Está en la página 1de 47

Doctorado en Historia.

Universidad de San Andrés


MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

RESUMEN

Esta tesis estudia la delincuencia femenina en la ciudad de Buenos Aires


a fines del siglo XIX y principios del siglo XX, con especial referencia a quienes
cometían abortos e infanticidios. Con el objetivo de cuantificar la criminalidad
femenina en relación con la masculina, la investigación reconstruye las
estadísticas policiales y penitenciarias del período, poniéndolas en relación con
los saberes de los expertos. Teniendo como punto de partida las producciones
historiográficas sobre el positivismo en Argentina, la tesis repara en las
singularidades de esa corriente de pensamiento en lo que respecta a la
delincuencia femenina. La exaltación del ideal de domesticidad como
contracara del prototipo de la mujer delincuente se forjó al abrigo de múltiples
conflictos que ganaron gran visibilidad: la ola inmigratoria, el acelerado
crecimiento urbano, las deficiencias habitacionales y sanitarias, y la salida de las
mujeres al mercado laboral.
Asimismo, la investigación vincula las relaciones entre la criminología y
la prensa moderna, por un lado, para destacar el lugar de la criminalidad en la
agenda pública y, por el otro, para develar los matices de la percepción citadina
sobre las mujeres que se resistían al ideal de la domesticidad. Como
complemento de una imagen monstruosa de las mujeres que mataban a sus
hijos ilegítimos, el periodismo moderno lograba brindar una estampa más
comprensiva sobre este tipo de crímenes. Iluminando los obstáculos impuestos
por una legislación que cristalizaba al honor como un valor fundante para la
sociedad, la prensa complejizaba las interpretaciones sobre estos delitos,
aunque no sin asociarlos exclusivamente con las mujeres de los sectores
populares.
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

Centrales para esta investigación, el análisis de todos los expedientes


judiciales conservados en el Archivo General de la Nación para el período
estudiado cierra el arco de esta indagación. Las disputas entre policías,
abogados, jueces y fiscales no solo muestran las características de las relaciones
entre estos actores, sino que también echan luz sobre la realidad material de las
mujeres acusadas de cometer abortos o infanticidios. De esta manera, como una
forma de iluminar problemas más amplios de la sociedad porteña, la
investigación repone las experiencias de las mujeres acusadas, todas ellas
pertenecientes al servicio doméstico. El nudo problemático de esta
investigación gira en torno a la maternidad como una construcción social e
histórica que, durante el período estudiado, aunque concebida como un modelo
normalizador, también fue ampliamente resistida.

2
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

CAPÍTULO II

El ideal de la domesticidad: la mujer en el pensamiento criminológico

I. Introducción

En una ciudad en constante transformación, como Buenos Aires en el


cambio de siglo, las mujeres parecían estar menos expuestas que los hombres a
los cambios aparejados por la ola inmigratoria, la expansión económica, y el
desarrollo urbano. Su escasa presencia en las estadísticas criminales
evidenciaba que eran menos proclives a caer en la desviación. Sin embargo, a
pesar de sus supuestas cualidades morales, no todas las mujeres quedaron al
margen de las preocupaciones sociales pues muchas habían comenzado a
participar activamente en el mercado laboral desafiando los parámetros
tradicionales de la civilidad.
El paulatino y creciente abandono de las mujeres de sus hogares
horadaba los límites de las esferas públicas y privadas, descriptas como
dicotómicas en función de los atributos, destinos y espacios asignados a los dos
sexos. Si las mujeres estaban destinadas a mantener y hacer perdurar a la
familia, su ingreso en el mundo del trabajo tenía importantes implicancias para
la sociedad, al punto que confluía con las ansiedades que generaba la
criminalidad urbana. Aunque con una escasa representación en los registros
oficiales, las mujeres delincuentes, al igual que las trabajadoras, ponían en crisis
los patrones culturales sobre la naturaleza femenina y su misión en la sociedad.
Desde mediados de la década de 1880, en nombre de una “nueva
ciencia”, tanto los saberes médicos como los jurídicos habían construido un
andamiaje teórico que permitía pensar la cuestión criminal en general, y la
delincuencia femenina en particular. No obstante el estudio sobre la
criminalidad de las mujeres fue marginal, al solaparse con otras ansiedades,

3
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

encontró un terreno propicio para expandirse. Aprovechando el amplio proceso


de importación cultural sobre la cuestión criminal, algunos criminólogos de
vasta experiencia y otros profesionales con incipiente interés en la materia
pretendieron explicar ese extraño fenómeno de involucramiento de las mujeres
en el bajo fondo delictivo. El resultado fue un conjunto de razonamientos
disgregados y contradictorios que, paradojalmente, coincidieron en una idea
común: lejos de sus hogares las mujeres eran más propensas a caer en el delito.
La simplicidad de esta conclusión no deja de insinuar vacíos y discordancias
que solo pueden ser explicadas con la presentación del contexto económico,
político y social.

II. Las mujeres que matan, las que trabajan y las que votan

Las tensiones entre el trabajo y la maternidad son clave para interpretar


las concepciones sobre la criminalidad femenina en el período estudiado.
Concebidos como destinos contrapuestos, los patrones sociales y culturales, las
ciencias médicas y las jurídicas, y también las reglas del mercado laboral, fueron
fundamentales en la construcción de un ideal de domesticidad femenino que,
con un claro sesgo de clase, marcaba singulares diferencias entre los sectores
populares y las elites.1
Hasta 1926 las mujeres estuvieron bajo una cierta forma de tutela
jurídica, tanto por su exclusión de la plena vida ciudadana como por las fuertes
limitaciones al ejercicio de sus derechos civiles. No solo tenían vedado el voto,

1A lo largo de esta investigación, la referencia a los “sectores populares” aludirá a un “conjunto


múltiple y heterogéneo de grupos sociales” que “comparten una situación común de
subalternidad respecto de las élites que han tenido y tienen el poder social, económico y
político”. Su realidad está determinada por diferentes condiciones de explotación, opresión,
violencia, pobreza o discriminación, y por tanto, por su falta de control sobre los mecanismos
que determinan su existencia. Asimismo, se opta por el concepto de “sectores populares” por
sobre el de “clases populares” para no perder de vista, en especial a la luz de su
comportamiento frente al potencial de respuesta de la autoridad penal, su falta de cohesión o,
en otras palabras, su alto grado de fragmentación. Sobre esta discusión, se puede profundizar
en Adamosvsky (2012).

4
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

sino que, en función de la legislación civil sancionada en 1869, se encontraban


en una evidente situación de minusvalía jurídica. La institución del matrimonio
era un objetivo deseable, pero la ley establecía que una vez casadas las mujeres
perdían su capacidad de administrar bienes y de escoger sus trabajos o
profesiones. La prohibición de demandar o testificar en causas civiles sin la
autorización del marido o el impedimento de ejercer cargos públicos pueden ser
indicadores a explorar sobre el sentido de la responsabilidad cívica atribuida a
las mujeres. El derecho del marido a representar a su esposa en todo asunto
público anunciaba sin equívocos su dependencia económica (Barrancos 2000;
Lavrin 1995, 195).
No obstante, en el marco del crecimiento de la economía urbana y del
proceso de modernización, la dicotomía entre la esfera pública y privada
impuesta por la legislación civil era desafiada por la creciente participación de
las mujeres en el mercado laboral. A partir del auge del modelo exportador, y
con la aparición de una serie de grandes fábricas dedicadas a la producción de
bienes de consumo, el mercado laboral habilitó nuevos puestos de trabajo que
fueron aprovechados por las mujeres (Rocchi 2010). De esta manera, los
establecimientos dedicados a la producción textil o de alimentos, ya fueran de
mediana o gran escala, sumaron en sus filas a las mujeres que ya habían
comenzado a realizar, dentro del espacio doméstico, otras actividades con
alguna rentabilidad económica (Lavrin 1995, 197; Queirolo 2004; Lobato 2007).
Sin el grado de diversificación con el que contaba el mercado laboral
masculino, cocineras, niñeras o mucamas conformaban un importante grupo de
mujeres que accedía a cierta autonomía económica a través de actividades
inscriptas en una incipiente economía urbana. Otro número significativo de
mujeres realizaba labores en su propia casa mientras se dedicaban al cuidado y
atención de niños y esposos. En esta versión de “trabajo a domicilio”, las
labores para las fábricas se cumplían en los espacios domésticos, de manera
que, como contrapartida a la inestabilidad en sus ingresos, las mujeres tenían

5
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

horarios flexibles que acomodaban según sus prioridades en el hogar (Lobato


2007, 95-207; Allemandi 2015).
A diferencia de estas emprendedoras, las mujeres que trabajaban en las
fábricas buscaban su subsistencia económica fuera del hogar. Su incorporación
al mercado laboral no era necesariamente una experiencia liberadora, sino que
las exponía a innumerables riesgos (Feijóo 1990, 281-311; Nari 2000; Lobato
2007). Por un lado, las condiciones laborales malsanas podían afectar su salud,
principalmente su función reproductora, por lo cual el trabajo industrial
femenino era concebido como particularmente problemático. Por otro lado, el
trabajo de la mujer obrera hacía peligrar su honor y virtud porque la exponía a
los abusos sexuales de los empleadores y al menoscabo de su reputación. Desde
esta perspectiva, el acceso al trabajo fuera del hogar representaba el pasaje a la
degradación moral, el embarazo fuera del matrimonio o la prostitución, y en el
largo plazo implicaría la reducción de los nacimientos, el abandono de niños o
el aumento de infanticidios y abortos (Lobato 2007, 293; Armus 2000; Nari
2000a, 201).
La mirada condenatoria sobre el trabajo femenino abarcaba todo el arco
ideológico. Católicos, liberales, socialistas, industriales y obreros asumían que el
trabajo asalariado era contrario a la naturaleza femenina. Empero, siempre que
fuera un lugar de paso para satisfacer necesidades impostergables, lo aceptaban
como un mal necesario, preferible a la prostitución (Lobato 2007; Queirolo
2004). A la sombra de estas concepciones se consolidó el ideario de la
domesticidad, por el cual la mujer tenía un rol fundamental en la fundación de
la familia y el mantenimiento del hogar. Su adecuada educación moral era una
garantía para la prevención del crimen y de otros males sociales que
comenzaban a asolar la ciudad.
De la mano de la cuestión de la mujer obrera, los estudios criminológicos
se empalmaron con las creencias ampliamente aceptadas sobre el rol de las
mujeres en la sociedad. En las publicaciones dedicadas a la difusión de los

6
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

saberes criminológicos podía encontrarse una huella de esta asociación.


Antonio Dellepiane, referente en la criminología vernácula, indicaba que, por
sus condiciones de vida, las mujeres tenían menos posibilidades de delinquir: la
educación recibida y su permanencia en el espacio doméstico las alejaban del
mundo del delito. Por el contrario, cuanto más tiempo pasaran fuera de sus
hogares, mayor sería su contacto con el sistema penal. Por otra parte, la
ausencia de una mujer de su hogar dejaba a sus hijos sin contención y cuidado,
con el riesgo de que las nuevas generaciones cayeran en el delito. Por lo demás,
las estadísticas criminales lo autorizaban a concluir que las mujeres casadas
tenían una menor participación delictiva porque el matrimonio desarrollaba el
instinto maternal y las obligaciones vinculadas a este. 2 De la misma idea era el
juez de la Corte Suprema Cornelio Moyano Gacitúa, quien sostenía que la
delincuencia femenina aumentaba a partir de la incorporación de las mujeres en
el mercado de trabajo, especialmente en las fábricas o en las calles.3
La cuestión estaba abierta a debate pues entre los diagnósticos sobre la
criminalidad femenina también se escuchaban voces disidentes respecto de los
malos augurios. Víctor Mercante, reconocido pedagogo de la Universidad de La
Plata, escribía en las revistas de criminología sobre la incorporación de las
mujeres al mercado laboral.4 La mujer moderna, como tituló uno de sus
trabajos, no podía quedar condenada a la “monarquía masculina” que la
esclavizaba en el hogar. Era evidente que tenía diferentes capacidades y que,
por tanto, no podía realizar las mismas tareas que el varón. Sin embargo, sí
podía ocupar nuevos espacios, como los de obrera, vendedora, empleada
administrativa, telefonista, enfermera o maestra. En estas publicaciones de gran
difusión en el ámbito penal, Víctor Mercante aclaraba: “La mujer no es
inventora ni criminal como el hombre” y “no ha sido hecha (…) para los

2 Antonio Dellepiane, Las causas del delito (Buenos Aires: Pablo Coni: 1892), 182-197.
3 Moyano Gacitúa, La delincuencia argentina, 69 (ver cap.1, n.11).
4 Víctor Mercante, “La mujer moderna,” Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines,

año 8 (1909): 335-49.

