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MAHLER

El nacimiento biológico del infante humano y el nacimiento psicológico no coinciden en el


tiempo. El primero es un acontecimiento espectacular, observable y bien circunscrito; el último
es un proceso intrapsíquico de lento desarrollo.
Denominamos nacimiento psicológico del individuo al proceso de separación-individuación.
Es el establecimiento de un sentimiento de separación respecto de un mundo de realidad, y
de una relación con él, particularmente con respecto a las experiencias del propio cuerpo y al
principal representante del mundo, el objeto primario de amor. Este proceso, se manifiesta a
todo lo largo del ciclo vital; nunca termina, siegue siempre en actividad.
Los principales logros psicológicos de este proceso ocurren en el período que va del 4º-5º
mes a los 30-36 meses, lapso que denominamos fase de separación-individuación.
La separación y la individuación se conciben como dos desarrollos complementarios: la
separación consiste en la emergencia del niño de una fusión simbiótica con la madre, y la
individuación consiste en los logros que jalonan la asunción por parte del niño de sus propias
características individuales.

❖ La fase autística normal: sirve para la consolidación postnatal del desarrollo fisiológico
extrauterino. Promueve la homeostasis postfetal.

❖ La fase simbiótica normal: marca la importantísima capacidad filogenética del ser


humano para investir a la madre dentro de una vaga unidad dual, que constituye la
tierra primordial a partir de la cual se forman las relaciones humanas siguientes.

❖ La fase de separación-individuación se caracteriza por un continuo aumento de la


conciencia de la separación del sí mismo y del “otro”, que coincide con los orígenes
del sentimiento de sí-mismo, de la verdadera relación de objeto, y de la conciencia de
una realidad existente en el mundo exterior.

❖ Fase autística normal: (o-1 mes)

Se aplicó a las primeras semanas de vida el término autismo normal, pues el infante parece
hallarse en una situación de desorientación alucinatoria primitiva, en la cual la satisfacción de
necesidades parece pertenecer a su propia órbita “incondicionada”, omnipotente y autística.
Los estados somniformes del neonato, y del infante muy pequeño superan de lejos a los
períodos de vigilia, y recuerdan ese estado que prevalecía en la vida intrauterina. El infante
pasa la mayor parte del día en un estado de semisueño y semivigilia: se despierta sobre todo
cuando el hambre u otras tensiones provocadas por necesidades lo hacen llorar, y se hunde
o cae nuevamente en el sueño cuando está satisfecho, es decir, cuando se han aliviado las
tensiones excedentes. Predominan procesos fisiológicos más bien que psicológicos. El
infante está protegido contra los estímulos externos, en una situación semejante al estado
prenatal, para facilitar el crecimiento fisiológico.
Es la maternación lo que saca gradualmente al infante de su tendencia innata a la regresión
vegetativa, y promueve la conciencia sensorial del ambiente y del contacto con él. Esto
significa, que tiene que ocurrir un desplazamiento progresivo de la líbido desde dentro del
cuerpo hacia su periferia.
Se distinguen dos estadios dentro de la fase de narcisismo primario (término freudiano).
Durante las primeras semanas de vida extrauterina, prevalece un estadio de narcisismo
primario absoluto, marcado por la falta de conciencia del infante respecto de la existencia de
un agente maternante. Este es el estadio que hemos denominado de autismo normal. Va
seguido por un estadio de oscura conciencia de que uno mismo no puede proveer la
satisfacción necesaria, sino que ésta proviene de algún lugar de fuera del sí-mismo, o sea el
estadio de omnipotencia alucinatoria absoluta o incondicional.
La tarea de la fase autística es el logro del equilibrio homeostático del organismo dentro del
nuevo ambiente extrauterino, por mecanismos predominantemente somatopsíquicos
fisiológicos. Los aparatos de autonomía primaria obedecen las reglas de la organización
cenestésica del SNC.
Aunque esta fase se caracteriza por una relativa ausencia de catexia de los estímulos
externos, esto no significa que pueda no haber ninguna responsividad a los estímulos
externos.

