vidas.
P. DÁVILA. ¡La verdad! ¿Acaso usted la conoce?
PEBIOD. Quisa,
P. DÁVILA. ¿Puede usted comprobarme esas insensa-
teces?
PEBIOD. SÍ, señor.
P. DÁVILA. ¿Cómo?
PEBIOD. Poseo documentos que usted no se imagina
que puedan estar en mis manos. ¡Todo lo
sé, todo puedo comprobarlo!
P. DÁVILA. ¿Dónde están?
PEBIOD. Se publicarán oportunamente.
P. DÁVILA. (SonriéndoeeJ ¿En qué prenaas? Los ta-
lleres de usted han sido destruidos por la
policía.
PEBIOD. Se publicarán en cualquier imprenta, y ai
no los puedo publicar, salgo a la calle y los
grito.
P. DÁVILA. ¿Usted?... Lo creo difícil.
PEBIOD. O mis compañeros. Es lo mismo.
P. DÁVILA. ¿Es un chantaje?... ¿Cuánto quiere usted?
PEBIOD. ¿Cuánto? (Sonríe.) El único tesoro que
tengo es mi conciencia y mi libertad, que,
como usted comprende, señor presidente, no
pueden tasarse con dinero.
212 Francisco Navarro
P. DAVILA. ¿Con qué entonces?
PERIOD. Con sangre.
P. DÁVJLA. Con su sangre.
PERIOD. I O con la de usted!
P. DAVILA. I Es usted demasiado audas!
PERIOD. ¡Soy demasiado franco!
P. DAVILA. No sé si alcanzará usted a comprender que
con esos inútiles arranques de soberbia no
hace usted mas que echar cerrojos en la
puerta de su celda.
PERIOD. NO importa.
P. DAVILA. Muy bien... Entonces irá usted veinte años
al castillo de Fronda.
PERIOD. Estoy a sus órdenes.
P. DAVILA. Le he propuesto una tregua y la ha recha-
zado. Yo he sido siempre amigo de los pe-
riodistas y no me gusta acudir a la violen-
cia. Usted tendrá la culpa de lo que pase.
PERIOD. Una tregua a cambio de mi silencio no la
acepto yo de nadie. Estoy dispuesto a ir
por el mismo camino hasta el fin.
P. DAVILA. (Toea un timbre. Se presenta un AYUDAN-
TE.) Que conduzcan a este hombre a la
fortaleza y lo metan en uno de los subterrá-
neos. Ya daré yo instrucciones sobre lo que
debe hacerse con él.
AYUDANTE. Muy bien, señor presidente.
PERIOD. (Inclinándose.) A sus órdenes, general.
Quisa algún día oiga usted hablar de mí.
(Sale.)
(El PRESIDENTE se queda un momento
pensativo. Después va hacia una puerteci-
ttadela habitación y ¡a abre. Aparece una
El crepúsculo 218
mujer de veintiocho a treinta, años, bella,
elegante.)
CRISTINA. |AI fin se fué! ¡Qué entrevista tan larga!
Estaba yo aburridísima allí dentro. ¿Qué
tantas cosas decían?
P. DÁVILA. Muchas que tú no entiendes. Siéntate.
CRISTINA. ¿Estas de mal humor?
P. DÁVILA. No. Estoy nervioso.
CRISTINA. ¿Sabes con quién me crucé cuando venia
para acá?
P. DÁVILA. No.
CRISTINA. Con tu mujer.
P. DÁVILA. ¿Te reconoció?
CRISTINA. NO pudo verme. El automóvil de ella pasó
muy rápidamente.
P. DÁVILA. ¡Ahí
CRISTINA. Oye, ai vas a seguir así. contestando con
monosílabos, me voy. Hay veces que te po-
nes de un latoso subido.
P. DÁVILA. (Tratando de sonreírJ Perdóname. ¡Si tú
supieras todas las cosas que pesan sobra mi!
CRISTINA. He estoy convenciendo de que ustedes, los
hombres célebres, están bien para admirar-
los de lejos, porque en cuanto los tiene uno
cerca, i qué desilusión!
P. DÁVILA. ¿Por qué lo dices?
CRISTINA. Nunca tienen tiempo para nada. Que los pa-
pelotes, que los asuntos de Estado, que el
Gobierno, que la» fiestas. Total, nada. Para
lo único que me sirves es para que me envi-
dien mis amigas.
P. DÁVILA. ¿Te parece poco que haya puesto a tus pies
todo lo que soy y todo lo que tengo?
214 Francisco Navarro
CRISTINA. Esas son frases que las saben decir todos
los hombres. Lo que yo quiero es calor de
vida, amor; que vuelvas a dedicarme una
parte de tu existencia, aunque sea pequeña.
Cuando te conocí, hace ya de esto algún
tiempo, eras tan distinto, tan ardiente, tan
cariñoso... Era yo entonces una chiquilla.
I Me acuerdo tan bien! Te vi pasar un día
a caballo, y en mi imaginación de niña que
despierta a la vida, fuiste la encarnación
del héroe, rodeado de una leyenda, victo-
rioso siempre... Me enamoré de ti no supe
cómo... Mis amigas se reían de esos amores
con un novio tan lejano. Recortaba tus re-
tratos que sallan en los periódicos y los
guardaba celosamente, para contemplarlos a
solas. Los protagonistas de las novelas que
leía me los imaginaba como tú, y soñaba,
soñaba... basta que un día apareciste de-
lante de mí sin saber cómo...
F. DÁVILA. Llevado por aquel mal hombre que explotó
a tu madre.
CRISTINA. A qué recordar cosas dolorosas... Lo pasa-
do, pasado... Volvamos al presente, que pa-
rece llevarse poco a poco todas mis ilusio-
nes de niña; que me enseña la vida tal como
es y no como me la había imaginado. No
en balde transcurren los años y se le en-
durece a uno el espíritu y el corazón. Es
tan dolorosa la experiencia... ¡Ahora me
paso los días triste, sola, detrás de una ven-
tana, rodeada de soledad y de frío!
F. DÁVILA. Tienes todo lo que puedes desear.
CRISTINA. Me faltas tú.
El crepúsculo 215
P. ¿Y por qué no haces un poco de vida so-
DAVILA.
cial?
CRISTINA. Porque eres muy celoso y a cada momento
me predicas que hay que guardar las apa-
riencias.
P. DAVILA. Esta noche me escaparé como pueda e iré
a verte.
CRISTINA. Promesas que no cumples nunca.
P. DAVILA. Te lo juro. Tú no sabes todavía todo el ca-
riño que te tengo. Cariño de viejo, por eso
es más grande. Hay veces, cuando vuelvo
aquí, de verte; cuando estoy todavía im-
pregnado de tu perfume, quisiera ser un
obrero, un estudiante, para gozar de toda
mi libertad y poder ser mas tuyo; pasear
contigo, desconocido de todos; perderme en
la muchedumbre con la única que ha sabido
poner un poco de poesía en este remolino
de mi vida.
CRISTINA. Nunca te habla oído hablar asi.
P. DAVILA. Mira, Criatina, esta posición que tengo la
he conquistado a golpes de sable y de auda-
cia. Nací pobre, vengo del pueblo. Mi padre,
un carpintero que en la mitad de su vida
se quedó paralitico, inútil para todo. La en-
fermedad lo convirtió en una estatua que
vela y pensaba. Nunca supimos de sus do-
lores porque la parálisis le arrebató la pa-
labra... Mi madre, una mujercita sencilla,
humilde, que vivió para alentar el soplo de
vida que mantenía abiertos los ojos del pa-
ralitico y para sufrir con la vida aventurera
que llevé desde muy joven... Ahora... es
otra cosa. El poder, el mando, que la gente
216 Francisco Navarro
cree que pueden comprar todo lo necesario
para la felicidad, no me dejan poseerme a
mi mismo. El poder arrastra cruelmente los
momentos mis dulces y más íntimos de mi
existencia, Pertenezco a ellos, al Estado.
Para todos soy el poderoso, el que está arri-
ba... Y no saben que yo también reclamo
mi parte de amor y de dicha y que desea-
ría ser... uno de tantos...
CRISTINA. Pobre de ti... y 'de mf.
P. DÁVILA. ¿Ves ahora por qué me es tan difícil ser
el de antes? Quisa no lo creas, pero frecuen-
temente sueño con la existencia libre y sal-
vaje de aquel soldadito que despedía mi
madre al salir para el combate...
(Pausa.)
CRISTINA. Quería decirte una cosa, pero...
P. DÁVILA. Dila.
CBIBTINA. Hoy venia dispuesta a hacerlo, a no dejar
pasar un día más; pero veo que he escogido
un mal momento.
P. DÁVILA. ¿Qué es? Dila. Todos los momentos son
buenos para ti.
CBIBTINA. NO me atrevo.
P. DÁVILA. ¿Dinero? ¿Vestidos? ¿Qué necesitas?
CRISTINA. NO... Nada de eso... Otro día te lo diré...
Ahora me voy.
P. DÁVILA, ¿Tan pronto?
CBIBTINA. Son momentos que le estoy robando al jefe
del Estado. (Sonríe.) Te espero a la no-
che. ¿Irás?
P. DÁVILA. Si, sí.
CRISTINA. Entonces, hasta más tarde.
El crepúsculo 217
P. Un beso. (Se besan.) Hasta la noche,
DÁVILA.
Cristina,
CRISTINA. Adiós. (Sale par ¡a misma puerta que ha
entrado.)
(El PRESIDENTE DAVILA toea un tim-
bre y se presenta el AYUDANTE.)
P. DAVXLA. ¿Está todavía allí esa Comisión?
AYUDANTE. Sí, señor presidente.
P. DÁVILA. Que pase.
