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ANALISIS LITERARIO DE ``EL TIPACOQUE``

DANIEL ESTEVEN VARGAS MESA

I.E. CARLOS LLERAS RESTREPO


YOPAL-CASANARE
2019
ANALISIS LITERARIO DE ``EL TIPACOQUE``

DANIEL ESTEVEN VARGAS MESA

TRABAJO PRESENTADO A CLASE DE


ESPAÑOL

LIC: MERY PEÑA

I.E CARLOS LLERAS RESTREPO


YOPAL-CASANARE
TABLA DE CONTENIDO

INTRODUCCION

1. ANALISIS DE FONDO
1.1. BIOGRAFIA
1.2. TEMA
1.3. ARGUMENTO
1.4. PERSONAJES
1.4.1. Principales
1.4.2. Evocados
1.5. TIEMPO
1.5.1. Cronológico
1.5.2. Histórico
1.6. ESPACIO
1.7. NARRADOR
2. ANALISIS DE FORMA
2.1. MEDIO DE COMUNICACIÓN
2.2. PROSEDIMIENTO DE EVALORACION
2.2.1. Narración
2.2.2. Descripción
2.2.3. Dialogo
2.3. RECURSOS EXPRESIVOS
2.3.1. Metáfora
2.3.2. Símil
2.3.3. Espítelo
2.3.4. Hiperbol
3. OPINION PERSONAL
INTRODUCCION
En este ensayo trataremos de la visión que
Eduardo Caballero Calderón tiene del mundo
campesino y de la construcción del carácter*
como medio expresivo de la misma en su
narrativa.
En la casa de mi abuela había un cuarto donde
mama Toya remendaba la ropa .Era un cuarto
misterioso, al que se encuentra por una puerta
demasiado pequeña para la altura excesiva de
las paredes.
Mamá Toya nos contaba cuentos. Comenzaba
con un erase que se era un buen rey que tenía
tres hijos .Luego para hacer más interesante el
relato callaba un buen espacio mientras en
enhebraba la aguja y terminaba diciendo con su
voz recia “colorín colorado, este cuento se ha
acabado” o “y entonces se casaron y tuvieron
muchos hijos” o “se acabó el cuento y se lo llevo
el cuento”.
Casi siempre era los mismos cuentos y el
nombre espeso, lento y extraño de Tipacoque.
Se entre mezcla al rey que tenía tres hijos, el
caballo de los siete colores, al pelo de blanca
Nieves, y los bandidos que morían apuñalados
en la soledad de los caminos.
Había en ese nombre de Tipacoque el olor de la
manzana canela que mi abuela guardaba en el
armario de su alcoba para perfumar el lienzo.
El sabor a los alfondoques y de los alfeñiques. La
consistencia de los bultos de panela envueltos en
hojas de caña que Emilia Arce guarda en la
despensa.
Tipacoque parece una sencilla recopilación de
recuerdos de la casa de su familia con
descripciones de los personajes Boyacenses
como santandereanos, con la descripción física
como psicóloga de los habitantes de las
estribaciones del chicamocha.
Y el nombre espeso, lento y extraño de
Tipacoque, se entremezclaba al rey que tenía
tres hijos. Si no fuera por esta maldita pereza,
misia Toya, el indio Ismael llegaría muy lejos,
decía. Cuenta más, mama Toya, le decíamos
nosotros. Desde entonces comenzó a cantarme
en el corazón la biografía de Tipacoque, la
historia de esa comarca, desconocida de los
viajeros, defendida del mundo por la barrera de
sus páramos y de sus principios. ¿Cómo podía
yo dejar de escribir esta historia? Sé que la vida
silenciosa y humilde de esos amigos míos y la
belleza de esas regiones, y eso pa que se ha
puesto sumercé a escribir esas cosas! Pero
tengo que confesarlo, me ha ocurrido lo que le
pasaba a mama Toya cuando sentada en medio
de su pequeño mar de ropa blanca, en el cuarto
de la claraboya, nos contaba historias de
Tipacoque. Siento un gran gusto en contar esas
cosas, aunque “se acabe el cuento y se lo lleve el
viento”.

1. ANALISIS DE FONDO
1.1 BIOGRAFIA
Eduardo Caballero Calderón nació en Bogotá,
Colombia, en marzo de 1910. Cursó Derecho en
la Universidad Externado de Colombia, pero
pronto entró como corresponsal en la plantilla del
periódico El Espectador y desde 1938 pasó a El
Tiempo, donde firmaba con el seudónimo de
Swan. Publicó ensayos y relatos y en 1946 fue
nombrado Encargado de Negocios en España, y
se instaló en Madrid. Más adelante fue
embajador de su país ante la Unesco (1962-
1968), diputado de la Asamblea de Boyacá y
Cundinamarca, y diplomático en París, Lima y
Buenos Aires. Su primera novela, El Cristo de
espaldas fue publicada en 1952, pero su obra
más celebrada fue Siervo sin tierra, a la que
siguieron La penúltima hora (1955); Manuel
Pacho (1962); El buen salvaje, de 1966 -que
ganó el Premio Nadal Azote de sapo (1975);
Tipacoque, de ayer a hoy (1979) y Bolívar, una
historia que parece un cuento (1983).