❖ Fase simbiótica: (2-4 meses)

A partir del segundo mes, una oscura conciencia del objeto que satisface las necesidades
marca el comienzo de la fase de simbiosis normal, en que el infante se comporta y funciona
como si él y su madre constituyeran un sistema omnipotente, una unidad dual dentro de un
límite unitario común.
Si bien el infante es absolutamente dependiente respecto de su copartícipe simbiótico, la
simbiosis tiene un significado muy diferente para el copartícipe adulto. La necesidad que el
infante tiene de su madre es absoluta, pero la necesidad que la madre tiene del infante es
relativa. Por lo cual, el término simbiosis en este contexto es una metáfora; que refiere a ese
estadio de indiferenciación, de fusión con la madre, en que el “yo” no está aún diferenciado
del “no-yo” y en que lo interno y lo externo sólo están llegando en forma gradual a ser sentidos
como diferentes. Sólo transitoriamente, el infante pequeño parece aceptar la entrada de
estímulos provenientes de fuera.
El rasgo esencial de la simbiosis es la fusión somatopsíquica omnipotente, alucinatoria o
delusiva, con la representación de la madre y en particular, la delusión de que existe un límite
común entre dos individuos físicamente separados.
El yo rudimentario (aún no funcional) del neonato y del infante pequeño tiene que
complementarse con la relación emocional establecida mediante el cuidado materno, una
especie de simbiosis social. Dentro de esta matriz de dependencia fisiológica y sociobiológica
respecto de la madre ocurre la diferenciación estructural que lleva a la organización del
individuo para la adaptación: el yo en funcionamiento.
La cara humana en movimiento es el primer precepto significativo y es el engrama mnémico
que suscita la sonrisa no específica llamada social. Esta respuesta inespecífica de sonrisa,
señala la entrada de la relación con un objeto que satisface necesidades. Esto corresponde
a la entrada en el período que hemos denominado fase simbiótica. Si bien prevalece aún el
narcisismo primario, en la fase simbiótica no es tan absoluta como era en la fase autística; el
infante comienza oscuramente a percibir la satisfacción de sus necesidades como algo que
viene de algún objeto-parte que satisface esas necesidades, y se vuelve libidinalmente hacia
esa fuente o agente de maternación. La necesidad se transforma gradualmente en el afecto
específico de anhelo “ligado a un objeto”.
Freud, señala que el yo se moldea bajo el impacto de la realidad, por un lado, y de los
impulsos instintivos, por el otro. El cambio de una catexia predominantemente propioceptiva-
exteroceptiva a una catexia sensorio-perceptiva de la periferia es un paso fundamental en el
desarrollo. Este cambio de la catexia, es un prerrequisito esencial de la formación del yo
corporal.
La ”conducta de sostenimiento” de la partícipe maternante, la “preocupación maternal
primaria” (Winnicott), es el organizador simbiótico, el partero de la individuación, del
nacimiento psicológico. El autismo normal y la simbiosis normal son prerrequisitos del
comienzo del proceso normal de separación-individuación; ni éstas, ni cualquiera de las
subfases de la separación-individuación, es totalmente reemplazada por la fase siguiente.
Desde el punto de vista evolutivo, cada fase se presenta como un período en que se hace
una contribución cualitativamente diferente al desarrollo psicológico del individuo.
El autismo normal y la simbiosis normal son los dos primeros estadios de no diferenciación:
el primero es no objetal, el último es preobjetal (Spitz). Los dos estadios ocurren antes de la
diferenciación de la matriz indiferenciada, es decir, antes de que se haya producido la
separación e individuación y la emergencia el yo rudimentario como estructura funcional.

❖ Proceso de separación individuación:

El proceso de separación-individuación empieza a los 4 meses, cuando el bebé agarra


objetos, con el sostén cefálico, la sonrisa social, cuando sigue con la mirada, y con la
coordinación óculo-manual.
Presenta 4 subfases: Diferenciación, Ejercitación locomotriz, Acercamiento y en camino a la
construcción del objeto libidinal.

❖ Subfase 1: diferenciación y desarrollo de la imagen corporal: (4-8 meses)


Alrededor de los 4 a 5 meses, hay fenómenos conductuales que parecen indicar el comienzo
de la primera subfase de separación-individuación, a saber, la diferenciación. El infante
pequeño se ha familiarizado con la mitad maternante de su yo simbiótico, como lo indica la
sonrisa social no específica. Esta sonrisa se transforma gradualmente en la respuesta
específica (preferencial) de sonrisa a la madre, que es el signo crucial de que se ha
establecido un vínculo específico entre el infante y su madre.
El “proceso de ruptura del cascarón” es, una evolución ontogenética gradual del sensorio (el
sistema perceptual consciente) que permite al infante tener un sensorio más
permanentemente alerta cuando está despierto.
La atención del infante, que durante los primeros meses de la simbiosis se dirigía en gran
parte hacia adentro, o se enfoca de una vaga manera cenestésica dentro de la órbita
simbiótica, se expande gradualmente con el advenimiento de la actividad perceptual dirigida
hacia el exterior durante los crecientes períodos de vigilia del niño. El niño ya no parece entrar
y salir del estado de alerta, sino que tiene un sensorio más permanentemente alerta cuando
está en estado de vigilia.
A los 6 meses comienzan los intentos de experimentar la separación-individuación. Esto
puede observarse en conductas del infante tales como tirar del cabello, las orejas o la nariz
de la madre, poner comida en la boca de la madre, y poner el cuerpo tenso para apartarse
de la madre y poder contemplarla mejor. Hay signos definidos de que el bebé comienza a
diferenciar su propio cuerpo del de su madre. A los 6-7 meses ocurre el apogeo de la
exploración manual, táctil y visual del rostro de la madre y de las partes cubiertas y desnudas
del cuerpo de la madre; es aquí donde el infante descubre con fascinación un broche, un par
de anteojos o un aro que usa la madre. Pueden ocurrir juegos de escondidas en que el infante
aún desempeña un rol pasivo. Estas pautas explorativas se desarrollan más tarde hasta
constituir la función cognitiva de verificar lo no familiar oponiéndolo a lo que ya es familiar.