7
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

crímenes de mucha ala”.5 En tiempos de grandes cambios en los valores


sociales, sus palabras reafirmaban las limitaciones intelectuales femeninas, pero
también negaban la prognosis de derrumbe social. Su aprobación de la libertad
económica femenina tenía como finalidad calmar las ansiedades en torno a la
emancipación del “sexo débil”, poniendo en evidencia las ambigüedades
existentes acerca de la cuestión femenina.
Con independencia del discurso cientificista que avalaba la naturaleza de
las diferencias sexuales y la consecuente división entre el espacio público y el
privado, varios intelectuales de la época estaban a favor del reconocimiento de
los derechos de las mujeres, en especial de aquellos asociados a la educación.6
En este sentido, más allá del temor a las mujeres que buscaban un sustento
económico autónomo o de los esfuerzos realizados por controlar a aquellas que
buscaban un desarrollo fuera de la estructura familiar (Guy 1994), estas
pretensiones convivían con otras más flexibles respecto del lugar asignado a las
mujeres en la sociedad.
La maternidad como el destino de las mujeres ya había sido reafirmada
primero en 1907 con la sanción de la Ley 5291 y luego en 1924, con la
aprobación de la Ley 11317, que regulaba el trabajo de mujeres y niños. Esta
normativa, que estimuló la sanción de la ley por los derechos civiles, había
ratificado la jornada de ocho horas y la prohibición del trabajo insalubre para
mujeres y niños, así como el despido por embarazo.7 En clara alusión a los

5 Ibíd., 335-49.
6 Entre estos exponentes, Karen Mead destaca el pensamiento de José Ingenieros y de Carlos
Octavio Bunge (Mead 1997, 646).
7 La posibilidad de que las mujeres ejercieran sus profesiones, trabajos o industrias se habilitó

en forma expresa en 1926 con la ley “Sobre los Derechos Civiles de la Mujer”. Los reclamos por
la sanción de esta reforma se habían basado en el hecho de que un gran número de ellas había
ingresado al mercado de trabajo y no tenía asegurada la posibilidad de administrar sus
ganancias. El debate a favor de los derechos civiles se había iniciado en el siglo XIX con el
impulso de las primeras mujeres con vocación igualitaria. Empero, la reforma legal solo se
concretó treinta años después gracias a la intervención de los senadores socialistas Mario Bravo
y Juan B. Justo, quienes abogaron por una legislación que fuera concordante con la
independencia económica ya adquirida (Barrancos 2007). Las necesidades de la vida moderna
habían llevado a la mujer a que, además de ocuparse en forma exclusiva de los quehaceres

8
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

deberes femeninos, la legislación establecía la obligatoriedad de licencias por


maternidad antes y después del nacimiento y garantizaba la reincorporación de
las mujeres al trabajo luego de asegurar un tiempo adecuado en el cuidado,
alimentación e higiene del hijo. Para un mercado de trabajo que ya cobijaba a
las mujeres, la legislación recogió con vigor los valores de la maternidad (Lavrin
1995, 53-82). Sin perjuicio del grado de acatamiento que tuvo la nueva
legislación laboral, los principios que le dieron sustento tuvieron larga vida
(Queirolo 2004). A diferencia de la maternidad, el trabajo asalariado no
conformaba la identidad femenina, sino que la ponía en riesgo porque afectaba
la complementariedad natural entre varones y mujeres. De hecho, estos
argumentos tuvieron su caja de resonancia en el largo debate sobre el sufragio
femenino finalizado en 1947.
En efecto, la lucha por los derechos políticos no se dio por carriles
aislados. Una vez sancionada la reforma del Código Civil, las socialistas no
tardaron en razonar que el trabajo de las mujeres –cuyo reconocimiento había
dado sustento a esta reforma– era un argumento potente para abogar por el
sufragio femenino (Lavrin 1995, 258). Aun cuando sus resultados fueron
exiguos, la discusión sobre la emancipación política de las mujeres ya se había
puesto en marcha y los argumentos que las excluían del voto las equiparaban a
las delincuentes. En 1880, Osvaldo Piñero, influyente docente de la Facultad de
Derecho de la Universidad de Buenos Aires, apelaba a Alejandro Dumas en Las

domésticos, colaborara con o asumiera el sostén del hogar. Dado que los empleadores no
requerían de las mujeres el permiso de sus padres o maridos para contratarlas, la reforma de los
derechos civiles solo implicaba aceptar normativamente una realidad que había sido, cuanto
menos, tolerada (Lavrin 1995, 201). Las mayores resistencias a la reforma legal se dieron en
relación con el ejercicio de la autoridad marital, que finalmente no fue modificada. Las
limitaciones a los derechos de las mujeres casadas eran parte del costo para garantizar la
ausencia de pleitos en el matrimonio. En ese espacio, la ley no debía funcionar como
instrumento para el cambio social, y dado que la familia argentina aún se mantenía aferrada a
sus tradiciones, la emancipación civil de la mujer podía traer aparejadas inestabilidad e
incertidumbre a la consagrada paz conyugal. En este sentido, la sanción de la ley por los
derechos civiles fue una transacción que en ningún momento puso en discusión el rol de las
mujeres dentro de la familia y su responsabilidad en el ejercicio de la maternidad. Enrique del
Valle Iberlucea, “Los derechos civiles de la mujer,” Revista Argentina de Ciencias Políticas,
Derecho, Administración, Economía política, Sociología, Historia y Educación, N° 94 (1918): 386.

9
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

mujeres que matan y las que votan, para equiparar la peligrosidad de las
criminales con aquellas que reclamaban un lugar en la vida pública:

La mujer es toda maternidad, su organización fisiológica, sus


tendencias psicológicas, el rol que debe desempeñar en la
conservación de la especie, todo obliga a anteponer esta
consideración sobre las demás […] Dar a la mujer una condición civil
y política, completamente igual a la del hombre, es no solo
imprudente, sino pueril, en el estado actual de la sociabilidad […] La
superioridad del marido debe pues, subsistir.8

Así, uno de los argumentos en contra de la participación política


femenina apuntaba a que los deberes de las madres eran incompatibles con los
de los ciudadanos, y el ingreso de las mujeres en la vida pública las llevaría a
abandonar a sus hijos, a sus familias y el trabajo en el hogar. La guerra de los
sexos llevaría al debilitamiento de la familia y a la fragilidad social; se
fracturaría el poder marital y, con él, los intereses públicos. Las tímidas
corrientes que favorecían los derechos de las mujeres no lograron imponerse a
la idea paradójica de que el “sexo débil”, aquel cuya aparición en las
estadísticas criminales era exigua, era una “especie peligrosa”. 9
En síntesis, en una época en la que las jerarquías de género, antes
inmutables, se mostraban frágiles y cambiantes, las premisas sobre la especial

8 Osvaldo Piñero, Condición jurídica de la mujer (Buenos Aires: Ed. Pablo E. Coni: 1888).
9 Los argumentos en contra del sufragio aparecen así clasificados en la tesis de Octavio Iturbe,
quien apoyaba la participación política de las mujeres. Octavio Iturbe, El sufrajio de la mujer,
Tesis de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires. Buenos Aires (Buenos
Aires, Universidad de Buenos Aires: 1895), 64-95. En el debate sobre la reforma electoral que
llevaría a la sanción de la Ley Sáenz Peña coexistían con diferente peso específico la posición de
quienes vedaban el acceso de las mujeres a los derechos políticos y la postura de quienes
reivindicaban su organización política. Desde este último escaño, se elogiaba el rol de las
mujeres en el trabajo, se reclamaba la protección de su rol maternal y se exigía una participación
activa en la vida ciudadana que diera materialidad al principio de igualdad proclamado como
universal (Palermo 2007). La gesta de Julieta Lanteri, quien para 1911 logró ser incorporada al
padrón electoral y emitió el primer voto femenino en la Capital Federal, fue el punto de
inflexión en este debate de principios de siglo. De todos modos, los cambios tardarían en llegar,
dado que los razonamientos que reafirmaban la inferioridad femenina y la necesaria división de
tareas dentro del hogar tendrían larga vida en el discurso de los conservadores (Palermo 2007,
20).

10
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

naturaleza femenina, su inferioridad intelectual y su superioridad moral


reafirmaban su rol dentro del espacio doméstico. Desde diferentes perspectivas,
las diatribas contra las mujeres que escapaban a ese destino las equiparaban a
las que habían escogido el camino del delito. No sin tensiones, dentro de los
saberes del crimen, la figura de la mujer criminal fue construida como la
antítesis de la mujer-esposa-madre dedicada al cuidado del hogar.

III. La criminología como respuesta a la criminalidad urbana

El clima cultural de Buenos Aires, en el que se respiraba una idealización


de lo foráneo, contribuyó a que se intentaran resolver los problemas sociales,
entre ellos la cuestión criminal, con recetas importadas. En Europa, el
incremento de la criminalidad y el surgimiento de graves problemas derivados
de la industrialización habían sido abordados bajo un complejo sistema de
intervención penal. La ilustración había criticado el sistema jurídico del antiguo
régimen, pero el nuevo orden social burgués se había fortalecido con modernas
teorías que contribuyeron a legitimarlo y protegerlo. Con la mediación de
algunos miembros de las nuevas elites intelectuales, una selección singular de
estas teorías llegó al Río de la Plata en un “viaje cultural”10 que no estuvo
exento de relecturas y reinterpretaciones (Zimmermann 1995, 126; Rodriguez
2006, 57; Sozzo 2006, 359; García Pablos de Molina 2009, 436).

III. A. Fundamentos y método del positivismo foráneo

En el viejo continente, los estudiosos de las ciencias criminales ya no


estaban preocupados por los excesos e irracionalidades del sistema penal que
habían abstraído a la agenda pública en el pasado. Afortunadamente, dentro de
las corrientes del pensamiento penal, la escuela clásica había afianzado el

10 El término pertenece a Máximo Sozzo (2006, 382).

11
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

principio de legalidad, la división de poderes, las limitaciones al arbitrio


judicial y la proporcionalidad de las penas como reglas fundamentales para
revertir la concepción monárquica sobre la justicia. No obstante, desvinculada
de la realidad empírica, se creía que esta corriente no perseguía la elaboración
de una política criminal que diera respuestas a las nuevas problemáticas
sociales imperantes. En términos generales, para los clásicos, el delito era un
ente jurídico abstracto desconectado del autor y su entorno,11 pero el nuevo
escenario de cambios requería que fuera abordado de raíz, indagando en su
génesis, primero biológica y luego social.
El nuevo paradigma de estudio, cuya emergencia podía encontrarse
incluso en los pensamientos de quienes han sido considerados referentes de la
escuela clásica (Sozzo 2009, 112; Sozzo 2015, 75), ofrecía otro tipo de respuesta.
El delito era concebido como un fenómeno natural e inevitable pero que, como
la enfermedad, podía ser prevenido si se lo abordaba con herramientas
científicas. Montado en reacción a los postulados de la escuela clásica, el
positivismo sostenía que la neutralización del delito estaría dada por la
adopción de estrategias acordes con un diagnóstico científico del problema, y
no por la fe ciega en la ley penal como si este enfoque metafísico fuera un buen
mecanismo de prevención. Las estadísticas criminales tenían una dinámica
independiente a la propuesta por las penas previstas en el Código Penal. De allí
que fuera necesario recurrir a la observación directa de los delincuentes para
obtener información sobre la mejor manera de abordar la defensa de la sociedad
(García Pablos de Molina 2009, 380-435).
Intentando remediar los errores de la escuela clásica, la idea fuerza de la
corriente positivista era la defensa del orden social, ya que no había que

11 Máximo Sozzo ha señalado la simplificación de las lecturas que resumen a la ilustración


europea sobre el delito y la pena como prescindente de cualquier consideración sobre las
características personales del autor o sobre las causas de los delitos. Una interpretación más
profunda de textos centrales del período le permitió encontrar los trazos de un pensamiento
atento a las condiciones del autor, así como también a la etiología de las infracciones penales
(Sozzo 2009, 112-115).

