Está en la página 1de 4

PERIODOS Y ASPECTOS ESENCIALES DE LA HI MODERNA

No hay esquema ninguno que refleje cabalmente la realidad ni que sortee el peligro de
forzar los datos de hecho dentro de categorías prefabricadas. No obstante, y por razones
didácticas, podemos compendiar el contenido de nuestra investigación en los siguientes
términos.

A) Primer período: La época de la insurrección protestante y de la Reforma católica

1. Causas que poco a poco, a partir de los comienzos del siglo XIV, van preparando la
crisis del XVI. ¿Quién tenía razón, Adriano VI y, sobre todo, el cardenal Madruzzo,
que, reconociendo humildemente las culpas de los católicos y la corrupción de la Curia,
atribuían a la Iglesia, a la Curia y a los católicos en general las mayores
responsabilidades en la génesis de la revolución protestante, o el cardenal Campeggi
que ya entonces rechazaba semejante tesis, sosteniendo que ningún abuso moral puede
justificar una mutación en el dogma?

2. Desarrollo y consecuencias de la crisis religiosa del siglo XVI. ¿Se trató únicamente
del fin de la unidad religiosa y cultural de Europa, de un conjunto de cruentas guerras
religiosas, de una debilitación de la Iglesia católica, o existieron también en el
protestantismo aspectos positivos, verdades parciales, deformadas quizá
unilateralmcntc, que podrían ser reajustadas y aceptadas?

3. ¿Fue la renovación calólica un movimiento espontáneo, independiente y unterior a la


insurrección luterana o fue simplemente una reacción contra ésta, cronológicamente
posterior? ¿Partió de la periferia o del centro, es decir, de iniciativas privadas o de la
misma jerarquía? ¿Fue útil o pernicioso el influjo de esta última?

B) Segundo período: La Iglesia en la época del Absolutismo

1. La sociedad es oficialmente cristiana. El ambiente, las estructuras sociales, la


legislación, las costumbres, todo está o quisiera estar inspirado en los principios
cristianos, interpretados conforme a la mentalidad de la época, en muchos de sus rasgos
bien ajena al auténtico espíritu evangélico. Desde su nacimiento hasta su muerte los
hombres encuentran en su vida costumbres cristianas y se ven sostenidos y casi guiados
paso a paso por estas estructuras confesionales. La sociedad en sí misma se inspira en la
religión.
2. La Iglesia se ve atada con muchas y pesadas cadenas. El Estado reconoce de mala
gana la existencia de otra sociedad que se dice independiente de él, dotada de
privilegios y de derechos que no arrancan de una concesión estatal. Para evitar inútiles
discusiones teóricas, el Estado, bajo el pretexto de tutelar a la Iglesia, de defenderla de
cualquier peligro y de asegurarle la eficacia de su apostolado, la somete a molestos
controles en toda su actividad hasta paralizarla y casi ahogarla en muchos casos. La
Iglesia ha perdido gran parte de su libertad: son de oro las cadenas que la atan, pero no
dejan de ser cadenas.

3. La Iglesia se siente entorpecida por el espíritu mundano, terreno: obispos, abades y


monseñores ambicionan riquezas y honores; la Curia romana no quiere ser menos que
otras cortes en lujo y riquezas. Los eclesiásticos disfrutan de muchos privilegios que la
sociedad les reconoce y, trocando los medios con el fin, terminan por considerarlos
como simples ventajas personales más que como condiciones o medios adecuados para
el mejor cumplimiento de su misión espiritual. La pastoral se basa más que nada en la
coacción; la autoridad, en el prestigio que le presta la pompa; la humildad y la pobreza
son poco apreciadas. Un ejemplo bien característico de esta mentalidad lo tenemos en la
carta en que, el 30 de abril de 1783, el embajador de Francia en Roma, cardenal Bernis,
cuenta, escandalizadísimo, a su soberano el fanatismo de que han dado pruebas los
romanos ante el cadáver de un pobre desgraciado que vivía de limosnas y que había
quizá recibido más de una vez su escudilla de sopa de la cocina del rico y poderoso
cardenal, no precisamente irreprochable en su conducta privada. ¿Quién representaba a
la Iglesia verdadera, aquel andrajoso, José Benito Labre, canonizado un siglo después,
en 1883, o el eminentísimo cardenal Bernis? ¿No se repetía una vez más la parábola de
Lázaro y del epulón? Por otra parte, mientras las estructuras oficiales permanecen
cristianas, el escepticismo y la corrupción invaden cada vez más profundamente la
sociedad, por lo menos desde el final del siglo XVII, y van preparando la apostasía de la
Europa contemporánea. A pesar de que no sea posible reducir a términos demasiado
estrechos un problema tan complejo, podemos preguntarnos hasta qué punto esta
defección depende históricamente de la mundanización que dominaba la Iglesia de
entonces.