❖ Subfase 2: Ejercitación locomotriz: (8-14 meses)

El período de ejercitación presenta dos etapas:

1. Primera fase de ejercitación: anunciada por la más temprana capacidad del infante
de alejarse físicamente de su madre, gateando, haciendo pinitos, trepando y
poniéndose de pie, pero aún agarrado.
2. Período de ejercitación propiamente dicho: caracterizado fenomenológicamente
por la locomoción vertical libre.

Al menos tres desarrollos interrelacionados, aunque discriminables, contribuyen al que el niño


haga sus primeros progresos hacia la conciencia de separación y hacia la individuación: la
rápida diferenciación corporal de la madre; el establecimiento de un vínculo de apego
específico con ella; y el desarrollo y funcionamiento de los aparatos autónomos del yo en
estrecha proximidad con la madre.
Estos desarrollos parecen preparar el camino para que el interés del infante por u madre se
extienda más definidamente a los objetos inanimados, al comienzo provistos por esta, alguno
puede transformarse en un objeto transicional.Si bien hay interés estas actividades, el interés
por la madre parece tener precedencia.
La expansión de la capacidad locomotriz durante la primera subfase de ejercitación amplía el
mundo del niño, no sólo tiene éste un rol activo en determinar la cercanía y distancia con su
madre, sino que las modalidades hasta entonces utilizadas para explorar el ambiente familiar
lo exponen repentinamente a un segmento más amplio de realidad, hay más que ver, más
que tocar, más que oír. La manera en que se experimenta este nuevo mundo parece estar
sutilmente relacionada con la madre, que aún es el centro del universo del niño, desde el cual
éste va saliendo solo gradualmente hacía círculos cada vez más amplios.
Con la madre como ancla , la parte frustradora de las nuevas experiencias y exploraciones
se vuelven manejables y predomina la parte placentera de la exploración.
Es el desarrollo emocional y no de las habilidades motrices por sí mismo lo que caracteriza
esta fase, el gozoso investimiento en el ejercicio de las funciones autónomas, especialmente
la movilidad, hasta la casi exclusión de un interés en la madre en algunos momentos.
La distancia óptima parece ser la que permite la libertad de realizar tales actividades a cierta
distancia física de su madre. , sin embargo la madre es necesaria como punto estable, como
“base de operaciones” que satisface el reabastecimiento mediante contacto físico;
“reabastecimiento o recarga emocional”.

La ejercitación propiamente dicha:


Con el estímulo de las funciones autónomas, tales como la cognición pero especialmente la
locomoción vertical, comienza el “idilio con el mundo”. El deambulador da el paso máximo en
la individuación humana. Camina libremente en postura vertical. Así cambia el plano de su
visión; desde una posición estratégica enteramente nueva descubre perspectivas, placeres y
frustraciones inesperadas y cambiantes.
La catexia libidinal se desplaza sustancialmente y pasa al servicio del yo autónomo en rápido
desarrollo y de sus funciones, y el niño parece embriagado por sus propias facultades y por
la magnitud de su propio mundo. El narcisismo alcanza su nivel máximo. Los primeros
independientes pasos señalan el comienzo del período de ejercitación locomotriz por
excelencia, con una ampliaciòn sustancial del mundo y de la prueba de realidad. En ese
momento comienza un investimiento libidinal en continua progresión que se aplica a las
habilidades motrices de la ejercitación y a la exploraciòn del ambiente que se va ampliando,
tanto en el mundo humano como en el inanimado. La principal característica de este período
es el gran investimiento narcisístico del niño en sus propias funciones , su propio cuerpo, y
los objetos y objetivos de su “realidad” en expansión. Junto con esto vemos una gran
impermeabilidad a los golpes y caídas y demás frustraciones. Los adultos sustitutos que les
resultaban familiares son aceptados con facilidad.

