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OBSTÁCULOS CREADOS POR LAS IGLESIAS QUE HACEN IMPOSIBLE LA

PARTICIPACIÓN DE LAS MUJERES

Joana Ortega

INTRODUCCIÓN

I. OBSTÁCULOS IDEOLÓGICOS

A. IDEA DE DIOS/CRISTO: TEOLOGÍA/CRISTOLOGÍA PATRIARCAL


B. IDEA DE PERSONA: ANTROPOLOGÍA PATRIARCAL
C. IDEA DE IGLESIA: ECLESIOLOGÍA PATRIARCAL

II. OBSTÁCULOS ESTRUCTURALES

A. INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IGLESIA
B. JERARQUIZACION DE LA IGLESIA

CONCLUSIÓN

1
INTRODUCCIÓN

Resulta del todo evidente que habiendo entrado en un nuevo milenio las mujeres siguen
siendo objeto de múltiples formas de violencia, unas explícitas y otras implícitas. Creo
que una de esas formas de violencia –implícita, pero no menos cruel y detestable- es
establecer barreras que obstaculicen el acceso de las mujeres a cualquiera de los ámbitos
de la vida.

¿Podemos hablar de obstáculos para la mujer en una sociedad que presume de favorecer
las libertades y de ser plural? Y del mismo modo ¿Podemos decir que la Iglesia, el
Pueblo de Dios, “baluarte de la verdad absoluta y eterna”, ha sido un paradigma en el
ejercicio de la violencia contra las mujeres, poniendo en el camino de seguimiento de
las mismas todo tipo de obstáculos? Desgraciadamente, a ambas preguntas hemos de
responder positivamente. Tanto en el ámbito civil como en el religioso las mujeres
siguen siendo objeto –aunque de una forma, digamos, sutil- del abuso, la discriminación
y el ostracismo. La sociedad sigue siendo sexista tanto social, como económica, como
políticamente, y las iglesias son un reflejo de la sociedad en su propia organización: una
organización sexista y por tanto, obstaculizadora del pleno desarrollo de las mujeres en
el seguimiento de Jesús. El testimonio de muchas mujeres así lo ratifica.

Si hiciésemos un ejercicio comparando la experiencia carismática de la iglesia primitiva


con la experiencia ”anticarismática” de la iglesia actual nos daríamos cuenta de que,
quizás uno de los mayores problemas es la falta de experiencia del Espíritu, la falta de
experiencia del Evangelio de Jesús, que deriva en iglesias que, más que vivir la justicia
del Reino de Dios, experimenta la injusticia de “las cosas profundas de Satanás” (Ap.
2,24). El proyecto de Jesús, quizás mejor reflejado por la primera iglesia: “Todos
estaban unánimes entregados de continuo a la oración junto con las mujeres... Cuando
llegó el día de Pentecostés estaban todos juntos en un mismo lugar.
De repente vino del cielo un ruido como de una ráfaga de viento impetuoso que llenó
toda la casa donde estaban sentados, y se les aparecieron lenguas como de fuego que,
repartiéndose, se posaron sobre cada uno de ellos... Todos los que habían creído
estaban juntos y tenían todas las cosas en común; vendía todas sus propiedades y sus
bienes y los compartían con todos, según la necesidad de cada uno.
2
Día tras día continuaban unánimes en el templo y partiendo el pan en los hogares,
comían juntos con alegría y sencillez de corazón, alabando a Dios y hallando favor con
todo el pueblo. Y el Señor añadía cada día al número de ellos los que iban siendo
salvos.” (Hc. 1,14; 2,1-3, 43-47), no está siendo, en absoluto, compartido por la iglesia
actual.

Siendo conscientes de la realidad no sólo estamos muy lejos de esa experiencia


carismática de la primera iglesia, sino que, al parecer, la iglesia cristiana
(institucionalizada) del siglo XXI no tiene el más mínimo interés en llevar a cabo lo que
encontramos en los Evangelios que fue el proyecto de Jesús: “ser luz a las naciones” en
la construcción del Reino de Dios.Más que trabajar en la construcción de ese Reino
parece que cada vez se le ponen más y más obstáculos. Por eso nos hemos propuesto
hacer una aproximación a algunos de esos obstáculos –seguramente habrá más de los
que yo reseñaré- que las iglesias presentan a las mujeres que se toman en serio su
experiencia de fe, de encuentro con Jesús, en un camino de seguimiento y de
compromiso con la anticipación del Reino de Dios.