(Entran tres gravea señores vestidos de
chaqui.)
COM. 1.* Buenas tardes» señor presidente.
P. DÁVILA. Buenas tardes. Tengan la bondad de sen-
tarse.
COM. 1." Huchas gracias. Estamos muy bien asi.
P. DÁVILA. Perfectamente.
COM. 1.* He sido nombrado para que, en compañía
de los ilustres académicos que me acompa-
ñan, participe a usted que la Academia Na-
cional de Artes y Ciencias ha decidido nom-
brar a usted, en vista de BUS relevantes mé-
ritos como estadista, como profundo cono-
cedor de las ciencias sociales y políticas,
como benefactor excelentísimo de la patria
que ha sido usted durante los doce años de
BU gobierno, dotando a nuestro país con toda
clase de adelantos materiales, con una red
de maravillosas carreteras, escuelas para la
educación de la niñez y asilos para los des-
heredados, amén de grandiosas obras en fa-
vor de la sanidad de nuestra República. En
218 Franciaeo Navarro
vista de que ha sabido usted aer el mejor
gobernante que ha tenido nuestra patria en
toda su vida independiente y de la no in-
terrumpida pas que ha dado a la nación, la
Academia Nacional de Artes y Ciencias ha
resuelto, por unanimidad de votos y en se-
sión solemnísima, nombrar a usted miem-
bro de honor de nuestra ilustre Sociedad.
(Le entrega un pergamino y le da el consa-
bido apretón de manos.)
P. DAVILA. Muchas gracias. Me conmueve intensamen-
te este homenaje que me dispensa la ilus-
tre Academia Nacional de Artes y Cien-
cias. Puedo asegurar a ustedes que sabré
conducir al país, como basta ahora lo he
hecho, por la senda de pas y de prosperidad
que nuestro gran pueblo se merece.
a
COM. 1. La Academia Nacional de Artes y Ciencias
me ha encargado también de invitar a us-
ted a un banquete que tendrá lugar en el
Jockey Club para celebrar tan magno acon-
tecimiento. Acudirá nuestra mejor sociedad
y puedo asegurar a usted que ese acto re-
vestirá las proporciones de un magno ho-
menaje a nuestro ilustre gobernante.
P. DAVILA. ¿Qué día han fijado ustedes para ese ban-
quete?
COM. 1.* El próximo jueves, a las nueve de la noche.
P. DAVILA. Muy bien. Acepto gustoso esa invitación.
COM. 2.a Acudirá el Cuerpo diplomático, el Gabinete
y los representantes de la alta banca, del co-
mercio y de la industria del país.
P. DAVILA. Será una fiesta muy brillante.
COM. 2.a Deseamos que opaque a todo lo que se haya
El crepúsculo 219
hecho aquí hasta ahora. El banquete sera
seguido de un gran baile.
P. DÁVILA. Muchas gracias.
Cosí. 1.a Y ahora, señor presidente, nos va usted a
permitir que nos retiremos. No queremos
quitarle más tiempo.
F. DÁVILA. i Oh, no! Ustedes nunca molestan. Están
ustedes en su casa.
C'OM. 1.a Muchas gracias. Buenas tardes, señor pre-
sidente y hasta el jueves. (Le estrecha la
mano.)
COM. 2.a Buenas tardes.
C'OM. 3.a Buenas tardes.
(Los tres delegados, al llegar a la puerta,
hacen una profunda reverencia y salen.)
AYUDANTE. (Entrando.) Seftor presidente, allí está la
Comisión de obreros y campesinos. ¿ La hago
entrar?
F. DÁVILA. ¡Caramba con esas latasl (Pausa.) Bue-
no, hazlos entrar. No me queda otro re-
medio.
(Instantes después entran seis o siete
hombres del pueblo, pobres, maltrechos, cu-
yos rostros van gritando el hambre que es-
conden sus vidas miserables J
CAMP. 1.a (Tímido, con vos entrecortada.) Buenas
tardes, seftor presidente. Los compañeros y
yo nos hemos atrevido a molestar a su ho-
norabilidá porque... pos ya no hallamos qué
hacer. Los compañeros representan a mu-
chas partes de la República, y nos hemos
reunido pa ver lo que vamos a hacer y pa
220 Francisco Navarro
pedirle ayuda a su honorabilida. porque
nuestra situación es muy critica.
P. DÁVILA. ¿Qué desean?
GAMP. I.' Usté sabe, señor presidente, lo atropellados
que vivimos los obreros por los patronos que
tenemos. No nos pagan nuestros sueldos, no
podemos ir a la huelga porque la policía
nos da de garrotazos y algunas veces hasta
nos disparan con sus ametralladoras. Tene-
mos jornadas de doce horas diarias, y todo
eso, con el hambre que tenemos y lo poco
que ganamos, pos nos están matando. Los
compañeros campesinos dicen que les han
quitado sus tierras, que nunca ven un cen-
tavo de sus jornales, porque todo se los pa-
gan en mercancías, y que a final de cuentas
están tan fragaos como nosotros... Y pa eso
lo venimos a ver a su honorabilida, pa que
nos ayude y haga que se nos respete. ¡Tam-
bién nosotros somos hombres!
'1 Claro!
CAMPES. !«"•*«
I ¡A eso hemos venido!
• ¡También nosotros tenemos derechos!
P. DÁVILA. ¡Shhht! i Cállense! ¡Que hable uno solo,
porque asi no nos entendemos. (Al CAM-
PESINO 1.a) Ha hablado usted cinco mi-
nutos y no ha dicho nada. Concrete usted;
¿qué es lo que quieren?
CAMP. 1.* Tener con que comer y sueldos decentes,
que siquiera nos ajusten para ahorrar un
poco y pa ir al cine y pa comprarle ropa a
la vieja y a los muchachos. Es muy poco lo
que pedimos.
El crepúsculo 221
CAMP. 2.a Y, además, escuelas pa aprender a ler y a
escrebir. Allí cerca de donde yo vivo aca-
ban de nacer una escuela muy guada y
muy bonita, con columnas y jardines y cam-
pos de foot-ball, y yo fui a preguntar si po-
día ir allí a aprender y el portero me dijo
que esa escuela servia solamente pa los doc-
tores y los abogados y los ingenieros, que
de esos creo que tenemos ya muchos, y como
yo le dije que de todas maneras yo entra-
rla, me sacó casi a patadas. ¡Figúrese usté!
¡Pos qué es eso!
P. ÜÁVÍLA. Muy bien. Las escuelas las tendrán.
a
CAMP. 2. ¿Cuándo, señor presidente?
P. DÁVILA. No sé. ¡Vaya una pregunta! ¿Cree usted
que eso es tan fácil? Y en cuanto a las co-
modidades que quieren ustedes, no puedo
prometerles nada, porque no voy a exigir-
les a los industriales y a los agricultores
que les aumenten sueldos. Eso es cuestión
de ellos.
a
CAMP. 1. ¿Entonces... estamos condenados a morir-
nos de hambre? Porque esto no puede se-
guir asi. Es necesario ponerle algún reme-
dio. ¿O qué quiere usté, que los cinco millo-
nes de campesinos y obreros que habernos
en el páia se los lleve el diablo? ¿Después a
quién gobierna su honorabilidá? Si se queda
usté con los pocos ricos que hay y con los
abogados y los médicos y los ingenieros,
bonito páis va a gobernar su honorabilidá.
Fíjese que es también por su bien lo que
venimos a pedirle. Porque si nosotros te-
nemos harta plata y nos tratan bien, enton-
222 Francisco Navarro
cea todo el páia va muy bien, porque nos-
otros somos la mayoría. (A sus compañe-
ros.) ¿A poco no es verdá lo que yo digo,
muchachos ?
¡Sí, señor!
y
CAMPES. ¡ Tunemos hambre.'
' i Queremos comer!
P. DAVILA. ¡A callar he dicho!... (Pausa.) Repito
que lo que yo pueda hacer por ustedes lo
haré, i Les hago el favor de recibirlos y se
olvidan ustedes dónde se encuentran y quién
soy yo!
CAMP. 1." Perdone usté, sefior presidente; pero creo
que no le hemos cometido ninguna falta de
respeto. No más le estamos diciendo lo que
nos pasa.
P. DÁVILA. Y yo ya les he contestado. De manera que
tengan la bondad de salir.
a
CAMP. 1. ¿Pero nos va usté a ayudar, sefior presi-
dente? Mire que tenemos hambre, y los pa-
tronos nos tratan como bestias. Yo creo que
esto se arregla con algunas leyes que se
pondrán en vigor tan pronto como usté lo
quiera. Usté no pierde nada si nosotros nos
beneficiamos y, al contrario, puede ganar
mucho. ¡Si usté viera cómo nos tratan los
patronos nórdicos! ¡La cosa da mucha ra-
bia, y luego porque son extranjeros! ¿Usté
cree que eso es justo?
P. DÁVILA. Ya he entendido lo que ustedes desean y
procuraré hacer todo lo que pueda.
a
CAMP. 2. Ojalá, sefior presidente.
P. DÁVILA. Ahora yo les ruego que me dejen tranquilo,
porque tengo mucho que trabajar.
El crepúsculo 223

