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Acción Uruguay

directa en
1968–1973
Rodrigo Vescovi
Acción directa en Uruguay, 1968-1973
1ra ed., Rosario, Lazo Negro, 2019
436 p., 206×146 mm

ISBN 978-987-46966-6-3

Primera edición: julio de 2019


Lazo Negro Ediciones
Rosario, Argentina
lazo.ediciones@riseup.net – www.lazoediciones.tumblr.com
Acción directa en Uruguay
1968-1973

Rodrigo Vescovi
A los luchadores de ayer, de hoy y de siempre.
Presentación

La historia, a veces, se presenta como una leve brisa, otras, como un


violento ciclón. Los acontecimientos ocurridos durante el período
1968–1973 en Uruguay fueron vientos huracanados que cambiaron
para siempre el rumbo de varias generaciones.
El sabotaje sistemático contra los símbolos de explotación capita-
lista, el intento por organizar una resistencia de clase, los militantes
presos, las campañas por su liberación, los libros proscritos, las
calles y plazas llenas de gente manifestándose contra las medidas
de austeridad, el profundo trastocamiento de la vida cotidiana, la
imaginación y el compromiso de los luchadores sociales, la coordi-
nación de grupos anarquistas y combativos, las huelgas salvajes y la
crítica a las canalizaciones reformistas, nacionalistas y parlamentarias
fueron características del movimiento revolucionario en Uruguay.
El presente libro busca rescatar dichas expresiones de ruptura y
acción directa que estuvieron presentes en el periodo más fuerte
y radical de la lucha contra el Estado y el Capital en esa región
del mundo. Fue realizado a partir de una selección de pasajes de
mi tesis doctoral, que en Montevideo se editó bajo el título Ecos
revolucionarios. Un estudio amplio y minucioso sobre aquel con-
vulsionado periodo.
La fuerza de esta obra reside en la elección de las fuentes: historia
oral, trabajo de archivo –diarios, panfletos y actas parlamentarias
de la época y textos, cartas y balances inéditos de los propios lucha-
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dores sociales–, expresiones culturales y una amplia bibliografía.


Asimismo, el hecho de que el historiador –que escoge, interpreta
y ordena la información– relate los acontecimientos y describa el
objeto de estudio con la propia ayuda de éste, proporciona a la
obra un carácter introspectivo, de balance y de autocrítica.
Sirva también para las nuevas generaciones de luchadores que,
apoyadas por viejos revolucionarios, vuelven a abrir un período
de posibilidades para la transformación social.
En este estudio se ha intentado huir de las explicaciones formalistas.
De todos modos, el éxito ha sido parcial. Las limitaciones del mismo
y la influencia de muchas fuentes, que hacen un análisis formal,
no permitieron otro resultado. Fuentes en las que no aparecen las
clases y los movimientos sociales, sino sólo organizaciones políticas
y en donde se analizan los acontecimientos por lo que decían los
protagonistas de un bando u otro, y no por lo que realmente hacían.
Algunos militantes, sobre todo de Europa, autoproclamados
«revolucionarios», afirman que el conjunto de la lucha en Uruguay
(y por extensión, en Latinoamérica) fue reformista, meramente
antiimperialista, nacionalista y foquista. Se quedaron en la forma-
lidad de unas proclamas de liberación nacional, de unas consignas
contra los «yanquis», y de algún discurso reformador. No pudieron,
o no quisieron, ver lo que se narra en esta obra. Lo defendido en
los hechos, en la práctica real, coincide muy pocas veces con las
banderas de un movimiento social. Por ejemplo, que miles de
proletarios se enfrentaran directamente contra las autoridades
iba mucho más allá de algunos de los puntos de su programa. Así,
para el caso, aunque reclamaban la nacionalización de la banca,
no sólo atacaban a las finanzas extranjeras sino también a las na-
cionales poniendo en cuestión las bases mismas del capitalismo:
sociedad de clases, trabajo asalariado, explotación del hombre por
el hombre, propiedad privada, mercancía, etcétera.
Si se ha elegido 1968 como inicio de la profundización del es-
tudio, es porque fue el año en que la lucha fue masiva y cuando
se polarizaron dos grandes grupos: el del régimen y el de la lucha
por el cambio y la justicia social. También, por el carácter inter-
nacional de la resistencia, por el incremento de la presencia en las
calles montevideanas de luchadores sociales y de distintas formas
Presentación |  9

de lucha, como la guerrilla urbana, inéditas para el país. Por otra


parte, si la investigación acaba en julio de 1973, es porque con la
consolidación de la dictadura militar, la actividad social y política
cambió substancialmente. Fue en esa fecha que concluyó la huelga
general en respuesta al golpe de Estado y, en definitiva, cuando
aquel intento por transformar la sociedad resultó derrotado. A
partir de entonces y hasta principios de la década de los ochenta,
se combate como se puede y en pocas ocasiones en la calle. La
mayoría de las veces se resiste de paredes hacia dentro —en casas
o cárceles—, o bien en el exilio. Los seis años analizados son los
de más resistencia al sistema capitalista y de más posibilidades de
cambio social en la historia de Uruguay; de acontecimientos en el
país que marcaron, por lo menos, a tres generaciones.
Por último, cabe realizar una aclaración. Cuando se mencionan
las estaciones del año, se está haciendo referencia a Uruguay; de
ahí que se hable de clima caluroso en enero. Se ha realizado un
glosario (ver anexo al final de la obra) para ayudar al lector, no
familiarizado con la jerga de la militancia en el Uruguay de en-
tonces. En otro orden de cosas, se debe pedir disculpas por utilizar
un léxico machista. Dada la limitación de nuestro lenguaje, su
falta de dinamismo y el ser resultado de una sociedad patriarcal;
y el no haber encontrado una alternativa mejor, se ha optado por
utilizar la forma convencional. Por ejemplo, para no repetir los
artículos y las terminaciones: los y las luchadores/as, se ha escrito
los luchadores. Se entiende que son tanto las mujeres como los
hombres y así está expresado a lo largo de la obra. Si hay menos
entrevistados o menos episodios protagonizados por mujeres ello
se debe a las fuentes halladas. Pero, a pesar de esta limitación, la
investigación mantiene un carácter amplio pues trata también
las vivencias de anónimos, ancianos y niños, otros de los sectores
ninguneados por la historia.
En definitiva, esta obra pretende ser un homenaje a todos aque-
llos que lucharon y una herramienta de intervención social para
todos los que lo hacen en la actualidad.
Rodrigo Vescovi
Julio de 2019
Principales acontecimientos
de 1968 a 1973

La profundización de la crisis en 1968 en Uruguay, el descenso del


nivel de vida y el resurgir del movimiento revolucionario a escala
mundial empujaron a toda una generación a luchar por transformar
una sociedad que consideraban caduca e injusta.

Antecedentes

Ante el estancamiento productivo de la economía uruguaya que


se produce en 1957, el capital intenta recuperarse atacando el
nivel de vida de la clase obrera. Así, aumenta la tasa de ganancia
en base a la intensificación de la explotación y la disminución de
«prestaciones sociales». Por lo tanto, el punto de inflexión de la
conflictividad social viene del capital y la consecuente actuación
de la burguesía y todos sus aparatos y no, como se cree a menudo,
del proletariado, de una guerrilla o un grupo revolucionario.
De 1957 a 1968 la lucha de clases se desarrolló de forma descen-
tralizada. Cada sector burgués se enfrentaba a cada sector obrero en
particular, y la correlación de fuerzas precisas en un lugar o sector
determinaba las nuevas condiciones laborales, lo que facilitaba la
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actuación del sindicalismo corporativista y evitaba un virulento y


extenso choque social.
A partir de 1964 se incrementan la crisis económica y las ten-
siones sociales y comienzan los rumores de un posible golpe de
Estado, acrecentados tras el que se produce en Brasil, contando
con el reconocimiento de EEUU, y se empiezan a conformar las
nuevas organizaciones de los luchadores sociales. De hecho, du-
rante el período 1957–1968, se crean los gérmenes de casi todas
las agrupaciones de la tendencia revolucionaria, que empiezan a
disputarle la hegemonía de la izquierda a organizaciones tradi-
cionales como el Partido Comunista (PC) y el Partido Socialista
(PS). Al definirse dichas tendencias, en la escena política, como la
opción más radical y violenta, se constituyen en elementos claves
del proceso y fueron, para muchos, la principal fuerza de la clase
trabajadora, en su defensa contra la aplicación de la política eco-
nómica redistributiva capitalista.
En 1967 se produce el Acuerdo Época, unión de grupos y parti-
dos, proletarios y de izquierda: PS, Movimiento Revolucionario
Oriental (MRO), Federación Anarquista del Uruguay (FAU),
Movimiento Independiente Revolucionario (MIR), Movimiento
de Acción Popular Uruguayo (MAPU) e independientes —cuyo
grueso eran los tupamaros. Impulsan la publicación conjunta del
diario Época y establecen una plataforma de puntos en común.
Algunos de ellos son el apoyo a la Organización Latinoamericana
de Solidaridad (OLAS), considerar a la clase obrera como columna
vertebral de la revuelta y a la lucha armada como parte inseparable
de la militancia, y la necesidad de combatir el reformismo.
En el diario Época los grupos contrarios al régimen avisan de
cómo será el año. «Va a ser un año terrible. Las famosas patas de
la sota se están viendo cada vez más. Mientras que con un ahínco
que no tiene desperdicio se dedican a la caza de brujas, los precios
suben y suben» pronostica el MRO. «Ante los desmanes policiales
que vienen sucediéndose en estos últimos días, la FAU llama a
todas las fuerzas dispuestas a enfrentar la represión [...] a aunar
esfuerzos en una enérgica acción pública común», es la llamada
de una parte de los anarquistas de Uruguay.
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  13

La represión protagoniza las últimas semanas de 1967. En no-


viembre son torturados, nuevamente, varios militantes detenidos,
en diciembre se clausura Época y El Sol, y se ilegalizan los grupos
firmantes del Acuerdo Época. En estas condiciones de ilegaliza-
ción, el MRO decide crear las Fuerzas Armadas Revolucionarias
Orientales, que intentaron formar, tiempo después, un frente
común con las otras organizaciones armadas relevantes, Movi-
miento de Liberación Nacional (MLN) y Organización Popular
Revolucionaria 33 orientales (OPR-33), que no llegó a concretarse,
salvo en algunas acciones puntuales. Las medidas de diciembre
son las primeras que realiza Pacheco, el nuevo presidente, tras la
repentina muerte de Gestido.

1968: La resistencia mundial al capital,


también en Uruguay

El panorama cambia en 1968 debido a lo ocurrido en el ámbito


nacional e internacional durante los años sesenta. En el ámbito
mundial destaca: la hegemonía política, militar y económica de
Estados Unidos, sobre todo en América Latina, como muestra
su intervención en República Dominicana; el intento de que los
demás gobiernos aíslen a la denominada revolución cubana, que
sigue ganando simpatías en todo el continente; el predominio de la
llamada guerra fría y de la política de bloques, con la consecuente
doctrina de Seguridad Nacional. En la izquierda uruguaya, en con-
creto, también afectan otros acontecimientos, como el conflicto
de principios de los sesenta entre China Popular y la URSS, la
actuación militar de esta última en Checoslovaquia, los procesos de
nacionalización de empresas llevados a cabo por militares —como
el desarrollado por Velasco Alvarado en Perú—, las conferencias
tricontinentales de la OLAS y los ejemplos de guerrilla urbana —
como la dirigida por Américo Martín del MIR de Venezuela— y
rural —protagonizada por el Che en Bolivia—, que influencian
en los tupamaros.
A partir de 1968, en Uruguay, los sectores políticos y económi-
cos que controlan el Estado —que hasta entonces habían podido
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atenuar las tensiones sociales, por ejemplo convirtiendo en fun-


cionarios a la mano de obra que ya no necesitaba en el agro y la
industria— recurren a medidas económicas tan antipopulares como
la congelación de salarios y al aumento de la represión para seguir
manteniendo sus beneficios. Un número de personas cada vez
mayor, afectado por la nueva situación y/o solidario con las capas
más perjudicadas, se rebela contra un régimen al que considera
fiel servidor del capitalismo internacional y que se expresa como
el partido del orden establecido. De esta manera se convierten en
luchadores sociales que utilizan las más diversas formas de combate
político, en muchos casos enmarcadas en la acción directa, para
lograr su objetivo, nunca bien definido pero no por eso con poco
énfasis y claridad táctica.
La congelación de sueldos y salarios y otras medidas de cuño
represivo constituyeron una declaración de guerra al proletariado.
Desde ese momento, la posibilidad de aislar las luchas se complica
enormemente y la generalización de los enfrentamientos está al
orden del día. La clase obrera se encuentra en la encrucijada de
responder al mismo nivel de centralización y fuerza de su enemigo
histórico o dejarse arrollar por el aterrador avance del capital y
someterse a las imponentes condiciones de explotación que éste
intenta imponerle.
Estos luchadores buscaron en el asociacionismo obrero un
método eficaz para hacer frente a la patronal; en una coalición de
partidos de izquierda, la ilusión de una fuerza que les permitiera
cambiar las estructuras del país desde el gobierno; en la integra-
ción a agrupaciones políticas, una mejor organización. Estuvieron
presentes en las calles por pensar que era allí, en el espacio público,
donde se decidían los conflictos sociales; en las manifestaciones
por el centro de la ciudad para hacer oír sus demandas; en los en-
frentamientos con la policía para radicalizar sus movilizaciones;
en las ocupaciones de centros de estudio y trabajo para presionar
al gobierno y dar continuidad a la resistencia.
La expropiación de bienes se practicó como una medida de
presión; los becarios, por ejemplo, se iban sin abonar la cuenta
de los restaurantes para reclamar un comedor universitario, y los
grupos armados lograban consolidar su infraestructura; el reparto
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en zonas marginadas de las mercancías robadas denunciaba la


pésima distribución de la riqueza nacional.
Se emplearon las armas para hostigar a las fuerzas represivas,
llevar a cabo la denominada propaganda armada y crear una
alternativa de poder. Al considerar legítimo el uso de violencia
revolucionaria, los luchadores decidieron practicar la guerrilla ur-
bana, ya que las condiciones geográficas del país parecían impedir
la concentración de guerrilleros en zonas rurales.
Aunque Montevideo, y en menor grado las capitales del interior,
fueron los lugares de la mayor parte de los conflictos, el agro tam-
bién fue escenario de una resistencia al régimen que se plasmó en
las huelgas de peones de haciendas y de empleados de la industria
láctea, y sobre todo en las marchas de protesta a la capital de los
cortadores de caña que, por sus durísimas condiciones laborales,
se convirtieron en el símbolo de la resistencia legítima. Proyectos
como el plan Tatú sirvieron para repliegue y entrenamiento de
guerrilleros en las zonas rurales.
La tradición pacífica y civilista de Uruguay limitó las simpatías,
sobre todo cuando alguien resultaba muerto, hacia la actuación de
los grupos armados; el número de armas y la preparación militar
que, entre la mayor parte de combatientes, siempre fue escasa. La
guerrilla pudo pertrecharse gracias a robos a policía, coleccionistas,
particulares, armerías, y al espectacular copamiento de un cuartel.
Buena parte de la lucha política se desplaza al terreno militar,
al diálogo de balas y calabozos; las prisiones estatales se llenan y
la cárcel del pueblo, en la que se encierran a representantes del
régimen, empieza a funcionar. El alcantarillado de la ciudad es
usado como campo de batalla y la información se vuelve el factor
clave de la guerra social. La clandestinidad y la organización, para
seguir luchando a pesar de las cada vez más frecuentes medidas
de excepción adoptadas por el gobierno, es una constante en un
amplio sector de los luchadores sociales.
En 1968, muchos de los que se habían alzado contra el régimen
para mantener el nivel de vida y los derechos que tenían antes de
la crisis vieron que debían enfrentar al poder estatal con formas no
convencionales. La lucha política pasa de ser minoritaria a darse
en muchos ámbitos de la sociedad, con gran participación vecinal:
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interrupción del tránsito, ollas populares, festivales solidarios de


música...
La asimilación de los ideales revolucionarios, la necesidad de
cambio, la desesperanza con el sistema liberal y la pasión juvenil
provocaron la asunción de la militancia como factor importantí-
simo y condicionante, por el cual todos los aspectos de sus vidas
se vieron influenciados por el conflicto social vivido entre los años
1968 y 1973.
En 1968, además de lo citado con anterioridad, se ilegalizan, a
excepción del PC, las principales fuerzas políticas de oposición; se
suceden ejemplos de unidad obreroestudiantil, a nivel puntual y
a nivel orgánico, como muestra la creación de Resistencia Obrero
Estudiantil (ROE), de ideario anarquista, y el desplazamiento de la
influencia que hasta entonces tenían asociaciones estudiantiles con
una política corporativista y moderada en favor de otras —como
el Frente de Estudiantes Revolucionarios (FER)—, más radicales
y basadas en la asamblea como órgano de decisión.
En definitiva, en ese año converge una corriente de pensamiento
que lucha por volver al modelo liberal de bienestar del pasado
con otra que lo hace para revolucionar la sociedad; y se produce
además el primer asesinato de un manifestante.

1969: Brechas por todas partes


en la nave del Estado

En 1969 se polarizaron claramente los dos proyectos antagónicos:


el de la burguesía (el mantenimiento del capitalismo) y el del
proletariado (el cambio social). Es el año en el que hay más mili-
tarización de empresas públicas, más protestas contra las visitas de
representantes del capitalismo internacional, y en el que se produce
un incremento espectacular de las acciones de la guerrilla urbana.
En la historia del Uruguay el asalto al Centro de Instrucción
de la Marina (CIM) por parte de los Tupamaros, perpetrada el 29
de mayo de 1970, fue importante porque antes de ella, los tupa-
maros tenían alrededor cien armas y después como dijo el propio
presidente con mucho pesar: «Se puede afirmar que ahora tienen
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unas mil armas». Este operativo ilustra a la perfección el famoso


estilo tupa de los mejores momentos: atacar un cuartel con más de
sesenta soldados en su interior sin pegar un sólo tiro, utilizando
como armas el espionaje, la destreza, la inteligencia y la perfecta
sincronización.
Fernando Garín, el hombre clave de esta acción que permaneció
infiltrado en la marina aproximadamente dos años para poder
realizarla, tras advertir que daría solamente los nombres de los
que no están vivos, cuenta cómo prepararon y llevaron a cabo el
robo de armas del cuartel.

«A las dos menos cuarto de la mañana, me llama el dirigente


de la Columna del sur para confirmar si hacíamos la acción.
“¿Se hace la fiesta con tu hermano...?” Le dije que sí. Muchas
veces había llamado antes y estaba todo preparado y le había
dicho que no, porque a último momento había cambios.
Entonces se viene un camión cargado de gente armada y
se pone en la calle Buenos Aires. Después de que colgué el
teléfono le dije al cabo de guardia:
—Van a venir dos oficiales de inteligencia porque encontraron
a un tipo en la Ciudad Vieja, uno de la marina, que armó
lío— eso era común.
—Bueno, sí— contesta él.
Nadie le dio pelota. Después de quince minutos, llega un
Ford con tres compañeros. Entonces le digo al centinela:
—Éstos vienen al servicio de inteligencia— y hago pasar a uno,
al jefe de la columna del sur y el otro se queda en el carro.
Entonces el que está en el auto le dice al centinela:
—Viene una pareja.
La pareja es Raúl Bidegaín y otra muchacha [Yessie Macchi
quien recuerda que “simulamos ser una pareja de enamorados
que se estaba peleando porque él quería llevarme a un hotel,
por lo que intervino la ‘policía’ (un auto con dos compañeros
disfrazados) y pedimos hacer una llamada telefónica a mi
supuesto padre al guardia del CIM que observaba todo
desde el portón. Éste accedió y así se abrió el portón, donde
irrumpimos rápidamente para desarmar al guardia y arrestar
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al comandante del CIM que estaba en la cama con una


mina”].
Los centinelas de arriba no veían para abajo, no se puede
ver. A partir de ahí, llega el camión, entra por la puerta. Voy
con Sendic a buscar al cuartelero, arriba. El tipo está con el
fusil. Primero me acerco yo solo y le digo “te vengo a relevar,
teléfono”.Y [cuando me sitúo mejor] le digo: “tupamaros”.
Empezó a forcejar, le puse la pistola y casi se cae del susto.
Del camión descienden ocho, toda gente que sabía dónde
estaban las llaves y las armas. Cuando nosotros terminamos
de subir prendí todas las luces. Otro sustituye al centinela.
Ahí se dan cuenta que yo estaba en la cosa.
Vamos a buscar al oficial de guardia que estaba durmiendo:
—¡Oficial!
—¡Déjenme tranquilo!
Estaba en calzoncillos y así lo llevamos al patio de armas.
Después con cuatro fui a la enfermería, con otro a la radio.
Esa gente sabía que estaba de guardia, me veían todos los
días. Le dije algo, no sé, algo como “traigo este telegrama”.
Después voy a buscar cinco más y fuimos al casino a donde
estaban jugando al truco. Y ahí ocurre la anécdota, que
abrimos la puerta justo cuando se había pedido la falta y
Bidegaín dice [“aquí gané yo: tengo 38 —en honor a su
revólver— y somos tupamaros”]. Después vamos al arsenal.
¿Y nadie pegó un grito o hizo algo imprevisto?
—No, estaban cagados. Sabían que si se hacían los locos les
pegaban un tiro.
Nadie podía entrar, había una contraseña, dormían tres
adentro, les había comprado whisky y vino y habían estado
chupando. Golpeé y golpeé hasta que abrieron:
—Soy yo— dije la contraseña y entramos todos [al grito de]
“¡tupamaros!”
Los pusimos todos en el patio de armas, unos sesenta [la
mayoría en calzoncillos]. Nosotros éramos veintiuno o
veintidós, toda la dirección, casi toda Columna del Sur.
Y empezamos a cargar todas las armas: granadas, fusiles...
—¿Y archivos?
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—Eso no interesaba, otros infiltrados se encargaban de la


contrainformación.
Ulyses Pereira Reberbel había traído unas cajas de armas,
aquellos Chifs que eran revólveres pequeños calibre 38 con
destino a los grupos de extrema derecha. Cargamos todo y
encerramos a todos los militares.
«Antes de llevarlos a los calabozos, Garín les arenga: les
recuerda que en el mismo lugar se sometió a inhumanos
plantones, se maltrató, se vejó de palabra y de hecho a los
trabajadores de UTE [...]. Y mirando a los que aludiendo,
expresaba: —¿Recordarás fulano y vos mengano?» (Actas
Tupamaras, 1982, 229).
Cargamos el camión y se fue. Le teníamos que dar como una
o dos horas para salir de Montevideo, cambiar la carga de
vehículo y que los compañeros se fueran en autos. El camión
lo cambiaban en Santa Lucía, volvía a entrar a Montevideo,
agarraba para Minas... Nos quedamos cinco ahí. Varios de
guardia y yo en el teléfono y radio. Si llamaba alguien había
que saber qué decir.
«Se encargan de pintar leyendas —entre otras “Comando
Indalecio Olivera Da Rosa”, compañero muerto en acción—
y tomar fotos del arsenal vacío, de la bandera del MLN, en
el mástil de la Plaza de Armas y de los reducidos a través de
la puerta de rejas ubicada al pie de la escalera que lleva a los
calabozos». (Actas Tupamaras, 1982, 232).
Una de las compañeras que estaba vigilando a los presos
[Yessie Macchi]. Le pregunta al cabo:
—¿Qué hora es?
—Las tres de la mañana —contesta. Y ésta anuncia:
—A esta altura ya están todos los cuarteles tomados.
Y uno de los milicos se dirige a los oficiales y les grita:
—¡Hijos de puta, ahora la van a pagar!
Y éstos le ordenaban:
—Cállese la boca.
—Yo no me callo nada, ahora el pueblo está en la calle.
Ustedes perdieron el poder, hijos de puta.
—¡¡Cállese la boca!!
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[¿Y por qué no se llevaron a ese soldado con ustedes?] A mí


me preguntaron, pero dije que no. Tomaba.
Cuando estaba en el teléfono llegan dos de las fuerzas
especiales que se habían ido con mujeres. Se habían medio
escapado. Venían de civil, y ahí no se puede entrar de civil,
entonces le preguntan al compañero que estaba de guardia
[disfrazado de centinela] y al que yo le había enseñado a
saludar:
—¡Chzzz! ¿hay bulla?
—No, entrá no pasa nada —entran y le dicen:
—¡Tupamaros!
—¿Qué pasa?
—¡Tupamaros!
—Los estaban esperando siempre, hasta que vinieron —les
dije yo.
A las cinco de la mañana, cortamos los cables del teléfono,
cerramos la puerta de calle, colocando un falso artefacto
explosivo con un cartel que dice “Por aquí pasó el pueblo”,
y nos vamos con un coche de la marina, los fierros [pistolas]
que teníamos los metemos en una valija y los pasamos a
otro auto.
Y ahí entramos a un local, donde viví mis primeros días de
clandestinidad, frente a una comisaría. Me pinté el pelo y
el bigote de rubio. Ellos no tenían foto mía porque había
pedido a quienes pudieran tener que las tiraran. Después
cada columna recibió sus armas, se las dieron a los grupos,
escondieron y enterraron otras. Hasta tal vez hoy hallan
cosas enterradas».

Garín tras mucho pensar en esa acción opina que fue un operativo
muy arriesgado y que se la jugaron.

«Salió bien, pero fue una falta de estrategia militar.


—¿Por qué? —se le preguntó.
—Con veinte tipos apretar a sesenta. Además por dónde
estaba ubicado, si te cierran tres calles, te matan a todos. Y
en esa acción participa gente muy importante. Se podría
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haber acabado la organización, bueno aunque había un


plan y grupos de emergencia».

Garín a partir del asalto al cuartel pasa a ser uno de los tipos más
buscados. Un día esperando el autobús vio que una nena, en brazos
de su madre y mientras esperaba el transporte, miraba un cartel
con su foto que ponía «Fernando Garín: se busca» y que luego se
fijaba en él. En vez de irse, se quedó y pudo escuchar lo que le decía
la madre a la hija: «ya te dije que no mires esa foto, cuanto menos
la veas, menos problemas». A pesar de la infatigable búsqueda de
Garín, éste recuerda que «los policías que te reconocían en la calle
no se animaban a detenerte, se iban. Si estaban en el ómnibus,
se bajaban. La gente que yo conocí en la marina, y me veían en
el ómnibus, se bajaban». Es preciso apuntar que los tupamaros
clandestinos pocas veces iban solos por la calle, casi siempre iban
protegiéndose con otros dos compañeros de célula y eso los milicos
lo sabían. Pero aún así es sorprendente lo que cuenta Garín, de
ahí que fuera nuevamente consultado.

—¿Si era un alto cargo o en ese momento vestía de militar,


tampoco te intentaban dar caza?
— Un día paso por la casa de un oficial de la marina, que
conocía mucho, salía en coche. Cuando paso, me ve, se baja
del auto y se va para su casa. Nosotros teníamos un local
cerca de su casa, entro en él y digo a los compañeros: “[me
reconoció un oficial] va a mandar a toda la policía”. Y no
pasó nada, no avisó.

Hay que aclarar, una vez más, que Garín no fue un militar que
se pasó a filas tupamaras, fue un luchador social que odiaba a la
miliqueada pero que tuvo que infiltrarse en filas enemigas para
preparar ese operativo y facilitar otros gracias a su tarea de contra-
espionaje. Es lógico, no obstante, que desde los sectores populares
se haya cantado victoria diciendo que un soldado se pasó al con-
traejército popular.
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«Ahí tenés el ejemplo del marinero Garín. Él estuvo cuando


por órdenes superiores tuvieron que apalear a los compañeros
de UTE el año pasado. Pero su amor por el pueblo se impuso
a la necesidad de ganarse un sueldo “aunque fuera de
marinero”. Y eso es todo un índice en los tiempos que corren».

Explicaba en la época, 1970, un bancario a un entrevistador del


periódico Tierra y Libertad. Sorprende no obstante que después de
tantos años haya historiadores y periodistas que sigan manteniendo
esa falsa teoría. Un caso claro de derrotismo fue el borrachín que
increpó a los oficiales aprovechando el balance de fuerzas proletarias.
Su caso se hubiese hecho famoso si él hubiera pedido el ingreso al
MLN y si los tupamaros, pese al enorme riesgo, hubieran decidido
llevarlo consigo.

1970: Euforia combativa y contrapoder

1970 fue un año de auge revolucionario, en el cual los luchadores


sociales —algunos de ellos participando del accionar armado— se
consolidaron como un poder enfrentado al del régimen. En este
período se produce la intervención de la enseñanza secundaria,
como forma de controlar la convulsión social que se produce desde
los centros de estudio y sus alrededores, convertidos en verdade-
ros lugares de aprendizaje y combate; hay numerosas acciones de
justicia popular y armada, copamientos y asaltos en casinos, casas
particulares y bancos, que demuestran la corrupción de parte del
sector financiero; y se llevan a cabo secuestros y ajusticiamiento
de torturadores. Pero también es un año de muchas detenciones
a miembros de organizaciones clandestinas, sobre todo las que
practican la lucha armada. Acontecimientos, todos ellos, que ha-
cen que el Parlamento también viva convulsionado y con sumas
contradicciones internas.
Uno de los hechos más importantes de 1970 y del período en
general, es la creación de los comités de barrio, espacios en los que
el vecindario —a veces hasta cientos de personas— se reunía para
pedir mejoras en las condiciones de vida y del barrio y coordinaba
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  23

la resistencia al régimen. Eran gérmenes de contrapoder donde


se juntaban vecinos preocupados por arreglar los agujeros de las
calles, militantes que hablaban de la necesidad de organizarse para
llevar a cabo la revolución proletaria, o políticos parlamentarios
que pedían votos para las próximas elecciones. Esta mezcla dio
como resultado experiencias que recuerdan a los ateneos populares
o libertarios del siglo XX y a las actuales asociaciones vecinales y
centros sociales okupados del Estado español.
Antes de 1970 los vecinos que luchaban por la mejora de la calidad
de vida y, a su vez, por el cambio social y para dar apoyo a obreros
en huelga se reunían en la casa de uno de elllos. A partir de esta
fecha, se habilitan espacios específicamente para estos menesteres.
Uno de los fenómenos que más hizo crecer la cantidad de comités
barriales y radicalizar su actividad fue la lucha contra las medidas
adoptadas por la empresa eléctrica UTE para costear sus nuevas
infraestructuras, como el préstamo compulsivo que significaba el
pago por adelantado. Muchos comités fueron creados en repulsa
a la subida de tarifas públicas y contra los cortes de luz. Pero el
crecimiento vertiginoso se produjo cuando pasaron a fundarse
como comités de base del Frente Amplio, momento en el que las
organizaciones políticas sufragaban todos los gastos del alquiler
de los locales. Algo recurrente en estos espacios era la solidaridad
con gremios en lucha, que no consistía en simples proclamas en
su defensa sino en organizar la comida y albergar las reuniones de
apoyo a los trabajadores en huelga, para salir luego a pegar carteles,
hacer pintadas de denuncia y agitación o participar en las ocupa-
ciones. La acción directa fue una de las constantes de los comités.
Desde estos espacios también salían iniciativas para arreglar los
parques infantiles del barrio u otros lugares que el municipio de
Montevideo había dejado abandonados. El aspecto cultural de
los comités fue algo muy importante. Se hacían exposiciones de
pintura, obras teatrales y hasta alguna que otra celebración festiva.
Esos lugares de encuentro, en una sociedad capitalista —en la
actualidad ese fenómeno es aún mucho más acentuado— en la que
priman los espacios privados y el compartir la vida únicamente
con el núcleo familiar y los compañeros de trabajo, son recordados
con mucho cariño por los entrevistados. Hay inclusive quien, al
24  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

rememorarlos, habla de fiesta cultural y política y sentimiento


embriagador, «había mucho de sensación de primavera», apunta
Rodrigo Arocena.
Quienes participaron de estos focos de contrapoder al realizar
su evaluación lo hacen, como todo lo que sucedió por esos años,
con disparidad de opiniones. Hay quien afirma que en 1971 se
convirtieron en meros «comités juntavotos», pero otros replican
diciendo que inclusive cuando pasaron a llamarse comités de
base del FA seguían haciendo un importante trabajo barrial. «En
la campaña electoral —dice Pedro Montero— se hicieron las
paradas de autobús con techo y pintadas, pero muy bien hechas,
alegrando los muros semiderruidos. Trabajó muy bien el PC e
incluso anarcos de Bellas Artes».
Horacio Tejera, defensor de los comités, critica sin embargo el
papel jugado por algunos militantes, que según él tenían la idea
fija de que:

«“Lo que es bueno para mí es bueno para los demás, y si los


demás lo quieren o no, no importa”. Ése fue el gran fracaso
de aquella época, no tener en cuenta lo que pensaba la gente,
que era la depositaria de tus afanes. Eso llevaba a que cuando
militantes de un grupo político iban a desarrollar sus tareas
a una organización de base en la comisión de fomento de un
barrio, no iban como aporte de ese lugar, sino con la voluntad
de que esa organización defendiera sus propósitos, con lo
cual se castraba todo lo que tenía un desarrollo genuino. Por
ejemplo, si en un barrio se reunían para reclamar el agua
doscientas personas, después de que un grupo político se
adueñaba de la dirección de eso, la gente se iba y quedaban
cinco militantes. Con lo cual no se conseguía el agua, no se
fortalecía nada de base o genuino. Primaba la voluntad del
grupo en organizarlos, no en función de lo que esa gente se
había planteado, sino en función de tus objetivos superiores:
la revolución».

El último día de julio de 1970, la guerrilla tupamara secuestra a Dan


Mitrione, profesor de tortura enviado por el gobierno de los EEUU,
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  25

para exigir un trueque por presos por luchar. En la denominada


«cárcel del pueblo», el MLN ya tiene al cónsul de Brasil. El canje de
guerrilleros y otros presos políticos por autoridades y capitalistas
secuestrados en Brasil, Bolivia y Guatemala, son antecedentes de
ese mismo año que apuntaban la viabilidad de la operación.
El 7 de agosto de 1970, la organización tupamara da un ulti-
mátum, Montevideo está rodeado y las fuerzas represivas van de
casa en casa buscando pistas sediciosas. De todas formas el MLN,
siguiendo con su plan, toma un nuevo prisionero, Claude Fly,
técnico agrícola de Estados Unidos.
La dirigencia del MLN había quedado en reunirse en una casa
de Malvín, en la calle Almería. Sin embargo, la policía se adelantó,
pues había conseguido tras dos meses de investigación la informa-
ción necesaria y sabía que allí se iba a dar la importante reunión.
Allanaron la vivienda cuando apenas había un par de militantes,
los maniataron y allí mismo, con la casa llena de policías, esperaron
a que vinieran los otros dirigentes de la organización convocados
para la reunión.
La detención de la dirigencia y su líder histórico, Raúl Sendic,
provoca que la balanza, el tira y afloja entre gobierno y tupamaros,
se incline a favor del primero, y provoca que la Columna 15 asuma
la dirección de los tupamaros.
El 8 de agosto, casi veinte mil policías y militares continúan
la operación rastrillo por toda la ciudad. La Jefatura de Policía
pide la autorización del juez para utilizar pentotal (denominado
también suero de la verdad) en los interrogatorios. El magistrado
no lo autoriza pero es igualmente empleado. Ante el incremento
de las torturas y el previsible tormento que vivirán los recientes
arrestados, el MLN emite un comunicado, el nº 7, en el que se lee
que la vida de los prisioneros en su poder depende de la integridad
física de los tupamaros detenidos en la comisaría central.
Visto que el gobierno no iba a liberar a los presos y que se habían
roto las negociaciones con la captura de Sendic y los otros dirigentes
del MLN, a la organización parecía no quedarle otra alternativa
que ejecutar a Mitrione. El dilema se abrió entonces entre los tu-
pamaros: matar o no matar al maestro de la tortura. La elección
se trasladó a algunos comandos, pero acabó concretándose en las
26  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

reuniones de los máximos dirigentes. En la película Estado de sitio


se observa cómo un tupamaro que viaja en autobús va recogiendo
los votos de militantes que suben al mismo vehículo en diferentes
paradas; el que recoge los votos apunta en una libreta, dando la
idea que en ese momento había muchos otros que hacían lo mismo
que él. Al parecer, la decisión fue mucho más jerárquica de lo que
muestra el film dirigido por Costa Gavras.

«—¿Vos no te vas a fiar de una película? —opina Huidobro,


uno de los máximos responsables del MLN–T, en la época.
—¿No eran así la toma de decisiones entre bases y dirección?
—No —insiste Huidobro—, eso es un invento de Costa
Gavras. Las células se reunían, tenían un lugar a donde verse,
discutir, valorar, y votar y todo lo demás.
—Si se podía decidir entre muchos se decidía y si no, supongo
que no.
—Claro, en la guerra. ¡Sos loco!, ¿vos sabes lo que es una
reunión de una célula, el riesgo que implica y reunirte sólo
para discutir? ¡No, pará! Eso está bien ahora en la legalidad...
Riesgo de vida de todos esos compañeros. No se puede. Una
organización militar no toma las decisiones así. Las toma y
chau, a quien le gusta que le guste y a quien no mala suerte.
Después se consulta. La guerra tiene sus propias leyes y más
cuando estás en una situación como esa. Vos no podés hacer
grandes reuniones ni debates. Tenés que partir de la base
que estás infiltrado. Cómo voy a discutir si lo vamos a matar
a Mitrione o no, capaz que me está escuchando un tira. Se
consultó sí, a muchísima gente, lo más que se pudo, pero lo
más que se puede no es una asamblea democrática. Ni para
secuestrarlo, ni para matarlo, ni para tomar las decisiones
que se tomaron».

Según algunas fuentes, los jerarcas policiales permiten a los diri-


gentes históricos del MLN, que estaban casi todos aislados en la
cárcel, tener una reunión «privada» en una celda. Tras el análisis
de cada miembro —pros y contras de la ejecución, temperatura
social del momento y posible reacción popular y gubernamental—,
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  27

se concluye que, ante la negativa de las autoridades de negociar,


tienen que matar al torturador. Uno de ellos llega a plantear que si
se cumplía la ejecución el nivel represivo iba a ser brutal. Pero que,
en todo caso, la efectividad o no del operativo y de darle muerte a
Mitrone tendría que haberse pensado antes de capturarlo. Ahora
no tenían más remedio que acabar con él. No hacerlo significaba el
desarme, la imposibilidad de ellos y otras guerrillas de efectuar este
tipo de operaciones: canje de prisioneros y demandas al gobierno
a cambio de secuestrados.
Por su parte Garín opina que: «La decisión de matar a Mitrione
se hizo apresurada y anárquicamente. Influenció la decisión de los
presos de adentro. Los de afuera también habrán votado, sobre todo
la dirección. Había contacto. Fue una decisión apresurada, no digo
que sea justa o injusta. Pero había que tener la palabra, porque si
no los restantes grupos de Latinoamérica no iban a poder realizar
ese tipo de acciones. Como los Tupac Amaru [con la toma de la
embajada japonesa en Lima, en los años noventa]».
Al día siguiente de la caída de la calle Almería, en el comunica-
do tupamaro nº 9 se anuncia la ejecución de Mitrione «en virtud
de que no se concreta el canje». Ante la inminente ejecución, las
fuerzas represivas queman sus últimos cartuchos: aviones cazas a
reacción y helicópteros vuelan por el cielo de la nerviosa nación,
se realizan mil allanamientos, y caen más miembros del MLN,
entre los que hay nuevos dirigentes.
El 9 de agosto, a partir de las 12 del mediodía, cada minuto
se vive dramáticamente; distintas personalidades, entre ellas el
Papa Paulo VI, piden al MLN que no mate a Mitrione; cincuenta
y nueve esposas de funcionarios acreditados en la sede diplomá-
tica brasileña se van a Brasil; se efectúan nuevos allanamientos y
detenciones de «sediciosos», pero sigue sin aparecer el lugar más
buscado: la cárcel del pueblo.
A las 13:32, tras más de hora y media del momento señalado
para la ejecución de Dan Mitrione, un recién creado Movimiento
de Mujeres pide una tregua momentánea al gobierno y a los se-
cuestradores para que sometan su anunciada decisión de matar a
Mitrione a un plebiscito popular, «que el pueblo decida la muerte
o el canje».
28  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Por la noche, sorpresivamente, Pacheco Areco se reúne con el


Consejo de Ministros y resuelven enviar a la Asamblea General
un proyecto de ley solicitando la suspensión de todas las garan-
tías individuales, establecidos por el artículo 31, por veinte días,
para buscar al agente de la CIA sin tener que respetar derechos
constitucionales.
El lunes 10 de agosto, aún de madrugada, aparece el cadáver de
Dan Mitrione en el interior de un coche. Se declara día de duelo
nacional y a los dos años la Dirección Nacional de Correos emite un
sello con su rostro. Mitrione fue el séptimo consejero de Seguridad
de la Agencia Internacional de Desarriollo de los Estados Unidos
(USAID), muerto en el ejercicio de sus funciones; los otros seis
fueron ultimados en Vietnam. En Bolivia otro de los consejeros
fue herido, quedando paralizado de cintura para abajo.

Un símil en los años treinta: el


ajusticiamiento del comisario Pardeiro

Tras la muerte de Mitrione se produjo un intenso debate en el Par-


lamento. La discusión parlamentaria, producida por el homenaje
a un funcionario de dudosa moral humana, no fue la primera vez
que se dio en Uruguay. En 1932, en la Cámara de Representantes
hubo una discusión parecida. El documental Ácratas, de Virginia
Martínez, recoge gráficamente este episodio. En esa ocasión el perso-
naje homenajeado, asesinado por tres anarquistas, era el comisario
Pardeiro, otro conocido torturador. En el reportaje mencionado
un panadero anarquista llamado Aparicio Espinola habla de él:

«Un personaje siniestro […]. Un verdugo de alma. Ha tenido


a hombres colgados de los pies veinticuatro horas. Fui una
de sus víctimas, hace pocos años […] un médico me sacó
una cicatriz que conservaba de una patada que me dio en el
suelo. Me rompió una costilla, estuve dos meses internado».

El 24 de febrero de 1932, tres hombres disparan sobre el automóvil


donde viajan Pardeiro y el chófer. El coche recibe diecisiete impac-
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  29

tos de bala, el conductor dos en el pecho y el comisario una en la


frente. El presidente de la nación asiste al entierro, y en la Cámara
de Representantes se propone que los diputados se pongan de pie en
homenaje al comisario asesinado… Fernando O’Neill, anarquista
e investigador del anarquismo entrevistado en Ácratas, recuerda:

«Hubo diputados como el caso de Grauert1, por ejemplo, que


se negaron terminantemente por una razón de principios a
avalar un homenaje a este funcionario asesinado […]. No
podía avalar un homenaje a un torturador y también de
parte de la bancada del Partido Comunista hubo expresiones
similares […]. Desde mi punto de vista, y esta palabra no
es espontánea, es abiertamente deliberada, lo de Pardeiro
fue un ajusticiamiento anarquista […]. Era una especie de
bestia negra para toda la izquierda uruguaya de la época, no
sólo para los anarquistas sino también para los comunistas
y los obreros en general. Era un hombre que dentro de sus
funciones no tenía ningún escrúpulo en torturar a todas las
personas que él sospechara que estaban en actividades más
o menos ilegales […]. Era un hombre brutal en ese aspecto».

Al parecer, el desencadenante de que los anarquistas expropiadores


decidieran dar muerte al comisario fue el mal trato que éste tuvo
con Roscigna, unos de los anarquistas expropiadores más queridos
por los revolucionarios de la época, en el momento de su detención.
En aquella ocasión Roscigna declaró frente a periodistas: «Un
comisario me vejó de la manera más cruel, faltándome el respeto
como padre y como hijo […]. Más vale no dar el nombre, dentro
de dos años yo debo salir de la cárcel y entonces pienso pedirle
explicaciones, como lo deben hacer los hombres».
O’Neill explica en el reportaje que:

1  El diputado Grauert manifestó: «Jamás, yo, que he hecho denuncias


en Cámara contra los procedimientos policiales, podría votar un ho-
menaje a quien conceptúo que era el que más destacaba en las tortu-
ras que se han realizado en la Policía de Investigaciones» V. Martínez
Vargas. De una versión de su guión de Ácratas.
30  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

«Francisco Sapia, conocido también como Bruno Antonielli y


cuyo nombre de guerra era Faccia Brutta, de origen italiano,
pero que vivía hace años en Argentina, visita a Roscigna [en
la cárcel] y le pregunta si era cierta la versión según la cual
Pardeiro lo había abofeteado. [Roscigna] lo confirma».

Faccia Brutta, después del operativo contra Pardeiro, regresa a


Buenos Aires donde es detenido y asesinado en prisión.

1971: ¿Acción directa o tregua electoral?

1971 fue el año en el cual la fuerza proletaria se canalizó hacia un


proyecto de gobierno de izquierdas, frustrado al no ganar las elec-
ciones; y en el que se discute la idoneidad de una tregua electoral
o de la acción directa y la lucha clandestina. Fue un año en el que
la cultura popular se vuelca con la izquierda, en que Montevideo
vive un ambiente de crispación política por un lado pero de fiesta
y sensación de cambio por el otro.

A la luz de estos hechos los sectores más lúcidos de la


burguesía comprobaron que no basta ya sólo con la represión.
Se propusieron entonces crear nuevas expectativas de
“mejoramiento” dentro del sistema. Mientras intensificaban
las operaciones policíacas, una prédica persistente trataba
de volver a hacer creer a mucha gente, que ya no cree, en
las excelencias de la democracia representativa. Persuadir
de que con la acción directa no se va a ningún lado. Que la
salida se conseguirá votando.2

El año marca el inicio del descenso del movimiento revolucionario


por la división objetiva del proletariado debido al frenteamplismo,
de la liquidación de la tendencia combativa, y la imposición por
2  Citado de una recopilación, titulada ¿Tiempo de lucha / tiempo de elec-
ciones? de las Cartas de la FAU publicadas en 1970, que recoge las po-
siciones de la FAU sobre electoralismo, así como algunas opiniones
recogidas en la prensa de la época.
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  31

parte de la burguesía de un ambiente general de «tregua electoral»,


lo que ya fue un triunfo burgués en toda línea, con el consiguiente e
inseparable aislamiento de los sectores en lucha. Un texto anónimo
de balance, años más tarde, llegaba a afirmar: «aislamiento mucho
más profundo aún que todo lo que la central sindical Convención
Nacional de Trabajadores (CNT) había logrado en años anteriores».
Fue importante la discusión sobre si participar o no en la crea-
ción de una fuerza unitaria parlamentaria de izquierda. El debate
se dio en la totalidad de la izquierda y las organizaciones de los
luchadores sociales y lo tuvo, individualmente e introspectivamen-
te, cada uno ellos: ¿impulsar la creación del Frente, juntar votos y
participar en las pegatinadas o criticar esta coalición pacificadora
y buscar otro tipo de unidad entre los oprimidos? ¿Seguir fiel a la
crítica de la democracia parlamentaria y burguesa o votar en las
elecciones para dar el apoyo al Frente Amplio?
Mediante documentos y testimonios se puede tener una idea de
lo que significó, teórica y emotivamente, aquel debate. El Frente
empieza a formarse, «como algo que se ve que va a cuajar» señala
Arocena, en la primavera de 1970, y es un fenómeno que no se
da exclusivamente en Uruguay. En los años treinta en Bulgaria,
Francia y España, y en los setenta, en países como Chile, se crearon
importantes frentes populares, interclasistas y antifascistas y con
ellos las críticas a integrarlos.
La formación de frentes populares es una política socialdemócrata,
teorizada en los años veinte y treinta por la III Internacional, que
consiste en una alianza policlasista, entre burguesía y proletariado,
con el fin de defenderse o atacar al fascismo. Por lo tanto, es una
unidad de partidos y agrupaciones basada en el antifascismo. Una
victoria del reformismo frente al movimiento revolucionario. En
España, por ejemplo, el Frente Popular fue famoso por su gran
fuerza, pero también por reprimir a revolucionarios y críticos del
frentepopulismo. Bajo el lema: «ante todo ganar la guerra» y «todas
las armas al frente», el Frente Popular español reprimió y desarmó
a los revolucionarios, acabó con la autonomía obrera y el proyecto
revolucionario del proletariado —acentuado tras la insurrección
de julio 1936— reconstituyó el Estado con la importante ayuda
32  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

de la CNT–FAI y embarcó a los trabajadores en una guerra contra


el fascismo en defensa de la república democrática.
La FAU fue uno de los grupos en criticar a estos frentes y publicó
al respecto:

Nunca han sido eficaces para resistir la opresión, para frenar


el fascismo, para hacer la revolución, métodos por esencia
conservadores. Los “frentes amplios” de tipo electoral, con
una práctica que reserva al pueblo un papel de comparsa,
que lo pretende constreñir a la acción indirecta de mero
apoyo a la tarea central, reservada a minorías de políticos
profesionales dedicados a crear la oposición parlamentaria
del régimen [...]. El camino de la acción directa es, también,
nuestro camino.

María Barhoum, militante de la FAU, recuerda su temprana ne-


gación a participar en la democracia parlamentaria:

«Hacia fines del sesenta y nueve o por ahí, nos llaman [los
dirigentes de la FAU] por módulos para ver qué opinábamos
sobre entrar en el FA. A mí me tocó discernir con una serie
de compañeros que hoy están desaparecidos [...]. De siete u
ocho, dos compañeros votaron entrar. [Veíamos] que todo
el mundo entraba al FA y nosotros no, pero llegamos a la
conclusión que aunque íbamos a estar aislados durante unos
cuantos años, debíamos seguir nuestro camino».

En una línea parecida se enmarcaban casi todos los integrantes de


Comunidad del Sur.

Las expectativas de la clase obrera no deben estar centradas


en las salidas electorales, que sólo favorecen a los ricos, sino
en el desarrollo de su propia lucha, con sus métodos propios,
ganando en conciencia, en combatividad, avanzando. Sólo
así seremos fieles a la historia, al combate revolucionario
que hoy se libra en toda América Latina.
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  33

En el seno del MLN también se produjo este debate, y finalmente


se decidió apoyar su creación, ayudando a gestar una fuerza legal
dentro de él, denominada 26 de Marzo, que fue una especie de
«brazo político», pues aunque era independiente —con dirigentes
como Mario Benedetti— de alguna manera acabó representando
a los tupamaros y sus simpatizantes.

«Tuvimos mucho que ver, muchísimo, en la creación del


FA —afirma Mujica—. Negociábamos en la cárcel con
los abogados del Frente [y afuera] con nombres históricos,
intelectuales ligados al 26 de Marzo... Somos fundadores,
si lo hicimos en la clandestinidad, bueno. Retiramos a
compas [compañeros] del brazo armado y los pusimos a
militar en el 26 Marzo, muchos de los cuales se sintieron
cuasi sancionados. Tuvimos la necesidad de combinar todos
los frentes de lucha».

En diciembre de 1970 se hace pública la declaración tupamara de


apoyo crítico a este, en la que se observaran las contradicciones
que se vivían en el seno mismo del MLN. Muchos tupamaros, de
los cuales una gran parte estaba estructurada en la Columna 15, no
estaban de acuerdo en participar en la gran coalición de izquierda
por las críticas que habían venido haciendo hace años con respecto
a la ineficacia electoral en lo que a cambios sustanciales se refiere.

1. ¿Qué ocurrirá cuando el pueblo se proponga sustituir el


poder de los opresores por el poder de los oprimidos? ¿Qué
ocurrirá cuando el pueblo se proponga tomar el poder y no
influir en el poder? ¿Acaso esta oligarquía, que por defender
sus dividendos encarcela, tortura y mata, cederá sus tierras y
sus bancos sin dar batalla? No. Los oprimidos conquistarán
el poder sólo a través de la lucha armada.
2. Por lo tanto, no creemos, honestamente, que en el Uruguay,
hoy, se pueda llegar a la revolución por las elecciones. No es
válido trasladar las experiencias de otros países. En el Uruguay
de hoy, la radio, la televisión y el 90 % de la prensa escrita
están en poder de los capitalistas, y el 100 % está censurada.
34  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

El gobierno determina lo que se puede informar y lo que


no. Los oligarcas son los que detentan los ingentes medios
económicos para financiar las costosas campañas electorales
[...]. Todo esto impide que se pueda hablar de una libre
expresión de los ciudadanos de libertad de votos.
La dictadura está dispuesta a conceder elecciones para
revitalizar un régimen desprestigiado, incluso aceptarán
hacer un cambio de guardia entre los oligarcas de turno,
pero dudamos que se avengan a entregar pasivamente el
gobierno a sus prisioneros y torturados de ayer [...].
El MLN–(T) entiende positivo que se forje una unión de
fuerzas populares tan importantes, aunque lamenta que
esta unión se haya dado precisamente con motivo de las
elecciones y no antes.
Mantenemos nuestras diferencias de métodos con las
organizaciones que forman el frente y con la valorización
táctica del evidente objetivo inmediato del mismo: las
elecciones. Sin embargo, consideramos conveniente plantear
nuestro apoyo al Frente Amplio [...]. Lo hacemos en el
entendido de que su tarea principal debe ser la movilización
de las masas trabajadoras y de que su labor dentro de las
mismas no empieza ni termina con las elecciones. [...] La
lucha armada y clandestina de los tupamaros no se detiene.

Con la creación del Frente Amplio y la consolidación del proceso


electoral, la burguesía tuvo una nueva oportunidad de encauzar
la lucha dentro de su campo de juego, donde ella es juez y parte.
Las elecciones no se darían en el marco liberal de las anteriores,
como en un principio, prometieron los políticos parlamentarios;
se celebrarían con censura de prensa, ilegalización de grupos y
presos políticos.
El movimiento de rechazo al régimen vio de todas maneras
cómo nuevos militantes engrosaban sus filas; vivió un proceso
de búsqueda de nuevas y «más altas» formas de lucha, y hasta la
tregua electoral siguió creciendo el número de acciones de las
organizaciones armadas. Además, en muchos barrios se crearon
nuevos comités y se consolidaron los que ya existían. Ante esta
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  35

dinámica revolucionaria, la reacción —de derecha, centro e izquier-


da— aprovechó las elecciones y encuadró la lucha en el marco de
la legalidad y en un frente popular a la uruguaya. Este es uno de
los factores que ayudaron a transformar muchas de las expresiones
de enfrentamiento directo y revolucionario contra el régimen en
una oposición reformista, de pacificación y desarrollo nacional.
En el transcurso de ese año electoral se producen allanamientos
de locales, suspensiones de las garantías individuales, cientos de
detenciones y muchísimos atentados de grupos de ultraderecha
—muchos de ellos organizados por la misma policía— contra
locales y militantes contrarios al régimen, provocando en más de
una ocasión la muerte.
El movimiento revolucionario, a través de sus órganos de difusión,
fue desmintiendo que existiera esa tal libertad en el país y siguió
criticando las corrientes electoralistas. En mayo de 1971, en una
carta de la FAU se podía leer:

Toda esta prédica de la burguesía se desarrolla mientras en


agosto de 1970 y en enero de 1971, se suspenden las garantías
individuales. Mientras se invaden domicilios y hospitales, se
tortura, se preparan al estilo nazi registros de vecindad y se
construye en la Isla de Flores un campo de concentración [...].
Alguno podrá pensar: “pero si hay elecciones podemos,
votando bien, poner un presidente de nosotros, un presidente
salido del pueblo, que esté del lado del pueblo, y todo estará
arreglado”. Eso creen muchos y por eso hay tanta gente que
vota. Parece fácil. Y sin embargo, hace añares que se va de
una elección a otra, votando a uno y a otro, y las cosas van
de mal en peor. ¿Es que siempre se “equivoca” el pueblo?
Lo que pasa es algo diferente. Es que dentro del sistema
actual, cualquiera que llegue al “poder”, tiene que actuar
en beneficio de las clases dominantes o si no, no llega... o
lo tiran abajo.