En primer lugar hablaremos de los obstáculos ideológicos: toda práctica se halla


fundamentada en una determinada ideología. Nuestra comprensión de Dios, de la iglesia
y del ser humano –ya interiorizada y, por tanto, no sometida a crítica- condicionan de
manera definitiva nuestra práctica del Evangelio.

En segundo lugar veremos algunos obstáculos estructurales que, más que construir la
iglesia, la están destruyendo gracias a las injusticias y desigualdades que se dan en su
seno. La institucionalización y la jerarquización de la iglesia son dos de las causas
principales en la exclusión y silenciamiento de las mujeres.

Rosemary Radford Ruether en su libro Mujer nueva, tierra nueva. La liberación del
hombre y la mujer en un mundo nuevo, afirma que si

“...el sexismo es “la última causa” a defender es, sin duda, porque sus
estereotipos son más antiguos y más profundos en nuestra cultura que en otros
cualesquiera. También afecta la identidad y el sistema de sostén personal de
3
aquéllos (hombres) liberales más que cualquier otro problema. El simbolismo
sexual es fundamental en la percepción del orden y de las relaciones que se han
construido en las culturas. La organización psíquica de la conciencia, la visión
dualista del yo y del mundo, el concepto jerárquico de la sociedad... todas esas
relaciones se han modelado según las pautas del dualismo sexual.”1

Esto quiere decir, que las sociedades contemporáneas son herederas de una serie de
mitos y de sistemas de creencias que, basándose en la división sexual o de género como
fundamento de jerarquización, han dado lugar a una formación de hábitos que
selecciona una serie de ideas que llegan a convertirse en presupuestos axiomáticos y,
por tanto, no susceptibles de ser examinados críticamente2. La asunción del
denominado “sistema patriarcal” como “lo natural”, es consecuencia directa de dichos
presupuestos. Y en este sentido estamos inmersos en el lenguaje como ámbito de lo
simbólico y a través de él nos interpretamos a nosotros mismos e interpretamos el
mundo (hasta ahora un mundo patriarcal). Ese mundo simbólico queda reflejado tanto
en la teología como en las estructuras eclesiales. Por tanto debemos encontrar una
dialéctica que facilite y haga posible la verdadera paridad.

1
pp. 17-18.
2
Sin embargo “Toda interpretación correcta tiene que protegerse contra la arbitrariedad de las ocurrencias
y contra la limitación de los hábitos imperceptibles del pensar. y orientar su mirada “a la cosa misma”.
Gadamer, H.G., Verdad y Método, Salamanca, 1991. p. 333.
4
I. OBSTÁCULOS IDEOLÓGICOS

Somos lo que creemos y lo que pensamos. Puesto que somos seres racionales,
necesitamos fundamentar y justificar nuestro conocimiento y nuestra actuación. Por eso
en el fondo de toda exclusión y discriminación de las mujeres en las iglesias cristianas
hay una determinada forma de hacer teología, una filosofía muy concreta que se remonta
al judaísmo y a la Grecia antiguos. Ignorar la influencia de ambas formas de
pensamiento en la configuración de la religión cristiana sería, como mínimo, ingenuo.
¿En qué sentido la tradición teológica/filosófica afecta a la plena participación de las
mujeres en todos los ministerios de la iglesia?

A. IDEA DE DIOS/CRISTO: TEOLOGÍA/CRISTOLOGÍA PATRIARCAL

Si leemos los evangelios intentando encontrar lo que Jesús pretendía construir y cómo
se desarrolla su ministerio, enseguida observamos que el grupo que se formó en torno a
Jesús no tiene una voluntad, por lo menos en principio, discriminatoria. Las mujeres,
absolutamente fascinadas por el mensaje del Reino se unieron al grupo de Jesús e
intuyeron una nueva forma igualitaria de desarrollarse como seres humanos junto a otros
seres humanos (podríamos poner múltiples ejemplos de cómo entendieron las primeras
mujeres cristianas su papel en la comunidad). Es decir, que una teología/cristología
primitiva parecería incluir a las mujeres. Sin embargo, y de acuerdo con Rosemary
Radford Ruether el discurso teológico-cristológico ha sido, precisamente, el que ha
excluido a las mujeres de una integración total en la vida y organización de la iglesia3.

La tradición cristiana identificó al Cristo con el Logos, el cual, dentro de la filosofía


helenística se identifica con una racionalidad puramente masculina. Esto quiere decir
que las diferentes representaciones de Dios eran, obviamente masculinas. A pesar de
que la teología cristiana nunca ha dicho el género de Dios –tampoco puede- lo cierto es
que la idea “Dios” está masculinizada. Es más, cuando algunas feministas se empeñan
en llamar a Dios “Madre nuestra...” en lugar de “Padre nuestro”, todavía se origina un

3
Loades, Ann (Ed.), Teología feminista, Desclé de Brouwer, Bilbao, 1997.
5
escándalo considerable. Por tanto, la metáfora masculina siempre se ha considerado más
adecuada a la figura de Dios.

