Os recuerdo como siempre que, en cualquier caso, esa información no debe ser
excesiva ni sustituir la tarea principal del comentario: la capacidad de desentrañar el
fragmento.
BERNARDA
Y no quiero llantos. La muerte hay que mirarla cara a cara. ¡Silencio! (A otra hija.) ¡A
callar he dicho! (A otra hija.) ¡Las lágrimas cuando estés sola! Nos hundiremos todas en un
mar de luto. Ella, la hija menor de Bernarda Alba, ha muerto virgen. ¿Me habéis oído?
¡Silencio, silencio he dicho! ¡Silencio!
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La obra, rica en informaciones, hace rato que abrió la posibilidad del símbolo en
cada uno de los detalles realistas que ofrece. Y, del mismo modo, quedan bien
establecidas las relaciones de causalidad: el silencio frente al ruido, dentro-fuera, lo
umbroso (negro) frente al calor (blanco), la oscuridad frente a la luz, la sequedad
(carácter, soledad) en oposición a la humedad (agua, llanto, lágrimas, mar de luto), la
vejez frente a la juventud (la hija menor)…
El fragmento es muy rico en indicios: los llantos y las lágrimas de que se habla
presagian o denotan un ambiente trágico y en cuanto a los sentimientos del personaje
destaca sobre todo la frialdad de la protagonista y su negación del dolor. Lorca,
consciente del poder performativo del lenguaje y del dominio que llegan a ejercer las
palabras, dota a Bernarda Alba de una gran capacidad lingüística. En su discurso llama
la atención el uso de los pronombres: pasa de la primera persona del singular a la
primera del plural para después tornar a la primera del singular en un uso del plural de
humildad que pone de relieve sus dotes manipuladoras, falsedad que también es obvia
en la utilización de la tercera persona para referirse a su hija, a sí misma y a la relación
entre ambas, marcando la deseada distancia (“Ella, la hija menor de Bernarda Alba,”)
que presumiblemente objetiva lo de por sí falso (“ha muerto virgen”); pues los adjetivos
que utiliza también los elige con precisión en consonancia con sus intereses e
intenciones.