CAMP. 2." ¿Y cuándo podemos venir a verle, señor


presidente?
P. DAVILA. ¿Para qué?
CAMP. 2." Pa que nos diga si se ha podido hacer algo.
P. DÁVILA. No tienen necesidad de venir. Yo se lo co-
municaré por correo.
a
CAMP. 1. (Tríate.) Está bien, señor presidente, y
perdone la interrupción. (Pausa.) Vamo-
nos, muchachos.
Í Buenas tardes.
Hasta luego.
Buenas tardes.
(Salen, la cabeza inclinada, silenciosos, sin
esperanza. El PRESIDENTE DAVILA los
ve tras y se sonríe. Da dos o tres vueltas
por la estancia y toca un timbre. Se pre-
senta el AYUDANTE.)
AYUDANTE. ¿Llamó usted, señor?
P. DÁVILA. Si. Llama al jefe de la Policía.
(Sale el AYUDANTE y momentos después
se presenta el JEFE DE LA POLICÍA,
que es un hombre gordo, de bigote negro,
ojillos pequeños y brillantes.)
J.DELAP. A SUS órdenes, señor presidente.
P. DÁVILA. Esta mañana me habló usted de que estaba
sobre la pista de algo grave. Deseo que me
dé algunos detalles. ¿Qué es lo que pasa?
J.DELAP. ¡Ahí El asunto de la calle de los Alamos...
SI... Es un problema que me preocupa y me
ha dado más de un dolor de cabeza.
P. DÁVILA. ¿Tan grave es?
J.DELAP. No es precisamente por su gravedad, sino
224 Francisco Navarro
porque el autor de esta intriga se ha revela-
do como un hombre habilísimo, que ha sabi-
do burlar la vigilancia de nuestros agentes.
P. D.ÍVILA. ¿Quién es? ¿Algún agitador de oficio? Ya
sabe usted el remedio: si es extranjero, lo
expulsamos. Si es un nacional, se le sepulta
en la fortaleza para toda la vida.
J. DE LA P. No es un simple agitador, es algo mas de-
licado que esto. A un agitador se le coge en
una placa pública y se le da un tiro, o se
le hace desaparecer de cualquier manera;
pero este hombre, que lleva por nombre
Bendón, aparentemente no se meada en
nada, no sale nunca de su casa, pero acos-
tumbra a celebrar reuniones por las noches,
a las que concurren siete, ocho y hasta dies
individuos sospechosos. Están allí hasta la
una o dos de la madrugada y después des-
aparecen nuevamente.
P. DÁVILA. ¿Y qué es lo que usted cree que hay en todo
esto?
J. DÉLA P. Una conspiración. Me temo que en esa casa
exista un deposito de armas.
P. DÁVILA. ¿Armas?
J.DBLAP. SI, señor.
P. DÁVILA. .Pero cómo! ¿De dónde las han traído?
J.DELAP. Hasta ahora no he podido averiguarlo. Si
hay armas, deben de haber entrado por la
frontera o han sido desembarcadas por al-
gún barco de vela en costa despoblada, por-
que aquí, en el interior del país, es casi im-
posible adquirir no digo un rifle, pero ni
siquiera una pistola.
P. DÁVILA. Me alarma usted.
El crepúsculo 226
J. DELAP. ¡Oh, no es para tanto!
P. DAVILA. Esta misma noche va usted personalmente
con unos veinte hombres bien armados y
registra usted la casa. Tenemos que salir
de dudas. No quiero yo que nos den una
sorpresa.
J. DE LA P. Está bien, señor.
P. DÁviLA. Y si encuentra algo puede usted hacer con
ese hombre lo que quiera. Para no hacer
mucho escándalo diga usted que trató de
fugarse y hubo necesidad de matarlo.
J. DE LA P. Está bien, señor.
P. DAVILA. Tenga usted mucho cuidado en no alarmar
al vecindario ni causar escándalos, y, sobre
todo, ni una palabra a la Prensa.