Sallie McFague, en su libro Modelos de Dios, apunta que esos modelos de la divinidad
que la tradición cristiana nos ha legado están atravesados por el pensamiento patriarcal
y, por tanto, son del todo modelos masculinos, identificados con la sensibilidad y el
carácter masculinos. Títulos otorgados a Dios como “Jehová de los ejércitos” y otros
proponen una imagen guerrera, masculinizada de la esencia divina, y por tanto, nosotros
no podemos huir de esa imagen: Dios = Varón (aunque sublimado).

Esta visión de Dios afectará tanto nuestra representación del ser humano (antropología),
como nuestra socialización en el grupo con el que nos hemos identificado
(Eclesiología)..

B. IDEA DE PERSONA: ANTROPOLOGÍA PATRIARCAL

No podemos ignorar que esa comprensión masculinizada y androcéntrica de Dios afecta


profundamente a nuestra antropología: el ser humano (hombre/mujer) está hecho a la
imagen de Dios, pero si nuestra idea de Dios está masculinizada, eso quiere decir que
nuestra idea de ser humano también lo está. De hecho, la tradición cristiana ha
identificado la imago Dei con el varón hasta el punto de rechazar ”la posibilidad de que
las mujeres fueran también teomórficas.”4 Por tanto es el varón y no la mujer la que
tiene la imagen de Dios. Las mujeres son creación de Dios, aunque inferior y, por tanto,
bajo el dominio del varón. San Agustín así lo expresa en De Trinitate:

“¿Cómo, pues, oímos al Apóstol que el varón es imagen de Dios, y por


eso se le prohibe cubrir su cabeza; pero no la mujer, y por eso se le
manda velar su cabeza? La razón, a mi entender, es, según indiqué al
tratar de la esencia del alma humana, porque la mujer, juntamente con su
marido, es imagen de Dios, formando una sola imagen de Dios, formando
una sola imagen toda la naturaleza humana; pero considerada como
ayuda, en lo que a ella sola se refiere, no es imagen de Dios. Por lo que al
varón se refiere, es imagen de Dios tan plena y perfectamente como
cuando con la mujer integra un todo.”5

4
Ibid., p. 194
5
Agustín, De Trinitate, XII, 7, 10. Traduc. de L. Arias, BAC 39, Madrid 1985. p. 563.
6
Y Ortega y Gasset también dice:
“En la presencia de la mujer presentimos los varones inmediatamente a
una criatura que en el plano propio de la humanidad es de un rango vital
algo inferior al nuestro. No existe ningún otro ser que posea esta doble
condición: ser humano y serlo menos que el varón.”6

La iglesia nunca llega a negar que las mujeres tengan un alma susceptible de ser
redimida, sin embargo, se creía que en su especificidad femenina la mujer era lo opuesto
a lo divino. De hecho, debido a la asunción de la biología aristotélica, durante mucho
tiempo se creyó que la mujer era un ente pasivo en la concepción, y que era el varón el
que plantaba su semilla y hacía posible la formación de un nuevo ser. Si ese nuevo ser
era varón se le consideraba un ser humano completo, mientras que si era mujer se debía
a un error en la gestación, considerándola como “un varón menguado”, inferior “en
cuerpo, inteligencia y autocontrol moral.7

La consecuencia de esta forma de pensar resulta evidente: la masculinidad de Cristo se


convierte en una necesidad ontológica, puesto que para poder identificarse con toda la
humanidad debía encarnarse de acuerdo con la humanidad completa, plena, representada
por el varón.

Es cierto que la teoría de que la inteligencia de la mujer es inferior a la del varón ha sido
refutada desde el acceso de ésta a la educación superior, y que se ha demostrado que la
biología aristotélica es falsa. Sin embargo en la base de la obstaculización del acceso
pleno de la mujer a los diferentes ministerios en las iglesias siguen estando estos
prejuicios. Nadie afirmaría en la actualidad que la encarnación de Cristo como varón es
una necesidad ontológica, pero se sigue actuando como si así lo fuera. Rosemary
Radford Ruether dice que una cristología así no sirve para las mujeres, puesto que “... si
las mujeres no pueden representar a Cristo, entonces Cristo no puede representar a las
mujeres.”8 El ámbito simbólico del lenguaje parece, en este sentido, segregar a las
mujeres de la doctrina cristológica; véase, si no, cómo expresa Ruíz de la Peña el hecho
de Cristo:

6
Cita tomada de Historia de las mujeres, vol. V.
7
Loades, Ann, Ibid., p. 196. Citando a Aristóteles Gen An., 729b.
8
Ibid.
7
“Cristo, hombre entre los hombres, ha venido a confirmar decisivamente
el valor absoluto de la persona humana. Pues de cada hombre puede
decirse que por él murió el Hijo de Dios en persona; el precio de
cualquier ser humano es la vida del Dios encarnado.”9

El lenguaje de Ruíz de la Peña no puede ser más ambiguo. Aunque utiliza en tres
ocasiones el abstracto “persona” o “ser humano”, en su forma de expresar el valor
absoluto de la humanidad –hombre/mujer- revela un grave prejuicio: identifica la
plenitud humana con lo masculino, es decir, “ser humano pleno” = hombre.

¿Cómo afecta todo lo que hemos expuesto hasta ahora a nuestra eclesiología? Si nuestra
representación de Dios es masculina, y si se ha interiorizado que la verdadera imagen de
Dios la posee el varón, nuestra eclesiología está directamente relacionada con esos dos
prejuicios, reflejándolos continuamente.

C. IDEA DE IGLESIA: ECLESIOLOGÍA PATRIARCAL

El modelo de Iglesia/iglesias que tenemos y que nos ha tocado experimentar está


totalmente atravesado por una comprensión patriarcal de la teología y de la
antropología. Dicha comprensión patriarcal ha originado una determinada lectura de los
textos la cual, desestimando el verdadero carácter del proyecto de Jesús, ha dado lugar a
una eclesiología fragmentada y clasista.

La lectura a la que me estoy refiriendo se centra, sobre todo, en las cartas paulinas.
Textos como:
“Así mismo que las mujeres se vistan con ropa decorosa, con pudor y
modestia, no con peinado ostentoso, no con oro, o perlas, o vestidos
costosos; sino con buenas obras como corresponde a las mujeres que
profesan la piedad.
Que la mujer aprenda calladamente, con toda obediencia.
Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el
hombre, sino que permanezca callada. Porque Adán fue creado primero,
después Eva. Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo
engañada completamente, incurrió en transgresión. Pero se salvará

9
Ruíz de la Peña, Juan L., Imagen de Dios. Antropología teológica fundamental. Sal Terrae, Santander
1988.
8
engendrando hijos, si permanece en fe, amor y santidad, con modestia.”
(1 Tim. 2,9-15)

han sido utilizados prejuiciadamente para la exclusión de las mujeres de los ministerios
de la iglesia. Sin embargo textos como Gálatas 3,28 se han interpretado -creo que de
mala fe- no tanto en términos de igualación social o ministerial, sino en términos de
salvación: todos somos iguales en la salvación, pero eso no implica que tenga que
reflejarse en la configuración socioeclesial.

La analogía que hace San Pablo entre las relaciones matrimoniales y las relaciones entre
Dios y la Iglesia (Ef. 5, 22-33) también ha sido interpretada desde una mentalidad
patriarcal dando lugar a los excesos, tanto matrimoniales como eclesiales, que todos
conocemos: puesto que “Cristo es cabeza de la iglesia” y “el varón es cabeza de la
mujer”, solo el varón debe ser representante y mediador de Dios para con ella. Como
dice Rosemary Radofrd:

“La feminidad de la Iglesia no significa que sus líderes puedan ser


mujeres, ¡de ningún modo! Es decir que los líderes de la iglesia no se
consideran como representantes de la Iglesia ante Dios, sino como
representantes de Dios ante la Iglesia. En oposición a las enseñanzas de
Jesús, surge en la Iglesia una clase de líderes que se modela según las
pautas del patriarcado divino para ubicarse en una posición jerárquica con
respecto al pueblo cristiano.”10

