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1-Cultura y Sociedad:
El incentivo que impulsa un país a atravesar los umbrales del despegue económico solo tiene lugar en determinadas
condiciones de desarrollo social y de madurez político cultural, por ello Inglaterra estaba en su momento óptimo. La paz
británica y la política de equilibrio impregnan de su espíritu desde 1713, y durante más de medio siglo las relaciones
internacionales en Europa y permitieron a gran Bretaña tener mano libre en otros escenarios, en el Atlántico y en el
Océano Indico. Bajo la bandera de un nuevo credo que alentaba a emprender negocios y toda iniciativa razonable de
progreso que acrecentase la riqueza y el bienestar, se suprimieron muchos reglamentos que sobrevivían desde la época
medieval. Al mismo tiempo surgieron otros obstáculos como la buble act de 1720, que prohibía la formación de
sociedades por acciones, salvo por derogación esencial del parlamento. La libertad de culto y expresión concedía de
hecho a los miembros de otras confesiones protestantes, dando acceso a la vida pública a comunidades no conformista,
coincidía a su vez con un renovado impulso hacia el avance de la instrucción y de las profesiones liberales, ex
campesinos, comerciantes o hijos de pastores se volcaron hacia Inglaterra desde la escocia presbiterana. Muchos
estudiosos subrayaron la estrecha asociación entre industria y disensión.
La libertad de culto concedía de hecho a los miembros de otras confesiones protestantes, dando acceso a la vida
pública a comunidades no conformistas, coincidía a su vez con un renovado impulso hacia el avance de una instrucción y
de las profesiones liberales. Ex campesinos, comerciantes o hijos de pastores se volcaron hacia Inglaterra desde la
escocia presbiteriana. Muchos estudiosos subrayaron la estrecha asociación entre industria y disensión. La fuerza de la
ciencia en el proceso de desarrollo económico no ha sido sobre valorada, aunque se dé por sentado que la industria debió
beneficiarse del movimiento científico, del espíritu de siecle positivo y racionalista. Los progresos científicos, afirmados
en el curso del sigo 18 en la química, la termodinámica y la geología, alcanzaron efectiva maduración cuando
comenzaron a responder a las necesidades sociales y a las exigencias de la industria.
La presencia de los puritos en las primeras fases de la revolución industrial fue bastante más modesta de lo que por lo
general se piensa. Tampoco la remisión a la iniciativa empresarial al espíritu burgués del cálculo y el riesgo, contribuye
siempre a dar una explicación convincente de desarraje económico queda conocida sin embargo la función nada
secundaria cumplida por la revolución de 1688al favorecer, junto con el renovador prestigio social de las clases
industriales y mercantiles, una consideración más racional de la vida económicas, un cambio en los valores y las
convicciones éticas y religioso respecto de la riqueza y de la introducción de nuevos métodos. Aunque la ruptura con el
pasado fue pronunciada, el proceso científico todavía no había dado lugar en Inglaterra, por lo menos, hasta la primera
mitad del siglo xviii, a una enseñanza técnica similar a la francesa. Por otra parte en los años formativos de mediados del
siglo xviii, la revolución industrial no necesito mano de obra especializada ni aportes por parte de la ciencia y la cultura,
dada la relativa simplicidad de los inventos. De ese modo la tecnología necesaria estaba disponible desde fines del siglo
xvii.
LA REVOLUCION INDUSTRIAL.
Carlyle, Blanqui y otros.
1. LA MAQUINA DE VAPOR.
Al algodón se debe reconocer el papel de primer actor en la escena de la revolución industrial. Su producción habría
de mejorar y crecer a ritmos jamás vistos en la industria manufacturera. También tuvo innovaciones técnicas igualmente
rápidas e intensas y además se contaba con un mercado ya preparado para recibir los productos de algodón sin que
mediara un cambio radical en el gusto de los consumidores.
¿Cuáles fueron los nuevos recursos que permitieron que la economía inglesa prosiguiera, en las primeras décadas del
siglo XIX, su esfuerzo industrializador? Según juicio casi unánime de los historiadores, la industria del hierro y del
carbón cumplió en ese período la función de pionera en la creación de una base de bienes de capital suficientes para
superar la difícil situación económica de los años posteriores a la guerra contra Francia; y revigorizó en gran estilo un
sistema productivo que hacia 1820 pareció vacilar peligrosamente, después del primer "despegue" de la industria
algodonera.