Como se ha observado, en los meses previos a las elecciones se


produjo una fractura entre los luchadores sociales que estaban por
la participación electoral y los que la rechazaban. El recuerdo de
36  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Aharonián del concierto de Alfredo Zitarrosa, anteriormente de


tendencia anarquista, sirve para ilustrar ese momento:

«Zitarrosa estaba furiosamente afiliado al PC y estaba


pidiendo votos para las elecciones en el 71 pero la gente le
pedía a grito pelado Mire Amigo. Fue terrible porque la tuvo
que cantar como bis. Tuvo que decir “pero miren que esto
no es ahora, esto era antes y ahora hay que votar tal cosa”.
Pero la cantó porque la gente gritaba y gritaba».

Mire, amigo, no venga / con esas cosas de las cuestiones; /


yo no le entiendo mucho, / disculpemé, soy medio bagual;
/ pero eso sí le digo / no me interesan las elecciones;
/ los que no tienen plata / van de alpargatas; / todo
sigue igual. / Fíjese, por ejemplo, / en don Segismundo, /
con diez mil cuadras: / tiene dos hijos mozos / que son
doctores en la ciudad; / yo tengo cuatro crías, / y a la
más grande tuve que darla; / ninguno fue a la escuela
/ y pa’ que hagan muela / me falta robar. / Mire, amigo,
no venga / con que los gringos son gente dada; / yo lo
vi a mister Coso / tomando whisky con los del club, /
pero nunca lo vide / tomando mate con la peonada, / no
dirá que chupaban / y que brindaban a mi salud. / Mire,
amigo, disculpe, / no se moleste, / no tomo nada; / yo no
sé si usted sabe / que pa’ la trilla hay que madrugar / los
que nacimos peones / no conocemos las trasnochadas; /
ando muy mal comido, / y si tomo vino me da por pelear.

A medida que se acerca la fecha para votar, se va intuyendo la


inminente victoria, en cuanto a número, de quienes llamaron a
participar en el proceso electoral. El miedo que provocaba la cer-
titud de un brutal incremento de la represión, si se seguía la línea
de la lucha armada, y las promesas electoralistas del FA —amnistía
a presos políticos, profundas reformas sociales...— fueron algunas
de las causas que llevaron a decenas de miles de luchadores sociales
a votar y apoyar a uno u otro candidato. Sólo una escasa minoría
del proletariado no apoyó a ningún partido parlamentario ni votó,
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  37

o mejor dicho, saboteó su papeleta para no ser reprimido directa-


mente debido a la obligatoriedad de echar la papeleta en la urna.
Muy pocos grupos criticaron el proyecto frenteamplista, a pesar del
descreimiento en las elecciones que había entre gran parte de los
luchadores sociales tiempo atrás, y quienes lo hicieron no fueron
capaces —por falta de efectivos y limitaciones propias— de ser una
alternativa real a la canalización legalista y parlamentaria. De esta
manera los sectores populares se dividieron y enchaquetaron en
los distintos partidos políticos.
Los tupamaros, que se habían ido definiendo como una opción
antireformista, optaron, como se ha señalado con anterioridad, por
la tregua electoral, el apoyo crítico al Frente Amplio y la partici-
pación de la gestación del que sería su «brazo político». Los otros
grupos de la tendencia radical y revolucionaria que no participaron
en las elecciones quedaron un tanto al margen del protagonismo
político, aunque no por eso dejaron de actuar.
La lucha conjunta y la unidad autónoma de los explotados se
diluían. Toda ocupación, toda huelga, se la intentaba transformar
en una huelga frenteamplista y en base a ello se pedía cierta mo-
deración; había que garantizar la realización de las elecciones, que
se veían peligrar por los constantes rumores del golpe militar. De
esta forma se unían fuerzas para el Frente Amplio pero se aislaban
para los conflictos obreros. Un claro ejemplo de transformación
de la acción directa a la acción electoral fue lo ocurrido con los
comités de barrio, que como se ha mencionado, habían comen-
zado a surgir, entre otros factores, para oponerse a la política del
aumento del coste de los servicios eléctricos y exigir la libertad de
los presos políticos, y que en aquellos meses proliferaron más que
nunca, pero transformados en «inofensivos» comités frenteamplistas
dedicados a la campaña electoral.
Una característica constante en los debates de este período
electoral, y de alguna manera desde 1968 a 1973, fue la disyuntiva
elecciones–lucha armada. En muchos debates se hablaba de estas
dos posibilidades como si no hubiera otras alternativas; en esta
concepción tuvo mucho peso la ideología guerrillera y la frase del
Che: «el deber de todo revolucionario es hacer la revolución», y
para él, y muchos de los que interpretaron esa frase, ser revolucio-
38  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

nario significaba tomar las armas. Esta disyuntiva tan delimitadora


recortó las posibilidades y las formas organizativas y de lucha de
quienes combatían por el cambio social.
Como se observa en el apartado «Formas de lucha», hubo muchas
otras maneras de participar en política y enfrentarse al régimen
que no fueron el voto o la acción armada. Pero como teorización,
el protagonismo lo tuvo el electoralismo frentepopulista por un
lado, y el foquismo guerrillerista por el otro.
1971 también fue el año de la que posiblemente haya sido la ma-
yor fuga de presos políticos de la historia, haciendo tambalear a un
gobierno que, a raíz de ese hecho, opta por encargar a las fuerzas
armadas la lucha antisubversiva, que al unirse con las policiales
forman las fuerzas conjuntas (FFCC).
El Frente Amplio solo obtuvo el 18 por ciento de los votos. Tras
las elecciones el MLN rompió la tregua electoral y lo anunció en
un comunicado, escrito por Sendic en su campamento del Que-
guay: «Hay niños que mueren por diarrea en los basurales o en
las plantaciones […]. Los dueños del país ya están en el gobierno
ocupando ministerios, administrando lo suyo, para que todo siga
igual: los ricos, ricos, los pobres, pobres […]. Hoy ponemos fin
a la tregua que unilateralmente iniciamos antes de los comicios.
Ha quedado clara nuestra disposición, una vez más, de agotar las
instancias para llevar la paz al país. Queda claro también que este
camino se reemprende porque el gobierno no da, ni quiere otra
salida. Queda, pues, exclusivamente sobre sus hombros la respon-
sabilidad de haber desencadenado esta guerra civil» (Fagúndez y
Machado, 125).
A pesar de esta ofensiva, los tupamaros no pensaban llevar a cabo
el enfrentamiento definitivo en ese momento ni ordenar a todos sus
cuadros el ataque al régimen y sus defensores directos. Pretendían
evaluar fuerzas y potenciar la implicación de la población en la
«inminente guerra revolucionaria» que muchos la pronosticaban
para fines de 1972.
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  39

1972: «Guerra Interna»

En abril de 1972, tras la ejecución de cuatro integrantes de los escua-


drones de la muerte a manos de Tupamaros, las Fuerzas Armadas
afirman estar ante una «guerra interna» y piden al Parlamento que
permita la imposición de la jurisdicción castrense para vencer a la
«subversión», así como la construcción de nuevas cárceles.

«Se esperaba que, con los escuadrones de la muerte que


estaban formados, se iba a lograr que las organizaciones de
izquierda reaccionaran contra eso como un hecho importante
—explica Collazo—, con lo cual entonces iban a tener las
puertas abiertas para cambiar la legislación, decretar el estado
de guerra interno primero, 15 de abril del 72, y luego la Ley
de Seguridad en julio».

Es importante recordar que la Asamblea General aprobó, con 118


votos a favor y 97 en contra —todos los partidos políticos menos
el Frente Amplio— el estado de guerra interna que propició la
entrada definitiva de las fuerzas armadas en la escena política.

«Cuando el 15 de abril se apretó el botón y salió el ejército


a la calle, yo me hice esta gran pregunta: ¿Cómo hará la
Asamblea General Legislativa para que ese ejército vuelva
a sus lugares naturales y constitucionales?”, dijo hacia final
de año el senador Erro, en una Asamblea Nacional» (Caula
y Silva, 62).

A partir de entonces, entre otras «ventajas», los militares que habían


dado palizas o matado a escondidas y vestidos de civil pudieron
hacerlo a plena luz del día y con el uniforme puesto. Algunos de
los políticos que aprobaron ese estado de excepción, después fue-
ron detenidos y reprimidos por los propios soldados. Pero parecía
que, de cualquier manera, temían más al proletariado en armas
que al ejército.
Esto mismo les pasó a los dirigentes republicanos, el 18 de julio
de 1936, en España. Temían más a la insurrección proletaria que
40  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

a los militares insurrectos y por eso se negaron a dar armas a los


proletarios para que se enfrentaran a los golpistas. Fueron los
propios trabajadores quienes tuvieron que asaltar los cuarteles
para armarse. Una medida parecida hizo Allende, quien hizo caso
omiso a los obreros de los cordones industriales que le pedían ar-
mas para enfrentar a los futuros golpistas en Chile. En una carta
abierta con fecha del 5 de septiembre de 1973, seis días antes del
levantamiento militar, la Coordinadora Provincial de Cordones
Industriales, el Comando Provincial de Abastecimiento Directo y
el Frente Único de Trabajadores en conflicto escribían:

Han pasado tres años, compañero Allende, y Ud. no se ha


apoyado en las masas y ahora nosotros, los trabajadores,
tenemos desconfianza [...]. Hay sólo dos alternativas:
la dictadura del proletariado o la dictadura militar [...].
Estamos absolutamente convencidos de que históricamente
el reformismo que se busca a través del diálogo con los que
nos han traicionado una y otra vez, es el camino más rápido
hacia el fascismo [...]. Consideramos que no sólo se nos está
llevando por el camino que nos conducirá al fascismo en
un plazo vertiginoso, sino que nos ha estado privando de
los medios para defendernos. Exigimos que se derogue la
Ley de Control de Armas, nueva “ley maldita”, que sólo ha
servido para vejar a los trabajadores, con los allanamientos
practicados a las industrias y poblaciones, que está sirviendo
como un ensayo general para los sectores sediciosos de
las fuerzas armadas, que así estudia la organización y
capacidad de respuesta de la clase obrera, en un intento
para intimidarlos e identificar a sus dirigentes [...]. Si no se
confía en las masas, perderá el único apoyo real que tiene
como persona y gobernante y que será responsable de llevar
al país, no a una guerra civil que ya está en pleno desarrollo,
sino a la masacre fría, planificada [...]. Y hacemos este llamado
urgente, compañero Presidente, porque creemos que ésta
es la última posibilidad de evitar en conjunto la pérdida
de las vidas de miles y miles de lo mejor de la clase obrera
chilena y latinoamericana. (Tarea urgente: carta de los cordones
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  41

industriales a S. Allende, ed. Agrupación por la independencia


de la clase obrera, página 46, Suecia, 1979).

Juan Nigro asegura que «en las manifestaciones se exigían armas y


se expropiaron muchas como en España. Pero lo que hizo Allende
fue aplicar una ley (que se aprueba bajo su presidencia) de «con-
trol de armas» que no sólo desarma a los grupos obreros sino que
reprime abiertamente a todo el que posea armas cuestionando el
monopolio de las armas por parte del Estado. La función de la
Unión Popular fue desarmar al proletariado».
Tras la aprobación de la declaración del estado de guerra interna
se producen atentados y allanamientos contra centros de reunión
de luchadores sociales. Al día siguiente, una vez que el Parlamento
—electo por la ciudadanía— había votado la medida requerida por
el presidente —elegido también democráticamente—, las fuerzas
conjuntas matan a sangre fría, ya que no había existido ninguna
respuesta violenta a su provocación, a ocho militantes del PC que
estaban en la seccional 20 de ese partido.

«Recuerdo que un capitán del ejército —explicaba Juan Pablo


Terra (Silva y Caula, 183)—, en el período en que estaban
haciendo las grandes torturas, en que estaban destruyendo
el aparato tupamaro, allá por el mes de mayo o junio, vino
a verme para darme una versión sobre los ocho comunistas
fusilados en el Paso Molino. Más allá de ese episodio, la
conversación derivó hacia otros temas y en ese momento
él me dijo: “Mire, nosotros vamos a terminar de limpiar
este país de la subversión y de la guerrilla, luego vamos
a limpiarlo de la corrupción política y de la corrupción
económica”. Yo le comenté alguna cosa porque me llamó
la atención semejante propósito y me dijo: “Si los generales
nos acompañan, lo haremos con los generales y si no nos
acompañan, sacaremos a los generales y lo haremos igual”».

Para preparar «la guerra final», las fuerzas conjuntas usaron una
estrategia, típica de partido del orden establecido, que consiste
en organizar el enfrentamiento militar de clases, afirmando que
42  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

luchan por la paz. Cuando empieza la refriega sostienen que fue


«la sedición» quien declaró la guerra y que ellos tienen que com-
batir para restablecer el orden para el desarrollo de la nación. En
este combate final, el fiel apoyo de los escuadrones de la muerte
es más abierto pero a la vez menos necesario pues, como se seña-
ló anteriormente, lo que los militares empezaron a hacer antes
—asesinatos, torturas...— lo hacen a partir de entonces con total
impunidad y de forma masiva.
El plan bélico de las FFCC fue eficaz. Rodean Montevideo y em-
piezan a hacer una gran cantidad de allanamientos y detenciones a
partir de información que obtienen de las tremendas torturas que
infligen a los detenidos. En ocasiones, el daño físico y moral no se
soporta y se dan numerosas delaciones. Las traiciones, en cambio,
son muy pocas pero desgraciadamente demasiado productivas.
Hay una sensación de que se está perdiendo una importante
batalla de la lucha popular. No la definitiva, y ni mucho menos
la guerra de clases. La mayoría de los luchadores tenía la certeza
de que ante los acontecimientos que vivía, la confrontación social
no podía hacer otra cosa que acentuarse y que, en la medida que la
represión se incrementara, lo haría la indignación y la militancia.
1972 fue el año de mayor enfrentamiento armado entre la pobla-
ción uruguaya desde principios de siglo. La represión se extendió
a todos los sectores de la izquierda y las fuerzas armadas, apoyadas
por el Poder Ejecutivo y el Parlamento, ejercieron el control de
la situación. Es, ante todo, el año de la derrota militar del MLN
y otros grupos armados —FARO, OPR-33, 22 Diciembre (Tupa-
maro), Frente Revolucionario de los Trabajadores—, facilitada
por el revés en la lucha política propinado por la reacción contra
dichas organizaciones. Este fracaso pone fin a la apología de las
armas, presente en amplios sectores de la izquierda, y provoca la
recuperación de la extensión de las formas de lucha no militares:
manifestaciones, ocupaciones, sabotajes caseros, peajes...
Fue el período de la tregua armada, de las negociaciones para un
alto el fuego definitivo, fracasadas por las intransigentes exigencias
de cada una de las partes. Pero la desesperanza producida por la
derrota militar de la guerrilla, la toma de contacto en los cuarteles
entre detenidos y soldados y la falta de reapropiación programática
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  43

por parte de los luchadores sociales provocaron que muchos de


éstos tuvieran expectativas en un sector de las fuerzas armadas. Y
que se diera una de las particularidades más relevantes de la histo-
ria social: la elaboración de un plan conjunto entre tupamaros y
militares, para acabar con los ilícitos económicos de los capitalistas
e impulsar un desarrollo nacional más fructífero y equitativo.3
Sobre las expectativas en los militares de la izquierda Arocena cuenta:

«La verdadera historia es que la gran mayoría de la izquierda


las tuvieron en distintos momentos. En el 72 y hasta febrero
de 1973 el MLN [...]. En febrero [tras una intervención militar
en el centro de la ciudad con proclamas y comunicados
populistas], el PC se hace mucho más febrerista que el MLN,
no tanto el MLN que ya no juega, sino su periferia, el 26
de Marzo, empieza a tomar más distancia sobre la simpatía
hacia los militares. Recuerdo que en febrero del 73 estaba
totalmente en minoría en el penal de Libertad. Sólo faltaba
que repartiéramos tortas con velitas, la mayoría de la gente
festejaba el febrerismo “¡por fin el nacionalismo militar!”
Eso estuvo muy preparado por los dirigentes tupamaros, que
preparan esa influencia en el nacionalismo militar. [...] Pero
no es sólo el PC, Zelmar Michelini, tan brillante y audaz
políticamente, escribió en febrero del 73 en Marcha, artículos
que Carlos Quijano respondió en los editoriales diciendo
que no estaba de acuerdo con la era militar. Fue de los pocos
en no tener expectativas. Sí las tuvieron Erro, Seregni sin
ninguna duda [...]. En el PS había mucha divergencia sobre
este tema [...]. La izquierda no frentista no tuvo ninguna
expectativa. La ROE estaba en contra».

En un artículo aparecido el 13 de febrero en Compañero y titulado


«Solo el pueblo salvará al pueblo», la ROE aclaraba:

La clase obrera y el pueblo no pueden alentar ninguna


expectativa en que sus intereses vayan a ser defendidos por
3  Leer al respecto: http://postaportenia.blogspot.com.es/2015/11/1497-
la-traicion-es-en-gran-medida-una.html
44  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

civiles o militares. Para los trabajadores el dilema es de


hierro. O nos movilizamos por nuestros presos, por nuestras
libertades, por un salario, y mediante la lucha pesamos en el
conjunto de la situación o asistimos pasivamente a un arreglo
que se hará sobre nuestras cabezas [...]. Los trabajadores no
pueden asistir pasivamente a las disputas y negociaciones
entre civiles y militares del gobierno, o entre distintas
fracciones de la burguesía.

Opinión parecida tuvo Alberto Mechoso cuando en aquel entonces


fue preguntado al respecto.

«P. —¿Entonces tú no crees que los militares uruguayos


puedan llevar a cabo una política antioligárquica?
R. —Pero si son los políticos y los oligarcas los que les dan
cierta carta blanca a los verdugos: la entraña misma del
régimen capitalista se muestra en la mugre de las salas de
tortura. Yo no creo que se pueda confiar en torturadores
como Belén, del cuartel de San Ramón, que castiga borracho,
o Legnani y Camacho, del Batallón Florida, que implantaron
las técnicas que yo mismo padecí en otros cuarteles, o el
mayor Suaya, un “peso pesado” que ahora está de subjefe en
el Quinto, o el teniente Cedrés, que dejó el cable eléctrico
demasiado tiempo en la nuca de un preso y le provocó una
lesión cerebral, o el teniente Carbone del 2º y 3º de infantería,
alias «el Tigre» o el teniente Cordero, del 5º de artillería, un
notorio invertido que goza contemplando las torturas, o
los tenientes Dante de Core, Tuchelli, Teperino, Aquines,
Valetta y capitán Martín, que ató a una presa para violarla
y como no pudo, porque un cabo se rebeló, optó por darle
una tremenda paliza. La lista podría ser más extensa. Hay
un juez sumariante, el teniente primero Echazarreta, que
participa en las torturas y luego reaparece ante los presos
como juez» (Archivo de la FAU).

Este proyecto se vio truncado por lo absurdo del mismo —la


colaboración entre anticapitalistas y agentes del orden, entre
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  45

torturados y torturadores—, por la misma naturaleza castrense y


por la influencia de los principales grupos económicos sobre las
fuerzas armadas.
La influencia tupamara hacia algunos oficiales del Batallón
Florida provocó, en sectores de la población reaccionarios y
progresistas, una percepción de los militares como fuerza neutra,
aplicable y dirigible, que los hechos demostraron errónea. Por su
parte, algunos militares apreciaron en los luchadores sociales unos
fines justificables, pero unos métodos inaceptables.
Como síntesis de los años 1971 y 1972 se puede afirmar que en
este período gran parte del proletariado ve reducidas sus posibili-
dades de actuación. Por un lado, la burguesía consigue apaciguar
su lucha haciéndolo participar en las elecciones parlamentarias y
por otro, logra presentar, y de alguna manera transforma, la lucha
clase contra clase, en aparato contra aparato. Se impone la disyun-
tiva elecciones–lucha armada. En 1971 si uno no participaba en
la campaña electoral del FA quedaba marginado. En 1972 si uno,
que había estado criticando el pacifismo legalista de las elecciones,
no combatía contra las FFAA con alguno de los grupos armados
también quedaba relegado. El MLN, por ejemplo, empeñado en
cierto aparatismo, copó a militantes radicales y monopolizó gran
parte de las armas que había.

«El asunto es que no te decían con claridad cómo implicarte —


explica Juan Nigro—. La gente más decidida empezaba a hacer
cosas pero esperaba una directiva insurreccional que nunca
vino. Los tupas nunca tuvieron una línea insurreccional.
Nadie sabía cómo llegaría el asunto. Lo peor era que ni
siquiera largaron línea concreta para hacer cosas en todas
partes: todo lo contrario te obligaban a entregarles los pocos
fierros que la gente iba consiguiendo. Por eso a nosotros
nos parecía atractivo en este sentido (sólo en este sentido)
el diario del brasilero Mariguela y el proyecto de Navillat de
conseguir muchas armas, que además tenía la virtud que no
era para hacer otra organización aparatista que disputaría
la supremacía a los tupas sino por el contrario para armar y
dar directivas insurreccionales a los grupos proletarios que
46  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

emergieron por todas partes hasta el 70. Claro que tal vez
lo que intentamos en el 71 era ya demasiado tarde […]. Lo
que explica que nunca se generalizó la lucha armada es que
todo el esquema que se propagandeó era que esto era tarea
de una organización y no de la gente, de un aparato y no del
armamento insurreccional del proletariado —concluye Juan
Nigro—. Fue esto lo que más desarmó: todos pensaban que
nadie podía hacerlo mejor que los tupas. La táctica aparato
contra aparato provoca necesariamente esta consecuencia».

Si bien en los años 68, 69 y 70 la acción directa, a todos los niveles,


y la autonomía de clase fueron muy importantes, en el 71 y 72, el
voto y el «fierro» fueron los protagonistas, aunque no los únicos
en actuar; se siguió dando importancia a las manifestaciones, la
violencia callejera, las reuniones, la lucha en los centros de trabajo
y el barrio, la contrainformación, etcétera…
A fines de 1972, cuando el conflicto armado casi había acabado
en favor de las FFCC, las masas militantes volvieron a salir a la calle,
con mucho miedo, pero participando en paros y manifestaciones
en repudio de la represión. Se preparaba de esta manera el germen
de la huelga general de 1973, en resistencia al golpe cívico-militar.

«Antes, por ejemplo —explica Arocena— en los comités


de base ocurrían cosas como la solidaridad de los comités
de base de Pocitos con la huelga de los textiles de la curva
de Maroñas, con la “guerra” eso desaparece, la gente que
queda en los comités de base es mínima. Cuando hablan
las balas, las asambleas desaparecen. A fines del 72 revive la
participación popular pues la guerra ha terminado».

1973: Golpe de Estado y huelga general

1973 fue el año en el que el Parlamento pierde paulatinamente el


poder en beneficio de las Fuerzas Conjuntas, quienes el 27 de junio
empujan al Presidente a disolverlo. En el que los elementos más
radicales de los luchadores sociales son asesinados, encarcelados,
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  47

desterrados o inmovilizados. Y en el que el proletariado da una


lección de autonomía y decisión frente al golpe de Estado, prota-
gonizando una huelga general de quince días. Ésta finalizó con
una polémica actuación de la CNT y el PC, que son denunciados
como «vendehuelgas» por muchos de sus participantes. Fue, en
definitiva, el año de la derrota.
Algunos luchadores sociales, desde el principio de la década de
los setenta o incluso antes, veían inminente el golpe militar; otros,
en cambio, seguían pensando que en Uruguay no se daría dicho
proceso. María Barhoum recuerda:

«Hicimos todo lo posible, nos arriesgamos todo lo que


teníamos que arriesgar o más, grandes sueños y grandes
esperanzas, lo hicimos con toda la buena intención. Pero
que me digan que el golpe lo esperábamos, no. No lo
esperábamos, ni tampoco el exilio. Vivíamos en una chacra
muy pequeña y muy cerrada que era el Uruguay. El golpe nos
agarró a todos muy mal parados. Después de los años, muchos
dicen que sí la esperaban, es mentira, no la esperábamos... Por
algo pasó lo que pasó. El golpe del 73 fue el que destrozó a
la sociedad uruguaya, los otros pequeños golpes destrozaron
a las organizaciones, y a los que participamos en ellas, pero
el del 73 le tocó a quien estaba y a quien no estaba».

El miércoles 27 de junio de 1973, a las seis de la mañana en una


ciudad del interior, María Barhoum pone la radio y escucha una
marcha militar. Afuera, en las calles, hace mucho frío y en los
campos aún hay escarcha. Ante la evidencia de la concreción del
golpe de Estado, tiene la necesidad de reunirse con sus compañeros
de la FAU y la OPR-33. Para llegar a Montevideo debe atravesar el
puente Santa Lucía, una «frontera» improvisada por los militares.
Para aminorar riesgos decide no ir en el ómnibus interprovincial,
como lo hace cotidianamente, sino en el coche de un conocido
comisionista. Apenas llega a Montevideo se dirige al local donde
irán llegando sus compañeros, haciendo caso omiso de los comu-
nicados de las FFCC en los que se establece la prohibición de todo
tipo de reunión política sin previa autorización, así como la de
48  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

divulgar cualquier tipo de información que «afecten el prestigio


del Poder Ejecutivo y/o de las Fuerzas Armadas».
Inician el trabajo de «limpieza» del local y se reúnen para ver qué
hacer. No hay tiempo para grandes análisis. Piensan en la resistencia
armada pero la descartan, entre otras muchas razones, porque gran
parte de los compañeros que manejaban armas, de su organización
y otros grupos, están en la cárcel. Sintetizan la situación que vivirá el
proletariado a partir de entonces: una reacción defensiva pero que
podría devenir ofensiva y convertirse en una huelga revolucionaria.
«Toda acción es defensiva y ofensiva» concluyen.
Hay muchas otras reuniones, en ese momento, por todo el país.
En la entrada a las fábricas del turno de las seis de la mañana, media
hora después de los comunicados de las FFAA, habían comenzado
espontáneamente las primeras asambleas obreras.
A pesar de que no hay, por parte de la Convención Nacional de
los Trabajadores (CNT), una proclama clara de huelga general, la
huelga se impone, las ocupaciones de fábrica y centros de estudios,
se expanden por toda la capital.
Si bien panfletos llamando a la huelga realizados por militantes
de la CNT, o personas que con ella se identifican, las consignas que
se lanzan no son las de la línea oficial de la central sindical en ese
momento. El hecho de que al final de la octavilla se escriba «viva
la CNT» puede haber confundido a historiadores u otras personas
que piensan que la dirección de la Convención fue la que inició la
huelga y dio este tipo de consignas desde el principio. En historia
social es frecuente este tipo de equívocos. En otros capítulos de la
lucha del movimiento contra el capital, grupos obreros firmaron
con el nombre de una organización a la que ni siquiera estaban
afiliados, aportando en muchos casos un radicalismo que ni tenía
ni pretendía dicha estructura. Como fue el caso del panfleto de Los
amigos de Durruti que en los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona
lanza la consigna de luchar en las barricadas y en el que también
aparecen las siglas de la Confederación Nacional de Trabajadores,
cuando ésta oficialmente llamó a deshacerlas.
Cada día que pasa la huelga se intensifica. El gobierno se ve
obligado a cambiar de táctica y pasa de minimizar la huelga y las
ocupaciones, a alarmar a la población sobre «las consecuencias
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  49

de la paralización del país y de todos los servicios esenciales»; a


justificar la anunciada operación desalojo y a intentar oponer los
trabajadores y estudiantes en huelga «dirigidos por falsos líderes»
al resto de la población, diciendo, por ejemplo, que a los enfermos
no se les deja entrar a los hospitales —suceso que según las fuentes
consultadas no era cierto— y que los jubilados no pueden cobrar
su pensión. El proletariado responde profundizando la campaña de
información en los barrios y explicando que mantienen guardias
en los servicios esenciales. Desde los comités de base del Frente
Amplio se organiza la recogida de basura y se impide la especulación
y acaparamiento de productos de primera necesidad.

«Me acuerdo que esos días de huelga tirando miguelitos y


repartiendo algún volante éramos poquísimos —rememora
Tejera—. Había muy poca gente en la calle [luchando], la
de mi generación estaba presa o se había ido. Hubo mucha
gurisada joven. No había adultos [...]. Creo que fue uno
de los gestos más lindos que hubo en este país. Hacer una
huelga sabiendo, todo el mundo, que se perdía que tenía
un fin, y diciendo “vamos a hacerla larga, vamos a ser los
campeones mundiales de la huelga perdida”».

Las autoridades, antes de incrementar la represión, intentan des-


estabilizar la moral y la unidad de los ocupantes y propagan falsas
noticias sobre el levantamiento de la huelga en tal o cual fábrica.
El coronel Bolentini promete que si se finaliza la huelga el gobier-
no aprobará el aumento de salarios, reglamentación sindical con
acuerdo a los sindicatos, eliminación de sanciones económicas a
los funcionarios públicos, libertad para obreros y estudiantes presos
con posterioridad al 27 de junio, participación de los trabajadores
en la dirección de los entes y funcionamiento de las comisiones
paritarias. Por su parte el ministro del Interior declara:

«El gobierno considera eficaz la realización del plebiscito en


los que los personales de cualquier labor paralizada puedan
expresar mediante el voto secreto su voluntad de trabajar o
50  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

no. Por encima de lo que son los muy justos y atendibles


intereses del gremio, están los superiores intereses del país».

Es muy importante destacar este consejo del ministro del Interior


para corroborar que la democracia directa en muchas ocasiones
es reaccionaria. Es decir, es la principal arma de los defensores de
este sistema para que todo quede como está. Las votaciones suelen
tener resultados muy satisfactorios para la burguesía, de ahí que
sean ellos los que siempre vanaglorien la democracia y las eleccio-
nes. El caso uruguayo es un ejemplo en el que el presidente, que
luego será artífice del golpe de Estado, fue votado por la población
y donde se votó por plebiscito, años antes, la Reforma Naranja que
le otorgaba más poder al Poder Ejecutivo, institución que aprobó el
golpe de Estado. En el apartado Democracia y dictadura: el sostén del
Estado se explica que la aplicación de todas las leyes de excepción
(medidas prontas de seguridad, suspensión de garantías individuales,
estado de guerra interno, ley de seguridad del Estado) que se sabía
que significaba asesinatos, torturas y cárcel, fue decidida demo-
cráticamente por la mayoría constitucional. Desgraciadamente el
asamblearismo y la denominada democracia directa —formas de
decisión defendida por gran parte de los luchadores sociales—, que
seguramente nacen de un sano rechazo a las vanguardias leninistas
y el sindicalismo, no es ninguna garantía de victoria revolucionaria
o avance en la lucha. Si bajo este nombre el movimiento se limita a
esperar las votaciones en las asambleas, las decisiones de la mayoría,
marginando por esto a las fuerzas y posiciones más radicales, que
en muchas ocasiones son minoritarias, a lo sumo se conseguirán
algunas reformas. Los revolucionarios, que para los demócratas
«quieren imponernos su dictadura», en todo caso luchan, aunque
sea a contra corriente, por oponer la dictadura de las necesidades
humanas a la dictadura del capital.
Las organizaciones que hasta el momento habían practicado la
lucha armada estaban prácticamente desarticuladas. Por lo que se
preguntó a uno de los sindicalistas más relevantes del momento
la posibilidad de que otros sectores practicasen una resistencia
armada al golpe militar.
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  51

« —¿No había luchadores con armas dispuestos a utilizarlas?


—¡Mirá!, nosotros no las teníamos —respondió Héctor
Rodríguez.
—¿No aparecían en las fábricas?
—En ese momento no [...]. El movimiento sindical uruguayo,
a diferencia del de España, no tiene casi experiencia en el uso
de las armas [...]. Dicen que el PC tuvo un aparato armado
que decidieron no utilizarlo. Tipos responsables del aparato
armado del PC aseguran haber recibido la orden de no
utilizarlo, la explicación que dan es que descubrieron que
estaba totalmente penetrado, por un señor que antes había
sido anarquista, el Pato le decían de apodo, que era el hombre
de confianza del aparato, lo tenía todo en sus manos. Otros
dicen que lo único que se hubiera conseguido utilizando las
armas era un baño de sangre..., y es posible que fuera cierto».

Héctor Rodríguez añade que si no hubo intervención militar


del PC fue por la confianza de la dirección del partido con los
sectores militares «antifascistas». Según otras fuentes, al iniciarse
la huelga general del 73, los miembros del brazo armado del PC
se prepararon para entrar en acción, pero la orden que recibieron
fue la de esperar. La expectativa se mantuvo durante algunos días
más, hasta que se tuvo la certeza de que no habría nueva orden.
«“Estábamos en el puesto, pero no sabíamos para qué”, comenta
hoy Jorge Suárez, quien era entonces uno de los responsables de
las centurias comunistas. Suárez agrega que su sector no recibió
nunca ninguna explicación especial, más allá de la que la dirección
del PC divulgó una vez levantada la huelga general» (Bacchetta,
37). Por su parte Ricardo recuerda que «los bolches hicieron creer
que lanzarían la respuesta armada, que la dirigiría Arismendi
desde la clandestinidad. La noticia llegó a Libertad y cuando se la
comenté a Pareja, a Mechoso y a Cariboni me dijeron “ese verso
ya lo escuchamos muchas veces antes, el PC es especialista en men-
tiras de ese tipo, cada vez que las circunstancias los llevan a una
encrucijada aparecen como si hubieran dos fracciones opuestas en
el seno de la organización, inclusive en la dirección que también
52  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

se dividiría, para recuperar a la base que tiende a romper frente a


la política reaccionaria del Partido”».

«El jueves 12 de julio la huelga se quiebra —escribían años


después los autores del Texto nº 2—. El PC y la CNT vuelcan
todos sus esfuerzos en la aplicación de la resolución de
“repliegue táctico”. La CNT se muestra mucho más eficiente
que las fuerzas armadas en la operación normalización».

Se distribuye el mensaje de la CNT (Álvaro Rico, 1994, 193): «Los


trabajadores han escrito una página maravillosa de su historia», en
el que se explica que hay que parar la huelga, que hay que cambiar
la forma de lucha:

«La huelga general que hemos realizado constituye una etapa


gloriosa de esa larga lucha. Ella no ha permitido alcanzar
aún la victoria deseada, pese al derroche de heroísmo de
los trabajadores, que han tenido que enfrentar condiciones
adversas, no han madurado todavía plenamente las bases para
lograr esa victoria, la batalla debe pues proseguir, pero se
hace necesario cambiar la forma de lucha. El principio táctico
fundamental en una lucha prolongada es desgastar y debilitar
continuamente las fuerzas del enemigo y fortalecer las
propias […]. En las presentes circunstancias su prolongación
indefinida sólo llevaría a desgastar nuestras fuerzas y a
consolidar las del enemigo, lo que violaría el principio básico
a que hemos aludido y estaría en abierta contradicción con él.
No salimos de esta batalla derrotados ni humillados […].
Abrimos una nueva etapa, que no es de tregua ni de desaliento,
sino de continuación de la lucha por otros caminos y métodos,
adecuados a las circunstancias.»

«Esto es una derrota 


hay que decirlo 
vamos a no mentirnos nunca más 
a no inventar triunfos de cartón».
Benedetti, 1986, 96. Del poema: Otra noción de patria
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  53

En muchas fábricas, barrios, y locales bancarios y de enseñanza, se


insulta a los miembros del PC, «los mismos traidores de siempre»,
«colaboracionistas», «reaccionarios», «vendidos»...

«En muchos centros de trabajo, sobre todo los más fogueados


y combativos, la decisión levantó bronca y agudas resistencias.
No obstante, se mantuvo la unidad y disciplina sindical. A
esa altura sí que era suicida pretender detener o modificar
esa resolución» (Bacchetta, 154). «Eduardo Platero
[explicó tiempo después] “Como la huelga general no era
insurreccional; se podría haber levantado al segundo o tercer
día, pero ahí las masas nos comían (…). Había determinados
umbrales que no podíamos trasponer (...). Se actuó en el
marco de esa lógica (...). En cambio, si no la levantábamos
el 12 de julio, las masas nos pasaban por arriba (...). La gente
nos agradeció la orden (...), el Partido Comunista tenía un
gran control del sentimiento de las masas”» (Bacchetta, 173).

María Barhoum, quien durante casi toda la huelga estuvo actuando


con la OPR-33 y en semiclandestinidad, opina que «el PC, que
tenía la mayoría en la CNT, entregó la huelga, ahí fue la gran de-
rrota, se quería resistir y no se pudo». La gran mayoría de los que
pensaban como María, dada la fuerza con la cual la CNT impuso
la medida, no vió ninguna posibilidad de continuar la huelga; en
muchos lugares la asamblea aceptó con rabia la vuelta al trabajo.
La denominada dictadura militar duró doce años, hasta 1985,
cuando la burguesía, preocupada por la reaparición de las protestas
y viendo lo difícil que era mantener ese tipo de régimen, decide
darla por finiquitada.
Una de las consecuencias de la consolidación del gobierno militar
fue el éxodo de casi medio millón de personas.

«Rajemos del Uruguay / que están tocando arrebato / ya


no hay más nada que hacer / el juez tocó tres silbatos /
[...] y mientras tanto yo y vos / con un botija en los brazos
/ de Plaza España hasta Sol / nos rebuscamos mangando
/ y ayer jugó Peñarol lo vi en un bar por la tele / perdió
54  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

por tres mil a dos / y yo le dije a mi nene / que merecimos


ganar / pero que hubo mala suerte».

Tango Tres mil a dos, de Manuel Picón.

Características principales del período


1968‑1973 y de los luchadores sociales

Aquélla fue una generación que se nutrió de, y creó, obras cultu-
rales, sobre todo libros y canciones, comprometidas con la lucha
social, que fue influida por escritores nacionales que denunciaban
la vida gris de la urbe montevideana y la marginación de ciertos
sectores sociales, y por pensadores extranjeros clásicos del movi-
miento obrero.
Los luchadores sociales integraron y crearon grupos políticos
desde los cuales ejercieron su militancia, pero no se debe olvidar
el importante papel jugado por los independientes o sinpartido, ni
tampoco que una misma persona podía participar en varios espa-
cios de militancia: en el comité de su barrio, en su grupo político
específico, en el sindicato de su lugar de trabajo o en la asamblea
de clase de su centro de estudio.
Los partidos de izquierda tradicionales, al igual que los con-
servadores, a mediados de los sesenta —período en el que surgen
varias agrupaciones políticas— sufrieron una crisis. Pero con el
auge de la militancia volvieron a ser importantes, sobre todo el
PC que, junto al MLN, fue el gran referente político de aquella
generación de combatientes.
Los tupamaros también disfrutaron de un crecimiento espec-
tacular, alimentado por la leyenda Guevara y por el desgaste de
muchos militantes en los virulentos enfrentamientos en el terreno
de la lucha de masas. La eficacia, la limpieza y la espectacularidad
del MLN, dominante en su accionar hasta 1972, asustó a unas
autoridades que lo veían como una amenaza real y alentó a toda
una generación que lo consideraba como una fuerza capaz de en-
cabezar cambios revolucionarios. Miembros de fuerzas represivas
que decían a los guerrilleros estar prestos a ofrecer sus servicios en
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  55

caso de victoria tupamara, políticos y empresarios conservadores


que preferían estar a las buenas con ellos, son ejemplos de la cre-
dibilidad del proyecto del MLN. La organización suscitó simpatías
en todas las esferas de la sociedad: legisladores, parlamentarios,
estancieros, jueces, militares, profesores... Esto facilitó su actuación
en diversos operativos y desesperó a las fuerzas reaccionarias que,
para desprestigiarlas y preparar la aceptación de la población de
la guerra sucia, recurrieron a una batalla dialéctica de desprestigio
de los guerrilleros desde los medios de comunicación.
Otra vertiente que influyó en el ámbito de la militancia fueron
las tendencias anarquistas: la Comunidad del Sur, demostrando
que se podía vivir de forma alternativa a lo establecido; la Escuela
Nacional de Bellas Artes, confiando a la educación la sensibiliza-
ción y la transformación social; y sobre todo la FAU, básicamente
con una política basada en el sindicalismo llamado revolucionario,
pero innovando formas y estructuras de lucha sin descartar el uso
de las armas.
El MRO —que también tuvo su brazo armado, las FARO—, los
grupos cristianos de resistencia —entre los que se encontraba el
MAPU, el Partido Demócrata—Cristiano que en Uruguay, a dife-
rencia de otros países, fue opositor al régimen y, de alguna manera
los GAU—, el 26 de Marzo —el partido de muchos independientes
y portavoz de la política tupamara—, el POR —trotskista—, el
PC, el PS —organización marxista—leninista que debido a su ra-
dicalización estuvo ilegalizado durante años— y fuerzas políticas
progresistas lideradas por ex integrantes de los partidos conserva-
dores, formaron el Frente Amplio, el frente popular a la uruguaya,
que se presentó por primera vez en las elecciones de 1971 y que
desde entonces no ha cesado de ganar votos, gobernando el país
en todo lo que se lleva de siglo XX.
MUSP, PCR–MIR, FER, FRT y 22 Diciembre (T) se constituye-
ron como pequeños grupos que en ciertos momentos tuvieron su
importancia y que se caracterizaron por su extraparlamentarismo e
integraron la tendencia combativa, movimiento crítico a la política
reformista sindical. El PC, al seguir mayoritariamente la línea de
Moscú en el marco de la denominada guerra fría, se erigió como el
gran moderador de la izquierda. Esta práctica le valió el repudio de
56  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

muchos militantes que consideraban que con el control que ejercía


en las movilizaciones impedía la radicalización del movimiento
de resistencia. Por su parte el PC apostaba por la extensión de la
lucha, por eso creía que debía mostrarse sumamente democrático
y nunca de carácter violento.
Las contradicciones entre los grupos se expresaron con ina­
cabables debates sobre la efectividad de la lucha armada y los
enfrentamientos violentos con la policía, y con peleas en diversas
movilizaciones. Las discusiones teóricas, por ejemplo, sobre la
idoneidad del partido o del foco, llegaron a provocar escisiones y
fragmentaciones dentro de las organizaciones.
Pero si algo caracterizó aquel período de resistencia fue la confra-
ternización entre los militantes. La unidad obrera siempre estuvo
muy consolidada y la colaboración fraternal de varios grupos se
plasmó en periódicos unitarios, acciones guerrilleras conjuntas y
evasiones de la cárcel en común.
Lo que la teoría separaba, la práctica unía. Este fenómeno tam-
bién ocurrió a nivel continental. Se abrieron lazos de solidaridad
con agrupaciones legales y se concretaron acuerdos con guerrillas
extranjeras. Ejemplos de esto último fueron el Plan del Che, de
mediados de los años sesenta, consistente en convertir los Andes en
una gran Sierra Maestra. También estaba la Junta de Coordinación
Revolucionaria, que funcionó desde principios de la década del
setenta hasta poco después del golpe militar de 1976 en Argentina,
y que agrupó al ELN (Bolivia), al MIR (Chile), al MLN–T (Uruguay)
y al PRT–ERP (Argentina).
Las agrupaciones políticas, a excepción de algunas, se caracteri-
zaron por organizarse jerárquicamente: centralismo democrático.
También por la profusa elaboración de documentos internos y
órganos de prensa —revistas, periódicos y octavillas—, por la
creación de estructuras especiales para la acción directa o para su
defensa. Por la adopción de un programa político a corto plazo
—que consistía en reformar la sanidad, el agro y la enseñanza, en
nacionalizar ciertas empresas y sectores financieros y en la libera-
ción nacional— y otro a largo plazo, en el que se perseguía una
sociedad sin clases sociales, injusticias ni miseria humana. Algunas
de ellas tuvieron una estructura pública y otras, una clandestina.
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  57

Unas, le daban más importancia a la preparación militar y otras,


a la política.
Llama la atención el abanico tan variado de colectivos, en un país
que hasta entonces no se había caracterizado ni por la intensidad
ni por la profusión de los grupos de resistencia, que iba desde las
comunidades cristianas y libertarias hasta la guerrilla urbana.
Estos seis años se recuerdan, a nivel internacional, por la audacia
del accionar tupamaro y por la represión contra los luchadores
sociales. De ella, la tortura fue la más destacada y se aplicó para
amedrentar y buscar datos que permitieran desarticular el engranaje
de las estructuras clandestinas. Otras formas de reprimir fueron la
militarización de las empresas públicas en huelga; las listas negras
y los despidos; la censura de prensa y de actividades opositoras;
las cargas policiales; los seguimientos, las averiguaciones y la in-
filtración; el lenguaje empleado por las autoridades y medios de
información oficiales; la desaparición temporal de detenidos; las
ejecuciones y la militarización de la vía pública, a cargo de unas
personas que se convirtieron en meras cumplidoras de órdenes y
que, en general, perdieron todos los parámetros humanos.
La solidaridad hacia los presos y la vida cultural y política en
los penales no fue suficiente para contrarrestar el sufrimiento
del torturado, que padecía tanto al ser golpeado o electrocutado
como en todo el proceso de encierro, colmado de incertidumbre
sobre su futuro.
Todas estas formas de represión se aplicaron en el marco de
las medidas de excepción, decretadas por el Poder Ejecutivo y
aprobadas por el Parlamento, lo que indica que en el Uruguay de
entonces se ejerció tanto la dictadura militar como la constitucional
y que ambas fueron el verdadero sostén del Estado. Los conflictos
sindicales «se tenían que apaciguar y reprimir porque creaban una
conmoción equivalente a la de una guerra», por lo que se llegaron
a prohibir las huelgas de funcionarios públicos.
Hasta 1972, los capítulos más «sucios» de la guerra fueron llevados
a cabo por el escuadrón de la muerte, y a partir de esa fecha los
protagonizaron los militares que cada vez se inmiscuyeron más en
los temas políticos y se autoproclamaron los salvadores de la patria.
58  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Otro fenómeno que suele darse en todo lugar donde hay con-
flictos sociales duraderos e intensos fue la sectorialización de la
sociedad, es decir, el ver a la gente como sectores unificados. Por
ejemplo, el revolucionario consideró burgueses, casi sin apreciar
diferencias u obviándolas, a todos los políticos parlamentarios y,
como milicos, a todos los policías y militares. Por su parte los mi-
litares vieron a todos los políticos parlamentarios como corruptos,
ineptos y permisivos con la guerrilla.
Otra característica del período, también común a otros episodios
históricos, es la extendida justificación de los luchadores sociales
de que su actuación clandestina se debió a razones defensivas.
Varios integrantes de la guerrilla urbana declaran haber tomado
las armas por las amenazas de golpe militar o porque el régimen,
al delimitar con medidas represivas las tareas públicas y legales,
les obligó a ello. Sin olvidar que la ilegalización de algunas orga-
nizaciones empujó a sus miembros a la clandestinidad, muchos
omiten los proyectos de lucha armada surgidos de sus reuniones,
de las lecturas revolucionarias y de la admiración por el proceso
guerrillero cubano. Pareciera obviarse que el fin, lejos de ser la
defensa de la democracia burguesa, era la insurrección popular y la
toma del poder para la transformación social, fenómenos para los
que, en su día, se consideró legítimo el uso racional de las armas.
Pedir perdón por haber luchado o decir que la culpa del conflicto
fue de otro se concretó en afirmar que los males vinieron de fuera
del país, bajo la forma de CIA y medidas del FMI para unos, y de
terroristas entrenados en Cuba o preparados en la escuela rusa
Komosol, para las fuerzas del régimen, que al adoptar la Doctrina
de Seguridad Nacional también hablaron de «enemigo interno».
Debería tenerse por incorrecto asegurar que todo lo que hacían
los diferentes sectores legales era público. Más sincera es la famosa
frase: «En el fondo todos conspirábamos». Los luchadores sociales
conspiraban para derrotar al régimen, algunos inclusive lo hacían
dentro de coordinadoras y comités de barrio para que se aproba-
ran sus proyectos. Los políticos parlamentarios conspiraban al
reunirse en secreto con clandestinos de derecha y de izquierda.
Los millonarios lo hacían con sus gestores para evadir impuestos
y con las fuerzas represivas del Estado para asegurarse su defensa.
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 |  59

Y los militares maquinaban en secreto, a espaldas de la opinión


pública y otros sectores castrenses, negociando con la guerrilla o
elaborando planes con ella.
Teniendo en cuenta que el proyecto social por el que se peleaba
no cuajó y que el régimen que se quería derrocar siguió en pie, y con
un cariz todavía más represivo, se podría afirmar que los luchadores
sociales fracasaron. En este sentido, la derrota fue producto de que
la colaboración internacional entre ellos no se produjo de forma
tan efectiva ni masiva como entre los defensores del sistema, de la
falta de claridad en un proyecto social antagónico al dominante
y de un balance histórico previo que permitiese haber superado
disyuntivas, como la que hubo entre elecciones y lucha armada.
Tales contradicciones provocaron que la lucha se encauzara en
el marco electoral o a través de un movimiento guerrillero —en
ciertos momentos demasiado militarista— que terminó enfren-
tándose, muy a pesar suyo, al Estado de aparato a aparato. Este
fenómeno acrecentó el espíritu de cuerpo entre los militares y per-
mitió golpear por separado a los distintos sectores de los luchadores
sociales y dividirlos —considerar a unos legales y a otros, ilegales,
a unos, presos políticos y a otros, terroristas—. El poco derrotismo
e insubordinación en las fuerzas de seguridad del Estado y el no
aprovechamiento de sus contradicciones internas fueron otro de
los factores determinantes para la derrota. Además, en un período
de pequeñas y grandes victorias —evasiones de prisioneros; desti-
tuciones y dimisiones de ministros debidas a protestas populares y
operaciones guerrilleras; consecución de las demandas de obreros
y estudiantes; ajusticiamientos de represores— y de ascenso de la
lucha revolucionaria, los militantes resistían mucho más en los
enfrentamientos con las fuerzas represivas, en las cárceles, en las
torturas, en los interrogatorios y a la presión social y familiar. Pero
en un ambiente de miedo y derrota, el temor se contagió. Las dela-
ciones se multiplicaron y, entre algunos, afloró un sentimiento que
se caracterizaba por no ver sentido en arriesgar la vida por la lucha
ni por los demás seres humanos. En otros ese sentimiento nunca
estuvo presente y, si bien en los años posteriores vieron alteradas sus
vidas, no pasó lo mismo con sus principios. Y aunque no lograron
cambiar el curso «de las aguas» siguieron nadando a contracorriente.
Tendencias anarquistas

Aclaración sobre las tendencias


anarquistas en Uruguay

Hablar de un movimiento anarquista separado del movimiento


antagónico al régimen, en los años sesenta y setenta en Uruguay, es
un tanto absurdo. En ese período se demostró que la insistencia de
los denominados anarquistas oficiales y otros interesados en unir
en la «familia libertaria» tendencias bien diferenciadas, excluyendo
la «comunista» o «socialista», no fue posible. Lo mismo ocurrió
décadas antes en España o Argentina, donde los autoproclama-
dos ácratas —entre los que se encontraban quienes luchaban por
una revolución y los que, tal vez a su pesar, defendieron el orden
establecido— combatieron fraternalmente con los que se llama-
ban a sí mismos «comunistas», entre los que había sectores bien
diferenciados y hasta enfrentados.
Las sangrantes pugnas entre los autodenominados comunistas
son archiconocidas, no lo son tanto la de los autodenominados
anarquistas, por un lado porque han habido muchas menos y por
otro porque una amplia mayoría de éstos últimos siempre estuvo
interesada en conservar la unidad de la familia ideológica. Ar-
gentina quizá sea uno de los países en los que la «unidad familiar
ideológica» se quebró por la realidad social, porque lo que hacían
62  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

unos y otros en los hechos, por mucho que se compartiera una


autodenominación o ideario, fue antagónico. Al respecto, Osvaldo
Bayer, en Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia comenta:

«López Arango había rechazado dos o tres intentos de Aldo


Aguzzi y uno de Miguel Arcángel Roscigna para que La
Protesta rectificara en sus páginas los calificativos de “espía
fascista y agente policial” con que se había calificado a
Severino Di Giovanni. Al contrario, ahora era él mismo
quien firmaba artículos contra los expropiadores y no tenía
empacho en maldecirlos y denunciarlos abiertamente ante la
opinión pública [...]. Ese 25 de octubre [de 1929] [...] lo que
ocurrió nunca se sabrá. Serán todas conjeturas. Si fue una o
dos o tres personas. Si hubo una corta y acalorada discusión
previa, como afirmó algún vecino. Lo que si está comprobado
es que tres balazos alarmaron la barriada. López Arango
ha caído junto a la puerta de rejas de su casa. [...]. En 1969,
un sobreviviente del grupo expropiador declaró ante otro
compañero de filiación anarquista que él había acompañado
a Severino a la casa de López Arango. Cuando apareció éste se
inició la discusión y López Arango hizo un gesto de sacar un
arma de fuego y que él —el declarante— viendo en peligro la
vida de Severino le descerrajó instantáneamente los balazos
que dieron muerte al anarquista español». (Bayer, 202–207)

En Uruguay, a partir de 1968 y hasta 1973, la unión en un mismo


grupo o coordinadora no dependió tanto de la «familia política» a
la cual se adherían los luchadores sociales, sino de los métodos de
lucha empleados, como el uso de las armas; o de la opinión sobre
fuerzas políticas como el Partido Comunista o el Frente Amplio.
Por eso hubo militantes que se autodenominaban anarquistas en
el FER (Frente Estudiantil Revolucionario) MLN–T (Movimiento
de Liberación Nacional–Tupamaros) grupos de una clara línea mar-
xista. También se evidenciaron influencias de Karl Marx y Ernesto
Guevara en la propia FAU (Federación Anarquista del Uruguay).
Los tres espacios políticos considerados más particularmente
de tradición y práctica anarquista fueron la FAU —en la que es
Tendencias anarquistas |  63

correcto integrar a la OPR-33 y la ROE—, los militantes liberta-


rios de la Escuela Nacional de Bellas Artes de la Universidad del
Uruguay y la Comunidad del Sur, con mucho menor capacidad
de movilización que los otros dos.
Otros pequeños núcleos anarquistas, sin tanta relevancia en el
plano político uruguayo, ejercieron influencias en sus ámbitos co-
tidianos. Por ejemplo, en el barrio de La Teja ancianos que habían
luchado en la guerra civil española. En los círculos libertarios más
intelectuales y con conexiones con el anarquismo internacional,
destacó Lucce Fabri, hija de Luigi, quien rechazaba la violencia
como práctica necesaria y daba una importancia fundamental a la
educación y la cultura. El GAL (Grupo de Acción Libertaria), con
más inserción entre el alumnado que entre los trabajadores, es un
claro ejemplo de pequeños colectivos esporádicos que actuaban
y publicaban puntualmente. En un panfleto de este colectivo se
observa el rechazo a la autoridad burguesa y a la política reformista
de sustituir unos gobernantes por otros.

«Repudiemos todos los autoritarismos: aquí, en Rusia,


en EEUU, o donde sea. Es hora de convertirnos en un
pueblo adulto. Rechacemos todos esos abusos paternales
de los poderosos. Organicémonos como trabajadores,
como estudiantes, como consumidores, como vecinos,
para administrar nuestra vida sin patrones, sin jefes, sin
gobernantes. Basta de explotadores. Resista la dictadura que
comenzamos a sufrir y discuta con todo el mundo lo caro
que salen esos parásitos de todo el mundo. La verdadera
labor revolucionaria es: eliminarlos, no sustituirlos.»