Debemos concluir, por tanto, admitiendo que el pensamiento patriarcal ha configurado


nuestra idea de Dios, nuestra idea de ser humano y nuestra idea de Iglesia. Y esto no
solo en el caso de los varones, sino también en el caso de las mujeres: hemos
interiorizado tanto las estructuras patriarcales que ni siquiera nos damos cuenta de
cuánto afectan éstas a nuestra forma de pensar, hasta el punto de haber sacralizado la
inferioridad de la mujer: “Esos mitos [los construidos por la sociedad patriarcal] todavía
están entre nosotros.” puesto que “La organización psíquica de la conciencia, la visión
dualista del yo y del mundo, el concepto jerárquico de la sociedad, la relación entre la
humanidad y la naturaleza, y entre Dios y la creación, todas esas relaciones se han
modelado según las pautas del dualismo sexual.”11
10
Radfor Ruether, Rosemary,Mujer nueva, Tierra nueva. La liberación del hombre y la mujer en un
mundo renovado. Ed. Megápolis, Buenos Aires (Argentina), 1977. p. 91.
11
Ibid., p. 18.
9
II. OBSTÁCULOS ESTRUCTURALES

Una vez establecido el substrato ideológico de la exclusión de las mujeres en la plena


participación eclesial debemos hablar de otro tipo de obstáculos que se derivan de él.

No podemos negar que las iglesias cristianas se ha constituido de acuerdo con unas
estructuras basadas en el sistema patriarcal y, por tanto, discriminatorias para las
mujeres. ¿Fue esto siempre así?

A. INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IGLESIA

Cuando nos acercamos a la historia de la Iglesia observamos que se ha dado en ella un


proceso de institucionalización. La Iglesia del siglo XX tiene, a nivel estructural, pocas
cosas en común con aquél primer grupo que se formó en torno a Jesús y que recibió el
Espíritu Santo en Pentecostés.

Ese proceso de institucionalización no se ha llevado a cabo en el siglo XX, sino que ya


en el N.T. nos encontramos con el inicio de dicho proceso, consumado con la
cristianización del Imperio de la mano de Constantino. Las Pastorales y otros escritos de
Pablo son una muestra de esto. Mientras que en Gálatas nos encontramos con la
afirmación paulina de que en Cristo “ya no hay varón ni mujer” como una superación de
los prejuicios de género en la comunidad creyente, en la carta a los Corintios, en los
códigos domésticos (Efesios y Colosenses) y en la pastorales (1 Timoteo y Tito)
observamos un claro interés de institucionalización.

Puesto que la institucionalización de la Iglesia nace y se desarrolla de acuerdo con los


parámetros de una sociedad patriarcal que identifica lo divino, lo racional y lo espiritual
con lo masculino, al mismo tiempo que se da dicho proceso, se aprecia una pérdida de
los valores que el mismo Jesús había establecido como signos de identidad de su grupo,
que llevados hasta sus últimas consecuencias acabarían con todo tipo de

10
desigualdades.12 Las enseñanzas de Jesús llevadas a la práctica hubieran acabado
definitivamente con una visión patriarcal de Dios y del mundo:
“Pero vosotros no dejéis que os llamen Rabbí; porque uno es vuestro
maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis a nadie padre
vuestro en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.
Ni dejéis que os llamen preceptores, porque uno es vuestro Preceptor,
Cristo. Pero el mayor de vosotros será vuestro servidor.” (Mt. 23, 8-11).

Sin embargo, como sabemos, eso no ha ocurrido y la Iglesia en su institucionalización


ha optado por un modelo -me atrevería a decir que anticristiano- jerárquico de
organización. Entre los siglos II y VI se fue aboliendo paulatinamente el diaconado y el
presbiteriado femenino, aunque la cuestión parecía ser definitiva a partir del siglo IV,
cuando ya existía una casta especial de sacerdotes, según el modelo de los sacerdotes del
culto imperial, y que luego evolucionó hacia el modelo levítico13. Más tarde, el
ascetismo, la escolástica, la Reforma, la Contrarreforma, los Concilios y el Papado no
hicieron más que reforzar la misoginia de la Iglesia, la cual ha llegado hasta nuestros
días, estando sobre todo muy presente en las iglesias tradicionales y en las iglesias
bíblicas fundamentalistas.

B. JERARQUIZACIÓN DE LA IGLESIA

Partiendo de una comprensión del sacerdocio como una casta especial, heredera del
sacerdocio levítico, con su particular visión de las mujeres, se entiende que la Iglesia
acabara asumiendo una forma de gobierno jerarquizada, olvidando las enseñanzas de
Jesús (Mt. 23, 8-12). De cualquier modo, las mujeres no pueden aspirar a formar parte
de esa casta especial; ese es un coto reservado para los hombres, que en el caso del
catolicismo deben, además, ser célibes.

En las últimas dos décadas de este siglo el tema de la ordenación de las mujeres al
sacerdocio ha sido muy discutido y reivindicado, sobre todo por parte de ciertos
colectivos feministas.