12
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

exagerar con la protección de los derechos de los delincuentes; en cambio, había


que trabajar en pos de la conservación de la sociedad. Un sistema de medidas y
tratamientos de readaptación acorde con cada personalidad sería la mejor
garantía para la reforma del delincuente y para el mantenimiento del orden
(García Pablos de Molina 2009). Más allá de los matices que podían encontrarse
en la escuela clásica sobre la concepción de un sujeto totalmente libre en sus
decisiones (Sozzo 2009, 113; Sozzo 2015, 75), a grandes rasgos, la idea fuerza del
positivismo llevaba a negar que el crimen fuera una expresión del libre albedrío
pues se consideraba que estaba determinado por su constitución biológica
(Rodriguez 2006, 66; Sozzo 2015, 107).
Aunque las grandes contradicciones entre una y otra corriente también
deben ser relativizadas (Sozzo 2009, 128), si los clásicos eran partidarios de la
prevención general, los positivistas apoyaban la idea de una respuesta penal
calculable en función del grado de peligrosidad del delincuente (Levaggi 2012,
258; Sozzo 2015, 246). En efecto, el reformismo positivista había redefinido la
noción de “responsabilidad” (culpabilidad) elaborada por la escuela clásica y la
había reemplazado por el concepto de “peligrosidad”. Empero, la medida de la
respuesta —que en términos abstractos era pensada como algo distinto al
castigo—, en la práctica, no tenía diferencia alguna con la retribución, lo que
justifica que el nuevo concepto haya sido calificado como una forma de
responsabilidad objetiva (Sozzo 2015, 247).
En consecuencia, la principal diferencia entre una y otra corriente de
derecho penal estará dada por la metodología. En contraste con el método
abstracto, formal y deductivo característico de la escuela clásica, los positivistas
se concentraron en la observación del hombre delincuente y en la realidad
social en la que se insertaba. La ciencia requería algo más que la lectura de
libros: para develar las leyes que regulaban los fenómenos sociales, era
imperativo recurrir a la observación y examen directo de los delincuentes y sus
crímenes. Con el método empírico, el delito era un fenómeno natural producido

13
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

por factores biológicos y sociales que podía ser estudiado por un observador
objetivo capaz de descubrir las leyes, pretendidamente neutrales, ínsitas en la
conducta humana (García Pablos de Molina 2009, 437).

III.A.1. Recepción y apropiación del positivismo europeo

Los principales exponentes del positivismo criminológico fueron


Lombroso, Garofalo y Ferri, quienes, incluso con sus respectivos matices, dieron
gran difusión a sus teorías en Italia y en el continente sudamericano. En la
Argentina, la gran preocupación por la “desorganización” social favoreció el
ingreso de esos desarrollos intelectuales al contexto local, siempre con la
mediación de los operadores nacionales que los actualizaron y aplicaron con
una fuerte impronta localista. Como ha enseñado Máximo Sozzo, la
incorporación de estos saberes no fue un simple trasplante de ideas foráneas,
sino que el proceso dependió en gran medida de la funcionalidad de estas
teorías para el contexto local (Sozzo 2006, 379). Ubicada en un espacio
fronterizo entre el derecho y la medicina, y presentada a la sociedad como la
“nueva ciencia”, la criminología se constituyó como un saber que, además de
trasplantar las producciones europeas, ocupó un lugar de preeminencia en su
traducción y aplicación para dar solución a los nuevos fenómenos sociales (Del
Olmo 1989 [1981]; Sozzo 2006, 538; Creazzo 2007, 53; García Pablos de Molina
2009, 415; Caimari 2009).
Las primeras referencias a la criminología italiana aparecieron en revistas
científicas en 1876 (Caimari 2009). Sin embargo, la inauguración del positivismo
autóctono ha sido ubicada en 1887, momento en el que Norberto Piñero abrió
su curso de derecho penal en la Facultad de Derecho de la Universidad de
Buenos Aires (Creazzo 2007). A partir de allí, la nueva y compleja ciencia tuvo
una importante difusión, por un lado, abrevando en los congresos y
publicaciones internacionales, y por el otro, importando estas ideas en revistas

14
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

especializadas dirigidas por personalidades de la elite intelectual. El recurso a


las producciones intelectuales extranjeras reforzaba la autoridad que poco a
poco hacía de la criminología la cura de los males sociales de la época. A su vez,
los viajes que realizaron al país los referentes italianos consolidaron su
influencia en los profesores y estudiantes de derecho y de medicina.12
Los intelectuales que adhirieron en conjunto a los postulados de la
criminología se nutrieron de las publicaciones de la escuela italiana, pero
también de las tendencias francesas (representadas por Gabriel Tarde y
Alexandre Laccasagne) y belgas (difundidas por Lambert Adolphe Jacques
Quételet). En consecuencia, una disciplina que nació en las fronteras de muchos
otros saberes sociales se desarrolló gracias a la influencia de otras tantas
corrientes teóricas que integraban cada disciplina. A pesar de su recepción en
bloque, el positivismo ya contenía una importante cantidad de matices que se
multiplicaron, en primer término, con el número de exponentes locales que
difundieron las producciones extranjeras con distintos niveles de aceptación o
rechazo;13 en segundo término, con las sucesivas adaptaciones aplicadas a
realidades y necesidades diferentes; y finalmente, con el paso del tiempo, que
desarticuló la homogeneidad que la criminología supo tener en su surgimiento
(Marteau 2003, 108; Creazzo 2007, 23-48). En síntesis, el positivismo
criminológico italiano influyó en los referentes argentinos, pero sus postulados
no fueron aceptados de modo acrítico, sino que fueron integrados de manera
flexible y compleja con otras premisas científicas. En este sentido, como ha
señalado Lila Caimari, la incorporación de las ideas italianas en general, y las
lombrosianas en particular, fueron solo una parte de la importación de saberes

12 Juan Pedro Ramos, “La escuela de Enrico Ferri en la República Argentina,” Revista de la
Facultad de Derecho de Buenos Aires, tomo 8 (1929).
13 Este proceso ha sido ilustrado por Máximo Sozzo con ejemplos concretos. Mientras Francisco

Ramos Mejía y Luis María Drago rechazaban algunas de las ideas de Lombroso sobre la
tendencia al juego, las orgías, los tatuajes o incluso al uso de cierta jerga delictiva; José
Ingenieros no estaba convencido de la importancia de las anomalías físicas como determinantes
de la delincuencia (Sozzo 2006, 380).

15
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

europeos pues aquí sus teorías fueron mixturadas incluso con las de sus críticos
(2009).
Revistas especializadas como Criminalogía Moderna –dirigida por Pietro
Gori–, Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines –de José Ingenieros–,
y su continuadora, la Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal –
dirigida por Helvio Fernández–, así como también la Revista Argentina de
Ciencias Políticas –de Rodolfo Rivarola– cumplieron un papel importante en el
afianzamiento de la criminología argentina (Creazzo 2007, 38). Allí se reconocía
que, mientras con Beccaria se había hecho hincapié en la disminución de las
penas, con la nueva escuela se buscaba la disminución de los delitos. Si la
escuela clásica había tomado al delito como una violación al orden jurídico, la
escuela positiva tenía por objeto estudiar al delincuente y a los factores que lo
habían llevado a delinquir.
Con esta premisa básica, en las publicaciones periódicas de la época
confluyeron especialistas del derecho y de la medicina que, no sin tensiones,
articularon sus saberes especiales para difundir las nociones fundamentales de
la nueva ciencia. Desde el campo jurídico se sostuvo que la criminalidad en
Buenos Aires estaba modificándose y en esos cambios influían diferentes
factores. Con una mirada puesta en las estadísticas criminales, Luis María
Drago, reconocido por ser autor del primer libro de criminología
latinoamericana, llamaba la atención sobre el aumento de los crímenes violentos
y los atribuía a “esa masa indiferenciada de aventureros y de criminales […]
mezclada con la corriente inmigratoria” (Creazzo 2007, 55). Para Miguel
Lancelotti una variable era la inmigración, pero también los defectos en el
sistema educativo y el abandono moral de los niños, el deficitario régimen
penitenciario, el alcoholismo y las crisis económicas (Cesano y Núñez 2012, 19).
Con el mismo interés en la cuestión estadística, pero con más reparos que los
comunes sobre la aplicación acrítica del positivismo italiano, Cornelio Moyano
Gacitúa se mostró contrario al presupuesto determinista de la escuela italiana y

16
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

también a la idea de una anatomía y morfología criminal: los factores


influyentes sobre el delito eran la composición étnica de la población, la
geografía del país, el clima, la inmigración o el nivel de instrucción (Cesano y
Núñez 2012, 27).
Igualmente refractario a determinados enfoques lombrosianos, Antonio
Dellepiane analizó pacientemente las estadísticas disponibles sobre la
criminalidad y otros fenómenos sociales y cuestionó las teorías del atavismo o
la enfermedad (Caimari 2009), aunque también validó la hipótesis de
inclinaciones delictivas en función de la herencia o la nacionalidad (Creazzo
2007, 120). Finalmente, Eusebio Gómez, con argumentos más inorgánicos,
vinculaba los males de Buenos Aires a una “multitud de fuerzas”: a la gran
concentración de población en los centros urbanos, a la inmigración de
“parásitos sociales”, a la tendencia desmedida al lujo y la ostentación, y también
a la literatura que reivindicaba las hazañas del gaucho Martín Fierro. La
producción de Eusebio Gómez ha sido condenada por sus rasgos
discriminatorios, basados en prejuicios de clase, sexo y raza (Zaffaroni 2011).
Sin embargo, producto de su época, su obra evidencia la consagración de la
observación directa y el estudio de la sociedad con pretensiones científicas
(Salvatore 2013, 119; Galeano 2013, 268). Desde esta perspectiva, el influjo de los
abogados en el positivismo criminológico tuvo un signo sino revolucionario,
progresista, en tanto se buscaba una respuesta personalizada hacia el
delincuente y su infracción.
Por su parte, desde la medicina, fortalecida como disciplina a partir de su
previa intervención en la epidemia de fiebre amarilla que había azotado a
Buenos Aires, sus profesionales también fueron responsables de algunas
respuestas a la nueva plaga que golpeaba a la ciudad. Así, desde su cátedra en
la Facultad de Medicina, dos años después de la publicación de El hombre
delincuente, José María Ramos Mejía presentó Las neurosis de los hombres célebres
en la historia argentina, obra que recibió los más altos elogios por su apego a la

17
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

teoría que destacaba la influencia de los caracteres hereditarios en los hechos de


la historia. Entre sus discípulos se destacó Francisco de Veyga por su más
extrema fidelidad al padre de la criminología. En sus contribuciones, De Veyga
se ocupó de aplicar sin indulgencia las teorías del atavismo o la epilepsia como
explicaciones al delito (Creazzo 2007, 154). De otra idea fue la obra de José
Ingenieros, en la que, incluso con una sensible distancia respecto de las
enseñanzas de Lombroso, prevaleció una impronta psiquiátrica. En disidencia
parcial con los postulados del maestro italiano, Ingenieros cuestionó el
determinismo biológico y la antropometría como baremos de la criminalidad.
Por el contrario, en sus escritos de principios del siglo XX puso énfasis en los
factores sociales y psicológicos que constituían la personalidad del delincuente.
El aporte lombrosiano no era menospreciable, pues este había permitido
identificar tres clases de factores en la etiología del crimen: el antropológico, el
físico y el social. No obstante, más entrado el siglo XX, Ingenieros rechazó en
forma explícita la base biológica y neurológica de las elucubraciones positivistas
originales (Anitua 2005, 207; Rodriguez 2006, 59-60).
La prevalencia de las contribuciones médicas en las revistas
criminológicas tenía su correlato en la relación simbiótica entre lo legal y lo
médico. Siguiendo el ritmo de los lineamientos del crimen masculino, la teoría
sobre los delitos de las mujeres también se desarrolló en las fronteras del
derecho y la medicina, donde, además, imperaba la idea de la inferioridad
femenina. De todos modos, antes de analizar sus implicancias es necesario
revisar cuáles fueron sus desarrollos originales.

