de hombres dentro de nuestras paredes, que no acuda a la
puerta, que se quede en silencio junto a su labor.»
Así dijo; a Euriclea se le quedaron sin alas las palabras y cerró enseguida las puertas del mégaron, agradable para habitar. Filetio salió sigilosamente y cerró enseguida las puertas del bien cercado patio. Había bajo el pórtico el cable de papiro de una curvada nave; con este sujetó las puertas, entró y fue a sentarse en la silla de la que se, había levantado mirando directamente a Odiseo. Este ya estaba manejando el arco, dándole vueltas probándolo por uno y otro lado no fuera que la carcoma hubiera roído el cuerno mientras su dueño estaba ausente. Y uno de los pretendientes decía así, mirando al que tenía cerca:
«Desde luego es un hombre conocedor y entendido en arcos.
Quizá también él tiene de estos en casa o siente impulsos de construirlos, según lo mueve entre sus manos aquí y allá este vagabundo conocedor de desgracias.» Y otro de los jóvenes arrogantes decía así: «¡Ojalá consiguiera tanto provecho como va a conseguir tender el arco!» Así decían los pretendientes. Entretanto el muy astuto Odiseo,