TELÓN

u
CUADRO SEGUNDO

Habitación de una famüia de ¡a dase media. A la iz-


quierda, en una silla, el padre lee un libro a la luz
de una lamparilla cercana. Es pequeño, delgado, cal-
vo, de tes un poco amarillenta, de unos cuarenta
y cinco años, ojos vivos y penetrantes, boca delga-
da y vigorosa. ROSA, su esposa, mujer de unos
treinta y ocho anos, alta, gruesa, con restos de per-
dida hermosura, seca unos platos que están colocados
encima de una mesita situada al fondo de la habita-
ción. Trae un delantal o cuadros y se ha recogido las
mangas hasta arriba del codo. Junto a eUa, también
de pie, está su cunada, ANA MARÍA, de unos vein-
ticinco años, fresca y linda, que viste con sencillez
no exenta de buen gusto.
Al fondo, hacia la derecha, hay un balcón que da ala
calle. Es de noche.
ANA. ¿Poro es posible, mujer?
ROSA. Como te lo cuento.
ANA. Pues mira que es extraño, porque yo tam-
bién he tenido sueños asi; pero no se han
realisado con tanta exactitud.
ROSA. Cuando nació la niña de mi comadre yo mis-
ma me quedé admirada, porque la habla
visto en sueños, dos o tres días antes, exac-
tamente igual a como nació. ¿No te acuer-
das, Alfredo, que te lo conté?
El crepúsculo 227
RENDÓN. (Sin quitar loa ojoa del Ubro.) Sí.
ROSA. La vi con sus ojitos azules, toda, toda exac-
tamente igual.
ANA. ¿Pero no aera una carnalidad?
ROSA. Qué va. Después consulté el caso con una
cartomanciana y me dijo que yo tenia con-
diciones para ser una buena médium.
ANA. .-.Médium? ¿Qué es eso?
ROSA. Esas que llaman a los espíritus y que hacen
bailar a las mesitas de tres patas.
ANA. ¡Ahí Oye, ¿cuando vamos a ver a esa mu-
jer?, yo tengo ganas de que me diga el
porvenir, porque desde que se fué Juan...

(Se oyen tres toques a la puerta. Todos


permanecen en silencio y se miran «nos
a otros, extrañadoa.)
ROSA. ¿Quién será?
RENDÓN. (Deja el libro y se levanta.) ¿Dónde está
Alfredito?
ROSA. Allí dentro.
RENDÓN. Llámalo.
ROSA. ¡Alfredito! ¡Alfredito!
(Entra ALFREDITO, un muchacho de die-
ciocho a veinte años, alto, delgado.)
ALFBED. ¿Qué pasa? Oi que tocaron.
RENDÓN. Asómate con mucho cuidado por el balcón
y ve quién es.

(ALFREDITO abre un poco la puerta del


balcón y mira hacia afuera. En ese mo-
mento se escuchan otras toques, mas rá-
pidoe e imperativos que los anteriores J
Francisco Navarro
RENDOX. ¿Quién es?
ALFBED. Veo tres o cuatro individuos parados fren-
te a la puerta de la casa.
RENDÓN. (Se le queda viendo. Ha comprendido.) ¡ La
policial
ROSA. (Asustada.) ¡Alfredo!
RENDÓN. Llegó la hora. No vamos a entregar los do-
cumentos y las armas que tenemos aquf sin
defendernos. Alfredito, ve al escondite y
trae cuatro rifles. Y tú, Ana María, trae
dos o tres cientos de cartuchos. (Mutis de
ALFREDITO y ANA MARÍA.)
ROSA. (Sollozante.) ¡Nos mataran, Alfredo; nos
matarán T
(Nuevos golpes a la puerta, más fuertes,
más enérgicos.)
RENDÓN. Qué importa. Es preferible morir peleando
que sepultado en una cárcel por toda la vida.
El depósito de armas lo encontrarán aquí,
de manera que, de todos modos, este regis-
tro me costará la vida.
ROBA. ¡Pero tu hijo, Alfredo! ¿Serás capas?
RENDÓN. De sacrificarlo, ai.
ROSA. ¡Madre mía, qué va a pasar I
(Entra ALFREDITO con los rifles y ANA
MARÍA con dos o tres cinturonea de car-
tuchos.)
VOCES. I Abran o tiramos la puerta!
RENDÓN. (Entregándole un cinturón de cartuchos a
ALFREDITO.) Toma, hijo; tú vete a la
azotea con Ana María y en cuanto oigas que
yo disparo dispara tú también y mata.; Ana
El crepúsculo 229
María, ve con él! ¡Toma otro rifle! ¡Vivos
nosotros no entrarán!
(Mutis de ALFRED1TO Y ANA MARÍA.
RENDON apaga la luz eléctrica, abre un
poco la puerta del balcón, encañona el ri-
fle y apunta hacia abajo cuidadosamente.
Su mujer está a su lado, •con el arma pre-
parada, dispuesta para la lucha.)