III.B. La delincuencia femenina en el positivismo italiano

Con la misma matriz que el positivismo explicaba los crímenes de los


varones, la delincuencia femenina se estudiaba, por un lado, en función de una
predisposición biológica y, por el otro, en relación con la incidencia de los

18
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

factores sociales. Tal como sucedía con sus pares masculinos, a las mujeres
criminales se las comparaba con las razas salvajes, cuyas cualidades se añadían
a la inferioridad derivada de su diferencia sexual (García Pablos de Molina
2009, 443).
En un tono desapasionado y clínico, en 1893, con la publicación de La
donna delinquente. La prostituta e la donna normale, Lombroso retomó, junto con
Guglielmo Ferrero, su teoría sobre la criminalidad masculina para confirmarla
con el estudio de la delincuencia femenina. Su comparación debía enfrentarse
con una divergencia indiscutible: la menor tendencia criminal de las mujeres.
Para el referente del positivismo, esta constatación tenía dos explicaciones
posibles. Por un lado, las mujeres representaban una clase menos desarrollada
que los varones:

La criminalidad específica de la mujer se diferencia naturalmente de


la del hombre. Su menor participación en los robos en caminos,
asesinatos, homicidios y lesiones se debe a la naturaleza misma de la
constitución femenina. Concebir un asesinato, prepararle, ejecutarle:
todo esto exige en muchos casos, no sólo cierta fuerza física, sino
también cierta energía y complicación en las funciones intelectuales.
Tal grado de desarrollo físico y mental falta casi siempre en la mujer,
en comparación con el hombre. Parece, por el contrario, que los
delitos a que las mujeres les son más habituales son los que piden
menor cantidad de fuerza física e intelectual, como el encubrimiento,
el aborto y el infanticidio.14

Lombroso creía que la menor delincuencia femenina era una


demostración de su menor capacidad física e intelectual. Empero, no sin
contradicciones también explicaba que los crímenes de las mujeres eran los que
se descubrían con menor facilidad, como el aborto, los hurtos domésticos y los
envenenamientos, de manera que cuando aparecía un “delito complicado con
detalles innecesarios”, había que buscar a una responsable mujer.15

14 César Lombroso, El delito: sus causas y remedios, traducción de C. Bernaldo de Quirós (Madrid:
Librería general de Victoriano Suárez: 1902 [1898]), 259.
15 Cesare Lombroso y Guglielmo Ferrero, Criminal Woman, the Prostitute and the Normal Woman

(Durham and London: Duke University Press: 2004 [1893]), 35.

19
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

Por otro lado, la menor incidencia femenina en los delitos se compensaba


con su mayor intervención en la prostitución, actividad que equilibraba la
criminalidad de los sexos. Se trataba de una alternativa que, con menos riesgos
que el delito, permitía obtener mayores ganancias. Al ser la prostitución un
fenómeno hereditario, Lombroso la trataba como la forma natural de regresión
de las mujeres; de allí que encontrara en la prostituta una cantidad notable de
deformaciones y aspectos morbosos atávicos. La prostituta no tenía
sentimientos, carecía de pudor, rechazaba la maternidad y estaba predispuesta
al alcohol o al juego.16 A pesar de esta valoración negativa, Lombroso rescataba
que la prostitución era menos perjudicial que el delito propiamente dicho, pues
constituía una salida útil, aunque también vergonzosa, para los vicios
masculinos. Del mismo modo que el delincuente nato, la prostituta nata no
tenía posibilidad de cambiar su conducta, dado que su naturaleza desviada
constituía una enfermedad de la cual no era responsable (Rodríguez Manzanera
2003, 270).
Su teoría sobre la prostitución no lo eximía de presentar en su tipología
de criminales a la delincuente nata, una persona con deformaciones físicas que
pertenecía a un estadio primitivo de la humanidad. Dando crédito a la
antropometría como ciencia específica para la investigación del delito, en el
capítulo dedicado a la capacidad craneana sostenía que las prostitutas,
seguidas de las criminales, tenían el cráneo más pequeño, sus mandíbulas más
pesadas y sus dientes defectuosos.17 Lombroso concluía que estas anomalías se
detectaban con mayor frecuencia en las prostitutas que en las criminales, y en
menor medida en las “mujeres honestas”. Con una intrincada argumentación,
sostenía que incluso las criminales natas necesitaban atraer a sus pares
criminales, factor que inhibía el desarrollo de rostros repugnantes.18

16 Lombroso y Ferrero, Criminal Woman, (ver n.48).

17 Ibíd., (ver n.43).


18 Ibíd., 147-148 (ver n.43).

20
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

Emparentada con la prostitución por la presencia de comportamientos


sexuales precoces, otra de las tendencias criminales era la locura moral, que
sumaba a los excesos del sexo la ausencia de instintos maternales. Este concepto
de locura aludía a la alteración de las facultades afectivas y no necesariamente a
las intelectuales. En la revista local Criminalogía Moderna, Lombroso escribía:

La criminalidad de la mujer es específica, limitada á lo que es


precisamente su función social: al amor y á la maternidad. He dicho
que la prostitución en la mujer corresponde, más ó menos, á todas las
gamas del delito en el hombre, y así los estigmas de la mujer he
demostrado que se encuentran en la falta de caractéres femeniles, ya
sea corporales (aspecto viril, vellos desarrollados, cabellos obscuros,
etcétera) ya sea morales en la dismaternidad y falta de pudor.19

Su teoría tenía más fuerza argumentativa en su obra La donna delinquente.


Allí sostenía que la falta de sentimientos maternales de las criminales se
explicaba por la preeminencia de sus cualidades masculinas. A su vez, una
sexualidad desenfrenada influía en la “dismaternidad”, ya que la satisfacción
de los múltiples deseos sexuales impedía el desarrollo de la abnegación y la
paciencia, características imprescindibles de las madres. Mientras para las
mujeres normales la sexualidad estaba subordinada a la maternidad, en las
criminales ocurría lo opuesto.20 Del mismo modo, asociado a un instinto sexual
exagerado, el histerismo era una condición psicológica vinculada con la
naturaleza irracional femenina y caracterizada por la excitabilidad y los
cambios de humor repentinos; todo como consecuencia del desarrollo singular
de los órganos sexuales. Los crímenes de las histéricas tenían una naturaleza
especialmente cruel y se caracterizaban por la emotividad y la falta de
planificación.21 y opuestos a la racionalidad, sus delitos se caracterizaban por la
emotividad y por carecer de planificación.

19 Cesare Lombroso, “La dismaternidad en la mujer delincuente,” Criminalogía Moderna, año 2,


N° 7 (1899): 201.
20 Lombroso y Ferrero, Criminal Woman, 185 (ver n.48).
21 Ibíd., 234 (ver n.48).

21
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

No obstante, no todos los criminólogos hacían hincapié en los aspectos


individuales. El positivismo cobijó diferentes posturas y los debates entre sus
integrantes no fueron excepcionales. Además, sus exponentes pertenecían a
diferentes disciplinas, pues mientras Enrico Ferri, Raffaele Garofalo, y Scipio
Sighele eran juristas, Cesare Lombroso representaba a los médicos, y Alfredo
Nicéforo y Guglielmo Ferrero a los sociólogos. En este contexto, el positivismo
también impulsó la idea de que las acciones humanas podían depender de la
atmósfera física y social que contenía al individuo. Así, el clima, la temperatura,
pero también la densidad de población, la opinión pública, la moral, la religión,
la familia o la educación determinaban la mayor o menor propensión delictiva
(García Pablos 2009, 482). En esta sintonía, siguiendo los lineamientos de Ferri,
Alfredo Nicéforo había observado que el delito no moría, sino que se
transformaba de ambiente en ambiente y de civilización en civilización. Para él,
la modificación del orden social estaba cambiando la fisonomía del delito
femenino. Impulsada por las necesidades de la civilización moderna, la mujer
estaba alejándose de su casa y acercándose al mundo del delito.

La sociedad moderna no sólo transforma el delito, sino también al


delincuente, sustituyendo el adulto con el joven y al varón con la
hembra. La sociedad moderna tiende, por consiguiente, a
aumentar la delincuencia de los jóvenes y de las mujeres […]
Libertada de la esclavitud familiar (la mujer) semeja a las
mariposas que abandonan la zona de sombra donde viven por
correr a la luz de una gran lámpara cuya luz deja a muchas
abrasadas.22

Al haberse ampliado las posibilidades de vida de la mujer, su exposición


a los peligros de la delincuencia era mayor. Sin una correcta guía espiritual y
moral, por su debilidad, las mujeres podían escoger el mal camino. Leídas en su
contexto social, estas afirmaciones expresaban los valores de la clase que
representaban, y parecían estar direccionadas a limitar las elecciones de las

22Alfredo Nicéforo, La transformación del delito, (Buenos Aires: Librería General de Victoriano
Suárez: 1902).

22
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

mujeres. Sin embargo, con cierta distancia de las ideas de Nicéforo, en el


prefacio de La donna delinquente Lombroso prevenía que ninguna de sus
afirmaciones debía ser utilizada para justificar la tiranía que mantenía a las
mujeres fuera de los ámbitos educativos o profesionales. Probablemente
determinado por la relación con sus hijas Gina y Paola, el padre de la escuela
positiva parecía reconocer que, en algún punto, era necesario que las mujeres
abandonaran la penumbra intelectual (Rafter y Gibson 2004). De todos modos,
esta idea insular no tuvo ninguna incidencia en el resto de su obra, donde la
inferioridad femenina fue un punto central de su argumentación.
En efecto, a pesar de este matiz, la teoría de Lombroso legitimó la
denegación de derechos en nombre de la alegada inferioridad de la mujer, pues
los positivistas de su tiempo enaltecían la figura femenina atribuyéndole
especiales valores espirituales para el cuidado del hogar y la crianza de los hijos
(Rafter y Gibson 2004, 37). La nueva ciencia representaba valores sociales más
modernos, pero mantenía las interpretaciones del vicio y del delito femenino de
antaño, las cuales contribuían a reforzar la educación de la mujer para su
glorificación en el espacio doméstico. Bajo la autoridad del varón, la maternidad
era su rol natural dentro de la familia y así permanecerá inmutable por muchos
años más.
En definitiva, las razones esbozadas por el positivismo extranjero para
explicar la criminalidad femenina fueron variadas. Con un fuerte componente
moral, la identificación de la mujer criminal recurría a los rasgos físicos, la
prostitución y a la locura como matrices conceptuales que permitían marcar los
límites de la normalidad. En estas fuentes doctrinarias abrevó la elite intelectual
argentina para encontrar respuestas a algunos de los interrogantes comunes
sobre el desarrollo de la criminalidad en general, y la criminalidad femenina en
particular.

23
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

III.B.1. El positivismo rioplatense aplicado a la criminalidad femenina

El pensamiento criminológico italiano tuvo un impacto sostenido en la


identificación de la naturaleza física, psíquica y moral del crimen femenino. En
similares términos que la corriente europea, la criminología local se encargó de
enumerar una amplia cantidad de variables que permitían identificar a la mujer
criminal, sin conformar una teoría única y consolidada. En este sentido, al igual
que para el caso de los crímenes de los varones, quienes se dedicaron a escribir
sobre la delincuencia femenina analizaron sus delitos construyendo y
difundiendo prescripciones sociales, muchas veces dispares, incoherentes e
inarmónicas entre sí.
Coincidente con el lugar que ocupaban en los registros policiales,
judiciales y carcelarios, los crímenes de las mujeres se situaban en un lugar
periférico en las publicaciones dedicadas a difundir los saberes de la
criminología. Las revistas especializadas solo publicaron notas aisladas si se las
compara con el caudal de información contenida sobre los delitos masculinos
(Cesano y Dovio 2009, 37). La mayoría de las veces los artículos recogían
“observaciones clínicas” a partir de las cuales se trazaban ciertas conclusiones
inorgánicas sobre la materia tratada.
La misma escasez sobre la temática se observaba en las tesis para obtener
el título de doctor en jurisprudencia de la Facultad de Derecho de la
Universidad de Buenos Aires, en cuyos anales solo figuran cinco publicaciones
dedicadas a los crímenes femeninos, tres de ellas escritas bajo la supervisión de
Piñero.23

23 Entre 1893 y 1930 las tesis publicadas fueron las siguientes: José M. Thomas, La Mujer Ante el
Derecho Penal, Tesis de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (1903); Juan
A. Rodríguez, La mujer delincuente, Tesis de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos
Aires (1903); Juvenal Machado Doncel, Delincuencia femenina: su represión, Tesis de la Facultad
de Derecho de la Universidad de Buenos Aires (1915); Saccone, Delincuencia femenina, (ver cap.1,
n.26); Rafael Inchausti, La delincuencia femenina: su represión, Tesis de la Facultad de Derecho de
la Universidad de Buenos Aires (1915).

