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Toda una experiencia

He llegado a lo que estadísticamente podríamos llamar la mitad de mi vida. He tenido muchas


formas de relacionarme. Toda una experiencia. Por título propio me he incluido en diversas
formas de vivencia de sobrevivencia, de pervivencia. Y sigo aquí. Me detengo en una faceta que
me hace mucha mella. Principalmente porque te mediatizan mucho con ella, ya filosofas y
grandes pensadoras de la talla de Simone o Wollstonecraft dan cuenta de la dominación a la que
es sometida la mujer con el amor romántico, con el amor, con el matrimonio, con la maternidad,
con los cuidados. Con todo eso que debemos dar gratis y contentas.

Ahora en la época de la tecnología. Y de las redes. Te asaltan con tanto aprendizaje de como
estructurar relaciones. Como relacionarte para que tengas éxito en la pareja. Éxito en el amor
(¿quién no querría?). “el mensaje perfecto de whats para que no te olvide”, “a las cuantas
llamadas puedes tener certeza de que le importas (o no le importas)”, “las palabras que NO
debes de decir, y claro las que SÍ”. “El sexo servicio online: Tinder, It's a match!, Super like. Todo
un repertorio excepcional de interrelaciones virtuales. Con todas las posibilidades de realidad
y/o fantasía, o ambas.

La interacción humana real, está olvidándose. La velocidad con la que las Apps cambian o se
modifican, requieren que nuestras capacidades técnicas, emocionales y cognitivas se acople a
tan acelerado viraje tecnológico. Nuestro lerdo aprendizaje cyborg (para los que no nacimos
después del actual milenio), pero también para las recientes generaciones la humanidad real se
está esfumando tan rápido como la velocidad de la 5G.

¿Qué hemos perdido o estamos perdiendo? Esa interacción relacional que involucra toda
nuestra existencia: nuestro cuerpo, nuestros gestos, nuestra mirada, nuestros olores, nuestro
calor, nuestras manías, nuestras frases completas, juegos de palabras, muestras formas
personales de comunicar, de repetir y de pronunciar. Nuestra esencia relacionada con nuestra
realidad que le permitía a nuestro interlocutor un mayor acercamiento a nuestra persona.
Interacciones completas, integras, autenticas, reales. De estas interacciones que por el solo
hecho de darse ya eran algo, y sobre todo nos enriquecían mutuamente en todos los sentidos
humanos posible. Estamos perdiendo el sentido de nuestra humanidad.

Tal vez es el miedo a lo desconocido lo que me hace escribir estas líneas. El terror a un futuro
incierto que no alcanzo a vislumbrar. Un futuro que no conozco en nada, y que no imagino
tampoco. Solo sé que estas novedades en las interrelaciones interpersonales en las que he
tenido que suscribirme (a título propio, desde mi interés por la vida, de no perderme de ninguna
experiencia –vital–). Me he encontrado con que sí, efectivamente hay mensajes de whats que
dejan de ser respondidos, con que sí, después de tantas llamadas (no contestadas) sabes que ya
no tienen interés en ti, con que tal vez si hubiera dicho otra palabra o más bien escrito otra cosa,
tal vez otro gallo cantaría. Y en mi persona este tipo de comunicación que de por sí dista mucho
de ser tan satisfactoria, a veces se convierten en casi pesadilla. Nada que ver con esa charla con
humo de café intermedio, o copa de vino chocando cristales. Miradas, y miradas que solitas
encendían océanos enteros. O tactos con cálidas manos que un saludo bastaba para trasmitir
muchísimas sensaciones con las que casi podías vivir eternidades. Había más posibilidades de
despedirte, sí también intentos frustrados, pero muchas veces acompañados de
compensaciones que las interacciones tecnologizadas no tienen.

Tal vez es la edad. Para mí la resaca de terminación de una interacción, la despedida de una
virtual fugaz comunicación, el darte cuenta que ya no hay más que textear o tecnológicamente
comunicar, me es más hiriente en el sentido de sensaciones no agradables respecto a las que se
generaban en mí antes de tener estas interrelaciones tecnologizadas. Creo que las podía
sobrellevar con mejor buen ánimo. Desconozco los sentires y las percepciones sobre esto, que
sienten las nuevas generaciones (estas generaciones que no tienen en su historia epistémica, ni
emocional, psicoafectiva aquellas otras experiencias). ¿Habrá diferencias por género (o por
orientación sexual) en esto, o serán más marcadas las diferencias intergeneracionales?

En donde sí estoy –más– segura de que –puede haber– hay diferencias al respecto es entre las
personas con salud y educación emocional y psicoafectiva; y las personas que no cuentan con
dichas condiciones.

A ti ¿Cómo te va con ello?

Magda (Casi 45 años)

Villahermosa. Tabasco, Mx.

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