1.2. TEMA
Después de Tipacoque, estampas de provincia y
del Diario de Tipacoque, vendrán Yo, el alcalde:
soñar un pueblo para después gobernarlo y
Tipacoque de ayer a hoy. En Siervo sin tierra
narra los avatares de un campesino por
conseguir un pedazo de tierra, inspirado en
Siervo Joya. Localiza en un pueblo que diríase
Soata El Cristo de espaldas y se vale de una
intriga policíaca para contar la lucha entre
liberales y conservadores y el horror de la
violencia en esa región. Caín sucede en los
corredores, la pesebrera y los patios de la casa.
De Tipacoque sale la infinidad de artículos que
escribió sobre los campesinos, el campo, el
agua, los bosques, Boyacá, la carretera central
del norte.
En Tipacoque debió de tener todo el tiempo para
reflexionar
Sobre la política, los gobernantes, la guerra, la
barbarie,
El honor, el bien y el mal cosechados en sus
años de trajinar
Como periodista y como hombre público; los
cuales
Convirtió en El nuevo príncipe, El breviario del
Quijote, Cartas
Colombianas. Porque esto siempre lo aclaraba
él: escribía sus
Libros lejos del sitio que se los inspiraba. Los
Tipacoque los
Escribió el uno en Lima y el otro en Madrid;
Siervo sin tierra,
En España; El Cristo de espaldas, en la sabana
de Bogotá;
Memorias infantiles, en París.
Tipacoque en la que el autor hace referencia a
problemáticas sociales, económicas o políticas,
considerando que estos temas y su práctica
laboral fueron el punto de partida, para la
construcción del mundo literario que le permitió
dar a conocer su permanente preocupación por
la gente del campo. Esta exploración tiene como
objetivo examinar y relacionar el origen de la
función literaria y realista presente en su obra, ya
que esta expone aspectos sociológicos y políticos
y las consecuencias generadas a partir de la
crisis social que presentaba el país.
1.3. ARGUMENTO
Tipacoque. Estampas de provincia de Eduardo
Caballero Calderón parece una sencilla
recopilación de recuerdos de la casa solariega de
su familia, con descripciones de los paisajes
boyacenses como santandereanos, con la
descripción física como psicológica de los
habitantes de las estribaciones del Chicamocha,
pero esta obra no cumple del todo con la visión
del cuadro de costumbres, debido al interés del
escritor en dar una nueva perspectiva a esta
crónica, en donde el lugar, el espacio vital es la
remembranza de la historia de un zona en las
montañas andinas, sino de todo un país, con sus
pequeñeces, sus peculiaridades y en sí de la
dignidad de un mundo colonial que persiste y
resiste en morir. El escritor es un intelectual y
percibe esta forma de vida como un recuerdo de
un pasado de un hidalgo español, de un cristiano
viejo, pero al observar sus estructuras, sus
jerarquías heredadas, advierte sobre el lento
pero efectivo paso del tiempo, el cual va a
transformar esta visión de vida, que él admira por
su calidez, por su sencillez, sus tradiciones y en
cierto sentido Caballero Calderón al describir la
violencia política como un rezago de las luchas
partidistas del siglo XIX, será la verdadera
causante del ocaso de este tipo de sociedad rural
de los campos de Cundinamarca, Boyacá y
Santander. Es un libro de memorias, pues
Tipacoque. Estampas de provincia, es la primera
obra cronística de esta región boyacense, la cual
Eduardo Caballero Calderón se siente no solo
como heredero natural de estas tierras, sino
como un miembro más de la comunidad, por esta
razón, su obra se percibe el rasgo melancólico de
un mundo el cual va a cambiar y él va a ser
partícipe de su transformación, pues de la
hacienda familiar, Tipacoque se convertirá en
municipio, lo cual ayudará a mantener el puente
entre el pasado y el presente. Finalmente, es
importante anotar la poca bibliografía que se
encuentra sobre la obra cronística de Eduardo
Caballero Calderón, uno de los grandes
escritores colombianos del siglo XX. En este
sentido, de pronto, por la visión más cosmopolita
de la literatura nacional de hoy, olvida y deja
rezagados los estudios sobre la problemática
rural y del campesinado de los Andes
colombianos.
1.4. PERSONAJES

1.4.1. Principales
-Mamá toya
-Emilia Arce
-Felipa
-Isabel Uribe
-Ana Rosa
-Santa Ana
-Siervo joya
-La comadre santos
-doña Nepomucena Gualdrón
1.4.2. Evocados
-Don bauta
-Angelito duarte
-Rasuró pimiento
-Pedro roa
-Soledad
-La redulja
-Chepito
-Saúl
-Samaritana
-Efraín Sandoval
1.5 TIEMPO