12
Los valores del Reino de Dios que predicaba Jesús los encontramos reflejados en el Sermón de la
montaña como el programa de construcción del nuevo pueblo de Dios.
13
Asumir el modelo levítico de sacerdocio no sólo masculinizó definitivamente el ministerio, sino que
proporcionó una visón de la mujer como algo sucio e impuro. Incluso se ordenó a las mujeres que no
participaran de la eucaristía cuando tenían la menstruación. (Radford Ruether, ibid. p.87)
11
La socióloga Christine Cheyne14 partió de la hipótesis de que el sexismo que se reflejaba
en los prejuicios sociales se reflejaba también en la Iglesia, para elaborar un informe que
la Conferencia Episcopal le había pedido sobre el sexismo en la Iglesia Católica. Este
informe volvió a poner encima de la mesa el tema de la ordenación de las mujeres.
Debido a la naturaleza jerárquica de la iglesia dicha ordenación ha sido continuamente
desestimada, esgrimiendo siempre los mismos argumentos, todos ellos de carácter
disciplinario y no teológico15, si se tiene en cuenta que tanto la Tradición como las
Escrituras han sido interpretadas sin considerar seriamente el contexto cultural y
sociopolítico.

Esos argumentos son:

1. Jesucristo fue varón. Las iglesias han querido justificar la limitación del liderazgo a
los varones a través de una pretendida fidelidad histórica16. Puesto que Jesucristo fue
claramente un hombre, sus representantes en la tierra también deben serlo.
Este argumento es bastante débil, puesto que el nacer hombre o mujer es algo
puramente circunstancial, además de estar supeditando una de las cuestiones más
importantes de la fe cristiana –la igualdad en Cristo (Gal. 3,28)- a algo puramente
físico y accidental: “El que solo los varones hayan tenido hasta hoy en la iglesia
acceso al sacerdocio ministerial, se debe no al hecho de que Cristo haya nacido
varón, sino a otros factores de orden histórico y sociológico.”17

2. Jesucristo sólo eligió hombres como apóstoles. De nuevo el argumento es bastante


flojo y podemos presentar contrargumentos, como por ejemplo que en el N.T. hay
testimonio de mujeres que ejercieron ministerios apostólicos. El hecho de que luego
dicho ministerio se circunscribiese solo a los varones responde, únicamente, a
cuestiones sociológicas y no a a una intención explícita de Jesús de tener solo
apóstoles varones.

14
Ver el artículo de Smith, Susan, “Made in God’s: A Report on Sexism within the Catolic Church in New
Zealand” en Feminist Theology, nº. 10, Septiembre 1995.
15
Boff, Leonardo, Eclesiogénesis. Las comunidades de base reinventan la iglesia. Sal Terrae, Santander,
1986. p. 117.
16
Ibid.
17
Ibid.
12
3. Los textos paulinos exigen a las mujeres sumisión y silencio en la iglesia. El
problema es que a estos textos se les ha dado una interpretación normativa y
ahistórica, cuando en realidad deberían ser estudiados dentro de su propio contexto
social, cultural y religioso. Además debemos admitir que Pablo es más igualitario
con las mujeres donde la cultura lo permite (Filipos, Cencreas, etc). Lo mismo que
ocurría con el primer argumento en cuanto al género de Jesús como justificación del
sacerdocio exclusivo de los varones, ¿Deberíamos concluir que la cultura
grecorromana en la que se insertan estos textos es mejor, más cristiana y más
“conforme a naturaleza” que la nuestra? Pienso que la respuesta es obvia: la fe
cristiana trasciende el hecho sociocultural y lo transforma. El respeto por los
derechos de todos los seres humanos es uno de los grandes valores cristianos, y no el
silencio y la sumisión de las mujeres.

4. En la tradición de la iglesia no ha habido mujeres sacerdotes. Sin embargo, no


encontramos rasgos esenciales que prohiban el sacerdocio de las mujeres. Las
mujeres fueron excluidas por causas ministeriales, no por causas esenciales que
encontremos en los textos.

Deberíamos concluir, por tanto, que la exclusión de las mujeres del ministerio
sacerdotal o de otros ministerios tradicionalmente masculinos, responde, únicamente, a
una costumbre de la iglesia, adquirida, sin duda, por exigencias culturales que en la
actualidad no tienen ningún valor ni ninguna vigencia.