24
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

La acotada fama del tema también podía inferirse de la poca influencia


que tenían quienes se dedicaban a este problema, ya que poco habían estudiado
sobre la etiología de los delitos masculinos. Sin embargo, entre las excepciones
podían destacarse los nombres de Eusebio Gómez, profesor de derecho, juez y
director de la penitenciaría nacional, y Ricardo del Campo, secretario de
redacción de Criminalogía Moderna, quienes refiriéndose uno a la prostitución y
el otro a los infanticidios, vincularon la criminalidad femenina con la
delincuencia congénita. También, con otro peso específico, el
internacionalmente conocido criminólogo cubano Israel Castellanos publicó sus
contribuciones sobre la mujer delincuente en las revistas locales. Por último,
criminólogos de la talla de Pedro Gori o Francisco de Veyga hicieron sus
contribuciones a partir de casos en los que tuvieron que intervenir, como
abogado y perito, respectivamente. Anécdotas profesionales y observaciones
clínicas puntuales permitían extraer conclusiones generales con aspiraciones de
nutrir un campo teórico rudimentario.24
Sin perjuicio del dispar reconocimiento de los autores, en todos ellos, sus
indagaciones giraban en torno al por qué de la escasa delincuencia femenina. El
libro de Lombroso El delito, sus causas y sus remedios y su publicación con su
yerno Guglielmo Ferrero, La donna delinquente, originalmente publicados en
italiano, tuvieron un impacto importante en el contexto local, y determinaron
las preguntas y respuestas sobre los crímenes femeninos. El primero de estos
libros (traducido al español en 1902) y el segundo (de circulación en italiano y
en francés a partir de 1893) constituían puntos de referencia para la discusión.
De todos modos, tal como se ha señalado respecto de las producciones
vinculadas a la delincuencia masculina, para los criminólogos locales, también
en el caso de las mujeres la Argentina requería una teoría sobre la criminalidad
que respondiera a los problemas nacionales. Por esta razón, así como en el caso

24 Pietro Gori, “Delitos por el honor,” Criminalogía Moderna, año 2, N° 5 (1899), 136.

25
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

de los varones, las teorizaciones foráneas fueron reinterpretadas en función de


las problemáticas específicas del contexto local.
La referencia a la inferioridad orgánica de las mujeres delincuentes –
comprobada por la criminología lombrosiana a través de deformaciones
craneanas, anomalías faciales, dentaduras defectuosas, orejas mal implantadas,
anestesias faríngeas o deformación de las mamas– encontraba algún espacio de
incidencia, pero no estaba ampliamente extendida, ni aceptada. Si bien algunos
autores establecían que cuantos más estigmas degenerativos se probaban,
mayor era el grado de delincuencia,25 también se reconocía que estos factores
debían ser analizados junto con otros elementos. La concurrencia de una
falencia orgánica con el registro de un factor hereditario sí podía ser suficiente
para invocar la existencia de una voluntad criminal. Solo si eran acompañadas
por otros síntomas, las expresiones faciales de las mujeres o la pigmentación de
la piel podían llegar a ser reflejos de problemas mentales asociados a la
criminalidad.
Este tipo de interpretación era coincidente con las limitaciones
reconocidas por Ingenieros a la producción del mayor exponente de la
criminología italiana: dentro de la teoría lombrosiana, el peso específico del
factor orgánico había sido exagerado (Rodriguez 2006, 60), y lo mismo se
aplicaba en el estudio de la delincuencia de las mujeres, cuyas deformaciones
fueron ornamentos en la identificación de las variantes más importantes de su
criminalidad.
En las revistas vernáculas, la vulnerabilidad psíquica de la mujer era la
que podía explicar de modo más amplio su participación en las actividades
delictivas. Períodos menstruales, pospartos y menopausias eran indicadores
especiales de la capacidad delictiva femenina. El funcionamiento del ovario

25Israel Castellanos, “Estudio antropológico de las asiladas en la escuela Reformatorio de


Aldecoa,” Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal, año 2 (1915); Luis Doncello Jurado,
“Una Histérica Curandera: Acción Terapéutica de la Sangre Menstrual,” Archivos de Psiquiatría,
Criminología y Ciencias Afines, año 1 (1902): 177-79.

26
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

influía en el sistema nervioso y determinaba la realización de actos de


cleptomanía, piromanía o envenenamientos. La menstruación, se explicaba, era
el mayor mal que ataba a la mujer a su condición de hembra, pues desde la
pubertad hasta el climaterio recibía descargas emocionales que la afectarían
durante toda su vida. La correlación entre la locura y el aparato genital era
evidente, dado que se consideraba que la menstruación tenía incidencia directa
en las depresiones, alucinaciones y en otros estados anímicos que determinaban
la caída en el delito.26
Dentro de la problemática más amplia de la locura, la histeria dominaba
el ideario de las revistas de la época. El aparato reproductor era el responsable
de este padecimiento y de todas las alteraciones de las emociones femeninas. En
algunos supuestos, el diagnóstico de la enfermedad iba acompañado de la
identificación de “risa histérica”, fácilmente confundible con la “risa loca”. José
Ingenieros, experto en el diagnóstico de la histeria, la vinculó con el desarrollo
de una sexualidad desordenada y una degeneración mental, ambas atribuibles a
la masturbación.27 Uno de los síntomas por excelencia de la histeria era la risa
anormal o la mentira, cuyos vínculos con el delito no requerían mayores
pruebas:

La histérica siente la necesidad de engañar, de mentir, y no la detiene


ningún tropiezo; la histérica miente sin objeto, sin razón, por el gusto
de mentir; en la mentira de la histérica está el culto del arte por el
arte […] Y á ese propósito no pueden dejar de recordarse las agudas
observaciones de Tarde sobre los vínculos que relacionan la mentira
con el delito, hasta hacerle decir que: “de todas las condiciones que
favorecen el desarrollo del delito, sea astuto ó violento, la más
fundamental, sin duda, es el hábito de la mentira”.28

26 Pedro Oro, “Consideraciones sobre psicosis puerperal,” Archivos de Psiquiatría, Criminología y


Ciencias Afines, año 5 (1906): 582-605; Julio R. Obiglio, “Perturbaciones de origen menstrual y
responsabilidad,” Archivos de Medicina Legal, año 5, N° 3(1935): 278-88; Cupertino del Campo,
“La kleptomanía,”Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, año 4 (1905): 84-87.
27 José Ingenieros, “La risa histérica,” Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, año 3

(1904): 349.
28 Francisco Netri, “El histerismo en la criminalidad,” Archivos de Psiquiatría, Criminología y

Ciencias Afines, año 1 (1902): 149.

27
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

En las caracterizaciones de las mujeres delincuentes todos estos


elementos podían tener vigencia en un mismo caso. En este sentido, las
formulaciones en torno a la delincuencia femenina eran variadas, maleables,
intercambiables y superponibles en un único estudio. Lo importante era no
renunciar a la idea de una clasificación que permitiera identificar clases y
subclases de criminales. Así, por ejemplo, a Paulina Damiani, de 18 años de
edad, se le había atribuido matar a su madre y a su hermano para huir con su
amante, condenado a la pena de muerte por estos hechos y por el rapto de la
joven. Este claro supuesto de víctima/victimaria llevaba a los especialistas a
catalogarla como loca moral, por su fisonomía “indiferente hasta la obtusidad y
su mirada fría y estúpida”29, pero su sexualidad irregular también tenía un rol
en la constitución de su identidad criminal.
Se pregonaba que las categorías, tipos y subtipos de criminales no se
confundían, sino que, por el contrario, este sistema de clasificación los ordenaba
(Rodriguez 2006, 62). Sin embargo, un mismo caso podía habilitar múltiples
lecturas vinculadas con la locura como su género, la histeria como su especie, y
la referencia a un comportamiento sexual marginal similar a las conductas
masculinas. En efecto, en el estudio de casos era extraño no encontrar la
variante delincuencial vinculada con la prostitución, otro de los ejes centrales en
la construcción de la mujer delincuente como “síntesis del vicio”, es decir, como
un perfecto ejemplo de falta de femineidad.
Diversos estudios historiográficos asociaron el crecimiento de la
prostitución con el incremento de la población masculina que había llegado a la
Ciudad de Buenos Aires sin sus mujeres e hijos (Cibotti 2010, 372). El
importante negocio del comercio sexual motorizó su reglamentación en las
grandes ciudades. En Buenos Aires, el objetivo de las normas municipales
dictadas a partir de 1875 fue controlar la propagación de las enfermedades
venéreas; de allí que todas las mujeres que se registraban como prostitutas

29 Anónimo, “El Crimen de 9 de Julio,” Criminalogía Moderna, año 1, N° 1 (1898): 27.

28
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

debían someterse a exámenes médicos dos veces por semana (Guy 1994, 69).
Pero el éxito de la reglamentación fue escaso, ya que entre 1890 y 1910 el
registro de prostitutas no superó las 1500 inscripciones y durante más de una
década ni siquiera alcanzó las 500 (Guy 1994, 76). Eusebio Gómez consideraba
que esta cifra era irrisoria si se tenía en cuenta la propagación de esa institución
social considerada “tan necesaria”.30 La prostitución, concebida como una
auxiliar de las familias, funcionaba como un reaseguro para el matrimonio
convencional y, por tanto, como una actividad que beneficiaba a la sociedad
burguesa en la medida en que su reglamentación ofreciera seguridad sanitaria.
En consecuencia, las prostitutas representaban el vicio, pero también eran las
guardianas de la virtud de las mujeres respetables, quienes podían mantenerse
vírgenes si los hombres tenían acceso a aquellas (Guy 1994, 69; Barrancos 2010,
581).
Con estas contradicciones, la concurrencia a los lupanares era una
actividad común para todos los sectores sociales, pero no dejaba de ser
concebida como un mal social fácilmente asociable a la criminalidad femenina.
En la génesis de la prostitución intervenían los mismos factores que en la
producción del delito. Para José Ingenieros, el criminal y la prostituta eran
“sinónimos de acero e imán; si se acercan se juntan” y la prostitución era “un
síntoma de locura moral, de verdadera agenesia afectiva”.31 La actividad sexual
debía tener como finalidad la reproducción de la especie; de manera que,
dentro de los parámetros lombrosianos de “locura moral”, resultaba inaceptable
que no persiguiera esa finalidad biológica en el marco de un vínculo amoroso.
De todos modos, la lectura de los criminólogos locales no estuvo encapsulada
en los cuestionamientos a una sexualidad desbordada. Tanto José Ingenieros
como Eusebio Gómez reconocían que en el acercamiento a la prostitución era

30Gómez, Mala Vida, 103 (ver cap.1, n.11).


31José Ingenieros, “Patología de las funciones sexuales,” Archivos de Psiquiatría, Criminología y
Ciencias Afines, (1910).

29
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

determinante la miseria y la falta de educación moral.32 Por consiguiente, ya


desde el cambio de siglo la prostitución condensó una polifonía de sentidos en
tanto remitía a la mujer lujuriosa, pero también a la víctima pasiva que había
sido arrastrada al mundo del delito. En el prostíbulo se encontraban mujeres
descarriadas y también criaturas víctimas de la perversión masculina.
Esta última representación estaba más presente en la literatura que se
ocupaba de temas prostibularios con el objetivo de que las familias obreras
conocieran ese mal y vigilasen a sus hijas. Autores como Francisco Sicardi o
Manuel Gálvez identificaban a las prostitutas con niñas pobres que, arrancadas
de conventillos o casas indigentes, terminaban viviendo experiencias infames y
morían prematuramente; como Goga, la protagonista de “Hacia la Justicia”,
cuyo tardío acercamiento a Dios no pudo salvarla de una muerte violenta.
Buenos Aires era “un vasto mercado de carne humana”, y las mujeres que no
sabían rezar o no aprendían la virtud entregaban sus cuerpos a hombres que las
precipitaban “a la vida con la sangre contaminada”.33 Solamente el amor sincero a
un hombre honrado podía acercar a estas mujeres a la redención; como sucede
con Nacha Regules, la protagonista de la novela de Gálvez. En ambos casos
había hecho falta una mujer que, en su rol de madre, previniera la corrupción
de su descendencia.
La mirada social permeaba en las publicaciones científicas; de allí que
Francisco Sicardi escribiera en la Revista de Criminología o que José Ingenieros se
dedicara a comentar las obras literarias del médico positivista.34 En este sentido,
para los criminólogos, la prostitución no era solo consecuencia de una
enfermedad patológica. El estudio empírico de Eusebio Gómez delataba que,

32 José Ingenieros, “La psicopatología en el arte: agitadores y multitudes en Hacia la Justicia,”


Archivos de Psiquiatría Criminología y Ciencias Afines (1903); Gómez, Mala Vida, 108 (ver cap.1,
n.11).
33 Francisco Sicardi, Libro Extraño, tomo 5 Hacia la Justicia (Buenos Aires: Imprenta de M.

Biedma, 1902) disponible en http://www.cervantesvirtual.com/obra-visor/libro-extrano-tomo-


v-hacia-la-justicia--0/html/ (consultado el 12 de febrero de 2017); Manuel Gálvez, Nacha
Regules, (Buenos Aires: Eterna Cadencia, 2010 [1919]).
34 Ingenieros, “La psicopatología en el arte,” (ver n.65).

