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Filósofo danés. Hijo del segundo matrimonio de un acaudalado comerciante de estricta religiosidad,
era el menor de siete hermanos. Jorobado de nacimiento, la opresiva educación religiosa que vivió
en la casa paterna está en la base de su temperamento angustiado y su atormentada religiosidad,
origen de numerosas crisis. Sin embargo, de puertas afuera mantuvo una disipada vida social, en la
que se distinguía por la brillantez de su ironía y su sentido del humor.
Sin razón aparente, renunció a su compromiso con Regina Olsen cuando estaban a punto de casarse,
en 1841, al parecer a causa de una nueva crisis que le empujó a abrazar una vida religiosa, en el
peculiar sentido que ello tenía para él. Sin embargo, antes de defender la fe como la única vía para
evitar la caída en la desesperación, los primeros escritos de Kierkegaard trataban de los dos estadios
previos de la existencia humana, según la teoría de los tres estadios que propuso en O lo uno o lo
otro, que guarda cierto paralelo con su propia existencia; distinguió, en este sentido, el estadio
estético y el ético, que se completarían con el ya mencionado estadio religioso.
Kierkegaard escribió con seudónimo los libros en que reconstruía el discurso del esteta, y también
los que dedicó al estadio ético. Sólo cuando entró en la fase del estadio religioso, a partir del año
1848, abandonó el uso de seudónimos. Éstos no respondían a la voluntad de ocultar su identidad,
sino a la intención de dar a cada personaje un nombre y apellido propios (Victor Eremita, Nicolaus
Notabene, Johannes Climacus, Johannes de Silentio, Constantin Constantinus...) con los cuales
caricaturizar una de las múltiples formas en que los hombres resuelven su existencia.
Así, el esteta sería aquel individuo que, angustiado ante la imposibilidad de determinar por sí mismo
la buena dirección de su propia vida, suspendiese las decisiones para evitar equivocarse: nada es
preferible excepto si produce placer. Por eso, el esteta acabará dedicando toda su vida a encontrar
la fórmula en que haya quedado absolutamente desterrada la angustia. Esta figura encuentra su
mejor ejemplo en Diario de un seductor, donde el goce de la vida como momentos aislados de placer
es lo único que guía al protagonista.
El hombre ético, en cambio, confía en que, al contrario, su razón le proporcione los elementos
necesarios y suficientes para evaluar en cada momento la oportunidad de sus actos y, con ello, guiar
rectamente el curso de su vida; sin embargo, y en abierta oposición a Hegel, para Kierkegaard esta
figura queda atrapada en el espacio mediocre y alienante de lo público, del concepto compartido,
nivelador, en el que desaparece el individuo.
Por último, el religioso albergará en sí mismo la tensión entre los dos estadios anteriores; sentirá la
dificultad para actuar, pero a la desesperación opondrá no su razón, sino la pasión que el esteta
derrochaba en las gestas amorosas, empleada ahora en sentir hasta el final su temor a equivocarse,
mientras no puede por menos que actuar. Instalado en el absurdo de la existencia y en la angustia
radical de la aspiración a la eternidad, el religioso afirma únicamente su fe, y a través de ella su
propia y radical singularidad.