13
CONCLUSIÓN

Creo que ha quedado bastante patente que la iglesia está siriviendo, en la actualidad,
como substrato ideológico para favorecer la discriminación de la mujer, puesto que
aquélla se entiende a sí misma como “guardiana de lo que es perdurable en la sociedad”,
se considera inmutable hasta el punto de identificar el orden natural con el orden
cristiano:

Visible, eterna, perfecta, o sea independiente en su campo, la Iglesia tiene


todos los derechos y todos los medios necesarios para conseguir sus fines
en el campo de la propia competencia, de la propia esfera.
La Iglesia... no solo hace el bien en el aspecto espiritual, sino también en
el social.”18

Esta es la Iglesia del presente. Pero ¿Cómo construiremos la Iglesia del futuro? Gerald
A. Arbuckle introduce un concepto absolutamente necesario para llevar a cabo dicha
construcción: se trata de refundar la Iglesia. Esa refundación se llevará a cabo ejerciendo
una disidencia creativa y responsable venciendo el miedo a seguir hablando de temas
como la ordenación de las mujeres, la inadecuación del celibato, la jerarquización de la
Iglesia, la necesidad del lenguaje inclusivo, etc.19

¿Cómo podemos llevar a cabo esa disidencia creativa? Rosemary Radford Ruether dice
que “ser iglesia, el cuerpo de Cristo, es básicamente ser una comunidad que vive en y a
través de la gracia.”20 Ella misma habla de seis elementos necesarios para llegar a ser esa
Iglesia del futuro, que vive en y por la gracia:

1. Multiculturalismo
Debemos aprender a ser auténticamente una Iglesia universal, no hegemónica, de
hombres occidentales, blancos y europeos, que confunde la cultura masculina
occidental como normativa y cristiana que debe ser impueta en Asia, Africa,
América Latina, Arabia, Polinesia y a las mujeres de todos los grupos. Debemos, por

18
Cardenal Ottaviani, citado por Rovira i Belloso, José Mª., Fe y cultura en nuestro tiempo, Sal Terrae. p.
94.
19
Arbuckle, Gerald A. Refundar la Iglesia. Sal Terrae, Santander, 1993.
20
Radford Ruether, Rosemary, “Being a Catholic Feminist at The End of the Twentieth Century” en
Feminist Theology, nº. 10, Septiembre 1995.
14
lo tanto, investigar, proclamar y celebrar la actual diversidad de los cristianos,
estableciendo un diálogo que nos enriquezca mutuamente.
2. Compromiso con los pobres y con los oprimidos
Las iglesias de Africa, Asia y América latina, nuestros hermanos y hermanas del
Tercer Mundo claman por una renovación de la Iglesia cuya opción preferencial
sean los pobres. La Iglesia cristiana es, auténticamente, el cuerpo de Cristo cuando
vive en solidaridad con aquella parte de la comunidad que es tratada injustamente,
marginada, maltratada y silenciada por el poder institucional. La llamada
fundamental del Cristo sigue siendo: “Id y contad... los ciegos reciben la vista, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son
resucitados, y a los pobres se les anuncia el evangelio.” (Mt. 11, 2,4-5) y “El espíritu
del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los
pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la
vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año
favorable del Señor.” (Lc. 4,18-19). Sólo viviendo estas Buenas Noticias, vivimos el
evangelio.

3. Una Iglesia liberada del sexismo


Debemos trabajar por una iglesia liberada del sexismo, que realmente viva la
comunidad de iguales: hombres y mujeres liberados de las patologías sexuales, que
valoran su sexualidad, que están liberados de la homofobia, y son capaces de
reconocer la diversidad de las orientaciones sexuales.
Necesitamos, por tanto reconocer, que ser comunidad cristiana significa ser
comunidad de iguales, es decir, una comunidad en la que la distinción
masculino/femenino, esclavo y libre se transforme en una nueva humanidad donde
tanto la mujer como el hombre son reconocidos como imagen de Dios y
representativos de Cristo, donde todos somos restaurados y acogidos, y donde no
existe ni la irresponsabilidad, ni la explotación.

4. Una Iglesia democrática


Se trata de procurar una política de iglesia participativa e igualitaria, es decir algo
totalmente opuesto a la política patriarcal, aristocrática y monárquica actual
Deberíamos ser capaces de recuperar el modelo no jerarquizado de comunidad que
15
el mensaje de Jesús propone: “Y Jesús les dijo: Los reyes de los gentiles se
enseñorean de ellos; y los que tienen autoridad sobre ellos son llamados
bienhechores. Pero no es así con vosotros; antes el mayor entre vosotros hágase
como el menor, y el que dirige como el que sirve.” (Lc. 22, 25-26).

