En el marco de transformaciones que se han experimentado respecto a
las formas en que se entiende la discapacidad y el reconocimiento de las personas con discapacidad como sujetos de derecho y protagonistas de su propio desarrollo, la transición del concepto de integración al de inclusión marca otro de los cambios radicales. Integración El paradigma de la integración se fundamenta en un enfoque médico- asistencialista, el cual supone que las personas con discapacidad tienen un problema que les impide acceder a las oportunidades y ejercer plenamente sus derechos. Por ejemplo:
El problema de una persona sorda es que su limitación para
escuchar no le permite comunicarse con los demás como lo hace una persona normal, es decir, mediante el lenguaje oral o escrito.
En consecuencia y desde este punto de vista, sería preciso brindar a las
personas con discapacidad los apoyos y herramientas necesarias para que desarrollen habilidades que les permitan integrarse a la sociedad. Siguiendo con el ejemplo anterior, parecería que, para poder desenvolverse prácticamente como una persona que escucha, sería necesario que la persona sorda desarrolle habilidades para la lectura de labios, el lenguaje oral y la escritura que le permita comunicarse con el resto de las personas. La integración supone, entonces, que en la sociedad hay personas que se consideran normales o competentes y que existen otras que, por su condición (discapacidad, edad, origen étnico, preferencia sexual, entre otras), no pueden participar al mismo nivel que el resto y, por tanto, están excluidas en mayor o menor medida de las oportunidades. Por este motivo, ellas debían entonces tratar de acercarse a lo considerado como normal para que les fuera posible ser partícipes de la sociedad tal como está organizada. La siguiente imagen ilustra la exclusión social que suelen experimentar las personas con discapacidad:
En este sentido, la exclusión social no se deriva de la condición particular
de la persona sino del orden social que asume un esquema de normalidad excluyente, ya que sólo posibilita el ejercicio de los derechos y el acceso a las oportunidades para las personas que cumplen con estándares también excluyentes y exige esfuerzos extraordinarios para quienes no se ajustan a estos. De esta forma, las instituciones, la infraestructura, el transporte, la información, los medios de comunicación, la educación, el empleo, los eventos culturales, entre otras muchas actividades, no están pensados para que las PCD sean incluidas y participen de manera independiente. El principal problema radica, así, no en las limitaciones funcionales que pueda tener una persona; más bien, el problema real es que la sociedad, la cultura, la forma en que se concibe el mundo no da cabida a las personas con discapacidad. La integración, por otra parte, procura los medios para que las PCD y otros grupos sociales excluidos del ejercicio de los derechos y las oportunidades; tampoco establece obligaciones y responsabilidades compartidas para que ellas logren participar en la sociedad. La siguiente imagen ejemplifica el paradigma que se ha venido refiriendo:
En este sentido, sólo las personas que consiguen parecerse más al
esquema de lo normal o desarrollar habilidades excepcionales de adaptación son quienes consiguen una integración exitosa. En el caso de la población con discapacidad, se han escuchado historias de personas que logran acceder a aspectos tan fundamentales como la educación, el trabajo o el deporte, porque han generado recursos personales que les permiten interactuar y posicionarse en el marco social imperante. Por ejemplo:
Personas en sillas de ruedas que aprenden a subir y bajar
escaleras por sí mismas, para sortear la falta de rampas y transitar libremente por los espacios a los que todo el mundo debería tener acceso.
La pregunta para reflexionar es la siguiente: ¿qué pasa en la sociedad
que las PCD tienen que realizar acciones heroicas para conseguir lo que a cualquier persona le corresponde por derecho? Inclusión En contraposición, el nuevo paradigma de derechos humanos sobre la discapacidad parte de un enfoque totalmente diferente, a saber, la inclusión. Esto implica tener como punto de partida el hecho innegable de que las personas pueden tener condiciones diferentes como el género, la edad, la discapacidad, el perfilamiento racial, la preferencia sexual, el estado de salud, la situación económica o cualquier otra, sin que ello tenga que ser un impedimento para que nos sean garantizados el ejercicio de los derechos y el acceso a las oportunidades en condiciones de igualdad. Es por ello que la inclusión consiste en transformar el entorno social: la cultura, las instituciones, los procesos, la infraestructura, los servicios, las formas de comunicación, los mecanismos para acceder a la información, las calles, los señalamientos, el marco legal, las alternativas de participación política, los criterios para la selección de personal, la educación, los instrumentos de impartición de justicia, entre otros muchos aspectos, para poder ser realmente una sociedad incluyente. Y cuando se habla de transformación se hace referencia a realizar las modificaciones necesarias para que todas las personas puedan gozar de igualdad de condiciones para buscar y obtener un empleo, acceder a la educación, realizar deporte, votar y ser votadas, recorrer el camino a casa, decidir por ellas mismas, recibir un crédito, disfrutar de la cultura, tener una atención médica con calidad y calidez, conocer información de interés público, etcétera. La mayoría de las PCD tienen que sortear una infinidad de obstáculos para poder acceder a estos y otros derechos. Por ejemplo:
Cuando una persona o una empresa está planeando su negocio,
no piensa que podrá tener entre sus clientes a PCD que podrían requerir condiciones específicas para usar las instalaciones o conocer la información sobre el producto o servicio por medios alternativos de comunicación. Cuando una institución pública de cualquier nivel de gobierno desarrolla un programa dirigido a toda la población, generalmente no considera que potencialmente pueda haber PCD que quieran acceder a sus beneficios. Esto ocasiona que ellas se encuentren limitadas si se prevén requisitos que les son imposibles de cumplir o simplemente porque la forma en que se difunde la información al respecto no es clara y accesible para ellas. Incluso, se llega a considerar que las PCD sólo pueden ser destinatarias de asistencia social, de caridad, curiosidad, miedo, compasión o lástima. La inclusión plantea un escenario totalmente distinto en el que todas y todos tienen mucho que hacer para cambiar sus concepciones, sus actitudes, su forma de ver y tratar a las PCD desde los diferentes ámbitos en los cuales se desenvuelven. Esto con el objetivo de erradicar dicha idea de normalidad que las lleva a la exclusión y, en consecuencia, para comenzar a construir una sociedad en la que todas las personas accedan a los mismos derechos y oportunidades. En la siguiente imagen se ejemplifica la inclusión: Desde esta visión, la sociedad no permanece inmutable ante las exclusiones, sino que modifica los límites establecidos para poder incorporar a todas las personas. Es por ello por lo que, en lugar de hacer que las personas diversas se adecúen a los esquemas rígidos de la sociedad, estos se modifican y amplían sus límites para darles cabida.