1.5.1 Cronológico
En cierto sentido, la obra de este escritor es
una breve descripción de la historia de
Colombia, sobre todo, del centro del país
ya que relata desde una perspectiva regional
el recorrido de una nación y sus diferentes
etapas cronológicas, por eso, no puede dejarse
de lado la herencia indígena, en este caso,
chibcha o muisca, el legado español, como
los logros republicanos como la independencia,
así como, la violencia generada por los
partidos tradicionales, tanto liberal como
conservador, a durante el siglo XIX y, sobre todo,
a mediados del siglo XX. Por último, se
encuentra la perspectiva de futuro, de
progreso y también de la búsqueda de la
tolerancia ideológica.
La casa de los ancestros de Caballero
Calderón fue la inspiración de cuatro obras
en momentos diferentes de la vida del escritor.
La primera de ellas fue Tipacoque Estampas
de provincia de 1941, cuyo motivo central es
mostrar esta región boyacense y sus
pobladores, pero no desde una visión pictórica,
sino a partir de una autobiografía. Luego se
Publica Diario de Tipacoque en 1950, donde
aparece la famosa fotografía de Siervo Joya,
Protagonista de una de las novelas más
populares de este autor. Este texto parece
ser más un estudio antropológico de la sociedad
rural andina, pero a la vez, ya se percibe el
sentido del cambio histórico, porque el mismo
escritor observa la influencia del progreso y
los cambios de vida que se perciben en este
pequeño mundo.
1.5.2 Histórico
Reinaba allí una cacica cuyo principado cobijaba
toda la antigua Hacienda, en sus aledaños desde
el Chicamocha, hasta las montañas de
Sativanorte y la Vega del vecino Onzaga; cuando
vino la conquista un grupo de frailes Dominicos la
despojaron de su propiedad y edificaron un
convento. En 1600 la propiedad pasa a manos de
la familia Tejada, luego a los Calderón Tejada y
de estos a sus descendientes; hecho que
transcurrieron más de dos siglos. (la fecha es
arbitraria, pues no hay derecho a omitir el acto
hecho por esta familia para apropiarse de la
hacienda aprovechando la debilidad de la dueña
doña Nepomucena Gualdrón durante la
"violencia", quien, en su soledad y en peligro
inminente, perdió las Escrituras después de
haberlas confiado a miembros de dicha familia. El
original de las escrituras fue arrancado de los
archivos en España, quedando la ilustre señora
en la miseria. Nada de esto sucedió en 1600. Las
escrituras originales tenían el sello de Carlos V.
Ninguno otro "propietario" podrá suministrar tal
firma en sus documentos, todos falsos).
A partir de 1852, cuando se abolió la esclavitud,
los campesinos continuarón pagando una
obligación a la Hacienda, que consistía en un
jornal semanal y la mayor parte de la producción
por el derecho a vivir en tierras de sus amos. En
la secada de los treinta, con la reforma agraria,
se inició el parcelado de la hacienda, los dueños
vendieron las tierras a precios. A mí como a todos
los que lo han oído mentar, también me ha
intrigado de dónde sale Tipacoque, fuera del
vínculo familiar. En este caso, como en cualquier
familia que siga su rastro de padre a hijo, de hijo
a abuelo, se cuenta la evolución del país, y esto
es lo interesante de esta historia.
Tipacoque es la deformación de la palabra
Zipacoque, la cual quiere decir en lengua muisca
dependencia del Zipa. Reinaba allí una cacica,
cuyo principado cobijaba toda la antigua
hacienda con sus aledaños, desde el
Chicamocha hasta las montañas de Sativa Norte
y La Vega al camino de Onzaga. Cuando vino la
Conquista, una partida de frailes dominicos la
despojaron de su propiedad y edificaron un
convento. De los frailes pasó la propiedad en
1580, a manos de la familia.
Fue desde entonces la casa de los Tejadas. Allí
nacieron y murieron en un lapso de cuatro siglos,
hasta mi abuela; y aun
cuando a comienzos de la Independencia
muchos de ellos se establecieron en Bogotá, la
hacienda siguió en sus manos, hasta la muerte
de mi abuela, hasta mí, pese a que en mala hora
la tierra se ha ido parcelando y vendiendo. Del
inmenso fundo apenas queda la casa con unos
cuantos tablones de caña y las lomas bravas y
estériles, sembradas de cactus y de recuerdos.
Voy a agregar un poco de historia patria que he
ido desentrañando a fuerza de leer y releer los
libros de papá y Soatá del canónigo Cayo
Leónidas Peñuela quien a su vez recurre a
historiadores anteriores y reconocidos como don
Lucas Fernández de Piedrahita. El libro está
subrayado por papá cada vez que se menciona a
algún Calderón.
Tipacoque era territorio chibcha poblado por unos
indios mezcla de leches y muiscas con algo de
raza caribe. Dependía del gran jefe Tundama que
regía desde Tunja. El cacique o señor de Soatá
ejercía dominio sobre las regiones de
Chicamocha (hoy Capitanejo) y Boavita, al otro
lado del cañón del río. Hay veredas de Tipacoque
que conservan sus nombres chibchas: Ovachía,
Babatá y Yutua (hoy Bavatá y Jutua).
En la época de la Conquista llegó a esta región
un hermano de don Gonzalo Jiménez de
Quesada, atraído por un santuario religioso que
tenían los soatenses al lado de la salina de Chita
y llamaban la Casa del Sol. El nombre provenía
de gran disco de oro que en lo más alto del
adoratorio en dirección a Oriente, al amanecer,
se veía reverberar al sol desde lejos. Pero los
españoles no encontraron nada. Ya se había
regado la noticia de la quema del templo de
Sogamoso y los indios se escondieron. Después
tuvieron tres enfrentamientos. Sólo en el tercero
vencieron los indios, en 1541, cuando Hernán
Pérez de Quesada abandonó su puesto por irse
a los llanos orientales en busca de Eldorado que
tanto quería encontrar don Gonzalo, y dejó su
gente bajo el mando de Gonzalo Suárez Rendón.
En el segundo de estos enfrentamientos
«estaban a pique de ser muertos, cuando en su
ayuda se arrojaron otros soldados no menos
valientes, como fueron Paredes y Calderón».
Después de muchas luchas por esa región que
va desde Tunja y Duitama hasta Onzaga, Soatá y
Sátiva Norte, luchas en las que entró a participar
personalmente el propio cacique Tundama,
hicieron un pacto. Los indios terminaron por
ofrecer obediencia y vasallaje al rey de España.
Se les pidió que aceptaran «de buena voluntad»
a los misioneros y la doctrina cristiana, si les
parecía buena, y dejarse bautizar. En 1547 fue
fundada la parroquia por Juan Rodrigo por orden
del conquistador Hernán Pérez de Quesada. En
1572 Felipe II le concedió a la orden de Santo
Domingo, como premio por sus labores
evangélicas en el valle de Soatá el dicho pueblo
de Soatá, con los dos de Boavita y Chicamocha.
De manera que el convento de Tipacoque se
debió construir en ese tiempo, es decir, la casa
con la capilla que ahí están.
En la casa hay un montón de escrituras
guardadas en un antiguo sagrario. Se diría que
las primeras están en árabe, dirigidas a sus
majestades de España: son unos papeles de
pergamino grueso y otros más finos, a punto de