❖ Subfase 3: el acercamiento: (14-24 meses)

Plantea dos pautas características de la conducta del deambulador: el seguimiento de la


madre y la huída de ella; indican tanto el deseo de reencuentro con el objeto de amor como
el temor del niño de que ese objeto lo re-absorba.
En la época en que el deambulador pequeño (12 a 15 meses), se transforma en deambulador
grande (de hasta 24 meses), comienza a experimentar, más o menos gradualmente y más o
menos agudamente, los obstáculos que entorpecen el camino de lo que sería su “conquista
del mundo”. Si bien la individuación procede muy rápidamente y el niño la ejercita hasta el
límite, también se da cada vez más cuenta de su separación y emplea toda clase de
mecanismos para resistir y contrarrestar su separación real de la madre. El deambulador
pequeño se da cuenta gradualmente de que sus objetos de amor son individuos separados
con sus propios intereses personales.
Aprox. a los 15 meses, se nota un cambio en la calidad de la relación del niño con su madre.
La madre ya no es solo la “base de operaciones”; parecía estarse transformando en una
persona con la cual el deambulador deseaba compartir sus descubrimientos del mundo, cada
vez más amplios. El signo conductual más importante de esta nueva manera de relacionarse
es el traer continuamente cosas a la madre, llenarle el regazo de objetos que el niño había
encontrado en su mundo en expansión. El principal investimiento emocional a dichos objetos,
reside en la necesidad que tiene el niño de compartirlos con su madre.
La exaltada preocupación del deambulador por la locomoción y la exploración por sí mismas
estaba comenzando a disminuir, al desplazarse la fuente de máximo placer de la locomoción
independiente y la exploración del mundo inanimado, a la interacción social. Los juegos de
escondidas y también los de imitación son ahora sus pasatiempos favoritos.
Se da el descubrimiento de la diferencia anatómica sexual, el mismo estimula la adquisición
de una conciencia más neta sobre el cuerpo y de la relación de éste con los cuerpos de otras
personas. Experimenta cada vez más su cuerpo por sí mismo como una posesión que le es
propia. Ya no le gusta que lo “manejen”, mostrándose resistente a que lo pongan o mantengan
en una posición pasiva mientras lo visten o cambian los pañales.
El deseo de más amplia autonomía por parte del niño, se expresa también en una extensión
activa del mundo madre-hijo: principalmente para incluir al padre. El niño en etapa de
acercamiento desarrolla relaciones con otras personas del ambiente, aparte del padre y la
madre. Alrededor de los 16-17 meses en adelante, le gusta pasar periodos cada vez más
largos apartados de su madre.
El primer período de acercamiento culmina a la edad de 17 a 18 meses, en lo que parece una
consolidación y una gran aceptación temporarias de la separación. Ocurre con un gran placer
en compartir posesiones y actividades con la madre o el padre, y también, con el mundo social
en expansión, que incluía no sólo a adultos sino también a otros niños. Hay importantes
indicios precursores de la inminente lucha con el objeto de amor: la más llamativa son los
berrinches.

Crisis del acercamiento: (18 a 24 meses)


Alrededor de los 18 meses, los deambuladores parecen muy ansiosos de ejercitar a fondo su
autonomía. Se producen conflictos que parecen centrarse en el deseo de estar separado y
ser grande y omnipotente, por una parte, y de hacer que la madre satisficiera mágicamente
los deseos sin tener que reconocer que en realidad llegaba ayuda del exterior. El período se
caracteriza entonces por el deseo rápidamente alternante de alejar a la madre y de aferrarse
a ella: “ambitendencia”.

Reacciones a la separación durante la crisis de acercamiento:


El deambulador a esta edad no gusta de que lo “dejen abandonado” pasivamente. Comienzan
a producirse dificultades en el proceso mismo de despedida, expresadas en la reacción de
aferrarse a la madre. Por lo común estas reacciones iban acompañadas por depresión y por
una incapacidad inicial, breve o prolongada, de dedicarse a jugar. Los mecanismos de
escisión en esta época pueden tomar varias formas.

Moldeamiento del acercamiento: la distancia óptima:


A los 21 meses, se observa una disminución general de la lucha por el acercamiento. Cada
niño parece una vez más encontrar la distancia óptima respecto de su madre, la distancia a
la cual su funcionamiento es óptimo.
Los elementos de la creciente individuación, que parecen posibilitar esta capacidad para
funcionar a mayor distancia, y sin la presencia de la madre, son los siguientes:
❖ El desarrollo del lenguaje, es decir, la designación de objetos y la expresión de deseos
con palabras específicas. La capacidad de nombrar objetos le da un sentimiento de
capacidad de controlar su ambiente.
❖ El proceso de internalización.
❖ El progreso en la capacidad de expresar deseos y fantasías mediante el juego
simbólico, así como el uso del juego para fines de dominio.

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