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Introducción
Las ocupaciones de rutas, edificios públicos y plazas como así también los
bloqueos de calles y puentes se convirtieron en un dato constante en ciudades
y pueblos de la Argentina desde mediados de la década del ‘90.2 Los bloqueos
de ruta no constituían una novedad en la historia argentina;3 sin embargo, los
piquetes en las ciudades de de Cutral-Có y Plaza Huincul (provincia de Neuquén)
1 Dra. de la Universidad de Buenos Aires (orientación antropología social). Becaria Posdoctoral del
CONICET. Miembro de los proyectos FI 041 -UBACyT- y PIP 5858 –CONICET–, y del programa
de estudios sobre protesta y resistencia social. Ambos, proyectos y programa, bajo la dirección de la
Dra. Mabel Grimberg. Sección de Antropología Social, Facultad de Filosofía y Letras, UBA. Mail:
virman@sinectis.com.ar
2 En el año 1997 se produjeron 140 cortes de rutas en todo el país, mientras que en 2002, la cifra
aumentó a 2336. Asimismo, a lo largo del período 1997-2005, la mayor incidencia de esta modalidad
de protesta, el 30% sobre el total del país, se concentró en la provincia de Buenos Aires (Fuente: Nueva
Mayoría).
3 En el año 1987, los trabajadores del Ingenio Las Palmas en la provincia del Chaco bloquearon la
ruta en reclamo por el cierre de ese establecimiento. En el mes de septiembre de 1991, mineros de
Sierra Grande (provincia de Río Negro) reclamaron ante la Casa Rosada por el cierre de Hipasam. Tres
días después, las mujeres de los mineros bloquearon la ruta nacional 3, y lograron la reapertura de la
mina y el pago de salarios atrasados. No obstante, la empresa se cerró un año después. Otro hecho con
características similares fue el “Tractorazo”, en julio de 1993, impulsado por sectores del agro (Senen
González y Bosoer, 1999).
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obra pública –sin costo para los vecinos–; ocupación en el plan hídrico que
contemple todos los arroyos; ocupación en infraestructura en los barrios).
3-Ampliación del subsidio por desocupación, que abarque a todos los casos
por desocupación. 4-Boleto gratuito para los desocupados para ir a buscar
trabajo. 5-Que se exceptúe al desocupado del pago de servicios e impuestos.
6-Que se implementen los cuatro turnos de seis horas en fábricas, empresas
y grandes supermercados. 7-Por la derogación de la Ley Provincial 11.685
que faculta a los intendentes a despedir personal como en Morón, Ituzaingó,
San Miguel y otros municipios. 8-Contra la persecución de los dirigentes
populares, y la represión de la luchas y las manifestaciones” (Boletín in-
formativo de los “Barrios de la Olla”, mayo de 1996).
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“De 5000 encuestas que se habían logrado –que no era todo el barrio, era
a lo que se podía llegar con el grupo al que se pertenecía; por ejemplo, yo
pertenecía a una comunidad que éramos quince, veinte, y llegamos a cubrir
cien familias; no cubrimos todo el barrio–, de 5000 familias de esos dieciséis
barrios, 3500 no tenían trabajo, de los grupos familiares, porque por ahí
viven cuatro familias y no había ninguno” (José, 46 años, ex seminarista
salesiano, miembro de la FTV).
“Tuvimos una reunión con la Chiche Duhalde en una Fundación que tiene
en Lomas de Zamora. Ahí fuimos los tres curas y le llevamos las encuestas,
todo, y ella se comprometió, hasta que terminara su marido la gobernación,
a mandarnos 10.000 kilos de comida todos los meses. Cumplió. Es más,
le dijimos: ‘Hay que firmar’, y dijo: ‘Mi palabra basta’. Bueno, con eso
que llegaba al Patronato lo que nosotros logramos fue ampliar la Red: de
dieciséis barrios pasamos... hoy ya son más de setenta... pero de dieciséis
ahí, en ese momento, pasamos a cerca de cuarenta. Fuimos ampliando
porque la gente preguntaba, venía, y nosotros decíamos: ‘Bueno, la idea
que esto sirva para organizarnos’” (José, ex sacerdote, miembro actual de
la FTV).
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San Justo, con todas las carpetas. Salíamos a eso de las seis o las siete de la
mañana y volvíamos a eso de las once de la noche. Continuamente era eso así”
(Ramón, 58 años, dirigente de la Junta Vecinal del barrio Santa Emilia, actual
integrante de la CCC).