desleírse, escritos en tinta negra o carmelita con
plumilla. Y, tal como papá lo cuenta, por ellas
desfila la historia patria. Hay otras más recientes,
de 1890, con letra Palmer, frentes y perfiles.
Hay en esas escrituras rúbricas y sellos de todas
las épocas, testamentos de cuatro siglos, firmas
de Tejadas autenticadas por funcionarios de Su
Majestad Carlos V, o del sombrío Felipe II, o del
liberal Carlos III; por notarios de la Corona, del
virreinato, de la Patria Boba, del Estado
Soberano de Boyacá, de la Nueva Granada, de
la república de Colombia. Es una montaña de
papel sellado, que mis abuelos debieron hojear
golosamente muchas veces a la luz de una
palmatoria, cuando la tempestad bramaba del
lado del páramo y la procesión de los dominicos
iba por el altozano, camino del Trapiche Viejo.
Fundó un colegio agrícola, que al revivirlo por ahí
en los ochentas, lo rebautizaron Colegio Lucas
Caballero Calderón, ganándose los méritos Klim,
quien poco fue a Tipacoque. Sólo una vez de
castigo y otra de viejo; se la pasaba encerrado en
su cuarto con la luz eléctrica prendida; salía por
las tardes conmigo a pasear por el Camino Viejo.
La sociedad de familia se disolvió hasta quedar
únicamente en manos de los Caballero Calderón
y del señor Efraín Sandoval, a quien don Lucas
encargó de la administración de la hacienda,
dada la incompetencia para ello de los jóvenes
Caballeros, y quien adquirió la mitad de ella por
unas escrituras de confianza.
Tipacoque, pues, queda en el norte de Boyacá,
en la provincia de García Rovira. Las provincias
fueron una división geográfica del país en el siglo
XIX que hoy en día ya no existe pero los de esa
región seguimos llamándonos y considerándonos
provincia, además, abandonada por el Estado.
Tipacoque queda muy lejos. Ya no es el mes de
viaje que tomaba llegar en tiempos de la abuela,
pasando por Santa Rosa de Viterbo, de noche
por el páramo de Guantiva, yerto, a oscuras sin
un alma ni un rancho, y que se quedaban a
dormir en Soatá.
1.6 Espacio
Tipacoque es el espacio donde se inicia la
configuración de un mundo literario
protagonizado por los campesinos de la región;
es una mezcla cultural, racial y territorial entre los
boyacenses y los santandereanos, entre los
páramos y las áridas y calurosas tierras bajas del
norte de Boyacá, que limitan con el departamento
de Santander; estas características conforman un
personaje que es consecuencia de una ubicación
geográfica y la amalgama que se ha ido
configurando a través del tiempo para formar una
sola raza, identificando al habitante de este
espacio territorial como resultado del mestizaje
producido en el devenir de los años; así mismo,
la facilidad del hombre para fusionarse y
adaptarse rápidamente a una serie de leyes y
costumbres que identifican a una cultura en
especial, impide que en Colombia se pueda
hablar de una raza homogénea nacional, pero sí
de varias y muy particulares, una de ellas, la que
nos estampa Eduardo Caballero Calderón en sus
libros. La memoria de Caballero Calderón le
permitió recopilar cientos de detalles que
constituirían una visión propia de la realidad de
las gentes que habitaron durante siglos, las
agrestes tierras del norte de Boyacá.
En sus narraciones se nota la influencia de una
tradición oral transmitida por los tipacoques que
llegaron a servir a la casa de su abuela en la
capital y a los que posteriormente conocería en
su propia región, convirtiéndolos en los
protagonistas de sus relatos, mediante la
personificación de sus personajes literarios.
1.7 NARRADOR
De acuerdo a las dolorosas experiencias del
campesino colombiano observamos lo que fuimos y lo
que somos hoy en día, ya que hay una estrecha
relación entre la urbe y la zona rural a pesar que nos
encontramos en un país complejo y heterogéneo en
cuanto a costumbres y razas. Sería pretencioso que
un solo escritor abarcara toda la historia del
campesinado colombiano; motivo por el que Eduardo
Caballero Calderón trazó una línea divisoria del
campesino en su literatura; fue un escritor marcado
por la tierra que habitó su familia desde 1560 y que
redujo su hacienda de 10.000 hectáreas a una casa
distinguida y unos terrenos áridos que se convirtieron
en el municipio de Tipacoque (1968). Aunque
Caballero Calderón nació en Bogotá, sus padres, el
General Lucas Caballero y doña María del Carmen
Calderón, traían consigo raíces boyacenses y
santandereanas, motivo por el que estas tierras
marcarían el horizonte ancestral, que años más tarde
mitificaría en su obra. Sus novelas constituyen la
mentalidad colectiva de un pueblo que tuvo que
soportar los signos sociales y comerciales del siglo XIX
y XX oscilando entre las guerras y las reformas
nacionales a causa de la política. Caballero publica
Tipacoque y decide publicar lo que él consideró como
su segunda parte diez años después, Diario de
Tipacoque (1950). Según lo dicho por el propio
escritor: “la primera fue escrita de memoria y sobre
recuerdos, muy lejos de Colombia; la segunda fue
redactada en su propia tierra como quien toma
apuntes del natural, y a la vista del modelo: y en esto
está la principal diferencia entre Tipacoque y el
Diario” (1963: 147). La principal característica de estas
obras, es que reflejan la mirada previa del escritor
sobre un paisaje natural y espiritual conformado por
sus campesinos, que no tardaría en ser 39 destruido,
a raíz de las consecuencias sociales y políticas, puesto
que los cambios económicos no tardarían en hacerse
visibles; el fenómeno de la violencia cuyas causas
estuvieron ligadas con los procesos de formación
social en el país, junto con los rápidos cambios
socioeconómicos y políticos resultantes del proceso
de industrialización, produjeron una lucha de bandos
que conformó los partidos políticos tradicionales,
acentuando las diferencias sociales y económicas que
terminarían explotando y desterrando al campesino.
En Colombia las verdaderas bases de la vida social y
económica estaban en el campo, desde donde las
haciendas y los campesinos abastecían los mercados
regionales como parte de su modo tradicional de
producción agrícola. La formación de haciendas y del
campesinado fue el resultado de un prolongado
proceso; de ahí que las principales raíces de sus
escritos se remonten a la evolución del régimen
agrario colonial, del que las familias Caballero y
Calderón fueron protagonistas. Siguiendo este orden
de ideas: los recuerdos, apuntes, artículos y ensayos
de la realidad del pueblo boyacense que Caballero
Calderón recopiló durante varios años, fueron el
punto de partida para la génesis de una narrativa de
quien observaba y detestaba la escabrosa falta de
sensibilidad social, el arbitrario sistema de una
organización anticuada y obsoleta de la vida, cuando
existían patrones, arrendatarios, amos y criados,
como era la vida real de ese entonces y no la vida
inventada que retrataban y cultivaban los políticos
sobre el ignorante campesino.
2. ANALISIS DE FORMA