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Por ahora, un punto por lo menos es seguro: el de la importancia que tuvo la introducción en gran escala de la
máquina a vapor para resolver una serie de "cuellos de botella" que desde hacía tiempo bloqueaban el desarrollo de la
producción de hierro y de la minería, acrecentando, por ende, las potencialidades productivas.
De cualquier modo, la máquina de vapor fue el resultado más importante de la revolución industrial y, en la medida
en que ella hacía posible sustituir el material-base usado hasta entonces, la madera y el agua, preparó el camino para
otras novedades. Antes que caducara su patente, hacia fines de 1800, Boulton y Watt habían construido cerca de medio
millar de máquinas, tanto de simple como de doble efecto; y la utilización del vapor en las salinas, en las minas, en la
industria siderúrgica ya estaba en condiciones de avanzar sobre la producción, de transformar las condiciones de trabajo,
de asegurar más altas perspectivas de ganancia y, por todo ello, de definir nuevos desequilibrios económicos de tal
carácter que podían conducir a la búsqueda de otros dispositivos más perfeccionados o complejos.
Sin embargo, recién en el curso del primer decenio del siglo XIX la nueva forma de energía fue empleada de manera
general y encontró rápida adopción en los telares algodoneros, en los molinos trigueros, de malta y de caña de azúcar.
Su difusión coincide, por otra parte, con el comienzo de la revolución industrial en sectores hasta el momento
marginales respecto de las novedades técnicas, o caracterizados por una potencialidad productiva totalmente
distorsionada a causa de la persistencia de métodos tradicionales.
A pesar de todas las aplicaciones que tuvo la máquina de vapor en distintos tipos de producción y en la vida misma,
no bastó para que se reconociera como una especie de "llave mágica" que de inmediato abriría derroteros insospechados
para el progreso de la técnica y de la producción, para el cambio de la vida misma. Watt,
Hasta fines del siglo XVIII, la máquina de Watt sirvió, sin embargo, para acrecentar la oferta de carbón en Inglaterra
respecto de otros países y para eliminar los últimos obstáculos a la producción en gran escala: es decir, a cortar los
múltiples nudos que todavía ligaban, a través de los molinos de agua y de viento, un gran número de industrias y sus
destinos al campo, a la disponibilidad de brazos en la comunidad de la aldea y, sobre todo, a la clemencia o inclemencia
del tiempo.
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de sus productos para el equipamiento de nuevos ramales ferroviarios, especialmente a la India y los Estados Unidos
pero también al continente europeo; la banca, por consiguiente, había podido concluir préstamos ventajosos a los
gobiernos de otras naciones.
A su modo, la aplicación del vapor en los medios de transporte significó una revolución bastante más "arrasante" que
la mecanización de la hilandería de algodón. Los ferrocarriles lograron absorber capitales en una medida enorme y
cumplir la doble función de conformar un desemboque conveniente para los recursos financieros de ingleses y, por ende,
estimular tanto las inversiones británicas en el exterior como la exportación de bienes de capital ingleses.
La construcción de ferrocarriles no sólo había movilizado una cantidad prodigiosa de recursos financieros,
asegurando la fortuna de poderosos organismos privados, abierto un camino ascendente al capital bancario, bursátil y de
las altas fianzas, sino que también había empleado, entre 1847 y 1848, a 300.000 personas y estimulado el desarrollo de
una vasta gama de industrias productoras de bienes de capital. El ferrocarril, que alcanzará las 10.000 millas en 1860 en
Gran Bretaña e Irlanda del Norte, había creado una demanda excepcional de mineral de hierro y de carbón, valorizando
los yacimientos conjuntos nacionales y acelerando las innovaciones técnicas en la industria siderúrgica.
Sin embargo, se correría el riesgo de no comprender totalmente el papel desempeñado por el ferrocarril en cuanto
proporcionó oxígeno a la revolución industrial, si se olvidara subrayar la importancia que el precio bajo del hierro tuvo
para el comienzo de la expansión de la industria mecánica. Junto a un sector productivo de gran intensidad de capitales y
elevado grado de mecanización, como el siderúrgico, se fue desarrollando otro sector clave de la economía moderna: un
conglomerado intermedio de robustas de fábricas de herramientas, de ingeniería especializada, de instrumentos de
precisión, destinado a servir de tejido conectivo entre la industria de bienes de capital y el mercado y a promover una
serie casi ininterrumpida de perfeccionamientos técnicos de "economías externas", pero sobre todo a ampliar la demanda
de fuerza de trabajo, a reclutar, en un momento en que la ocupación de distritos textiles estaba a punto de estabilizarse,
nuevos batallones de mano de obra asalariada.