TELÓN
CUADRO TERCERO

Callejuela obscura, de eaeae de uno y doe pisos, pobre,


mal alumbrada. La puerta de una caca está abierta.
Frente a ella hay dos soldados.
A la luz de un farolillo muy lejano ee advierten en el
suelo cuatro camillas de esae bajas, humildes, que
usan las ambulancias para transportar los heridos
o los muertos en los accidentes citadinos. Las cuatro
están cubiertas con sábanas blancas, que siendo de-
masiado cortas dejan a la vista los pies.
Pausa larga.

J.DELAP. (Saliendo por la puerta abierta. A uno de


los soldados.) ¿Llegó la ambulancia?
SOLDADO. Sí, aefior.
J. DE LA P. (Se acerca al cadáver más cercano y lo con-
templa un momento. Después sonríe.) Re-
cójanlos.
(Los dos soldados se encaminan hacia los
cadáveres para obedecer la orden.)

TELÓN
ACTO T E R C E R O

CUADRO PRIMERO
Antecámara lujosamente amueblada. Al fondo de la es-
cena, en el centro, un tocador y una puerta. Espe-
jos, flores, cortinas. Es de noche.
CRISTINA está sentada en un diván. RAÚL, veinti-
cinco años, muy elegante, está a su lado.

RAÚL. ¿Te atreverías?


CRISTINA. No.
RAÚL. ¿Entonces prefieres seguir viviendo asi?
CRISTINA. ¿Pero no te das cuenta de la situación en
que estamos? ¿No ves que me vigilan y que
cualquier movimiento que haga seria muy
peligroso para los dos?
RAÚL. A mi no me importa ya nada. Hace meses
que vivo este papel innoble. No puedo acos-
tumbrarme a este triangulo.
CRISTINA. ¿Estás celoso?
RAÚL. Siempre lo he estado; bien lo sabes.
CRISTINA. Mira, Raúl; deja por un momento de ser
un niño y analiza tu situación y la mía.
Supon tú; ya estamos fuera del pala, en
232 Francisco Navarro
Europa, viviendo plenamente nuestro cari-
fio. ¿Con qué nos vamos a sostener allá?
RAÚL. Trabajaré.
CRISTINA. ¿Tú?
RAÚL. ¿Crees que no puedo hacerlo?
CRISTINA. Sf, desde luego; pero no estás acostumbra-
da Conseguir trabajo en el extranjero es
muy difícil.
RAÚL. Viviremos de lo que nos envíe mi padre.
CRISTINA. ¿Tu padre? En cuanto sepa la barbaridad
que has hecho te corta tos envíos de dinero.
Lo conozco bien.
RAÚL. ¿Entonces tú quieres que siga yo soportan-
do esta situación que me exaspera?
CRISTINA. Nada tendría de extraño. Asi me conociste.
RAÚL. Pero no contaba con que me enamorarla de
ti. Lo que al principio fué un capricho hoy
es algo superior a todo.
CRISTINA. Conformes. Yo sé que me quieres, me lo
has demostrado muchas veces. En cuanto
un hombre se enamora no hace más que
cometer imprudencias, y tú las has hecho a
millares. ¿Pero no te has puesto a pensar
en la clase de rival que tienes?
RAÚL. (Con sorna.) ¡Ahí ¡El omnipotente! ¡El
dictador! ¿Sabes lo que a mí me provocan
sus desplantes? ¿Sus actitudes de César?
Carcajadas. Me río de su fuerza.
CRISTINA. ¡Tienes veinticinco años...! No puedes ne-
garlo.
RAÚL. Lo que pasa es que tú lo quieres a él más
que a mi.
CRISTINA. Lo quise, sf, mucho, al principio, cuando lo
conocí; pero ahora...
El crepúsculo
RAÚL. NO me hagas entonces creer otra cosa.
CRISTINA. ¿Qué?
RAÚL. Que tratas de armonizar tu egoísmo con el
amor que dices que sientes por mi.
CRISTINA. NO seas injusto. Varias veces me he juga-
do todo este lujo y estas comodidades por
una entrevista contigo.
RAÚL. Pero no te atreves a romper del todo con
esta situación.
CRISTINA. Vamos a ver; ¿qué es lo que tú exiges
de mi?
RAÚL. Que nos vayamos.
CRISTINA. ¿Adonde?
RAÚL. NO sé... A cualquier parte. Es lo mismo.
CRISTINA. Dávila es tan fuerte y tiene tanto amor
propio, que aun en el extranjero nos alcax-
saría su vengansa... Le tengo miedo. Eso
es todo.
RAÚL. ¿Miedo? jBah! Si me quisieras tanto como
yo a ti, ni siquiera pronunciarías esa pa-
labra.
CRISTINA. LO que yo quiero hacerte comprender, lo
que yo quiero hacerte ver, a pesar de que
tú te empeñas en permanecer ciego, es que
Dávila serla capas de mandarnos matar.
RAÚL. ¿ E S tan celoso?
CRISTINA. TÚ no conoces su carácter. Es muy impul-
siva Supon tú que no me quiera, que me
tenga como un lujo, como un adorno que
halaga su vanidad; pero por eso mismo, por
vanidad, trataría de vengarse.
RAÚL. LO prefiero todo a saber que cuando yo me
voy entra aquí otro hombre y te llama suya.
Eso es lo que me exaspera, lo que ya no
234 Franciaeo Navarro
puedo soportar. Si no estás dispuesta a irte
conmigo, entonces hemos terminado.
CRISTINA. ¡Ja, ja, ja! ¡Pero qué chiquillo eres! ¿Sa-
bes la impresión que me has hecho? De un
niño que llora porque no le dan un juguete.
I Por Dios, Baúl! No seas tonto, fAcari-
ciándolo J Es necesario ser prudentes. Sin
buscarnos dramas 7 complicaciones podemos
amarnos aquí, en silencio...
RAÚL. NO. Búrlate todo lo que quieras; pero te
quiero demasiado para seguir por mas tiem-
po en este papel indigno. Escoge: o él o yo.
CRISTINA. ¿Quieres mortificarme? ¿Quieres hacerme
sufrir? No seas tan malo. (Transición.)
Asi, celoso, impaciente, enamorado; asi es
como me gustas. ¿Sabes que ese es tu prin-
cipal encanto?
BAÚL. I Cristina, por favor, me impacientas!
CRISTINA. (Cariñosamente.) No seas loco. Tu Cris-
tina te quiere a ti, a ti solamente.
BAÚL. ESO no obsta para que dentro de cinco mi-
nutos le digas al otro las mismas palabras.
CRISTINA. TÚ no sabes bien lo que a mi me cuesta
esta situación. Si yo pudiera, hace ya tiem-
po que no tendrías queja de mí.
BAÚL. Sí, tu muletilla de siempre. Que sufres, que
lloras; pero no te atreves a poner un re-
medio radical.
CRISTINA. Soy cobarde... Tienes razón.
(Por la puerta del fondo aparece la figura
del PRESIDENTE DAV1LA, encorvado,
¡a cabeza eaei blanca, con un rictus de can-
sancio en loe labios. Su apostura es severa
y digna,)
El crepúsculo 235