1.1 Medio de comunicación


Por el teléfono de manivela, de pueblo en pueblo
y a gritos, las telefonistas se iban pasando la voz,
hasta que al cabo de muchos ruegos se lograba
la comunicación con Bogotá.
¿Soatá? Soatá, Soatacita. ¿Sumercé no puede
hacerme el bien de pasarme a Duitama? ¿Aló?
Duitamita, sumercé, es que el doctor está
afanado ¿Que ensaye por Bucaramanga?
2.2 PROCEDIMIENTO DE EVALORACION

2.2.1 Narración
El viajero que lleva diez horas de marcha en
automóvil por la carretera del norte, a los
trescientos cuarenta kilómetros de Bogotá pasa
por Tipacoque cuando ya va cayendo la tarde y
una bruma espesa y lechosa asciende del
Chicamocha, cuyos retazos pueden versen en la
profundidad, como pantanos de lagunas, desde
los recodos del camino. De Soata hacia el norte
la carretera comienza a descender cada vez más
de prisa, en busca de las vegas, y entonces para
el viajero que no se ha dormido ha rebujado
entre sus mantas, el cañón de Chicamocha se
ofrece como un espectáculo tremendo. El de la
izquierda se abre en Tipacoque, formando un
gigantesco hemiciclo. La carretera lo contornea
paso a paso, prendida como una cabra a las
vertientes áridas, sembrados de peñas y cactus,
y es frecuente verla rodar hasta el abismo
cuando el invierno convierte en torrenteras todas
las quebradas de la montaña. Esta llegaba hasta
el comienzo del páramo, en las goteras de
Guantiva, y para llegar a Tipacoque era
necesario hacer una jornada a caballo. Por
entonces hice mi primer conocimiento con
aquella tierra cuya savia llevo en la sangre. El
campo está lleno de fragancias que el invierno se
eleva con ardor, de la tierra empapada y caliente.
Hay, por ejemplo, la que despiden los trapiches,
que es una de los más apacibles del mundo.
Entonces soñaba con aquella estampa infantil y
elemental del pesebre del Niño Dios, que debió
oler a eso: a boñiga que se desbarata en la tierra,
a lomo de animales que tiene la piel mojada, la
leche fresca, avaho de mula y de buey. Y hay
también la fragancia de las hiervas amargas que
cresen a la orilla del camino, y el apestoso aroma
del perro que sale a ladrarle al caballero a una
vuelta del camino y el rancho que se desploma
en la vertiente, donde el amparo de un rustico
alero de paja ya podrida, mira todas las rocas
con una absoluta diferencia. En el nombre de
Tipacoque dorado como una hoja de tabaco que
se seca en un tambo, o como el sol de los
venados, o como el alfondoque que se seca en
las gaberas, percibe uno esa Fragancia y ese
olor a cobra a tierra húmeda y a miel de que está
llena toda la comarca.
Yo sentí muchas veces el placer de los gallinazos
por que la carreta de la región del Tipacoque es
una cornisa suspendida sobre la profundidad del
cañón. Me sentía preso a comenzar el vuelo,
cuando me acercaba a la orilla para mirar a bajo.
Un trufo caliente, cargado de aromas vegetales
me llenaba el pecho. Alguna cabra se aventuraba
hasta la cornisa de un farallón o el saliente de
una roca, y yo permanecía fascinado, como la
cabra, por ese vértigo de las alturas que tonifica
los nervios. Pero me gustaba ir más lejos, a lo
largo de los caminos del monte, hasta un punto
donde el estrecho valla del chicamocha abre en
un abanico. (Santos es un viaje arrendataria que
fue sirviente que fue sirviente de mi abuela y hoy
vive toda vía con la piel curtida y arada por los
años, ya sin dientes, pero todavía con la entereza
y el grado necesario para bailar, con los
gañanes, una cumbia.
Y bien: Santos habla de los espantos del
convento. Se necesita que haga noche de
tempestad, que el ancho corredor de la casa este
barrido por el viento, y en la cocina la peonada,
en torno al fogón, medite silenciosa mente en la
muerte). En el corredor que mira hacia el oriente
del lado de la Sierra Nevada de Chita o Guican,
había una vez un rimero de tiestos en forma de
panal, que fueron moldes de azúcar. Hace
tiempos no se fabrica porque el precio anda por
los suelos; pero era un azúcar dura, noble,
morena, amasada en panes que pesaba más allá
de diez libras. La caldera hervía, pitaba,
retemblaba en la maroma donde la tenía
encaramada; pero el trapiche como si tal cosa.
Nada: que aquello no pudo funcionar nunca.
¡Dice que falto una tuerca!
Si Marcos Lizarazo pudiera pensar que no fuera
sus preocupaciones ordinarias la maldad de los
godos de los pueblos de arriba, la astucia de los
rojos de abajo, la inclemencia del verano que
echara a perder su “convite” para beneficiar un
tablón de cañas, la conveniencia de desyerban
un potrero, o la necesidad de vender una carga
de panela para pagar su “mejora” a un
compañero con quien anda en tratos para
comprarle su “orillita” de estancia. (Una vez cayó
un trapichero, rendido de sueño y de cansancio,
y a los dos días sacaron la carroña tan limpia y
tan blanca, que aquello parecía milagro). LOS
GRUESOS PILARES en que descansa la parte
superior del trapiche con sus fondos de miel son
de ladrillo. Alguno de estos pilares presenta una
cavidad estrecha, abierta por uno de los lados.
El calor terrible, el aire irrespirable, la posición
incómoda con las espalda curvadas –pues
aquello no es muy alto- Hacían del encierro una
tortura dantesca.
Era este una viga de diez brazadas perforada
atrechos y que corría horizontalmente, sostenida
en los cabos por dos manchones empotrados en
tierra.
El reo quedaba en canclillas, con los brazos
presos con las muñecas, entre los hoyos de la
biga. Por abajo se la amarraban con un rejo y él
se quedaba allí, con las muñecas trabadas, el
espinazo arqueado, sin encontrar reposo.
Cuando la comitiva volvía a la casa era necesario
