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Joana Ortega
INTRODUCCIÓN
I. OBSTÁCULOS IDEOLÓGICOS
A. INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IGLESIA
B. JERARQUIZACION DE LA IGLESIA
CONCLUSIÓN
1
INTRODUCCIÓN
Resulta del todo evidente que habiendo entrado en un nuevo milenio las mujeres siguen
siendo objeto de múltiples formas de violencia, unas explícitas y otras implícitas. Creo
que una de esas formas de violencia –implícita, pero no menos cruel y detestable- es
establecer barreras que obstaculicen el acceso de las mujeres a cualquiera de los ámbitos
de la vida.
¿Podemos hablar de obstáculos para la mujer en una sociedad que presume de favorecer
las libertades y de ser plural? Y del mismo modo ¿Podemos decir que la Iglesia, el
Pueblo de Dios, “baluarte de la verdad absoluta y eterna”, ha sido un paradigma en el
ejercicio de la violencia contra las mujeres, poniendo en el camino de seguimiento de
las mismas todo tipo de obstáculos? Desgraciadamente, a ambas preguntas hemos de
responder positivamente. Tanto en el ámbito civil como en el religioso las mujeres
siguen siendo objeto –aunque de una forma, digamos, sutil- del abuso, la discriminación
y el ostracismo. La sociedad sigue siendo sexista tanto social, como económica, como
políticamente, y las iglesias son un reflejo de la sociedad en su propia organización: una
organización sexista y por tanto, obstaculizadora del pleno desarrollo de las mujeres en
el seguimiento de Jesús. El testimonio de muchas mujeres así lo ratifica.
En segundo lugar veremos algunos obstáculos estructurales que, más que construir la
iglesia, la están destruyendo gracias a las injusticias y desigualdades que se dan en su
seno. La institucionalización y la jerarquización de la iglesia son dos de las causas
principales en la exclusión y silenciamiento de las mujeres.
Rosemary Radford Ruether en su libro Mujer nueva, tierra nueva. La liberación del
hombre y la mujer en un mundo nuevo, afirma que si
“...el sexismo es “la última causa” a defender es, sin duda, porque sus
estereotipos son más antiguos y más profundos en nuestra cultura que en otros
cualesquiera. También afecta la identidad y el sistema de sostén personal de
3
aquéllos (hombres) liberales más que cualquier otro problema. El simbolismo
sexual es fundamental en la percepción del orden y de las relaciones que se han
construido en las culturas. La organización psíquica de la conciencia, la visión
dualista del yo y del mundo, el concepto jerárquico de la sociedad... todas esas
relaciones se han modelado según las pautas del dualismo sexual.”1
Esto quiere decir, que las sociedades contemporáneas son herederas de una serie de
mitos y de sistemas de creencias que, basándose en la división sexual o de género como
fundamento de jerarquización, han dado lugar a una formación de hábitos que
selecciona una serie de ideas que llegan a convertirse en presupuestos axiomáticos y,
por tanto, no susceptibles de ser examinados críticamente2. La asunción del
denominado “sistema patriarcal” como “lo natural”, es consecuencia directa de dichos
presupuestos. Y en este sentido estamos inmersos en el lenguaje como ámbito de lo
simbólico y a través de él nos interpretamos a nosotros mismos e interpretamos el
mundo (hasta ahora un mundo patriarcal). Ese mundo simbólico queda reflejado tanto
en la teología como en las estructuras eclesiales. Por tanto debemos encontrar una
dialéctica que facilite y haga posible la verdadera paridad.
1
pp. 17-18.
2
Sin embargo “Toda interpretación correcta tiene que protegerse contra la arbitrariedad de las ocurrencias
y contra la limitación de los hábitos imperceptibles del pensar. y orientar su mirada “a la cosa misma”.
Gadamer, H.G., Verdad y Método, Salamanca, 1991. p. 333.
4
I. OBSTÁCULOS IDEOLÓGICOS
Somos lo que creemos y lo que pensamos. Puesto que somos seres racionales,
necesitamos fundamentar y justificar nuestro conocimiento y nuestra actuación. Por eso
en el fondo de toda exclusión y discriminación de las mujeres en las iglesias cristianas
hay una determinada forma de hacer teología, una filosofía muy concreta que se remonta
al judaísmo y a la Grecia antiguos. Ignorar la influencia de ambas formas de
pensamiento en la configuración de la religión cristiana sería, como mínimo, ingenuo.