30
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

entre quienes militaban en las filas de la prostitución, había obreras que


buscaban un suplemento para sus escasos salarios y también jóvenes de
familias humildes. Aun cuando en estos casos se reconociera la influencia
preponderante de la pobreza, las disquisiciones criminológicas sobre la
prostitución no parecían reclamar la erradicación de sus causas. Los
cuestionamientos a la criminalidad femenina iban por carriles separados
respecto de la consagración del trabajo como un objetivo para la reforma de los
delincuentes (Caimari 2004, 102). Para las mujeres no funcionaban las mismas
fórmulas que señalaban la inserción y adaptación laboral como antídotos de la
enfermedad moral, la delincuencia o la locura.
Una particularidad en los estudios sobre la delincuencia femenina es que,
como se verá en próximos apartados, a diferencia de lo que pudo suceder con
los estudios de los criminales, no existía indagación alguna sobre el
funcionamiento de las agencias que intervenían en la reclusión de las mujeres
delincuentes. La tarea desarrollada por la Orden del Buen Pastor no solo no
formaba parte de la política contra el crimen del Estado, sino que ni siquiera
ocupaba un lugar en las consideraciones de los especialistas. De ahí que, para el
caso de las mujeres, no existió el vínculo formal entre la criminología y el
tratamiento penitenciario que tantos frutos recíprocos rindió en relación con la
criminalidad masculina (Caimari 2004, 101). Paradójicamente, como
representantes del progresismo en su época, los positivistas reflexionaban, por
un lado, sobre las causas de los crímenes femeninos, pero por el otro,
implícitamente aceptaban que su tratamiento fuera proyectado por medio de la
educación religiosa.
En síntesis, la criminología autóctona reconocía la influencia del
positivismo italiano en la construcción del estereotipo de la mujer criminal. Al
igual que su par europeo, la antropología criminal no estableció una teoría
unitaria sobre la criminalidad femenina, sino que estudió sus delitos de manera
inorgánica y con fórmulas que definían toda clase de trastornos. Por lo demás,

31
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

como se verá a continuación, el impacto de estas teorías fue limitado tanto para
el derecho penal como para el tratamiento penitenciario de las criminales.

IV. La criminología en el derecho penal: el debate sobre la responsabilidad


de las mujeres

En apartados precedentes se explicó que la legislación civil consagraba la


minusvalía jurídica de las mujeres en un amplio espectro de actividades de la
vida cotidiana. Sin embargo, la ley penal consideraba a las mujeres plenamente
responsables de sus acciones y capaces de soportar el mismo castigo que los
criminales varones. Estos contrastes permitían fortalecer los espacios de
discusión fomentados por la criminología en tanto, sobre la base de la teoría
biológica de los sexos, la disciplina justificaba las diferencias cualitativas y
cuantitativas de su participación en el mundo del delito.
El Código Penal de 1886 redactado por Carlos Tejedor había adoptado la
idea del libre albedrío como presupuesto de cualquier conducta humana, una
decisión que fue blanco de enérgicas críticas de los criminólogos que habían
comenzado a desarrollar su saber en la misma época en que la legislación entró
en vigencia. El Código había delineado el campo de la responsabilidad penal
con principios opuestos a los de la nueva ciencia, pero los criminólogos no
dudaron en cuestionar estas ideas y, a pesar de que en la respuesta estatal que
propugnaban no preveían diferencias concretas, sí tenían un interés especial en
la participación de la medicina en el proceso penal, ya no como un auxiliar,
sino como una disciplina necesaria para que el juez tomara sus decisiones
(Sozzo 2015, 248-250).
En efecto, los nuevos profesionales destacaban la utilidad de la clínica
médica para resolver cuestiones vinculadas con la imputabilidad y la
responsabilidad penal y así evitar los errores judiciales.35 Ni testigos, ni

35 Osvaldo Loudet, “El valor probatorio y legal de las pericias psiquiátricas,” Revista de
Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal, año 16, N° 95 (1929): 529.

32
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

auxiliares de la justicia, los profesionales ubicados en las fronteras de la


medicina y el derecho insistían en la insuficiente preparación de los jueces para
interpretar las dolencias de los acusados en los juicios penales.
Por esta razón, en las revistas de la época, la reproducción de pericias y
exámenes médicos vinculados a enfermedades mentales padecidas por mujeres
normales y delincuentes servía para promover la relevancia de la
psicopatología y la medicina en el derecho penal. La fuerza con la que se
exhortaba a seguir los principios de la psiquiatría y la grandilocuencia de sus
dictámenes sobre psicosis, neurosis o histerias permite aventurar, por un lado,
el interés de los médicos en influir en las decisiones judiciales y, por el otro, la
resistencia de los magistrados a seguir sin contemplaciones los dictados de la
medicina legal.36
Con independencia de la importancia de la discusión sobre la
imputabilidad, el lugar otorgado a los informes médicos en los crímenes de las
mujeres también permite destacar la asociación que existía entre la locura y el
delito femenino.37 Las revistas criminológicas enseñaban que ante un delito
femenino los jueces debían recurrir a una pericia médica para determinar su
responsabilidad. Incluso en los casos de hurtos, los exámenes psiquiátricos
podían evitar errores judiciales que llevaran a la condena a mujeres sujetas a
trastornos patológicos. Al respecto se pregonaba que era necesaria una “larga
práctica en la clínica mental y una investigación escrupulosa de los hechos y del
acusado” para determinar si un delito se había cometido bajo la acción de un

36 Osvaldo Loudet, “Pericia médico-legal: psicosis maniaco-depresiva e histeria. Diagnóstico


retrospectivo de alienación mental,” Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal, año 19,
N° 110 (1932): 446 y ss; Osvaldo Loudet y Fernando Gorriti, “Pericia médico legal: neurosis de
angustia,” Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal, año 20, N° 115 (1933): 40 y ss.
37 Carlos Benítez y Juan N. Acuña, “Locura histérica e incapacidad civil,” Archivos de Psiquiatría,

Criminología y Ciencias Afines, año 2 (1903): 209 y ss.; Carlos Benítez y José Penna, “Melancolía
senil con delirio de las persecuciones,” Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, año
2 (1903): 529 y ss; Amador Lucero, “Sobre un caso de locura sistematizada progresiva,” Archivos
de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, año 4 (1905): 45 y ss.

33
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

trastorno psíquico o en pleno dominio de las facultades mentales. 38 De la misma


manera, los textos sobre infanticidio y locuras puerperales, al igual que los
dedicados a las perturbaciones originadas por el período menstrual, habilitaban
la argumentación sobre la menor responsabilidad de la mujer o su exención
absoluta de pena.39
Para los supuestos de histeria, los trabajos más citados también
enseñaban que no era posible establecer un criterio apriorístico uniforme sobre
la responsabilidad criminal. En los casos de las mujeres debía existir una
individualización ante la clínica, una individualización ante la responsabilidad
y una ante la pena, según el cuadro médico observado. Así, por ejemplo, en
sintonía con las enseñanzas del psiquiatra alemán Kraft- Ebing, el abogado
Francisco Netri distinguía el carácter histérico, la neurosis histérica aguda y la
psicopatía crónica histérica, y hacía depender de estos cuadros la
responsabilidad o inimputabilidad de las mujeres.40
Aun cuando en la legislación penal de 1886 prevalecía la idea de que la
mujer era igualmente responsable, el debate estaba planteado. Para el sociólogo
y jurista Carlos Octavio Bunge, las diferencias biológicas –aunque no
necesariamente se correspondieran con una menor inteligencia– estaban
cristalizadas en el derecho político y el civil, y debían tener su correspondencia
en el derecho penal. El hecho de que las mujeres casadas no pudieran testificar,
ni tuvieran capacidad para contratar sin el permiso de su esposo o para
disponer de sus bienes tenía que tener algún impacto en la legislación represiva.
En el derecho penal, existían solamente dos excepciones que
amortiguaban la pena de las mujeres. Por un lado, las mujeres honestas podían
cumplir la pena de arresto en sus domicilios, y por el otro, ninguna mujer podía

38 del Campo, “La Kleptomanía,” 85 (ver n.59); Alfredo E. Oliverio, “La Leyenda de la
Cleptomanía,” Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal, año 12 (1925): 472.
39 Obiglio, “Perturbaciones,” (ver n.59).
40 Netri, “Histerismo,” 158 (ver n.61).

34
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

ser condenada a muerte o a la pena de presidio.41 Sin embargo, en este


esquema, la idea de una pena atenuada, era solo una “benevolencia simbólica”,
puesto que en general eran pocos los casos en los que las mujeres eran acusadas
por delitos que, de haber sido varones, hubieran merecido la pena de muerte.
Por esta razón, Bunge consideraba necesario reformar la legislación penal para
incluir la idea de que “el sexo femenino es siempre una circunstancia
atenuante”.42
No obstante, esta propuesta de abordaje legal diferenciado tenía sus
detractores. Osvaldo Piñero, con su fuerte impronta universitaria, no solo
cuestionaba la posibilidad de atribuir una menor responsabilidad a la mujer,
sino que incluso criticaba que no pudieran ser sancionadas con la pena de
muerte o la pena de presidio. Ese tipo de distinción estaba basada en la errónea
teoría “Fragilitas Imprudentia” o “Imbecilas sexus” que remitía a la idea de que la
menstruación, el parto o, en términos generales, la diferente constitución física
femenina colocaba a la mujer ante crisis difíciles de controlar. Sin embargo, para
Piñero si la debilidad física, la diferencia de carácter o incluso las menores
posibilidades de intervenir en la vida política alejaban a las mujeres del mundo
del delito, estos factores no debían intervenir en la punición y la pena para la
mujer debía ser la misma que para el varón.43
La posición del referente del positivismo Osvaldo Piñero permite
aventurar que la circulación de las ideas sobre la menor responsabilidad de la
mujer podía estar asociada no necesariamente con una teoría biológica de los
sexos, sino con una mirada condescendiente sobre el rol de las mujeres y con la

41 El artículo 59 del Código Penal de 1886 establecía: “No se impondrá la pena de muerte á las
mujeres, á los menores de edad y á los mayores de setenta años. Si alguno de los espresados en
el párrafo anterior, cometiere un delito que merezca pena de muerte, será condenado á
penitenciaría por tiempo indeterminado”. A su vez, el artículo 70 del Código Penal de 1886
disponía: “El condenado á arresto será puesto en cárcel, policía ó cuerpo de guardia, pudiendo
ser arrestadas en sus propias casas las mujeres honestas, las personas ancianas ó
valentudiarias”. (Zaffaroni y Arnedo 1996, 2:191).
42 Carlos O. Bunge, “Acusación del Ministerio Fiscal en el juicio seguido a la Srta. A. S. del C.

por falsificación de firma, Delito Cometido en 1909,” Revista de Derecho Penal, año 2 (1946).
43 Piñero, Condición Jurídica, (ver n.41).

35
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

pretensión de excluirla de la experiencia carcelaria para que cumpliera sus


obligaciones en el hogar (Caimari 2007; Scarzanella 2003, 64). Sin embargo, las
primeras mujeres que abogaron por sus derechos no objetaron la atribución de
una igual responsabilidad en el ámbito penal, sino que utilizaron esa variable
para reclamar la equiparación en otras áreas del derecho: si podían ser
castigadas penalmente igual que los hombres, ellas debían tener los mismos
derechos civiles. En la sesión inaugural del Primer Congreso Femenino
realizado en Buenos Aires, Ernestina López declararía:

¡[C]osa curiosa! Mientras se restringe la esfera de su responsabilidad


al aminorar sus derechos a la libre acción, en lo que se refiere al
delito, la sanción penal y la social, no le conceden los atenuantes que
se acuerdan al menor y al inconsciente, a cuyo nivel se la coloca en
muchos respectos. La miseria, el temor a la condenación social, la
ignorancia y el ocio, son acaso los factores que determinan los delitos
más comunes en las mujeres. La dependencia económica en la que
vive con respecto al hombre, la arrastran en muchos casos a la
indiferencia moral que endurece el sentimiento de la dignidad
personal. A la sociedad corresponde, pues, recordar que toda la
legislación para ser justa, debe compensar lo que exige, con lo que
acuerda.44

Las intervenciones de estas primeras feministas han sido juzgadas como


estratégicas. En este sentido, la mesura de su argumentación no es indicativa de
cierto conservadurismo, sino antes bien de los límites de sus propias
posibilidades de acción. En este tema tan complejo como el que involucraba al
derecho penal no era conveniente reclamar una benevolencia punitiva si de lo
que se trataba era de ganar más derechos en el ámbito civil.45

44 Ernestina López, “Discurso en la Sesión Inaugural del Congreso Femenino Internacional del
18 de Mayo de 1910,” en Primer Congreso Femenino Buenos Aires 1910: Historia, Actas y Trabajos
(Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 2008[1910]): 65.
45 Ernestina Lopez fue una de las primeras mujeres en obtener el título de Doctora en Filosofía

desde la fundación de la facultad. En 1902, junto con su hermana Elvira, se sumó a la