abrir de par en par los portalones de la chiquera y
la pesebrera, cuyas bardas dan sobre un callejón
que comunican las casas con el camino real,
para que entrara la tropa de animales.
Pasa que la vieja, cuando él tiene que ir por allí,
le hucha los perros. Sus hijos le matan las
cabras a piedra. Lo que, según ella, sucedía en
realidad, era que ‘él fulano ‘se roba de noche la
panela de la hacienda los domingos y se ponía a
moler, sin permiso de los amos.
Cuando no era esto, era pareja mal avenida que
venía a quejarse. A la mujer el marido la molía a
palos, y al marido la mujer le cometía pilatunas.
Otros pedían que se les perdonara un atrazo en
el arriendo, otros que se les adelantara un jornal,
otros que se les prestara una yunta, otros que
interviniera la hacienda para que a mi hijo no lo
engancharan en el servicio militar.
ANTIGUAMENTE, LA VÍSPERA DE LLEGAR a
Tipacoque, era necesario pasar la noche en
soatà. Cuando por primera vez fui a la hacienda,
la carretera que hoy conduce con la frontera con
Venezuela no llegaba sino hasta la plaza del
pueblo; una plaza con su iglesia de ladrillo, cuyas
torres no se ha logrado determinar nunca; su
espaciosa casa cultural; su pila donde se
abrevan las vestías los días y mercado y sus dos
palmaras dátil, que por mayor se cubre de
orquídeas, lirios y otras parasitas. A la llegada del
Arzobispo el sacristán de Tipacoque, que era un
indio de malas pulgas, se hallaba excomulgado
por haberle levantado mano violenta al padre
capellán. El indio buen creyente y piadoso, no
veía la hora en que se levantara la censura, por
lo que corrió a postrarse ante el prelado a rogarle
con muchas lágrimas que le reconciliara cuanto
antes con la Iglesia. Él le explico las ceremonias
terribles y dolorosas que se habían de observar,
a todo lo cual se sometió el indio con mucho
ánimo. Pasada la ceremonia, la alegría lo llevó
nuevamente ante el señor Mosquera a darle las
gracias con un fervor que admiró al gran prelado;
el cual aprovechó la ocasión para aconsejarle
mucha paciencia y respeto por el sacerdote. Dice
el canónigo Peñuela: «En el curso del año (1860)
menudeaban las guerrillas de uno y otro bando,
procurando ofenderse cuanto podían. La de
liberales de Soatá, encabezada por don Arístides
Calderón y los dos Tejadas, Clodomiro y
Temístocles y otros”. Al nombramiento de don
Arístides en el gobierno de Núñez se quedan en
Tipacoque sus hijos José Miguel y Antonio María,
hermanos de la señora María del Carmen, mamá
de papá. Antonio María es el que queda en la
memoria de los tipacoques. Salía a la montaña y
duraba por allá arriba más de quince días, con la
comadre Santos a la pata del estribo con un
canasto lleno de huevos para hacer pericos en
cuanto rancho posaran. Siervo no cabía en sí de
gozo oyéndole contar todo aquello, ante la
admiración de los compadres que con un
respetuoso temor tomaban el libro entre las
manos, lo abrían al azar, lo husmeaban y lo
volvían a entregar, siempre reverentes,
convencidos de que aquello debía ser algo muy
valioso. Desde entonces Siervo se dedica, los
domingos, a la lectura del Arancel de Aduanas.
Llevará en los años que hace que esto sucedió,
unas cuarenta páginas. Si usted le cae cualquier
día a la Vega, lo verá de lejos con las gafas
caladas, sentado en la lanza del trapiche y con el
Arancel en las manos (Caballero, 1964: 63). De
lo anterior se evidencia la dificultad que tiene el
campesino para comprender tarifas, decretos,
impuestos o el verdadero valor de aquello que se
encuentra lejos de su sentido pragmático; para el
campesino lo eficazmente comprensible, lo
verdaderamente esencial es la tierra, el agua y el
clima. Siervo Joya y sus compadres ciertamente
no saben leer textos impresos, pero tienen en su
mente la lectura comprensiva del hombre en el
campo, y la preservación de los recursos
naturales; es el hombre de la ciudad quien ha
tardado en comprender que para la zona rural, es
más valiosa la mano del hombre trabajador que
los grandes impuestos o los valores bursátiles,
razón por la que Caballero Calderón le resta
importancia a la línea divisoria que traza el
gobierno entre la ciudad y el campo, otorgándole
más importancia a la sabiduría rural. La casa fue
refugio de los liberales desterrados de
Capitanejo.
Desde el corredor de la casa en las montañas del
frente se ve la vereda de los chulavitas. Durante
los años cuarenta y cincuenta fue el reinado de
don Efras, el administrador.
Él sí era todo un gamonal. Don Lucas estaba
muy viejo para ir, papá viajaba por Latinoamérica
y el tío Lucas nunca iba.
En los cincuentas, cuando papá buscó allá
refugio económico y espiritual con el estímulo de
mamá, vivimos como dos años. Y escribió un
segundo libro sobre Tipacoque: Diario de
Tipacoque. Cada vez que publica un libro,
Eduardo le saca un corte a Tipacoque», decía el
tío Lucas. Puede que sí. Lo que no fue capaz de
sacarle a la tierra lo escribió, y pudo hacerlo
porque conoció a los tipacoques lo suficiente
como para entender sus problemas, sus
necesidades, sus pasiones y mitificarlos. Lucas
no. Papá heredó esa autoridad natural que
ejercían sus tíos y sus abuelos. La comadre
Santos, madrina de Antonio, mi hermano, pero
sobre todo de todos los tipacoques tenía más de
cien ahijados, se acurrucaba al lado de la
hamaca de papá a contarle sus cuentos. Dejaba
encerrado en el rancho con candado a Resuro,
su marido, para irse a la pata del tío Antonio
María, colgada de la cola de una mula, de la
mula que se resbaló en la quebrada y el viejo se
mató, me cuenta Chepito, que no sólo es ahijado
suyo sino que allá arriba en la montaña fue