Federación Anarquista del Uruguay (FAU)

Fundación

El trabajo orgánico de las agrupaciones que conformaban la comi-


sión pro–Federación Libertaria del Uruguay trajo los acuerdos del
Congreso Constituyente el 27 de octubre de 1956, que posibilita-
64  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

ron el nacimiento de la que finalmente se denominó Federación


Anarquista Uruguaya1.
Algunas de las conclusiones de aquella reunión inaugural que se
realizó en el Ateneo Cerro–Teja ubicado en la calle Francia 1277,
entre los que estaban Jorge y Alfredo Errandonea, Mauricio y Ge-
rardo Gatti y Juan Carlos Mechoso, apuntaban a la plena vigencia
de los principios anticapitalistas, antiautoritarios, internacionalistas,
federalistas y socialistas libertarios del anarquismo —citándose a
Proudhon, Kropotkin, Landauer y Malatesta— y aclaraban que
la nueva organización no debía ser entendida como un fin en sí
misma, sino un medio para difundir los principios fundamentales
de la anarquía para, entre otras cosas, revitalizar la lucha obrera.
Se dijo también que la experiencia había demostrado «el fracaso
en las tentativas de superar los males del capitalismo por la vía del
poder»; que no se debía esperar limosnas ajenas, ni nada de arriba
o afuera, especificando que lo que acontezca dependerá de lo que
«todos juntos hagamos (o no hagamos)», y se elaboró un pequeño
programa dividido en los siguientes puntos:

«1) Que la solución de los graves problemas sociales que


afectan a la humanidad sólo será posible mediante una
profunda transformación de carácter individual y social, es
decir, en el plano ético y en el económico–social.
2) Que esa transformación tendrá como objetivo la
socialización de los medios de producción y distribución,
la organización y administración basadas en los principios
de acción directa y federativa, y la vigencia integral de la
libertad que posiblita un desarrollo pleno de la personalidad
humana.
3) Que esta transformación que se designa con el nombre de
revolución social, sólo podrá ser cumplida por el conjunto de
1  Para un amplio estudio sobre la FAU sería necesario consultar el
libro de J. C. Mechoso, Una historia de FAU, acción directa anarquista
(Ed. Recortes, Montevideo, 2002), y analizar la trayectoria de su pre-
decesora, la FORU (Federación Obrera Revolucionaria Uruguaya),
que se crea como extensión de la FORA (Federación Obrera Revolu-
cionaria Argentina) muy activa en las primeras décadas del siglo xx.
Tendencias anarquistas |  65

las masas laboriosas (trabajadores de la ciudad y del campo;


obreros manuales, intelectuales y técnicos), apoyada en la
capacitación de los individuos.
4) Que de conformidad con los principios internacionalistas,
la revolución deberá crear los elementos de la nueva sociedad
prescindiendo de las fronteras políticas y tendiendo a
formar agrupaciones regionales sobre la base de los vínculos
económicos, lingüísticos y culturales.
5) Que en tanto ese cambio fundamental no esté alcanzado
deben ser estimuladas y apoyadas todas las actividades e
iniciativas populares tendientes a resistir y restringir la
explotación capitalista y la opresión y división de los pueblos
por los Estados.
6) Que para contrarrestar la injerencia estatal en la esfera
económica, educacional..., así como para educar al pueblo
en las prácticas de la solidaridad y de la gestión directa, y
demostrar de esta manera la superioridad de la convivencia
al margen de las normas capitalistas y estatales, es necesario
propender al máximo desarrollo de todas las formas de
asociación popular para fines de cooperación social y apoyo
mutuo» (Archivo de la FAU. Documentos de la formación y
comienzos).

Las actas del congreso constituyente destacan el apoyo de grupos


anarquistas de otros países a la nueva federación y la importancia
del carácter y la coordinación internacionales de la lucha anti-
capitalista. Los fundadores de la FAU veían en la Comisión de
Relaciones Internacionales Anarquistas, la Comisión Continental
de Relaciones Anarquistas Americanas, Solidaridad Internacional
Antifascista y la Biblioteca Archivo Internacional Anarquista, or-
ganismos de relación y solidaridad internacional del movimiento
libertario. En aquel encuentro estuvieron presentes, entre otros,
algunos delegados de La Protesta de Buenos Aires y de la Federación
Libertaria Argentina y se recibieron varios comunicados solidarios
del extranjero. Otro elemento que demuestra la preocupación de
aquellos luchadores sociales por el carácter mundial de la resistencia
al capitalismo fue la elaboración de un documento en el que se
66  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

pronunciaban con respecto a los sucesos de Hungría, la huelga de


los obreros de Construcciones Navales en Argentina y un saludo
a la militancia anarquista internacional.
También se acordó que el ya existente diario libertario Voluntad
fuera el órgano de difusión y su grupo editor, los responsables.
Poco tiempo más tarde, pasó a llamarse Lucha Libertaria.
En los primeros años se formaron cooperativas, comunidades
y ateneos y se concretó una importante inserción sindical eviden-
ciada en la dirección de la huelga de FUNSA de 1958; el apoyo a
la lucha por la Ley Orgánica de la Universidad en el mismo año y
el atentado en 1962 contra el consulado español, por la ejecución
de dos anarquistas en España.

Escisión

J. C. Mechoso destaca el espíritu fraterno que había entre los anar-


quistas a principios de los cincuenta, debido a la unanimidad de
criterios en puntos importantes, fascismo, nacionalismo y batllismo.
Pero, ya desde la fundación de la federación se vieron las dife-
rencias entre las distintas tendencias. Algunos núcleos obreros
del Cerro y La Teja veían a Comunidad del Sur y a los libertarios
de Bellas Artes demasiado centrados en la lucha —de fondo pa-
cifista— relacionada con la formación de comunidades («nuevos
falansterios») y en las realizaciones de experiencias de vida colec-
tivas diferentes. Aquéllos, en cambio, lejos de desear diferenciarse
de la vida del proletariado industrial, trataban de insertarse en su
cotidianidad, participaban en sus luchas y hacían suyas las necesi-
dades más urgentes. Esta sustancial diferencia llevó, en la década
de los sesenta, coincidiendo con el incremento del accionar ácrata,
al quiebre del inicial espíritu fraterno.

«Cuando se dan las acciones de carácter popular se ven las


grandes diferencias —recuerda Mechoso—. Las prácticas de
Bellas Artes y Comunidad del Sur son muy distintas a los
grupos obreros, por estar absorbidos en su dinámica interna,
nosotros estamos para afuera, en las huelgas. En un momento
que están paralizados los frigoríficos y que hay hambruna,
Tendencias anarquistas |  67

para nosotros era crucial agitar esa problemática —buscar


salidas, convocar movilizaciones populares, paralizar las villas
que rodeaban los frigoríficos—, la gente de Bellas Artes nos
propone una campaña de visualización como centro de su
preocupación, que consistía en unos hermosos carteles para
educar a la gente con aspectos estéticos, para que el buen
gusto también fuera patrimonio del pueblo. A nadie de los
grupos del Cerro se le ocurrió que eso fuera importante. Lo
trágico y lo dramático era otra cosa. La gente del frigorífico,
que cuando éste cerraba, no tenía para comida, pedía en
crédito a los almacenes y tenía dificultades con el alquiler.
Ese era el drama del Cerro. Lo otro resultaba particularmente
extraño, no quiere decir que esté mal ni nada por el estilo,
simplemente que las preocupaciones eran tan distintas que
no había forma de ponerse de acuerdo.
Nosotros, en cambio lo que hacíamos era expropiar a las
cadenas de almacenes. Se organizaba a la gente se iba y se
tomaba la mercadería, pero bajo la desautorización expresa
de llevarse el dinero y el alcohol. No siempre se lograba,
pero bueno si no quedaba el 100 % del alcohol sí el 90 %.
[También] se paraban los camiones de carne que iban para
el ejército y se repartía [la carga] con la gente en la calle.
Sacábamos un manifiesto y lo fundamentábamos. La mayoría
de las veces lo coordinábamos nosotros, con gran apoyo de
la población [...]. Los que tenían más prevención contra [este
tipo de] acción directa eran los partidos de izquierda, no la
población. Ésta, entre los que había inclusive votantes de
los partidos tradicionales, [...] decía: “Ah sí, sí, precisamos
mercadería, vamos”».

J. C. Mechoso señala que en los desacuerdos sobre la acción em-


pezaron a conformarse, también, las diferencias programáticas.
Para Bellas Artes y Comunidad del Sur, la clase obrera no existía
y lo que querían los grupos del Cerro era justamente, cuando
todavía no había central obrera, articular las múltiples luchas y
huelgas que se daban por separado. Por su parte, integrantes de
la otra corriente, en este caso Horacio Tejera, de Comunidad del
68  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Sur, opinan que para los colectivos como los de J. C. Mechoso «la
historia se terminaba al llegar a Malatesta». Otras diferencias las
suscitaron distintas maneras de entender la estructura organizativa
de la FAU, el rol de la violencia revolucionaria y la definición con
respecto a Cuba.
Cuando se le pregunta por el apoyo crítico a Cuba, J. C. Me-
choso matiza que inicialmente no fue crítico, pues la delimitación
marxista–leninista es posterior y lo sucedido en la isla del Caribe
se relacionaba con los objetivos de un reciente comité en el Cerro
donde reivindicaban la acción directa y la lucha armada. Cuando
el apoyo deja de ser incondicional es cuando se da la definición,
pero se defiende por una serie de razones: antiimperialismo, su
influencia en América Latina y, sobre todo, por demostrar la viabi-
lidad de la lucha armada. Pensaban que si Cuba «moría» —por una
invasión— sería una derrota anímica y de perspectivas negativas
para los movimientos revolucionarios del continente americano.
Además, porque lo caracterizaron como un movimiento que se
enfrentó a una brutal dictadura, que no se conformó sólo con
derrocarla, sino que enfrentó, al mismo tiempo, los planes del
imperialismo estadounidense, que aspiraba tan sólo al recambio
de un desgastado Batista. «Los otros anarquistas más heterodoxos,
no toman como referencia lo social sino el discurso —opina J.
C. Mechoso—. […] Además no queríamos hacerle el juego a la
burguesía que hablaba de privación de libertades en Cuba cuando
en el continente había varias dictaduras y nadie abría la boca».
Recuerda, además, que ni el PC apoyó en un primer momento el
proyecto revolucionario cubano, pues aún era reciente el artículo
en Justicia donde se contaba que había llegado un aventurero
pequeñoburgués a Sierra Maestra llamado Fidel Castro.
La FAU, aunque en varias ocasiones criticó la ideología de la
liberación nacional, en su defensa a Cuba llegó a hablar de la
reivindicación del derecho de los pueblos a la autodeterminación,
concepto que para otros anarquistas significaba la defensa de los
Estados de esos «pueblos» y por lo tanto, del Estado en su conjunto,
tan criticado por el anarquismo revolucionario.
Los acontecimientos en Cuba tuvieron mucha relevancia en el
Uruguay porque, al ocurrir en un momento de crisis, hubo mucha
Tendencias anarquistas |  69

receptibilidad para hablar del cambio social, la desestructuración


del sistema capitalista y la necesidad de la violencia para ello. En
definitiva, hizo reflexionar a la izquierda en temas estratégicos y
metodológicos como la viabilidad de la lucha armada.
Rechazaban toda tendencia a que el proceso cubano fuera hacia
el anquilosamiento, la no participación popular, la burocratiza-
ción y la ausencia de independencia. Y así lo manifestaron en los
comités de apoyo, abogando por nuevas formas de poder y de
convivencia social que no implicaran la coerción ni la burocracia
en las relaciones sociales.
La FAU, como las demás organizaciones que integraban los
comités de apoyo a la revolución cubana, afirmaba que la mayor
colaboración que podía prestarse a aquel proceso era iniciar otro
en el Uruguay, pero teniendo en cuenta que su proyecto tenía
sumas diferencias con el proceso cubano y con el de gran parte de
la izquierda uruguaya. «Éramos contrarios a la tesis de liberación
nacional (impulsar un movimiento de unidad nacional burguesa
para combatir el imperialismo) —aclara J. C. Mechoso—, pensá-
bamos que eso se correspondía con otro contexto».
En 1963 se produjo la escisión y abandono de muchos militantes
de la FAU, como la propia Lucce Fabri. Los tres puntos de discordia:
fueron el apoyo a Cuba, la defensa de la lucha armada y la visión
sobre el movimiento obrero.
J. C. Mechoso dice que había una diferencia de percepción de
la realidad que se vivía y del rescate de luchas pasadas.
Mientras el grupo, que quedará finalmente como mayoritario en
la FAU, tiene como referentes a Radoviski y, en general, la historia
de la acción directa y el movimiento libertario, quienes se van
piensan que «un mundo nuevo ha llegado y las interpretaciones
han de ser también nuevas». El primer grupo lee las clásicas lecturas
de Malatesta y Bakunin y el segundo, por ejemplo, a Eric Frohm.
María Barhoum, que conoció a los miembros de la FAU en
Bellas Artes en 1964, dice que la frase que resume la división de la
federación, es «con Cuba y con los tiros o sin Cuba y sin los tiros».
Ella se va con los de la primera opción y entra directamente en el
aparato militar de la FAU, futuro OPR-33.
70  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

El Comando General del Ejército, a partir de materiales incau-


tados a los militantes, detalla la contextualización del momento.

«El sector encabezado por los grupos estudiantiles (liderado


por los Errandonea), que es mayoritario, sostiene que la FAU
debe mantener la misma estructura que posee; no apoya a
la revolución cubana, no quieren ninguna alianza con otros
grupos y considera, con respecto al tema de la violencia: que
no hay que superar los niveles de ésta, hechos por las “masas”
mismas, negando así la posibilidad de toda acción violenta
proveniente de la organización.
Por el contrario, el sector encabezado por los grupos obreros
sindicales (liderados por Gerardo Gatti y Juan Carlos
Mechoso) propone una organización más centralizada, de
las del tipo de los partidos políticos, apoya críticamente
a la revolución cubana, ve la posibilidad de una alianza
con otros grupos y con respecto a la violencia afirma que
algunos niveles de ésta (todavía no se habla de aparato ni
acciones militares) deben desarrollarse e impulsarse desde
la organización.
Este último grupo, que cuantitativamente es minoritario,
posee una mayor cohesión política e ideológica, lo que va a
permitir, frente la dispersión del otro grupo, quedarse con el
diario Lucha Libertaria, con el nombre de FAU y comienza
a actuar teniendo como local de funcionamiento, el de la
Cooperativa Obrero Gráfica, sito en Misiones 1280».

La necesidad de trabajar con otros grupos se plasmó, por ejemplo,


en el Coordinador. La FAU, estuvo estrechamente relacionada, a
través del mismo, con el grupo fundacional del MLN, con quienes,
sin embargo, no se juntaron por críticas políticas a su pensamiento.

«En una parte de un documento que se redacta (que va a


ser el Documento nº 1 del MLN) se hace un análisis de la
situación uruguaya [con la que no coincidimos] —declara
J. C. Mechoso—. Nos opusimos a que se hicieran traslados
automáticos a contextos sociales que no eran idénticos, nos
Tendencias anarquistas |  71

parecía absurdo pensar la revolución uruguaya como la gran


marcha, como lo planteaban los chino–soviéticos, lo mismo
decíamos de lo cubano, nosotros pensábamos que había sido
un triunfo político y no militar. Sabíamos que después de
Cuba no iba a ser lo mismo. [Que el imperialismo] no se
chupa el dedo y que no iba a permitir experiencias similares.
Cualquier cosa que hiciéramos tenía que entroncar con
nuestra propia historia y especifidad».

Años después del final del Coordinador y tras la derrota militar del
MLN en 1972, la FAU hizo un balance de lo sucedido, decantándo-
se por el proyecto partidario en la famosa discusión partido–foco
que tuvieron todos los luchadores sociales por aquel entonces y
explicaba las condiciones necesarias para el triunfo de la revolución.

«Podemos definir tres requisitos como indispensables


para el éxito de una insurrección armada urbana; 1) la
participación de sectores importantes de masas a través
de acciones de distinto nivel; 2) la existencia previa de un
aparato armado clandestino con experiencia militar ya
adquirida, que vanguardice el proceso; 3) la existencia de
un trabajo político previo sobre los elementos del aparato
represivo. Estos tres requisitos presuponen, como es obvio,
la existencia de un minucioso trabajo político previo, del
cual sólo puede hacerse cargo el partido como organización
capaz de desarrollar, promover y armonizar desde un centro
de dirección común estas diversas actividades […]. Esta
concepción de la insurrección armada conduce, una vez
más, a la conclusión de que la estructuración del partido es
la meta fundamental en la etapa de procesamiento de las
condiciones para la insurrección y no a la inversa. O sea, que
se procesa la acción armada a través de un centro político y
no se procesa el centro político a través de la acción armada.
Una acción de hostigamiento, como la planteada por el MLN
a partir de abril [de 1972], en la medida en que no apunte
a un desenlace insurreccional, tampoco es capaz, por sí, de
producir la liquidación del aparato armado burgués. El
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hostigamiento, por intenso que fuera, sigue encerrado dentro


de la característica defensiva estratégica. Sólo la insurrección
supone la superación de la defensiva estratégica y el pasaje
a la etapa de ofensiva estratégica».

Tras las escisiones y el fracaso de una primera etapa de coordinación


con otros grupos, se consolidaron principios programáticos que el
secretario general Gerardo Gatti, resumió en 1966, en el discurso
que clausuró el acto del décimo aniversario de la FAU. Insistió
en la necesidad de apoyar toda rebelión que, espontáneamente,
se manifestara, sin frenarla ni desviarla; y de promover, orientar,
organizar y llevar a fondo la lucha de clases, es decir lo contrario
a la coexistencia pacífica; explicó que las condiciones para una
acción revolucionaria no surgirían de manera espontánea:

«Si creemos, realmente, que la crisis que soporta el país,


admite sólo una salida de ese tipo, las condiciones para ella
deben ser creadas.» (Archivo de la FAU)

Defendió la acción directa como forma de resistencia proletaria.

«Las conquistas sociales, las libertades individuales, gremiales


y políticas que existen en nuestro país, deben ser defendidas
palmo a palmo. Como fueron conquistadas. Por la acción
directa de los trabajadores y los sectores avanzados.» (Archivo
de la FAU)

Y rechazó todo apoyo electoral y participación parlamentaria.

«La puja electoral no crea conciencia, confunde. No promueve


la lucha, la paraliza tras espejismos. No apunta directamente
al logro de conquistas, las desvía. De la misma forma que
desvía, paraliza, confunde y divide la sustitución de la
movilización popular por el programa obrero, por el juego de
reformas y contra reformas de la Constitución. Las elecciones
y la cortina de humo reformista son tácticas de la burguesía.
Viejas y hábiles maneras de hacer creer al elector que es él
Tendencias anarquistas |  73

quien está decidiendo. Cuando en verdad es una reducida


oligarquía la que tiene en sus manos la riqueza y el poder.
A ese mismo poder real sirve de decorado el Parlamento. En
todos los casos las clases dominantes tienen como garantía
su aparato de represión. Por todo esto es absurdo intentar,
a esta altura, convertir al Parlamento en motor para la
transformación social o en instrumento para la resistencia.
(…) Hay quienes sostienen la posibilidad y la conveniencia
de emplear simultáneamente la vía parlamentaria y la vía
sindical y popular. Es cierto que del Parlamento pueden
salir, y ocasionalmente salen, algunas leyes que convienen
a los trabajadores. Pero cuando ello sucede es por la presión
popular, no por la acción persuasiva que los legisladores de
izquierda ejerzan sobre sus colegas».

Programa, participación y ámbitos de influencia

En el período 1968–1973 la FAU, con sus diversas estructuras, ac-


ciones y órganos de difusión, se erigió en uno de los referentes de
los luchadores sociales. Se podría decir que fue una tercera opción
frente a PC y MLN.
En cuanto a la inserción en centros de trabajo, FUNSA se consti-
tuyó en el pilar y con respecto a los centros de estudio, Magisterio
se convirtió, poco tiempo después, en un lugar de discusión, difu-
sión y puesta en marcha de las concepciones anarquistas. Gráficos,
bancarios, panaderos, estudiantes de Bellas Artes y Medicina, se
pudieron contar entre los luchadores sociales que vinculaban su
accionar con la FAU.
Con respecto al programa y métodos, cuando se le pregunta a
J. C. Mechoso dónde ubicaría a la FAU, si dentro del anarcosin-
dicalismo, el individualismo o el especifismo; contesta que en el
tercero. Pues sostenían que el anarquismo habría de organizarse
con la finalidad de actuar políticamente, por ello los referentes
teóricos eran, fundamentalmente, Bakunin y Malatesta. Además
debían tener una prioridad obrera, de inserción en los problemas
de la población, ruptura para el cambio y afirmación de que lo
particular se articula con lo general. Esto no significa que pensaran
74  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

que la lucha revolucionaria la llevaba a cabo la mayoría de la clase


obrera, pues si bien rechazaban el vanguardismo leninista, del
mismo modo se oponían a la teoría de esperar a que el conjunto
de la población iniciara la revolución.

«Si partiéramos de la base de que es necesaria la participación


directa en ella de la mayoría de la población o de la
mayoría de la clase obrera, incluso. No ha habido jamás
una insurrección con esas características. Se parte de la
base que, cuando se habla de masas, se alude a los sectores
más conscientes, más combativos o sea aquellos sectores
de masas que efectivamente, por un trabajo político previo
desarrollado por el partido, estén en condiciones de tomar
una parte activa en un movimiento de ese tipo. Participación
de masas es lo que hubo en España en el año 36, es lo
que hubo en Santo Domingo. Por participación de masas
se entiende participación de un sector de las masas. No
necesariamente de la mitad más uno de los integrantes de
la población o de la clase obrera». (Archivo de la FAU)

Como se ha mencionado, una característica histórica de la FAU


fue no encasillar a militantes, grupos o movimientos por el mero
rótulo doctrinario, sino evaluarlas por las particulares características
de los procesos y la importancia que éstos pudieran llegar a tener
en su relación con las necesidades y aspiraciones populares. De
todas formas, esta práctica es siempre relativa y comporta dudas
sobre las razones por las cuales apoyó o impulsó determinadas
realidades políticas y condenó otras. La herencia del anarcosin-
dicalismo y abstencionismo explica que impulsara y participara
en la CNT, incluso en los momentos más amarillos de esa central
sindical y no lo hiciera en el Frente, ni tan siquiera en lo que éste
tenía de corriente de bases.

«—¿Por qué a nivel político deciden no unirse en el FA y a


nivel sindical se unen en la CNT, por lo tanto con el PC?
—Porque ahí siempre estuvieron los anarcos —responde
María Barhoum—. Una cosa es la política a nivel más alto
Tendencias anarquistas |  75

y otra a nivel sindical. Ahí la tenés que pelear de adentro


no de afuera. Una cosa es la pelea dentro de un sindicato
para ganar las posiciones de la clase obrera y otra, en un FA
donde había ochenta mil ideas y donde el punto final era
ganar las elecciones.
—¿Por qué no se fueron cuando la central tuvo actitudes
vendehuelgas como la que decías de julio de 1973?
—Se vendió en aquel momento, pero siempre estuvo la
pelea en cuanto al accionar. Además vos no te podés ir de
todos lados».

Acto seguido María expone los objetivos de la FAU:

« —Nosotros queríamos cambiar la realidad del Uruguay.


—¿Pero qué sistema concreto social querían?
—Nos planteábamos una sociedad revolucionaria
—¿Con sistema monetario, dinero, etcétera?
—No me acuerdo que se haya tocado ese tema, con dinero
o sin dinero.
—¿Pero qué era una sociedad revolucionaria?
—Una forma de solidaridad, de trabajar todos para todos. Un
país sin dinero es utópico. Tampoco fuimos tan clarividentes
a largo plazo, ni nosotros ni el MLN.
—Decís un “país sin dinero”, ¿pero sin embargo no luchaban
por una revolución internacional?
—Sabíamos que se tenía que dar en otros lados, Chile..., la
lucha internacional es un slogan de siempre de los anarcos,
pero de ahí a llevarla a cabo.
—¿Si uno lucha por algo, inclusive arriesgando su vida, no
tendría que saber con bastante claridad por qué hace eso?
—A veces.
—Me extraña que no hayan hecho un programa más claro.
Por ejemplo: ¿qué iban a hacer con las FFAA?
—En caso de ganar se eliminaban, eso lo teníamos claro, la
policía también. Era una sociedad igualitaria.
—¿Sin explotación del hombre por el hombre?
76  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

—¡Claro! Ahora..., de cómo hacerlo, no recuerdo de haberlo


discutido, tengo que ser sincera.
—Por ejemplo, en el campo, ¿cada campesino tendría su
pequeña parcela o se colectivizarían las tierras? Es decir, ¿con
propiedad privada o sin propiedad privada?
—Que no haya propiedad privada. La reforma agraria era otra
cosa. Nosotros estábamos contra la propiedad. Estábamos
por todo aquello que dice el anarquismo y no se ha logrado.
No fuimos tan maduros ni tan planificadores, ni el MLN,
ni el PC, ni nosotros porque fue la primera experiencia que
se hizo».

Con respecto a la organización interna de esta agrupación, cabe


señalar que la dirección, para tomar decisiones relevantes, dentro
de lo posible, consultaba a la base.
En diciembre de 1970, la dirección organizó una consulta sobre
los siguientes temas: integración a un polo socialista dentro del FA,
según una propuesta del PS; sustitución de la publicación Carta de
FAU por un periódico legal y convocatoria a un congreso interno.
Esta última fue la única medida aprobada.

Resistencia Obrero Estudiantil (ROE)

«Para nosotros la pelea es política, la pelea


política de clase, es inseparable de la lucha
concreta de los gremios en lucha. Es inseparable
pero indudablemente no se agota en ella».
G. Gatti

A fines de 1967 y principios de 1968, los dirigentes de la FAU se


plantean la necesidad de nuevas estructuras. Por un lado lo que más
tarde sería la ROE y por otro, y en cierta manera para conseguir
medios para ella, la OPR-33.
J. C. Mechoso explica de forma introductoria: «Había que hacer
algo más a nivel de masas, aprovechar la inquietud y el descontento
de la gente».
Tendencias anarquistas |  77

Para los miembros de la FAU, tanto la CNT como la tendencia


combativa, tenían un horizonte del que nunca podrían pasar. La
primera por sindicalista y la segunda por su heterogeneidad. Por
eso, la ROE nace con la voluntad de ser una estructura orgánica
—de unidad obrero estudiantil—autónoma a la CNT. Con los
propósitos de que estuviera vinculada y en paralelo a la central
sindical, que dinamizara una orientación más radical en su seno
para llevarla hacia planteamientos más combativos y que utilizara
un grado de violencia mayor, por ejemplo, sabotajes. Estaba pre-
visto, también, que el accionar de la nueva estructura no siempre
se efectuara como respuesta o hecho aislado, sino que estuviera
preparada a los enfrentamientos y a dar respuesta a la represión
policial (ver al respecto el apartado «Estructuras para la acción y
sabotajes»). En definitiva, el objetivo inmediato de la ROE era
acentuar el proceso revolucionario, de ahí que la FAU volcará allí
el grueso de su militancia.
Sobre la elección del nombre, J. C. Mechoso dice:

«A Cariboni le gustaba Resistencia porque pensaba que


la resistencia era defensiva. Gatti decía que podía ser
pasividad, de no avance ni ruptura. No necesariamente
era eso decía Cariboni, estaban los maquis en Francia, la
Sociedad de Resistencia en el Río de la Plata o los sindicatos
revolucionarios de resistencia. Al final hubo acuerdo en
[llamarle] Resistencia y en que había que vincular obreros
y estudiantes».

Con respecto a una agrupación que reuniera a los dos sectores, J. C.


Mechoso explica la necesidad de esa unión y simbiosis proletaria:

«Para hablar de los obreros había que estar en contacto con


ellos, no sólo saber cuatro cosas abstractas. Los estudiantes
tenían que ganar en modestia, aspecto fundamental de
un revolucionario. Conocer el mundo de la fábrica, las
responsabilidades de la casa, saber que si el obrero no
cobra no paga el alquiler de la vivienda y lo sacan a patadas.
Pretendíamos con esa relación de convivencia, producir un
78  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

militante estudiantil distinto. Pero se trataba de una síntesis.


Del otro lado, a favor del estudiante y en contra del obrero,
estaba las características conservadoras, poca costumbre para
pensar en problemas y soluciones a largo plazo. Pensamos
que esa unidad fortalecía [a ambos sectores]. Apoyar las
ocupaciones de fábrica con estudiantes y que a determinadas
manifestaciones fueran los obreros, como hicieron años antes
con lo de la ley orgánica del 58 los de FUNSA, cuando el
Perro Pérez habló en el acto central».

Del período 1968–1973, J. C. Mechoso cuenta de los fogones de la


noche, en las fábricas ocupadas, como en el conflicto de SERAL,
con la participación de estudiantes:

«Si venía la policía, de la parte estudiantil era de donde salía la


mayor parte de los cócteles molotov para los enfrentamientos.
[Entre los obreros] era menos la cantidad que usaban y
fabricaban, en cambio entre los estudiantes era difícil no
encontrar un mono [adolescente] sin un cóctel molotov
en la mano. [A su vez los trabajadores del Cerro iban a los
liceos a defender a los estudiantes]. Los enfrentamientos no
eran gran cosa, a pesar de que los fascistas tuvieran alguna
pistolita y estuvieran vinculados a la embajada de EEUU,
que les daba armas, y al grupo [ultraconservador] Familia,
Patria y Propiedad».

Sobre la definición doctrinaria de la ROE dice que, para que no


se fragmentara, no persiguieron definiciones políticas de tipo
partidario ni que la organización fuera de matriz anarquista sino
libertaria, pues pretendía ser una estructura de encuentro.
En varias ocasiones, los términos libertarios y anarquistas se han
utilizado como sinónimos y en otras, como lo utilizó en la entrevista
J. C. Mechoso, de manera diferenciada. Para él, lo libertario sería
algo más abierto y vago, y lo anarquista algo más revolucionario y
de objetivos específicos. Rafael Cárdenas, por su parte, considera
al anarquismo como algo estructural, en cambio al «libertarismo»
como una forma de independencia personal, y añade: «creo que
Tendencias anarquistas |  79

la defensa de lo personal es lo que más predomina hoy entre los


anarquistas en general, impide que piensen en formas estructurales,
y por lo tanto les resta mucha posibilidades a organizar cosas de
tipo social».
Este carácter abierto es una de las razones que no le permitió
romper, de forma total, con la ideología democrática y del voto.
La ROE que criticó la participación electoral en 1971, llamó, sin
embargo, a las elecciones en el ámbito estudiantil, confiando que
en ese campo no habría manipulación y que la mayoría votaría
en contra de las leyes coaccionadoras del Estado, cuando amplios
sectores de la sociedad uruguaya llevaba años votando a los Pacheco
y Bordaberry, máximos representantes de esas medidas de control.
Este fenómeno quizá se debió a que tenían claro que no querían
reproducir la federación anarquista en la ROE, «porque para eso
nos quedábamos con la FAU más crecida». Otra pauta de esta
agrupación fue evitar que se convirtiera en un partido político,
que aquellos que no lo tenían fueran allí —como así ocurrió— a
intentar hacer uno o que los pequeños partidos, sin apenas afiliación
de masas, aprovecharan la ROE para reclutar militantes. Dicen que
tuvieron especial cuidado con quienes lo pretendieron, como los
marxistas libertarios o «los intelectuales que hablaban en nombre
de la clase trabajadora y no tenían trabajadores, [...] la teoría de
Lenin de ir al proletariado a llevarle la conciencia».
Asegura que las diferencias en el seno de la ROE eran de matices
pero importantes, «estábamos de acuerdo en estar contra el sistema
social» y que la militancia era más de hecho que formal, de carnet.
La ROE contó con adherentes de los ambientes intelectual y
artístico, lo que le confirió un carácter cultural. Daniel Viglietti, el
murguista Pepe Veneno y el Gaucho Molina, entre otros, expresaron
su solidaridad interviniendo en los festivales de la organización.
Como se ha mencionado a lo largo de esta obra, las tres grandes
corrientes políticas de oposición al régimen fueron las estructu-
radas por el PC, el MLN y la FAU–ROE–OPR. Por esta razón
es importante que los propios luchadores sociales realicen un
balance de estas tres organizaciones. En este caso, quien opina
sobre la FAU–ROE–OPR y, a nivel más amplio, sobre la derrota
revolucionaria es Juan Nigro:
80  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

«Lo que les pasó a ellos es lo que me pasó a mí y, en general,


a lo mejor del movimiento y a casi todos los fraccionalistas
partidistas. El gran problema de esa tendencia fue el de
toda la vanguardia internacional en el mundo, la falta de
reapropiación del abc del programa de la fase anterior, dada
la ruptura teórica, orgánica y generacional, con las otras olas
revolucionarias. En concreto dentro de esa tendencia hubo
dos corrientes reales: la obrerista (si no sindicalista) fue
superada por la contradicción real de clases y fue incapaz de
tener una línea política general (a nivel de la radicalización
de fuerzas que se daban a nivel nacional e internacional).
Duarte reconocía eso, que no tenían respuesta global y decía
que por eso vieron la necesidad de partido, organización
armada, etc., pero que habían empezado más tarde que los
otros. Eso da origen a la otra corriente que trata de trabajar
sobre la base de Marx y otros, pero como no conocían
las fracciones más interesantes de la izquierda comunista
leían al stalinismo y al trotskismo y creían que eso era el
marxismo. Desconocían por completo las críticas de la
izquierda comunista internacional, la argumentación del
carácter capitalista de la URSS, por ejemplo, criticaban el
anarcosindicalismo en nombre del partido revolucionario
y leían a los marxistas burgueses (como Marta Harnecker,
Poulantzas, Althusser, pero no a Marx). En vez de romper
con el reformismo armado y no armado, con esas lecturas,
terminaron en el peor de todos creando un “partido para la
victoria del pueblo”, un populismo de la peor especie. Los
militantes de la FAU–OPR-33 también tenían claro que los
sindicatos eran globalmente un aparato de Estado, pero
defendían el trabajo de base con los obreros.
Pero ese asociacionismo que impulsaban no tenía proyección
política global sino sindical. Sus cuadros estaban demasiado
inmersos en la práctica obrerista, de la empresa, del sindicato,
perdiendo así una perspectiva global, nacional, internacional.
Recuerdo una discusión muy importante en mayo de 1974
con Bernardo (compañero vinculado a la FAU desaparecido
en Argentina) que decía que el gran problema no era el
Tendencias anarquistas |  81

“anarquismo” sino el “sindicalismo”, decía que muchos de


los compañeros más viejos no comprendían que la práctica
social estaba ya mucho más lejos que la lucha de fábricas, que
la lucha contra un patrón, que ahora debían pasar a trazar
una perspectiva de poder, una perspectiva revolucionaria.
Bernardo opinaba que era lamentable que compañeros como
Duarte no entendieran eso y decían “el sindicato es mi vida”,
“FUNSA es mi vida” y afirmaba que se necesitaban esos viejos
cuadros para dirigir la revolución, y ellos pensaban que
todavía eran indispensables en el sindicato. Coincidimos
en lo absurdo que era que un tipo como Duarte al que ya
habían agarrado y torturado impresionantemente (dejándolo
profundamente lesionado) se siguiera presentando cuando
los milicos lo buscaban porque decía que el sindicato lo
necesitaba, porque para él era más importante ir a ver
sus compañeros a la fábrica que comprender que, a nivel
general, la revolución lo necesitaba. Hubo una especie de
división del trabajo que en el fondo liquidaba la perspectiva
revolucionaria: los partidos parlamentarios seguían haciendo
su parlamentarismo, los tupas el foquisimo y ellos la lucha de
fábrica, eso sí de forma muy radical. Eso llevó al oportunismo
de no criticar realmente ni a unos ni a los otros y al mismo
tiempo a no forjar una alternativa revolucionaria que debía
lógicamente contraponerse tanto a los bolches (y asimilados)
como a los tupas. Para enfrentar a la patronal y al Estado
no lograron convertirse en fuerza social opuesta a todo el
orden establecido, tanto por sindicalismo (por supeditar la
política general a la política de la fábrica) como por no tener
un proyecto revolucionario que como tal se contrapusiera
totalmente a los PC y tupas. En realidad cuando resultaron
totalmente obligados a romper con eso, cuando todos
se clandestinizan por obligación, ya es tarde porque el
proletariado ya está demasiado golpeado. Hoy considero
—sigue Juan Nigro— que esta ideología, más obrerista
que sindicalista, tenía mucho de populismo, de falta de
ruptura con los partidos burgueses para el proletariado. En
los años siguientes todo esto se confirmó y se amplió: esa
82  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

organización nunca denunció el proyecto socialista burgués


de esas fuerzas ni tildó de contrarrevolucionarios ni a los
PC ni a los tupas, ni fue capaz de aglutinar o juntarse con
los compañeros que iban rompiendo con los tupas y demás.
Aplicaban aquello de cada uno en lo suyo, sin denunciar el
carácter abiertamente contrarrevolucionario del Frente. El
oportunismo en ese sentido es una constante, nunca dijeron
públicamente lo que pensaron porque tenían miedo de la
ruptura violenta “dentro del pueblo” y porque en el fondo
no concebían una salida realmente revolucionaria, sino algo
popular que para ellos era justamente lo que ellos hacían
como obreros, más una especie de alianza grande con los
estudiantes, con la pequeña burguesía y todo lo otro. Fue
por eso que cuando quisieron salir del cuadro restringido
de “los obreros” no pensaron que era afirmando el partido
del proletariado, de la revolución social contra todo el resto,
sino por el contrario ampliando ese esquema popular lo
más posible. Todos estuvieron de acuerdo, en un momento,
de que lo que hacían en las luchas obreras era insuficiente
para tener una política nacional, y en vez de buscar crearla
rompiendo, la buscaron “uniendo pueblo”.
Lo que es un hecho es que la pelea del proletariado buscaba
proyectos y perspectivas. La FAU, en la medida en que la
lucha se radicalizaba más y más, fue asumiendo diferentes
niveles de organización y violencia, pero llegó un momento
en que quien no aparecía como alternativa social general, al
menos a nivel nacional, quedaba liquidado. Lo único que
aparecía como alternativa social eran los tupas. La FAU
comprendió parcialmente esto y se criticó su obrerismo
y crearon la ROE para reclutar estudiantes, pero no sabía
como tener una alternativa política concreta a nivel nacional
y siguieron haciendo luchas obreras y agregándole un cierto
accionar armado. No construyeron otro proyecto reconocido
socialmente. Fue el problema, el drama del proletariado
y la centena de estructuras que se habían desarrollado. La
polarización nacional era tal que gente que quería pelear
quería ser tupa y todo el resto le parecían cosas intermedias.
Tendencias anarquistas |  83

Peor, los compañeros se enojaban si sabían que no eran


los tupas que dirigían tal o cual expresión de la clase, y los
tupas también, pedían que se les dieran los fierros. Y en
esas circunstancias —continúa Juan Nigro— en vez de
profundizar la ruptura con el capital, con el reformismo
anteponiéndole la crítica revolucionaria, tratan de ocupar el
lugar populista tupa que había quedado vacante. En vez de
afirmar un proyecto revolucionario rompiendo totalmente
con los partidos burgueses electorales y de liberación nacional,
afirman una práctica que tiende a disolver todo en algo más
populista todavía, como lo fue y es el Partido por la Victoria
del Pueblo. Se iba rompiendo con el “anarcosindicalismo”
como concepción para caer en el populismo marxista
reformista. El anarcosindicalismo del principio siempre
fue criticado internamente contraponiendo la teoría del
especifismo, de la tendencia al partido revolucionario
(tesis histórica que siempre defendieran compañeros como
Duarte) aunque no se supiese muy bien como asumirlo, se
había mantenido una práctica clasista e incipientemente
revolucionaria. Luego pienso que con la ruptura entre
ellos a propósito de Cuba se fue cayendo hacia el marxismo,
hacia una interesante necesidad de sintetizar Bakunin y
Marx, pero el marxismo tamizado por todo el espectro de
izquierda internacional no era otra cosa que el socialismo
burgués de Cuba, de apoyo crítico a la URSS, y se fue hacia
el parlamentarismo. En el 71 varios compañeros tuvimos
la consciencia total y segura de que, nos gustase o no, se
iba a jugar el todo por el todo, que o se ganaba o se perdía.
Frente a esa disyuntiva lo que hubiese sido correcto era una
política fuera y contra del Frente, asumiendo abiertamente
el derrotismo revolucionario con una crítica verdadera y
frontal contra el Frente. Pienso que si alguna fuerza conocida
en la lucha hubiese asumido esto abiertamente tal vez otro
gallo cantaría. Pero ninguna fuerza lo hizo realmente. La
crítica al Frente y al frentismo, al electoralismo y a todo
eso que se hacía en gremios, grupos de estudiantes, frentes
de lucha diversos, sólo era asumida como tal por gente
84  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

de base. Leyendo a Guerin unos años más tarde (algo así


como: la izquierda en el poder, revolución liquidada) me
di cuenta —señala Juan Nigro— que habíamos hecho el
mismo error que ellos: creernos que había dos realidades.
Una el Frente Amplio como estructura burguesa de partidos,
que lo considerábamos nuestro enemigo y otra que era el
frente con minúsculas, de base, los comités, los grupos en
lucha. Para nosotros había por un lado el Frente de nuestros
represores directos como Seregni, las estructuras represivas
del PC, otros milicos “buenos”, el PS oficial, la burocracia
universitaria, el PDC; y por el otro veíamos la realidad de
la calle, de los comités (al principio el PC, los partidos y el
propio Seregni se oponían a los comités). Pera nosotros el
objetivo era que esta realidad se enfrentase a los partidos y
fuerzas burguesas que lo encuadraban. Grave error. Como
cuenta Guerin (a pesar de que él mismo no sea plenamente
consciente) este frente con minúsculas credibiliza al otro
Frente. En los hechos este “frente” de base servía como
anzuelo y jeta radical del otro Frente. Luego comprendí
que esta posición del frente en la base contra el Frente de
direcciones es una vieja posición centrista muy común en
grupos trotskistas. En esa realidad los de la ROE y OPR (que
no veían para nada que había una disyuntiva inmediata, que
se jugaba el todo por el todo) y en su pequeña dimensión
también la Fuerza Revolucionaria de los Trabajadores
(FRT) [escisión del MLN–T] se instalaron a hacer “trabajo
de masas” a largo plazo, sin darse cuenta que no quedaba
más espacio político para hacerlo, que nos comía la vorágine
social y que en menos de un año todo el pescado estaría
vendido. Además, durante el 71 “las masas” tan aclamadas
ni se enteraron de lo que hacían esas organizaciones (FAU–
FRT) salvo los obreros de tal o cual fábrica en las que tenían
gente. No contrapusieron a la política burguesa electoral de
todas las fracciones burguesas ninguna política proletaria
global. Como no enfrentaban ni la política electoral, ni
públicamente el foquismo, ni pareciera que hicieran otra
cosa que contra tal o cual patrón. Le dejaron todo el terreno
Tendencias anarquistas |  85

libre al Frente y los tupas, lo que facilitó la liquidación de


la fuerza proletaria».

Organización Popular Revolucionaria 33 (OPR-33)

OPR-33 se denominó a la estructura militar de la Federación Anar-


quista del Uruguay. La FAU consideraba prioritario el desarrollo
de un movimiento popular combativo para el cambio social que
contara con elementos de ruptura. «Lo que hace necesario cierto
núcleo técnico que al mismo tiempo comience a incorporar ac-
ciones de tipo armado vinculadas a esa problemática» añade J. C.
Mechoso, quien matiza que el grado de violencia tenía que ser
acorde, aceptado y útil, para esa problemática.
María Barhoum cuenta que aunque la OPR-33 empezó a ser
conocida a principios de los setenta, a mediados de la década an-
terior ya había un puñado de militantes y una estructura que se
preparaba para pasar «a la acción directa más aguerrida: bancos,
bombas y secuestros».
He aquí parte de la entrevista a María Barhoum:

«—¿Por qué se decide hacer el aparato militar?


—Más que nada, acción directa. En las cartas FAU hablábamos
de la acción directa a todos los niveles. En aquel momento
era más la acción que la discusión.
—¿Cuándo se forma el aparato militar?
—En 1964.
—¿Sabés que a mí me extraña que ya en 1964 estuvieran con
el aparato militar? ¿Tenían fierros y esas cosas?
—No, no, hablábamos. Pero el OPR-33 no se crea de un día
para el otro.
—¿Y qué hacían en esa primera época?
—Leer manuales: Debray, lo que había pasado en otros
lugares..., sobre todo se analizaba lo que era Montevideo
y lo que se podía hacer. Después se demoró para hacer, no
fue de un día para el otro. [Al principio] ninguno sabía casi
nada, no tuvimos un entrenamiento guerrillero».
86  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

En 1968, comienzan los operativos pero hasta tres años más tarde
no le dan el nombre.
J. C. Mechoso señala que en las primeras acciones no sabían cómo
firmar. En el robo de la bandera de los Treinta y Tres Orientales
del museo Histórico Nacional se firma con una «R» dentro de una
«V». A principios de 1971 los operativos ya se reivindican con las
siglas OPR y el número 33 en honor a la bandera, robada, que
durante casi siglo y medio había simbolizado la independencia y
constitución del Estado uruguayo.

«El robo fue planteado como un hecho de propaganda


—explica J. C. Mechoso—. En las acciones posteriores, como
la de Molaguero, los pasquines informativos en un lado
tenían la bandera y en el otro el parte del episodio. En tono
literario se decía que volvería a flamear en alguna de las luchas
populares [...]. No era porque nos identificáramos con el
contenido de fondo nacional, no se le dio esa importancia
a la bandera. Se le dio importancia de tipo propagandístico.
Tenía elementos de lucha, de lucha armada. Es la única
bandera que parla, nos atraía mucho la consigna: “Libertad
o muerte”, muchas veces enarbolada por los movimientos de
liberación. Tenía elementos como la libertad, obviamente
más anarquista».

En un comunicado se explicaba:

«Los explotadores de siempre, los torturadores, los asesinos,


los que persiguen al pueblo, los que arrasan al país, la
dictadura cívico–militar uruguaya, preparan un homenaje al
desembarco de los treinta y tres. Han creado una “Comisión
oficial de homenaje”. Cristi, el general torturador es quien
la preside. El 19 de abril de 1825 los treinta y tres orientales
desembarcaron en la playa Agraciada. El pueblo, formado
por los mismos gauchos pobres que habían luchado con
Artigas a la cabeza, que lo acompañaron en el éxodo, se
organizaba en silencio. Y esperaba la señal. Hecha bandera.
Hecha consigna. Libertad o muerte fue el santo y seña de
Tendencias anarquistas |  87

los orientales. Y el pueblo reunido y armado se alzó a la


lucha». (Boletín de la Resistencia Oriental, 4 de abril de 1975,
Buenos Aires).

Hay que tener en cuenta que en América Latina hubo varios


ejemplos en el que grupos armados robaron objetos de líderes
independentistas y/o anticolonialistas para expresar que si éstos
estuvieran vivos lucharían junto a ellos y no con quienes defendían
y sustentaban el poder. El sable de San Martín tomado por los
guerrilleros argentinos y la bandera de los 33 orientales por uru-
guayos reivindicaban este fenómeno, y se decía que habían vuelto
a ser utilizados por quien en su día luchó junto a ellos: «el pueblo».
Es sabido que a muchos de los presos que estaban en relación con
la FAU los torturaron para que aportaran algún dato que permitiera
encontrar la bandera. En un comunicado de prensa en francés, de
la sección europea de la ROE, se decía que la «OPR-33 aún hoy
guarda la bandera de los “33”», que había sido enarbolada hacía
ciento cincuenta años. María Barhoum aseguró, en la entrevista,
que un miembro de dicha organización, al tener en su poder la
famosa bandera —en la época de más represión y por temor a ser
capturado con ella—, optó por quemarla.
Las acciones que realizó la estructura armada de la FAU, antes
de denominarse OPR-33, fueron una serie de atentados contra
empresas extranjeras llevadas a cabo entre los años 1964 y 1966,
cuando funcionaba el Coordinador. Explosiones y sabotajes para
apoyar a los conflictos obreros de 1969, firmados «Manos anó-
nimas y brazos compañeros. Grupos de solidaridad obrera»; la
interrupción de una misa en la Catedral de Montevideo en 1970
para lanzar, desde el púlpito, una proclama en solidaridad con los
huelguistas de TEM y BP Color y los famosos «aprietes», que con-
sistían en obligar a un millonario a firmar un cheque y retenerlo
hasta haberlo cobrado, como, por ejemplo, los tres que realizaron
el 29 de diciembre de 1970.
J. C. Mechoso cuenta que, en el medio obrero de Uruguay,
siempre hubo momentos en que hubo unidades esporádicas para
sumar fuerzas, medios y conocimientos para fabricar algún explo-
sivo; responder con armas a las balas policiales, como el tiroteo
88  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

en el Pantanoso u otras reprimendas a trabajadores, y realizar


sabotajes. «Había uno que era un saboteador nato, en un solo día
podía pinchar veinte ómnibus». Pero a mediados de los sesenta,
afirma, «se empezó a ver necesario un aparato técnico, pero nada
que ver con una vanguardia militarista, para actuar a niveles más
altos y aumentar las finanzas» necesarias para sufragar los gastos
de la ROE y para la lucha revolucionaria en general. Por ejemplo,
cuando necesitaron medicinas asaltaron farmacias, cuando quisie-
ron mejorar el taller gráfico expropiaron mimeógrafos eléctricos de
la firma Orbis y cuando tuvieron que cambiar de aspecto robaron
pelucas y apliques de Peinados Marta.
J. C. Mechoso aclara «Nos diferenciábamos del foco porque
teníamos la parte sindical, el lugar de mayor inserción, desde
siempre». También dejó claro que concebían la estructura armada
para responder a coyunturas concretas y no para tomar el poder,
ya que consideraban que esta tarea debía ser obra del proletariado
armado insurreccional. Es evidente que la decisión de la utilización
de las armas estuvo relacionada con el contexto general, explicado
en otros apartados. Determinación que, en América, llevó a miles
de luchadores sociales a empuñarlas. «No nos podíamos quedar
atrás», asegura María Barhoum.

La «escuelita», lucha armada y prácticas anarquistas

J. C. Mechoso explica en qué consistía la preparación política y


militar de los integrantes de la OPR-33.

«Había una evaluación regular donde el equipo mensualmente


hacía un análisis de su funcionamiento y una serie de
tareas regulares [que tenían que ver con el] contacto con
el medio social en el que estaban. Se grababan algunas
reuniones generales y discursos de la ROE para que los
compañeros clandestinos pudieran tener acceso a ese tipo
de problemática. En ese sentido, la preocupación era tal,
que se hizo una escuelita (llamémosle así) compuesta por
compañeros de distintas disciplinas, sociología, psicología,
Tendencias anarquistas |  89

historia, pedagogía..., en la que se hacía una transferencia de


conocimientos a los compañeros de los equipos operativos,
que eran contados (dos por equipos), en condiciones de
clandestinidad y encapuchados, tanto “profesores” como
“alumnos”. Eso requería un esfuerzo bastante grande, casa
adecuada y vehículos, pero dejó un saldo muy favorable. Eran
compañeros de extracción obrera, que tenían lecturas básicas.
Había una exigencia de ir aumentando el nivel técnico de
cada uno de los integrantes: clases de karate, saber manejar,
armar y desarmar rápidamente un arma, ciertas nociones de
estrategia, combate callejero [...]. Se acondicionaban lugares
para hacer prácticas de tiro, se procuraba conseguir algún
silenciador, lugares acolchados o casas en el interior [del
país]. Se podía tirar con un 22 en casas aisladas. Los propios
compañeros fueron construyendo los dobles fondos, pozos,
teniendo la precaución de no dejar la tierra cerca. La tierra
fresca llamaba a las fuerzas del orden. [...] Lo que tiene que
ver con el período uruguayo (Argentina es otro episodio)
tuvimos pocas caídas, se logró evacuar los lugares y salvar a la
gente. Acá se manejó un manual muy sencillo, en ese tiempo
estaban en boga enormes manuales con cantidad de páginas.
Nos pareció preferible, un conjunto de principios básicos
pero que se respetaran religiosamente. No era una teoría de
la seguridad sino siete u ocho criterios que se respetaron».

J. C. Mechoso dice que, para conformar el aparato armado, es-


cogieron a la gente que tenía experiencia en el tipo de actos que
se pensaban realizar. Por ejemplo, a luchadores sociales que ya
hubieran hecho alguna expropiación por su cuenta o se hubieran
enfrentado a esquiroles (carneros) recalcitrantes, «los perseguían
con vehículos y les daban una biaba [paliza]». Entre los más expertos
se podían contar con viejos anarquistas como Boadas Rivas, pero
«había pasado veinticinco años en la cárcel y no daba para que lo
pusieran veinticinco más». Por eso, los componentes de la OPR-33
no fueron ni los más ancianos ni los más jóvenes, sino gente de
edades intermedias, fundamentalmente obreros.
90  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

«Varios factores contribuyen a que eso fuera así. Estaba la


imagen clásica de los anarquistas que habían actuado en el
Río de la Plata en períodos anteriores y el hecho de que la
mayoría de los compañeros obreros llevaban más tiempo
en la organización. Daban la imagen de mayor seriedad en
el trabajo, más sentido común, menos inestabilidad y que
cualquier acontecimiento no implicara el cambio inmediato
de postura».

En el plano operativo de la OPR-33 un 95 % eran obreros, pero


no en la información, «pues se requería un tipo de trabajo mucho
más apto para quienes venían del mundo universitario, docente y
estudiantil, (encuestas, encarar gente, definir edificios céntricos).
Todo un tipo de tareas que requerían determinadas modalidades
y cualidades».
«Nos elegían para lo militar o sindical, por las características»
recuerda María Barhoum quien afirma que para ser componente de
la estructura armada de la FAU había que tener mucha convicción,
coraje, imaginación, reflejos y que le «gustaran los fierros». Esta
entrevistada matiza esa última condición y explica que el gusto
no era placer de uso, sino disponibilidad al uso, comprobar que
se estaba preparado para esa forma de lucha, según aquel grupo
imprescindible para la revolución.

«Para los compañeros que conocí era una necesidad. No


tenían el fierro atravesado. A nadie le gusta matar. Había
uno que hacía ballet, o sea que te imaginás. Los fierros eran
una necesidad para conseguir algo, pero no eran un mito
ni el amor de mi vida. A mí no me gusta la violencia, pero
es necesaria».