¿En qué sentido la tradición teológica/filosófica afecta a la plena participación de las
mujeres en todos los ministerios de la iglesia?
Si leemos los evangelios intentando encontrar lo que Jesús pretendía construir y cómo
se desarrolla su ministerio, enseguida observamos que el grupo que se formó en torno a
Jesús no tiene una voluntad, por lo menos en principio, discriminatoria. Las mujeres,
absolutamente fascinadas por el mensaje del Reino se unieron al grupo de Jesús e
intuyeron una nueva forma igualitaria de desarrollarse como seres humanos junto a otros
seres humanos (podríamos poner múltiples ejemplos de cómo entendieron las primeras
mujeres cristianas su papel en la comunidad). Es decir, que una teología/cristología
primitiva parecería incluir a las mujeres. Sin embargo, y de acuerdo con Rosemary
Radford Ruether el discurso teológico-cristológico ha sido, precisamente, el que ha
excluido a las mujeres de una integración total en la vida y organización de la iglesia3.
3
Loades, Ann (Ed.), Teología feminista, Desclé de Brouwer, Bilbao, 1997.
5
escándalo considerable. Por tanto, la metáfora masculina siempre se ha considerado más
adecuada a la figura de Dios.
Sallie McFague, en su libro Modelos de Dios, apunta que esos modelos de la divinidad
que la tradición cristiana nos ha legado están atravesados por el pensamiento patriarcal
y, por tanto, son del todo modelos masculinos, identificados con la sensibilidad y el
carácter masculinos. Títulos otorgados a Dios como “Jehová de los ejércitos” y otros
proponen una imagen guerrera, masculinizada de la esencia divina, y por tanto, nosotros
no podemos huir de esa imagen: Dios = Varón (aunque sublimado).
Esta visión de Dios afectará tanto nuestra representación del ser humano (antropología),
como nuestra socialización en el grupo con el que nos hemos identificado
(Eclesiología)..
4
Ibid., p. 194
5
Agustín, De Trinitate, XII, 7, 10. Traduc. de L. Arias, BAC 39, Madrid 1985. p. 563.
6
Y Ortega y Gasset también dice:
“En la presencia de la mujer presentimos los varones inmediatamente a
una criatura que en el plano propio de la humanidad es de un rango vital
algo inferior al nuestro. No existe ningún otro ser que posea esta doble
condición: ser humano y serlo menos que el varón.”6
La iglesia nunca llega a negar que las mujeres tengan un alma susceptible de ser
redimida, sin embargo, se creía que en su especificidad femenina la mujer era lo opuesto
a lo divino. De hecho, debido a la asunción de la biología aristotélica, durante mucho
tiempo se creyó que la mujer era un ente pasivo en la concepción, y que era el varón el
que plantaba su semilla y hacía posible la formación de un nuevo ser. Si ese nuevo ser
era varón se le consideraba un ser humano completo, mientras que si era mujer se debía
a un error en la gestación, considerándola como “un varón menguado”, inferior “en
cuerpo, inteligencia y autocontrol moral.7
Es cierto que la teoría de que la inteligencia de la mujer es inferior a la del varón ha sido
refutada desde el acceso de ésta a la educación superior, y que se ha demostrado que la
biología aristotélica es falsa. Sin embargo en la base de la obstaculización del acceso
pleno de la mujer a los diferentes ministerios en las iglesias siguen estando estos
prejuicios. Nadie afirmaría en la actualidad que la encarnación de Cristo como varón es
una necesidad ontológica, pero se sigue actuando como si así lo fuera. Rosemary
Radford Ruether dice que una cristología así no sirve para las mujeres, puesto que “... si
las mujeres no pueden representar a Cristo, entonces Cristo no puede representar a las
mujeres.”8 El ámbito simbólico del lenguaje parece, en este sentido, segregar a las
mujeres de la doctrina cristológica; véase, si no, cómo expresa Ruíz de la Peña el hecho
de Cristo:
6
Cita tomada de Historia de las mujeres, vol. V.
7
Loades, Ann, Ibid., p. 196. Citando a Aristóteles Gen An., 729b.