criado por ella.
El primero que llego fue el suplente Rodríguez,
que es doctor, entre dentista y veterinario sin ser
médico del todo. Después, en el automóvil de
Don Miguelito, que es la única persona que en
Soata que tiene un automóvil, vino el diputado
Alvarado medico también y con una pierna tiesa.
El diputado Alvarado había perdido una chaqueta
en la guerra de los mil días y tenía un aire grave,
una cabeza blanca y temblorosa, unas gafas
doctorales y una tozudez difícil de encontrar
mejor asentada sobre una sola pierna en este
mundo.
El doctor Vera, médico del Espino, es un hombre
cobrizo, de pulmones salientes y ojos puestos un
poco de través en el rostro que sepultaba oculta
bajo sombra unas cejas aborrascadas y espesas.
En el cementerio ya tenía el viejo Marcelino
cavado en los hoyos donde colgaron la caja.
Santos, antes de echarle la tierra enzima le dio
un delgado manojo de margaritas que arrancó
del suelo por el camino y Doña Remigia se
inclinó sobre el hueco para arrojar una ademan y
rudo, que sin envergo tenía una recóndita ternura
maternal la primera manotada de tierra. Cuando
todo quedo cubierto y alguien planto una cruz de
madera enzima del lugar donde fue enterrada la
caja, Ña Regina dijo a la concurrencia:
¡Se logró el angelito alma bendita!
El aire se ha vuelto más denso al dejar soplar la
brisa. El polvo del camino frente a la ventana de
Agapito donde algunos entran a tomar su vaso
de guarapo, está fino y blanco como si fuera de
cal.
En Tipacoque confluye en el camino real muchos
caminos pequeños. Hay un humilde que trepa
por las colinas y cuando se pasa por él, así sea
en la mula baquiana del Señor Cura de Onzaga,
comienza a llover y jarros sobre el abismo.
A primera vista el forastero se equivoca frente a
la compleja trama de los caminos aldeanos del
mismo modo que se ofusca un profano en
medicina ante una lámina de anatomía en la que
se pinta la disección de un cerebro o un brazo.
La venta rebosa de gente, que espera la
madrugada para emprender camino. Las veredas
los atajos, las trochas, los senderos, hinchados
como venas, vierte continuamente su sangre
para alimentar su corazón del santuario alejado.
Su ademan era muy peculiar acompañaba las
palabras con enfáticos movimientos de las
manos, y era frecuente verle sujetar el meñique
de la diestra con el pulgar de la misma,
levantando los tres dedos restantes. En Soata
tierra de Dátiles y orquídeas, patria de siemovich
y del canónigo, no ha mucho tiempo que vivió un
hidalgo de los de lanza en astilleros, adarga
antigua, rocín flaco y galgo corredor. Su ademan
era muy peculiar. Acompañaba las palabras con
enfáticos movimientos de las manos, y era
frecuente verle sujetar el meñique de la diestra
con el pulgar de la misma, levantando los tres
dedos restantes en una inconsciente imitación de
cristo, las veces en que recitaba de memoria el
fragmento de un editorial de Maurras, o el introito
de un sermón de su señoría el canónigo, sobre la
doctrina de la predestinación aplicada a los
liberales de Tipacoque.
El doctor Alvarado y don Siemovich, don Carlos y
misia Encarna, el canónigo y la telegrafista, soatá
y los tipacoques, todo el mundo acabó por
acostumbrarse a su jeringonza, aunque nadie
dejó de considerarle como a un ser perdido para
el trabajo honrado o para la política activa, que
no son la misma cosa.
Había por aquella época un hombrecito muy
pobre, que vivía en el páramo en un rancho
andrajoso, a medias deshecho por las lluvias,
situado a un tiro de piedra del de Santos. Cuando
alguien le ve venir de lejos se echa la bendición a
toda prisa y se interna en el monte, para no
hacerle sombra en el atajo. Por las fiestas de
Nuestra Señora llega de madrugada a Tipacoque
ese buen cura de Covarachía, con las faldas de
la sotana arremangadas para que no se las
destrocen las zarzas y matorrales del camino.
Por eso, cuando le llamaban a decir misa en
Tipacoque para la fiesta de Nuestra Señora, se le
abría el cielo de su páramo y se venía en
volandas a caballo en su mula de alquiler. Ella
espoleada por la esperanza de una buena ración
de pasto y forraje de caña, y el con la boca vuelta
un pantano y solo pensamiento del chocolate
con queso y un par de huevos fritos en
mantequilla que le preparaba Marcos Lizarazo.
Con las riendas abandonadas sobre el pescuezo
del Merey tanta confianza tengo en su minuciosa
sabiduría del viejo camino real que lleva de soatá
a Tipacoque muchas veces vislumbré con los del
alma, aunque cada vez, es verdad con menos
nitidez la eterna presencia del Espíritu en la
mudable belleza de las cosas. El Merey sacude
las crines y relincha al otear el olor del trapiche
viejo; Antonio Ávila abre las puertas de la
pesebrera y me tiene el estribo para que yo me
desmonte, y todo se pierde entre la niebla.
2.2.2 Descripción
Tipacoque. El libro escrito por el maestro
novelista Eduardo Calderón, describe y relata la
historia de una familia campesina que viven el
ultimo pueblo del norte de Boyacá. Caballero
Calderón relata con exactitud como las raíces
indígenas, una mezcla entre muiscas, chibchas y
caribes conformaban la raza que habitaba aquel
territorio. El libro describe lo más humano del
campesino, lo noble y lo más feroz, las relaciones
entre gamonales, bandoleros y alfiles de final la
literatura de caballero calderón hace parte de la
época es donde otros escritores como Gabriel
García Márquez constaría con sus libros la
identidad literaria de Colombia, siempre con
letras que lograban describir lo más criollo, lo
más campesino, lo más nuestro.
2.2.3 Dialogo
2.3 RECURSOS EXPRESIVOS