En cuanto a la forma de organización es necesario comentar la


constante preocupación por la relación de igualdad en la cotidia-
neidad de los grupos operativos y explicar que se hacía un análisis
autocrítico de cada uno de los operativos. Pese a esa introspección
de la agrupación y del propio papel del «encargado», la OPR-33,
como casi todos los grupos que practican la lucha armada, tenía
Tendencias anarquistas |  91

una férrea jerarquía. «Dentro del aparato armado había escalones,


que podías ir subiendo» recuerda Barhoum.
Estaba organizada en base a un sistema celular. Cada célula
estaba compuesta por tres o seis personas, una de las cuales asu-
mía la responsabilidad de la misma. Dos o tres células formaban
una unidad de trabajo que podía ser operativa, de servicio o de
información. Cada uno de estos equipos estaba coordinado por
un militante denominado responsable de la unidad, que no per-
tenecía a ninguna de las células. Éste último y los responsables
de las células componían la Liga, la dirección de la unidad. Sus
miembros y algunos dirigentes de la FAU formaban la dirección
del aparato militar, a la que se llamó Aguilar.
Con respecto al accionar, cabe señalar que varios operativos
fueron para su propio pertrechamiento —robo de armas a po-
licías y serenos— y para amedrentar a sus enemigos —bombas
contra sedes de agrupaciones políticas tradicionales, ocupación
de oficinas provocando destrozos y pintadas reivindicativas—. Los
secuestros fueron una constante en la acción armada de este grupo
anarquista. Capturaban industriales o figuras representativas de las
empresas donde hubiera una agudización de los conflictos, como
en FUNSA, Cicssa, Divino, Seral, TEM, etcétera. Por ejemplo,
en junio de 1971, secuestraron a Alfredo Cambón, directivo de
FUNSA, abogado del Banco de Seguros y de Grupos Ferrés; y en
agosto del mismo año, al vicepresidente del Frigorífico Modelo,
Luis Fernández Lladó. También tomaron de rehén a José Pereyra
González, redactor responsable del diario El Día, para que rectificase
la propaganda contraria a la OPR-33, que había hecho durante el
secuestro de Lladó.
El secuestro de la periodista francesa Michelle Ray en 1971 fue
llevado a cabo para dar a conocer nacional e internacionalmente
las posiciones de la organización con respecto a su no participación
en el Frente Amplio y al rechazo a la política electoral. Por consi-
derársela una periodista de izquierda, ser la compañera de Costa
Gavras y haber sido secuestrada por el Viet Cong años atrás, las
fuerzas armadas aseguraron que se trató de un autosecuestro. Sin
embargo, las fuentes consultadas para esta investigación lo niegan.
Un testimonio cuenta que irrumpieron en la casa de María Esther
92  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Gillio, donde se estaba alojando. Tras un momento de pánico, por


pensar que se trataba de un grupo de ultraderecha a la que ellas
criticaban en sus artículos, y tras aclarar que se trataba de una ac-
ción anarquista, las dos mujeres, muy a regañadientes, aceptaron
lo decidido por el comando. María Esther Gillio se quedó en su
casa, tranquilizando a Costa Gavras que llamaba, lleno de furia,
desde Chile, donde rodaba Estado de sitio (la película que relata el
secuestro de Dan Mitrione); y Michelle Ray fue conducida, con
los ojos vendados, a un zulo de la organización. Allí mantuvo una
charla con uno de los dirigentes de la FAU y tomó notas de sus
posiciones. Días después fueron publicadas y ella puesta en libertad.
Las acciones de la OPR-33, al igual que las de los tupamaros,
eran vistas con simpatía por una parte importante de la población.
Sin embargo, los tiros, la sangre y los muertos producían un cier-
to alejamiento de ese apoyo. Aunque la OPR-33 no tenía como
objetivo el enfrentamiento contra las fuerzas represivas, al ser una
estructura armada ilegal y clandestina, en más de una ocasión sus
integrantes tuvieron tiroteos con agentes de seguridad. María Bar-
houm relata cómo un exmiembro de la OPR-33 le había contado el
desarrollo de un enfrentamiento fortuito que tuvo con las fuerzas
represivas. Corría el año 1974, tres anarquistas del grupo armado
los Libertarios, escisión de la OPR-33, están reunidos en un bar.

«El propietario del boliche llama por teléfono, ellos lo ven


pero siguen charlando. Se para una “chanchita” [furgoneta
de la policía], sacan los revólveres, los mantienen preparadas
debajo de la mesa y cuando entra la policía se desencadena
un tiroteo. Muere un policía [las fuerzas armadas dicen que
no murió sino que fue herido] y dos de los de la OPR-33
[Nelson Vique y Julio Larrañaga]. El tercero sale del bar a
los disparos, pero antes mata al camarero que los denunció.
En la furgoneta hay un milico con metralleta muy asustado
y lo echa a patadas. Allí pensó: “o ellos o yo”».
Tendencias anarquistas |  93

Secuestro de Molaguero

Testimonio de J. C. Mechoso sobre el secuestro —durante un


mes y medio— de un empresario ultraderechista, raptado el 11
de mayo de 1972.

«Lo que se procuraba era que el operativo tuviera un


sentido social directo y que la gente lo percibiera como
una experiencia útil. Se eligió a Molaguero no sólo por
hacer apoyatura al conflicto sindical. No era ese el sentido,
pues con la OPR-33 se esperaba operar a nivel político. Se
habían agotado todas las instancias a nivel gremial, había una
huelga desde hacía mucho tiempo, con mucho apaleamiento.
Molaguero era el hijo del dueño de la fábrica [de Santa Lucía,
Canelones], a su vez colaboraba en tareas de administración
con el padre, era de la JUP (Juventud Uruguaya de a Pie) y
tenía un grupito de jóvenes fascistas.
Hacía algunos estropicios, insultaba a los trabajadores,
iba al fogón y les tocaba el culo a las mujeres. Si entraba
a la comisaría salía enseguida. Prácticamente era el feudo
de los Molaguero, el amo y señor del lugar [...]. Un lobo
con piel de cordero. Se caracterizaba, además de hacer
“beneficencia”, por echar a los obreros cuando quería sin pagar
indemnización ni licencia por maternidad u horas extras.
[En su fábrica] los menores trabajaban hasta catorce horas,
cuando la ley decía que debían trabajar seis. La prepotencia
de Molaguero llegó hasta obligar a los obreros a trabajar el
1º de mayo bajo amenaza de despido.
Para llevar a cabo el secuestro, primero actuó el equipo
técnico, quien recogió la información necesaria para su
captura. Tenía la costumbre de ir por la carretera a un lugar
para ver a la familia o a una novia. En ese momento había
muchas razias y destacamentos militares, por lo que hubo
que buscar la forma más adecuada para parar en la carretera
a un tipo que estaba prevenido. Lo que se hizo, fue vestir de
policías a los compañeros, con la ropa y armas adecuadas.
Algún arma no era del todo adecuada, pero como era de
94  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

noche, entre una metralleta o escopeta recortada no había


diferencia. En el momento que viene, con walkie–talkie se
avisa su llegada y se le para, piensa realmente que es gente de
la policía. De repente se da cuenta de algo, pero se le había
metido mano a la gaveta a dónde tenía el revólver, intenta
una fuga y se le pega un culatazo. Se queda quieto y un
compañero de Medicina le da una inyección para dormir.
Se le lleva dormido para que no conozca el lugar destinado
a su primera etapa del secuestro.
Se le interroga [sobre grupos fascistas] pues tenía alguna
dirección y cosas por el estilo. Sobre el conflicto, se le
dice que se paguen los jornales, que retomen a todos los
trabajadores y que cese la represión sindical. Para evitar
que fueran reprimidos los empleados de la empresa por el
rapto del empresario, el 29 de abril 1971, el periódico de la
ROE Compañero, publicó un aviso del sindicato de Seral:
«En primer lugar debemos decir —aunque parezca obvio—
que nuestra organización sindical no tuvo conocimiento
del secuestro del Sr. Molaguero ni de su preparación hasta
que esto fue hecho público por las FFCC.
Además, se le exige que done bienes a la zona más pobre
en torno a la fábrica, una especie de cantegril. A los niños
que iban a la escuela, túnicas y zapatos, muchos iban
descalzos. A la escuela, que no tenía nada (era muy pelada),
útiles, cuadernos, lápices, todo lo que precisa durante un
tiempo largo. Con la exigencia que todo fuera comprado
en los comercios de la zona. Al mismo, y ya que estaba y
la organización siempre tenía sus necesidades, se le cobró
una cuota, digamos por daños y perjuicios por el tiempo
perdido, por los gastos del operativo. Se le cobró un dinero
directamente a él, que no fue importante, podía ser unos
treinta mil dólares al día de hoy [1995], o sea que eso era
algo que no estaba condicionando el operativo. Cobrar fue
difícil porque tenía que tener un montón de filtros [...]. El
objetivo era resolver el conflicto y toda esa otra parte.
Para establecer las condiciones a las que se hace referencia se
enviaron al padre del secuestrado varias cartas, especificando
Tendencias anarquistas |  95

las cantidades demandadas. Veinte mil pesos a cada trabajador


de la empresa Seral en Planilla, detalle de útiles para escuelas
de Santa Lucía y ciento cincuenta pares de zapatos, pantalones
vaquero, buzos de abrigo, pares de medias de abrigo, túnicas
escolares para los niños habitantes del barrio El Abrojal y
otro tanto para los habitantes de otro barrio de la zona.
Cayó muy simpático en la zona, a nivel de maestros, familias
más pobres, trabajadores y comerciantes, que vendieron una
cantidad de millones de pesos en mercadería en comercios, en
los que se vendían muy poco. Cuando nosotros volanteamos
toda la zona con un facsímil, que tenía por un lado la bandera
y por el otro los detalles del operativo, los almacenes incluso
los tenían en el mostrador.
Al mismo tiempo se instala un carro parlante en [la avenida]
18 de Julio (creo que dos, pero uno estoy seguro) que da todos
los detalles del operativo. Como todo carro parlante que se
copaba [se decía] que se había colocado un dispositivo de
explosión, para que no se acercaran, para que no le metieran
mano. Estuvo una hora y pico, al lado de la plaza de la
Libertad, hablando del porqué y el contenido de la cosa.»2

La captura de Sergio Molaguero fue uno de los operativos de la


OPR-33 que de alguna manera contemplan las características de
las acciones. Que sirviera para que la gente viera que la violencia
estaba vinculada con un problema social, con un elemento de
justicia y que tendía a resolver esos problemas. Que no estaba
desprovista de contenido, ni aislada y que era para modificar
situaciones de justicia.
El período en el que se retuvo a este individuo era de auge repre-
sivo, de calles con constante presencia militar. Fue el penúltimo
secuestro del Uruguay. El último tuvo relación con Molaguero
pues se capturó a Héctor Menoni Escanilla, gerente de una agencia
de noticias internacional, para que ésta rectificara la información
dada acerca del industrial.
2  Para conocer la otra cara de los hechos se puede leer el testimonio del
propio secuestrado en Conocer la verdad. La historia de mi secuestro. Ed.
Artemisa, Montevideo, 2008.
96  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Escuela Nacional de Bellas Artes

La escuela de Bellas Artes de la Universidad del Uruguay es de los


pocos centros estudiantiles del mundo —como las universidades
de Berkeley y la Sorbonne— cuyo nombre, no sólo evoca un centro
de enseñanza superior, sino lo que en su día fue un foco subversivo,
un lugar donde se aprendía a vivir en plenitud, donde se impartía
una enseñanza integral, no para acomodarse en la sociedad, sino
para transformarla.
La Asociación de Estudiantes de Bellas Artes (AEBA) tenía como
mayor objetivo «cambiarlo todo desde el entorno de la vida coti-
diana»; el antiautoritarismo libertario y el socialismo autogestor y
comunitario, que nunca podrían ser impuestos por decretos, im-
posiciones o minorías que emplearan o no la violencia. La Escuela
se convirtió en la cocina de la revolución antiburocrática y de la
crítica a la política discursiva, parlamentaria y representativa. Un
espacio, organizado desde el cogobierno y la autogestión —incluso
con respecto a los planes de estudio—, cuyo objetivo más concreto
era desconstruir y reelaborar la «realidad», desde el deseo y la sensi-
bilidad, en el que la motivación y el resultado coincidían en el acto
creador. Se pretendía integrar al arte las formas de hacer política
atendiendo las necesidades humanas. Todo este acto creativo se
concretaba a través de modelar el barro, diseñar formas inéditas,
o concebir arte para llevarlo a la vida de los barrios.
Mario Carrión afirmaba, en el comienzo de Definición global de
la experiencia de la ENBA, objetivo, contenido, método:

«El ser humano por naturaleza es un ser singular. Tiene


emociones, sensaciones, sentimientos, pensamiento. Es
evidente que así como sucede en la naturaleza, si no se
logra un desarrollo armonioso de todas sus capacidades, el
orden general se quebranta y todo se confunde: los afectos
se distorsionan, los sentimientos se deforman, y así como
potencialmente el hombre desarrollándose adecuadamente
puede amar, construir, crear, imaginar, su deformación le
provocará la torpeza, la agresividad, la destrucción, el odio».
(Carrión, Volontá, abril, 1988, sp).
Tendencias anarquistas |  97

Este ex alumno del ENBA decía que, la que él denominó Antiuni-


versidad de Montevideo vivió, de 1960 a 1974, una experiencia de
enseñanza libertaria, en la que los alumnos hacían un irremplazable
aprendizaje de vida, tanto en el trabajo en la escuela como con los
contactos con el mundo que la rodeaba. «Es un aprendizaje social,
algo que se hace juntos, en el que hacemos parte de un organismo
colectivo guardando su individualidad. Más allá de la formación
estética, adquirías una formación personal de hacer y de vivir».
(Carrión, 1988)
Una de las principales premisas de aquel aprendizaje plástico era
comprobar que la personalidad creativa se componía del ejercicio
libre y pleno de todas sus facultades. Por lo que se aconsejaba po-
ner, como paso imprescindible, la estimulación enérgica de todo
aquel sector en desuso o deformado —sensibilidad, sentimiento,
emoción— y destruir —literalmente— los subproductos de esa
formación, como prejuicios, esquemas y recetas.
Pero los luchadores sociales que estudiaban en aquel centro de
enseñanza superior no tenían plenos acuerdos. Las divergencias
nacían por opiniones muy diversas sobre el proyecto social por el
que luchaban. Se faltaría a la verdad si no se mencionara, también,
la presencia minoritaria de estudiantes que no aspiraban a un
cambio radical de la sociedad.
René Pena, libertaria y estudiante de Bellas Artes, explica la
ligazón entre el aprendizaje académico y la implicación social que
emanaba de aquella escuela del arte y de la vida.

«Se trataba de formar gente a todos los niveles, inclusive su


potencial artístico. Porque el arte forma parte, no es que
fuera lo más importante pero, si uno tenía condiciones,
desarrollarlas [...]. En la campaña de sensibilización visual,
estábamos varios días sin dormir, salíamos de noche porque
no nos dejaban».

A través del material utilizado para las denominadas Campañas


de Sensibilización Visual se podrá observar las dimensiones que
llegaron a tener. En total se pegaron treinta mil metros cuadrados
de papel sopleteado e impreso. En 1966, se dio la primera campaña
98  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

en dos etapas; en 1967 la segunda y en 1969 la tercera, que incluía


reproduciones de Goya, Picasso, Van Gogh, Léger y Chaplin a
gran tamaño.

«—¿Eso serviría para cambiar el mundo?


—Jorge [Errandonea] consideraba que la gente tiene derecho
a expresar, y la mejor manera de ver su potencial es dejarlo
que cree. Además, si eran monumentos históricos, por qué
los dejaban pudrir.
—¿Cómo se situaban con respecto a las elecciones y a los
partidos de izquierda?
—El grupo en el que yo estaba siempre estuvo contra el Frente.
—¿Por qué?
—Parecía que estaban viendo lo que iba a ser en el futuro.
“Esto no va a servir, no les va a servir ni a los tupamaros”
decían.
—¿Por qué no hacían cosas con la FAU?
—Mi grupo éramos los anarquistas libertarios, y sí íbamos a
las ocupaciones de fábrica [...]. Había otro grupo que eran
anarcos utópicos.
—¿Ustedes qué objetivos tenían?
—Queríamos cambiar el mundo, sabíamos que no lo íbamos
a ver, que todo lleva su proceso y su tiempo, pero por lo
menos [pretendíamos] allanar el camino para los que venían
atrás. Alguien tiene que empezar.
—¿Cuál era el proyecto social por el que luchaban?
—Una sociedad en la que no hubiera ni ricos ni pobres.
—¿Pero con dinero o sin dinero?
—A mí, tanto me da que haya o no haya.
—¿Pero, en esa época hablaban de eso?
—No, no. Hablábamos de la autogestión.
—Sobre la escolarización de los niños, ¿qué opinaban?
—Que tenían que recibir educación.
—¿Y si un niño te decía: “Mirá, para mí, ir a la escuela ocho
horas es como para vos ir a la fábrica”?
—Bueno, mijo, entonces te voy a enseñar yo, porque lo que
no puede ser es que tú no sepas. Pensá que lo que más le
Tendencias anarquistas |  99

interesa al imperialismo es que tú no sepas nada. Cuanto


menos sepas, mejor para ellos, te ponen la pata arriba [...].
—¿Cómo los veían los integrantes de los otros grupos y
partidos políticos?
—No fuimos muy aceptados, éramos la escoria. Ocupando
con nuestros propios compañeros creían que éramos
pequeñoburgueses porque usábamos pantalones de marca; y
[los otros] creían que éramos demasiado combativos. Además,
cuando les teníamos que decir las cosas no andábamos con
rodeos: “Mirá compañero, estás equivocado”».

Al igual que los tupamaros están asociados a la personalidad de


Sendic; Comunidad del Sur a la de Prieto; la FAU a Gatti, Duarte
o Mechoso; el PC a Arismendi; el PS —entre otros— a Vivián Trías
y el semanario Marcha a Quijano; a Bellas Artes se la relaciona con
Jorge Errandonea, dirigente y líder espiritual del centro y fundador
de otras iniciativas.

«Le decíamos el cacique —apunta René Pena—. Era nuestro


ídolo, un líder nato. Mi grupo lo financia él, era de una
familia muy rica. Puso todo a disposición del grupo, yo
también puse algo de mi padre. Jorge Errandonea fundó una
comunidad con su propio dinero que, por la calle donde
estaba, se llamaba Eufemio Masculino, en Pocitos, ahí viví.
Era una linda comunidad. Donde se podía vivir y trabajar.
Nos respetábamos mutuamente, no precisábamos decir
“tú ensucias, tú limpias”, ya sabíamos [...]. Entre hombres
y mujeres no había diferencias entre las tareas. Yo tenía
dieciséis años. Vivían unas siete u ocho personas, aunque al
ser un lugar de encuentro los amigos solían pasarse por allí.
Llevábamos a todo aquél que tenía problemas: “¿No sabés
a dónde dormir?, veníte para Eufemio Masculino”».

Los libertarios de Bellas Artes, como toda corriente política, tenían


sus detractores, incluso entre los anarquistas: «Era muy difícil, una
especie de gueto. Si vos no estabas de acuerdo con Errandonea,
100  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Marcelino, el canario Miguez, etcétera, te desplazaban un poco»


opina María Barhoum.
Pero también tuvieron enorme apoyo y respeto —por ejemplo
de parte de los integrantes de la tendencia combativa— por su
radicalismo, sus maratonianas ocupaciones universitarias y porque
—con Errandonea a la cabeza— se rebelaban contra los servicios
del orden del PC. Pepe de La Teja coincidió en un enfrentamiento
contra los miembros de dicho partido en una manifestación del
1º de mayo y explica que en plena trifulca golpearon con un palo
el cráneo de Errandonea. Éste, de gran complexión física, se giró
antes de que los que estaban detrás echaran a correr y sin inmutarse
demasiado, pero con el semblante furioso, preguntó: «¿Quién fue?».
Otra de las anécdotas que circula sobre Errandonea tiene que ver
con los trabajos que realizó en Francia para sobrevivir. Este comba-
tivo artista, a mediados de los setenta, al no conseguir otro trabajo
se gana el sustento como pintor de brocha gorda pintando, entre
otras, la casa de Gabriel García Márquez. El escritor no se muestra
muy dialogante ni interesado en platicar con el desconocido pintor,
hasta que alguien le advierte que se trata de una personalidad en
el mundo artístico uruguayo y gran hombre de izquierda.

«—Así que es usted el profesor Errandonea. Pase, pase,


tomemos un café.»

Pero el original docente, herido por la indiferencia de García


Márquez con un anónimo pintor exiliado, prefirió avanzar en su
trabajo y declinó la invitación.

Comunidad del Sur

Esta experiencia comunal se fundó en agosto de 1955, en la capital


uruguaya, por jóvenes anarquistas, como una manifestación más
de la resistencia al sistema capitalista y como una forma de expe-
rimentar y exigir su radical transformación hacia una verdadera
comunidad humana mundial.
Tendencias anarquistas |  101

En 1962, Anibal de los Santos se integra al grupo, que ya consta


de ocho miembros.

«Inicialmente, en la calle Salto, a la Comunidad del Sur se la


llama La casa de los locos —explica Anibal—. A medida que
se van haciendo funciones, se gana la gratitud [del entorno];
matar una rata en casa de una vecina; una fiesta para la que
la policía dice que se tiene que pedir permiso, no se pide,
se pone un camión en una esquina, otro en otra esquina, se
corta la calle y se hace una fiesta en la que participa toda la
manzana. Un día de Reyes, en Montevideo, hubo un ciclón
que tiró una columna de alumbrado, como no venía la UTE,
tuvimos la idea de levantarlo nosotros [...] llamábamos a la
puerta de los vecinos y les preguntábamos:
—¿Le cambiamos el hilo?
—¡Sí, sí! [nos pedían y nos agradecían diciendo]. ¡Los
muchachos, otra vez!
Un vecino no quiso. Luego, los hechos demostraron que era
un fascista, un hombre del orden».

Tras iniciar el proyecto en pleno corazón de Montevideo, se


mudaron a un barrio lejos del centro. Pudieron asentarse en un
terreno que medía trescientos metros por setenta. Entre los años
1971 y 1973, eran más de cincuenta personas, con distintas formas
de integración. En general, había cinco niveles: los habitantes es-
tables, los que estaban experimentalmente, los que trabajaban en
alguna de las cooperativas, los participantes de alguna actividad
y los simpatizantes.
A fines de los sesenta, principios de los setenta, siendo fiel a
su principio de no aislarse, la Comunidad desarrolló un foco de
militancia a nivel barrial. Cooperativismo obrero, de producción
y de vivienda; participación en los denominados liceos populares
y ayuda a trabajadores en huelga.
Uno de los ejemplos, fue el acuerdo tomado con el sindicato
gráfico. El mismo establecía que en caso de conflicto, la Comuni-
dad expresaría públicamente su solidaridad y lo acompañaría en
paros parciales y huelgas generales. Los componentes de aquella
102  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

colectividad, al considerarse libres del yugo del patrón por ser


obreros organizados cooperativamente, pensaron que detener su
actividad no tenía mucho sentido. Pero, al ser conscientes de que
una huelga no sólo significa la presión de los trabajadores a su
patronal, sino que además desencadena —al paralizar la indus-
tria— presión a quienes usufructúan la producción, resolvieron
no aceptar, ni entregar trabajos de empresas capitalistas en época
de conflicto, no emplear trabajos o materiales que fueran hechos
por rompehuelgas y poner, a disposición de compañeros en lucha,
su trabajo y sus máquinas para la realización de impresos. En toda
situación conflictiva, vieron la necesidad de buscar soluciones de
fondo, tendientes al cuestionamiento de la estructura social basada
en la explotación del hombre por el hombre.
Comunidad del Sur, además de participar en la ROE (Resisten-
cia Obrero Estudiantil) y los GAL (Grupos de Acción Libertaria),
mantuvo una relación solidaria permanente con UTAA (Unión
de Trabajadores Azucareros de Artigas).
La sensibilización y participación de la Comunidad en la trans-
formación social y la colaboración de algunos de sus integrantes
en diferentes estructuras de la resistencia al régimen provocaron
que también les afectara la represión incrementada en 1972. Tras
la consolidación de los militares en el gobierno, sus miembros
optaron por abandonar el país.

«También éramos agitadores en algún sentido [...]. Cuando


venían a cazar a la Comunidad del Sur, no venían a intentar,
inicialmente, la destrucción de un grupo; venían a cazar
a los miembros del grupo. De alguna manera hacían una
separación.
En esa represión indiscriminada de 1972–1973, no
es que dijeran “cerremos la Comunidad del Sur”, pero
sistemáticamente un cuerpo de fusileros, artillería o infantería,
se turnaban y venían. Cuando desapareció, lo que nosotros
denominábamos el tejido social, ya solamente estábamos
sometidos al hecho de que torturaran a alguno o que algún
loco, o no tan loco más bien un miembro del otro bando,
dijera: “Éste, seis meses preso”. Entrábamos escalonadamente.
Tendencias anarquistas |  103

Yo estuve dieciséis días, después dos años; otros compañeros


estuvieron más o menos el mismo tiempo. Otra vez estuvimos
presos un grupo de nueve.
No parecía posible que el grupo, en esas circunstancias,
permaneciera allí. Entonces se empezó a investigar en
América, la posibilidad de trasladar todo el colectivo, por
lo menos las personas. Estuvo un grupito, poco menos
de la mitad, en Perú; allí hubo una especie de desarraigo
—manifiesta Anibal—. Siempre digo que, en ese sentido,
éramos más europeos. Allí, unos estuvimos empleados en
alguna facultad y otros vendiendo libros. Al no funcionar un
arraigo, al final, coincidiendo con un grupo de unos cinco
que [acababan de estar] presos en Argentina, se fueron para
Suecia. Eso, para mí, ha significado una especie de corte
importante en el grupo, porque unos se quedaron en Buenos
Aires, otros se fueron a Alemania y otros nos vinimos para
España. El grupo que ha vuelto a Uruguay tuvo una estancia
de ocho o diez años [1975–1983] en Suecia. Se ha reinstalado
siguiendo unas pautas semejantes, haciendo algunas cosas
viejas y otras diferentes, pues la gente ha cambiado y la
sociedad uruguaya también».

La experiencia en Suecia (Estocolmo), con el agregado de nuevos


integrantes suecos y latinoamericanos, fue bastante sólida y en gran
medida innovadora. La siguiente cita lo demuestra: «El exilio al
que fuimos lanzados, significó una ruptura de fronteras y el des-
cubrimiento de nuevos espacios. No sólo en un sentido geográfico
sino, y sobre todo, en lo cultural e ideológico. Y aunque muchas
veces ello estuvo acompañado de dolor y conflictos, conllevó un
posible enriquecimiento tanto a nivel individual como en relación
a una más compleja y más adecuada percepción social. Así son
muchas, y muchos, los que fuimos fecundados por el feminismo
[...] otros fueron impactados por la falsedad de los “socialismos
reales”, [...] también el desarrollo y el progreso se desmoronaron
como pretendidos sinónimos de bienestar humano [...]. El ecolo-
gismo abre entonces los ojos a aspectos de la realidad y al mismo
104  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

tiempo exige nuevas dimensiones a los proyectos que se pretendan


revolucionarios». Editorial del nº 74 de Comunidad, marzo de 1990.

Orientación política

«Si bien las ideologías son elementos básicos en la


definición de toda situación y en la elección de los
medios para lograr los fines, se vuelven realmente
operativas cuando son compartidas y elevadas por
los participantes como base de orientación»
Documento de Comunidad del Sur

A través del estudio de las diversas plataformas programáticas,


publicadas a lo largo del tiempo, se pueden establecer las bases
que orientaron la lucha y la vida de Comunidad del Sur durante
los años sesenta y principios de los setenta.
Se basaban en la autogestión como meta y camino, que veían
como una forma de transformación que se podía concretar en el
presente y servir como inspiración a un nuevo modelo social.
Consideraban que los organismos autogestores debían preparar a
los hombres y crear organizaciones sociales activas y eficaces, ligadas
unas con otras, para que en un momento de ruptura y revolución,
fueran capaces de responder a las necesidades del momento y ci-
mentar bases sólidas de la sociedad socialista y libertaria. De ahí la
importancia de la comuna como modelo, práctico y teórico, y como
perspectiva federalista, es decir de comunidad de comunidades.
Pensaban que en esos organismos de lucha, los hombres rea-
prendían el sentido de la existencia, se proyectaban hacia una vida
nueva y comenzaban la revolución. Y aclaraban que eso no signi-
ficaba que fuera posible llegar al socialismo por mera agregación
de individuos a las pequeñas comunidades formadas dentro del
régimen capitalista.
Afirmaban que los grupos, al igual que los individuos, no escapan
de la influencia del sistema. De ahí que dijeran que Comunidad
del Sur, como expresión del movimiento comunitario, lejos de
ser homogénea y coherente, reflejaba esa interdependencia entre
el movimiento social general y las expresiones o experiencias de
Tendencias anarquistas |  105

«vanguardia». Y que sólo, en la medida que se diera esa proyección,


se superaría la institucionalización, el sectarismo y la disolución.
Para los integrantes de esta colectividad, ejemplos a eludir para
no reproducir el sistema son algunas cooperativas de trabajo
buscando el máximo beneficio y compitiendo dentro de las leyes
mercantiles convirtiéndose en meras empresas capitalistas, donde,
o bien los obreros se autoexplotan, o bien pasan a ser pequeños
burgueses; y el aislamiento, porque lleva a los grupos a cerrarse,
alejándose del resto del movimiento, que persigue el mismo fin,
e intentando conseguir una estéril perfección interna. Otra de las
desviaciones que intentaron evitar, fue la reproducción de relacio-
nes esenciales de la sociedad global: dependencia—dominación,
intelectuales—manuales, acusadores–culpables.
En sus bases programáticas dejaban claro que sólo el cambio
global, en tanto proyecto, daría sentido a cada experiencia parcial.
Por ello se consideraban:
• Revolucionarios en la práctica y en las ideas, en la totalidad del
hacer comunitario, en cuanto a cómo se procesa y se produce
el cambio social proyectado, táctica y estrategia, eligiendo la
acción directa como forma de luchar y organizarse; y por no
buscar, dentro del sistema, mejoras de salarios, control o gestión
obrera de la producción, ni elecciones libres.
• Comunitarios por cómo se organiza la vida cotidiana, teniendo
en cuenta la estructura social y ecológica, basándose en el urba-
nismo y la educación.
• Libertarios por los medios y fines, democracia directa y federa-
lismo, y por no limitarse a la crítica de la sociedad, sin vivir en
la medida de lo posible, su abolición, forzando los límites en
todo momento.
• Comunistas por la aspiración a que los seres humanos se organi-
cen de forma comunitaria para producir, distribuir y administrar
los bienes, que responden a sus necesidades.
• Al ser conscientes de que los vínculos sociales están determina-
dos por las relaciones de trabajo y producción, reclamaban la
autogestión y la propiedad común. Rechazaban los «socialismos
de Estado» o «liberación nacional» porque, en todos esos casos,
106  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

veían como las relaciones reales de producción y de vida eran


similares a los otros países del mundo.
• Buscaban crear un poder colectivo real sobre las condiciones
de existencia, preguntándose los fenómenos sociales de manera
común y no individual. Consideraban que el hombre comunista
implica integrar al otro como necesidad.
• Antiestatistas y anticentralistas. Sentían la necesidad de una
organización que abarcase todos los aspectos de la vida, ga-
rantizase el comunismo y la libertad y fuese una conjunción,
mediante la formación de consejos, de todas las agrupaciones
e individualidades de la región. Señalaban que los consejos o
comisiones comunales debían centralizar los acuerdos emanados
de la base, sin ejercer ninguna forma de poder clásico, dado que
no dependerían de ninguna forma de poder central ajeno a la
propia comunidad. Y que tendrían la tarea de asegurar la debida
cooperación en los servicios de interés común, como educación,
transporte y limpieza.
• Más allá de la comuna como unidad fundamental, apuntaban
que se organizarían federaciones regionales e internacionales
de comunas.
• Antimilitaristas, internacionalistas y antireformistas. Estaban
por una sociedad no militarista, por la destrucción de fronteras
estatales y pensaban que, en general, los partidos, los sindicatos
y las cooperativas sectoriales repetían los esquemas del capita-
lismo y el estatismo, por considerar al hombre como un simple
elector, consumidor o productor, reclamando solamente su
participación parcial.

Hay que destacar, por su originalidad, respecto a las demandas


de los luchadores sociales de entonces, los reclamos de la satisfac-
ción de las necesidades vitales, entendiendo por éstas no sólo las
relativas a la subsistencia (vivienda, alimentación, salud...), sino
también las afectivas.
Tendencias anarquistas |  107

Convivir en comunidad

Al criticar, en su globalidad, el sistema imperante y al intentar


no reproducirlo, se analizaba cada elemento; y a cada objeto se le
intentaba dar su función humana correspondiente. De ahí que se
hablara de juguetes jugados y dispusieran de un espacio lúdico;
crearan una comisión de ropa encargada de comprar la vestimenta
necesaria intentado esquivar modas y consumismo y, sobre todo,
que se replantearan más de una vez, las relaciones personales y,
por lo tanto, las amorosas y sexuales.
Si bien, ciertas responsabilidades y hábitos se dividían por eda-
des, de lo que se trataba era de que, en lo cotidiano, no existiera
esa brusca separación cronológica que hay en la sociedad global.
En Occidente, sobre todo, es costumbre desplazar a los ancianos
de las tareas y decisiones, por visualizarlos como improductivos.
A principios de los setenta, el anciano de ochenta años que vivía
en la Comunidad tenía su función, se mezclaba con los demás
miembros del grupo y solía realizar tareas comunitarias.

«No se entendía como una edad de acorralamiento social,


todo lo contrario —señala Anibal—. Era un participante
como otro cualquiera. Con su capacidad física. De repente,
en una reunión que duraba hasta las cuatro de la mañana,
a las dos estaba nocaut [KO] y se iba a la cama diciendo:
“Están hablando demasiado”».

Para los integrantes de esta común–unidad, lo importante era tender


a suprimir la jerarquización de las figuras fijas. Por ejemplo, evitar
el poder que pudieran adquirir aquellos que trajeran dinero. Pero
también rechazaban la antítesis vulgar, el liberalismo de que cada
uno haga lo que quiera. Consideraban que eso se traducía en una
ausencia de roles, en no saber lo que hacen los demás porque no
hay escenarios de convivencia.
Comunidad del Sur fue, y sigue siendo, uno de los tantos proyec-
tos que han habido a lo largo de la historia que, además de atacar
la miseria de esta sociedad, ofrecen una visión liberadora para
toda la humanidad, mediante nuevas formas de vida en común.
108  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Ejemplos históricos parecidos, con enormes diferencias pero


con el elemento comunitario en común, y que, en algunos casos,
sirvieron de inspiración a la Comunidad son: los quilombos de
Brasil de los siglos XVII y XVIII; muchas de las comunidades in-
dígenas de América, la Comuna de París de 1871, los falansterios
europeos y la colectividad Cecilia en Brasil de fines del siglo XIX,
las colectividades y organizaciones de base de Ucrania durante
la denominada revolución rusa, las colectividades surgidas en la
llamada guerra civil española, algunas comunas chinas del siglo
XX, los kibbutzim antes de la instalación del Estado israelí y los
numerosos intentos de comunidades voluntarias contemporáneas
(comunas hippies, colectividades rurales y okupas urbanos).
A través de ejemplos como el analizado en este artículo, el
anarquismo y/o el comunismo no aparecen solamente como una
sociedad futura, sino como movimientos históricos que nacen
desde, y por antagonismo, a la existencia de clases sociales y como
una comunidad mundial de la resistencia.
Comunidad del Sur se refundó a mediados de los años ochenta,
aún continúa ampliando y variando proyectos y conocimientos.
Están establecidos en un espacio en las afueras de Montevideo, en
el kilómetro 16 del camino Maldonado; organizando con grupos
afines, huertas y agricultura ecológicas en una parcela de tierra. En
la capital, también tienen una sede que funciona como lugar de
reunión, imprenta, librería, biblioteca y talleres de tejidos y cerámica.
La experiencia de Comunidad del Sur, con más de medio siglo de
existencia, evidencia que, aunque con importantísimas limitaciones, se
puede amar, jugar, relacionarse y vivir de otra manera a la impuesta.
Pero demuestra también, que solamente habrá liberación integral de
un individuo o grupo, cuando la sociedad en su conjunto sea libre. Si
bien el futuro debe tener vida palpable en el presente, en la medida de
lo posible y contra los límites impuestos por el modelo existente, no hay
que pensar que un grupo o una región se puede liberar, íntegramente,
del yugo del capital, aislándose de la sociedad, reclamando por decreto
su liberación. La ideología que ha llevado a creerse que se puede fundar
un nuevo sistema en tan sólo un rincón del planeta ha sido siempre un
freno para los intentos de revolucionar el mundo entero. El famoso
«socialismo en un solo país» de Stalin es tan sólo un ejemplo de ello.
Otras tendencias radicales
y rupturistas

Movimiento 22 de Diciembre (Tupamaro)

El 22 de Diciembre (Tupamaro) fue una de las pequeñas escisiones


tupamaras. Ninguna de las agrupaciones que en sus nombres in-
corporaron la palabra “movimiento”, a excepción del MLN, llegó
a convertirse por sí sola en uno.
Las fracturas dentro de la guerrilla urbana fueron dolorosas. En
ocasiones, se les dijo a los disidentes que estaban suspendidos. Se
les aisló e impidió que sus críticas, a la línea tomada por la orga-
nización llegaran a los demás miembros del MLN quebrando, de
esta forma, acuerdos estatuarios.1

«Cuando se hablaba de microfracción era herejía y pecado


—asegura Garín—. Todo el mundo estaba predispuesto a
no discutir. Nunca me puse a discutir por eso del 22 de
1  «Los organismos de base del Movimiento o los militantes aislados,
tendrán derecho a presentar críticas e iniciativas por escrito, que se-
rán circuladas por todo el Movimiento en tanto que esto no signifi-
que descompartimentación de una información». Junta de Coman-
dantes en Jefe de las FFAA, 399.
112  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Diciembre, no llegaba. Aparte de discutir con el tipo del


Ejecutivo que me dijo vamos a sacarle los fierros. Pero hacer
un estudio para ver si la organización se estaba equivocando
en algo, no. El fanatismo en la línea, y en los dirigentes, era
tal, que no lo permitía».

Al no haber aceptado la tregua electoral propuesta por la izquierda


parlamentaria y armada, algunas fuentes apuntan que su división
con el resto de tupamaros se produjo por el apoyo del MLN al
Frente Amplio y por considerar que éste se estaba desviando hacia
el populismo.
Harari, abogado y simpatizante del MLN, se refería de esta ma-
nera al surgimiento del grupo 22 de Diciembre:

«Una microfracción expulsada del MLN (fines de 1970),


formada por estudiantes en su mayoría y compuesta de
aproximadamente algo más de una decena de militantes
efectúa algunos operativos y militancia estudiantil. También
esa organización se fracciona. El nuevo grupo compuesto
de una decena, hace operativos y los firma con un nombre
y entre paréntesis agrega “Tupamaros”. Sus posiciones
políticas son extremistas, contrarios al Frente Amplio y a la
participación electoral, cortoplacistas». (Harari, 95).

Otras, en cambio, ofrecen razones diferentes:

« —¿La escisión del 22 de Diciembre fue por el tema de las


elecciones?
—No, eso es del 70, del 69, del 66 es muy anterior a las
elecciones —contesta Huidobro—. Querían fundar el partido
del proletariado. La vanguardia marxista–leninista [...]. Más
trabajo de masas, proponían. Hay algunas cosas que tenían
razón y otras que no».

No fue posible establecer la fecha exacta de la fundación del Mo-


vimiento 22 de Diciembre. Sus propios miembros, en un panfleto,
tras escribir la fecha del 22 de diciembre de 1971, añaden: «A cinco
Otras tendencias radicales y rupturistas |  113

años del nacimiento del Movimiento 22 de Diciembre (Tupama-


ro)». Pero parece que hacen mención al primer serio traspiés de los
tupamaros y a su posterior aparición pública, y no a la separación
formal con el MLN. En cuanto al final de la trayectoria las fuerzas
conjuntas, datan su disolución el 21 de septiembre de 1972, sin
embargo, Juan Nigro señala:

«Es absurdo hablar de disolución en la primavera del 72.


La verdad que todo el mundo estaba preso salvo Felipe.
Justamente en esa fecha, más o menos, Felipe va a visitar al
tipo que denunció a todo el mundo (que era facho o casi
cana) y lo mata. Los milicos quedaron desesperados por
agarrarlo salió del país un poco después».

Felipe, Daniel Ferreira, también conocido como el Lobo Feroz,


se refugió en Cuba, más tarde viajó a Europa y murió en Chile, a
mediados de los ochenta, reorganizando la lucha armada.

«En el mismo período [que se forma el FRT] otro pequeño


núcleo de disidentes se escindió de la organización,
discrepando con la adhesión del MLN al Frente Amplio
y dando origen al Movimiento 22 de Diciembre —opina
Clara Aldrighi, contradiciendo lo dicho anteriormente por
Huidobro—, cuya existencia se limitó a la realización de
una acción, el atentado contra el Club de Golf. Uno de sus
dirigentes, Daniel Ferreira, murió en un enfrentamiento
armado en Chile en 1986, como integrante del MIR chileno
[...]. Fue separado de la organización, junto a una corriente de
disidentes de la Columna 10, que cuestionaban el centralismo
excesivo del Ejecutivo y decisiones políticas como la adhesión
al Frente Amplio».

Lo cierto es que semanas después de la derrota electoral de la


izquierda, este pequeño grupo difundía un panfleto en el que se
podía leer: «El pueblo uruguayo no será nunca derrotado si obliga
al enemigo a pelear en “su cancha”. La cancha grande de la clan-
114  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

destinidad y la guerra sin treguas y coyunturas “fáciles”. Donde


no precisamos la autorización para luchar».
La actividad política de esta agrupación giró en torno a la re-
apropiación programática; el pertrechamiento y los sabotajes a
empresas extranjeras, pero también, y a diferencia de otros grupos,
a las nacionales. Horacio Tejera —quien asegura, aportando un
nuevo dato, que «dentro del 22 de Diciembre había anarquistas»—
menciona el que fue su operativo más espectacular: «El intento
de voladura del Club de Golf, que le cayó como una patada en el
culo a todos». El malestar de muchos sectores de izquierda ante
esta acción, se produjo porque rompió y criticó la paz electoral.
Fue un grito de guerra social y una apología a la lucha armada y
clandestina. En una octavilla escrita para la ocasión explicaban la
elección del lugar para llevar a cabo el sabotaje.

«Compañero: en la madrugada de hoy un grupo del


Movimiento 22 de Diciembre (Tupamaro) ha destruido las
instalaciones del Club de Golf del Uruguay. Esta operación
marca la continuación de la guerra contra el régimen, sus
representantes más característicos y sus mercenarios.
El citado establecimiento es uno de los centros de descanso
y esparcimiento, de vida social para el Sr. Millonario, que
puede ser amante del juego y la diversión a horas insólitas,
mientras el resto del pueblo trabaja sin pausa en su beneficio
[...]. Con estas ganancias se dan vida de lujo y derroches
aislándose en zonas residenciales, ya que la miseria de la
cual son responsables es “desagradable a la vista” de estos
“asaltantes con patente” de gustos refinados.
Se encierran en clubes selectos rodeados y defendidos por
milicos mercenarios, donde suponen estar a cubierto de la
justa violencia del pueblo.
Pero de nada le sirve, el pueblo sabe quiénes son sus enemigos.
Ya se cansó de pedir, ahora deberá tomar lo que suyo. El
campesino, su tierra. El obrero, su fábrica. El cantegril,
trabajo y vivienda.
Para tomarlo debe terminar con los explotadores y los milicos
mercenarios que los protegen.
Otras tendencias radicales y rupturistas |  115

Por eso llegamos a sus lugares de distracción llevando


la violencia allí donde ellos se encuentran. Los ricos no
aflojarán sus privilegios sin lucha y volcarán todo el peso
de la represión contra el pueblo. Por eso damos señal de
largada a una guerra en que destruiremos violentamente el
aparato mercenario.
Hoy los campos están bien divididos: los ricos y sus servidores
—ejército y policía— de un lado, y del otro el pueblo en
armas».

Crítica al aparatismo y militarismo del MLN–T

«No había tiempo de ponerse a analizar, a pensar, si


se hacía bien o mal. La dinámica no lo permitió».
Chela Fontora

La predominancia de lo militar y del aparato en el MLN son


las críticas más repetidas por los luchadores sociales. Si hubo
similitud en las respuestas de los entrevistados, de alguna de las
preguntas–reflexiones del cuestionario, fue en la que se hablaba
sobre el aparato. ¿Estamos de acuerdo que el Estado-Capital tiene
todas las de ganar cuando logra parcializar la lucha del conjunto
de la clase social oprimida, cuando logra encauzar su lucha por
distintos sectores, dividiéndolos, cuando logra que se pidan meras
reformas y cuando logra enfrentarse a los grupos y organizacio-
nes más combativos no de clase a clase, sino de aparato a aparato,
aislándolo del apoyo popular?

«La estrategia de crear un aparato mínimo capaz de operar


ante la realidad y producir determinados elementos que iban
a generar toma de conciencia se manifestó acertada en todo
el período 68–69 —explica Mercado—, posteriormente, te
diría que en lugar de capitalizar el aparato en el movimiento
popular se intentó introducir lo más avanzado del movimiento
popular en el aparato».
116  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

De hecho según la evaluación realizada en el Documento 3 se


aprecia que «no interesa la dirección de los sindicatos porque van
a pasar pronto a la ilegalidad, ni polemizar con la izquierda, pues
ya pronto también ellos estarán clandestinos y el MLN estará en-
tablando la lucha por el poder a la cual podrán sumarse».
Mujica tras la experiencia extrae la siguiente conclusión: «Cuan-
do vos construís un aparato armado, este quiere arreglarlo todo a
tiros [...]. Los aparatos armados son como las gallinas, que están
programadas para poner huevos, y van a querer poner huevos».
Estas dos últimas declaraciones ayudan a dilucidar la razón por
la cual el MLN entró en la guerra aparato contra aparato, cuando
su objetivo primero, como se observa en el siguiente testimonio,
no era ése.

«Incurrimos en ese error que se señala ahí, pretender hacer


una lucha de aparato contra aparato —dice Huidobro—.
Como guerrilla aún en el marco de una gran movilización
popular, como vos te desfases del nivel de conciencia de
la gente y hagas cosas que no son comprendidas te quedás
solo, nadie te apoya.
—Pero ustedes eran conscientes antes de darse esa coyuntura.
—¡Ah, sí!, pero una cosa es lo que escribís en los papeles y
otra es cuando la cagás [...]. Suponés que nunca vas a cometer
ese error, después entras a jugar a la cancha, y en el calor del
juego, metiste la pata. Justamente en aquello que no tenías
que haberla metido. Porque una cosa es escribir tranquilo
en el escritorio... Si no nadie perdería una guerra. Está todo
escrito. Hay manuales de hace cinco mil años, sin embargo,
hay gente que gana y otra que pierde. Entonces el MLN tenía
claro algunas cosas y las aplicó bien durante un tiempo y en
determinado momento. Además en la ley de la guerra hay
errores que no se te perdonan. En otras esferas de la vida
vos podés cometer un error y no pasa nada. En la guerra, el
enemigo no te lo va a perdonar.
—La guerra aparato—aparato fue más voluntad de ellos
que de ustedes, lo consiguieron, por ejemplo, llamándoles
sediciosos y extranjerizantes.
Otras tendencias radicales y rupturistas |  117

—Claro, forma parte de la guerra psicológica— matiza


Huidobro.
—Pero a mí me han contado que si uno iba al comité de base
con planteamientos revolucionarios o radicales: como por
ejemplo la lucha por la liberación de los presos, ustedes o los
del 26 de Marzo le decían a escondidas: “compañero acá no
te quemés, acá no se habla de esto, si estás con la revolución
hacete tupamaro” que era como meterlo en el aparato, era
pues una política aparatista.
—No creo que fuera tan así. Puede haber ocurrido en
un comité de base. Justamente las movilizaciones se
caracterizaban por dos grandes consignas: ¡liberar, liberar a
los presos por luchar! Eso gritaba la mitad de la manifestación
mientras la otra gritaba ¡Unidad CNT!»

En cierta manera, los tupamaros quisieron evitar la guerra abierta


y sucia contra los componentes de las FFAA en la que se vieron
enfrascados posteriormente. Querían evitar la guerra aparato contra
aparato, por eso en 1969 declaran en una entrevista publicada en
Al Rojo Vivo:

«Volvemos a repetir que nuestra lucha es contra la oligarquía,


no contra la policía y el ejército. Pero nos defenderemos
contra todos los que elijan ser títeres de los millonarios,
antes que defensores del pueblo, en el momento decisivo.
Hasta ahora, hemos logrado evitar enfrascarnos en un duelo
frontal con la policía, a pesar de que tenemos granadas y
otras armas de exterminio colectivo, porque no vemos en
ellos a nuestros verdaderos enemigos. Pero usted sabe que
eso es muy difícil de evitar en el correr de la lucha. Con todo,
lo original de nuestra experiencia respecto a otras guerrillas,
es que tratamos de golpear siempre a nuestro verdadero
enemigo, la oligarquía, evitando enfrascarnos en la lucha con
sus defensores en las fuerzas armadas». (Huidobro, 1992, 97).

A continuación, en base al testimonio de Ricardo, se reconstruye


lo ocurrido en el comité, claro ejemplo de política aparatista.
118  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Después de su jornada laboral, y alternando la militancia pública


con otra más clandestina, Ricardo aparece en el comité de su barrio.
Observa que hay muchos asistentes, que en la mesa central están
sentados varios integrantes del PC y que el debate gira en torno
al tema electoral. Pide la palabra, algunos miran hacia arriba pues
saben que les espera un monólogo incendiario, «hay que tocar los
temas de fondo» insiste él. Para muchos ese no es el lugar para las
discusiones profundas, pero al parecer tampoco para atender las
demandas de ese joven que son las de la gran parte de tendencia
combativa:

—¿Y de qué quiere hablar el compañero? —pregunta un


componente de la mesa.
—De la pelea por liberación de los presos políticos.
—Se sabe que este es un tema en el que no todos estamos
de acuerdo y abordarlo sólo serviría para la desunión, algo
desastroso tan cerca de las elecciones.
—Yo creo que lo desastroso es dedicarse, únicamente, a juntar
votos cuando nuestros compañeros están presos por luchar.
—Pero ahí, está el problema —se anticipa otro asistente—,
en cómo luchar. Si unos por su lado, por aventurerismo o
lo que sea, se dedican a la guerrilla es injusto que ahora nos
preocupemos de ellos los que rechazamos sus formas.
—¡A los terroristas que los defiendan los terroristas! —protesta
otro.
—¡Burócratas! Lo único que saben hacer es ayudar al régimen
—clama una joven.
—Vio, lo que le decía —vuelve el de la mesa—, para qué
se sacó este tema, parece que vengan a provocar, a desunir.
—Los que desunen las luchas son ustedes —dice Ricardo
dirigiéndose a la mesa, pero es interrumpido.
—Éste debe ser de la CIA —murmura uno.
—¡Calma! —pide otro que está cerca de la mesa y añade—.
Damos por concluida la reunión. Hasta mañana a la misma
hora.
De repente un tipo, un tanto veterano, se acerca a Ricardo
y le dice:
Otras tendencias radicales y rupturistas |  119

—Compañero, te equivocás al venir a plantear acá,


públicamente, esas cuestiones.
—¿Y vos de adónde salís? —sigue molesto Ricardo.
—Del 26 de Marzo.
—¿Y hablás así? ¿Por qué me decís eso?
—Claro, pibe, acá también vienen las doñas, estamos haciendo
trabajo de masas. Para pelear por la revolución hay otros
espacios —le increpa el veterano.
—¿A ver cuáles?
—Ya sabes a qué me refiero (al MLN), si querés quedamos
un día y veo de presentarte a alguien. Pero no te quemés acá.
—No dejá, no preciso.
—El deber de todo revolucionario es hacer la revolución
—insiste el tipo.
—Dejate de joder con las frases hechas —se separa Ricardo,
dirigiéndose a la salida, dónde se cruza con una mujer.
—Hola, estuvo muy bien tu intervención —se presenta ella,
una militante que luego se enteraría que era Ángela Álvarez,
una de las tupamaras no oficialistas más importantes.
—Gracias por ayudarme —le agradece él.
—No es por vos, es por todos los compas presos.
Éste más tranquilo, pero aún con cierta rabia, le dice:
—Estos bolches son terribles, y los del 26 de Marzo, que
vienen aquí a no decir nada.
—Sí, por eso, vení salgamos y charlamos. ¿Vivís muy lejos?
—le pregunta la mujer.
—No, acá a la vuelta.

Para conocer la trayectoria de Ángela Álvarez y la causa de porqué


tras su muerte (2013) ningún dirigente tupamaro, oficialista, le
brindó un recuerdo o unas palabras, ver el Apendice II, escrito por
Ricardo, donde explica cómo la debilidad política y reaccionaria
de los dirigentes tupamaros de entonces les llevó a convertirse (a
los Mujica, Huidobro y demás) en los mejores gestores del capi-
talismo en Uruguay.
A pesar de la posible voluntad de los dirigentes tupamaros de
romper con el aparatismo, muchos miembros de esa organización,
120  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

u otras, veían que prácticamente todas sus tareas militantes se


centraban en el MLN, pudiendo quedar mal si no era así o si se
tomaban decisiones autónomas. Justamente esto último es lo que
ocurrió con un plan de Horacio Tejera y sus compañeros.

«Esto que te voy a contar es una cosa que me dolió mucho.


Venía Serrat a cantar al Solís. Había un conflicto en la
fábrica TEM, de metalurgia. Entonces yo, en mi ubicación
totalmente anómala de estar en la Comunidad del Sur pero
militar con el FER a nivel estudiantil y estar con el FER pero
no estar adentro, llevé la idea de interrumpir el recital de
Serrat, que iba a ser pasado por televisión, y hacer una especie
de proclama. Por un lado planteando el conflicto que estaban
teniendo los obreros de TEM y por otro lado pidiéndole a
Serrat que cantara a beneficio de ellos. —Tejera ríe y añade—
presenté esa idea en el FER y se aceptó. Compramos un
montón de entradas, pintamos una sábana que tenía una
gurisa que se llamaba la Mema que se iba a casar. Entonces
trajo una sábana y pintamos la frase de León Felipe que dice:
“yo no puedo tener un verso dulce porque no he venido
aquí hacer dormir a nadie” y además “esta tempestad no
hay quien la detenga”. Habíamos hecho todo, estábamos
esperando a que llegara la hora del recital y llega Carlos
López a la Facultad de Arquitectura, donde nos reuníamos
desde el cierre del IAVA, y pide tener una reunión conmigo.
Fuimos a un salón, me dijo de todo; anarco folklórico, que
era un inconsciente. Se quejó de que usaba sandalias. Me
dijo que porque no hacía que la plata que se había gastado
en las entradas para ir a ver a Serrat, que era un cantante de
la burguesía, no la usábamos para ir a ver a Viglietti, que era
un cantante revolucionario. El cuestionamiento era que una
cosa como esa quemaba militantes; que iba a haber presos y
que eso quemaba a militantes. Y nosotros sabíamos que él
sí que estaba quemado, porque sabíamos que si no estaba
viniendo era porque ya estaba en otra cosa. Todos sabíamos
que estaba en el MLN y uno de sus argumentos fue que nos
íbamos a quemar».
Otras tendencias radicales y rupturistas |  121

A continuación Tejera, reflexionando sobre el tipo de militantes


que ocupaban los lugares decisivos de las organizaciones, habla
nuevamente de su compañero Carlos López, para criticar una vez
más la incorporación de los tipos más carismáticos y decididos al
aparato militar.

