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Esa
sería la última vez que iría a la Ciudad Santa, porque unos días después,
precisamente en día de la Pascua, Jesús iba a morir como “el Cordero de Dios
que quita el pecado del mundo” (Juan 1:29).
En los próximos capítulos veremos cómo Jesús cumplió cada uno de los pasos de
la Pascua, tal como fue instruida a los israelitas en su salida de Egipto (Exodo 12),
ya que esa primera Pascua era la sombra de lo que el Mesías iba a cumplir en su
plan de redención (Nota: para profundizar en este tema, les recomiendo leer los
estudios de la Pascua en Cita Divina: Fiestas bíblicas)
El día que Jesús llegó a Jerusalén era el 10 de Nisán, que era una fecha histórica
muy significativa: ése era el día preciso que Dios instruyó a los israelitas que
apartaran el cordero de la Pascua (Exo. 12:3-5). Este cordero debía estar a la
vista de la congregación para ser examinado con el fin de comprobarse que no
tenía mancha ni defecto. No fue coincidencia que Jesús hiciera su entrada triunfal
en Jerusalén en esta precisa fecha. Como Cordero de Dios, Jesús se expuso
delante de toda la congregación para ser examinado, y fue encontrado justo (1
Pedro 1:19; Luc. 23:14-15; Mat. 27:4,24; Luc. 23:39-43).
ENTRADA TRIUNFAL
En esta ocasión Jesús no entró a Jerusalén desapercibido, sino que lo hizo de una
forma muy visible. Pero para hacer su entrada triunfal, Jesús necesitaba algo que
no tenía a la mano, aunque él sabía que sería provisto milagrosamente…
(Mateo 21:1-3) Cuando se acercaron a Jerusalén, y vinieron a Betfagé, al monte
de los Olivos, Jesús envió dos discípulos, diciéndoles: Id a la aldea que está
enfrente de vosotros, y luego hallaréis una asna atada, y un pollino con ella;
desatadla, y traédmelos. Y si alguien os dijere algo, decid: El Señor los necesita; y
luego los enviará.
Efectivamente así pasó. Los discípulos fueron a buscar a la asna con su pollino, y
fue provisto.
(Mateo 21:6-7) Y los discípulos fueron, e hicieron como Jesús les mandó; y
trajeron el asna y el pollino, y pusieron sobre ellos sus mantos; y él se sentó
encima.
Jesús no pidió el asno porque estaba cansado de caminar, sino como una señal
profética…
(Mateo 21:4-5) Todo esto aconteció para que se cumpliese lo dicho por el profeta,
cuando dijo: Decid a la hija de Sion: He aquí, tu Rey viene a ti, manso, y sentado
sobre una asna, sobre un pollino, hijo de animal de carga.
Aquí Mateo está citando dos profecías mesiánicas, una de Isaías y la otra de
Zacarías:
(Isaías 62:11) He aquí que Jehová hizo oír hasta lo último de la tierra: Decid a la
hija de Sion: He aquí viene tu Salvador; he aquí su recompensa con él, y delante
de él su obra.
(Zacarías 9:9) Alégrate mucho, hija de Sion; da voces de júbilo, hija de Jerusalén;
he aquí tu rey vendrá a ti, justo y salvador, humilde, y cabalgando sobre un asno,
sobre un pollino hijo de asna.
Es significativo que la gente haya puesto sus mantos o ramas en el camino. Era
una especie de alfombra que en la antigüedad el pueblo solía poner en el camino
ante los reyes o personas importantes (como la “alfombra roja” de hoy). [Nota: hay
un ejemplo bíblico en 2 Reyes 9:1-13, cuando el profeta unge a Jehu como rey].
La multitud también proclamó una frase conocida por los peregrinos: “¡Hosanna!
¡Bendito el que viene en el nombre del Señor!” Éste es un trozo del Salmo 118,
que forma parte de los salmos conocidos como “Hallel” (Salmos 113-118), los
cuales expresan agradecimiento a Dios y regocijo por la redención divina. Los
judíos suelen cantarlos durante las fiestas bíblicas, tal como sucedió
espontáneamente cuando los peregirnos vieron a Jewsús entrar a Jerusalén
montado sobre un pollino, cumpliendo así la profecía bíblica.
En esta misma línea, Mateo cuenta que Jesús también realizó milagros y
sanidades en esa ocasión.
(Mateo 21:14) Y vinieron a él en el templo ciegos y cojos, y los sanó.
De nuevo, Jesús cita las Escrituras (Salmo 8:2); y en forma indirecta les confirma
que Él es el Mesías, verdad que ha salido a luz a través de la boca de gente
simple.
JESÚS LLORÓ
Lucas también nos cuenta que en día Jesús lloró por Jerusalén…
(Lucas 19:41-42) Y cuando llegó cerca de la ciudad, al verla, lloró sobre ella,
diciendo: ¡Oh, si también tú conocieses, a lo menos en este tu día, lo que es para
tu paz! Mas ahora está encubierto de tus ojos.
Jesús sabía que no todos lo iban a recibir. Pero no tomó el rechazo a lo personal,
ya que sabía que los ojos de la mayoría habían sido tapados para que no pudieran
reconocerlo, tal como lo explica Pablo (Romanos 11). Pero Jesús sabía que en su
segunda venida todos lo reconocerán, e Israel será salvo (Rom. 11:25-26).