de aquel que se fue porque no supo cómo quedarse. Y es que ella es eso, todo un caos de opciones, todo un mundo de preguntas. Si a las palabras se las lleva el viento, por su cama, cada noche, arrasa un huracán. Se rinde de vez en cuando, sí, pero la he visto luchar como nadie. Tiene esa forma tan auténtica de ser salvaje que cada vez que abre la boca alguien sale herido. Tan equilibrista por el hilo del amor, a veces, tan segura de caerse, otras tantas. Ha querido a ciegas a quienes tenían miedo a la luz y a pesar de eso sigue brillando cuando ríe, sigue riendo cuando besa, sigue besando sin motivos. He pasado tantas noches en su pelo que mis sueños olían a caricias, la toqué tan hondo que me convertí en el epicentro de su herida más profunda. Ella puede con todo este silencio que ha dejado el portazo. Es alocadamente fuerte, utópicamente infranqueable, y lo único que ahora le importa es que el rock and roll suene fuerte, manchar la boca de otro cigarro, una cerveza y para casa —de alguien—, no poner límites, y echar de menos. Echar mucho de menos. — Motivo (IV), Miguel Gane