C) Tercer período: La Iglesia en la época del Liberalismo

1. Si bien es verdad que desde un punto de vista se asiste al redescubrimiento y a la


profundización de algunos valores sustancialmentc cristianos, que podrían
compendiarse en la dignidad de la persona humana, por otra parte queda minado el
fundamento sobrenatural de estos mismos valores. La sociedad oficialmente «queda
constituida y se ve gobernada prescindiendo de la religión, como si no existiese, o, por
lo menos, sin que se haga diferencia alguna entre la religión verdadera y las falsas»; y
ello debido no sóío a una concepción diversa de las funciones del Estado, sino, a
menudo, a una auténtica indiferencia. Se considera la religión como un asunto
puramente personal y, en consecuencia, los hombres desde la cuna hasta la tumba no
tienen por qué toparse con estructuras o costumbres inspiradas en una determinada
religión ni deben encontrarse jamás ante un Estado que les pida cuentas de su confesión
religiosa.

2. La separación entre Estado e Iglesia no le asegura realmente a ésta una verdadera


libertad; de hecho tiene que padecer por todas partes, especialmente en los países latinos
más que en los anglosajones, ataques y persecuciones. No sólo se le arrebatan sus
antiguos privilegios, sino que se le impide ejercitar su influjo en la sociedad; su
apostolado se ve frecuentemente obstaculizado, le son arrebatados los medios
necesarios para su actividad, las órdenes religiosas quedan suprimidas.

3. Con todo, y en conjunto, la Iglesia se nos aparece más pobre, pero también más pura.
Falta del apoyo muchas veces interesado y a menudo contraproducente del Estado, sin
los privilegios sociales de antaño, despojada de sus riquezas lautas veces excesivas y no
siempre bien empleadas, la Iglesia no tiene ya el poder de los siglos precedentes. En
realidad, purificada de ese espíritu mundano del que no había sabido librarse, confiando
más en la eficacia de la gracia que en la coacción, en la fuerza de la verdad y de las
persuasiones profundas, ganó en autoridad, y su trabajo no fue menos fecundo.
Aparentemente más débil a los ojos de quien la contempla con una óptica meramente
terrena, la Iglesia se hace más pura, más fuerte y, en resumidas cuentas, más libre. Una
vez más, un episodio que puede convertirse en símbolo de toda una situación general y
de una mentalidad nueva: el 25 de febrero de 1906 Pío X, a tres meses de distancia de la
ley de separación entre la Iglesia y el Estado en Francia, que privaba a los clérigos de
todos sus bienes y del sueldo estatal, podía por vez primera después de cuatro siglos
nombrar con plena libertad obispos para Francia, consagrándolos personalmente en San
Pedro y enviándolos a sus diócesis, donde no recibirían apoyo o ayuda alguna material,
a ganarse a sus fieles para Dios con su actividad pobre y libre.
D) Cuarto período: La Iglesia en la época del Totalitarismo

1. El Totalitarismo en algunos casos lleva a sus últimas consecuencias las teorías del
Estado laico, absoluto, tratando de eliminar todo influjo de la Iglesia, cuando no de
destruirla. En otras partes prefiere servirse de ella como de un instrumento para
acrecentar su propia autoridad y su prestigio con una aureola religiosa, al estilo del
anden régime.

2. La Iglesia, de vez en cuando, se deja llevar por la añoranza de la vuelta a una


sociedad oficialmente cristiana, aliándose con el Totalitarismo, apoyándolo o, sea de la
forma que fuere, pactando con él (concordatos); mas a menudo resiste, y esta defensa de
la persona humana, junto con la necesaria aceptación de la libertad como el medio más
apto para tal lucha, acerca mutuamente al liberalismo y al cristianismo.

BIBLIOGRAFÍA

MARTINA, GIACOMO, La Iglesia, de Lutero a nuestros días, Vol. I, Ediciones


Cristiandad, Madrid. IV vols.

También podría gustarte