Asociación de Mujeres Universitarias, donde también participaban Petrona Eyle, Cecilia
Grierson, Sara Justo, y Elvira Rawson de Dellepiane. Sobre las estrategias argumentativas de las
feministas, refiriéndose a la tesis doctoral de Elvira Lopez, “El movimiento feminista”, Verónica
Gago la ha calificado como una obra de “astucia táctica” (Gago 2009). La estrategia de la
moderación la llevaba incluso a manifestarse en contra del sufragio femenino. Elvira Lopez, El

36
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

De todas maneras, las feministas, además de no tener garantizado un


espacio en las revistas de criminología, tendrían que esperar más de veinte años
para siquiera intervenir en el debate sobre el crimen y el castigo femenino
resignificando el cientificismo de la criminología.46 Por otra parte, el tema
apenas tenía un lugar periférico en los congresos internacionales a los que
concurrían las mujeres ilustradas para reclamar por sus derechos civiles en un
ejercicio que evitaba atacar el maternalismo como ideología natural de lo
femenino. De hecho, en el Primer Congreso Femenino, como temática, la
criminalidad femenina solo mereció dos lugares en las aproximadamente
ochenta y cuatro presentaciones. Mientras Angélica de Carvajal y Marquez se
ocupó del régimen penitenciario y propuso que las cárceles de mujeres fueran
transformadas en sanatorios para curar las afecciones morales, 47 Isabel Pinto —
quien en 1942 sería una de las primeras senadoras electas en Uruguay— se
dedicó a cuestionar las ideas que hacían “de la madre soltera una casi criminal
por el sólo hecho de ser madre”.48 Ambas coincidían en que la criminalidad
femenina podría eliminarse por medio de la protección a la maternidad, y con
cita de Nicéforo lamentaban que la modernidad hubiera arrancado a las
mujeres de sus hogares. No obstante la aceptación de un rol social diferenciado
y la reivindicación de la maternidad como el destino natural de las mujeres,

Movimiento Feminista. Primeros trazos del feminismo en Argentina (Buenos Aires: Biblioteca
Nacional, 2009 [1901]).
46 Como se verá en el próximo apartado, el Patronato de Recluidas y Liberadas reunirá a un

grupo de mujeres que intentaron intervenir activamente en el debate sobre la rehabilitación de


las mujeres delincuentes. Quienes ocuparon diferentes puestos institucionales dentro del
Patronato de Recluidas y Liberadas fueron Julieta Gaviola Fornes, Nélida Alvarez, Zulema
Branca, Alma Gomez Paz, Hortensia Yussen, Dolores Madanes, Aída Vidret, Stella Basabe,
Elida D´Estéfano, Paula Lerner, Amalia Scolni, Velma Celin Obieta, Elena Calderazzo, Asunción
Alonso, Amelia Rodríguez, Lucila De Gregorio Lavié, María Angela Valente, Juana S. de Ramé,
María Estela Martínez Abelea, Perla Berg, Rosa Muñoz, Luisa Albornoz, Blanca A. Cassagne
Serres, María Estella Martínez Abella, Juana S. de Ramé, Aurora de Palma, Zaida Radalli,
Susana Niessenson, Elena Tomatti, Ana María Elguera, Haydée Morelli, Elena Tomatti, María E.
Martínez Abella, Elsa B. González, Margarita Porte y María Broide (Di Corleto 2016).
47 Angélica de Carvajal y Márquez, “La Mujer Delincuente,” en Primer Congreso Femenino Buenos

Aires 1910: Historia, Actas y Trabajos (Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 2008[1910]):
456.
48 Isabel Pinto, “La delincuencia y la mujer,” en Primer Congreso Femenino Buenos Aires 1910:

Historia, Actas y Trabajos (Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 2008 [1910]): 447.

37
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

ellas también podían advertir que la ley no las eximía del castigo cuando
incurrían en un delito, pero sí las privaba de votar a quienes determinaban el
contenido de las prohibiciones. Para los beneficios y privilegios, las mujeres
eran equiparadas a los menores, pero para las cargas y las obligaciones eran
iguales a los varones.49
Estas estrategias argumentativas eran completamente extrañas para los
abogados que defendían a las mujeres imputadas de delitos. Desde su ámbito
de incidencia, en lugar de ampararse en el diferente estatus jurídico concedido
a las mujeres, algunos abogados apelaron al debate médico legal para eximir de
responsabilidad a sus defendidas.50 Así, por ejemplo, en algunas causas
célebres, los defensores inclinaban la balanza hacia una menor responsabilidad
de sus defendidas alegando con los argumentos de la criminología. Esto
ocurrió, por ejemplo, en 1894, en el juicio seguido a Elena Parsons, cuyo
abogado defensor argumentó que no era responsable de sus actos debido a su
condición de mujer histérica. Allí se ventilaba el homicidio de Angel Petraglia,
un italiano que, luego de sufrir el rechazo de sendas propuestas matrimoniales,
puso en duda la honra de la victimaria, hecho que desencadenó su conducta
criminal. En oposición a la defensa, el abogado de la familia de la víctima apeló
a la necesidad de imponer una pena como correctivo social, y destacó la
importancia de las categorías criminales de los positivistas para valorar el
crimen de la acusada. Finalmente, la supuesta anormalidad alegada por el
abogado defensor no fue suficiente para evitar una sentencia que destacó la
mayor responsabilidad de Elena Parsons e impuso una pena de prisión (Ruibal
1996, 35).
Otra enfermedad típicamente femenina también fue alegada por el
abogado defensor de Carmen Guillot en el juicio seguido por el homicidio de su

49 Ana Montalvo, “Derechos Civiles y Políticos Femeninos,” en Primer Congreso Femenino Buenos
Aires 1910: Historia, Actas y Trabajos (Córdoba: Universidad Nacional de Córdoba, 2008[1910]):
428.
50 Netri, “Histerismo,” 149 (ver n.61).

38
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

esposo, Francisco Carlos Livingston, ocurrido en 1914. En este proceso, los


informes médicos legales adquirieron un lugar privilegiado, aunque no fueron
suficientes para convencer al juez sobre la necesidad de una pena atenuada. Los
extensos debates sobre la delincuencia nata o pasional de Guillot fueron
ilustrados con referencias a su vida sentimental previa: la fuga de su hogar
paterno a los dieciocho años, para unirse libremente a Livingston, parecía ser
clave en la determinación de su responsabilidad. Las mujeres que padecían
locura tornaban imposible la vida de sus maridos y sus hijos y el drama
sangriento estaba garantizado. La conclusión de los peritos médicos convocados
por los tribunales fue que la enfermedad de Guillot había repercutido en su
psiquismo y que, como circunstancia atenuante, limitaba su responsabilidad.51
Pero para el juez la interpretación del artículo 81 del Código Penal de 1886 –
que establecía que un “estado de locura” o una “perturbación cualquiera de los
sentidos y de la inteligencia no imputable al agente” eximía de pena– no
beneficiaba a delitos como el de Carmen Guillot, lo que determinó su condena
con la máxima de las penas existentes para las mujeres, e incluso se le aplicó
una sanción no prevista en la ley: el aislamiento durante 20 días en cada uno de
los aniversarios del delito (Di Corleto 2010).
La profusión de información médica sobre la responsabilidad de las
mujeres en sus delitos tampoco garantizó una pena atenuada en el caso de
Fermina Díaz de Giménez, quien había dado muerte a su amante, luego de que
él intentara violarla y amenazara a sus hijas con un cuchillo. El abogado de la
defensa sostuvo que Fermina era una neurótica, y que había actuado en una
crisis de histerismo, tesis ratificada por los peritos médicos. El juez, por su
parte, concluyó que la histeria puede oscilar “desde las formas más simples o
benignas hasta las más complicadas y graves”, y que en este caso se estaba ante
un “pequeño histerismo”. A decir del juez, la acusada había actuado bajo las

Delfino Pacheco y otros, “Responsabilidad Atenuada: Informes Médico Legales en un Proceso


51

Célebre,” Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal, año 3 (1916): 170.

39
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

amenazas de la víctima, pero su verdadera intención había sido deshacerse de


su amante para entregarse a otro querido. Por otra parte, el hecho de que ella se
hubiera preocupado por ocultar su delito era una pauta para descartar su
enajenación, por lo que se declaró su responsabilidad, sin atenuantes, y se le
impuso una pena de doce años de presidio.52
Con mejor suerte que en los casos de homicidios, algunos de los hurtos
cometidos en las grandes tiendas de la Ciudad de Buenos habilitaban una
mirada más condescendiente hacia las ladronas calificadas de cleptómanas. La
estrategia de los abogados defensores consistía en promover la determinación
de una forma clínica de alienación mental, o la constatación de psicosis de
embarazo.53 Declaraciones sobre “manías” o “locuras” podían ser consideradas
con más benevolencia si se advertía la presencia de una alteración psíquica
consecuencia del estado de preñez. Bajo la categoría de “antojos”, en algunos
casos, los jueces calificaban a los hurtos de impulsos irresistibles, exentos de
pena, siempre que estuvieran precedidos de informes médico-legales que
ratificaran la enfermedad.54
Finalmente, como se retomará en los capítulos V y VI, en los procesos
seguidos por abortos o infanticidio, la muerte del silogismo judicial proclamada
por la escuela de antropología criminal también encontraba un límite en los
juicios seguidos a sirvientas que abortaban o mataban a sus niños para
preservar su honor o su trabajo. En un terreno en el que podía ser
especialmente fértil la discusión sobre el discernimiento de la mujer frente a un
delito que ponía en duda su naturaleza femenina, el debate sobre su
responsabilidad era prácticamente inexistente. Salvo casos excepcionales, las
características personales de las infanticidas apenas eran consideradas, a pesar

52 Sentencia dictada por el Dr. Baltasar S. Beltran, Juez Letrado de La Pampa. 1905. “Homicidio
y Falsa Locura Histérica,” Archivos de Psiquiatría, Criminología y Ciencias Afines, año 4 (1905): 342.
53 José Landa y otros, “La cleptomanía en la ciudad de Buenos Aires,” Revista de Criminología,

Psiquiatría y Medicina Legal, año 16, N° 94 (1929): 410 y ss.


54 Jorge E. Coll, “Un caso de cleptomanía,” Revista de Criminología, Psiquiatría y Medicina Legal,

año 3 (1916): 350.

40
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

de que algunos abogados defensores las esgrimían como parte de su estrategia


legal.
En síntesis, el positivismo criminológico presentaba a la mujer
delincuente con rasgos físicos de degeneración, masculinizadas por la negación
de la maternidad o su promiscuidad sexual a través de la locura moral, o
incluso enfermas de histeria. Esta caracterización tuvo un rol importante para
consagrar a los médicos como intérpretes privilegiados de las conductas
desviadas de las mujeres, y fueron algunos de los argumentos que esgrimieron
los abogados para eximir de responsabilidad a las mujeres. Sin embargo, la
magistratura se mostró menos permeable al reconocimiento de diferencias
sexuales que aminoraran la responsabilidad de las mujeres y poco propensa a
atenuar la respuesta penal, lo que da cuenta de cuál fue el impacto real de los
saberes criminológicos en la administración de la justicia.

V. La criminología en la rehabilitación de las delincuentes: el rol de la


religión

Así como las ideas de la criminología positivista no permeaban en las


decisiones judiciales, lo mismo sucedía con el tratamiento penitenciario
dispensado a las mujeres, el cual se mantuvo parcialmente al margen de la
impronta cientificista. En este sentido, la entrega de las cárceles de mujeres a
una congregación religiosa contrastaba, por un lado, con el avance del
cientificismo penitenciario aplicado a los varones, y por el otro lado, con los
grandes embates que estaba sufriendo la Iglesia en toda la región (Caimari
2007).55

55 La sanción de las leyes de Educación Pública Laica y de Matrimonio Civil, así como el
establecimiento del Registro Nacional de las Personas, fueron algunas de las medidas que se
tomaron en este período para aplacar la participación de la Iglesia en temas considerados
fundamentales para la unificación de las culturas que habían llegado al país. Las autoridades
estatales favorecían la construcción de una conciencia ciudadana patriótica, de allí que la
reafirmación constante de los símbolos nacionales, la bandera y los episodios heroicos fueran
uno de los procedimientos de nacionalización de la sociedad (Terán 2010, 346).