«La de los grupos anarquistas: de dejar fuera del aparato


armado a los militantes que podían tener una comunicación
más fluida con el medio, salvo cuando ya no había más, y
entonces crearon un aparato militar que estaba formado
por aquella gente que demostró ser más capaz en el trabajo
político. Estoy pensando en la ROE. El caso del MLN era
chupar lo que hubiera. Por ejemplo, Carlos López era un
tipo simpatiquísimo, esos tipos que hablan dos palabras y
tienen a todo el mundo a su alrededor. Buen compañero,
combativo, muy seguro del camino que estaba llevando. Que
como militante exterior hubiera sido valiosísimo».
«Los tupas cuando veían a un tipo carismático —se queja
Ricardo— lo ponían en el aparato armado y a los otros a
juntar votos para el 26 de Marzo».

Varias corrientes y documentos tupamaros querían escapar del


aparatismo. De ahí que algunos militantes estuvieran en contacto,
permanente, con dirigentes de la CNT y la tendencia combativa.
Para otros evitar la política de aparato significaba la formación
de un frente de liberación nacional o ser, simplemente, el brazo
armado de coordinadoras como el Congreso del Pueblo o de la
izquierda, en su conjunto. En el Documento 4 se especificaba que
de lo que se trata es de ganar a las masas y no sólo a los sectores
más combativos y en otro, titulado: Los objetivos del trabajo en el
movimiento obrero y en el frente de masas en general, se aconsejaba:

—Llevar al pueblo a posiciones revolucionarias radicalizando


sus luchas. Crear condiciones revolucionarias. Fortificar las
organizaciones sindicales.
—Proporcionar cobertura, información, medios y hombres
para la guerrilla.
122  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

—Hacer la propaganda de la guerrilla y su acción a fin de


crear un ámbito favorable lo más amplio posible.
—Conectar y coordinar a la guerrilla con todos los sectores
del pueblo y sus luchas. El pueblo realmente desconforme
con las injusticias del régimen y que desea un cambio,
optará más fácilmente por el camino directo que encarna
la organización armada y por su acción revolucionaria, que
por el improbable y remoto camino que se le ofrece por
medio de proclamas, manifiestos o acción parlamentaria».

A pesar de que en el párrafo anterior se habla de la guerrilla como


una estructura al servicio de la lucha popular, a continuación se
observa nuevamente el leninismo sobre el concepto de partido
formal y vanguardia: «Es necesario “concientizar” y dinamizar
al sector obrero en la lucha revolucionaria, para formar con él al
núcleo básico del futuro ejército revolucionario, cuya vanguardia
ha de ser, en todo momento, el MLN–T».
Que se cuestione políticamente esta cita no significa que no
se reconozca a los pequeños grupos de proletarios que han sido
vanguardia en algún momento, que fueron minoría y los únicos
en enfrentarse consecuentemente a un régimen opresor. Como
fueron no sólo esas tres decenas de militantes que fundaron los
tupamaros, sino en esos proletarios, que en 1936 en Barcelona, se
organizaron para resistir militarmente a los golpistas. El 19 de julio
no son decenas de miles las personas que salen a luchar contra el
Estado y/o los militares insurrectos, fueron tan sólo algunas centenas,
muy bien coordinadas los que logran paralizar a los sublevados,
añadiéndose más tarde una masa impresionante de trabajadores
a esa misión y al intento de revolucionar la sociedad.
Algunos luchadores sociales del denominado entorno tupa, que
creían más en la autonomía obrera que en la organización jerárqui-
ca y el monopolio armamentístico de un grupo, opinaban que se
debían crear formas de autodefensa popular y masiva. Como con-
cretización de esa voluntad intentaron conseguir armas y ponerlas
al servicio del proletariado combativo. Hubo un plan frustrado
que hubiera dado mucho que hablar, pues consistía en llevar de
Argelia a Uruguay varias partidas de dos mil armas de fuego.
Otras tendencias radicales y rupturistas |  123

José Mujica, el expresidente de Uruguay, cuando lo entrevisté


en 1995, tras atender una llamada telefónica y en pleno Palacio
Legislativo, puso un ejemplo revelador:

«No le pongas a un detonador 22, quinientos kilos de


dinamita, porque la falta de potencia del detonador te
hace desperdiciar la carga pero organizás el susto. Las clases
sociales también luchan por su vida y se asustan. No desafíes
ese susto si no estás preparado. Tal vez ese fue uno de nuestros
errores, y el suyo fue que llegaron tarde, por eso vivimos
políticamente. Otero, el jefe de policía, dijo con respecto
a la lucha contra los tupamaros “los derrotamos ahora o
nunca”. La realidad y la naturaleza del país no dejó que nos
liquidaran antes. De haber sido así hubiéramos muerto como
las otras organizaciones de América Latina»

Esta es la razón por la cual mucha gente opina que el MLN fue
derrotado militarmente pero no políticamente. Otros en cambio,
piensan que el hecho que hoy se presenten a las elecciones par-
ticipen en la gestión del Capital, es fruto de la derrota total que
sufrieron en los setenta.
Mujica cuenta esa anécdota para asegurar —quizás olvidando o,
justamente criticando, el verano caliente de 1970— que si hacían
«operaciones en Punta, qué iba a pensar la gente que iba a trabajar
a Punta, si los turistas no venían, ¿quién iba a quedar responsable
políticamente? nosotros. Ese tipo de sutilezas, que no las tiene
la ETA, por ejemplo, que se echó, medio, [sic] todos los pueblos
españoles al pedo. Fue una preocupación constante en nuestro
accionar».
Con respecto a la autonomía Pedro Montero declara:

«Hoy tenemos una idea más abierta, más libertaria del


fenómeno. Los años nos han enseñado que la autogestión es
saludable y eso no supone ningún riesgo a la organización.
Fulano puede discrepar en determinadas cosas. Si un tipo
es un líder en determinada zona, que está funcionando
correctamente, lo que hay que hacer es que se quede ahí. Lo
124  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

que hay que hacer es arrimarse a esa persona para darle más
material y soporte. La gente pensaba que había que darle
más que nada un soporte de tipo ideológico, de pensamiento
marxista, de cómo se organizan las cosas. Y yo pienso que
el líder natural lo tiene. Y en aquella época pasaba igual, el
que lo tenía, lo tenía y el que no, no lo tenía».

En el mismo sentido se sitúa Garín, para quien el MLN se masificó


y no tuvo capacidad suficiente para formar a la gente nueva. «Y,
encima, sacaron a la gente de su lugar natural de militancia. En
cambio lo que se tendría que haber hecho era ganarse a la gente
desde el punto de vista ideológico y decirle “ingeniate para que
en tu área…”»
Otros miembros del MLN vieron en el sostén al FA la posibilidad
de superar el aparatismo. Cuando a Yessie Macchi se le pregunta
si apoyar a la coalición de izquierda significó pasar a una etapa
más defensiva, contesta algo que ayuda a comprender el debate
interno en la organización:

«El apoyo nuestro al FA no fue porque se pasara a otro plano


de resistencia, fue porque pensamos que ya estábamos en
condiciones de ampliar muchísimo más las bases sociales
de la revolución y que una forma de hacerlo era mediante
una acumulación de fuerzas que significaba el FA. El 26 de
Marzo en cierta forma nos representaba. Eso no significaba
un cambio de estrategia, al contrario en aquel momento ya
estaba planteado la alternativa de poder, estábamos en una
etapa en que nos considerábamos totalmente enfrentados
al Estado y con alternativas muy serias de tomar el poder;
el FA en 1971 no podía ganar las elecciones pero sirvió para
acumular fuerzas».

Cierto aspecto del planteamiento de Yessie Macchi fue lo decidido


en junio de 1967, en la 1ª Convención, donde se concluye que «en el
Uruguay lo decisivo para el futuro es la apertura de focos militares
no políticos. Se va del foco militar al movimiento político». Y en
la práctica lo que pretendieron hacer los tupamaros fue adaptar
Otras tendencias radicales y rupturistas |  125

el foquismo militarista a las realidades políticas, características e


idiosincrasia de los habitantes del Uruguay. Y afirman que eso lo
consiguieron con la tesis del doble poder. Fenómeno que permitió
superar la contradicción entre lo político y lo militar, entre los que
veían primordial, la conquista de las masas y quienes veían más
urgente el enfrentamiento armado con el régimen. Debate que se
da a lo largo de toda la trayectoria del MLN en esos años y una
de las formas de llamarlo fue ¿partido o foco? Esta discusión, en
diciembre de 1970, alcanza su más alto grado de enfrentamiento
teórico. Por un lado estaban, principalmente, los defensores de la
visión leninista del partido, y por otro, los de las tesis foquistas de
Guevara y Debray. La tendencia partidista privilegió, como tarea del
momento, la construcción de un partido, con base obrera, al cual
estaría subordinado el brazo armado. A este sector, más influenciado
por la tradición marxista, se le denominó «partidista» o «cartilla»,
en referencia a una circular o cartilla que se había difundido antes
de las escisiones. Varios de sus adherentes fundaron el grupo FRT.
Con respecto a la otra gran crítica que se le hace al MLN, el
militarismo, Garín explica:

«En la Columna del interior, donde la promoción de los


cuadros se hacía por respeto a su formación, a la visión
que tuviera de la vida, de la revolución, de los campos y
del Uruguay y en base a todo eso, y a su trayectoria, se
hacía una promoción, era casi imposible infiltrar un milico,
porque un milico no tiene valores. Pero en las columnas de
la capital, donde primaban las desviaciones militaristas, fue
fácil infiltrar a un milico. Porque el milico [estaba más que
preparado] para ir a asaltar bancos, como íbamos nosotros
que teníamos una protección enorme y un seguro de vida.
Un tipo que participara en las acciones militares podía llegar
a la dirección más fácilmente que en el interior, donde
estaban los cañeros, los obreros de Juan Lacaze, de Paysandú
y se hacía una valoración de las personas antes de darles
responsabilidades, y no se daban de un día para el otro. La
carrera de los cuadros, en la columna de la capital podía darse
en jóvenes de secundaria con dieciséis años que estaban en
126  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

los comandos. Y preguntabas “¿por qué está este niño en el


comando?” y te contestaban “estuvo en tal lado, en tal otro,
mató a este y al otro”. A partir de eso se promocionaban
los cuadros. Esto nos llevó a una problemática interna y
a dos tendencias. La tendencia humanista del interior y
la tendencia militarista de Montevideo. La Columna del
interior se llamaba a la del norte del río Uruguay y hacia
el sur de ese río, e instalada en Montevideo, estaba la otra.
Estaban dirigidas, por ejemplo, en una época determinada,
la primera por Sendic y la otra por Marcelo».

Pero sería injusto afirmar que toda la columna de la capital, nutrida


sobre todo por estudiantes, era la militarista y, quizá también y
como algún dirigente ha hecho, que la dirección era mucho menos
militarista que las bases. En realidad no había tanta división, o al
menos no sólo dos —interior-capital, dirección-bases, viejos-jóve-
nes—, había un cúmulo de contradicciones y tendencias mucho
más compleja, que también se analizan en los apartados en los que
se habla de lucha armada-elecciones: la falsa disyuntiva. Ya que
como escape al aparatismo y militarismo, las fórmulas tendían, más
que a la extensión de la acción directa y la radicalización proletaria,
al trabajo electoral y sindical, lo que para algunos testimonios sig-
nificaba claudicar con el reformismo, el pacifismo y el populismo.
Juan Nigro afirma que la espectacularización del accionar MLN
produjo como consecuencia a «espectadores» que se limitaban a
esperar. «Porque los tupamaros hacían acciones espectaculares y
a vos te daban una paliza bárbara cada vez que hacías algo. […]
Siempre se esperó que los tupas dieran el golpe definitivo: toma
del Palacio Legislativo».
Y asegura que muchos hubieran visto con buenos ojos una
declaración insurreccional del MLN y sin embargo se decepcio-
naban cada vez que desde el Comité Ejecutivo «te llegaba una
consigna de: “armate y esperá”, “ahora no, esperen” y siempre
igual…, esperar con el fierro a que viniera una orden que nunca
llegó: tomar el poder».
Otras tendencias radicales y rupturistas |  127

«El asunto es que no te decían con claridad cómo implicarte


—explica Juan Nigro—. La gente más decidida empezaba
a hacer cosas pero esperaba una directiva insurreccional
que nunca vino. Los tupas nunca tuvieron una línea
insurreccional. Nadie sabía cómo llegaría el asunto. Lo peor
era que ni siquiera largaron línea concreta para hacer cosas
en todas partes: todo lo contrario te obligaban a entregarles
los pocos fierros que la gente iba consiguiendo. Por eso a
nosotros nos parecía atractivo en este sentido (sólo en este
sentido) el diario del brasilero Mariguela y el proyecto de
Navillat de conseguir muchas armas, que además tenía la
virtud que no era para hacer otra organización aparatista que
disputaría la supremacía a los Tupas sino por el contrario
para armar y dar directivas insurreccionales a los grupos
proletarios que emergían por todas partes hasta el 70. Claro
que tal vez lo que intentamos en el 71 era ya demasiado tarde».

Los sinpartido

«No te olvides que es siempre un poco falso


decir “el militante de tal orga”. La gran mayoría
militó en varias organizaciones o bien hizo más
por la revolución como militante “sin partido”, en
estructuras de base, de fábrica, de estudios, etcétera o
en verdaderos grupos de conspiradores informales».
Juan Nigro

Varios de los protagonistas manifiestan que lucharon sin la estruc-


turación de un partido o grupo político. Afirman haber estado
organizados, pero en coordinadoras, asambleas o comités. No
pertenecían a una agrupación en concreto, por eso recibieron el
nombre de militantes independientes. Hay que hacer la salvedad
de aquellos que algunos que se presentaban de esta manera y en
realidad integraban un grupo, escondiendo su afiliación. A veces,
la barrera sobre la pertenencia o no a un grupo, no era tan clara.
En aquel período fue común dar apoyo logístico —casa, coche,
128  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

información— y económico, a grupos afines; pero de los cuales,


por varias razones, se prefería no formar parte.
Muchos entrevistados e historiadores destacan la importancia
del fenómeno en sus ponencias sobre este período.

«En 1968, nació en Montevideo un extendido y vigoroso


movimiento de masas, de ideología predominantemente
radical e integración sobre todo estudiantil, que no respondía
en conjunto a una organización política determinada, aunque
afiliados a los partidos de izquierda, e incluso a los partidos
tradicionales que participaban en él. Sin estudiarlo no
podríamos explicar los acontecimientos [...]. La extrema
izquierda se hizo masiva gracias a un estallido espontáneo,
influido por la tradición de izquierda pero no encuadrado
por sus agrupaciones. Y sin embargo, los jóvenes movilizados
en 1968 […] no eran nihilistas en materia de organización».
(Varela, G., 55, 70).

Entre las posibles “ventajas” del sinpartidismo se podrían comentar


la autonomía de decisión en la acción y las posiciones políticas; y
la mayor dificultad en la criminalización. No se debe olvidar que
una de las primeras acusaciones fuertes que se imputaron a los
luchadores sociales fue la de asociación ilícita. Precisamente, es en
el tema represivo donde también se encuentran las «desventajas»
de la militancia independiente. Pepe de La Teja dice que «era
peligroso quedar aislado» y asegura que: «Los no encuadrados no
tuvieron solidaridad, los dejaron en pelotas. Tras la amnistía de 1985
algunos se dedicaron a la rapiña para sobrevivir y los volvieron a
poner presos». Aunque lo que cuenta Pepe no fue frecuente, existió
algún caso de militante sinpartido, sin compañeros de confianza
y con total ruptura familiar, que se quedó solo.
Arocena, hace una síntesis de las ventajas y desventajas de la
militancia independiente y plantea que «la partidización tiene
aspectos muy malos (divisiones sectáreas, etcétera) pero también
es un apoyo. Es un movimiento de gente en el que los militantes
de terreno, llamémoslo así, te alimentan de ideas, información y
experiencias».
Otras tendencias radicales y rupturistas |  129

Sin embargo, que los sinpartido fueran algo común en los espa-
cios de resistencia, no duró mucho tiempo. El inicio de la década
siguiente mostró otro escenario. Arocena señala el momento en
el que el partidismo pasa a ser mayor que el sinpartidismo.

«Los radicales, si bien incluían, con peso creciente a lo


largo de los años, gente del MLN u otros grupos, muchos
eran independientes; y, como tal, una corriente definida
(estudiantil o gremial) pero no partidizada. [Eso sucedió],
sobre todo, en el 68. Con el surgimiento del FA, se fue
partidizando mucho más. Y a fines de 1971, era muy difícil
encontrar un militante estudiantil, activo, que no estuviera
además en un grupo político».

El hecho de que muchos luchadores sociales, en determinado


momento, optaran por integrar una agrupación política, no sólo
estuvo vinculado al auge de la participación parlamentaria (debido
a la formación del Frente Amplio), sino también a la necesidad
(ante el incremento de la represión) por organizarse con criterios
y compañeros de total confianza. También influyó la visión que
consideraba demasiado limitadas las reivindicaciones sectoriales
que hacía un gremio o una coordinadora y la carencia de espacios
para proclamar, con total claridad, los objetivos revolucionarios.
Un conjunto de militantes, posiblemente, acabara por crear un
grupo político desde el cual proclamar y practicar la lucha revo-
lucionaria, luego de haber sido criticado en diversos ámbitos. Por
ejemplo, en una asamblea estudiantil por el presupuesto, por no
haber hablado del «tema de reunión», sino de las repercusiones de
la oligarquía y la legitimidad de combatirla por la vía armada; y,
en un comité de barrio, porque hablaron de la revolución, cuando
los convocantes habían decidido explicar el posible fraude electoral
que habían padecido.
Es importante aclarar, de todos modos, que en gran parte de las
reuniones de facultades o comités de barrio, los temas concretos
se relacionaban con los generales, el aumento del precio del pan
con el imperialismo de las multinacionales estadounidenses, y la
pegada de carteles con la represión a los sectores populares.
130  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Pero la militancia, a partir del año 1970, si por algo se caracterizó


fue por la pertenencia a una agrupación determinada. Al contrario
de muchos de los contextos combativos actuales, estaba bien visto
ser de un partido, conspirar desde un grupo clandestino e incluso
ir a una coordinadora, presentándose como independiente, y hacer
trabajo político para determinada organización.
El militar en dos o más agrupaciones políticas, la multimilitan-
cia, fue un fenómeno más extendido que el sinpartidismo. Nora
cuenta que hasta 1969 era común la creación de pequeños núcleos
que se ponían nombres del estilo Camilo Torres y que incluso
se podía participar de ese grupo y del que se formaba en la clase.
Después lo normal era frecuentar el comité de barrio, el grupo
político surgido en la clase de secundaria o de la universidad y la
agrupación política a la que se perteneciera, en caso de Nora el
FER y luego el PS.
Buscar el programa político de los sinpartido es, debido a la
enorme heterogeneidad que los caracterizó, una tarea inútil.
Muchos adoptaron el mismo de la organización a la que conside-
raban más próxima a sus aspiraciones; otros, el del Congreso del
Pueblo y Frente Amplio; y, unos pocos, la crítica al programa de la
izquierda en general. A pesar de que éstos últimos fueron minoría,
tuvieron su importancia porque, al no estar «casados» con ninguna
organización en concreto, buscaron programas diferentes. A con-
tinuación se presentan las principales reflexiones de un pequeño
sector, que pueden considerarse una crítica al común denominador
de los objetivos formales de la mayor parte de las organizaciones
políticas de izquierda del Uruguay. Si se utiliza el concepto formal,
es porque como se ha ido viendo, a pesar de que nominalmente
muchos de los objetivos de los grupos políticos eran muy parciales
y meramente reformistas, muchos luchadores (de estos mismos
grupos) en su práctica cotidiana y sus discusiones teóricas, es decir
en su práxis, rechazaron al Estado y al sistema en su conjunto, y
no sólo a un modelo de gestionar el capital o de gobernar.

«Coinciden en plantear una supuesta revolución


“antioligárquica y antimperialista”, “liberación nacional
y popular”, “democrática avanzada” y otras variantes
Otras tendencias radicales y rupturistas |  131

similares. ¿Cuáles son las medidas que proponen?: reforma


agraria, nacionalización de la banca, nacionalización de los
monopolios, control estatal del comercio exterior, moratoria
de la deuda externa, etcétera.
Entendemos que todas estas caracterizaciones acerca del
“atraso” capitalista del Uruguay son falsas y encubridoras. El
Uruguay es un país capitalista, no capitalista “en parte” ni
“semicapitalista”. Sus relaciones de producción son burguesas:
tanto en la ciudad como en el campo. En la industria como
en la producción agropecuaria hay quienes se ven obligados a
vender su fuerza de trabajo por un salario (inmensa mayoría
de la población considerada “activa”) y quienes, por otra
parte, son los propietarios del capital (inmensa minoría)
[...]. Si acordamos en lo anterior, coincidiremos en que
la contradicción planteada es burguesía–proletariado. No
es oligarquía y pueblo, planteo éste último que pretende
desplazar sólo a un sector de los capitalistas y meter de
“contrabando” en el “pueblo” a todo el resto de ellos; perpetuar
el actual orden [...]. La revolución planteada es socialista, sin
ningún tipo de etapas o transiciones, que en realidad no son
tales, sino al contrario, proyectos de contrarrevolución. Lo
que está planteado es la dictadura del proletariado para la
abolición del sistema de trabajo asalariado y no “democracias
avanzadas” ni ninguna propuesta de este tenor. Frente al
programa del proletariado, todos los demás contribuyen
a mantener, de una u otra forma, la dictadura del capital».
(Irma A. Torres, y Walter Pérez, 48–50).

Contra el latifundio y el alambrado

En Uruguay, en América Latina, y en el mundo entero, estas con-


signas son de las más repetidas por los desposeídos de la tierra, y
la primera de ellas, incluso por sectores burgueses o por partidos
de izquierda que han demostrado defender la perpetuidad del
sistema capitalista. A veces, estas proclamas van juntas y otras
separadas. Durante el proceso revolucionario de los años treinta
132  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

en España, fueron numerosas las batallas por luchar contra el la-


tifundio, pero también contra el minifundio y en general contra
la propiedad privada.
En demasiadas ocasiones, se ha obviado el tema y se han rea-
lizado, o intentado realizar, reformas agrarias que, buscando un
reparto equitativo de tierras, expropiándoselas a los latifundistas
y repartiéndolas entre todo aquél que las quisiera trabajar, no
acabó con la desigualdad y la pobreza. Lo que produce injusticia
social y miseria es la existencia de la mercancía y la ley del valor.
El latifundio es resultado de éstas y, lo único que hace, es agravar
las desigualdades.
Por todo esto, uno de los debates programáticos —sobre el qué
hacer en plena insurrección proletaria— más interesantes de la
historia de la resistencia al capital fue el que se produjo durante la
revolución y contrarrevolución en España, 1936–1937: colectivizar
los campos y abolir la propiedad privada, realizar cooperativas
estatales o dejar la tierra a los propietarios. Debate magistralmente
llevado al cine por Ken Loach en Tierra y Libertad.
En Uruguay esa discusión no se dio de la misma manera, entre
otras cosas porque la lucha no llegó tan lejos: en el sentido que no
se echó, de forma masiva, a los grandes propietarios para expropiar
sus extensas propiedades, tierras o fábricas. A nivel de objetivos
o deseos, luchar (a corto plazo) por la colectivización y contra la
propiedad privada ocurrió en círculos de jornaleros rurales muy
pequeños. Imperaba el ejemplo ruso o cubano de reforma agraria.
Algunas agrupaciones proletarias sí plantearon, claramente, la lucha
contra la propiedad o señalaron que conquistar la tierra si bien
no era sinónimo de revolución constituía un elemento esencial de
ésta, el primer intento serio de encaminarse a ella. Otras veían en
la creación de cooperativas la solución a los problemas o, por lo
menos, una manera para conquistar reclamos dentro del sistema
y una forma de no estar a la espera hasta que éste cambiara. En el
debate sobre esta lucha, participaron UTAA (Unión de Trabajadores
Azucareros de Artigas), MNLT (Movimiento Nacional de Lucha
Por la Tierra) y NEAC (Núcleo de Estudio y Acción Cooperativo)
que publicó, en el periódico Tierra y Libertad en febrero de 1969,
las siguientes conclusiones para la transformación:
Otras tendencias radicales y rupturistas |  133

«Del medio rural y, por ende, de la sociedad toda, por medio


de cooperativas integrales o unidades cooperativas agrarias,
donde se vivan concretamente, hoy y aquí. Estas cooperativas
tienen que estar estructuradas; en lo organizativo: autogestión
con participación activa de todos sus miembros por medio
de asamblea periódicas, descentralización de funciones en
base a una coordinación general centrada en la fidelidad del
objetivo. En lo económico: cada uno aportará de acuerdo
a sus capacidades y recibirá de acuerdo a sus necesidades,
los bienes de consumo y de producción. Estas unidades
a su vez federadas en unidades mayores [...] podrán ser el
elemento decisivo del cambio. Es necesario transformar el
medio rural, porque es necesario terminar con el latifundio.
Es necesario terminar con el minifundio eliminado así los
siguientes problemas sociales.
Exaltación de la propiedad privada, que impide al
minifundista ver al trabajo, a la tierra y a sus frutos como
un bien social.
Escasos beneficios —sólo para subsistir— por la poca
productividad a causa del agotamiento de la tierra al no
ser posible la rotación de cultivos, imposibilitando las
inversiones en fertilizantes y técnicas adecuadas necesarias
para lograr una tierra productiva.
Desocupación disfrazada al emplear mano de obra plena a
escaso rendimiento. El problema de la transformación rural,
es también un problema urbano que trasciende nuestras
fronteras. Por lo tanto al encarar la transformación del
medio rural encaramos de hecho la sociedad y su estilo de
vida. Esta forma de ver el problema deberá estar siempre
presente en la idea que guíe la transformación [...]. Esto
no se conseguiría con cursos de cooperativismo a cargo de
esclarecidos, sino con la acción de grupos militantes activos,
orgulloso del trabajo de sus manos, realizando su tarea codo
con codo y viviendo los problemas del hombre y del medio
que quieren transformar. En síntesis, ser en la acción y desde
el primer momento el “hombre nuevo” y revolucionar la
vida cotidiana».
134  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

El MNLT (Movimiento Nacional de Lucha Por la Tierra), creado


en 1970 por jornaleros rurales, obreros y estudiantes a orillas del
río Uruguay, participó de todo este debate y matiza el proyecto
del NEAC.

«Igual que el sindicalismo, el régimen capitalista lo va


moldeando [al cooperativismo] y adoptándolo a su forma,
llegando así a utilizarlo como una organización más dentro
del régimen.
Analizando todo esto y ante la necesidad de hacer y
organizarnos para que nada siga como está, los compañeros
de distintos lugares del país que se han reunido para esto han
sacado algunas conclusiones que vamos a tratar de transmitir.
En primer lugar, para iniciar experiencias cooperativas a nivel
del campo se debe partir de la necesidad del trabajo común y
en una tierra que sea de todos ya que la propiedad individual
de la tierra es uno de los valores del actual régimen con el
cual debemos romper. Este trabajo en común lleva también,
especialmente a los trabajadores del campo, a vivir en común.
Al mismo tiempo todo lo que consumen estos trabajadores
se adquiere en común. Si analizamos por separado cada
una de estas actividades vemos que de acuerdo al régimen
tenemos una cooperativa de trabajo, otra de vivienda, otra
de consumo, pero todas estas unidas llegan a formar una
cooperativa integral o comunidad de vida.
En segundo lugar, para que esto pueda llevarse a cabo con
una finalidad verdaderamente revolucionaria, hay que lograr
la participación activa de todos los compañeros, incluidas sus
familias, en las decisiones de los distintos aspectos analizados.
En tercer lugar, en esta forma de vida diaria no puede
estar ausente la conciencia de cambio en cada uno de los
integrantes y esta necesidad debe ser planteada para encarar
cualquiera de los aspectos vistos. Para esto se hace necesario
que este grupo esté insertado dentro de un movimiento más
global, que no permita que se pierda de vista la finalidad
última a que llevan estas experiencias como es el cambio
Otras tendencias radicales y rupturistas |  135

total del actual régimen capitalista, por otro basado en la


libertad y en la participación directa o autogestión.
Esto es fundamental: la cooperativa va a ser un arma
revolucionaria, en la medida que continuamente cuestione
el régimen del cual depende, con la particularidad de que
puede ir creando formas de vida de la nueva sociedad».

UTAA fue un pilar clave de la lucha en el medio rural y en la


toma de posiciones sobre cómo llevarla a cabo. Esta agrupación
tenía un doble discurso. Al ser un sindicato, se presentaba como
intermediario entre patronal–gobierno y los trabajadores rurales,
y entonces perdía la radicalidad que ganaba en las actividades que
iban más allá de la meramente sindical. Pero en repetidas ocasiones,
se afirmaba como fracción del proletariado, cuyo proyecto ya no
era sólo las demandas económicas sino la transformación radical
de la sociedad. Un fragmento de un texto titulado: «UTAA y las
Cooperativas» —bajo la consigna: «unos doblan el lomo pa’que los
otros doblen los bienes»—, del periódico Tierra y Libertad (febrero
de 1969), muestra como esta agrupación se defiende de quienes
la califican de reformista; y es, en definitiva, una de las síntesis
programáticas más destacadas del movimiento revolucionario en
el Uruguay:

«A los que nos acusan de reformistas y de abandonar la lucha


de clase por haber levantado la bandera de la expropiación
de la tierra, les contestamos que el compañero Sendic, los
compañeros cañeros presos y los que están luchando en los
más variados frentes, no lo están haciendo por aumento
de salarios ni el cobro de algún aguinaldo impago, sino
para derrotar a los explotadores y tomar el poder. UTAA,
no pierde de vista que las formas cooperativas de trabajo
adquieren gran importancia, una vez que el poder del Estado
se halla en manos de la clase obrera. Mientras esto no ocurra
existen problemas de mercados, de falta de herramientas, de
créditos, y de asesoramiento técnico. La cooperativa por sí
sola no puede llevar adelante la lucha por el cambio de las
estructuras. La sociedad de clases no desaparecerá, mientras
136  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

existan clases, sin utilizar la violencia, sin instaurar una


dictadura del proletariado, para aplastar a los burgueses.
A esta conclusión arribamos, porque la lucha entre las
dos clases antagónicas, la burguesía y el proletariado, es
irreconciliable».

Lucha radical en el medio estudiantil

«Es notorio que existen dentro de la Universidad núcleos


estudiantiles que preconizan —no sólo preconizan sino
ejercen— la acción directa en las calles, con la finalidad y
el propósito de derrocar al gobierno... Los demás jóvenes
que acompañan esta acción no lo hacen —muchos
de ellos— con ese objetivo político—revolucionario
que impera en esos grupos de alrededor trescientas
personas. Hay cierto contagio en la acción de los demás
[...] pero esas minorías activas a que me he referido,
son los grupos que empujan, sirviendo de estímulo y
de modelo a una masa que no está tan decidida y que
no tiene finalidades políticas tan determinadas».
E. Jiménez de Aréchaga, ministro del
interior (Landinelli, 72)

Como dijo el ministro, algunos de los estudiantes luchaban


conscientemente y de forma decidida contra el régimen y por la
revolución social, pero se debe tener en cuenta que muchos otros,
en su práctica y más allá de sus consignas formales, también lo
hicieron.
Los análisis que se presentan a continuación y explican las razo-
nes de aquella rebelión, en ciertos aspectos se podrían afirmar que,
por no considerar el dinamismo real del movimiento, tienen la
limitación de quedarse en lo formal. Sin embargo son interesantes
por su originalidad y acertado análisis de otros aspectos de aquel
convulsionado pasado.
Otras tendencias radicales y rupturistas |  137

«Lo que ya teníamos: autonomía universitaria, los estudiantes


al gobierno de la universidad. Y por otro lado la revolución —
es la respuesta de Lucce Fabbri ante la pregunta ¿qué reclamaba
el estudiantado?—. Pero no había nada estructurado para
alcanzarla. Fue un movimiento revolucionario de las ideas.
No había una preparación cultural para un cambio de
estructuras, señaló esporádicamente la autogestión, pero
no fue un movimiento autogestionario, […] [terminaron]
subordinándose al cauce principal, a la estrategia de la
izquierda institucionalizada, y en eso consistió la frustración
de ese movimiento, que empezó como ruptura y terminó
institucionalizado».
«La insurgencia estudiantil si bien fue similar en todas
partes, en cuanto a métodos de lucha se refiere, no podemos
decir que sucedió lo mismo en el plano ideológico —
afirmaba una publicación combativa en 1998 que hacía
un balance de aquellas movilizaciones—. En Europa, en
general, el movimiento estudiantil adquiere un carácter
más claramente libertario. En Francia, Italia, Portugal y
España —por ejemplo—, las tendencias anarquistas se
traducían claramente en las reivindicaciones globales y
las consignas del estudiantado. En Latinoamérica y Asia,
si bien el movimiento libertario incidió decisivamente
en la lucha, los cuestionamientos permitían reconocer
el peso de la influencia del marxismo y el maoísmo. En
EEUU, mayormente, la protesta adquirió un tono pacifista,
de confusos rasgos socialistas, influenciados por la lucha
antisegregacionista de los negros y la “explosión cultural”».
(Del artículo El ‘68, treinta años después. Acumulen rabia.
Barricada, 1998).

En alguna medida, si uno se queda con las banderas más gene-


ralizadas de las movilizaciones, las razones por las que se decía
luchar —la subida del boleto, la disminución del presupuesto
para enseñanza...— no son de una importancia trascendental. Son
importantes, pero no, la causa real para que un joven arriesgue
su integridad física, le tire un cascote a un policía y «sacrifique»
138  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

horas y horas de su cotidianeidad en tareas militantes.2 Se jugaban,


en cambio, temas fundamentales que tenían más que ver con el
sentido de la vida; con la obligación moral por hacer algo por un
país que se desvanecía; por un compromiso social; por el sueño y
la necesidad de transformar el mundo; por la solidaridad con los
compañeros en lucha. También, claro, porque estaba de moda
y, en según qué círculos, se quedaba mal si uno no hacía nada
mínimamente combativo.
Aunque en algún caso sí se dieron, por lo general no hubo críticas
al sistema educativo como lugar de domesticación cotidiana. A lo
sumo se decía que la universidad, y la educación en general, era
un centro de formación de cuadros del sistema, futuros gestores y
por lo tanto rechazada en esta medida.3 En cambio, para muchos
estudiantes de Italia y Francia no era sólo eso, era un aparato re-
presivo disfrazado de aprendizaje, un lugar de administración de
muerte cotidiana, donde se padecían los mismos efectos que en
el resto de la sociedad: competitividad, rendimiento y obediencia.
Por lo que el enemigo era tanto el Estado como todos aquellos
que le servían en sus tareas, muchos profesores y casi todos los
jerarcas de los centros de estudio. En Uruguay, además de alguna
2  Algo parecido opinaban dos periodistas tras entrevistar a jóvenes mo-
vilizados en 1968: «En el otoño pasado, alguno de ellos creyeron que
había llegado el momento de anular esa turbia perspectiva y consi-
deraron que la manera de iniciar la anulación, era saliendo a pelear
con la policía. Detrás de cada gasero de la Metropolitana, de cada
vidriera apedreada, estos jóvenes vieron a sus padres, a sus dirigentes
gremiales, a los líderes políticos, a todos los que de una forma u otra,
consideraron sus opresores». Bañales y Jara, 65. En un panfleto del
Frente Estudiantil Revolucionario se insistía: «Es fundamental incor-
porar la violencia en nuestras movilizaciones, como único método
que ante el avance represivo puede efectivamente contrarrestarlo y
como forma de que las masas se vayan procesando en la experiencia
misma del combate».
3  En general, en toda América Latina, los luchadores sociales no pelea-
ban para abolir, junto a la propiedad y las clases sociales, las escuelas,
por considerarlas centros de adoctrinamiento de la burguesía. Todo
lo contrario, lo hacían para que cada niño fuera a la escuela, con
zapatos, cuadernos y habiendo tomado un vaso de leche.
Otras tendencias radicales y rupturistas |  139

diferencia con respecto a esta visión de las cosas, lo que pasó es


que las autoridades de secundaria y universidad muchas veces se
implicaron en la defensa de la autonomía y, en algún caso, de la
rebelión estudiantil. En ocasiones la rechazaban y no dudaban
en cerrar las puertas de las facultades cuando los alumnos salían
a manifestarse para que no volvieran a refugiarse en ellas y evitar
las constantes críticas gubernamentales por permitir el desorden
producido desde los centros de estudio. A pesar de estas actitudes
los estudiantes muy pocas veces se enfrentaron a estas autoridades
e incluso se movilizaron contra la solicitud del gobierno por des-
tituirlas. Los integrantes del MUSP sí lo hicieron.
Otra diferencia del proceso uruguayo con el europeo es que en
Uruguay, seguramente debido a la fuerte carga liberal de los padres,
no hubo por parte de los jóvenes una crítica fuerte a la familia.
Varela aporta una hipótesis interesante, que explica por qué en
Francia o EEUU sí se dio esa ruptura, recuérdese la cantidad de
jóvenes — hippies o no— que se iban «prematuramente» y con
grandes discusiones de casa de los padres. O lo que gustó, en esos
lugares, obras como las de David Cooper, La muerte de la familia
o las citas de Marx y Engels contra esta institución.

«En cambio no hubo una crisis de la institución familiar


propiamente dicha y ello se explica probablemente por
la misma situación económica y política. Las sociedades
que han sufrido recientemente una crisis de su modelo de
organización familiar se caracterizan por tener economías
sólidas y sistemas políticos estables. En Uruguay, la restricción
del mercado de trabajo más la mutación del Estado benefactor
en un Estado represivo, reforzó el papel del núcleo familiar
como protector, financiador e integrador del individuo,
especialmente de los jóvenes. Aunque la protesta exteriorizara,
como hemos señalado, una crítica de la sociedad que iba más
allá de la política, la lucha se concentró en torno al Estado
y al sistema político». (Varela, 67).

Aunque, a nivel masivo, no se dio ruptura entre padres e hijos, sí


hubo varias expresiones tendientes a generar ruptura, no familiar,
140  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

pero si generacional; «en realidad, pienso que el verdadero motivo


de la inquietud estudiantil es la lucha contra un estado de cosas
implantado por nuestros padres y las generaciones precedentes»
decía una estudiante que ocupaba un liceo en 1968 (Bañales y
Jara, 14). En la página 21 de la misma obra se cita un testimonio
que señalaba: «En casa me prohibieron que ocupara; claro ellos
no entienden. Yo les aseguré que no me iba a pasar nada malo y
que todo se reducía a mantenerse dentro del local. Mi padre cree
que esto es pura diversión para mí. Yo creo que es algo más serio;
aunque no estoy demasiado seguro aquí dentro, pues tengo miedo
que el “viejo” se aparezca en cualquier momento y me saque a
cachetazos del liceo».
Para finalizar este apartado se presenta el testimonio de Jaime,
un participante del mayo francés de 1968, que en un documento
inédito (texto nº 7, archivo del autor) titulado Apuntes sobre la
miseria en el medio estudiantil afirmaba:

«El llamado movimiento estudiantil, es un movimiento


pro capitalista. Lo ha demostrado de requetésobras. En sí,
si no liga, o intenta ligar, el problema de la enseñanza a la
crítica radical del mundo en el que vive, sólo será capaz de
reformar miserablemente su cotidianidad de su pequeño ser
individual, que busca en el fondo un lugar privilegiado en el
mundo industrial o intelectual, ambos pertenecientes al del
capitalismo mundial, y ello en detrimento del todo social
explotado mundialmente. Esta crítica global y demasiado
rápida del mundo estudiantil no pretender ignorar la
existencia pasada, ni tampoco la posibilidad futura, de
movimientos estudiantiles a carácter subversivo. Los hubo
y los podrá haber. Mayo del 68, principalmente en Francia,
independientemente de lo que provocó la protesta estudiantil,
fue un movimiento que se fue radicalizando a medida que
se iban formando barricadas. Del no a la guerra de Vietnam
y de los vivas a Ho Chi Min (nacionalista reaccionario que
aplastó con las armas en la mano el auténtico movimiento
revolucionario en Vietnam), se pasó a una crítica bastante
radical y simpática de la sociedad mercantil y de la escuela
Otras tendencias radicales y rupturistas |  141

como órgano de deformación generaliza, reproductora


del mundo dividido en clases. Ahora bien, cuando
verdaderamente el poder empezó a temblar fue cuando el
movimiento estudiantil dejó de serlo, cuando directamente
los explotados empezaron a movilizarse pero los sindicatos
y el mal llamado Partido Comunista, lograron encuadrar y
parar su rebeldía».

Oposición al Partido Comunista

Las contradicciones intergrupales se plasmaban sobre todo entre


favorables y contrarios a la política del PC. Por esa razón, y para
comprender a buena parte de los luchadores sociales, es necesario
ofrecer los motivos de las críticas a esta organización. No los de
la burguesía ni, únicamente, las de los tupamaros, que ya han
sido publicadas en varios libros, sino las críticas provenientes
de las tendencias anarquistas y radicales. No con la intención de
desprestigiar a los militantes del PC quienes, como los demás, se
arriesgaron y pretendían luchar para conseguir un mundo más
justo; sino para dejar claro que la política reformista, moderadora
y semidependiente de un Estado tiene, tuvo y tendrá sus críticos.
En Uruguay, en las décadas de los años sesenta y setenta muchos
núcleos antisistema basaron su concepción política en su diferen-
ciación y crítica al PC.
Los primeros cuestionamientos fueron por su trayectoria histó-
rica. Por algunos episodios gremiales en los que tuvo una actitud
demasiado contemplativa con respecto a la patronal, y muy poco
clara con los obreros. Por eso, la militancia de los sesenta pronun-
ciaba frases como la de Mujica: «Entregó el conflicto de la carne
en la década del cuarenta».
Pero más que por su pasado, las críticas se produjeron por el
papel que día a día realizaba.
Las contradicciones más tempranas se produjeron con los cañeros,
sector que despertó la simpatía de gran parte de la población. La
segunda marcha cañera recibió el apoyo de varios colectivos, pero
142  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

no del PC, que decidió desentenderse de ella y su entorno por la


reivindicación que hacían de la lucha armada.

«Ningún comunista o “fidelero”, dirigente o de base, o de su


prensa, se ha hecho presente a lo largo de nuestra marcha
[...] hubo militantes sindicales comunistas que no movieron
los dedos (ni siquiera los dedos de los pies), como es el caso
de aquellos que estaban todos los días en un local frente al
campamento cañero, sentados tomando mate en la puerta,
y que jamás cruzaron a darnos una voz de aliento en nuesta
lucha». (Huidobro, Tomo II, 1994, 21).

Actitud que les costó la denuncia pública de las agrupaciones


solidarias con la causa cañera. En una carta del Movimiento de
Apoyo Campesino a un dirigente del PC no sólo se les acusa de
ser pasivos con respecto a la lucha llevada a cabo por UTAA, sino
de sabotearla.

«Compañero Enrique Rodríguez: La organización abajo


firmante se dirige a usted como secretario de propaganda del
PC para plantearle algunos hechos sucedidos en los últimos
días [...]. La propaganda de apoyo a Sendic y a los cañeros
ha sido sistemáticamente destruida por los organismos
de difusión del PC mientras que la del apoyo al pueblo
panameño, si bien no ha sido destruida en su totalidad, ha
sido “censurada” en los hechos por compañeros comunistas.
A este respecto citamos como ejemplo el hecho de que a
nuestros murales que decían: “Latino América en armas
aplastará a los yanquis” les han sido tapadas con murales del
PC las palabras “en armas” y la sigla de nuestro Movimiento
[...]. Por el Movimiento Apoyo al Campesinado. Secretario
de propaganda: Eleuterio Fernández». (Huidobro, Tomo
II, 1994, 21).

Otra de las primeras críticas, basada en el trotskismo, se debió a su


dependencia de la política de la URSS. País que para muchos no
Otras tendencias radicales y rupturistas |  143

era comunista sino capitalista de Estado o, para otros, un sistema


semisocialista al que la burocracia estaba carcomiendo.
En 1962, Mujica visitó la URSS, se decepcionó con el régimen
soviético, con sus portavoces en el Uruguay y con quienes lo con-
sideran el proyecto a lograr. «Para mí fue un viaje absolutamente
decisivo para no estar nunca en el PC [...]. Fue una de las cosas
que me antagonizó con la dirección del PC, no con el pueblo
comunista, que era otra cosa» (Campodónico, 60).
Pedro Montero, por su parte, señala: «Cuando dicen que ellos
eran apéndices de Moscú era cierto, como los maoístas apéndices
de Mao». Hay que tener claro que Moscú no sólo tenía una política
antipopular en Rusia o Europa (concretamente en Checoslovaquia),
sino también en Uruguay. Por ejemplo en 1970, en el marco de
las medidas prontas de seguridad, el embajador de la URSS en el
Uruguay, Nikolai Demidov, visitó al ministro de Relaciones Exte-
riores, Peirano Facio, para hacer llegar «la comprensión y el apoyo
de su país, a la posición adoptada por el gobierno uruguayo a raíz
de la ola de secuestros políticos» (Huidobro, 1992, 63).
Arocena, aunque se refiera a los problemas surgidos en tan sólo
uno de los colectivos del ámbito estudiantil, sintetiza tres de los
principales cuestionamientos al PC: condena de la violencia como
método de lucha obrero–estudiantil, moderación sindical y apoyo
de la política imperialista soviética.

«Las diferencias con el PC eran más a nivel internacional, por


el bloque [...]. En mi centro de estudiantes, la agrupación
Reforma Universitaria se rompió en el 69, después de un año
de discusiones en torno a tres grandes temas. Estrategia de la
movilización estudiantil. Los comunistas más bien tendían
a evitar la violencia, los enfrentamientos con la policía.
Nosotros no es que las propiciáramos, pero creíamos que
era una faceta irreversible. Que eso iba a pasar y no había
más remedio que preparase para eso. Una divergencia sobre
una resolución concreta que tuvo que tomar el movimiento
sindical. Los comunistas decían que había que participar en
la COPRIN, nosotros creíamos que no. Y el tercer hecho;
Checoslovaquia. Toda cuestión internacional, hasta fines
144  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

de los sesenta, repercutía enormemente. Dio una discusión


brutal, las dieciséis asambleas de los centros estudiantiles
condenaron, por votación, la actuación de la URSS».

Otros aspectos que se le criticaba era la concepción de la conviven-


cia pacífica de clases, la defensa de la democracia y la confianza en
las elecciones como impulsoras de cambios. Pepe recuerda: «Te
decían que había que esperar a las elecciones. Y tené en cuenta
que en algunos lugares, a los que defendían la democracia, se les
echaba. Equivalía a ser fascista».
También se los tildó de reformistas y se entró en una larga dis-
cusión por la condena del PC a la práctica de la lucha armada en
el Uruguay. País en el que tampoco veían óptima la acción directa
y los enfrentamientos con la policía como método de lucha.
La oposición del PC se dio más bien por su práctica, que por su
ideario o programa. Ya que como se ha comentado los objetivos
del PC, a nivel programático, no eran muy diferentes a los del
MLN. En un panfleto del PC, en el que se anunciaba un acto
por su 52º aniversario, se insistía en la «necesidad imperiosa de
pasar a realizar las transformaciones que la vida de la República
exige. Nacionalizar la banca, la industria frigorífica, el comercio
importador, realizar una auténtica reforma agraria», plataforma
similar a la del MLN.
Otras de las actitudes que exasperó a los luchadores sociales,
que integraban o defendían los grupos armados, fue la negación
a considerar presos políticos a aquellos que estaban encarcelados
por la práctica de la acción directa violenta.

«Sí, ellos trataban de diferenciarse de los presos —asegura


Huidobro—. Porque acá había dos tipos de presos. Los presos
por medidas de seguridad, sindicales, militantes estudiantiles
y los presos tupamaros que estaban por delitos de sangre. Los
comunistas estaban dispuestos a levantar la libertad de los
primeros y nuestros compañeros decían a todos. “Liberar,
liberar a los presos por luchar”, sin andar averiguando por
qué estaban presos. Los comunistas decían: “Liberar a los
presos por medidas prontas de seguridad”. Pero como era
Otras tendencias radicales y rupturistas |  145

una consigna muy larga, gritaban “Unidad CNT”. Gritaban


o te daban con un fierro en la cabeza, y nosotros le dábamos
en la cabeza también. Porque vamos a no hacernos los niños.
La lucha ideológica pasaba a términos pugilísticos. Los
comunistas tenían un diario famoso: El Popular, un diario
que no se doblaba. Porque ellos a las asambleas iban con
El Popular debajo del brazo, resulta que después te daban
con el diario en la cabeza y no se doblaba, porque adentro
había un pedazo de fierro. Pero nosotros también, no nos
quedábamos atrás».

El PC se comportaba como el partido del orden establecido en los


espacios de lucha, tenía como objetivo que las movilizaciones no
se desbordaran a su control.

«El gran enemigo era el PC, era el orden en las manifestaciones


y el control en los gremios —explica Pepe—. El 1º de mayo
les pegan a los de UTAA y en 1967 hay lío con los del MUSP».
«Ellos tuvieron un gran entrenamiento en el aparato de
seguridad —asegura María Barhoum—. La rivalidad con el
PC era obvia y plasmada. Ellos armaban las cosas, nosotros
entrábamos y luego nos cagaban a nosotros y ellos se iban.
Eso es lo que recuerdo».

Las batallas de gritos, manos y barras de hierro llegaron a provo-


car heridos, y en una ocasión, según una de las entrevistadas, un
muerto —un anarquista que falleció por golpes propinados por
militantes del PC.

« — Mi tío estuvo en España luchando durante la revolución,


en Argentina y luego en Uruguay, donde siguió militando y
encontró la muerte —señala René Pena—. Era dirigente de la
lana, no lo mató la policía, lo mataron en un enfrentamiento
entre anarcos y bolches, le dieron una paliza tan grande que
le provocó una embolia y murió. Eso fue en 1967, cuando
los bolches hicieron su gran grupo de choque. Los bolches
tomaron parte del sindicato y los anarcos no lo querían
146  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

dejar tomar. Fue en una asamblea, le golpearon afuera. Le


dieron una buena paliza y lo tiraron en la puerta de la casa.
—¿Y denunciaron lo sucedido?
—Nuestra familia no quiso. Él estuvo lúcido tres días. Decía
que se les había ido la mano, que también eran compañeros,
equivocados o no. Que se agarraron a las trompadas, sólo
que era él contra varios».4

La vasta mayoría de los luchadores sociales coincidían con las


palabras del moribundo anarquista al considerar a los miembros
del PC como compañeros equivocados y no como enemigos. «Si
se podía salvar a un compa que fuera bolche se lo salvaba», dice
René Pena.
En Treinta preguntas a un tupamaro, el MLN insistía en no pre-
sentar a este partido como enemigo, es decir, nunca se debían usar
las armas contra él, ni ninguna de las fuerzas de izquierda.

«— ¿Qué le parece que podrían exigir los militantes de los


aparatos armados partidistas a sus respectivas direcciones?
— Que su acción sea dirigida solamente contra el enemigo
de clase, contra el aparato burgués y sus agentes». (Huidobro,
Tomo III, 1994, 127).

4  Esta muerte por motivos políticos no fue la única que sufrió la fami-
lia de René Pena. «A mi abuelo, Manuel Pena, lo mataron en la dic-
tadura de Terra. Participó en el asalto a la panadería, era de la pesada,
de los grupos armados. En la prensa pasaron como bandidos, como
delincuentes comunes. A mi padre lo mataron en 1977, pasando el
cuartel de la marina. Según ellos no escuchó la voz de alto en el auto,
pero si no hubiese escuchado la voz de alto, el freno de mano no
hubiera Estado puesto. A mi hermano le dieron una paliza por lla-
marles asesinos. Yo fui a buscar las pertenencias de mi padre, con un
abogado. Y les dije: “Vengo a buscar las pertenencias del señor que
sufrió un accidente”, pues así había salido en el diario. Y me dijeron
“¿¡qué accidente!?” Lo de su padre fue un asesinato. Mi primo era el
chofer camuflado de un coronel, porque era del ERP. Al descubrirlo
lo mataron, treinta y tres años».
Otras tendencias radicales y rupturistas |  147

Un pequeño sector radical de la tendencia combativa si bien consi-


deraba a la militancia del PC como luchadores enchaquetados en
una organización contrarrevolucionaria, a ésta la situaba del otro
lado de la barricada, por lo tanto como enemigo de clase.

«Dicha lista se podría prolongar enormemente, si tenemos


en cuenta, la represión ejercida por esas estructuras durante
los primeros de mayo, o las famosas jornadas de violencia
de los viernes en 18 de Julio, o la violencia empleada para
defender las marchas mortuorias de los actos de la CNT
contra cualquiera que gritase consignas clasistas o la violencia
desatada contra sectores radicales del movimiento obrero
como los cañeros, el MUSP, la FAU, los obreros de los
frigoríficos, los de FUNSA, el FER. Pero basta con esta
afirmación, que nadie podrá desmentir, para que las cosas
le queden suficientemente claras a los proletarios que no
conocieron dicha represión directamente: las famosas armas
del P“C” y “aparato militar” nunca fueron utilizados contra el
gobierno ni contra los militares, sino exclusivamente contra
sectores radicales del proletariado de oposición al P“C”. El
P“C” es por eso uno de los más fuertes del mundo occidental,
y ello a pesar (y en relación) de la pequeña dimensión e
importancia del país. En cualquier lado (manifestación,
fábrica) el P“C”, de Uruguay, como el de tantos otros lados,
era el mejor guardián armado del orden capitalista. Sólo
aquellas minorías proletarias organizadas para responder
a ese nivel, lograban parar esa obra represiva» (Texto nº 2.
Archivo del autor).

Por más duras que fueran las críticas, o sabotajes a las sedes de
este partido, nunca se integraban en ellas a su masa militante. En
un comunicado de las FARO se observa esta diferenciación entre
dirección y bases.

«La cabeza del reformismo en el Uruguay se encuentra


hoy en la dirección derechista del PC, responsable de una
política de entrega y traición que tomó estado público
148  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

cuando la Conferencia de la OLAS y estuvo signada luego,


por la entrevista Pacheco Areco–Arismendi en enero de
1968; su actitud doble cuando la clausura de Época y la
asechanza posterior en sus dificultades económicas, la entrega
ignominiosa de los conflictos de la salud, de la carne, de
UTE y de los bancarios, su crítica a los métodos de lucha del
MLN y el silencio de las acciones revolucionarias, etc. Sin
embargo, la masa de afiliados y simpatizantes del Partido
Comunista es revolucionaria, y por eso ha dado mártires
como Líber Arce, Susana Pintos o Hugo de los Santos, cuyo
sacrificio ha sido utilizado para su menuda política de la
dirección derechista. Para la lucha ideológica nunca deberá
olvidarse esta distinción entre la dirección derechista y la
masa revolucionaria del PC».

Los periódicos oficiales se hacían eco de las contradicciones entre los


denominados grupos de izquierda. El diario El País del 6 de mayo
de 1970, titulaba El atentado contra el Club Comunista: una represalia,
y afirmaba que tras el «incidente con baleados por el 1º de mayo,
componentes del recalcitrante grupo del FARO (Frente Armado
Revolucionario Oriental) [sic] [...] compuesto por anarquistas y
ex MRO, en represalia por la “represión” y el “aburguesamiento”
de los comunistas moscovitas» intentaron incendiar una sede del
PC con una garrafa llena de gasolina.
Como se ha demostrado, los críticos del PC no fueron únicamente
los tupamaros, sino también, la gran mayoría de las organizaciones.
La imponente fortaleza y homogeneidad ideológica le bastó al PC
para empatar, en la guerrilla dialéctica, con las fuerzas reacias a él.