5. Una Iglesia que reconoce su falibilidad


Una Iglesia que se cree ella misma infalible en el establecimiento de sus reglas
monárquicas es una iglesia encerrada en su propia apostasía, y hace esta apostasía
irredimible. Cualquier pecado es perdonable, excepto el de presunción de
infalibilidad, porque este es el pecado contra el Espíritu Santo. Debemos ser capaces
de reconocer que podemos caer en el error, no ya tanto como individuos, sino como
instituciones que ejercen su capacidad institucional.
Reconocer que podemos fallar nos liberará para ser humanos y reconocernos como
seres finitos y falibles, viendo en parte y no totalmente. También nos liberará para
ser cristianos que viven por fe, celebrando la oportunidad de arrepentirnos y de vivir
en la gracia de la transformación, sin lo cual no podemos experimentar una auténtica
vida en Cristo.
Debemos liberarnos, por tanto de la necesidad infantil de tener ciertas certezas, para
poder llevar a cabo una búsqueda inteligente de otras perspectivas verdaderas que
podemos construir, sin necesidad de que se constituyan en la única base de nuestra
vida.

6. Una Iglesia que vive por gracia


Una vez más, queremos insistir en que la Iglesia que buscamos, en la que podemos
vivir plenamente, es la iglesia que vive por gracia, no en el sentido de la gracia que
excluye el conocimiento, la experiencia y el cambio histórico, sino una gracia que
nos sostiene y apoya en y a través de nuestra búsqueda de significado y justicia, y en
nuestra libertad para arrepentirnos, liberándonos para abandonar ideas y sistemas
para ser renovados en el milagro de la vida.

¿Cómo podemos empezar a caminar hacia esa Iglesia? ¿Cuáles son los caminos que
debemos andar si tenemos presente la actual institucionalización de la iglesia como

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oposición? ¿Cómo superaremos la violencia ejercida por la Iglesia sobre las mujeres? La
misma Rosemary Radford nos da algunas ideas21:

1. Necesitamos madurar, y darnos cuenta de lo realmente difícil que es liberarnos de


los residuos de un espiritualidad infantil que ha sido absolutamente interiorizada a lo
largo de nuestra tradición eclesial, en nuestra socialización.
Esta socialización dentro de una dependencia patriarcal nos sitúa entre la rebelión y
la sumisión, adoptando a veces formas de sumisión para redimirnos de la
culpabilidad de la rebelión, lo cual no favorece nuestro camino hacia una
responsabilidad adulta. Ser adultos significa tener confianza en nuestra propia
autonomía sin necesidad de autoinfligirnos o autonegarnos, siendo capaces de tomar
la responsabilidad de participar en la construcción del futuro de la comunidad desde
las relaciones de servicio y no desde las relaciones de poder.

2. Necesitamos ser gente de oración. Esto significa que debemos encontrar el equilibrio
entre la acción social y la espiritualidad; ambas endémicas en nuestra cultura.
Necesitamos recuperar una espiritualidad que práctica la oración, la meditación, y
cultiva la presencia de Dios en nuestras vidas utilizándola no para alienarnos de la
realidad, sino para adquirir un verdadero compromiso con ella.

3. Necesitamos ser conocedores de la historia y de la teología de la Iglesia para


entender por qué estamos donde estamos, pero también para poder cuestionar esa
historia y esa teología, como un camino posible para la continua renovación de la
Iglesia.

4. Necesitamos estar comprometidos socialmente. Debemos encontrar caminos para la


solidaridad con los desprotegidos de la historia. Ellos deben ser nuestra opción
preferencial.
También debemos comprometernos con el futuro ecológico del planeta y actuar de
forma comprometida y responsable.

21
Ibid.
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Estas cuatro formas de futuro para la iglesia: madurez, oración, conocimiento y
compromiso social y ecológico deben reflejarse no solo en nuestras relaciones sociales,
sino sobre todo en nuestras vidas en comunidad. No siempre podremos desarrollar estas
cuatro caminos en la iglesia institucional, pero sí podremos hacerlo desde comunidades
alternativas, y desde las organizaciones paralelas.

Es cierto que las iglesias siguen poniendo muchos obstáculos a la plena integración de
las mujeres en la vida comunitaria, sin embargo debemos tener confianza en la actividad
del Espíritu abriendo caminos que nos conducirán a un futuro mejor: el Reino de Dios.

“Mi alma engrandece al Señor, y mi espíritu se regocija en Dios mi


salvador. Porque ha mirado la humilde condición de esta su sierva... [y]
ha quitado a los poderosos de sus tronos y ha exaltado a los humildes; a
los hambrientos ha colmado de bienes y ha despedido a los ricos con las
manos vacías.” (Lc. 1, 46-53).

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