2.3.1 Metáfora
“porque de mil hectáreas de robles que había,
ahora no deben quedar ni 200. La gente tala y
tala y a nadie le importa que el municipio se vaya
a morir ' de sed. Es un desastre. Este es el único
país del mundo que acaba con los ríos, los
ferrocarriles y los bosques"
“Maldito serás, la tierra que labrarás no te dará
ningún fruto”"
“Si el Libertador estuviera vivo, les bajaría los
calzones a todos, para darles rejo”
“Converse usted con ellos dos palabras y se
convencerá de que son, para usar el término más
benévolo, brutos en uniforme”.
“Yo creo que Santos ha existido siempre. Sería
imposible determinar su edad, que ella misma,
como el Padre Eterno, no sabe cuándo
comienza”.
“Los hombres tienen la montera puesta y un
bulto de papa a las costillas. Las mujeres llevan
los críos a la espalda. A veces el sacristán da
voces en los malos pasos a los promeseros de
adelante, para que dejen paso franco a la mula
del señor cura que va a cantar una Salve a
Chiquinquirá”
“Hasta fines del siglo pasado perduraba la
“alfaquía”, que mi abuela abolió y consistía en
una costumbre casi tan bárbara como el diezmo
y la primicia que ya no existe tampoco”
Que la pongan dos horas en el “muñequero”
“la política ha hecho que la vida sea más dura en
estas tierras”
“Sin libertad la vida es changua sin sal y
mazamorra sin habas”
2.3.2 Símil
“Mi querido amigo”
“Colorín colorao, este cuento se ha acabao”
“se acabó el cuento y se lo llevó el viento”
“Palo Quemao” se fue parriba”
¡Que linda palabra esta de estancia!
A veces, una “pollita mediana”, porque “con la
falta de agua, Ave maría purísima, las demás se
me lloraron de peste”
“Hay que arreglar el turno de las aguas en la
vega”
“Es un doctor que se pone ropa de paño y anda
con botas y tiene una conversa muy fina”
“Yo soy liberal porque así me criaron, y esa es la
verdad; y como me llamo Siervo que moriré en mi
ley”
“la hacienda “Peña Morada” donde Siervo Joya
2.3.3 Epíteto
Bolívar el “libertador”
2.3.4 Hipérbole
3. OPINION

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