La tendencia combativa

A mediados de los años sesenta, los obreros del Cerro y la Teja


gritaban desde los camiones: «¡UTAA en el campo y FUNSA en
la ciudad!», al regreso de su participación en los actos conmemo-
rativos del 1º de mayo o los solidarios con algún gremio en lucha.
La tendencia combativa se forja por la reivindicación de estas dos
Otras tendencias radicales y rupturistas |  149

agrupaciones radicales, así como por la búsqueda de un «sindica-


lismo revolucionario», y la demarcación de la política del PC. La
tendencia fue fundamentalmente una manera de hacer más que
una línea política centralizada; una necesidad del proletariado,
antes que algo ideado por un sector del sindicalismo uruguayo; un
sentimiento de negación a los gestos moderadores y conciliadores,
más que una positivización de la sociedad futura; un movimiento,
más que una coordinadora de agrupaciones.

«La tendencia no fue una organización, ni un grupo de


organizaciones (al contrario de lo que sería años después su
caricatura: la Corriente) —explica Juan Nigro—, sino una
línea de ruptura revolucionaria con el reformismo, con la
que se ratificaban no sólo un conjunto de grupos políticos,
sino, sobre todo, miles de militantes proletarios combativos
sin partido».

La tendencia se concretó en algunos núcleos que la impulsaron, a


pesar de que su origen y sus características fueron la espontaneidad
y la manifestación de una expresión de la unidad intergrupal del
proletariado rural y urbano, por lo que no se la debe encerrar en
ciertas personas y grupos. Ejemplos de aquellos núcleos, obreros
de la fábrica de neumáticos FUNSA, entre los que se encontraban
Jacinto Ferreira y León Duarte; Gerardo Gatti de las Juventudes
Libertarias; Juan Carlos Mechoso de los grupos anarcoespecifistas
del Cerro y los dirigentes de los denominados sindicatos de punta
como el del textil y la bebida. En el ámbito estudiantil, distintas
fuentes sitúan el nacimiento de la tendencia, e incluso el de esta
denominación, en 1968 en el IAVA. Concretamente, cuando
estuvo ocupado por los estudiantes y se realizaron debates en el
salón de actos con militantes barriales de distintas orientaciones
y participaban panelistas como Abraham Guillén y los dirigentes
bancarios Hugo Cores y Carlos Gómez.
J. C. Mechoso asegura que la formalización de la tendencia se
produjo a fines de 1966 o principios de 1967, en una reunión de
siete gremios entre los que estaban el de Ghiringhelli, el de FUNSA
y el de TEM y militantes como Héctor Rodríguez, marxistas liber-
150  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

tarios e integrantes del MRO. En la misma se planteó la creación


de una tendencia combativa a nivel sindical. Esta necesidad surgió
del análisis de la situación social latinoamericana y de la defensa
de la autonomía de clase. Sus principales objetivos eran ayudar a
crear las condiciones para el cambio social; radicalizar la central
sindical, acorde a aquellos tiempos; apoyar a los gremios en lucha
y crear otros, en espacios con organizaciones obreras incipientes.

«El proyecto no era crear una estructura disciplinada, sino


una tendencia: posturas y consignas comunes, reuniones
permanentes —explica J. C. Mechoso—. La gente se buscaba
entre sí, se reconocía como de la tendencia.
Estaba dentro de la CNT, no como la ROE. Gráficos,
bancarios, textiles, FUNSA son gremios dirigidos por gente
de la tendencia, por lo que era muy importante. Los bancarios
llegan a tener la vicepresidencia en la CNT con Hugo
Cores. Pasan de ser un gremio amarillo, siete años atrás, a
ser un gremio puntal que tiene muchos enfrentamientos
con la policía, ocupa bancos, tranca la economía y hace
estropicios [...]. Era útil, no era lo mismo una tendencia, que
el verticalismo burocrático adentro de la CNT. Expresaba
otra cosa, aunque tenía su techo por lo heterogéneo. Para
los acuerdos era complicado. Vimos que no podía ser
suficiente. Si vos apurabas la tendencia más allá, la rompías
o te separabas».

En el congreso de la CNT de mayo de 1969, al que asistieron qui-


nientos delegados, ciento cincuenta representaban a la tendencia.
En el contexto político nacional la corriente radical y la modera-
da contaron con similar cantidad de adherentes, por lo menos,
hasta 1971, cuando el frenteamplismo acaparó la mayor parte
de las agrupaciones. Pepe, incluso, apunta que «la tendencia y el
MLN éramos mayoría, pero cuando el MLN se va [en referencia
a su apoyo crítico al Frente Amplio] quedamos en minoría. Sólo
MUSP, FAU–ROE, FER, PCR, no apoyábamos ni al Frente ni a
las elecciones».
Otras tendencias radicales y rupturistas |  151

Ariel Collazo insiste en que fue la oposición al PC lo que aglu-


tinaba a los luchadores en torno a la tendencia. El PC «prefería
seguir la lucha sindical con los cánones más o menos tradicionales.
Se hace un conflicto, se busca lograr unas ventajas salariales, se
llega a un acuerdo y se levanta el conflicto, y así sucesivamente».
Rodrigo Arocena matiza la extendida apreciación que la caracte-
riza como opositora al PC y señala que no es que estuviera contra
dicho partido, sino que estaba contra un estilo de hacer política
sindical, que unas veces era del PC y otras del PS u otro partido
de izquierda. También especifica una de las principales diferencias
con los partidos estructurados de la izquierda; al caracterizarla
como muy basista, ya que promovió la participación de las bases
y las asambleas de clase. Apunta que la vieja tradición anarquista
de la FEUU y las revueltas internacionales de 1968 ayudaron y
confluyeron en su gestación.
En el Uruguay de esos años, y aún ahora es algo palpable, había
muy poco conocimiento de las corrientes históricas críticas con el
sindicalismo, así como las experiencias consejistas en Alemania,
la autonomía italiana y el movimiento de asambleas —en pugna
con el de los sindicatos— en la España de los ‘70.
Según Ariel Collazo, era la ROE la agrupación que tenía más
influencia dentro de la tendencia. Otros testimonios hablan de los
tupamaros como el otro referente político dentro de ella. Rodrigo
Arocena señala que sus seguidores intentaron radicalizar las luchas,
combinando la lucha sindical, sobre todo el control obrero y la
acción directa, con la lucha armada. Explica que contar con una
expresión armada fue lo que más irritó a una CNT que en su pro-
grama no aprobaba la lucha guerrillera, ya que no le correspondía
por no ser un grupo político.
La posición de los militantes sindicales con respecto a la lucha
armada fue variada. Si bien había quien no la aceptaba, otros, de
algún u otro modo, la apoyaron e incluso hubo quienes partici-
paron de ella, como fue el caso de algunos miembros de la FAU.
Muchos sindicalistas se mostraron contrarios a esa práctica, sobre
todo, en su concepción foquista y vanguardista. Garín recuerda la
posición de su padre, militante sindical de Juan Lacaze, al respecto:
152  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

«“Un puñado de iluminados no puede cambiar la historia.


Mismo si son cincuenta o cien mil”. Encontraba que hacer
operaciones militares en nombre de la clase obrera era una
falta de respeto hacia ella. Y decía: si “querés hacer acciones
populares participá en la olla popular o agarrá a un capataz
que echa a la gente a la calle en las arroceras, ese tipo de
operaciones sí, son en nombre de la clase obrera por la clase
obrera. Lo otro, asaltar bancos y todo ese asunto es sólo para
la vida de la organización”».

Aunque gran parte de los tupamaros no consideraron que inte-


graban la tendencia, y aunque varias fuentes los sitúen fuera, es
más correcto integrarlos, debido a su radicalidad en el discurso y
los métodos de lucha empleados. Además, una de las consignas
unitarias de la tendencia era: «¡¡UTAA, UTAA, por la tierra y por
Sendic!!». Ésta encrespaba al PC y otros grupos contrarios a la lucha
armada porque Sendic significaba el paradigma del guerrillero y
la reivindicación de los tupamaros. El MLN pocas veces formuló,
orgánicamente, críticas al reformismo sindical y menos aún las
hizo públicas, pero en algunos de sus documentos internos se
encuentran reflexiones que indican la idoneidad de considerar a
los tupamaros integrantes de la tendencia combativa.

«Las tendencias “reformistas” a que nos referimos no actúan


de acuerdo a estos principios. No realizan el trabajo en el
seno del movimiento obrero con perspectiva insurreccional
revolucionaria, sino por el contrario:
• Lo utilizan en campañas electorales como si no fuera más
importante que cuatro, cinco y diez bancas parlamentarias.
• Lo mantienen sin movilizaciones durante meses.
• Fomentan el espontaneismo económico que fragmenta
la lucha en combates aislados.
• Impiden y traban la unidad real, (por la base) del
movimiento obrero.
• Paralizan de hecho la aplicación de planes de lucha
conjuntos, por objetivos comunes.
Otras tendencias radicales y rupturistas |  153

• Por no preparar las condiciones necesarias (al trabajar


sin perspectivas revolucionarias), llevan a veces a la clase
trabajadora a callejones sin salida, a derrotas sin lucha,
altamente desmoralizadoras.
Dichas tendencias responden fundamentalmente al PC y
asientan su control sobre una sólida y eficaz burocracia.
Esta burocracia no será desalojada en base a declaraciones
y manifiestos radicales en su contra. No será desalojada a
fuerza de teoría, sino anteponiendo a su inacción la acción
revolucionaria de los sindicatos más aguerridos obligándola
como sucedió muchas veces, a definirse en apoyo a esa acción
o quedar por el camino [...]. No se debe transformar la lucha
contra esas tendencias en un fin en sí, olvidando quiénes son
nuestros enemigos fundamentales». (JCJ de las FFAA, 527).

Los años más importantes de este movimiento radical fueron 1969


y 1970, cuando agrupaciones y militantes de la tendencia comba-
tiva se solidarizaron con los gremios en lucha de la enseñanza; de
la industria frigorífica, la bebida, la salud, los medicamentos, la
banca y con las empresas Ghiringhelli, TEM, ATMA y BP Color.
En 1971, 1972 y 1973 no hay tantas huelgas y ocupaciones de
fábricas, pero los distintos núcleos de la tendencia siguen procla-
mando el sindicalismo revolucionario.

«Sólo cuando los obreros radicalizan la lucha, y emplean su


propia violencia como método para enfrentar a la violencia
del régimen, es posible arrancarle algo a los capitalistas. De
este modo el sindicato se va transformando en una escuela
de la lucha de clases donde el obrero comprende que si sus
salarios son bajos es porque la ganancia del burgués que
lo explota es alta, que luchar por mejores salarios significa
enfrentar a fondo a toda la clase capitalista, al Estado y a sus
instituciones (Parlamento, Ministerios, COPRIN, policía y
ejecutivo, etc.) oponiéndole a la violencia de los de arriba la
violencia clasista de los trabajadores unidos en el combate
contra las patronales y el gobierno. ¡No alcanza con la lucha
sindical!
154  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Al mismo tiempo, la lucha por reformas dentro del capitalismo


fue demostrando al obrero que éstas eran insuficientes para
alcanzar un nivel de vida decoroso. Por ejemplo, después de
una intensa lucha en un sindicatos se logra arrancarle a la
patronal y al gobierno, un aumento salarial, y a los pocos días
aumentan nuevamente los precios de artículos de primera
necesidad o aparecen nuevos impuestos y el salario vuelve
a ser tan o más escaso que antes.
¿De qué se trata, entonces se pregunta el obrero? Se trata de
destruir al sistema de la esclavitud asalariada». (El sindicato
clasista: escuela de lucha proletaria. Política Obrera, 1972).

En la misma línea, los autores del texto anónimo nº2 consideran


una importante limitación la no-ruptura con la CNT:

«En cuanto a la tendencia, expresión heterogénea de los


avances y límites del proletariado revolucionario, que
convergía en el llamado a enfrentar por medio de la violencia
el Estado burgués, en el rechazo a las orientaciones de la
CNT, en la necesidad de la huelga general. No presentaba
una coherencia orgánica, y no tuvo ni la capacidad, ni la
claridad (y el proyecto político que dicha claridad implica)
para llamar a desobedecer a la CNT, a organizarse fuera y
contra sus orientaciones y a llevar adelante la lucha —incluso
militarmente— contra el PC. A pesar de los enfrentamientos
radicales, de algunos sectores que planteaban abiertamente
tales orientaciones..., la mayoría de los heterogéneos
componentes de la tendencia siguieron considerando que
la unidad formal que la CNT representaba era un avance
del proletariado y que había que enfrentar a su dirección
“reformista” y a los aparatos de choque de esas fuerzas. Este
fundamental error teórico y político, fue de una importancia
decisiva, antes y durante la huelga general».

Irma Torres y Walter Pérez también hacen referencia a la falta de


ruptura de la tendencia con el reformismo.
Otras tendencias radicales y rupturistas |  155

«Significó una línea a la que adscribían los sectores y militantes


más radicalizados —con o sin partido— cuestionando y
disputando en la práctica la dirección que, al movimiento
de masas, daba la dirigencia tradicional, aunque sin romper
en el fondo con las políticas reformistas».

Por su parte, el periódico Tierra y libertad, el 1 de julio de 1970 ase-


guraba que «nuestro error se debe en parte a que hay compañeros
de la tendencia que no están todavía esclarecidos ni politizados,
éstos hacen algunas cosas cerca de sus narices nomás. Nosotros no
podemos ser tan paternalistas, ni pasarles por arriba».
Para finalizar este apartado se apuntan las razones por la cuales
la tendencia combativa ha sido tan poco estudiada y mencionada
en los libros de historia. Para eso se realiza un paralelismo entre
ella y los «incontrolados» de la denominada guerra civil española,
otros de los ninguneados por los historiadores.
Detrás de las siglas de una importante organización obrera cami-
nan, a veces juntos, y otras separados, agrupaciones de todo tipo5.
Algunas incluso se forjan en el compañerismo de esos momentos.
No es de extrañar que, a unos vecinos, la confianza y la praxis los
lleve a estar juntos en los lugares de lucha, aunque provengan de
distintas «ideologías» o que se formen los denominados colectivos
de afinidad.
Todo ese mar de gente, en muchos libros, queda reducido a unas
simples siglas. Poco se habla del maremoto que se produjo en la
Confederación Nacional de Trabajadores (CNT), en la España de
1936, producido por miembros afiliados a ella, que operaban con
autonomía6. Gran parte de los núcleos militantes del llamado mo-
5  No sólo una gran organización obrera tiene muchos grupos en su
seno sino que a un sinfín de expresiones realizadas por proletarios se
las engloba con un mismo nombre. Por ejemplo a los ateneos de ba-
rrio, sindicatos, movimientos culturales, escuelas racionalistas y gru-
pos armados anarquistas, se les denomina, movimiento libertario.
6  Por ello que en la mayoría de los estudios hechos sobre ese período
de España aparezcan las declaraciones de las grandes organizacio-
nes, de sus secretarios generales, de las pugnas entre los partidos. Así,
aparece que la CNT y el POUM estaban en pugna con el PCE y el
156  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

vimiento especifista anarquista; los milicianos que abandonaron


las trincheras cuando fueron militarizados, como muchos de los
de la Columna de Hierro y del Frente de Gesa; la agrupación Los
Amigos de Durruti; ciertos militantes socialistas y poumistas (en
torno a Josep Rebull), mantuvieron una línea de ruptura con el
Frente Popular. Cuando el movimiento revolucionario fue cana-
lizado en una batalla contra el fascismo y se consolidó la guerra
entre el bando republicano y el nacional, los frentepopulistas
llamaron incontrolados a todos ellos, a todos los que criticaban
el colaboracionismo con el enemigo de clase, a los que siguieron
enfrentándose y expropiando a los burgueses y a los que, como en
los sucesos de mayo de 1937 en Barcelona, se negaron a responder a
los mandatos de la CNT u otras fuerzas gubernamentales. También
los llamaron provocadores o fascistas, costándoles, en ocasiones,
la máxima represión.

PSUC y se hace un análisis del antagonismo social, no de clase o


movimientos con proyectos diferentes, sino de organizaciones; sin
observar que la contradicción histórica capitalismo–anticapitalismo
se daba dentro de las organizaciones como la CNT y el POUM. No
hay que negar la influencia que tenía las direcciones de la CNT o del
POUM sobre las bases, lo decisivo de las consignas de un prestigioso
dirigente, y sobre todo el control que se ejercía dentro de ese cuerpo
organizado. Pero existieron siempre personas que no siguieron sus
órdenes, que criticaron a los dirigentes más reformistas, escapándose
del control de esas organizaciones de masas y sobre todo del Frente
Popular.
Formas de lucha

«Así, a modo de ejemplo, en el momento de la


lucha de los trabajadores de la carne predominó
la huelga económica combinada con la resistencia
en los cantones y la lucha de barricadas; mientras
que durante el conflicto de TEM fue la huelga
económica combinada con el ataque masivo de
la propiedad. El paro general de veinticuatro
horas, desgastado por el uso mecánico que le dio el
reformismo, quedó relegado a un segundo plano»
Partido Socialista, 1970, 76

Sin duda, uno de los aspectos más ricos de este período fue la forma
de resistir y atacar al sistema dominante. El compromiso, la fuerza,
la sensibilidad y la imaginación estuvieron centrados en cómo no
dejarse seguir pisoteando por los explotadores y cómo acabar, en
cuanto a clase social, con ese sector.
En este apartado se reflexiona sobre los métodos empleados y se
analizan algunos episodios y estructuras.
En Uruguay no hubo explosiones sociales de uno o varios días en
la que participaron grandes masas proletarias, como sí ocurrió en
otros lugares de América, como por ejemplo en Rosario y Córdoba,
Argentina, en esos mismos años. No es tan cierto, sin embargo,
que todos los ejemplos de resistencia tuvieran una «planificación
160  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

intelectual», aunque sí, gran parte de ellos. En las protestas de 1968,


el accionar de los estudiantes fue bastante espontáneo.
La mayoría de las decisiones se fueron adoptando sobre la marcha,
durante los enfrentamientos. Pero enseguida las organizaciones
más preparadas empezaron a realizar manuales y cada uno de los
grupos de proletarios más combativos aprovechó la experiencia y
medios que tenía al alcance para «armar» o defender a sus compa-
ñeros. Así ya en 1968, algunos estudiantes de Medicina elaboraron
un informe sobre productos que contrarrestaban los efectos de
los gases lacrimógenos y varias personas que trabajaban en una
fábrica de neumáticos experimentaron con varios tipos de goma
para realizar hondas más potentes.
Durante los años 1968–1973, cualquier luchador social accedía
fácilmente a confeccionar, preparar y utilizar diversos artefactos
de autodefensa. El Uruguay de esos años se caracterizaba por la
circulación de decenas de manuales de instrucciones (sobre armas
caseras, guerrilla urbana, interrogatorios u otros), y por la exis-
tencia de lugares semipúblicos donde se confeccionaban ese tipo
de materiales: locales de estudio o sindicales, fábricas ocupadas,
campamentos de obreros en lucha, etcétera.
Al igual que cualquier otro lugar en una época de lucha de clases
abierta, todos los espacios sirvieron para la lucha contra el poder
establecido. La cárcel no fue una excepción. El ministro del Inte-
rior preocupado por este hecho informaba a los parlamentarios.

«Los sediciosos utilizan el mensaje en clave, la tinta invisible,


la palabra de sentido oculto; la requisa de sus celdas es mucho
más dificultosa, ya que hacen “berretines” en las paredes y
pisos, que luego disimulan con yeso que previamente han
recibido simulando ser harina y utilizan muchos otros
medios ingeniosos que el preso común nunca ha utilizado.
La censura de la correspondencia y los libros del preso común
es fácil y rutinaria, en cambio la de los sediciosos tiene que
ser minuciosa y hecha por personal de suma confianza y
experiencia para dar un resultado positivo […]. Amenazan en
forma directa o indirecta al personal encargado de su custodia
utilizando frases especiales, como: “¿Cómo está su hija Laura
Formas de lucha |  161

señor empleado?”; “¿Señor, todavía vive usted con su familia


en tal calle?”, en esta forma eluden caer en falta disciplinaria.
Conocen la forma de acercarse a las debilidades humanas
de los otros reclusos y de los mismos guardias, sus sueldos,
días de cobro, atrasos en los pagos, carestía de artículos de
primera necesidad, en fin, todo aquello que les sirve a largo
plazo para socavar la integridad del guardián, muchas veces
muy inferior intelectualmente al preso sedicioso»
(Actas de la Asamblea General, sesión del 12 de agosto 1972, 464)

Otra característica significativa es que, aunque se emplearan de-


terminadas formas de lucha, no se descartaban otras en el caso de
que cambiaran las condiciones. Esto mismo se puede constatar en
una cita del Partido Socialista.

«Si bien los sindicatos y su central deben ser organismos


lo más amplios posibles y menos clandestinos posibles, es
necesario tomar previsiones, en la medida de que el propio
régimen impondrá su ilegalización. Ello impone prever
estructuras nuevas, organismos de resistencia, de dirección
y base, que pueden funcionar sin necesidad de locales
sindicales y lo más vulnerables a la represión, son prácticas
de seguridad que nuestra militancia debe trasmitir»
(Partido Socialista, 1970, 79)

Como se observa en el apartado sobre la ROE, se fueron creando


estructuras nuevas —como la OPR-33 o las FARO—, que atendían
a las nuevas condiciones sociales. Y como se narra en el apartado La
lucha transforma la vida cotidiana, en el combate por la negación del
capitalismo se afirmaron aspectos del modelo social por el que se
luchaba. Por eso es falsa la acusación de ciertas autoridades de que
«sólo se dedicaban a destruir». A un nivel más abstracto, porque
la negación del capitalismo significa la afirmación de un modelo
social contrapuesto, y en un plano más palpable, porque sobraron
ejemplos de los denominados constructivos: la Universidad, con
la participación directa e igualitaria de estudiantes, profesores y
profesionales y autónoma del poder político; los contracursos; las
162  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

múltiples manifestaciones artísticas contra el régimen; los comités


barriales, organizándose para resistir el registro de vecindad, los
aumentos de los alimentos básicos o para encarar soluciones a
problemas de saneamiento, salud o vivienda; las iniciativas de los
obreros en huelga, como los empleados de prensa que llegaron
a hacer su propio periódico, Verdad, gracias a la solidaridad de
canillitas (niños vendedores de periódicos) y gráficos; la organi-
zación de los trabajadores rurales —arroceros, peones del tambo,
remolacheros y, especialmente, cañeros de Bella Unión y urbanos
bancarios y funcionarios—; y las experiencias de administración
colectiva y directa de medios de producción (hospital popular du-
rante huelga de la salud, ocupaciones y puesta en funcionamiento
de fábricas: Alpargatas, FUNSA, Lanasur, diarios Ya y BP Color y
ferrocarriles); el cooperativismo obrero de producción —Federación
de cooperativas de Producción— y el de viviendas —Federación
de Cooperativas de Viviendas por Ayuda Mutua—, promoviendo
una práctica social de gestión directa. Construcciones en las que la
negociación política fue acompañada de la acción directa.
Blixen, rememorando su etapa de militante legal en el sindicato
de periodistas, cuenta que ocuparon las instalaciones de un perió-
dico, «quince días y quince noches; ahí nacieron nenes, se habrán
tirado entre las máquinas..., y a los nueve meses había un hijo del
conflicto», y que en una ocasión, irritados por la prepotencia de
la patronal, decidieron secuestrar las ganancias de las ventas de un
diario. También explica que los empleados de FUNSA, durante
uno de los conflictos, en vez de apagar la caldera, que tanto costaba
de encender, siguieron produciendo para tener un gran stock en
sus manos y poder negociar las ganancias con el patrón.
De las formas de lucha, las más innovadoras e interesantes —por
las posibilidades reales de cambio que expresaban— fueron las
enmarcadas dentro de la acción directa.

Acción directa

«No asimilábamos acción directa sólo a la violencia, era


un aspecto nada más. Acción directa en lo ideológico,
Formas de lucha |  163

en lo político, en las luchas económicas y en todos los


planos. Por eso decíamos acción directa en todos los
niveles, no solamente en el sentido militar de la palabra».
J. C. Mechoso

Tras comparar algunas definiciones, analizar su contenido histó-


rico e investigar lo que significa para quienes la han ejercido en
los últimos siglos, se puede afirmar que es acción directa toda la
tendiente a incidir en la sociedad o a transformarla, sin uso del
Parlamento ni de la negociación con cualquier institución legal
a través de partidos parlamentarios o sindicatos. De ahí que la
definición de la Real Academia Española resulte parcial: «Empleo
de la violencia preconizada por algunos grupos sociales, bien con
fines políticos, bien para conseguir ventajas económicas. Suele
manifestarse en forma de huelgas, sabotajes, atentados terroristas,
etcétera». Pues no engloba a las manifestaciones denominadas
pacíficas; la realización y difusión, por parte de los luchadores so-
ciales, de la prensa alternativa a la oficial, o movilizaciones como
«escraches» o Reclaim the Sreet (recupera las calles).
Más correcta es una de las definiciones que da el Diccionario
Unesco de Ciencias Sociales.

«La acción directa se ha definido también como “el recurso a


métodos no políticos, tales como huelgas, sabotaje, violencia
o resistencia no violenta al gobierno, con el fin de conseguir
cambios políticos, sociales o económicos”, en contraste con
la acción política o “uso de la maquinaria política” para
obtener parecidos resultados» (cf. Henry Pratt Fairchild:
Diccionario de Sociología. Edición Española del Fondo de
Cultura Económica. México–Buenos Aires, 1949).

Aquí en vez de poner la expresión «uso de la maquinaria política»


hubiera sido más preciso poner parlamentaria o sin participación de
partidos políticos parlamentarios. Tampoco son del todo correctas
las definiciones que dicen que todo aquello que haga un partido
político no es acción directa, pues hay que recordar que muchos
partidos —en los años sesenta y setenta— estaban, por ejemplo,
164  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

contra la participación en el parlamento y por la lucha armada.


De ahí que haya que hablar de partidos políticos parlamentarios.
Por último, un mismo colectivo puede alternar la acción directa
con la parlamentaria y de negociación con el gobierno e institucio-
nes. El Movimiento Sin Tierra brasilero es un ejemplo. Al ocupar
tierras y organizarse en comunas autónomas para la convivencia,
la producción y la autodefensa, practica la acción directa y cuando
negocia con el gobierno —muchas veces a través del Partido dos
Trabalhadores—, no.
Muchos historiadores sitúan en la carta del Congreso de Amiens
(Francia) de 1906 de la CGT el inicio de la conceptualización del
término acción directa:

«En lo que concierne a las organizaciones, el Congreso


decide que con el objeto de que el sindicalismo alcance
su máximo de efectividad, la acción económica debe
ejercerse directamente contra la patronal, no teniendo las
organizaciones confederadas, como asociaciones económicas,
qué preocuparse de los partidos y de las sectas que, afuera
y al margen, puedan perseguir, en absoluta libertad, la
transformación social».

En Amiens se formuló lo que sería más tarde conocido como


sindicalismo revolucionario definido como:

«La finalidad emancipadora integral de la clase obrera por


medio de la huelga general, la desaparición del Estado,
la autosuficiencia del sindicato al que pertenecen todos
los trabajadores sin distinción de ideologías y la acción
reivindicativa mediante la acción directa, es decir, solución
de conflictos entre obreros y patronos sin mediadores de
algún tipo».

La CNT del Estado español, por ejemplo, siempre ha insistido que


«Acción directa no es sinónimo de “terrorismo ciego” o violencia
irracional (como la burguesía ha querido ver) sino independencia
y desvinculación de todas las convenciones artificiales (partidos,
Formas de lucha |  165

parlamentos, lucha por el poder burgués) que separan a los traba-


jadores del entendimiento directo de los problemas y del camino
para ponerles solución mediante la lucha emancipadora» (Archivo
de la CNT).
Los siguientes fragmentos de panfletos de Uruguay, 1968–1973,
ayudan a entender tanto la definición del concepto tratado como el
significado que le daban los propios luchadores sociales de entonces.

En la acción directa creando conciencia con hechos,


creando conciencia en la pelea cotidiana. Para producir
hechos, y simultáneamente esclarecerlos políticamente
en la batalla, también ideológica, contra las concepciones
del imperialismo y de las clases dominantes, a la vez que
contra el reformismo y los claudicantes de todo tipo.
(Compañero, 29 de abril 1971).
Esta posición nuestra, esta valoración del fenómeno electoral
y de sus alcances se encuadra en la concepción estratégica
de que las reales transformaciones sólo habrán de lograrse
a través de la lucha armada. Concepción estratégica que
implica la integración armónica de lucha armada y del
trabajo a nivel de masas.
(Carta FAU, 9 de noviembre de 1970).

Gatti, uno de los militantes más carismáticos del movimiento


sindical y anarquista, en el anterior y siguiente párrafo, hace una
explicación y una defensa de la acción directa e intenta señalar que
la lucha debe ser global y radical, criticando, de algún modo, a otras
organizaciones de izquierda que ponían el acento en lo militar, lo
electoral o lo sindical (ya fuera en el ámbito obrero o estudiantil).

«Tenemos claro, los militantes de la ROE, que en esta lucha


hay varios niveles y que es importante saber cuáles son. No
es una lucha que pueda dilucidarse solamente en el plano
de la acción sindical y de masas, en el combate del plano
ideológico, del combate propagandístico, en el plano de la
acción militar. Es lo que llamamos la acción directa a todos
los niveles». (Carta FAU, 9 de noviembre de 1970).
166  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Gatti sigue la explicación poniendo un ejemplo de canalización


de la lucha y el descontento proletario hacia la vía electoral. Tras
analizar por qué gana la derecha en los cantegriles, a pesar de
que los militantes del Frente también iban allí a ganar apoyo
electoral, dice, defendiendo una vez más la acción directa, que lo
que se tendría que haber hecho era apoyarlos en los reclamos por
las mejoras de su vida y no pedir votos para la izquierda. «Si en
lugar de entrar a este terreno, donde ellos lo que usan es el tráfico
de empleo, la taba, son más fuertes, si en lugar de eso la pelea se
hace en nuestro terreno, [...] si en lugar de disputar el voto en el
cantegril, hubiéramos ido ahí a plantear la lucha por ejemplo por
la vivienda». (Compañero, 29 de abril 1971).
A continuación se abordan, a grandes rasgos, la mayoría de for-
mas de aplicación de la acción directa que hubo en Uruguay por
aquel entonces. Algunas de ellas no aparecen aquí porque ya han
sido comentadas o porque no se emplearon en ese lugar: como por
ejemplo, la exhibición del cuerpo desnudo, utilizado en Estados
Unidos y Europa.

Huelgas y ocupaciones de centros de trabajo y estudio

En muchas huelgas, además de no producir, se ocupaba el lugar


donde se trabajaba con lo que se conseguía que los asalariados
que rechazaban la huelga y quisieran trabajar (los denominados
carneros o esquiroles) —u otros contratados para la ocasión— no
pudieran hacerlo. Otras veces que no se ocupó, algunos empleados
pusieron en marcha la producción de la fábrica ante la irritación y
a veces ataque de los huelguistas como en el famoso incidente del
8 de diciembre de 1971 entre obreros en huelga y contratados, en
el que resultó herido de bala un dirigente de la CNT.
Las ocupaciones consistían en permanecer en el lugar de tra-
bajo o estudio sin realizar la actividad ordenada por el gobierno
o patrón —trabajar, asistir a clase— sino la elegida en asamblea
por los ocupantes.1 Casi siempre se trataba simplemente de estar

1  En algún caso los obreros decidieron realizar las mismas tareas de


Formas de lucha |  167

encerrado, prepararse para un posible desalojo, realizar reuniones


permanentemente para decidir líneas de acción y tareas necesarias
e improvisar actos como debates y guitarreadas.
Las ocupaciones casi siempre iban acompañadas de otros tipos
de formas de lucha, por lo que desde el encierro se organizaban
manifestaciones, mítines, sabotajes o todo lo que tenía que ver
con propaganda gráfica.
Hubo ocupaciones con desenlaces pacíficos y otras no, unas
victoriosas y otras, a pesar de los largos períodos de encierro,
derrotadas. En 1967 la policía rodea FUNSA, para poner fin a
la ocupación. Todo el barrio está a la expectativa. Parece que las
fuerzas represivas van a proceder al desalojo, pero de repente los
obreros colocan tanques con doscientos litros de gasolina en las
puertas de la fábrica y con antorchas en la mano amenazan con
un incendio de tal envergadura que el patrón se quedaría sin su
planta industrial. En una ocasión, apunta Pepe, eso fue lo que
pasó. Como había que seguir la consigna de «resistir cualquier
desocupación quemamos la fábrica. Le prendimos fuego y salimos
por una ventana».
Con respecto a las ocupaciones en la universidad, el primer
testimonio que se presenta, justamente no era estudiante, se tuvo
que encerrar con ellos para refugiarse de la policía:

«Nos arrinconaron contra la universidad, quedamos


encerrados y no entraron. Se acordó salir pero fichando la
gente que estaba dentro. Eso lo acuerda la FEUU. Hubo dos
personas que declararon que no eran estudiantes: el chino
Clavera y yo [Juan Carlos Mechoso]. El acuerdo pareció mal
sobre todo entre los no estudiantes. La gente de Bellas Artes
resistió muy bien. Trataron de entrar, los milicos, por una
ventana, por la noche y no hubo manera».

Como cuenta Montero el aspecto de los lugares ocupados se ade-


cuaba a la manera de ver las cosas de quienes protagonizaban el
encierro.
siempre, pero bajo control obrero. Esto ocurrió con el diario BP Co-
lor y con Lanasur.
168  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

« —En una ocupación por el 68–69 pinté el escudo uruguayo


en el hall de la Facultad de Medicina. Recuerdo que al caballo
lo había colgado de una cuerda, la balanza la había inclinado
de un lado, en el Cerro había puesto un policía dándole palo
a un trabajador del Frigorífico Nacional y después quedaba
la vaca que estaba en los huesos.
—¿Y qué se hacía durante el encierro?
— Guitarreada de noche, cantorata… Alguno echaría algún
polvo supongo; no sé, yo no me dedicaba a eso; la vida
privada de cada uno... Pero tampoco ves lo que ves ahora:
desmadre. De enfrente traían pizzas y coca–cola. Hacíamos
guardia en el techo, nos turnábamos cada cuatro horas.
—¿Participaste de alguna ocupación obrera?
—Sí, estuve en la del Frigorífico Nacional.
—¿Qué diferencias observaste con la universitaria?
—La diferencia que había era de gente, de personajes y de
comida, por la olla popular. Pero todo lo demás era igual».

Olla popular, expresión solidaria extendida por toda Latinoamérica


y otros continentes, era la comida que preparaban los trabajadores,
cuando ocupaban una fábrica o realizaban cualquier otra movili-
zación, para comer todos juntos. Si los encerrados eran hombres
algunas veces eran las compañeras quienes se encargaban de esa
comida común; otras veces, sin importar el género de los ocupantes,
eran los vecinos de la fábrica en conflicto quienes solidariamente
cocinaban.
Las ollas populares de los cañeros fueron famosas y relatadas
por el dramaturgo Rosencof (1987, 18).

«Un fogón central, donde negrea sobre las llamas un tanque


de nafta que será la olla única de la única comida de la
marcha. Fogones pequeños, familiares, ralampaguean en los
aledaños, calentando las latas para las cebaduras del mate
eterno. El horno de pan, un enorme caparazón de tortuga
parda, conserva todavía el calor de la última hornada de la
tarde».
Formas de lucha |  169

Con la organización de la olla popular se conseguía no sólo abaste-


cer a los ocupantes, sino también extender el conflicto, estar juntos
por la causa que fuera y hacer que la gente del barrio participara,
aportando alimentos cocinados o por cocinar, comiendo de la
misma olla, informándose a cada rato sobre la situación, pregun-
tando si faltaba algo —frazadas, herramientas— o distribuyendo
las octavillas reivindicativas de los proletarios.

«En estos momentos en la planta funciona la olla sindical.


Es emocionante, nos dicen los compañeros que se acercan
a Camino Carrasco, la solidaridad que reina en el barrio.
Las fábricas de la zona, los almacenes, los quilos de acá,
otro de allá, hace posible que todos coman [...]. También
en los puestos de los “canillitas” hay volantes del conflicto»
(Compañero, Montevideo 29 de abril de 1971).

Por último, Juan Nigro señala las contradicciones que podían


surgir cuando se daba una olla popular.

«Cuando unos obreros ocupaban la fábrica y se organizaba


una olla popular iba gente de otros lados. Recuerdo que
algunos sindicalistas de mierda en alguna ocasión nos
dijeron: “acá no hablen de política” o “los que no sean de
esta fábrica que se vayan”. Por eso, si llegabas y te daban el
mate, era otra cosa. Cuanto más abierta era la olla popular
más radical era el sector».

Participación de vecinos, artistas, etcétera

Para que los vecinos de un barrio actuaran contra el régimen, se


autoorganizaran o respondieran a las agresiones burguesas, no
siempre fue preciso la presencia de una agrupación política.
El 16 de marzo 1972 ocurrió un hecho que ilustra la espontanei-
dad vecinal y la indignación a la constante prepotencia policial.
Fue en la feria de Pocitos, en la que algunos agentes exigían, a
escondidas, una cantidad de dinero a cada feriante para dejarle
170  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

vender. Cuando uno de los policías vestido de particular se acercó


a un puesto y exigió la coima habitual, el puestero se negó a pagar.
El personaje en cuestión se fue y volvió pistola en mano. La gente
furiosa se le tiró encima, él disparó e hirió a un niño en el tobillo.
La muchedumbre le propinó una paliza, llegaron las fuerzas arma-
das y detuvieron, no al funcionario policial, sino a varios vecinos.
Otras veces la movilización del vecindario sí era programada
por los dirigentes de un grupo, que le decían a los militantes de
base o simpatizantes que extendieran una consigna en su barrio.
Eso por ejemplo ocurrió horas antes de que el MLN ejecutara a
Mitrone, cuando desde la dirección se encomendó a los Comandos
de Apoyo Tupamaro (CAT) que organizaran una jornada de ruido,
de protesta —sin decir las razones, claro—. Para ello, miembros
de los CAT repartieron fuegos de artificio para que a determinada
hora se prendieran las mechas.
Rafael Cárdenas divide en tres las actitudes de los vecinos frente
a la lucha que se desarrollaban en los espacios públicos.

«Los que pasaban de la cuestión, los que de alguna manera


apoyaban la acción, ya fuera anímicamente o con elementos
como, por ejemplo, llevar comida para la olla popular, y los
que directamente participan de ella. Había de todo. Pero la
clave es que al haber esas actividades colectivas se producía
un contagio y se les estimulaba para que participaran o
para que apoyaran. Toda acción política tiene que tender
hacia eso, tener un fin concreto, visible, militante. Por
ejemplo —añade Cárdenas—, yo noto el contraste entre las
acciones colectivas de aquí y ahora y las de entonces. Aquí
le dan un sentido lúdico a la acción: “vota, vota, vota, no
se qué el que no vota”, cantan pero nunca hacen discursos
ni exposición de ideas. Nada. Allí era al contrario, no había
nada de lúdico. Toda la gente muy comprometida y muy
seria, y siempre había alguien o un volante que decía algo.
Lo de aquí me parece inocuo, anodino, que no tiene ningún
efecto, comparándolo con aquello por lo menos».
Formas de lucha |  171

Otra forma de hacer participar al vecindario y a los ciudadanos de


la capital era mediante los peajes —denominados también peajes
obreros o solidarios—, que consistían en bloquear la calle y pedir
a todo aquel que pasara una ayuda económica para el gremio en
lucha. «El objetivo no era sólo recolectar dinero sino el de com-
prometer al otro en la ayuda, y en una proporción grande la gente
respondía», manifiesta Cárdenas. Casi todas las fuentes afirman que
quien atravesaba el «contracontrol» elegía si aportaba algo o no.
Pero algunas apuntan que «todos los coches que pasaban debían
contribuir a la huelga».

—¿No era en plan coacción? —fue consultado Montero.


—No, nunca.
—¿Y si pasaba un Mercedes?
—No, el problema era quién pasaba y cómo.

El «cómo» —coches que avanzaban bruscamente obligando a los


participantes a apartarse— en más de una ocasión provocó cierta
tensión. Pero el conflicto casi nunca se daba con la población sino
con los milicos. En 1971, en una refriega con la policía, producido
por un peaje solidario con los trabajadores textiles, fue asesinado
Julio Spósito, militante del FER. Su entierro se convirtió en una
manifestación. Un compañero de Julio Spósito narra los últimos
momentos de la vida del joven luchador social:

«La policía nos venía persiguiendo a balazo limpio, llegando


incluso hasta el parque que antecede a la Facultad de Química.
Para refugiarnos de las descargas, Julio y yo corrimos hacia la
puerta. Julio subió primero, tambaleándose. Cuando llegué
junto a él, en el hall de la Facultad, intentó apoyarse en mi
hombro y al tiempo murmuró: “Estoy herido”; se desplomó,
dándose la cabeza contra el suelo. Me arrodillé para ver que le
pasaba y había perdido el conocimiento. Enseguida, un grupo
de compañeros lo rodeamos y revisamos, pensando que sólo
se había desmayado». (Diario El Matrero, 1971, consultado
en la biblioteca de la Sorbonne, Universites de Paris).
172  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Nora señala que los peajes también se hacían en el transporte


público.

«Deteníamos el autobús, un par subían para pedir la plata,


y después se daba toda la colecta a los obreros en huelga.
Cuando ocupábamos el liceo nos poníamos en la calle para
pedir plata para la ocupación [...] Sí que caíamos rápidamente
en cualquier provocación, por ejemplo cuando un Ford
Falcon pasaban deprisa».

Las barriadas eran otras de las maneras de llevar el mensaje polí-


tico a los vecinos. Los militantes de una agrupación elegían una
zona, generalmente considerada «proletaria», hacían varios grupos
de dos y recorrían calle por calle tocando el timbre de las casas y
explicando la situación de los conflictos sociales. Luego se daban
cita en una plaza, contaban que estuvieran todos y se iban. Nora
rememora la forma en la que se dirigían cuando les abrían la puerta
y las respuestas con las que se encontraban.

«Buenos días señora, somos estudiantes de secundaria,


venimos a explicar que hay un conflicto y que si no
conseguimos tal cosa habrán cincuenta familias en la calle.
Había gente que nos decía que si no teníamos vergüenza y
gente que nos escuchaba.
Con el FER íbamos a barrios del extrarradio muy pobres o
cantegriles pero allí nos iba mal, nos denunciaban enseguida
y salíamos escaldados. Por eso acabamos yendo a barrios
como el Cerro».

Yessie Macchi sostiene que «el MLN fue el único movimiento


político en este país que logró apoyo en esa capa social, que es la
que más se desprecia» y manifiesta que:

«Trabajamos mucho en los cantegriles; tuvimos un gran


apoyo y adhesión de los llamados delincuentes; incluso
reclutamos algunos, tanto en la cárcel como afuera. Es que
desde el comienzo de nuestra lucha, de la misma manera
Formas de lucha |  173

en que trabajamos en el norte del país entre los cañeros y


remolacheros, trabajamos entre los marginados. Nuestra
primera base, la Pinela, estaba en la Teja, enclavada en la
Cachimba del Piojo, una de las zonas más pobres del país.
Entre los marginados teníamos fama de ser muy duros y muy
derechos. Cuando se es un verdadero delincuente social, se
tienen ciertos códigos de conducta: por ejemplo, nunca se
roban entre ellos. Nosotros teníamos mucho que ver con esa
moral: hablábamos poco, no mentíamos nunca, hacíamos las
cosas por las claras, éramos duros, aguantábamos cualquier
biaba..., ¡y vaya si la aguantábamos! Eso nos ganó un respeto
incondicional por parte de ellos, hasta el día de hoy. Yo
misma fui salvada por ellos cantidad de veces. Cierta vez,
siendo recontra clandestina, me punguearon en un ómnibus,
me sacaron los documentos yutos, dinero y todo el resto.
Pero fue ver la foto que estaba en el documento, para que me
reconocieran enseguida: a los dos días me habían devuelto
todo». (Clara Aldrighi, 220).

Como se observa en el apartado «Escuela Nacional de Bellas


Artes» el ámbito artístico y cultural uruguayo por un lado creció
enormemente —Federación de Teatros Independientes, grupos de
artistas plásticos, publicaciones autónomas, cine—clubes, nuevas
editoriales—, y por otro desarrolló la crítica del arte burgués y
meramente contemplativo, protagonizando varios episodios de
rechazo al régimen. El 8 de julio de 1971, el plenario de escritores
del Frente Amplio rechazó toda forma de participación en con-
cursos oficiales, como protesta contra las limitaciones a la libertad
de prensa. En 1973, la SEU (Sociedad de Escritores del Uruguay),
como repulsa al golpe, resolvió negarse a participar en los concursos
oficiales, ya fuera como concursante o como jurado. Por el mismo
motivo los responsables del SODRE y gran cantidad de músicos
suspendieron todos los conciertos previstos.
Aunque la huelga de hambre no fue una medida de presión
demasiado utilizada, algunos proletarios la adoptaron. Entre otras
ocasiones recurrieron a ella diecisiete bancarios, en septiembre
174  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

de 1969; siete obreros de BP Color y de Vea, en una parroquia


de Cordón, a principios de 1971; y varios presos a partir de 1972.
Rafael Cárdenas explica porqué no se utilizó más este tipo de
resistencia.

«La huelga de hambre es una forma de lucha de carácter


pasivo. Por crear una situación dramática esperás algo, estás
pasivo, tratando de conmover el espíritu... Creo que allí esa
no era la tónica. La protesta y la acción política eran activas.
Se trataba de crear situaciones que le generaran conflicto al
adversario y que por contagio desarrollaran otras acciones».

Estructuras para la acción y sabotajes

Como se ha podido constatar, cuando se abordaron las organiza-


ciones de los luchadores sociales, todo grupo tenía estructuras, o
militantes, destinadas al accionar y a la autodefensa de la organi-
zación. Como ejemplo, y en base al relato de J. C. Mechoso, se
ofrece el funcionamiento de una de ellas para que se entienda
mejor cómo se llevaban a cabo los sabotajes y la preparación de
los enfrentamientos con la policía.
Violencia–FAI era una estructura dentro de la ROE; sus com-
ponentes estaban altamente organizados para regresar juntos de
las manifestaciones y, en caso de peligro, defenderse unos a otros.
Eran, además, los encargados de pensar la estrategia para enfrentar
a la policía.

«Que todos tengan cócteles molotov; si uno no sabía


enseñárselo a hacer, si era conveniente una cachiporra,
hacerla antes, llevarlas hechas, todo eso que no se da
espontáneamente —cuenta J. C. Mechoso, quien añade—.
Tener piedras u otras veces levantarlas antes. Iban dos tipos
antes y se ponían a levantar piedras [adoquines o trozos
de baldosas], ¡pa, pa, pa! [hace gestos de estar usando una
palanca contra el suelo], levantando antes de la bronca.
Formas de lucha |  175

Mientras que el espontáneo va a ir a buscar una piedra cuando


empieza la bronca, o sea que está dispuesto, pero es distinto.
Con el conflicto de Seral sale la ROE a sacar todos los
carteles de TEM como medida de sabotaje porque no
arregló el conflicto, eso lo organizó FAI. [La encargada
de la] violencia a nivel de masas, a nivel de calle, y que no
podía tirar un explosivo. Los explosivos no correspondían,
estaban desautorizados. [Para esa estructura se elegían] a los
compañeros que tenían más rapidez, más reflejos, había dos
o tres [por grupo de la ROE]».

Por ejemplo, dos o tres miembros de Violencia–FAI organizaron


el sabotaje a las cocinas TEM, durante la lucha de los empleados
de esa compañía. Coordinaron a las cincuenta «parejas» de la ROE,
principalmente, que recorrieron todos los comercios de 18 julio
y 8 de octubre, en los que se vendía alguna cocina de esa firma.
Mientras uno hablaba con el dependiente, el otro le echaba el ácido.
«Quedaron hechas pelotas, —concluye J. C. Mechoso, quien
añade— la indiada [los muchachos] fue a un gran comercio y puso
todo lo de TEM en medio de la calle». En otra ocasión distintos
grupos se dedicaron a destrozar, previa rotura de vidrieras, los
productos de los escaparates de esa marca.
Siguiendo con los sabotajes y boicots a TEM, se narra una acción
realizada por los propios empleados: a mediados de 1971, en una
época que ya se habían dado los mayores conflictos en esa empresa,
el directorio de la sociedad —creyendo que también se había con-
seguido la domesticación obrera— invita a la fábrica al ministro de
Industria con el objetivo de que éste viera las instalaciones, lo bien
que se trabajaba en ellas, el gran aporte que eso significaba para
el país y, de esa manera, lograr una subvención. Pero los obreros
pararon todas las actividades en las propias narices de la patronal
y del ministro. No permitieron ser exhibidos como máquinas de
propiedad de la empresa. Quienes protagonizaron este acto de
rebeldía fueron suspendidos y en los nuevos contratos que ofreció
la compañía fue preciso firmar que nunca se haría algo así.
Los sabotajes más extendidos eran sin duda la rotura de vidrie-
ras, sobre todo de compañías de Estados Unidos y de medios de
176  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

desinformación del Estado. «Los de FUNSA [como trabajaban


con neumáticos] habían desarrollado una honda de mano, a lo
boleadora que rompían vidrieras grandes, de compañías internacio-
nales —informa J. C. Mechoso—. Otros llevaban la onda común,
con orquetas de acero».
Muchas veces rompían los escaparates con los empleados del
negocio dentro. H. Tejera relativiza el éxito de esa forma de lucha
y cuenta la acción contra el diario Clarín en respuesta a la forma
reaccionaria con la que había tratado el Cordobazo. Según este
testimonio se produjo un terror injustificado al romper vidrieras:
«Una persona que en algún momento puede simpatizar contigo
pero que nunca más va a simpatizar. Que aparezcan veinte anor-
males a romper todo, contigo adentro y que se te caigan los vidrios
encima, eso no se lo borra nunca más. Entonces ahí perdiste una
compañera».
A Horacio Tejera le resultaban más simpáticas otro tipo de
acciones:

«Imaginate un colegio católico, creo que era el Juan XXIII,


los militantes del FER llegando y encerrando a la escripta o
secretaria en el baño. Arrancando los teléfonos y pintando
las paredes con consignas que decían: “mientras los hijos de
los pobres estudien con hambre y frío, los hijos de los ricos
estudiarán con miedo”2. Lo trágico de todo el tema es que
no era la gente que lo sentía en carne propia, era gente de
la misma extracción social de los que estaban en el colegio.
En ningún momento eran los que estudiaban con hambre y
frío los que iban ahí. —¿No habia gente sin apenas recursos
en el FER? —Muy poquitos. Julio Spósito, muerto en el 71,
era de clase baja, yo era de clase baja. Pero el FER era de
Malvín, Punta Gorda y Carretas».

2  «¿Eso te lo contó alguien? —preguntó Tejera. —No. —Bueno. ¿Ver-


dad que es simpático pero que es absolutamente choto? A mí, hasta
hoy, me resulta simpático. Lo que ya me desconcierta totalmente
es que los mismos que pintaban eso manden ahora los hijos a un
colegio privado».
Formas de lucha |  177

También se propusieron sabotajes pacíficos contra firmas comer-


ciales, llamando a no consumir sus productos. «La CNT decretó
el boicot a las empresas que colaborando con la dictadura han
despedido a militancia sindical. Las principales son: Coca–Cola
(150 despidos), La Mañana y El Diario (66 despidos), Supermercados
Chip, Circo, Dumbo y Mini Max (130 despidos)».3
En otra octavilla, escrita a mano por alguien de la FAU, se informaba:

«Todo aumenta: el azúcar, la carne. Ahora aumenta el pan. ¿Y


qué puede hacer usted para detener eso? Evidentemente no
podemos esperar que los panaderos se apiaden de nosotros
o que a algún político se le ocurra pensar en los problemas
que usted tiene. Ahora que pasaron las elecciones usted
ya no les interesa. Debemos resistirlo. La lucha es contra
capitalistas y políticos pues ambos “negocian” con nuestras
necesidades. El barrio Sur ha dado un ejemplo. Organizado
en su comité popular, libró el año pasado una batalla contra
el aumento del pan que conmovió a todo Montevideo. Ese
es el camino. Boicotear a los panaderos, organizarse para
hacer pan o conseguirlo más barato. Y apenas podamos,
terminar con quienes nos explotan, haciendo cooperativas
de producción y comenzar a abrir un camino de justicia y
libertad para todos».

Otra forma de lucha y boicot fue negarse a trabajar para las fuer-
zas represivas. Como fue el caso de la industria de la bebida, que
no entregó refrescos a las cantinas de las fuerzas armadas. Como
una fábrica de limpieza, que no les envió productos. O como en
Alpargatas, donde por decisión del sindicato se suprimieron las
entregas de uniforme y telas para la vestimenta militar.
Al hablar de las estructuras para la acción y los sabotajes es
preciso señalar que en muchas ocasiones, como se ha observado,
se desarrollaban en los mismos centros de trabajo y de estudio. Es-
tudiantes de química que preparaban explosivos o matriceros que
fabricaban miguelitos o piezas necesarias para el accionar armado.
3  Panfleto de la UJC de 1973, aparecido tiempo después del golpe mi-
litar y titulado «Información sin censura».
178  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

«Había mucha demanda de miguelitos, que se tiraban para


evitar la persecución de los automóviles de la represión, y
piezas para romper vidrieras —recuerda Cárdenas—. Pero
nosotros, cuando nos vinculamos al MLN, sobre todo
hacíamos lo que nos pedía la organización, cosas más pesadas
que esas. Al ser un taller de matricería la cobertura era buena,
por el día trabajábamos en la producción (como solución de
vida para los compañeros, algunos comprometidos con el
MLN y otros no, aunque en su mayoría eran simpatizantes)
y luego, cuando se terminaba la jornada, entrábamos de
nuevo para hacer las cosas que teníamos que hacer, como
las carcasas para las granadas de mano».

Si se que quiere profundizar sobre la vida de este taller de matri-


cería, pertenenciente al movimiento cooperativo uruguayo, leer
al respecto: Donde el faro ilumina. Vida y lucha de Rafael Cárdenas.

Manifestaciones y enfrentamientos con la policía

«Radicales: ¿Ha estado usted dentro


de una manifestación?
Periodista: Sí, en cumplimiento de mi labor profesional.
Radicales: Pero ¿ha estado junto al manifestante
que tira piedras, ha podido sentir lo que él siente?
Periodista: No.
Radicales: Entonces no ha podido percibir lo más
importante de la cuestión y es bastante difícil
explicárselo de manera que lo comprenda. Muchos
jóvenes recién adquieren conciencia de su ubicación
y papel en el sistema, cuando están en medio de
una manifestación. En el gesto de tirar una piedra o
volcar un automóvil hay mucho más que la liberación
de un mero instinto agresivo. Es la explosión de
conciencia sobre su absoluta falta de identificación
Formas de lucha |  179

con el sistema y la posibilidad que tiene, en ese


instante, de expresar ese rechazo con toda su energía»
Bañales y Jara, 1968, 38

Aunque también hubo numerosas manifestaciones en donde no


se produjeron enfrentamientos4, hubo determinados períodos
en esos seis años de lucha abierta donde prácticamente todas las
movilizaciones fueron reprimidas por las fuerzas policiales, entre
otras razones porque muchas ocurrían durante la aplicación de
medidas prontas de seguridad. No se registraron incidentes, sin
embargo, en las marchas de mujeres, en la del silencio o en las
caceroladas, como la que hubo a mediados de 1973 en protesta
por el desabastecimiento, denominada marcha de ollas.
Las manifestaciones que siempre acababan con incidentes eran
las llamadas relámpago: «Se organizaban en una esquina..., y
salíamos quinientas personas», indica Montero. Éstas consistían
en acordar un punto de la ciudad para iniciar una marcha a paso
decidido durante unos minutos, esperar a que se sumara todo aquél
que se tenía que sumar, y formar una barricada, donde esperar a
la policía. Tras un breve enfrentamiento con ella se partía hacia
lo que se consideraban objetivos políticos: sucursales bancarias,
empresas de Estados Unidos o sedes de determinadas instituciones.
Se apedreaban o, a veces, se tiraban cócteles molotov y se buscaba
refugio5. Esta forma de finalizar las convocatorias no era exclusiva
a las acciones relámpago; un gran número de movilizaciones aca-
baban con enfrentamientos y rotura de escaparates en 18 de Julio,
lo que aún hoy sigue levantando polémica.