3. NUEVA BURGUESÍA Y CRISIS DEL “LANDED INTEREST”.
(63) La revolución industrial había colocado junto a la vieja Inglaterra de los landlords (señores de la tierra) una
nueva oligarquía económica y social, fuerte y consciente de sus responsabilidades, de su futuro político. ¿Cuáles eran los
orígenes sociales de esta nueva clase que había crecido rápidamente en el curso de medio siglo, a la cabeza del "sistema
de fábrica", enérgica y combativa, segura de su destino?
(64) Muchos autores han subrayado los humildes orígenes de los que provenía la nueva burguesía inglesa: gente de
provincia, surgida de las filas del viejo patronato artesanal y de los pequeños agricultores prósperos, que había entrado en
sociedad al lado de comerciantes poseedores de mayores fortunas y se había abierto camino con el "rústico vigor y la
ilimitada ambición típica de la pequeña burguesía rural", Detrás de ella había ido creciendo, sucesivamente, una nueva
capa de fabricantes modestos pero afanosos, compuesta de maestros relojeros, de sombrereros y de campesinos-tejedores
ya familiarizados con algunos detalles del ciclo productivo y munidos de un poco de tierra para vender o hipotecar para
conseguir dinero contante y sonante.
Industriosidad e interdependencia no sirven para explicar de manera exhaustiva la rápida carrea de la nueva burguesía
en los negocios y la industria. "El ascenso de un hombre que no poseyera ningún capital inicial - observa Doob - era muy
raro". Con el correr del tiempo, tampoco una fortuna modesta, incluso acompañada por un bagaje suficientemente sólido
de conocimientos técnicos o de duro trabajo y ahorro, podía estar en condiciones de triunfar en sectores claves como la
industria siderúrgica o la mecánica.
(65) Es evidente que esta nueva coalición de fuerzas productivas había superado ya a la workshop del artesano y,
después de suplantar a la corporación por oficio, había logrado disolver toda resistencia residual frente a la fábrica y la
sociedad anónima y a presionar con su masa de obreros asalariados al landed interest y a los partidarios de las "leyes
sobre granos" con las que la vieja aristocracia intentaba salvaguardar a toda costa la posición que usufructuaba en la
administración política de la nación.
La reforma electoral de 1832 (Reform Bill), dio un primer golpe al poder político de la aristocracia terrateniente,
basado hasta entonces en el predominio de los "pestilentes burgos", en la facultad de los pequeños centros rurales, donde
prevalecía el elemento noble y su clientela, de enviar al parlamento un número de representantes proporcionalmente
mayor, en lo que hace al número de sus habitantes, que el otorgado a las nuevas ciudades industriales.
(66) El free trade se había impuesto finalmente con Cobden y la escuela de Manchester, se había impuesto sobre la
sociedad aristocrática. El free trade había impuesto su reivindicación de libertad y pan barato, a fin de mantener una
productividad elevada y rebajar los costos de la producción. Pero la victoria de la Anti-Corn Law League (La Corn Law
prohibía la importación de cereales) señaló el fin de una alianza táctica ya incompatible a causa de la fuerza de choque
de una clase organizada contra los latifundistas pero encerrada dentro de sus nuevos intereses particulares.
(67) Europa había llegado al capitalismo burgués. En Inglaterra, el proceso de proletarización aparecía en su faz más
avanzada: el obrero había perdido definitivamente su libertad, se había convertido él mismo en un instrumento de
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trabajo, mientras que el salario manifestaba inevitablemente la tendencia a reducirse hasta alcanzar un nivel
correspondiente no tanto a las necesidades mínimas de subsistencia, sino al impuesto por el interés del capitalista de
explotar al máximo la mano de obra para obtener el más alto beneficio del capital invertido en la compra y la puesta en
marcha de las máquinas,
Aun así, hay autores - como Ashton - que sostiene que incluso los sectores más pobres se beneficiaron, en principio,
por la sustitución del precario salario en especie por la remuneración más regular en dinero.
Debe señalarse que la superación del modo de producción anterior basado sobre la pequeña producción artesanal
individual coincidió con la progresiva imposición del poder del capital sobre el trabajo y con un nivel de ingresos
obreros que no contemplaba mucho más que las estrictas necesidades de subsistencia.