DÁVILA. (Con una sonrisa de desprecio.) May


bien ... Muy bien... Caballero, lo felicito a
usted... Ha hecho usted una gran conquis-
ta... Es muy bella, ¿no es cierto?
CRISTINA. Rogelio...
DÁVILA. Ssssst. (Pausa. A RAÚL, con gran cal-
ma.) Puede usted irse. A la salida encon-
trará usted dos hombres. Entregúese a ellos.
Ya nos arreglaremos los dos. (RAÚL
sais. Pausa.) Estás muy guapa, Cristina;
¿no te has visto en el espejo? Tienes un
aire de heroína de tragedia que te sienta
maravillosamente. Es natural... Es natu-
ral. (Enciende un cigarrillo.) ¿No hay
un cenicero por aquí? (CRISTINA le da
unoj Muchas gracias; eres muy amable...
Qué bien te sienta ese vestido. No te lo
habla visto. Estás admirable... Hada ma-
cho tiempo que no te vela; desde ayer.
(Pausa.) Bueno, en vista de que la come-
dia ha terminado, yo te ruego que salgas
de mi casa... Quisa haya algún otro sitio
en donde encuentres un lugar más apropia-
do para ti. (Pausa. CRISTINA va a sa-
lir.) Oye, un momento; no habla pensado.
¿Necesitas dinero? (Süsncio de CRISTI-
NA.) ¿NoT Bueno. Ve con Dios, hija, y
que te diviertas. Yo b siento mocho; pero
ya ves. (CRISTINA sais.)

(DÁVILA se ka quedado solo. Echa dos o


tras bocanadas de humo y apaga si ciga-
rro en el cenicero. Se queda pensativo; d
dolor lo va venciendo. El peso de la sois-
Francisco Navarro
dad lo convierte en un niño. La amó mu-
cho y no puede contener un sollozo. Cae,
derrumbado, sobre el diván; oculta la cara
entre las manos y Uora... Se escuchan
tos Ufanos en la caüe, desvanecidos por la
distancia. Poco a poco se van acercando
hasta que loe primeras voces es distinguen
con claridad.)
I Abajo el tirano!
¡Muera el asesino!
I Queremos libertad!
I Viva la revolución!
(El grupo pasa, gritando, y ss pierde en la
noche y en la distancia.)

TELÓN
CUADRO SEGUNDO

Interior de una taberna. Algunos borneo» y mesas. A la


izquierda, el mostrador, al fondo una puerta de en-
trada. La estancia sucia y miserable.
Grupo» diveno» de hombre» y mujere» del pueble ha-
blan animadamente. Se escuchan tres toque» a la
puerta. Todo» guardan silencio. Un hombre ee levan-
ta de su asiento y habla a través de la puerta.

PESCUEZO. ¿Qué desea?


Voz. Ver a Moisés.
PESCUEZO. Aquf no hay nadie. Siga de frente.
Voz. Dos, rojo» dos.
(PESCUEZO abre la puerta y entra un es-
tudiante de veinte a veinticinco años.)
PESCUEZO. Hola, Aybar.
a
HOMBR. 1. Qué hay, muchacho.
ESTUD. |Shhht! i Silencio! ;La policía!
(Todos guardan silencio y lo miran con
atención,)
ESTUD. ¡Malas noticias!
PESCUEZO. ¿Qué pasa?
ESTUD. Han asesinado a Ernesto Doria, el estudian-
te de Derecho.
238 Francisco Navarro
PESCUEZO. ¿Dónde?
ESTUD. En la cárcel. Era uno de nuestros líderes y
Dávíla le tenia miedo. Por eso lo mataron.
PESCUEZO. ¡ Ah, pero las van a pagar todas, todas!
ESTUD. Es tiempo de obrar, no de hablar.
TODOS. Si, si.
ESTUD. ¿Dónde están los rifles?
PESCUEZO. Allí dentro, en la trastienda.
ESTUD. ¿Cuántos somos?
PESCUEZO. Aquí, seis o siete. En la taberna del Tuer-
to, veintitantos; en la fábrica, cerca de se-
senta.
ESTUD. Mis compañeros de la Universidad se agre-
garán. (Todos ao agrupan a BU alrededor.)
Somos más de dos mil y también tenemos
armas. Hay una indignación enorme entre
los estudiantes por estos crímenes y porque
han encarcelado al maestro Paradas, el rec-
tor de la Universidad. Cometió el delito de
pensar distinto que el tirano y de decirlo
en vos alta. {No podemos consentir más
atropellos! Qué pasa, ¿se deciden?
Si.
Si.
TODOS.
I Vamos!
IA la lucha!
ESTUD. j A ver, Pescuezo, trae rifles! Tú vigila la
entrada.
IIOMBR. 1." I Que hable Aybar!
TODOS. I Si, que hable!
BOBBACH. (Con vos ronca y aguardentosa.) ¡A ver,
muchacho, cuáles son tus planes! ¡Porque
si nos haces fracasar te lleva pateta, por
mi madre!
El crepúsculo 239
ESTOD. (Tomando «no de loa rifles do manos do
PESCUEZO, quion reparto el reato entre
loa presentes.) Mira, Coliflor, cuando yo
he venido aquí a decirles lo que debemos
hacer es por algo, ¿sabes? Estoy más en-
terado que todos ustedes de lo que pasa y
tengo mis planes. Hay que hacerse fuertes
en la Facultad de Medicina. ¡Es un edifi-
cio colonial que parece una fortaleza.
TODOS. I Que hable Aybar I
ESTUD. (Sube aobre un cajón, y al hablar agita el
rifle en el aire.) ¡Ayer ametrallaron a es-
tudiantes y obreros en la plaza del Norte!
iHa llegado la hora, companeros: es mejor
morir que vivir mendigando nuestros dere-
chos! ¡O quitamos a Dávila de en medio o
nos aplasta él a nosotros!
TODOS. ¡Bravo! ¡Sili!
ESTUD. Esta misma noche atacaremos el Palacio
Presidencial por la puerta del Este...

TELÓN
CUADRO TERCERO

Luz indecisa del amanecer. Cementerio sembrado de


crucecWu blancas que se alinean en filas simétri-
cas hasta perderse de vista. Tumbas por doquier,
todas con una cruz, pequeña y sencilla, con un nom-
bre y una fecha.
En segundo término, al centro de la escena, un soldado
apellidado Suárez cava una fosa. Con la pala va de-
positando la tierra a un lado, en donde ya ha for-
mado un pequeño montículo. Tiene unos treinta años.
Viste el uniforme de su regimiento. De ves en cuan-
do suspende su trabajo para enjugares el sudor, que
le empapa la frente.
Junto a él, recargado en su fusil, el soldado ROJAS
contempla con ojos de sueño el trabajo de su com-
pañero.

ROJAS. (En un bostezo.) ¡Uf, qué sueño tengo!...