«¿A quién se le había ocurrido que con esto se captaba gente?


Además en 18 de Julio —dice Horacio Tejera—. En un
4  Aquí se hace referencia únicamente a los enfrentamientos con la
policía y no entre manifestantes, que como ya se ha mencionado
y apunta Montero, también los hubo. «Algunas veces las bocacalles
que daban a los lugares más importantes de 18 de Julio estaban cor-
tadas por un cordón del PC; primero lo cortábamos a las trompadas
y luego nos venía la otra represión».
5  «¿Cómo acababas una manifestación? —se pregunta Nora—, no te-
180  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

momento propuse: ¿por qué no hacíamos las manifestaciones


en los barrios?6, por ejemplo, en San Martín y Propios. Si
vos le rompes, todos los días, las vidrieras a la misma gente
y asustás a la misma gente, llega un momento que a la que
escucha tres o cuatro gritos, baja la persiana de los comercios
y se queda dentro, dispuesta a salir una hora después, cuando
termina todo el despelote. La gente, cuando nosotros ya nos
habíamos ido, levantaba las persianas y salía. Estaba todo
lleno de gases, de agua, y los caballos todavía andaban por la
vereda. Posiblemente, alguna persona ya con cierta formación
de izquierda, ya con cierta animadversión a los militares, con
cierta sensibilidad hacia no sé qué cosa social, percibía en
eso algo que nos favorecía. Pero la gran mayoría lo único
que pensaba era que había unos energúmenos que, día por
medio, salían a romper vidrios y que después, durante una
hora, estaban detrás de los autos que habían dado vuelta,
tirándoles cascotes a los milicos».

Ahora se ofrece una teoría que explica la utilidad de los enfrenta-


mientos con la policía, hechos que hoy siguen siendo fruto de un
interesante debate, y que en aquel momento —tras las moviliza-
ciones de 1968— se expresaba de la siguiente manera:

«Cada manifestación, cada enfrentamiento más violento


sirve para iluminar más el sistema que nos oprime, eleva el
número de los que comprenden que deben enfrentarse a él

nías más remedio que crear fuego y salir huyendo, o sino cómo lo
hacías. Tirábamos carteles publicitarios o neumáticos cortando la
calle y les prendíamos fuego».
6  Ya en 1968, varios luchadores sociales observaron aspectos negativos
en la elección de la principal avenida montevideana como escenario
de las manifestaciones y, a pesar de ello, siguieron haciéndose mayo-
ritariamente en ese lugar. «Si hubiera existido un mínimo de organi-
zación, no se habrían reiterado las manifestaciones por 18 de Julio,
un terreno indudablemente cómodo para la policía; en cambio, se
habría optado por una mayor dispersión de los grupos» (Bañales y
Jara, 1968, 100).
Formas de lucha |  181

totalmente y las razones por las que deben hacerlo. Esa es la


razón por la que nosotros reclamamos más lucha callejera
y cada vez de mayores proporciones. Una actitud de este
tipo genera, en primer lugar, aumento de los mecanismos
represivos, es decir, que acentúa la opresión del régimen sobre
todos y cada uno de los comprendidos en él. El sistema se
muestra cada vez más desembozadamente como lo que es
y crece el número de los que comprenden que nada tienen
que ver con él y, por lo tanto, deben luchar para destruirlo
y forjar, en su lugar, uno que realmente esté identificado
con ellos. Es por todas estas razones que rechazamos todo
lo que suponga una línea de diálogo, de coexistencia o
como quiera llamársele. Nos trampearíamos a nosotros
mismos, pactando con un sistema que consideramos que
debe desaparecer; esto lo repetimos, no se agota con el sólo
cambio de tal o cual línea política, la derogación de este o
aquel decreto, el levantamiento o persistencia de las medidas
de seguridad. En segundo lugar, la intensificación de la lucha
callejera, puede provocar el aumento de militantes a los que
se ofrece la oportunidad de expresar su rechazo al sistema,
de repudiar su opresión y —aunque ellos no lo sepan de
antemano— de comprender cabalmente la dimensión de
su repudio para actuar consecuentemente en el futuro».
(Bañales y Jara, 1968, 83).

A continuación se presentan algunas opiniones sobre los diversos


componentes que conformaban las movilizaciones que se desarro-
llaban en el centro de la ciudad.

«Las vidrieras del City Bank y las de la Banca Internacional


sí eran nuestras, pero otras, no —aclara Montero—. Que
vinieran grupos revienta–vidriera para lo que fuera no lo
niego. No éramos tan de romper vidrieras. El ochenta por
ciento las reventaban las mangueras de los bomberos. Los
bomberos te marcaban, así sabían quién había estado en la
manifestación y quién no».
182  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Sobre la quema de automóviles había quien se hacía responsable


de esos actos y otros que no, tan sólo reconocían haberlos movido
o volcado. En 1968, una parte importante del movimiento de pro-
testa culpó del incendio de coches a provocadores, interesados en
desprestigiar al movimiento y a agentes de paisano (civil). Otros en
cambio, sí reconocían e inclusive defendían esos actos, como única
defensa ante los cuerpos de choque de la policía y, en algún caso,
porque el lujo del coche indicaba que pertenecía a algún burgués.

«Con las discusiones internas que aún tenemos sobre el


concepto de propiedad privada7, le presento el primer
testimonio contrario a nuestra elección de ese recurso
[decía uno de los manifestantes más activos durante 1968].
En segundo lugar, nosotros no necesitábamos la antipatía,
sino todo lo contrario, y sabíamos que tales actitudes (como
ocurrió) nos enajenarían el favor de la población. Finalmente,
el empleo de automóviles para hacer barricadas requiere una
organización y entrenamiento para la lucha callejera que
nosotros no tenemos. La prueba es que ningún automóvil
sirvió para formar barricadas efectivas». (Bañales y Jara,
1968, 98–99).
«A veces en las manifestaciones de 18 de Julio hicimos
barbaridades y les prendíamos fuego —afirma Montero,
quien matiza—. Pero la quema de vehículos era selectiva.
Se usaban aquellos coches que eran insultantes, pero nos
pasamos».

Mucho más común y reivindicado era la quema de neumáticos para


cortar el tráfico y provocar disturbios, para que se notara más la

7  Con frases como esta uno puede captar el grado de racionalidad que
se le intentaba dar a cada uno de los actos y movilizaciones. A pesar
de que en cuanto a programa e ideas nuevas no se fuese tan fructí-
fero, fue una época cargada de raciocinio. En la que todo lo que se
hacía tenía que poder justificarse ideológica o políticamente en una
asamblea. Es de imaginar las horas adicionales de reunión, con citas
de Marx y referencias a Guevara, que podía haber si uno de los asis-
tentes había defendido la quema de los coches más lujosos.
Formas de lucha |  183

protesta cuando, por ejemplo, se ocupaba una fábrica. El corte de


calles con neumáticos en llamas u otros objetos era algo cotidiano.
También ardían símbolos de la opresión fabricados por los
propios luchadores sociales. Como aquella inmensa rata de car-
tón construida por estudiantes de arquitectura, que portaba el
característico sombrero del Tío Sam, que fue quemada frente a la
embajada de Estados Unidos.
Como armas y proyectiles arrojadizos contra la policía, se utiliza-
ban piedras y trozos de escombros o baldosas. Además de la onda
de mano confeccionada por los proletarios de FUNSA, se usaba la
honda simple con la que se lanzaban piedras, miguelitos, bulones o
cualquier trozo de acero. Los cócteles molotov se usaban más para
sabotajes y para cortar calles con fuego que para lanzarlos contra
las fuerzas represivas. El tipo que se usaba más era un envase de
vidrio, casi lleno de gasolina, tapado con un trapo que se encendía
poco antes de lanzarse. En el momento del impacto y rotura de la
botella, el fuego de la mecha prendía toda superficie mojada con
gasolina. También se confeccionaban otros cócteles molotov que no
precisaban ser encendidos para que explotaran sino que lo hacían
automáticamente al romperse. Entraban en contacto las gotas de
ácido sulfúrico y la gasolina, vertidas en el interior de la botella,
con el potasio que se impregnaba en un papel adhesivo —en el
que también se pegaba azúcar refinado— que se enganchaba en
el exterior del recipiente, poco antes de ser lanzado.
A nivel defensivo se usaron barricadas y en alguna ocasión,
pimienta para provocar el caos entre los caballos de la Guardia
Republicana e intentar detener a los perros, que también eran
apedreados. En las ocasiones que se llenó de barricadas una zona
en conflicto, la policía montada resultó ineficaz para reestablecer
el orden.
Cuando aparecían los lanzagases (agentes que tiraban gases lacri-
mógenos), lo que se hacía era formar una línea de manifestantes, a
unos cuarenta metros, que resistía tapándose boca y nariz con amo-
niaco o jugo de limón y tirando alguna piedra. Simultáneamente
aparecían grupos de los lados, entre unos y otros, y hostigaban a
los milicos todo lo que podían.
184  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Cuando no se podía más o el avance de la miliqueada era dema-


siado fuerte, se huía dispersándose en pequeños grupos. «Nos dimos
cuenta de que de esta manera reducíamos la ventaja de armamento
de los policías y, al separarlos en grupos más pequeños, teníamos
posibilidades de explotar más exitosamente nuestra superioridad
numérica». (Bañales y Jara, 1968, 98).
Juan Nigro en varias ocasiones formó parte de los grupos de
tres que formaba el MUSP y recuerda la consigna que se daba en
aquellos casos:

«O volvían los tres de la manifestación, o no volvía ninguno.


Si uno veía que un milico había agarrado a uno de los otros
dos compañeros, debía arriesgarse y ayudarlo a escapar. Por
lo tanto, si la manifestación se disolvía, se tenían que ir juntos
o buscarse rápidamente. Yo, a veces, iba con ellos porque
tenían un planteo y una seguridad que no ofrecía nadie. No
es que se gravitara en torno al MUSP, sino que en todas las
estructuras que se creaban había una tendencia a aceptar
las líneas del PC, FEUU y CNT. Los que se organizaban
afuera, en contra de eso, y buscaban mejores condiciones de
militancia, a veces, se organizaban al estilo de los MUSP».

En esa época en que las cámaras fotográficas tenían menos pre-


cisión y la policía no filmaba cada una de las manifestaciones, la
gente no se cubría la cara con pañuelos o pasamontañas. En algún
caso se usó el taparse, pero poco. En el accionar armado se dio
más. Los militantes, sobre todo los que eran legales, al realizar
ciertos operativos se disfrazaban. «Un día, para ir a apretar a un
reaccionario, me pusieron un bigote postizo, unos pómulos salidos
y lentes», recuerda uno de los entrevistados. También se cubrían
totalmente, a veces con una capucha, en reuniones ocasionales con
compañeros de la misma organización (o de otras) para preservar
la compartimentación.
A pesar de que en determinado momento los luchadores sociales
llegaron a tener en su poder numerosas armas de fuego, nunca
vieron propicio utilizarlas en manifestaciones o enfrentamientos
masivos con la policía —sólo una vez en el puente del pantanoso
Formas de lucha |  185

hubo un tiroteo entre manifestantes (obreros del Cerro) y policías—,


principalmente porque los grupos armados no consideraban al
policía o soldado raso tan enemigo como para matarlo.
También se huía de la lucha cuerpo a cuerpo con la policía
—aunque esto sí se repitió varias veces— por la equipación de los
agentes, que en definitiva podían usar su arma reglamentaría, pero
sobre todo porque a fin de cuentas, los milicos podían detener a
los manifestantes y éstos a ellos no.
«Sólo se anotaron excepciones a este temperamento en el caso
de ciertos grupos unidos por lazos ideológicos, que no vacilaron
en ayudar a compañeros lesionados, en trance de ser detenidos o,
simplemente, aislados abruptamente» (Bañales y Jara, 1968, 100).
Una de las excepciones a las que se refiere este testimonio fueron
los militantes del MUSP, que como se ha explicado, tenían una
estrategia concreta para acudir a las manifestaciones.

Expropiaciones

La expropiación es una de las formas más extendidas y antiguas de


rebelarse contra un sistema en el que el reparto de los bienes y de lo
que la naturaleza ofrece es escandalosamente desigual. De ahí que
sea preferible que en vez de robo, se utilice la palabra expropiación
o reapropiación, en el sentido de que los objetos apropiados son
los mismos que el obrero construyó pero que no le pertenecen.8
Según las fuerzas conjuntas:

«Entre el 13 de mayo de 1966 y el 24 de noviembre de 1973,


los sediciosos perpetraron 93 acciones en las que rapiñan por
valor de 10.245.584 dólares en efectivo, monto calculado de
acuerdo a la cotización del peso uruguayo en dicho período
[...]. No se consideran los robos de mercaderías y otros
efectos (armas, explosivos, material eléctrico, fotográfico,

8  Para profundizar más sobre esta cuestión puede leerse el artículo


titulado Tras el antifaz: la resistencia. El bandidaje social como respuesta
a la discriminación y la pobreza del nº 38 de la revista Ekintza Zuzena.
186  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

de impresiones, maquinarias, vehículos y útiles diversos»


(JCJ de las FFAA, 367).

Es sorprendente que no relacionen las reapropiaciones que efec-


tuaron los Comandos del Hambre y El Coordinador antes de 1966.
Que en varias ocasiones coparon un camión lleno de mercancías
—juguetes, radios o alimentos— y las repartieron en los barrios
de chabolas (cantegriles). Cuando la policía intervenía y llegaba
al cantegril se encontraba la carne en la parrilla y en los platos de
los felices proletarios, a quienes no resultaba nada fácil sacársela.
En Uruguay, durante el período de estudio, además de la ex-
propiaciones de los grupos con aparatos militares, hubo otras en
las que no se precisaron armas. Fueron necesarias para la lucha,
perseguían un fin político o fueron realizadas en venganza de una
acción represiva, como ocurrió tras el sepelio de Líber Arce. En
Montevideo, los saqueos masivos, si se compara con lo sucedido
en otras capitales latinoamericanas, fueron muy escasos.
Expropiaciones originales fueron las de los becarios: éstos, en más
de una ocasión y para reivindicar la construcción de un comedor
universitario y popular, no pagaron la cuenta de un restaurante.

«El movimiento becario —explica Roberto— no tenía una


definición política, no participaba como tal en las asambleas
ni proponían acciones concretas, pero hacían algunas
acciones individuales; recuerdo que iban a la cadena de
restaurantes La Pasiva, y dejaban unos bonos del movimiento
becario para que el gobierno pagara la comida».

Tanto los becarios como otros luchadores para realizar este tipo
de acciones acudían a locales de propiedad de algún burgués.
Casi siempre se intentaba no tomar nada de la clase trabajadora,
aunque en alguna ocasión se llegó a hacer. Durante un imprevisto
del plan Tatú, algunos tupamaros «han pasado un hambre atroz
mientras buscaban, en círculos, el campamento. En una carretera,
le han robado unos chorizos a unos obreros de Vialidad» (Blixen,
217). O el caso de la sustracción de gasolina de vehículos durante
la huelga general de 1973. Ante la escasez de combustible, se uti-
Formas de lucha |  187

lizaron cañitos para succionar nafta de los depósitos de los coches


estacionados. Este producto se almacenaba en recipientes para
poner en funcionamiento pequeñas motos y otros vehículos en
los que se desplazaban los enlaces del movimiento huelguístico.
También era común el «tomar prestado» cualquier coche para
las acciones de los grupos armados. Pero si pertenecía a un obrero
nunca se le robaba; se le devolvía una vez acabado el operativo. O,
por ejemplo, un grupo partía en el coche y dos miembros —«la
custodia»— se llevaban al dueño a caminar, simulando estar dando
un paseo. Después de pasar el tiempo estipulado, generalmente
corto, se le comunicaba el sitio en el que estaba el vehículo para
que lo recuperara. Hay que tener en cuenta que los diferentes «de-
lincuentes» que roban coches luego de realizar una acción dejan
el vehículo en cualquier lado, pero los tupamaros, por ejemplo,
como perseguían el apoyo popular, lo dejaban en un lugar preciso,
aunque eso pudiera complicar la operación.
Era importante dejar claro que los robos no eran para el bene-
ficio individual, sino para el mantenimiento de la organización o
para el apoyo a luchas concretas de la clase obrera. Tanto era así
que ni siquiera los «liberados», como suele llamar la policía a los
clandestinos mantenidos por la organización, disfrutaban de las
comodidades necesarias para operar. Era normal que viviesen de
manera rudimentaria, porque gran parte de los recursos se destinaba
a compra de armas, operativos y a la guerra informativa. Hubo
algunos casos de militantes que cuando participaban en un asalto
organizado por su grupo daban absolutamente todo el botín. En
cambio, si realizaban un robo por su cuenta las ganancias las desti-
naban a su subsistencia, casi siempre dificultada por la dedicación
a la militancia en detrimento del trabajo asalariado.9
Expropiar por la causa fue algo que siempre impresionó a mili-
cos y «delincuentes comunes». Los militares o bien no entendían
este fenómeno o no lo creían. No podían comprender las acciones
anónimas en las que se arriesgaba la vida sin buscar recompensa
económica o prestigio profesional. Ciertos sectores de las fuerzas
del orden sí entendieron ese altruismo y por eso algunos de ellos

9  Cuando realicé el trabajo de investigación en Uruguay, siempre que


188  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

llegaron a sentir una sensación rara hacia los detenidos, mezcla de


miedo, respeto, odio, compasión, admiración y rabia.
Plata y bienes personales eran constantemente puestos al servicio
de la organización. No sólo gracias a la cotización mensual que
se establecía en algunas organizaciones, sino que el dinero extra,
que a veces se recibía, se daba a la organización. Mis padres, por
ejemplo, que ni tan siquiera militaban formalmente en el MLN
pero que consideraron importante que esa organización tuviera
una imprenta, dieron una parte de la plata recibida por su boda
para ese fin. O como recuerda Garín: «Teníamos a gente que tra-
bajaba en el banco y daba más de la mitad de su salario para la
organización». En el MLN, sigue Garín:

«No había criterio establecido. El que era colaborador


prestaba el auto, prestaba la casa y el que estaba más integrado
daba de comer a los clandestinos, les daba la casa, pero eso
no estaba establecido.
—¿No había un porcentaje del salario?
—No».

El propio Fernando Garín recordaba que tras una acción fallida,


ya en Europa, él y Bidegain se encontraron sin contactos, con
dificultad para expropiar dinero o comida y alojados en una
pensión de mala muerte. Calentaban agua en el lavatorio con un
zoom —resistencia eléctrica— y la mezclaban con polvos de sopa
para cenar algo caliente. También explicó que se estuvieron ali-
mentando con comida para perros. Al escuchar esta historia, Juan

podía, antes de entrevistar y por tanto de conocer a algún luchador


social leía sobre él, su trayectoria, etc. Entonces, en ocasiones, me
enteraba de grandes expropiaciones efectuadas por dicho personaje
tiempo atrás. Y cuando llegaba a su casa y observaba que en aquella
modesta vivienda, en ocasiones, precaria, no había ni rastro de aque-
llos millones de dólares que había tenido en sus manos, no podía
dejar de sentir cierta admiración por la coherencia de esa persona.
También he de decir que algunos de los entrevistados, gracias a su
profesión y opción de vida, están lejos de vivir hoy en día de forma
pobre y más de uno lo hace con servicio doméstico.
Formas de lucha |  189

Nigro manifestó que esa era la actitud ejemplar que se pedía en la


organización tupamara y con la que él no estaba de acuerdo. En
el MLN todo el dinero expropiado estaba destinado a la organi-
zación a pesar de la posible miseria que pasaran sus militantes. El
siguiente testimonio es un ejemplo revelador: «Era una vida muy
rudimentaria —dice Yessie Macchi, refiriéndose a su pasado en los
cantones—; muy austera porque había muy poca plata, siempre
hubo muy poca plata, el cigarrillo estaba racionado, juntábamos
el tabaquito que había en el suelo de los puchos y lo volvíamos a
armar una y otra vez».
Nigro rubricó su posición con el ejemplo de los anarquistas
expropiadores, explicando que Durruti y Ascaso robaban bancos
únicamente para financiar las distintas publicaciones y la Librería
Internacional Anarquista de París y se mantenían con muy pocos re-
cursos. En cambio, Severino Di Giovanni vivía diferente: disfrutaba
de ciertos privilegios, porque se quedaba con una pequeña parte de
los botines para gastos cotidianos: alojamiento, comida, etcétera.
Incluso hay quien dice que es el autor del texto anónimo titulado
El derecho al ocio y a la expropiación individual. La práctica de este
revolucionario no impidió que fuera uno de los anarquistas que
más ayudó económicamente a la prensa obrera, a los compañeros
presos y a la financiación de fugas, como lo hizo en el caso de la
de Punta Carretas, la de la carbonería El buen trato.

Lucha armada

«Para nosotros, lo ideal sería llegar a desarmar a toda la


policía, dejar a los agentes en paz y utilizar sus armas
contra los verdaderos responsables de la situación»
Bañales y Jara, 1968, 100

Esta frase resume la voluntad y objetivos de aquellos luchadores


sociales que tomaron las armas antes y durante 1968. Después, con
los primeros asesinatos del régimen y la extensión de la tortura, mu-
chos quisieron vengarse o ajusticiar a algunos milicos protagonistas
de los crímenes. Si bien en 1968, y buena parte de 1969, los grupos
190  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

armados no tuvieron un gran protagonismo entre los luchadores


sociales, después —en 1970, 1971 y 1972— fueron muy activos
y sumamente relevantes en el enfrentamiento contra el régimen.
El accionar armado fue, sobre todo y por este orden, el de orga-
nizaciones como MLN, OPR-33, FARO, FRT y 22 de Diciembre
(Tupamaro). Apenas existieron pequeños grupos vinculados a los
anteriores que actuaron autónomamente, o, simplemente, com-
batientes que se armaron por su cuenta para defenderse de los
escuadrones de la muerte o por cualquier otro motivo.
Es preciso recordar la estrecha colaboración entre militantes
que no estaban armados con otros que sí lo estaban. Un ejemplo
fueron las constantes llamadas de los primeros, algunos de ellos
miembros de los CAT, dando falsas alarmas a la policía: «una
bomba aquí, un local allí, movimientos raros en tal lugar». De esta
forma se solapaba la tan deseada colaboración ciudadana pedida
por el gobierno que resultó ser un fracaso. Además se conseguía
crear cierto desgaste en el seno de los cuerpos represivos. «Cada vez
que se iba a atracar un banco se mandaba a la policía para todos
lados», recuerda Garín.

Violencia revolucionaria

«Nosotros no somos violentos, nosotros no queremos


la violencia, por eso somos anticapitalistas, porque
el régimen capitalista, es esencialmente violento, [...]
no somos nosotros quienes elegimos la violencia
sino ellos, los de arriba. Su régimen es violento, se
basa en la explotación, que es violencia. Defienden
el privilegio y el poder que gozan por la violencia
[...]. Esta revolución que querríamos que no fuese
violenta y que queremos que sea lo menos violenta
posible; hay que hacerla lo antes posible».
Gerardo Gatti, Compañero, 1972

Así como la acción directa no implica, necesariamente, el uso de la


violencia, la lucha armada sí, aspecto que provocó una profunda
polémica. Existían mil matices sobre el dónde, cómo y cuándo,
Formas de lucha |  191

pero había un cierto consenso en torno a la legitimidad de que los


oprimidos del mundo, quienes padecían violencia cotidianamente,
usaran algún tipo de violencia para cambiar su situación.
Se tenía claro —y así era explicado en panfletos, murgas y can-
ciones— que violencia, además de las piedras lanzadas contra la
policía, son los niños muriendo de hambre, las personas durmiendo
bajo la lluvia y, sobre todo, la forma de defensa del sistema cuando
se lo intenta derrocar o cuando, simplemente, necesita imponer
medidas antipopulares y de austeridad. Y no sólo se hablaba de
la violencia abierta y directa —guerra, hambre y tortura—, sino
también de la solapada y cotidiana.

«Este tipo de violencia caliente, brutal, que rompe los ojos, no


es el único por cierto. Más peligrosas, por menos visibles, son
las empresas solapadas de adiestramiento, de nivelación, de
“acondicionamiento” que, bajo las apariencias más amables y
poniendo hábilmente en juego ciertas motivaciones, tienden
a encerrar a las gentes en redes invisibles. El individuo
desprevenido, desconcertado por la complejidad de
situaciones, aplastado por las solicitaciones de que es objeto
y atacado simultáneamente en lo que tiene más bajo y de
más noble —tanto en su idealismo como en sus instintos—
no es otra cosa que un juguete pasivo, y tanto más objeto
de burla cuanto más libre se cree […]. En ello reside la más
inquietante de las amenazas del porvenir inmediato; contra
las manifestaciones abiertas de la violencia, la reacción se
impone por sí misma, pero la violencia asordinada se instala
con la connivencia de sus víctimas y no se la descubre más
que por las ventajas que aporta a quienes se sirven de ella».10

Se sabía, además, que el régimen utilizaría la violencia para prote-


gerse, aunque, tal vez, nadie imaginó que hubiera seres humanos
capaces de llevar a cabo grados de ensañamiento como los que se
alcanzaron en Uruguay y, sobre todo, en Argentina.

10  Fragmento del libro La violencia en el mundo actual, Desclée de


Brouwer, 1968, y citado en El Correo de la Unesco, abril de 1969, París.
192  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Algunos cuestionaban su uso en un país civilista y pacífico como


Uruguay, en el que veían posibilidades de cambios por otras vías.
Otros objetaban que en una coyuntura como la de fines de los
sesenta, con claro predominio a nivel de balance de fuerzas de los
defensores del sistema capitalista, no era el momento de tomar
las armas.
De todos modos había coincidencia, a diferencia de hoy en que
se imponen los discursos antiterroristas y de defensa de guerras
«humanitarias», en que violencia es tanto la oficial —legitimada
por el Estado— como la proletaria.
A diferencia de algunos políticos y medios de comunicación,
que pueden llegar a presentar como más violento la rotura de
escaparates que el bombardeo de una ciudad, se tenía claro que
siempre resultaba más agresivo atentar contra una vida humana,
sea cual sea, que contra un objeto o inmueble. De ahí que, aunque
las fuentes oficiales apunten lo contrario, los operativos con el fin
de ejecutar a enemigos fueran escasos. J. C. Mechoso asegura que
cuando algunos miembros de la OPR-33 fueron «a tirotear la casa
de un tipo que pesadeaba a los obreros e intentaba abusar de las
trabajadoras, sólo se trataba de una advertencia». Por eso, aunque
los periódicos de la época hablaron de intento de asesinato, ellos
dispararon apuntando al techo.
La FAU, organización en la que militaba Mechoso, se expresaba
en estos términos:

«El diálogo sin lucha como método gremial, el


parlamentarismo, la coexistencia pacífica entre las clases,
manifestaciones de la ideología burguesa dentro del
movimiento popular y de la izquierda, también van entrando
en crisis.
A partir de estas premisas, a la luz de una práctica militante
en todos los terrenos, se desarrollan los métodos adecuados
y se van forjando los instrumentos políticos para impulsar
la lucha revolucionaria en el Uruguay [...]. En el mismo
período, dando batalla contra la represión, librando múltiples
(acciones) del más diverso tipo, creciendo en medio de las
condiciones más difíciles, las organizaciones de combate
Formas de lucha |  193

demostraron la viabilidad de la lucha armada en el medio


urbano».11

Por su parte, los tupamaros, en la adhesión al Frente Amplio de


diciembre de 1970, declaraban:

«Y a la violencia del régimen, el pueblo respondió con su


violencia: la violencia de los estudiantes y los trabajadores
en sus movilizaciones de masas, en sus enfrentamientos
callejeros, en sus ocupaciones de fábricas, y la violencia del
aparato armado del MLN».

Y algunos militantes que habían pertenecido a la tendencia com-


bativa señalaban:

«Los “marxistas” pacifistas han aprovechado esto para


hacernos creer que el empleo de la violencia contra un
individuo “no es marxista”. En realidad ello no quiere
decir que el marxismo revolucionario renuncie al empleo
del terrorismo revolucionario, a la ejecución de prisioneros
de la contrarrevolución organizada, etc. Lo que sucede es
que aunque torturado y torturador, explotado y explotador,
oprimido y opresor, sean tanto uno como el otro ejecutantes
de una política que los sobrepasa, la única solución histórica
contra la explotación, la opresión y la tortura es la revolución
comunista con la inevitable ola de venganza, de terrorismo,
etc. En este sentido podemos decir que la única forma de
actuar del explotado (oprimido o torturado) en concordancia
con su ser histórico (el proletariado constituido en partido)
es la de actuar revolucionariamente, sin ningún complejo de
culpa (producto aún del humanismo burgués) al ejecutar a
todo agente de la contrarrevolución que se meta en el camino.
Pero en dicha ejecución, no se trata de “castigar culpables”
11  Fragmento de una Carta de la FAU del año 1970. La expresión «en
el mismo período» se refiere a 1968 y, sobre todo, a 1969 y primeros
meses de 1970. Citado del dossier: ¿Tiempo de lucha, tiempo de eleccio-
nes? Recopilado por la FAU. Texto nº 12, archivo del autor.
194  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

en el sentido burgués del término, pues en ese campo sería


muy difícil encontrar “no culpables” y el terrorismo perdería
su carácter revolucionario; sino simplemente afirmar el ser
del comunismo para lo cual, en la fase de desarrollo de la
dictadura del proletariado, el imponer el terror frente a
la contrarrevolución organizada es una cuestión histórica
ineludible, impuesta por la contrarrevolución misma». (Texto
nº 2, Archivo del autor).

Preparación y entrenamiento guerrillero

«La operación se ha estudiado y discutido mil veces.


Cada cual sabe su rol de memoria, lo repite ante otros
y a sí mismo, como gurí chico que va con un pedido
al almacén. Cuanto más lo repite y más lo piensa,
más nervioso se pone. Un fenómeno parecido al que
sufre quien tiene que ejecutar un penal que define
el partido sobre la hora. Es el inconveniente de las
operaciones militares en las que cada combatiente
sabe lo que va a pasar y lo que tiene que hacer. Por
eso no es tan irracional ir a un combate sin saberlo
con mucha anticipación limitándose a obedecer
órdenes: evita muchas horas de tensión. Otros, los que
saben, llevan la carga total de la responsabilidad»
Huidobro, 1994, Tomo III, 56

Una de las discusiones más recurrentes, en el seno de los grupos


armados, pretendía responder a la pregunta: ¿Es mejor en la gue-
rrilla urbana saber de antemano todos y cada uno de los detalles
y movimientos, o no? Sea como fuere, para participar en acciones
de este tipo, y antes de darse esta controversia, los actores tienen
que prepararse a fondo a nivel físico, técnico y mental. La lucha
armada requiere de un duro entrenamiento y un riguroso aprendi-
zaje sobre el uso de las armas y conocimientos de estrategia militar.
Diversas organizaciones elaboraron manuales para que sus
militantes ejercitaran saltos de zanjas, carreras, cuerpo a tierra,
escalada y desplazamientos por cuerdas horizontales —todo ello
Formas de lucha |  195

portando armas—, tiro con diversas armas de fuego, lanzamiento


de granadas y botellas llenas de gasolina.
En ocasiones, se daban indicaciones muy precisas sobre el man-
tenimiento, porte y uso de armamento.

«Después de cada disparo hecho con un arma semiautomática


o mecánica deberá soltar el disparador lo suficiente para que
ésta pueda engranar nuevamente el mecanismo disparador
[...]. Se ha notado una tendencia a sentir que el fierro “quema”
en la cintura, que hay que desprenderse rápidamente del
fierro, y no se ha valorado que en un apuro el único que nos
salva, hoy en día, es el fierro y no el verso». (Citado de un
manual tupamaro, JCJ de las FFAA, 423 y 596).

A los guerrilleros urbanos también se les daban consejos médicos y


recomendaciones para posibles salidas apresuradas del país. En un
documento interno de las FARO se avisaba: «Compañero guerri-
llero: la cédula de identidad y pasaporte deben estar actualizados;
libreta de conductor y moto al día, vacuna antitetánica y análisis
de sangre hecho». Estas advertencias salvaron a militantes de varios
problemas, sin embargo, pusieron en serios aprietos a otros. Las
fuerzas represivas lo primero que hacían, cuando detenían a un
posible integrante de una organización armada, era mirarle el an-
tebrazo u otras partes del cuerpo, para descubrir vacunas recientes.
Para mejorar el entrenamiento guerrillero se acondicionaron
lugares —que una vez preparados se denominaban cantones— para
prácticas militares: sabotajes, supervivencia, topografía, guerrilla
rural y urbana, tiro normal y de precisión (francotiradores). Para
esto último, en algunas estancias se hicieron polígonos bajo tierra
de hasta cien metros de longitud.
En 1966, 1967 y 1968 enseñaron a disparar algunos argentinos
vinculados a J. William Cook, como Joe Baxter.

«Y cubanos también vinieron —comenta Montero— y había


viajes a Cuba para entrenarse y todo lo demás. Yo estuve cerca
de zonas rurales y pude tirar, pero tiraba con una 22 y una
16 de doble caño. Tirabas con eso a las perdices. Fuera de
196  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

ese tipo de tiro no tirabas. ¿Por qué no salimos a tirar tiros


como quien va a cazar? Si en Uruguay nadie tenía licencia
de armas. Teniendo tanto campo hubiese sido mucho más
natural. Después haces un asadito para que parezca más
normal. En el destierro, en Cardona [Cataluña] tiré más
tiros que en toda la época anterior; salía con la gente de
allí, salíamos a cazar con el 45. Se hizo para algunos grupos,
pero la tendencia era formar cosas mucho más complejas.
Parece que teníamos una guerra de innovación con otros
movimientos revolucionarios del mundo. Eso sería un poco
la desviación universitaria [...]. A mucha gente la jodió el
sentimiento aquel de conspirador. Le sesgó la creatividad
y le complicó más la vida. Porque había una vecina que te
denunciaba, al meter todo eso en un berretín, o tenías todo
eso en tu casa y te pasaban cien personas en seis meses, y
¿cómo justificabas ese movimiento de gente en tu barrio?»

Fernando Castillo, que no pertenecía a la organización pero estaba


en contacto con los equipos de formación, recuerda: «El MLN
nos mandaba una muchacha con un librito, año 71, nos venía a
dar clases de armas. Se daban cosas surrealistas. ¿Cómo te van a
enseñar a tirar con un libro y sin un revólver?».
El peligro que podía significar tener, junto con publicaciones
«sediciosas», una pistola y sobre todo la escasez de armas de fuego
hizo que fenómenos como los señalados por este último testimonio
o el entreno con chumberas fueran muy corrientes.
Para tener más información de cómo se prepararon los militantes
para la lucha armada ver el apartado La “escuelita”, lucha armada
y prácticas anarquistas o consultar el libro Acción directa anarquista.
Una historia de la FAU, de Juan Carlos Mechoso.
Formas de lucha |  197

Armas de fuego

«Había muy pocas armas. Muchos militantes no sabían


ni disparar ni cargar. Murieron tipos por quedarse
sin cargadores. Hubo clandestinos que pasaron años
con las nueve balas del cargador y el revólver».
Juan Nigro

Debido a la escasez de revólveres se entrenaba con el denominado


«tiro seco». Consistía en aprender a afinar la puntería y saber quién
estaba capacitado para ello y quién no. Uno apuntaba, a través de
dos miras y avisaba: «ahí», y otro marcaba un punto. Se hacía tres
veces; si el triángulo formado por los tres puntos era muy grande,
significaba que no se había apuntado bien. También se hizo apun-
tando a una luz, movida por otro compañero.
Los siguientes fragmentos de las entrevistas a Montero y a Garín
tratan de las dificultades, limitaciones y poco armamento que
tuvieron los luchadores sociales para la empresa que muchos se
habían propuesto.

« —Faltaron armas. ¿Por eso se hacían planes para irlas a


buscar a otros lugares, como Argelia?
—Si no se sabía usar un talonario de cheques —contesta
Montero—. Llevaban el dinero en valijas. ¡Qué locura! No
sabían qué hacer con la plata.
—¿No sabían a quién comprarle armas?
—Ni a quién comprarle una casa para hacer un berretín. El
punto de vista gestión era un desastre.
—Pero al menos en los años sesenta, las acciones desde el
punto de vista operativo fueron espectaculares, además de
limpias. ¿Cómo explicar que en ese plano técnico fueran
tan buenos y en el aspecto militar no se supiera hacer una
granada ¿Era así o no?
—Exactamente así no, pero parecido. El tema es que montar
y trabajar con explosivos no es moco de pavo. Había que
hacerlo a nivel urbano. Trabajabas de mañana y tenías que
trabajar de nuevo de noche en la clandestinidad. Tenías que
198  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

hacer el berretín, ventilación, iluminación, mecanismo de


seguridad... Y mucha precisión. No es lo mismo el uso de una
lámpara que el uso de un elemento de precisión. Si la lámpara
cojea un poco, bueno. Pero si cojea el 30 % de las granadas
que se van a usar, los compañeros se juegan la vida. Pero
en realidad no había una voluntad de usar las granadas. Se
entendía que era peligroso usarlas en la ciudad. Por lo tanto
se fabricaban granadas para que no funcionaran. A veces, no
sé para qué se fabricaban las cosas. Había una incongruencia.
Y eso te lo digo ahora de veterano, como autocrítica al aparato
armado, a su concepción. Nosotros hacíamos hostigamiento
no resistencia. Nosotros atacábamos, ¡qué coño, eso no es
resistir! Lo único era cuando te detenían que tenías que
aguantar la picana hasta que ese comando se tomara los olivos
y se fuera. Podíamos resistir el contrahostigamiento, pero
cuando dejábamos de atacar a los milicos, [los compañeros]
quedaban en babia. Como la inmensa mayoría era legal,
no sabía a dónde carajo ir. No había un foco. Había que
tener instrumentos adecuados al tipo de hostigamiento que
se estaba haciendo. Si se estaban realizando operaciones
limpias no podés ir con granadas en la mano. Es absurdo.
Una granada no la controla nadie».
«El 90 % de los revólveres eran Colt y Smith and Wesson
—informa Garín repasando algunas de las armas que
utilizaban—[…]. Los Chifs era mandar a gente a la ruina
porque no le pegabas de lejos, la Colt 45 sí era buena;
[también se usaban] las metralletas Riot, USI PM 38, esa de
los alemanes con un tambor; los fusiles M1, la M16 de los
americanos en Vietnam”.

Para saber qué armas utilizaron los tupamaros, a partir del asalto al
cuartel de la Marina, se detallan el tipo y el volumen de las mismas:
«Ciento noventa Springfield; ciento veinte Garard M–1 (fusiles pesa-
dos de gran poder de fuego y alcance); cincuenta pistolas 45; ciento
ochenta revólveres 38 largo, caño corto sin uso; dos ametralladoras
de pie (Trípode); seis fusiles R–15; dos metralletas Reissing, calibre
45; noventa granadas de demolición; ciento treinta granadas gas y
Formas de lucha |  199

humo; setenta mil proyectiles de armas largas y cortas (la mayoría,


unas sesenta mil, de las primeras). Completan la carga, equipos
de radio, portátiles y fijos, máscaras antigás, equipos y otros im-
plementos de buceo, palas y un pico articuladas, más las armas de
coleccionistas que el gobierno “internó” para resguardarlas de los
sediciosos, que venían expropiándolas casa por casa. Quedaron el
cuartel y los marineros, menos uno que pasó a la clandestinidad».
(Actas Tupamaras, 1982, 233).

«La bazuca la hacíamos nosotros —sigue Garín—. Había


fábricas. A partir de un tubo de acero o fierro de esos de
agua y un detonador, todo manual. Muy arcaico para hacer
una guerra.
—¿Qué atacaron con la bazuca?
—Alguna furgoneta o comisaría».

Garín cuenta que cuando probaron la bazuca, un tupamaro disparó


contra un vehículo militar; el proyectil atravesó el cristal y le cayó
al conductor entre sus temblorosas piernas. La recogió rápidamente
y la tiró por la ventana. «El milico quedó loco y al otro, a partir de
entonces, lo llamábamos El Bazuca».
Otra anécdota narrada por Garín sucedió cuando, después de la
toma de Pando, fueron a probar las granadas al monte. Tiraron un
par y algunos vieron que aquello no funcionaba. Otros decidieron
probarla contra una vaca, que murió en el acto al impactarle el
proyectil al lado. Uno de los que aseguraba que las granadas no
podían matar a nadie lanzó una cerca suyo y comprobó que no
pasaba nada. «¿Y la vaca?» «Murió del susto», aclara Garín, quien
señala: «Teníamos dos mil granadas de demolición y tiramos una».
Aunque los grupos armados de Uruguay comprobaron el fun-
cionamiento de algunas de sus armas en el monte, sufrieron las
mismas limitaciones que todos los grupos de guerrilla urbana: la
imposibilidad de entrenamiento militar. Por eso los tupamaros
tuvieron mucha más fuerza en la época que utilizaron sus pisto-
las para amedrentar que en la del combate armado. Algunos se
encontraron en pleno enfrentamiento teniendo que disparar con
un arma que nunca habían probado. Por ejemplo, uno de ellos,
200  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

que desconocía la sensibilidad de la metralleta que llevaba, en un


momento crucial apretó el gatillo y vació el cargador, quedándose
sin balas frente al enemigo.
Tras estos relatos, que muestran la ya conocida precariedad de
ciertos tipos de armas del MLN, se consultó a Garín.

—Si, por ejemplo, gran parte de los militantes del 26 de


Marzo u otros sectores le hubiesen pedido armas, decenas
de miles, ¿se las podrían haber suministrado?
—No.
—¿No sabían cómo traerlas de otros países?
—Sí, pero en el fondo creíamos que las armas había que
tomarlas del enemigo.
—¿Cómo? ¿Asaltando los cuarteles, como en julio de 1936
en Barcelona?
—Sí. O que algunos patriotas dieran las armas. Con trabajo
político.

Por su parte Blixen explica que, ante la falta de mercado negro


armamentístico, llegaron a pagar a soldados a cambio de alguna
metralleta o pistola que robaban en el cuartel, pero asegura que
eso apenas se hizo y que nunca pudieron comprar un cargamen-
to. Entonces pensaron en autoabastecerse y por ello, además de
confeccionar bazucas y proyectiles, inventaron una metralleta
para fabricarse en clandestinidad. Lo sorprendente del caso no
es que los tupamaros, entre los que había ingenieros y torneros
especializados, pretendieran fabricar armas en serie, sino que los
planos de esta metralleta se elaboraran en la cárcel. Hay que aclarar
que desde que se hicieron los planos hasta que se fabricó pasaron
muchos meses, tantos que cuando ya estaba hecho el producto, el
MLN ya estaba derrotado militarmente.

«Lo único que no se podía construir era la herramienta con la


cual íbamos a hacer las estrías del caño para que la bala girara
sobre si misma y saliera en línea recta —señala Blixen—.
Requería un material para perforar el acero o sea que tenía
que ser más duro que él. Cuando nosotros salimos [de Punta
Formas de lucha |  201

Carretas] con esos planos, los mandamos para Cuba que a


su vez mandaron a la Unión Soviética. Se llama La tupita y
está en el museo de la Revolución en Cuba».

La idea de autoabastecerse militarmente siguió estando presente


en algunos sectores del MLN hasta muchos años más tarde. En
Donde el faro ilumina. Vida y lucha de Rafael Cárdenas se explica un
hecho ocurrido en 1982:

«Dos tupamaros afincados en el Estado español, buscando la


coherencia revolucionaria, uniendo la teoría a la práctica y
observando que la dictadura militar se prolongaba en Uruguay
y que la injusticia social no cesaba por más socialdemocracia
europea que hubiera en el poder, decidieron fabricar un
arma de fuego. Elaboraron un croquis de la estructura del
artefacto y confeccionaron una metralleta artesanal. Después,
se dirigieron a un lugar oculto en la sierra y dispararon hasta
vaciar el cargador. Comprobado el funcionamiento y visto
que tenía una buena dirección, escondieron el arma por si
llegaba el caso en que pudiera ser útil. Con el devenir de los
acontecimientos no vieron esa posibilidad ni en Uruguay
ni en, prácticamente, ningún otro lugar. A mediados de la
década de los noventa, uno de ellos, a través de un amigo,
ofreció los planos de su metralleta a los zapatistas, pero no
mostraron interés, así que decidió destruir todo el material».

Rosencof como limitación de la actividad guerrillera uruguaya


no apunta tanto a la escasez de armas sino a la falta de militantes
que supieran utilizarlas y apunta además el factor más importante
de dicha causa:

«Influyó también el hecho de que en este país no existiera


servicio militar obligatorio. Desde el punto de vista militar,
cuando hablábamos de columnas o de aparato armado,
hablábamos de algo muy débil, aparentemente muy
poderoso pero en la práctica muy disminuido. Por ejemplo,
cuando expropiamos los ciento setenta fusiles, la Marina
202  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

y el Ejército se alertaron pensando qué íbamos a hacer


con ellos. Y no sabíamos qué hacer. Es decir, no teníamos
hombres preparados para manejarlos. Muchos de esos fusiles
terminaron en Bolivia, en la guerrilla de Chato Peredo, así
como los aparatos de comunicación. Por otra parte no había
espacio para un adiestramiento». (Clara Aldrighi, 114).

Propaganda armada

Para explicar en qué consistió esta forma de lucha se narra una


acción llevada a cabo por las FARO, denominada operación Zeta
y situada dentro del plan Ñandú. Consistió en el copamiento
del Cine Plaza en un momento de máxima asistencia, tres mil
quinientas personas.
Antes de esa acción, a las nueve de la noche del 24 de mayo de
1970, se allana la sede de AFUTE, el sindicato amarillo de UTE,
donde se establece el centro de operaciones para el copamiento
del cine y en el que se incauta documentación que, según aquellos
combatientes, cuando se hiciera pública «sería de sumo provecho
para la creencia revolucionaria de los trabajadores de UTE».12
Instantes después, llegan al lugar los «guerrilleros» —que se
distinguen por los brazaletes que llevan en el antebrazo— y los
«conductores» —dos de ellos con coches requisados— y, junto con
algunos colaboradores —que ya se encuentran entre el público del
Plaza—, toman el cine.
En el edificio de espectáculos, diseminados por las tres plantas,
hay en total treinta miembros de las FARO. Unos expropian la
recaudación del día y otros intentan llevar a cabo otro de los
objetivos de la operación: arengar al público mediante una cinta
grabada, aclarando visualmente los conceptos políticos.13 Un fallo
12  Comunicado interno nº 24 de las FARO, escrito en Montevideo el
1º de junio de 1970 (texto nº 1, archivo del autor), explica el operati-
vo y detalla el material incautado: ficheros, carnés de talones de aso-
ciados, planillas de cobro, correspondencia del secretariado, carpetas
con nombres de renunciantes de AFUTE.
13  La proclama no emitida hablaba de aspectos como la situación de
los países denominados subdesarrollados, el problema de la vivienda,
Formas de lucha |  203

en la información recogida, para tomar el centro de proyección,


imposibilita el pase de las cintas audiovisuales, por lo que se con-
creta la propaganda armada con el plan de recambio: la volanteada.
Se distribuye un panfleto titulado Luchar ahora.

«Frente al cierre parcial o definitivo, por parte del gobierno


fascista y dictatorial, de los medios de expresión, como los
diarios Época, Democracia, De Frente, Ya y los semanarios El
Sol, El Oriental y Marcha.
Frente al avance represivo de un gobierno que traiciona a los
intereses populares, tratando de monopolizar la información,
alienar y desinformar.
Frente a la campaña de calumnias a profesores y estudiantes
de secundaria y la universidad, verdaderos ejemplos de
justificadas protestas y rebeldías.
Los comandos “Indalecio Olivera”, “Arturo Recalde” “Hugo
de los Santos” y “Mario Robaina Méndez”, de las Fuerzas
Armadas Revolucionarias “Orientales”, se hacen responsables
de la toma del cine Plaza, para explicar y educar el poder
revolucionario en nuevos intentos revolucionarios de
comunicación y de lucha.
Y al decir del Che, es necesario “llevar la guerra a donde
el enemigo la lleve, a su casa, a sus lugares de diversión,
hacerla total”.
¡América o muerte!
Fuerzas Armadas Revolucionarias “Orientales”».

el éxodo de jóvenes al extranjero y empezaba de la siguiente manera:


«¡Atención, atención! Esta sala se encuentra tomada por un coman-
do revolucionario de las FAR “Orientales”. Nadie debe levantarse de
su asiento y advertimos a los funcionarios policiales que se encuen-
tren que no intenten resistencia. Hay más de cincuenta guerrilleros
en los diferentes pisos. En caso de no acatar la orden serán responsa-
bles del daño que se pueda ocasionar a los espectadores. Repetimos.
A continuación se proyectará una serie de documentos explicativos
de la situación nacional de la profunda crisis, con la única, real y
posible (solución): la lucha armada.» (Texto nº 1)
204  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

De forma sorpresiva, entran cuatro policías pero son reducidos


por los guerrilleros, que tras vitorear algunas consignas, realizan
una retirada escalonada, la mitad a pie y el resto en coches. En el
comunicado nº 24 de las FARO, el operativo se consideró un éxito
político y económico y una «demostración de poder y audacia que
sólo las organizaciones revolucionarias tienen». Como puntos
negativos se enumeró el fallo de observación, que imposibilitó
la proyección de la arenga y el hecho de que, en la retirada, dos
combatientes fueran olvidados en la sala. Aunque se aclaró que la
«serenidad y la suerte» los devolvieron a la lucha. Se especificó que
esos errores se debieron a que era la primera operación coordinada
en comandos, en la que cada uno de ellos se encargaba de aspectos
que sólo los principales responsables conocían.

Cárcel del pueblo

«Vivía en clandestinidad, una noche fui al barrio y


ahí me encontré con el viejo Boadas14 que me dice:
—La estáis cagando.
—¿Por qué? —le pregunto.
—Por eso de los secuestros. No se puede privar a nadie
de la libertad. Al enemigo o se lo ejecuta o se lo deja».
J. C. Mechoso

La creación de las cárceles revolucionarias o del pueblo suscitó otra


de las polémicas en el ámbito militante. Estaban quienes consi-
deraban injustificado el sufrimiento producido a un ser humano,
inclusive enemigo. Y afirmaban que el encierro, la indefensión,
la aplicación de una inyección para dormir, la incertidumbre, la
separación de sus seres queridos y la amenaza de muerte si no cola-
boraba, eran una tortura psicológica. Otros, en cambio, opinaban
que, si en una guerra en la que uno de los dos bandos utilizaba los
secuestros, los rehenes y las cárceles para vencer, el otro también lo
podía hacer. Pero matizando que el trato debía ser, dentro de las
14  Boadas Rivas fue el anarquista catalán, compañero de Durruti, que
participó junto a Moretti en el asalto al cambio Messina y que estuvo
casi veintidós años preso en Punta Carretas.
Formas de lucha |  205

posibilidades, lo más correcto posible. El humanismo profesado


por los revolucionarios y lo importante que era para ellos tener en
su poder a un líder destacado del régimen facilitó ese buen trato
exigido por los comandos.

«Teníamos un americano, Fly, y a este tipo le dábamos jamón


porque tenía que estar bien tratado —recuerda Garín—. El
tipo que le daba el jamón cortaba el borde (viste que tiene
grasa), y como no teníamos ni qué comer, porque estábamos
aislados por diversas situaciones, comíamos los bordes esos
con pan y galletitas».

En algunos casos, en los calabozos de la guerrilla, la comprensión


del conflicto social que se vivía y el humanismo se manifestó tanto
entre los captores como entre los secuestrados:

«El flaco —escribió el secuestrado Jackson—, para quien yo


representaba todo lo que el movimiento odiaba, al despedirse
puso repentinamente la mano en mi jaula y me explicó
que deseaba despedirse. Fue el último de mis carceleros
que se permitió ese tranquilizador gesto de humanidad.
Se lo devolví recomendándole muy especialmente que se
cuidara, que procurara que no lo alcanzara un tiro y que
volviera de algún modo a la vida normal, que se casara y que
tuviera hijos porque tendrían un buen padre en él [...]. La
joven pareja tupamara que, terminado su turno, volvieron a
ponerse las capuchas y entraron nuevamente, extendieron sus
manos entre las rejas y quisieron estrechar la mía: “siempre
andará con nosotros, embajador”, fueron las palabras de la
muchacha. Con todo mi corazón les digo lo mismo, a ella
y a su joven acompañante, donde quiera que estén» (Caula
y Silva, 85).

Quienes defendían la toma de rehenes, aclaraban que no se debía


vejar ni torturar nunca a un secuestrado. Y, según las fuentes
consultadas y a pesar de que varios detenidos eran reconocidos
torturadores, así fue, nunca se torturó a ninguno de los secuestrados.
206  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Entre los luchadores sociales —en esto hay unanimidad— no se


tolera ni se acepta, bajo ninguna circunstancia, torturar al enemigo.15
Sin embargo, y es normal, algún secuestrado habló de malos tratos
y las fuerzas conjuntas de torturas. Pero los famosos interrogatorios
a «los prisioneros del pueblo» iban en otro sentido, y éstos hablaron
por distintos motivos, entre los que podemos señalar el miedo o el
no contar con la suficiente motivación para ocultar datos que com-
prometieran a sus colegas. Bardesio, por ejemplo dio un montón
de información porque mientras él estaba detenido el escuadrón
de la muerte mató a un tupamaro. Hecho que, en el diálogo de
la guerra chica, significa la más que probable ejecución del rehén.
Entonces éste, ya fuera por venganza a sus correligionarios —que
actuaron sabiendo que eso significaba la muerte— o por miedo real
a ser ejecutado, aportó los detalles necesarios para desenmascarar
a varios de los integrantes de los escuadrones.
Como ventajas, quienes —como el MLN y la OPR-33— llevaron
a cabo operativos de secuestros apuntaban:

«Con ellos en poder de la guerrilla se garantiza la integridad


física de los revolucionarios prisioneros y cierta mesura en los
procedimientos de la represión. Se crea en ella una tremenda
dispersión destinada a cuidar a cada uno de sus personajes
en sus domicilios y en la calle. Se obliga al enemigo a hacer
un enorme esfuerzo constante para buscar a los personajes
prisioneros de la guerrilla [...]. Las prisiones revolucionarias
(que puede ser una de las formas de ejercer represalias) han
demostrado en la práctica ser una de las formas más eficaces
de trastornar los planes del régimen. Más eficaces que otras
usadas clásicamente como el hostigamiento». (Anónimo,
Actas tupamaras, 1982, 16, 17)

15  Sólo uno de los testimonios, torturado en numerosas ocasiones, ma-


nifiesta: «Me parece jodidísimo torturar a alguien, y sólo defendería
esta medida en un caso tan extremo como el siguiente. Imaginate
que están torturando terriblemente a varios compañeros pero no se
sabe dónde y tenemos preso a un enemigo que sí lo sabe, bueno a
ese hay que hacerlo hablar, como sea, para salvar rápidamente a los
otros».
Formas de lucha |  207

Los berretines donde escondían a los «chanchos», como se denomi-


naba a los secuestrados, eran los lugares más buscados por la policía.
Cada vez que había rapto, sobre todo si era de una autoridad de
otro país y había presión internacional, el gobierno se desesperaba,
ordenaba «peinar» todo Montevideo o directamente decretaba el
Estado de Sitio. Pero hasta 1972, cuando debido a las delaciones se
descubre la cárcel del pueblo más importante, las fuerzas represivas
no pudieron encontrar a ningún secuestrado. Aunque, en más de
una ocasión, estuvieron a punto de hacerlo.