“El tema de las tierras costó sacrificio porque acá ella (se refiere a Violeta)
ponía el salario del marido para el viaje a La Plata; y no es que viajábamos a
La Plata una vez por semana o una vez por mes, viajábamos dos o tres veces
por semana, y es un costo económico. Ir a La Plata implicaba –disculpame
la palabra– cagarte de hambre, cagarte de frío, cagarte de sed en verano; ir
con el boleto justo porque no se podía gastar una moneda de más, ni para
el agua con esos calores... Vos debés conocer La Plata y sabés lo que es en
el invierno ni siquiera tener para comprarte un pocillo de café. Y volver
a la noche, a veces con frustraciones, porque ibas y no obtenías nada... Y
eso, ¿viste?, te lleva a valorar el trabajo que hiciste porque fue un sacrificio
enorme (…)” (Mauricio, 46 años, dirigente de la sociedad de fomento del
barrio Tierra Nuestra, actual integrante de la FTV).
De acuerdo con los testimonios citados, esa tarea se definía como sacrificada
y costosa. Implicaba viajar dos o tres veces por semana a la ciudad de La Plata
y permanecer allí durante todo el día, comiendo y bebiendo muy poco. Como
los viajes eran costosos, en el barrio Santa Emilia se formó una “Subcomisión
de Damas” que se dedicaba, entre otras cosas, a recaudar fondos (rifas, bailes,
bingos, etc.) para costear los gastos de la tramitación vinculada con la “tierra”,
la cual estaba, sobre todo, en manos de los varones. En el transcurso de esos
años se generó un vínculo cotidiano entre los representantes barriales y los
agentes estatales. En otros términos, quienes viajaban a La Plata desarrollaron
habilidades para manejar relaciones con el Estado, como ordenar y encarpetar
la documentación, solicitar audiencias con autoridades gubernamentales y le-
gisladores, participar en reuniones con personas de diferente rango y establecer
lazos de proximidad con algunos funcionarios públicos.
Además de esas acciones cotidianas, se organizaron movilizaciones colec-
tivas a dependencias gubernamentales para “forzar”, por medio de la acción
directa, el compromiso legislativo para la sanción de la ley de expropiación:
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13 El resto de las comisiones se abocaron a los siguientes temas: comunicación y cultura, industria,
educación, ciencia y técnica, energía, relaciones internacionales, jubilación y previsión social, salud y
obras sociales, derechos humanos, y justicia.
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“Yo hablé mucho con el gordo para que se incorpore a la CTA, que plan-
teaba no una cosa pura sindical, sino una organización sindical y social,
que tenía que ver con desocupados, subocupados... Después lo invité a un
congreso nacional y en todo ese proceso comenzamos a caminar: ATE por
su lado, SUTEBA, y el gordo. Y una vez que estaba Amadeo de secretario
de Acción Social, que ya estaba muy mal la cosa, en los barrios ya estaba
muy mal la cosa, una vez charlando con Juan y con otros compañeros ahí,
en el Patronato, con gente del barrio decidimos hacer la primera marcha.
Una marcha para pedir morfi. Fue la primera presión de una cosa así. Éra-
mos como quince micros; la mayoría, gente de los barrios de esta zona.
Un kilombo terrible: nos llevamos algunos bombos” (Eduardo, 55 años,
sindicalista del gremio docente, ex concejal de La Matanza por el Frente
Grande).
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“Yo tuve la Caja PAN. Eso me parece que lo hacían las unidades básicas.
Para recibir esa mercadería, la caja PAN, me anoté en una unidad básica y
me salió” (Zulema, 53 años, integrante de la FTV, barrio Tierra Nuestra).
“Antes nunca habíamos tenido planes; la Caja PAN sí la teníamos, pero
planes recién en el ‘97” (Carlos, 54 años, presidente de la Junta Vecinal
del barrio Santa Emilia y actual coordinador nacional de los desocupados
de la CCC).
“Con el plan me voy arreglando porque mi mamá tiene una pensión, que
esa pensión la conseguí, no sé si te vas a acordar, cuando te daban la Caja
PAN. Bueno, ahí la anoté también a mi mamá y le salió la pensión” (Re-
gistro de Campo/agosto 2002).
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Otra política alimentaria que perfiló acciones en los barrios donde realicé
trabajo de campo fue el Programa Alimentario Integral y Solidario (PAIS),
dependiente del Ministerio de Acción Social de la provincia de Buenos Aires.
Ese programa fue lanzado en 1989, en el contexto de la crisis hiperinflacionaria,
y su objetivo era atender a sectores en situación de “pobreza crítica”, según
criterios de NBI (Chiara, 1991). La implementación de esa política contemplaba
tres instancias: organización de los grupos PAIS, abastecimiento alimentario
mediante compras o comedores comunitarios, y apoyo a proyectos de genera-
ción de empleo.