Estoy rendido... Llevo cuatro horas de cen-
tinela... Desde aquí veo el reloj de la igle-
sia... Dies minutos pa las cinco... Ya es
hora de que vengan a relevarme. ¿Qué cree-
rán, que soy de piedra?
SUÁREZ. En ves de hablar tanto debías de ir al cam-
pamento y traer dos tasas de café. Por lle-
gar pronto para terminar esta fosa no pude
desayunarme. Tengo una hambre de todos
los diablos.
El crepúsculo 241
ROJAS. ¡ Ahí Pero yo no puedo dejar mi puesto. Me
costaría un mes de arresto. En ese caso ten-
drías que ir tú.
SUABEZ. Ora que acabe. Ya falta poco.
ROJAS ¿Y para quién es ese agujero?
SUÁBEZ. Para uno que cogieron anoche. Parece que
es uno de los cabecillas de la revolución. Le
llaman el Plateado, y dicen que es muy va-
liente. Lo tienen encerrado allí, en la torre
de la iglesia. Le formaron Consejo de gue-
rra anoche y hoy lo fusilan. A mi me toca
enterrarlo.
(Pausa. SUAREZ sigue trabajando. SO-
JAS, reclinado en el fusil, casi ee duerme.)
ROJAS. Oye, viejo, yo no puedo más. Estoy que me
duermo parao. Hay que ver qué pasa con el
relevo. O vas tú o voy yo, aunque me cueste
un encierro. ¡Desde las cuatro y media de-
bían haber venido y nada! ¡Deben de ha-
berse dormido esos desgraciados!
SUÁBEZ. Puedes ir tú, porque yo no puedo moverme
de aquí.
ROJAS. Muy bien. Hasta luego. (Sale.)
(Se escucha débilmente el redoblar de un
tambor, que se va overeando al cementerio.
Momentos después üegan cinco soldados al
mando do un teniente, conduciendo al pri-
sionero. El reo es muy ¿oren, casi un mu-
chacho; no tiene mis de veinte años. Está
pálido, pero lleno de entereza y arrogan-
cia. Va vestido como un campesino. Su tra-
je es pobre y está desgarrado. SUAREZ
is
Francisco Navarro

vuelve curioso la caben para ver al prisio-


nero. El reo ee queda inmóvil por la sor-
presaj
SUÁBEZ. iTú!
REO. I Manuel!
(Pausa.)
SUÁBEZ. IVas a... morir!
REO. (Con voz queda.) Sf.
SUABEZ. IPero cómo! ¡Tú! ¡En medio de soldados!
¡No puede ser! ¡Es un sueño! ¡Por favor,
mi teniente, usté, usté lo va a matar! ¡Es
mi hermano! ¡Déjelo ir! ¡Sea bueno! ¡Qué
le cuesta!
TENIENTE. Qué quiere que yo haga...
SUÁBEZ. IUsté puede perdonarlo, señor teniente!
TENIENTE. No puedo hacer nada...
SUABEZ. I Nada!
REO. (Con resignación.) Manuel...
(SUAREZ se queda mudo ante su herma-
no, viéndolo fijamente. Retrocede unos
cuantos pasos y cae sentado en el montícu-
lo de tierra que él ha extraído para exca-
var Ja tumba de su hermano. Desde allí
sigue los movimientos de los hombres que
tiene delante, con mirada un tanto inexpre-
siva. Los cinco soldados se han formado en
linea de tiradores esperando la orden. El
teniente conduce al reo frente a los solda-
dos y con un pañuelo trata de vendarle los
ojos, pero el prisionero se niega. Entonces
el teniente vuelve al pelotón y desenvaina
la espada.)
TENIENTE. ¡Preparen!
El crepúsculo 243
fSUAREZ, al oír ceta orden, ee oprime con
todas sus fuerzas loa oídos e indina la ca-
bexa, que mueve de derecha a izquierda con
mi movimiento de alienado.)
TENIENTE. ¡Apunten!

TELÓN
CUADRO CUARTO

Interior de un vagón ferrocarrilero de carga, cuartel


general de la Revolución. Al fondo, en el centro, una
meca larga, frente a la cual están eentadoe loe siete
miembros que componen el Tribunal revolucionario.
RANGEL está en medio. Es un rudo tipo de cam-
pesino, de unos cincuenta, años de edad; bigote de
•caídas guias, cabeza gris, cejas pobladas, naris cor-
va. Tiene el cuerpo cruzado por dos cintnrones de
cartuchos, revólver al cinto y botas de cuero ama-
tillo. Sin embargo, su indumentaria es la de un cam-
pesino, lo mismo que la de todos los ciudadanos ar-
mados que lo rodean.
A la izquierda hay una puerta abierta que da al campo,
frente a la cual hacen guardia dos hombres del pue-
blo armados con rifles. Del lado opuesto, a la dere-
cha, otra pareja de individuos armados. La indu-
mentaria de estos soldados de la Revolución es po-
bre y está destrozada en algunos sitios.
En la mitad de la escena, hacia la derecha y de perfü
al público, un hombre está sentado en un banqui-
llo. Viste uniforme de campaña. Es el PRESIDEN-
TE DAVILA, prisionero de Ja Revolución. Está aba-
tido, enfermo, triste.
Es de noche. Un quinqué de petróleo, colgado del techo,
arroja amarillentos rayos de luz sobre los protago-
nistas.
RANGEL. La Revolución lo acusa a usted de haber
provocado una intervención extranjera para
sostenerse en el Poder. ¿Es cierto eso?
El crepitado 245

DÁVILA. No es verdad.
RANGEL. Ayer penetraron por la frontera dies mil
hombres del ejército interventor, y las fuer-
zas del Gobierno que huían de nuestros sol-
dados no les hicieron resistencia, como era
su deber.
DÁVILA. Porque hubieran sido destrozados inmedia-
tamente.
RANGEL. ¡NO importal Aunque hubieran sido uno
contra ciento debían haberlos batido, como
lo hicimos nosotros. ¡Nuestros ejércitos, sin
disciplina, con armamento apenas, pero im-
pulsados por una fuerza sagrada, rechaza-
ron al invasor hasta la frontera!
DÁVILA. No debo contestar a ese cargo porque no
soy culpable.
RANGEL. SI es usted culpable, porque nuestro servi-
do secreto ha informado que su embajador
pidió el envío de fuerzas porque se decla-
raba usted incapaz de proteger las vidas e
intereses de los extranjeros. ¿Es verdad
o no?
DÁVILA. Sí, es verdad.
RANGEL. Ruego al Tribunal revolucionario que tome
nota de las palabras del acusado. ¡Después
de esa confesión es usted reo de traición a
la patria!
DÁVILA. El deseo fué evitar a nuestro país un con-
flicto armado con el extranjero. Obré de
buena fe.
RANGEL. |No basta la buena fe! {Ante todo, debió us-
ted ser patriota y nunca haber solicitado la
ayuda extraña para vencer la rebelión de
un pueblo que estaba cansado de sus atro-
24G Francisco Navarro
pellos 7 de sus crímenes» ¡No vaciló usted
en precipitar un conflicto tan grave como el
que nos amenaza en estos momentos con tal
de seguir abusando del Poder, como lo ha
hecho usted durante los quince años de su
Gobierno I
DÁviLA. ¡Eso ea mentira! El país gozó de paz y de
prosperidad durante esos quince años.
BOBAS. Ciudadano Bangui, pido la palabra.
BANOBL. Tiene la palabra el ciudadano Bosas.
BOBAS. Rogelio Dávila, ez presidente de la Repú-
blica...
DÁviLA. Está usted en un error. No he renunciado,
y soy en este momento la primera autori-
dad de la nación.
BOBAS. (Imperturbable.) Rogelio Dávila, ez pre-
sidente de la República, mantuvo al pala en
pas durante quince años, pero sosteniendo
7 alentando a los enemigos del pueblo, ha-
ciendo crecer la lacra social del latifundio,
heredada de los conquistadores, 7 vendien-
do el territorio nacional a los nórdicos, como
coronamiento de su grandiosa obra. Por
consiguiente, pido, en primer lugar, al Tri-
bunal del pueblo, antes de formular la acu-
sación contra el reo, que autorice a los hom-
bres de la Revolución a destruir los latifun-
dios, que desconozca la deuda exterior con-
traída por Dávila, que devuelva al pueblo
sus tierras 7 que arranque el pulpo cleri-
cal, apoyo de este mal Gobierno!
BANOBL. LOS ciudadanos que integran el Tribunal
revolucionario, ¿están de acuerdo con Bo-
sas?
El crepúsculo 247

