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Les ruego el favor de guardar silencio, por una sola razón: por la razón por la cual este

movimiento no es personalista sino doctrinario. Por la razón elemental de que tiene que
terminar de una vez el hecho primitivo, el hecho indecoroso para mi patria, que es un gran
pueblo, de que se le maneje con el irrespeto con que se manejan las vacadas de las
haciendas privadas. Los hombres colombianos no podemos ser manejados con ese irrespeto.
Es nuestra dignidad, que está por encima de los partidos, que está por encima de los cálculos
monumentarios, que está por encima de las papeletas; porque donde no hay dignidad de
hombres todo lo demás está perdido.
Pero no resultó tampoco aquella maniobra, que tenía nombre propio, y en esta tarde me he
encontrado con el caso singular de los enterradores convertidos en parteras de nacimiento
del gobierno. No señores, los enterradores no pueden tomar el papel de comadronas. Y
tranquilamente, fraguadas todas esas cosas, con el único propósito de atajarle la voluntad al
pueblo, se saca del propio del masi como cualquier prestidigitador saca del propio pubilete
mágico, el nombre moral e intelectualmente ilustre del doctor Eduardo Santos, que es el otro
extremo de los cariños aparentes y de los odios profundos de estos dos antiguos jefes del
partido liberal.

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