8
Ibid.
7
“Cristo, hombre entre los hombres, ha venido a confirmar decisivamente
el valor absoluto de la persona humana. Pues de cada hombre puede
decirse que por él murió el Hijo de Dios en persona; el precio de
cualquier ser humano es la vida del Dios encarnado.”9
El lenguaje de Ruíz de la Peña no puede ser más ambiguo. Aunque utiliza en tres
ocasiones el abstracto “persona” o “ser humano”, en su forma de expresar el valor
absoluto de la humanidad –hombre/mujer- revela un grave prejuicio: identifica la
plenitud humana con lo masculino, es decir, “ser humano pleno” = hombre.
¿Cómo afecta todo lo que hemos expuesto hasta ahora a nuestra eclesiología? Si nuestra
representación de Dios es masculina, y si se ha interiorizado que la verdadera imagen de
Dios la posee el varón, nuestra eclesiología está directamente relacionada con esos dos
prejuicios, reflejándolos continuamente.
La lectura a la que me estoy refiriendo se centra, sobre todo, en las cartas paulinas.
Textos como:
“Así mismo que las mujeres se vistan con ropa decorosa, con pudor y
modestia, no con peinado ostentoso, no con oro, o perlas, o vestidos
costosos; sino con buenas obras como corresponde a las mujeres que
profesan la piedad.
Que la mujer aprenda calladamente, con toda obediencia.
Yo no permito que la mujer enseñe ni que ejerza autoridad sobre el
hombre, sino que permanezca callada. Porque Adán fue creado primero,
después Eva. Y Adán no fue engañado, sino que la mujer, siendo
engañada completamente, incurrió en transgresión. Pero se salvará
9
Ruíz de la Peña, Juan L., Imagen de Dios. Antropología teológica fundamental. Sal Terrae, Santander
1988.
8
engendrando hijos, si permanece en fe, amor y santidad, con modestia.”
(1 Tim. 2,9-15)
han sido utilizados prejuiciadamente para la exclusión de las mujeres de los ministerios
de la iglesia. Sin embargo textos como Gálatas 3,28 se han interpretado -creo que de
mala fe- no tanto en términos de igualación social o ministerial, sino en términos de
salvación: todos somos iguales en la salvación, pero eso no implica que tenga que
reflejarse en la configuración socioeclesial.
La analogía que hace San Pablo entre las relaciones matrimoniales y las relaciones entre
Dios y la Iglesia (Ef. 5, 22-33) también ha sido interpretada desde una mentalidad
patriarcal dando lugar a los excesos, tanto matrimoniales como eclesiales, que todos
conocemos: puesto que “Cristo es cabeza de la iglesia” y “el varón es cabeza de la
mujer”, solo el varón debe ser representante y mediador de Dios para con ella. Como
dice Rosemary Radofrd:
No podemos negar que las iglesias cristianas se ha constituido de acuerdo con unas
estructuras basadas en el sistema patriarcal y, por tanto, discriminatorias para las
mujeres. ¿Fue esto siempre así?
A. INSTITUCIONALIZACIÓN DE LA IGLESIA
10
desigualdades.12 Las enseñanzas de Jesús llevadas a la práctica hubieran acabado
definitivamente con una visión patriarcal de Dios y del mundo:
“Pero vosotros no dejéis que os llamen Rabbí; porque uno es vuestro
maestro y todos vosotros sois hermanos. Y no llaméis a nadie padre
vuestro en la tierra, porque uno es vuestro Padre, el que está en los cielos.
Ni dejéis que os llamen preceptores, porque uno es vuestro Preceptor,
Cristo. Pero el mayor de vosotros será vuestro servidor.” (Mt. 23, 8-11).
B. JERARQUIZACIÓN DE LA IGLESIA
Partiendo de una comprensión del sacerdocio como una casta especial, heredera del
sacerdocio levítico, con su particular visión de las mujeres, se entiende que la Iglesia
acabara asumiendo una forma de gobierno jerarquizada, olvidando las enseñanzas de
Jesús (Mt. 23, 8-12). De cualquier modo, las mujeres no pueden aspirar a formar parte
de esa casta especial; ese es un coto reservado para los hombres, que en el caso del
catolicismo deben, además, ser célibes.