(Todos extienden la mano en señal do a/pro-


badán.)
RANGEL. Muy bien. Se autoriza al dudadano Bosas
a llevar la vos de la acusación.
DAVILA. En todos los juidos el acusado tiene un de-
fensor. Ruego al Tribunal que se me nom-
bre uno.
RANGEL. Desígnelo usted mismo.
DAVILA. Nombro al coronel Montano.
RANGEL. Acepto d nombramiento. (A un soldado J
Hágalo usted entrar.
(Pausa corta. Entra MONTANO vestido
do uniforme. Avanza entro dos soldados
hasta situarse do fio fronte al Tribunal.)
RANGEL. Ha sido usted nombrado defensor de Da-
vila. ¿Acepta usted?
MONTANO. SÍ, señor.
RANGEL. Queda usted en absoluta libertad para ha-
blar en la forma que más convenga a los
intereses de su defendido, a quien se le han
hecho los cargos de traidor a la patria y de
mal gobernante.
MONTANO. Seré breve. Mi salud me impide hablar lar-
go rato. El señor presidente Davila ha go-
bernado a su pueblo como debía hacerlo,
dado d atraso dd país. Tuvo que consti-
tuirse en un dictador para impedir la anar-
quía; celebrar pactos con d extranjero para
aportar capitales que no teníamos. El ge-
neral Davila no es un traidor ni un mal go-
bernante. Ha sido el instrumento de una
época que le obligó a obrar en esa forma,
porque gobernar de otra manera hubiera
248 Francisco Navarro
sido una locura y un suicidio y hubiera
traído el caos a los pocos meses. Representó
a una época y esa época ha tocado a su fin
por determinación biológica del pueblo.
RAKGEL. ¿NO tiene usted más que agregar?
MONTANO. Por consiguiente, pido la absolución del acu-
sado y que se le autorice para salir inme-
diatamente de la República.
RANGEL. La acusación tiene la palabra.
ROBAS. El Tribunal de la Revolución ha escuchado
uno a uno los diferentes cargos que se le
han hecho al ex presidente Dávila en las
cuatro horas que llevamos de sesión. Como
ha quedado establecido claramente el gra-
do de responsabilidad del acusado por los
delitos de traición a la patria, en su calidad
de gobernante y de militar, y por la serie
de atropellos cometidos durante su presiden-
cia, pido para Rogelio Dávila la pena de
muerte. ••
MONTANO, i No! i Esto es un crimen!
RANGEL. ¡Silencio o saldrá usted de aquí I (Pausa.)
La acusación puede continuar.
ROBAS. Pido para Rogelio Dávila la pena de muerte,
que deberá ejecutarse hoy en la madrugada.
RANGEL. Este Tribunal, después de haber escuchado
la vos de la defensa y de la acusación, some-
te al voto de sus miembros esta pregunta:
¿El acusado es reo de alta traición a la
patriar

(Cinco de loa miembros del Tribunal se po-


nen en pie y extienden ¡a mano en señal
de aprobación. Dos permanecen sentados.)
£1 crepúsculo 249

RAXGEL Para esta dase de delitos no existe más que


la pena de muerte. Acusado, de pie. Hoy,
en la madrugada, a las cinco, será usted pa-
sado por las armas por los soldados de la
Revolución. (Pausa.) Hasta la ejecución
de la sentencia quedará usted prisionero en
este carro. Se levanta la sesión.
(Los miembros del Tribunal «o» saliendo
uno amo. Solamente quedan en escena DÁ-
VILA y MONTANO con los cuatro centi-
nelas.)

MONTANO. Estose acabó.


ÜÁVILA. ¿Qué vas tú a hacer ahora?
MONTANO. Quiero morir contigo. Tengo derecho a ello.
DÁVILA. Gracias. Te agradezco esa última prueba
de lealtad, pero seria inútil. ¿Para qué?
MONTANO. Sin ti quedo desarticulado, deshecho. He-
mos sido compañeros cuando estuviste arri-
ba. No quiero abandonarte en este momento.
DÁVILA. (Poniéndole las manos en los hombrosJ Mi
buen amigo, no necesitas demostrarme tu
nobleza. Todos se han olvidado de mí. me-
nos tú. Por lo menos ha habido uno que ha
sabido serme fiel hasta este instante. Ya
estoy conforme.
MONTANO. Pero...
DÁVILA. Galla. No te preocupes. Sabré morir solo.
MONTANO. Lo sé. Nada hay que te haga retroceder.
DÁVILA. Me equivoqué en mi obra. Ahora pago ese
error... Un poco caro, pero en fin. Asi tenia
que ser. Me faltó visión, genio. Ya" ves qué
fácil ha sido derribarme.
250 Francisco Navarro
(ROGELIO DAVILA se pono en pie fren-
te a la puerta de entrada abierta al campo.
La primera luz del amanecer ha principia-
do a iluminar con su luz azulada el interior
del carro. Se escucha un toque de clarín te-
nue, asordiñado por la lejanía.)
DÁVILA. Es la hora.
(MONTANO, estremecido, lo abrasa. La
emoción lo ahoga.)
DÁVILA. Adiós.

TELÓN
ÍNDICE
ÍNDICE

Página

EL mono u n DEMD • 5
Prologo 7
Acto primero. 11
Acto segando. 38
Acto tercero B3
L * HECDA OBSCDBA 68
Acto primer» 65
Acto segundo. 88
Acto tercero 101
TBXLOQLI:
La ciudad 119
Bl mar 187
La montada „ 187
EL CREPÚSCULO 187
Prologo 181
Acto primero. 187
Acto «gando « 200
Acto tercero 281

También podría gustarte