41
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

No obstante, el rol de la Orden del Buen Pastor en la administración de


las cárceles de mujeres no debería ser entendido como un fenómeno aislado o
excepcional. Por un lado, porque en las últimas décadas del siglo XIX, junto con
la inmigración masiva, también arribaron a Buenos Aires un gran número de
órdenes religiosas, cuyas tareas trasvasaron el terreno religioso para incidir en
el trabajo social. Sus acciones alcanzaron no solo la administración de las
cárceles, como era el caso de la Orden del Buen Pastor, sino que también
avanzaron sobre escuelas, hospitales y muchos otros espacios (Di Stefano y
Zanatta 2000, 329). Por otra parte, como había sucedido en otros contextos,
desplazada al ámbito de lo privado, la Iglesia aprovechó la asociación simbólica
de las mujeres con la religión y su potencial en la difusión de valores (Herranz
2005), para incorporarlas al doble rol de receptoras y emisoras del mensaje
eclesiástico, hecho que facilitó la entrega de las cárceles a una congregación
religiosa femenina.56 Finalmente, como parte de la dinámica propia de un
proceso de secularización, en no pocas oportunidades el Estado se había basado
en los principios eclesiásticos para dar contenido a las nuevas legislaciones que
representaban al laicismo estatal, por lo que su oposición con la Iglesia era
relativa, y en este caso la entrega de las cárceles de mujeres lo liberaba de una
tarea respecto de la cual no tenía demasiado interés en seguir.57
En efecto, si se comparaban los gastos que generaban las cárceles de
mujeres, la ecuación era muy conveniente para el erario público. Mientras los

56 La Orden del Buen Pastor estuvo apoyada en gran medida por la acción social de las mujeres
de clases acomodadas. Las contribuciones de las benefactoras Isabel Amstrong de Elortondo,
Catalina de Galbraith y Elvira Lamarca de Navarro, entre otras damas que cedieron
propiedades y dinero, permitieron el mantenimiento y la expansión de la orden, incluso a otras
regiones del país. Por su lado, las mujeres encontraron un espacio público en el cual participar
con un compromiso de cuidado con los sectores más desfavorecidos. Su influencia no era
menospreciable, dado que con sus fuertes vínculos con los estamentos políticos lograron
muchas veces aceitar los canales de comunicación entre la orden religiosa y el gobierno. Isern,
El Buen Pastor, 2:193 y ss. (ver cap.1, n.6).
57 Di Stefano se refiere al proceso de secularización como a aquel en el que la religión pierde su

capacidad normativa respecto de la sociedad, la cual adquiere autonomía respecto de la


autoridad religiosa. En cambio, el proceso de laicización alude a la política por medio de la cual
el Estado absorbe funciones que antes pertenecían a la Iglesia (Di Stefano 2011, 5).

42
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

centros penitenciarios masculinos requerían una inversión importante para el


mantenimiento de personal de dirección, administración, cocina, seguridad e
instrucción, el personal de la Casa Correccional estaba compuesto por
veinticinco religiosas que se ocupaban de las prácticas religiosas, la instrucción
primaria, la enseñanza de labores manuales, el orden y la disciplina. Desde esta
perspectiva, el Estado tenía poco para perder concediendo a las religiosas la
asistencia de las mujeres delincuentes.58 Por otra parte, la proporción de los
crímenes femeninos no era preocupante, a lo que se sumaba que, en términos
generales, las reglas establecidas para la rehabilitación eran consideradas útiles
y suficientes. En consecuencia, durante el período estudiado, las monjas rara
vez fueron cuestionadas por su trabajo, pues se valoraba el orden y la disciplina
que imponían en el establecimiento.59
En el cambio de siglo, la religión podía haber sido un punto de tensión
entre los propulsores de nuevos paradigmas en el análisis de la cuestión
criminal y las religiosas. Sin embargo, a pesar de que reivindicaban la
racionalidad científica por sobre la fe religiosa, en la cuestión social femenina, al
promover un modelo de mujer esposa y madre dedicada al hogar, las teorías
criminológicas parecían amalgamarse con los postulados religiosos. Por lo
tanto, cuando se trataba de definir los roles femeninos, tanto los nuevos saberes

58 El apoyo privado era fundamental porque, en el sustento de la Cárcel Correccional, la


contribución estatal era escasa y los gastos la superaban. En sus memorias anuales presentadas
al Ministerio de Justicia e Instrucción Pública, las religiosas rendían cuentas del dinero recibido,
informaban la situación general de la cárcel y también advertían sobre las necesidades
insatisfechas debido a la falta de recursos. El edificio carecía de espacio suficiente para instalar
talleres, no siempre tenían camas para todas las reclusas, no había calabozos para las
incomunicadas y no existía separación posible entre procesadas y condenadas. A ello se sumaba
la necesidad de mejorar la higiene e infraestructura del viejo edificio, el cual requería constantes
reparaciones en techos, pisos y baños. Isern, El Buen Pastor, 2:284 (ver cap.1, n.6).
59 De hecho, la valoración a su trabajo promovió el crecimiento de la Orden del Buen Pastor.

Desde su llegada a Buenos Aires, las monjas ampliaron progresivamente su ámbito de


influencia. Después de abrir una primera casa en la calle Independencia con capacidad para
alojar a veinte mujeres, en 1889 las religiosas consiguieron autorización para construir un
monasterio para la formación religiosa de las novicias que trabajarían en las casas ya instaladas
en Salta, Catamarca, Córdoba, Río Cuarto y La Plata. Si bien habían recibido el edificio de la
Cárcel Correccional en malas condiciones, en 1893 fue totalmente refaccionado para permitir
una división entre las adultas y las menores de edad que habían ingresado poco después de que
tomaran a su cargo la cárcel. Isern, El Buen Pastor, 2: 283-288 (ver cap.1, n.6).

43
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

jurídicos como los médicos coincidían en sus objetivos con los planteados por la
Iglesia. Ciencia y religión compartían la idea de que la formación de las mujeres
en la fe religiosa, en la virtud y el trabajo en el hogar las mantendría alejadas del
delito.60
Desde la mirada eclesiástica, la permanencia de las mujeres en el hogar
constituía una forma de prevención del delito femenino y la Iglesia estaba en
una posición de privilegio para inculcar los valores del respeto a la autoridad
marital y de devoción a la maternidad. Tanto las presas como las asiladas
permanecían poco tiempo en la cárcel, por lo cual el énfasis en la transmisión de
la práctica religiosa era fundamental para que la tarea de rehabilitación no
resultara ilusoria (Rodríguez López 2016, 163). Pero no siempre era sencillo
inculcar la práctica religiosa. Así, la organización del día estaba pautada sobre
la base de oraciones por la mañana y por la noche, la concurrencia a misa, la
asistencia a catecismo y la realización de lecturas de instrucción moral.61
Además de la educación religiosa y la instrucción escolar, las mujeres
recibían clases de costura, cocina, cultivo de jardín y huerto. Entre otras
actividades, las reclusas también se dedicaban al lavado y planchado. Si bien es
difícil reconstruir el clima de la prisión para la época estudiada, es probable que
la vida de las presas estuviera determinada por los quehaceres domésticos.
Regidas por sus propios reglamentos basados en la voluntariedad del trabajo,
no se preveía el trabajo obligatorio exigido por la ley. La idea que se proyectaba
era que la vida en el hogar otorgaba inmunidad frente al delito.
Este formato de readaptación contribuyó a la construcción de visiones
dicotómicas en las que, asociadas a las mujeres, la tradición y la religión se
presentaban como paralelas al trabajo y a la ciencia pensadas para los varones.
En las políticas penitenciarias masculinas, la reforma estaba orientada al trabajo
y a la necesidad de internalizar los hábitos con él compatibles (Salvatore 2010,

60 Ibíd., 1:586 (ver cap.1, n.6).


61 Ibíd., 1:586 (ver cap.1, n.6).

44
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

214). Mientras para los hombres el castigo permitía articular la producción


teórica y práctica pensando en los modelos “cárcel fábrica” o “cárcel
laboratorio” — en los que la disciplina del trabajo y la clasificación era
fundamental—, para las delincuentes la readaptación consistió en la promoción
de valores religiosos que remitían a su permanencia en el hogar.
Llevaría más de dos décadas encontrar voces disidentes a este tipo de
tratamiento penitenciario. A partir de 1930, con el apoyo de Eusebio Gómez, un
grupo de egresadas de la Facultad de Derecho de la Universidad de Buenos
Aires cuestionaría la orientación religiosa de la rehabilitación de las
delincuentes. Agrupadas en el Patronato de Liberadas estas jóvenes
universitarias reclamarían para las mujeres el mismo tratamiento científico que
era dispensado para los varones,62 aunque con algunas particularidades que
mantenían la doctrina de las esferas separadas. Sin fracturar abiertamente el
ideal de domesticidad, las nóveles profesionales se animarían a insinuar que la
delincuencia femenina estaba determinada por la exclusión de las mujeres de
los ámbitos laborales, contexto que las empujaba a la prostitución o al delito (Di
Corleto 2016).
Las explicaciones positivistas sobre las causas de la delincuencia
femenina no indagaban de esa manera en el contexto económico y social. Por el
contrario, se desconfiaba de las mujeres que, visibles en el paisaje urbano,
ocupaban puestos de trabajos en lugares públicos (Guy 2000, 41). En este
sentido, los criminólogos podían tener diferencias con el método utilizado por
la congregación religiosa, pero no con su objetivo, pues desde su disciplina
también se asociaba el crecimiento de la delincuencia femenina con el abandono
del hogar.

VI. Consideraciones finales

62Dolores Madanes, “La Mujer en el Código Penal Argentino,” Revista de Derecho Penal, año 3
(1947): 57.

45
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

Bajo el amparo de la criminología lombrosiana, en la Ciudad de Buenos


Aires, el estudio de la criminalidad femenina brindó la oportunidad de
distinguir entre las mujeres criminales y las normales, y de establecer
diferencias entre varones y mujeres. Estos distingos, inscriptos en los cuerpos y
mentes de las mujeres, fueron una pieza fundamental para consolidar a la
criminología como una intérprete privilegiada de la desviación femenina, y una
herramienta discursiva poderosa para forjar patologías individuales y
colectivas.
Estas teorizaciones fueron muchas veces dispares, poco consistentes e
incoherentes entre sí. La simplicidad de esta imagen tomada de las
producciones intelectuales desarrolladas en el escenario europeo no deja de
insinuar vacíos y discordancias que solo pueden ser explicadas con la
presentación del contexto económico, político y social.
Con independencia del dispar impacto de la criminología en la
administración de justicia, en particular en lo referido a la responsabilidad
penal de las mujeres frente a sus delitos, el prototipo de la mujer criminal
construido por el positivismo se proyectó en un espacio cultural muy amplio. El
modelo de mujer en contraposición al cual se construía la mujer criminal estaba
ligado a aquel que establecía que, por su naturaleza biológica, las mujeres
estaban especialmente calificadas, y así debían hacerlo, para dedicarse al
cuidado del hogar. En este esquema, la criminología proveyó un paradigma de
análisis e intervención sobre la “cuestión de la mujer” que permitía dotar de un
sentido negativo a las conductas que se hallaban en contradicción con ese
modelo. Al amparo de una autoridad científica, se reforzaban las diferencias
biológicas entre varones y mujeres sobre las cuales se asignaban determinados
roles sociales complementarios.
Junto con otro tipo de discursos, las mujeres criminales eran un
exponente hiperbólico de uno de los temores de la época, el constituido por las
mujeres que desafiaban los límites sociales y culturales de la época. La alarma

46
Doctorado en Historia. Universidad de San Andrés
MALAS MADRES.
ABORTO E INFANTICIDIO EN LA CIUDAD DE BUENOS AIRES
(Fines del siglo XIX- Principios del siglo XX)
Julieta Di Corleto

que generaba la delincuencia femenina coincide con la preocupación provocada


por las mujeres que ingresaban al trabajo y abandonaban sus funciones
naturales como guardianas del hogar. En este punto es posible trazar una
continuidad entre los discursos de los especialistas sobre la criminalidad y los
argumentos de quienes destacaban la importancia de la permanencia de la
mujer en el espacio doméstico.
En efecto, la nueva ciencia no parecía marcar un ideal femenino muy
distinto al propuesto desde espacios más tradicionales, como por ejemplo, el
religioso. Si la secularización desafió el rol de la Iglesia en la agenda estatal, el
arquetipo de mujer promovido por el catolicismo no sufrió los mismos
cuestionamientos, una muestra de que el laicismo no necesariamente se oponía
a la moral religiosa. Aunque con signos dispares, tanto la criminología como la
religión concibieron a la mujer como depositaria de la moral y la más indicada
para preservar los valores de la familia. Paradójicamente, ambas contribuyeron
a definir la domesticidad como una cualidad innata de la mujer, pero también
una habilidad adquirible por medio de una adecuada sociabilización.
Existieron, pues, puntos de contacto entre los estudios sobre la criminalidad
femenina y las prácticas de rehabilitación que implementaba la Orden del Buen
Pastor, dado que en los dos casos la exaltación de la función maternal y la
reivindicación del espacio doméstico funcionaron como polos opuestos a la
criminalidad femenina.

47

También podría gustarte