En las últimas dos décadas de este siglo el tema de la ordenación de las mujeres al
sacerdocio ha sido muy discutido y reivindicado, sobre todo por parte de ciertos
colectivos feministas.
12
Los valores del Reino de Dios que predicaba Jesús los encontramos reflejados en el Sermón de la
montaña como el programa de construcción del nuevo pueblo de Dios.
13
Asumir el modelo levítico de sacerdocio no sólo masculinizó definitivamente el ministerio, sino que
proporcionó una visón de la mujer como algo sucio e impuro. Incluso se ordenó a las mujeres que no
participaran de la eucaristía cuando tenían la menstruación. (Radford Ruether, ibid. p.87)
11
La socióloga Christine Cheyne14 partió de la hipótesis de que el sexismo que se reflejaba
en los prejuicios sociales se reflejaba también en la Iglesia, para elaborar un informe que
la Conferencia Episcopal le había pedido sobre el sexismo en la Iglesia Católica. Este
informe volvió a poner encima de la mesa el tema de la ordenación de las mujeres.
Debido a la naturaleza jerárquica de la iglesia dicha ordenación ha sido continuamente
desestimada, esgrimiendo siempre los mismos argumentos, todos ellos de carácter
disciplinario y no teológico15, si se tiene en cuenta que tanto la Tradición como las
Escrituras han sido interpretadas sin considerar seriamente el contexto cultural y
sociopolítico.
1. Jesucristo fue varón. Las iglesias han querido justificar la limitación del liderazgo a
los varones a través de una pretendida fidelidad histórica16. Puesto que Jesucristo fue
claramente un hombre, sus representantes en la tierra también deben serlo.
Este argumento es bastante débil, puesto que el nacer hombre o mujer es algo
puramente circunstancial, además de estar supeditando una de las cuestiones más
importantes de la fe cristiana –la igualdad en Cristo (Gal. 3,28)- a algo puramente
físico y accidental: “El que solo los varones hayan tenido hasta hoy en la iglesia
acceso al sacerdocio ministerial, se debe no al hecho de que Cristo haya nacido
varón, sino a otros factores de orden histórico y sociológico.”17
14
Ver el artículo de Smith, Susan, “Made in God’s: A Report on Sexism within the Catolic Church in New
Zealand” en Feminist Theology, nº. 10, Septiembre 1995.
15
Boff, Leonardo, Eclesiogénesis. Las comunidades de base reinventan la iglesia. Sal Terrae, Santander,
1986. p. 117.
16
Ibid.
17
Ibid.
12
3. Los textos paulinos exigen a las mujeres sumisión y silencio en la iglesia. El
problema es que a estos textos se les ha dado una interpretación normativa y
ahistórica, cuando en realidad deberían ser estudiados dentro de su propio contexto
social, cultural y religioso. Además debemos admitir que Pablo es más igualitario
con las mujeres donde la cultura lo permite (Filipos, Cencreas, etc). Lo mismo que
ocurría con el primer argumento en cuanto al género de Jesús como justificación del
sacerdocio exclusivo de los varones, ¿Deberíamos concluir que la cultura
grecorromana en la que se insertan estos textos es mejor, más cristiana y más
“conforme a naturaleza” que la nuestra? Pienso que la respuesta es obvia: la fe
cristiana trasciende el hecho sociocultural y lo transforma. El respeto por los
derechos de todos los seres humanos es uno de los grandes valores cristianos, y no el
silencio y la sumisión de las mujeres.
Deberíamos concluir, por tanto, que la exclusión de las mujeres del ministerio
sacerdotal o de otros ministerios tradicionalmente masculinos, responde, únicamente, a
una costumbre de la iglesia, adquirida, sin duda, por exigencias culturales que en la
actualidad no tienen ningún valor ni ninguna vigencia.