Los testimonios pusieron de relieve la conformación de grupos a instancias
del Programa PAIS, los cuales se reunían, organizaban compras comunitarias,
recorrían negocios mayoristas buscando precios accesibles y repartían la mer-
cadería adquirida por “bultos” de acuerdo con la cantidad de integrantes del
grupo familiar. Con el asesoramiento de trabajadores sociales que participaban
en la implementación del programa, también intentaron poner en funcionamiento
emprendimientos productivos como fábricas de pastas o marroquinería.
Por esa misma época, diversas organizaciones barriales, así como también
las CEBs, respondieron a la crisis hiperinflacionaria y a los saqueos con la
puesta en funcionamiento de comedores comunitarios.
“La pasamos muy mal en el ‘89. Yo igual era feliz porque con los compa-
ñeros de la Junta Vecinal nos juntábamos los sábados a bailar y a tocar la
guitarra; pero fue muy fea la situación. Todas las mujeres empezamos a
cocinar para los chiquitos. Nos llegaba la mercadería de la Municipalidad,
la iban a buscar los muchachos. Todos los días igual: fideos coditos, fideos
coditos, fideos coditos... con aceite, con salsa, pero fideos coditos” (Gladis,
43 años, integrante de la CCC, barrio Santa Emilia).
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“La comisión directiva de la Junta nos dijo: ‘Hay que pelear por el Plan
Vida’. La comisión directiva baja instrucciones de que la subcomisión
tiene que pelear por el Plan Vida para el barrio, entonces, nosotras, como
madres y como mujeres, teníamos que encarar el tema del Plan Vida y hacer
que bajen el Plan Vida, porque éramos un barrio muy marginado por la
ideología que tiene Carlos. Nos tenían en segundo lugar y si presionamos
únicamente conseguíamos; si no, no. Bueno, empezamos a pelear el Plan
14 Este programa fue lanzado por la esposa del gobernador, la señora Hilda Gónzalez de Duhalde,
en el distrito de Florencio Varela en 1994. En sus orígenes incorporó a 30.000 beneficiarios, tuvo un
crecimiento sostenido durante 1996 y alcanzó a 1.000.000 de personas en 1998 (Grassi, 2003; Mas-
son, 2004). En cuanto a las manzaneras: “son mujeres que viven en barrios que los funcionarios del
gobierno provincial designan como ‘pobres’ a través de mediciones técnico-estadísticas del índice de
NBI” (Masson, 2004: 104).
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Para la Junta Vecinal del barrio Santa Emilia, el Plan Vida representó mucho
más que un programa materno-infantil centrado en el reparto de alimentos. En
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Palabras finales
A través de un rastreo histórico sobre dos procesos de movilización que
ocurrieron en el distrito de La Matanza entre los años 1995 y 1996, recons-
truí la configuración de un escenario de disputa en torno al problema de la
desocupación en el que convergieron experiencias de ocupaciones de tierras,
iniciativas de organizaciones de base de la Iglesia Católica (CEBs) y tradicio-
nes político-gremiales representadas en la CTA y la CCC, cuyas propuestas se
orientaron a impulsar acciones sindicales tanto en el espacio laboral como en
el barrial/territorial.
En preciso resaltar que las organizaciones conformadas en los procesos
de ocupación de tierras de la década del ‘80 (juntas vecinales, cooperativas,
mutuales, etc.) actualizaron una modalidad de relación con el Estado asociada
a la reivindicación de la tierra para incorporar en ella la demanda por trabajo.
Desde un marco de relaciones históricas, sociales y políticas, la construc-
ción de la desocupación como problema implicó tanto la ocupación de espacios
públicos como mecanismos de producción de saber, tal es el caso de censos
y encuestas. Al mismo tiempo, las primeras movilizaciones en torno a la des-
ocupación se insertaron en un encuadre más amplio de problemas vinculados
con la desnutrición, el hambre o los inconvenientes alimentarios y sanitarios
en general. En otros términos, esas movilizaciones se sustentaron en nociones
legitimadoras (Thompson, 1995) que apelaban a costumbres, normas y ex-
pectativas sociales configuradas en una tradición de intervención estatal que
durante la década del ‘80 había extendido la asistencia alimentaria a familias
pobres de acuerdo con los criterios de NBI y con la situación de desocupación
de los jefes de hogar.
Desde un enfoque antropológico y un abordaje relacional, centrado en la
categoría de hegemonía y en el concepto operativo de campo de fuerzas, se
puede sostener que a lo largo de la década del ‘90 se configuró un escenario de
disputa en torno al problema de la desocupación desde y contra modalidades
de política estatal. En diferentes movilizaciones se reclamó el compromiso del
Estado con la situación de desocupación apelando a normas y expectativas que
remitían a modos estandarizados de intervención gubernamental centrados en
la entrega de alimentos a familias pobres. Las iniciativas impulsadas abrieron
un espacio de negociación y concertación cuyos límites estuvieron dados por el
recorte de las demandas a la cantidad de mercaderías, a la forma de distribución
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