Recientes investigaciones, a nivel regional y sectorial, también demostraron que, como afirma Deane, "si se
consideran las malas cosechas, el crecimiento de la población, las privaciones debidas a la guerra y la miseria, causada
por la desorganización de la actividad económica en la post-guerra [...], en conjunto, el nivel medio de vida de la clase
trabajadora empeoró en lugar de haber mejorado" entre 1780 y 1820,
La deflación que siguió al término del conflicto pareció equilibrar, por lo menos hasta 1835, el poder adquisitivo de
los salarios obreros.
Es, por ende, perfectamente legítimo sostener dos tesis que, a primera vista, parecen contradictorias: que a fines del
largo período entre 1790 y 1840 se produjo un cierto mejoramiento en el nivel material medio de vida y que en la misma
época la explotación, la inseguridad y los sufrimientos habían aumentado. En 1840 se vivía mejor que cincuenta años
antes, pero este pequeño progreso tenía su precio en una mayor intensidad de trabajo y en salarios bajos, en la
supervivencia durante muchos años de la Combination Acts en la explotación del trabajo de niños y mujeres en el
hacinamiento y la ausencia de las más elementales medidas de higiene. Sin embargo, la necesidad de "paz industrial"
impondrá finalmente a la clase dirigente, cuando amengüe la oleada antijacobina, las primeras formas de legislación
sobre el trabajo fabril, la institución de un fondo nacional para garantizar un salario mínimo y la creación de albergues
para desocupados.
Pero tampoco en aquel período se produjo un aumento sustancial de los salarios reales de los trabajadores
industriales. Lo que proporcionó un respiro al presunto de la familia obrera inglesa fue, más bien, el tránsito de algunos
sectores obreros a actividades más especializadas y, por ende, mejor retribuidas.
"Existía entonces - escribe Hobsbawn -, un orden en el universo. Pero ya no era el orden pasado. Había un solo Dios
que se llamaba vapor y hablaba con la voz de Malthus, de Smith, de Mac Culloch y de todos los que hacían uso de
maquinaria". Una descarnada devoción por las razones del utilitarismo había acompañado el ascenso de la nueva
burguesía y ya constituía más que un hábito mental, puesto que se había configurado como una suerte de credo moral, de
filosofía política que había estipulado una nueva jerarquía de valores y definido el tono de una sociedad nacida de la
revolución industrial.
Lo que resultaba evidente en las primeras décadas del siglo XIX era el repliegue del nuevo "humanismo" burgués, de
la ciencia y la racionalidad, dentro de los cánones de un empirismo mediocre y opaco, satisfecho, sin ideas ni curiosidad.
Contra esta decadencia y frente a la precoz miseria de las nuevas "ciudades prodigio" de las chimeneas y de los telares de
vapor, contra el avance mismo del maquinismo y del industrialismo, surgía entonces toda una promoción de hombres de
letras, de pensadores y de reformadores sociales.
Pero, ¿cuál era el nuevo "catecismo" que había dado a la burguesía inglesa, junto con su sólida seguridad intelectual,
la fe en una suerte de progreso sin fin? En 1776 Adam Smoth volvió sus baterías sobre un edificio que ya había
comenzado a derrumbarse [...]. La investigación sobre la naturaleza y causas de la riqueza de las naciones expresaba en
forma incomparable los pensamientos suscitados, en la mente de los hombres, por los acontecimientos, confiriéndoles un
carácter lógico y sistemático. En el lugar que ocupaban las reglas dictadas por el Estado, colocaban, como principio-guía,
las opciones espontáneas de la gente común. La idea de que los individuos, al seguir su propio interés creaban leyes
impersonales o por lo menos anónimas como las de las ciencias naturales, era sugestiva"
Lo que importa señalar es que el sistema de Smith, con su axioma por el que "todo hombre es naturalmente el mejor
juez de su propio interés y debe, por tanto, ser dejado en libertad de satisfacerlo, según sus propias inclinaciones", se
había impuesto rápidamente como la expresión más completa de las exigencias y de los nuevos valores políticos y
económicos de los sectores financieros y empresarios.
Pero, después de las guerras contra Napoleón, se necesitaron otros treinta años para dar un paso decisivo en la
dirección señalada por Adam Smith. La derogación, en 1846, de las "leyes sobre granos", había entrañado, junto con el
triunfo del libre cambio, también el de la ideología individualista de los principios del automatismo del mercado y de la
organización productiva.