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CONCLUSIÓN
Creo que ha quedado bastante patente que la iglesia está siriviendo, en la actualidad,
como substrato ideológico para favorecer la discriminación de la mujer, puesto que
aquélla se entiende a sí misma como “guardiana de lo que es perdurable en la sociedad”,
se considera inmutable hasta el punto de identificar el orden natural con el orden
cristiano:
Esta es la Iglesia del presente. Pero ¿Cómo construiremos la Iglesia del futuro? Gerald
A. Arbuckle introduce un concepto absolutamente necesario para llevar a cabo dicha
construcción: se trata de refundar la Iglesia. Esa refundación se llevará a cabo ejerciendo
una disidencia creativa y responsable venciendo el miedo a seguir hablando de temas
como la ordenación de las mujeres, la inadecuación del celibato, la jerarquización de la
Iglesia, la necesidad del lenguaje inclusivo, etc.19
¿Cómo podemos llevar a cabo esa disidencia creativa? Rosemary Radford Ruether dice
que “ser iglesia, el cuerpo de Cristo, es básicamente ser una comunidad que vive en y a
través de la gracia.”20 Ella misma habla de seis elementos necesarios para llegar a ser esa
Iglesia del futuro, que vive en y por la gracia:
1. Multiculturalismo
Debemos aprender a ser auténticamente una Iglesia universal, no hegemónica, de
hombres occidentales, blancos y europeos, que confunde la cultura masculina
occidental como normativa y cristiana que debe ser impueta en Asia, Africa,
América Latina, Arabia, Polinesia y a las mujeres de todos los grupos. Debemos, por
18
Cardenal Ottaviani, citado por Rovira i Belloso, José Mª., Fe y cultura en nuestro tiempo, Sal Terrae. p.
94.
19
Arbuckle, Gerald A. Refundar la Iglesia. Sal Terrae, Santander, 1993.
20
Radford Ruether, Rosemary, “Being a Catholic Feminist at The End of the Twentieth Century” en
Feminist Theology, nº. 10, Septiembre 1995.
14
lo tanto, investigar, proclamar y celebrar la actual diversidad de los cristianos,
estableciendo un diálogo que nos enriquezca mutuamente.
2. Compromiso con los pobres y con los oprimidos
Las iglesias de Africa, Asia y América latina, nuestros hermanos y hermanas del
Tercer Mundo claman por una renovación de la Iglesia cuya opción preferencial
sean los pobres. La Iglesia cristiana es, auténticamente, el cuerpo de Cristo cuando
vive en solidaridad con aquella parte de la comunidad que es tratada injustamente,
marginada, maltratada y silenciada por el poder institucional. La llamada
fundamental del Cristo sigue siendo: “Id y contad... los ciegos reciben la vista, los
cojos andan, los leprosos quedan limpios, los sordos oyen, los muertos son
resucitados, y a los pobres se les anuncia el evangelio.” (Mt. 11, 2,4-5) y “El espíritu
del Señor está sobre mí, porque me ha ungido para anunciar el evangelio a los
pobres. Me ha enviado para proclamar libertad a los cautivos, y la recuperación de la
vista a los ciegos, para poner en libertad a los oprimidos, para proclamar el año
favorable del Señor.” (Lc. 4,18-19). Sólo viviendo estas Buenas Noticias, vivimos el
evangelio.
¿Cómo podemos empezar a caminar hacia esa Iglesia? ¿Cuáles son los caminos que
debemos andar si tenemos presente la actual institucionalización de la iglesia como
16
oposición? ¿Cómo superaremos la violencia ejercida por la Iglesia sobre las mujeres? La
misma Rosemary Radford nos da algunas ideas21:
2. Necesitamos ser gente de oración. Esto significa que debemos encontrar el equilibrio
entre la acción social y la espiritualidad; ambas endémicas en nuestra cultura.
Necesitamos recuperar una espiritualidad que práctica la oración, la meditación, y
cultiva la presencia de Dios en nuestras vidas utilizándola no para alienarnos de la
realidad, sino para adquirir un verdadero compromiso con ella.
21
Ibid.
17
Estas cuatro formas de futuro para la iglesia: madurez, oración, conocimiento y
compromiso social y ecológico deben reflejarse no solo en nuestras relaciones sociales,
sino sobre todo en nuestras vidas en comunidad. No siempre podremos desarrollar estas
cuatro caminos en la iglesia institucional, pero sí podremos hacerlo desde comunidades
alternativas, y desde las organizaciones paralelas.
Es cierto que las iglesias siguen poniendo muchos obstáculos a la plena integración de
las mujeres en la vida comunitaria, sin embargo debemos tener confianza en la actividad
del Espíritu abriendo caminos que nos conducirán a un futuro mejor: el Reino de Dios.
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