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Nunca había estado tan enojado.

Creía que se me iban a salir los ojos y que por


la forma en la que le gritaba, le terminaría escupiendo en la cara. Sabía que
estaba mal pero no me importaba. Ya estaba aquí y no podía de pronto salir.
Mis argumentos eran lógicos y los suyos faltos de cerebro. No podía entender
cómo es que no me había hecho caso. No me cabía en la cabeza que no haya
hecho exactamente lo que le ordené. Si dejara de cuestionarme y solo obedecer
no le estarían pasando estas cosas. Más allá de la desobediencia, me daba rabia
que se la pasara llorando. Como si fuera mi culpa. Después de tantas
advertencias y me sale con esto. Poco o nada me importaba su vida sino la mía.
Mi reputación como hombre recto estaba en juego. Todos se enterarían de esto y
mientras la veía llorar lo único que hacía era pensar en cómo terminaría
culpándola de todo y que a los ojos del mundo yo fuera no solo inocente sino
más respetado. Me fastidiaba el no encontrar una respuesta. Y ella que no
dejaba de llorar preguntándome ¿Qué hago? ¡Tantas veces le dije qué hacer! Y
no me vengan con el cuento de la misericordia que por ahora lo que yo necesito
es justicia. Que se cumpla la ley. No hizo lo que le ordené y merece castigo. Sí,
yo he cometido algunos errores menores pero nada como esta infamia. ¡Diablos!
¿En qué me afecta su situación? En nada ¡Pero mi honor! Ahora pensaran que
soy un mal capataz. Espero que nadie se vaya. Ya pensaré en algo. Por ahora
solo me interesa que deje de lloriquear. Que no atraiga la atención de otros
oídos. Más me vale ser más estricto la próxima vez. Pero no saben lo que les
espera a todos. Yo me encargo de que nadie se quiera seguir pasando de listo
desobedeciendo mis órdenes. Debo estar listo para el próximo ataque. Debe ser
limpio pero mortal. Tan negro que se vea blanco. Nadie se va a volver a burlar
de mí. Nadie va a hacer menos todo mi esfuerzo. Tantos años cuidando de mis
juguetes como para que unos mocosos quieran llegar a ensuciarlos. No voy a
permitir que nadie manche mi rectitud. ¡Y esta mujer que no deja de llorar! ¡A
mí qué me importa que su hijo esté enfermo! ¡Qué me importa que no tenga
dinero! Los palacios no se construyen con buenos deseos y las manos enfermas
de poco ayudan. Sonrío. Tranquila, no pasa nada. Ten fe en que todo va a salir
bien. Todos aquí estamos en vela por ti. No dejes que tu ánimo se caiga. Te
amamos y yo personalmente voy a estar al pendiente de ti y de tu pequeño hijo
enfermo.

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