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"El ataque contra la Corn Law - escribe Kitson Clark - fue conscientemente planificado sobre el modelo del
movimiento antiesclavista: las leyes sobre granos fueron atacadas no sólo en su aspecto económico, sino como un pecado
y un coro de ministros de culto fue invitado a pronunciar el anatema"
Mientras tanto, la caída de los privilegios de la gran propiedad terrateniente y la conculcación del derecho de un
amplio sector de propietarios agrícolas a un "tratamiento especial" reflejaban de manera inequívoca el pasaje definitivo a
una economía industrial y delataban al cambio sustancial en el equilibrio del poder político.
Es preciso destruir un mito: la convicción de que la tarea principal que la teoría liberal asigna al Estado en el proceso
de industrialización es simplemente la de dejar que las cosas anden de por sí. En los comienzos dela revolución
industrial, el problema de concretar estructuras jurídicas adecuadas a las exigencias de la iniciativa individual implicó
siempre una serie de intervenciones positivas que lograron eliminar los principales obstáculos que se alzaban ante la libre
concurrencia. Así, en el curso de la revolución industrial, el papel del poder público no fue pasivo. Entre 1760 y 1850,
muchas leyes que impedían la plena movilidad del trabajo o del libre empleo del capital, la organización de la empresa o
del flujo autónomo de mercancías desde el exterior fueron derogadas.
Pero incluso las teorías smithiaas reconocían al Estado específicas funciones productivas, en la medida en que
determinados bienes y servicios, aunque útiles y ventajosos, eran de naturaleza tal que "el beneficio no llegaría jamás a
cubrir lo invertido por un individuo o un pequeño número de individuos".
Así, en la medida en que el gobierno fue liberándose, después de 1820, de una serie de competencias ya inútiles o
poco remunerativas desde el punto de vista financiero, tornando de este modo más eficiente la máquina administrativa y
ordenando las finanzas públicas, comenzó a desempeñar un papel de gran importancia en el proceso de industrialización.
No diremos que el movimiento liberal, precisamente en el momento de su victoria, estuviera cediendo paso
automáticamente al intervencionismo estatal; ni que el control público sobre la economía hubiese ya encontrado una
ideología propia y un espacio consciente en los programas de las fuerzas políticas. La verdad es más bien que
determinadas técnicas de administración del Poder Ejecutivo se habían perfeccionado y que otras funciones habían
entrado en la esfera de competencia del poder público, empezando por la emigración y la colonización.
La expansión colonial, el apoyo de la "fuerza de choque" de las mercancías inglesas sobre el mercado mundial, era
justamente una de las funciones de competencia del Estado. Y ha surgido, justamente en estos últimos años, una viva
discusión entre los historiadores ingleses sobre la política de los ministerios de mediados de la era victoriana.
Para Gallagher y Robinson, los sucesivos gobiernos conservadores y liberales desarrollaron una activa función de
apoyo en favor de los fabricantes y comerciantes ingleses en la expansión económica sobre Asia y América Latina, en la
creación de economías satélites, productoras de materias primas y compradoras de productos manufacturados en una
metrópoli ya altamente industrializada y necesitada, por tanto, de nuevos mercados.
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Para concluir, debe ratificarse el carácter peculiar de la revolución industrial inglesa. Ninguna de las condiciones que
actuaron en la isla entre fines del siglo XVIII y las tres primeras décadas del XIX se repitió con las mismas
características en las naciones que llegaron más tarde ante los umbrales de la industrialización. Por otra parte, las
dimensiones de la inversión necesaria para intentar el ingreso en el área de la industria habían crecido. Es cierto que
existían elementos de signo positivo: desde la contribución en capacidad operativa ofrecida por Inglaterra a otros países,
al flujo de capitales liberados en la misma dirección, a la experimentación ya realizada y, por ende, los gastos ya
cubiertos de los inventos y sus aplicaciones técnicas; y desde otro punto de vista, las ventajas de una educación más
difundida, de una tecnología más avanzada y de inversiones en capital fijo de proporciones bastante mayores que las de
un siglo atrás. Pero otras tandas condiciones funcionaban como factores negativos: el evidente interés de la ya firme y
siempre próspera industria británica de no provocar competencia que pudiera preocuparla en las áreas de mercados más
remunerativos para su producción, y evitar al mismo tiempo una concentración, a largo plazo, del flujo hacia la isa de
materias primas y productos alimenticios a bajo precio, indispensables para su ulterior expansión. Y junto a estos
elementos que hacen a una dura competencia comercial, debe recordarse los costos económicos y sociales, en el
desarrollo de las fuerzas productivas y en el nivel político, que un proceso de industrialización acelerada comportaba en
los países que habían llegado tarde a los umbrales de la sociedad industrial.