«Más de cincuenta policías entraron como malón en una


fábrica de detergentes y jabones en la avenida Lezica, donde
trabajaba un obrero que acababa de ser detenido. Los policías
revisaron minuciosamente la Química Colón, golpearon,
buscaron huecos, extensiones eléctricas, derivados de agua
corriente y finalmente se fueron, convencidos de que no
había nada, que la fábrica de detergentes estaba limpia,
como correspondía. Si el ministro hubiera sabido que allí,
en la Química Colón, debajo del duchero de baño, estaba
la mayor cárcel del pueblo; si hubiera sabido que durante el
allanamiento los policías le estaba pisando las cabezas, por
así decirlo, a dos secuestrados». (Blixen, 218)
208  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Alcantarillado

«Puede acceder un revolucionario, pero no un


mercenario y un soldado... Es decir en un caño de
cincuenta centímetros de diámetro, entre aguas servidas,
orinas y excrementos, no puede trabajar un hombre
a sueldo de la represión, pero sí un tupamaro, un
revolucionario... Se trata de dos morales diferentes, de
dos actitudes humanas que no pueden compararse».16

Es oportuno mencionar el uso político–militar de las cloacas,


porque la guerrilla urbana siempre las ha tenido como vías de
acción y repliegue. En el caso uruguayo, el alcantarillado no fue
utilizado en demasiadas oportunidades pero sirvió para que se
fugaran de la cárcel hombres y mujeres. Lo que produjo que se
viera recompensado, en alguna medida, el esfuerzo sobrehumano
del conocimiento de la red cloacal montevideana. Había grupos
del MLN especializados en esa tarea que conocían casi todo Mon-
tevideo a partir del alcantarillado y podían ir de un local a otro
por él. Robaron todos los planos originales de las cloacas. Los
berretines más grandes y la cárcel del pueblo tenían salida hacia
ellas. Pero cuando esto fue conocido por los militares, dejó de
utilizarse porque bajaban por dos esquinas y cerraban a quienes
estuvieran en medio.
Dos tupamaras fugadas rememoran su paso por las vías subte-
rráneas. «No recuerdo ni miedo ni sensación de asfixia. Las ganas
de la libertad nos llevaban en andas»; «no sé si las cloacas son
limpias o sucias, o si es que en una situación límite uno no ve
nada, las paredes eran negras y viscosas, por momentos, íbamos
agarradas de ellas». (Graciela Jorge, 143, 121). En este operativo,
en el que treinta y ocho luchadoras sociales se evadieron de la
cárcel, estaban contemplados caminos alternativos, a tomar ante
cualquier complicación.

16  Equivocado o no, éste era el pensamiento tupamaro, y no «la porfia-


da vocación de sus integrantes por las cloacas», como escribió la JCJ
de las FFAA en su libro La subversión, 10.
Formas de lucha |  209

Durante la denominada «guerra de los siete meses», que desde


abril de 1972 hasta octubre enfrentó al MLN y las fuerzas arma-
das, la red cloacal sirvió de refugio y, en más de una ocasión, fue
escenario de tiroteos.

«Nos fuimos por la cloaca —recuerda Mujica—, nos


persiguieron y estuvimos casi dos días adentro, al final
salimos cerca de la rambla, por donde estaba “Kibón”, pero
estuvimos escondidos en las propias cloacas casi hasta el otro
día de noche. Hubo un tiroteo y la compañera de Amodio
(Alicia Rey), que había tenido un accidente en una motoneta
y todavía estaba convaleciente, decidió entregarse. Le gritó
a los milicos desde el caño en el cual estábamos escondidos
y se entregó. Los otros compañeros me siguieron a mí,
menudearon los tiros, hirieron a otra compañera de modo
relativamente superficial y finalmente logramos zafar. Nos
quedamos escondidos hasta el otro día en un caño chico
porque nos dimos cuenta que los milicos tenían un miedo
bárbaro de entrar. Destapamos una bocatormenta por la
calle Scosería, salimos, a la primera camioneta que pasó, la
apretamos y nos fuimos al local en el cual estaba funcionando
el Ejecutivo». (Campodónico, 115).
210  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Medidas de seguridad

«Que en caso de percatarse de ser seguido, hay que obrar


con naturalidad y aun en el intento de despiste, hay
que tratar de que el seguidor no se dé cuenta de que fue
descubierto. En caso de no poder burlar el seguimiento
no hay que concurrir a lugares comprometidos. Es
preferible dejar de hacer un contacto y dirigirse a
cualquier sitio intrascendente como un comercio».17

Las medidas de seguridad eran de suma importancia en las agrupa-


ciones clandestinas y se tenía la conciencia de que al descuidarlas,
no sólo peligraba la integridad personal, sino también la del resto
de los miembros del grupo.
Como se observa en el apartado «Clandestinidad», la compar-
timentación consistía en la ocultación de señas de identidad de
los integrantes de la misma agrupación para que, en el caso de
ser torturado, no se aportasen elementos identificatorios. De ahí
que establecieran criterios de seguridad incluso en los ámbitos de
lucha legales.

«Los domicilios no pueden ser conocidos por nadie que esté


en la militancia. Debe ser erradicada la costumbre de dar
direcciones a todo el mundo. Un amigo de hoy puede ser un
compañero mañana. Debe evitarse que los vecinos olfateen
alguna actividad política. De ser conocida una actividad
política anterior, hay que tratar de difundir el rumor de que
fue abandonada». (JCJ de las FFAA, 418).

Rafael Cárdenas recuerda que cuando los llevaban a hacer un


curso de algo, como por ejemplo manejo de armas, los traslada-
ban compartimentados y que otro miembro de la organización,
que no conocía, lo llevaba en un coche, en el que tenía prohibido

17  JCJ de las FFAA, 418. Consejos como este se encontraban en los
manuales que los militantes tenían para la seguridad y autodefensa.
Formas de lucha |  211

mirar para fuera, dando vueltas de desorientación antes de llegar


al destino.18

«Nosotros la compartimentación y la seguridad la tomamos


con mucha seriedad —manifiesta Cárdenas—, pero no todos
los tomaron así, me di cuenta por anécdotas y desgracias.
Había gente que conocía mucho, aunque hacían ver que
no, sabían quién había estado allí, cuándo... Nosotros no,
porque pensamos que el sistema de compartimentación
era inseparable de la lucha armada clandestina, sobre todo
urbana, y que había que mantenerlo por una cuestión de
seguridad mínima. Nosotros cuando caímos fue porque
nos cantaron».

La base de aquellas prácticas era la confianza y el interés general en


conocer lo menos posible para que si los torturaban, preguntándo-
les el lugar en cuestión, no tuvieran la disyuntiva de si soportar el
dolor o dar la información. Si no se tenía respuestas a las preguntas
la tortura era, psicológicamente, más soportable y se evitaba la
posibilidad de delación.

«Existe la tendencia generalizada a preguntar y/o contar


“cosas de la militancia” a compañeros y amigos allegados. La
experiencia indica que tal actitud es negativa... La noticia
innecesaria con “encargo de exclusivo secreto” corre de
unos a otros hasta llegar muchas veces a oídos del enemigo.
Cuando el militante pregunta por curiosidad... se está
cargando de información que en caso de que sea detenido
y sometido a presiones por parte de la represión, lo hacen
más inseguro (cuanto más elementos se tienen que ocultar
en un interrogatorio, psicológicamente se es más vulnerable».
(J. C. Mechoso, 76).
18  «En una ocasión —cuenta Cárdenas, a modo de anécdota— tras
aparcar el coche, pasamos a un ascensor y cuando llegamos me pre-
guntan: “¿Sabes dónde estamos?” “Sí”, contesté. Tenía un amigo que
vivía en el mismo edificio. Una casualidad, mala suerte. No sé qué
habrán hecho después, si cambiaron de lugar o no».
212  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Este consejo pertenece a un manual de la FAU sobre medidas de


seguridad. Es parte del apartado Discreción del capítulo Seguri-
dad Personal. Los otros apartados eran: Puntualidad, en el que se
aconsejaba no esperar más de quince minutos en caso de que el
contacto se retrasara; Compartimentación, en el que se establecía la
necesidad y la rigurosidad de esta práctica; Seudónimos, en el que
se daba la posibilidad de tomar tantos apelativos como actividades
se desarrollaban en distintos niveles de la organización y en el
que se aconsejaba no juntar a compañeros que usaban el nombre
verdadero con los que no lo conocían; Tenencia de documentos,
papeles, impresos, etcétera, en el que instaba a deshacerse de todo
papel comprometedor que no fuera a usarse para no convertirse en
un archivo ambulante, en un prontuario del movimiento; Cambio
de vida, en el que se insistía en hacer lo más discreto posible la
inserción en las actividades clandestinas, es decir no modificar
demasiado la forma de vida y relación con la gente del pasado;
Uso del teléfono, en el que se aconsejaba el uso de lenguaje en clave
y en el que se exigía que algunos de los elementos para darse una
cita estuvieran fijados previamente; Desplazamientos, donde se
establecían ciertos criterios para intentar evitar ser seguido como:
el uso del transporte colectivo, la modificación de recorridos y,
en caso de usar un coche particular para transportar objetos o
compañeros, el estacionar a una distancia prudencial del destino;
Lugares de apoyo, en el que se recomendaba tener sitios seguros
donde esconderse en caso de peligro.
La compartimentación en algunos aspectos fue limitada. Por
ejemplo, cuando una célula recibía una visita esporádica de un
militante que, por ejemplo, les enseñaba a disparar, no se usaban
capuchas ni se escondían los rostros, lo que facilitó el reconoci-
miento de integrantes por fotografías.
Las organizaciones clandestinas que adoptaban medidas de
seguridad como la compartimentación no eran únicamente las
armadas. Nora y Roberto explican que la estructura del PS du-
rante los años que funcionó ilegalmente era semiclandestino o,
directamente, clandestino, dependiendo las épocas. Los militantes
estaban compartimentados y usaban «nombres de guerra» y se
llegaron a hacer congresos con delegados elegidos en reuniones
Formas de lucha |  213

de grupos muy reducidos. Uno de ellos tuvo lugar en una casa en


un balneario. Los asistentes llegaron en diferentes autocares y una
vez allí se dividieron entre los delegados y los que daban cobertura
al encuentro. Los primeros pasaron todo el día encerrados, con las
persianas bajas, discutiendo y tomando resoluciones; los segundos
hacían la vida en el exterior de la casa para que los vecinos vieran
a un grupo de personas que había ido a pasar el día haciendo un
asado y jugando al truco.
En 1971 debido a la celebración de elecciones, el PS fue legalizado
pero, en algunos aspectos y como precaución de lo que pudiera
pasar, mantuvo un funcionamiento clandestino. Por ejemplo,
Nora recuerda que «de los que formaban parte del núcleo más del
Partido, era muy pocos los que te lo decían. Podías estar militando
con ellos y no saber» qué cargo ocupaban.
Volviendo a los grupos armados, uno de los consejos constantes
que se comunicaban era el tener una coartada cuando se fuera a
participar en un operativo. Sobre qué recomendaciones daban a
los clandestinos ante una posible detención, se dialogó con Garín.

—¿Cuando hacías las operaciones o transitabas por la vía


pública llevabas la pistola?
—Siempre. Armado hasta los dientes. [Hasta con] una granada.
Evitábamos andar en auto por las pinzas, andábamos a pie
o autobús. En auto sólo si era necesario por las operaciones.
A pie era lo más seguro.
—¿Y llevabas pasaporte o cédula, o ni te hiciste?
—No, en la Columna del Sur, preguntaban a cada clandestino
“¿que elegís tú, revolver o carta de identidad?”. Porque se dio
un momento que había gente que caía en una pinza con
carta de identidad y estaban armados y no podían hacer nada.
Entonces te dieron a elegir. O bien la carta de identidad sin
revolver, y entonces después decían los diarios: “Tipo cayó
en una pinza y no estaba armado”, o bien revolver y nada
de carta de identidad; o sea que si te paraban tenías que
tirar. Y para el más buscado esa era la mejor opción y para
la organización también y no lo que pasó con uno de los
dirigentes que cayó en una pinza armado hasta los dientes
214  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

y con una carta de identidad. Y no se resistió ni nada. El


tipo que va armado si cuando ve la pinza ya empieza a tirar
tiene muchas opciones de escapar. Pero si tiene la carta de
identidad piensa “capaz que paso”. Y una vez que estás ahí
con las metralletas. […] Es cuestión de mentalidad.

Clandestinidad

A la clandestinidad se podía pasar por la ilegalización de la agru-


pación en la que se militaba, de forma fortuita, por una delación
o por ser descubierto «con las manos en la masa». Cuando un
miembro de la misma organización era detenido, empezaba para
sus contactos el dilema, «¿cantará o no cantará, paso o no a la
clandestinidad?». Si eran de los militantes denominados legales,
no clandestinos, muchas veces optaban por abandonar su casa
durante unos días para ver qué pasaba. Si la policía lo iba a buscar
y estaba muy implicado en una organización ilegal seguramente
decidía esconderse. En el caso de que alguien ya estuviera en busca
y captura y un compañero de grupo o célula caía preso, lo que solía
hacerse era abandonar el berretín. Para ello, a los detenidos se les
pedía que aguantaran un tiempo, uno o dos días, las torturas de
los interrogatorios. Tras ese plazo, si alguien no soportaba más y
descubría el lugar donde habían estado escondidos sus compañeros
se perdía un local y parte de la infraestructura, pero no significaba
su inmediata captura.
Otra manera de pasar a la clandestinidad ocurría tras organizar
—o colaborar en— una operación desde dentro de la institución
donde se trabajaba y contra la que se iba a actuar. En caso de
quedar «quemado», esa persona devenía un fugitivo de la ley. Eso
fue lo que le pasó, por ejemplo, a Lucía Topolanski, empleada de
la financiera Monty.
El pase a la clandestinidad significaba, por descontado, un cam-
bio de imagen. Fernando Garín se tiñó el cabello de rubio, otros
portaban pelucas, vestían distinto a como lo hacían habitualmente
y, en ocasiones, también se retocaban pómulos y perilla o se cam-
biaban de nariz, la operación más característica. Muchas de esas
Formas de lucha |  215

intervenciones quirúrgicas se realizaron en Chile. Habría pocos


modelos pues todos los clandestinos acababan con narices parecidas.
Sendic, tras la fuga del Abuso, se operó en territorio uruguayo.

«En una chacra donde le fue sustituida su nariz anodina, ni


muy grande ni muy chica, ni muy gorda ni muy flaca, por
la naricita respingada que, cirugía mediante, pasó a ser algo
así como la marca en el orillo de varios clandestinos que
pretendieron cambiar su aspecto».

Álvaro Gascue, en un documento inédito, (texto nº 6 del archivo


del autor) explicó algunas de las razones que impulsaron a una
parte de la militancia a la actividad clandestina.

«Para muchos jóvenes militantes los actos del Che y


su intransigencia ética se convirtieron en un poderoso
paradigma y la ilegalización de los grupos [como los del
Acuerdo Época] en su bautismo en el accionar clandestino.
Otra forma de vivir la militancia en una organización ilegal
era la semiclandestinidad».

Pedro Montero recuerda que en 1968 era «de los llamados “legales”,
es decir sigo con toda la vida pública, familiar, laboral y sindical, y
por las noches me dedico a armar el aparato armado de los tupas.
Dormía entre tres y cuatro horas».19 El caso de este luchador social,
el tener una vida y militancia pública y, también, una actividad
clandestina, es similar a todos aquellos que sin ser considerados
clandestinos, por no estar requeridos por la justicia, luchaban
escondiéndose de ella y tomando ciertas medidas de seguridad.

«En aquella época tenía la costumbre de no preguntar


nada —recuerda Montero—. No teníamos ningún papel.
19  Había diferentes formas de vivir la semiclandestinidad. Fernando
Castillo recuerda el caso de un militante del 26 de Marzo cuyo pase
a la clandestinidad consistió, únicamente, en frecuentar menos el
comité de base en el que participaba, en sacarse los lentes, peinarse
con gomina hacia atrás. vestir con traje y cambiarse el nombre.
216  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Y si pasaba por alguna parte no me acordaba ni de dónde


había estado ni con quién había hablado ni con quién
había estado. Después me vine a enterar de quién eran
fulano y mengano y de algunos otros me había olvidado
hasta del alias [...]. La clandestinidad funcionó en las
personas que fuimos disciplinadas. Quienes no quisimos
saber qué personas estaban alrededor nuestro y quienes
nos llamábamos realmente con los nombres de guerra no
tuvimos problemas de compartimentarnos con otra gente.
Pero yo fui descompartimentado por mi propio grupo, una
columna de servicio que pertenecía a servicios militares y
que se descompartimentó con sanidad porque había unos
boludos nuestros que venían del grupo libertario de medicina,
y como buenos despelotados, se juntaban con toda sanidad
que eran libertarios. Caí en desgracia [preso] en el 71 por
la descompartimentación grave con sanidad.
—Ustedes no iban a las manifestaciones ¿no?
—Sí, los tupas íbamos todos. Iba hasta la dirección del MLN
clandestina».

El clandestino puede tener muchas sensaciones, como la incerti-


dumbre que mencionaban los entrevistados anteriormente. Mujica
cuenta otro de los sentimientos frecuentes. «La soledad del revo-
lucionario es algo que golpetea mucho sobre todo en los tipos de
organización clandestina de acción urbana porque está compuesta
de muchas horas muertas». Chela Fontora comenta por su parte:
«La vida de clandestina la viví muy dura. Yo vine del interior. La
inseguridad por desconocer la ciudad».
La descompartimentación, algo esencial en los grupos clandes-
tinos, supuso anécdotas de todo tipo. Curiosas fueron aquellas en
que conocidos y amigos de todos los días en la vida legal pública,
y que por supuesto escondían su militancia clandestina, en un
momento dado se encontraban y se sorprendían militando en la
misma organización.

«Los vecinos, la familia, los amigos, sabían más o menos quién


era tupamaro, por qué había desaparecido de la universidad,
Formas de lucha |  217

la fábrica o las plantaciones de caña —recuerda Garín—.


Entonces no se aseguraba pero se presumía. No se hablaba,
el tipo volvía cada seis meses a su lugar de origen, a ver a
la familia. La familia seguía una comunicación por carta.
Lo de los hijos era un problema. Algunos veían a sus hijos,
pero otros, por problemas de seguridad, no. La mayoría, yo
mismo, no quería ver a la familia por si los seguían».

En un documento interno del MLN acerca de medidas de seguridad


y compartimentación se podía leer:

«Cada caso hay que resolverlo de acuerdo a las circunstancias.


Por regla general, los familiares deben ignorar absolutamente
las actividades del militante. Pero como es imposible
justificar satisfactoriamente las actividades con coartadas
no siempre suficientes, es importante realizar un trabajo
político, tendiente a lograr una ubicación favorable entre los
familiares. Esto es de suma importancia cuando se trata de la
esposa del compañero. Las esposas terminan por darse cuenta
que el compañero está en “algo”. Es necesario, pues, cuando
llegue el caso, reconocer una actividad sin decir dónde ni con
quién, ni dejar traslucir en lo más mínimo referencia alguna.
La esposa debe acostumbrarse a no preguntar ni querer
saber. En caso de que un familiar sea también militante debe
procederse con él como con los demás. En la militancia no
hay parientes ni amigos, sino compañeros».

Por su parte Viglietti, además de homenajear a las clandestinas


con su canción Muchacha —«Caminante que borra sus pasos, yo
no la olvido, la que no dijo nada»— en La canción de Pablo imagi-
naba el sentimiento de una mujer cuando era interrogada sobre
el paradero de su compañero prófugo:

«Compañera,
vendrán a preguntar otra vez,
si me han visto, si le escribo,
si usted sabe adónde fue su marido.
218  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

(Usted los mira a los ojos,


con ternura va pensando:
Pablo es un hombre que sabe
que la vida está cambiando,
los compañeros lo llevan
hacia el alba caminando.
Y si le ponen cadenas
irán otros brazos por libertad.)»

Con respecto al aislamiento y la dureza del estar perseguido y


escondido fue especial el caso de, al menos, una combatiente que
tuvo que parir clandestinamente, en un berretín. Pues no siempre
tenían posibilidad de acudir a uno de los hospitales clandestinos
o ir al Hospital Clínicas, sin el conocimiento de las autoridades, y
ser ayudada por luchadores sociales que trabajaban allí.
Para que la clandestinidad funcionara tenían que respetarse a
raja tabla una serie de medidas como que cada militante supiera
lo menos posible sobre la vida privada del otro y sus datos perso-
nales. Se trataba de que ante un posible interrogatorio policial el
detenido más que por resistencia no hablara porque realmente no
sabía, ni el verdadero nombre del responsable de la célula, ni su
dirección ni en qué trabajaba. Interesaba también que cada mili-
tante conociera, físicamente, a la menor cantidad de compañeros
posibles. No se presentaban unos a otros si no era para hacer un
trabajo común y sin previa autorización de los comandos o res-
ponsables. A la aplicación de todas estas medidas se le denominaba
compartimentación.
A través del testimonio de María Barhoum se puede conocer
en qué consistía la lucha clandestina, la compartimentación y las
esenciales medidas de seguridad, en un grupo armado, en este caso
la OPR-33, la organización en la que ella militaba.
Esta combatiente primero aclara que para trabajar en la clan-
destinidad, los reflejos, los cinco sentidos, siempre tienen que
estar en marcha y, más aún, durante la aplicación de medidas de
seguridad extraordinarias y luego recuerda las reuniones en la
playa y la plaza Virgilio:
Formas de lucha |  219

«Agarrábamos lugares cuando no había nadie, o durante el


verano en la playa, nos sentábamos, más o menos cerca, y
charlábamos entre todos, [...] a veces llevábamos niños y,
mientras jugaban, hablábamos. Era algo muy “natural” por
aquel entonces. O, entre un hombre y una mujer, te abrazabas
y te tocabas la cara, como novios, mientras hablabas. En el
ómnibus, decíamos “tal parada”, uno entraba y otro salía, y
nos decíamos alguna cosa o nos pasábamos algún papelito.
Otras veces uno se sentaba delante y otro atrás.
[Esas costumbres], con las Medidas [Prontas de Seguridad]
no cambiaban, eso sí, el riesgo era mayor [...].
La OPR-33 estaba altamente compartimentada. Éramos
células muy chiquitas, con una compartimentación férrea
[...]. Los fundadores se conocían todos, pero a medida que
entraban compañeros se iba compartimentando. Al final,
cada compa que entraba sólo conocía a una persona de su
grupo. La vida fue muy dura ahí».

María Barhoum era una militante legal, tenía una doble vida, de
noche conspiraba y por el día, en su barrio, era una señora casada:

«Me levantaba a las dos de la mañana y me iba a trabajar al


interior, daba clase dos días y medio seguido, volvía y sabía
que tenía que ir al local y salir a hacer algo. Ya estábamos
preparados para ese cambio. A veces pensabas “ah, tengo
que ir” como cansada, “¿saldré de esta o no saldré?”. Después
de veinticuatro horas normal, a veces, era agotador. Las
acciones las preparábamos varios días antes. Había que mirar,
confrontar, discutir por allá».

Poco a poco, a esta mujer, como muchas otras, le fue imposible


ocultar, en su vida pública, su rechazo al régimen. Así que en sus
«dos vidas» pasó a estar comprometida con el cambio social. La
cara visible era su simpatía por la ROE y la cara oculta su actividad
en la OPR-33. «Unos días practicaba una militancia legal fuera
de Montevideo y, en Montevideo, funcionaba dentro del aparato
armado o la acción directa, como solíamos decir».
220  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Pero en determinadas épocas, sus compañeros le aconsejaban


no participar en ninguna de las movilizaciones públicas contra el
régimen. En ocasiones, se consideraba más positivo no levantar
ningún tipo de sospecha ni mostrar su decantación por un bando
u otro. Por ejemplo, los dirigentes de su grupo político le prohi-
bieron asistir a la manifestación y el sepelio de Líber Arce pero
ella igual fue un rato. «No podía dejar de ir —insiste aún hoy—.
Luego los compañeros me preguntaron si había ido y contesté:
“No, acaté el acuerdo”».

Barhoum cuenta que, en aquella época, si se cruzaba con otro mili-


tante, de su organización u otra agrupación clandestina, ninguno
de los dos se paraba a saludar.
La siguiente anécdota refleja en qué podía consistir su actividad
y qué peligros le acarreaba. María Barhoum está realizando un
trabajo de investigación —servicio— para el aparato armado de
la OPR-33 —en Bulevar Artigas y Palmar—, una «chanchita» de la
Metropolitana la detiene por sospechosa. La llevan hasta la seccional
diez. «Acá no tengo escape» piensa, porque llevaba muchas notas
encima, necesarias para un operativo futuro. Pero le quedaba una
escapatoria antes de ser registrada, usar los algodones y la tinta roja.

—¿Qué estaba haciendo usted en aquella esquina? —la


interroga el policía.
—Esperando a mi novio para ir a un mueblé (hotel) —
contesta ella antes de recibir unos cuantos golpes y una fría
advertencia:
—La vamos a interrogar.
—Disculpe, estoy menstruando, tengo que ir al baño —le
dice ella poniendo cara de circunstancia y con un gran
miedo interno.
El agente duda, pero ella insiste:
—Es urgente.
—Pero ¿no me había dicho que estaba esperando a su novio?
¿Cómo se va a ir a un mueble si está menstruando?
—Bueno, hay otros agujeros —le suelta ella con mucho
desparpajo.
Formas de lucha |  221

—¡Degenerada! —El milico le vuelve a pegar y haciendo


muestras de indignación la acompaña al servicio pero le
ordena que deje la puerta medio abierta.

La mujer tira sus notas, todas las pruebas contra ella, por el wáter.
Está salvada.
El agente la mete en un coche y la traslada custodiada por tres
más. Ella va atrás en medio de dos de los policías. En un momento
el copiloto la interroga: —¿Cómo era ese tal novio que tenés?
Ella nerviosa empieza a hacer una descripción que coincide con
la fisionomía del guardia que efectuó la pregunta. Cuando éste se
da cuenta del hecho, los policías que la custodiaban la golpean,
con sus bayonetas, en los riñones. Se dirigen a la Jefatura de San
José y Yi y la fichan. Cuando entra en los calabozos escucha Cielito
de los tupamaros y otras canciones del estilo que le cantaban los
otros detenidos, que ella no podía ver, para comunicarle que no
estaba sola y mostrarle su apoyo. Horas más tarde, ya de madru-
gada y tras una dura interrogación —con patadas y piñazos «nada
más»— la sueltan. Deambula hasta la parada de los autocares que
parten hacia el interior del país. Los choferes, que ya la conocen
por la frecuencia de sus viajes, cuando la ven llegar le preguntan:

—¿Qué hacés a esta hora por acá?


—Voy a viajar —contesta ella.
—Pero..., estás muy pálida —señala el conductor mientras
abre las puertas para que los pasajeros suban al vehículo.
—Sí, ya sé.
—¿Te están siguiendo? —le pregunta uno de ellos con cierta
complicidad.
—Sí.
Apenas suben al autobús semivacío le dicen:
—Che, no hay ningún tira (policía) —afirma el conductor
que añade–. ¿Dónde te vas a bajar?

María, que había declarado que tras salir de la comisaría se iría a


su casa del interior, piensa que si no la siguen puede ir a ver a los
compañeros al local. Entonces contesta: —En el Prado.
222  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Meses más tarde, se enteró de que aquellos trabajadores del trans-


porte habían caído acusados de pertenecer al MLN. Muchos años
después, cuando volvió de su exilio, los encontró de casualidad y
fueron a tomar un café y a contarse los avatares pasados.
La organización de las medidas de seguridad, en el MLN, esta-
ba a cargo del responsable de la célula y el Comité Ejecutivo era
quien decidía qué cosas se compartimentaban y el encargado de
escribir consejos como el de no dar ninguna información a los
compañeros de célula, más allá de la imprescindible para poder
coordinarse y actuar.

«Incluso el organismo supremo, no conoce más que una


mínima parte de la organización, entendiendo por tal cosa,
nombres, domicilio, ubicación de locales, etc [...]. En suma
se procura que nadie pueda proporcionar al enemigo, aún
en las peores circunstancias, datos de carácter decisivo. Esto
es válido tanto para un compañero aislado o un organismo
íntegro, de base, o aun de dirección.» (JCJ de las FFAA)

En la mayoría de las organizaciones clandestinas, la comparti-


mentación no llegaba al extremo de hablar con una cortina por
medio ni de ponerse capuchas en las reuniones. La «escuelita» de
la OPR-33 fue una de las excepciones. Las fuerzas del orden, que
conocían estos detalles, enseñaban fotos de presuntos colaboradores.
A un dirigente de un comando le podían mostrar hasta doscientas.
Si los militantes de base fueron «ocultos» para la gran mayoría
de la organización, mucho más sucedía con los dirigentes, que
fueron «invisibles». Por eso Fernando Garín se sorprendió tanto
en el lance que cuenta seguidamente.

«Un día, Wassen, que estaba en la dirección, me lleva a un


local, y cuál es mi sorpresa, veo a todo el Ejecutivo.
—¿Y ahora? —le pregunta Fernando a su compañero
consciente de lo delicado de la situación— ¿Cómo haces esto?
—Si vos cantás —manifiesta el dirigente—, la revolución
no existe».
Formas de lucha |  223

Yessie Macchi, por su parte, cuenta un día en un cantón rural de


la guerrilla.

«Nos levantábamos de madrugada. Siempre había alguien que


se levantaba antes porque le tocaba, rotativamente, ordeñar
las vacas [...]. Teníamos una hora de gimnasia y después nos
sentábamos todos a desayunar juntos y tomar mate. Las tareas
estaban distribuidas; durante el día trabajábamos mucho, a
unos les tocaba plantar, a otros quinchar y a otros cuidar
de los chanchos y gallinas [...]. Teníamos algunas cosas
plantadas para la subsistencia y una mula para ir a buscar
agua, porque ahí no había agua. De tardecita empezábamos
con los ejercicios militares o los que fuera [...]. Cuando
llegaba la noche, ahí en el fogón, charlábamos, discutíamos,
desde temas políticos hasta temas personales, problemas
de convivencia que se dieran ahí e inquietudes de algún
compañero\a. O sea, la vida era muy rica, muy comunitaria.
Normalmente éramos grupos muy unidos, [por] el hecho
de compartirlo todo juntos».

Para un clandestino que no vivía en un cantón militar, la vida


era muy diferente. Mario Rossi Garretano, por aquel entonces
dirigente de las FARO, residía en una casa solidaria en la que
nadie, a excepción de los caseros, podía saber que allí se ocultaba
un jefe guerrillero.
Por la mañana Rossi salía, escondido en el maletero del coche
del hogar, y lo llevaban hasta un lugar desde el que partía para
realizar su actividad militante, que consistía en participar de ope-
raciones y establecer diferentes contactos. Por la noche tenía una
o varias reuniones. Tras ellas, le introducían en la casa, otra vez
de forma oculta, aunque al ser de noche, le bastaba con estirarse
en el suelo del vehículo.
Llama la atención la forma que tenía de pasar, día tras día, des-
apercibido en la vía pública.

«Me desplazaba con documentación falsa y mimetizado —


cuenta Rossi—. A veces, de empleado bancario, otras veces
224  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

de overol como obrero, según el barrio al cual debía acudir.


No iba armado, salvo los días de las acciones. Prefería una
documentación y una buena caracterización, así pasé muchos
controles policiales».

Fugas de prisiones

Entre 1968 y 1973, hubieron evasiones masivas, tan espectacula-


res como eficientes.También hubo algunas individuales, como
fue, entre otras, la de Alberto Cecilio Mechoso, conocido como
el negro Pocho. Las que dieron más que hablar fueron la del 8
de marzo de 1970, cuando se evaden trece mujeres; la de abril de
1972 en la que se escapan quince tupamaros y diez «presos comu-
nes» por un túnel —realizado de la red cloacal hacia el hospital
de la cárcel— y sobre todo, las del 30 de julio de 1971, en la que
se fugaron treinta y ocho presas y la del 6 de setiembre de 1971,
denominada El Abuso, en la que recobraron la libertad más de
cien reclusos. El hecho de que de estas cuatro evasiones, tres se
consiguieran mediante galerías subterráneas, provocó que la nueva
cárcel de alta seguridad (el penal de Libertad) fuera un edificio
sobreelevado con un basamento compuesto por columnas y alejado
de cualquier centro urbano.
Antes de narrar las fugas es importante recordar que hasta la
completa militarización del país y, sobre todo, de 1968 a 1972, en
el ámbito de los luchadores sociales hubo una fuerte discusión. Por
un lado, estaban los que negaban la existencia de presos políticos
o decían que sólo debían llamarse de esa manera a los sindicalis-
tas y militantes de partidos legales detenidos en aplicación de las
medidas prontas de seguridad o en la intervención castrense de
una empresa en conflicto. Para éstos, combatientes como el fugado
Alberto Mechoso, eran meros terroristas. Por otro lado, estaba la
tendencia combativa y los tupamaros que veían como preso político
a todo aquel que había sido apresado por enfrentarse al régimen,
incluyendo a quienes habían empuñado las armas contra él.
Formas de lucha |  225

«Al respecto, la consigna de los sectores más conscientes


del proletariado que expresaba esto20 era la de “liberar a los
presos por luchar”. Contra ello, jugando con la ignorancia
de sectores menos conscientes del proletariado, el capital,
intentó diferenciar los “presos buenos” de los “presos malos”,
los que no son culpables, los sindicalistas, de los delincuentes.
Los principales grupos políticos que llevaron esta política
adelante fueron las estructuras controladas por el PC (CNT,
FEUU, CESU, El Popular, FIDEL), o grupos que nunca
rompieron completamente con el stalinismo como los GAU,
o los distintos grupos de trotskistas y en general, el Frente
Amplio. Como en tantas otras oportunidades se le negaba el
carácter de “políticos” a miles de presos y se los aislaba en base
a la defensa de los presos “gremiales”, “sindicales”. De esta
manera la represión contra todos los sectores de vanguardia
del proletariado, se cubría con los derechos democráticos y
el Terror de Estado seguía desangrando al proletariado, hasta
que pudiese barrerlo de la escena histórica».

Para ilustrar el ingenio y la desesperación de algunas personas ence-


rradas se detallan algunas fugas. La primera fuga de presas, llamada
Julia por ellas y Operación Paloma por el resto del MLN, ocurrió
en «la Casa del Señor», en medio de la misa. Llama la atención la
astucia del plan, pero sobre todo la sencillez y la facilidad con las
que lo llevaron a cabo. Es notorio que en 1970 la represión no era
tan dura y efectiva como dos años después, cuando una evasión de
esas características no se podría haber logrado porque las puertas
de salida no estaban tan al alcance de la población reclusa.

20  En referencia al siguiente párrafo «En efecto, el secreto de la cues-


tión de los presos, en un momento en el cual los aparatos represivos
actúan muy selectivamente, buscando a los agitadores, a los que rea-
lizan acciones violentas, a los que difunden consignas correctas, a los
que propagandean cómo se hace una molotov o cualquier otro tipo
de arma casera, es el de la lucha y la solidaridad con los presos que
cayeron porque son culpables de luchar, de atacar al Estado». Texto
nº 2. Archivo del autor.
226  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Se invitó a todas las presas políticas a participar en el proyecto,


pero algunas, como las de la ROE, declinaron la invitación porque
les quedaba poco tiempo de condena. Resulta curioso que algunas
reuniones para organizar la huida debido a la estricta vigilancia
se hicieron entre tres mujeres sentadas alrededor de una mesa y
varias, debajo de ella, tapadas por el extenso mantel.
El 8 de marzo, día de la mujer trabajadora, un comando tupamaro
inició el plan de apoyo, desarmando a los guardias por donde iban
a salir sus compañeras y conduciendo una «ambulancia» hasta allí.
Las reclusas debían sortear las dificultades para abrir la reja que las
separaba del espacio habilitado para el resto de la población. Una
vez pasado este obstáculo debían correr hacia la salida donde les
esperaban sus compañeros.

«—¿Pero, adónde van?


—A llevar flores a la Virgen, hermana.
“Apuramos el paso hasta llegar al patio de la Virgen, la que
llevaba el ramito lo arrojó frente a ella y comenzó la carrera
hacia la puerta. Entramos en el ala de atrás del altar y la
iglesia se llenó del sonido de nuestros pasos. El piso estaba
resbaloso”.
Un tropel de pasos retumbó atrás del altar rompiendo
pésames y credos, y apareció una tromba que removía los
cimientos y elevaba los techos, bajo la mirada espantada de
la monja que prendía los cirios y que levantó los brazos en
un gesto de desesperación.
Trece palomas corrían —¿volaban?— hacia el cielo de la
puerta abierta, frente a las pétreas figuras empotradas en
las paredes y sentadas en los bancos. Afuera esperaba el sol
deslumbrante del verano. La ambulancia estaba en marcha,
Espronceda al volante.
“Nos tiramos, diría que nos zambullimos, unas sobre otras.”»
(Graciela Jorge, Historia de 13 palomas y 38 estrellas).

Uno de los principales objetivos del MLN en su accionar, durante


el período 1968–1973, fue la liberación de sus integrantes encarce-
lados. Ante el frustrado intento de canje de tupamaros presos por
Formas de lucha |  227

autoridades secuestradas, Dan Mitrione entre otros, la organización


elaboró, como principal plan, dos fugas que permitiesen salir de
la cárcel e incorporarse a la lucha en la calle a un buen número
de tupamaros y tupamaras.
Tanto para la evasión del penal de hombres como para el de
mujeres se contemplaron varias posibilidades y en ambos casos se
acordó que lo mejor era que fueran fugas subterráneas.
La mayoría de las prisioneras acusadas de pertenencia a asociación
ilícita y de conspirar contra la Constitución estaban encerradas en
el Cabildo de la calle Miguelete y Acevedo Díaz. Tras hacer un
estudio del tamaño y la dirección de las cloacas de la zona se aprobó
la idoneidad de su uso. A unas diez calles de la cárcel, casualmente,
la organización poseía una casa vacía con un cartel en venta, que
justificaba la entrada y salida de «posibles compradores» y de ma-
terial de construcción. También tenía un patio que posibilitaba
la entrada de un pequeño camión con los excavadores del túnel
dentro y en el que se pretendía salieran las presas.
El relato de esta evasión fue posible gracias al testimonio de
Yessie Macchi y a la lectura del libro de Graciela Jorge Historia de
13 palomas y 38 estrellas. Como en el caso de la citada obra, aquí
aparecen únicamente los nombres verdaderos de los tupamaros que
posteriormente, en 1972, fueron asesinados por militares y policías.
El 25 de julio de 1971, una vez finalizado el túnel que comuni-
caba la red cloacal con el suelo de la cárcel, se ofreció la opción de
evadirse o cumplir la pena a todas las presas que hasta entonces
y en su práctica totalidad desconocían el plan. A pesar del temor
al fracaso, la mayoría de ellas, unas cuarenta, decidieron evadirse.
Maruja, el sobrenombre de una de las presas, también decidió
fugarse pero no pudo. Debido a una dificultad de última hora se
retrasó un día el operativo. Por eso el 29 de julio, Maruja, cuando
le dijeron que suavizaban su detención llevándola a la Escuela
Carlos Nery, lloró. Sus compañeras, en cambio, para disimular
«cantaron de alegría», acto que sorprendió a uno de los guardias
que dijo: «pobres desgraciadas, van a estar toda la vida adentro y
todavía están contentas». (Graciela Jorge, 994, 136).
228  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Tras vivir días de gran tensión, de alegría simulada, de sincro-


nización de relojes y de pruebas con golpes a uno y otro lado del
suelo, llegó el momento esperado.
A las nueve y cuarto de la noche del día 30 de julio, con ayuda
de un gato hidráulico dos tupamaros perforaban el final del túnel.
Al otro lado, las dos presas con más experiencia militar y las encar-
gadas de cerrar la inminente columna de prófugas notaban como
se quebraba el mosaico del suelo y, tras sentir un intenso olor a
humedad, veían aparecer a Juan Fachinelli y otro de sus compañe-
ros totalmente grises por el polvo y con una luz de minería en la
frente. Nadie pronunció palabra. Ellas tomaron los dos revólveres
que les dieron sus compañeros y regresaron con las demás internas.
Esperaron hasta la última visita de las funcionarias, en la que daban
medicamentos. Pasadas las once de la noche se reunieron treinta
y ocho presas, todas tupamaras menos algunas que pertenecían a
las Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales, a la Organiza-
ción Popular Revolucionaria 33 y al 22 de Diciembre–Tupamaro.
Colocaron muñecos en sus camas y se escurrieron por el túnel. El
orden de salida se hizo siguiendo factores humanos, como penas
más largas, de salud y políticos, importancia en la organización.
Las que sufrían asma, claustrofobia o de la columna, iban entre
quienes pudieran ayudarlas en caso de surgir problemas.
Al final del estrecho túnel, Gabriel Schroeder Orozco las ayudó
a salir y encabezó uno de los tres grupos que se formaron. Las
mujeres se desplazaban con las manos libres y con un gorro o un
pañuelo en la cabeza, pantalones, un cinturón del que colgaba
un pañuelo blanco en la parte trasera para que sirviera de guía,
zapatos con cordones para no perderlos y caramelos para comer
en caso de mareos o sensación de vómito.
Para que las cloacas no se convirtieran en una ratonera en caso de
ser descubiertos, los tupamaros habían bloqueado todas las entradas
de la zona. Con alambre de acero ataron las tapas más cercanas
para que no pudieran abrirse desde la calle, y en las más lejanas
colocaron latas que simulaban ser explosivos. También habían
abandonado prendas de ropa en direcciones opuestas a la salida.
Las fugadas, arrastrándose por las galerías subterráneas y esqui-
vando las ratas, llegaron hasta el final del túnel. Allí las esperaban
Formas de lucha |  229

Aurelio Fernández Peña, responsable del grupo de acción que


cubría la casa, y dos miembros de la dirección. Tras abrazarlas
les enseñaron la fila de mocasines con números del 35 al 39, los
cortavientos o chubasqueros, las pelucas, la ropa, las armas y los
sobres con instrucciones y dinero. Inmediatamente se amontona-
ron ocultas en la caja del camión y salieron de la casa seguidas de
un coche escolta.
Tras la espectacular fuga de prisioneras, el «cambiazo» de Bide-
gain por Bidegain21 y el descubrimiento de planos detallados de
Punta Carretas, aumentó la vigilancia tanto dentro de la cárcel
para hombres como en sus inmediaciones, y los reclusos fueron
sancionados severamente. La situación en el penal se volvió muy
tensa, pero a pesar de ello los presos seguían con la intención de
escaparse. Garín recuerda las tareas previas a la evasión que debían
llevar a cabo los militantes del grupo no encarcelados: «Había que
dar locales, buscar donde esconder a ciento veinte personas. Yo
sabía que se iban a fugar, pero del cómo y todo eso no sabía nada».
El proyecto de una evasión masiva al principio era sabido, úni-
camente, por un pequeño número de tupamaros presos en Punta
Carretas. Su planificación, como casi todas las operaciones del MLN,
se realizó en el más estricto secreto. Todos los que ignoraban el
plan criticaron muchísimo algunas de las actitudes de aquél núcleo
de tupamaros (los organizadores de la fuga), porque no entendían
su postura en las polémicas que había con los funcionarios de la
cárcel, suscitadas por el reclamo de mejoras carcelarias, y porque
aceptaban sanciones sin protestar y no se solidarizaban con los
reclusos que estaban en huelga de hambre o castigados sin recreo.

21  «El marido de mi hermana —informa Garín—, Gabriel Bidegain,


fue el que se cambió por su hermano Raúl. Y pensaba que iba a
estar sólo dos meses preso, y estuvo como tres años. Esa fue una
de las acciones más espectaculares porque era uno de los tipos más
conocidos». A pesar de lo sucedido en la cárcel montevideana, al
año siguiente, en Argentina, dos hermanos volvían a cambiarse en
una visita. Se quedaba Gonzalo y salía, junto a los demás familiares
que habían venido a visitar a los presos, Víctor Fernández Palmeiro,
miembro del ERP, con la chaqueta del primero.
230  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

En aquel invierno de 1970, si en las cárceles la situación entre


luchadores sociales y agentes del orden era muy tensa, no lo era
menos fuera de ellas. En varias ocasiones la policía reprimió las
movilizaciones callejeras con armas de fuego; en una manifesta-
ción de textiles, dos obreros fueron heridos de bala y varios más
contusionados y fracturados.
El 5 de septiembre, como cuenta Huidobro en su libro La fuga
de Punta Carretas: «en la calle principal de un barrio montevideano
ubicado en la otra punta del mapa; un joven arroja una botella
que estalla en iluminadoras llamaradas». Eran los incidentes en
la Teja para atraer la atención de los agentes del orden y poder
llevar a cabo la fuga con más tranquilidad, menos presencia poli-
cial. «Ardía La Teja. La radio policial [...] transmitía apremiantes
órdenes, urgentes pedidos, alarmantes noticias desde aquel barrio».
Pocas horas después, ya el 6 de septiembre de madrugada, en el
penal de Punta Carretas 111 presos —106 integrantes del MLN,
tres de la OPR-33, otro de las FARO y un preso «común»— se
introducían, en fila india, por un túnel que habían cavado desde
dentro, acumulando la tierra en camas y colchones.

«La peor sensación: la de quedar por cualquier motivo


atrapados allí. La gruta oprimía. La caravana se detenía
cuando alguien quedaba “trancado” en el tramo más difícil:
el pozo de salida [...]. De pronto, iluminado para todos, aquel
insólito cartel anunciador: “Aquí se cruzan dos generaciones,
dos ideologías y un mismo destino: la libertad”.
Enseguida la intersección con el túnel de los anarcos. Mis
ojos nunca olvidarán las huellas de sus herramientas, bien
visibles, nítidas, cruzándose con las nuestras en la cumbre
de la bóveda. […] Un abogado de presos políticos salía de
la panadería con los bizcochitos calientes para tomar mate
cuando creyó ver, en la ventanilla de un coche [...], a uno
de sus defendidos que hasta ayer estaba preso y hoy debía
seguir estándolo.
—¡Adiós! —le dijo con la mano el defendido.
Formas de lucha |  231

—¡Adiós! —contestó automáticamente el doctor con la boca


abierta, moviendo la suya, cortito, para los costados». (Citado
en Huidobro, La fuga de Punta Carretas)

Para conocer a fondo los preparativos y el posterior desarrollo de


este espectacular operativo se recomienda leer el libro citado así
como el de Antonio Bandera Lima, dedicado a este tema, editados
los dos por TAE en Montevideo. Oliver Stone estuvo estudiando y
comunicándose con Huidobro sobre esta evasión, la mayor de la
historia —en cuanto a número, junto a otra perpetrada en Irán—
para una posible película inspirada en ella. Si, finalmente, Stone
descartó realizar el filme quizá fue porque se enteró de que el
aspecto que hizo posible la fuga fue el soborno, lo que le quitaba
parte del atractivo a la historia.
Si no aprovecharon ninguna de las galerías de la famosa fuga
de la carbonería El Buen Trato, del 18 de marzo de 1931, fue
porque iban en otra dirección. La fuga de los tupamaros, y sobre
todo la de los anarquistas de los años treinta, está perfectamente
documentada en el reportaje cinematográfico Ácratas, dirigido por
Virginia Martínez Vargas.
Los más de cien prisioneros tardaron unos veinte minutos en salir.
Tras la fuga, el panorama inmediato era el siguiente: en la avenida
C. M. Ramírez, del barrio de La Teja, varios ómnibus incendiados,
y en algunas celdas de Punta Carretas, carteles en los que se podía
leer «se alquila» y «por la tierra y con Sendic». Este último hacía
referencia a la consigna de los cañeros y al hecho de que los presos
se habían fugado por debajo de la tierra y junto a Raúl Sendic.
¡Fue demasiado! Se escaparon tantos presos que a la fuga se le
denominó El Abuso.
Al día siguiente, todos los diarios se hacían eco de la noticia; el
conservador El País titulaba: «Fugaron 106 sediciosos» y El Matrero
(fugitivo), periódico de la órbita tupamara, en su primer número:
«Elecciones sin presos políticos».
El 9 de septiembre de 1971, tres días después de la gran evasión,
los carceleros quedaron sometidos a la disciplina y jurisdicción
militar y Pacheco, en representación del gobierno, encargó a las
FFAA la lucha antisubversiva; a partir de entonces actuaron con-
232  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

juntamente con la policía, y extraoficialmente con los escuadrones


de la muerte, formando las célebres Fuerzas Conjuntas (FFCC) y
dando más argumentos a la forma común de denominar a policías
y militares: milicos.

«Esta es la fecha —según Fernando Garín— en que comienza


el gobierno de los militares en el Uruguay. Todo lo otro:
Pacheco que no es reelecto, Bordaberry…, es la anécdota.
Lo real es que los militares tomaron el mando de la lucha».

El Abuso es todo un tema a analizar y del cual hay teorías para


todos los gustos. Han sido muchas las explicaciones que aseguran
que ese operativo no hubiera sido posible sin la ayuda de elementos
externos al MLN. Las versiones son de lo más dispares. Una de ellas
afirma que Gran Bretaña ayudó a escaparse a los tupamaros para
que éstos no ejecutaran al embajador británico Geoffrey Jackson,
secuestrado por la guerrilla para pedir la liberación de los presos.
Geoffrey Jackson en su libro Secuestrado por el pueblo insinúa que
hubo un pacto para su liberación y el propio Juan María Borda-
berry, quien asume la presidencia siete meses después de la fuga,
contestaba en una entrevista:

«Salvador Allende [...] era notoriamente masón. El gobierno


inglés o la masonería inglesa, opino yo, se movió a través
de Allende para, de alguna manera, lograr la liberación
de este hombre, de Jackson [...]. El jefe de la cárcel era un
coronel que debió haber sido dado de baja luego de que se
le fugaron más de cien tupamaros. Pero no sólo no tuvo
esa sanción, sino que más tarde fue nombrado segundo jefe
de la Región Militar IV. Es una cosa extraña. Eso fue una
transacción entre la liberación de Jackson y la liberación
de los tupamaros. Dónde se gestó esa negociación, quiénes
participaron en ella, yo no lo puedo saber. Pero el hecho
me parece que es revelador de que hubo un cambio de uno
por otros». (Alfonso Lessa, 284).
Formas de lucha |  233

Oscar Lebel, militar retirado, también tiene una original visión


que explicó para esta investigación:

«Hubo un acuerdo y una sospecha de que aquel escape masivo


de los tupamaros estaba en conocimiento de Pacheco. Algo
que ni Pacheco ni tampoco los tupamaros dijeron. Pero
siempre quedó una enorme duda, porque que se escapen
ciento y tantos individuos, que se perforen tres o cuatro pisos,
que se haga un túnel que hizo morir de envidia a los de la
carbonería El Buen Trato, que se lleven los escombros en
camiones y que nadie sepa absolutamente nada, es más que
extraño. Los tupamaros le servían a Pacheco y Pacheco les
servía a los tupamaros, hay un efecto de vaivén. Un gobierno
que de cinco años gobernó cuatro años y medio con medidas
prontas de seguridad, tenían como pretexto a los tupamaros.
Uno realimentaba al otro. El resto de la gente, igual que los
socialdemócratas alemanes en los años veinte, mirábamos
cómo se corrompía la situación más y más. Esa pérdida de
libertades era una luz que servía a las dos puntas».

La mayoría de las fuentes consultadas rechazan la teoría de una


colaboración externa; sin embargo, varias apuntan a que existió
una ayuda o «vista gorda» de diferentes funcionarios de la prisión,
ya fuera por haber recibido una importante suma de dinero, o por
mero temor a la guerrilla. Alfonso Lessa, en las páginas 205 y 206 de
su libro Estado de guerra, entrevista a Huidobro sobre esta cuestión:

«¿Los guardias de Punta Carretas estaban atemorizados?


Claro, hay que ubicarse en el contexto, la guerra que había
afuera, el Frente Amplio, las elecciones. Como decía mucho
milico de Inteligencia: “Yo qué sé si éste no va a ser ministro
dentro de poco”. La correlación de fuerzas cambia todo y la
historia la escriben los vencedores. Cuando vos sos fuerte,
¿sabés cómo te respetan?»

Blixen por su parte asegura que «no sabían un carajo» y que «los
milicos de adentro fueron sobornados» para que no hicieran re-
234  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

quisas, lo que hubiera provocado el descubrimiento de la tierra.


Pero aclara que «ellos pensaban que se les sobornaba por otra
cosa» y explica lo siguiente: «Las celdas a pesar de ser para tres
personas eran pequeñas, tenían un water, una mesa, un lavatorio,
una ventana y una puerta con un visillo por donde miraban los
guardias.» Para el plan de fuga los tupamaros empezaron a co-
piar algunas costumbres de los presos “comunes”. Adornaron el
espacio, confeccionaron muebles y, en varias celdas, fabricaron
un reservado con cortinas como el que los otros presos utilizaban
para sus momentos de intimidad (sexo en solitario, en pareja o en
grupo). Blixen explica que los milicos interpretaron que los presos
políticos «habían entrado en lo mismo» y que los sobornaban para
que les dejaran tener los reservados y para que no entraran. Como
tampoco entraba nadie a limpiar, los tupamaros pudieron hacer
cálculos teóricos para la elaboración del túnel, tirar parte de la
tierra por el water, esconder herramientas y retirar algunos de los
ladrillos que separan las celdas, estirando de un hilo de alambre
por uno y otro lado de la pared.
Para saber realmente cómo se llevó a cabo esta evasión es fun-
damental conocer la opinión del coronel Pascual Cirillo, director
de Institutos Penales en 1971, quien manifiesta (en una entrevista
realizada por César Di Candia y publicada en la sección de El
País, Qué pasa / historias coleccionables n° 104 y n° 105) que varios
responsables de la cárcel estaban totalmente compinchados con la
fuga de los tupamaros, a cambio de importantes sumas de dinero
o por tenerlos atemorizados. Según él, éstos no sólo tenían todas
las copias de las llaves de las celdas sino que habían sobornado o
amenazado al jefe de guardia (Leoncino, a quien misteriosamente
alguien mata al poco de la fuga) y al director del penal para que
no revisaran las celdas, que indudablemente estaban llenas de
tierra, pero firmaran haberlo hecho. Incluso afirma que cuando
telefónicamente alguien lo despertó para avisarle de que decenas
de presos se escapaban de Punta Carretas, él llamó al recinto pero
por dos veces le aseguraron que todo estaba tranquilo.
Sobre los incidentes en La Teja, denominados El Tejazo o El
Tero (como lo denominaron los tupamaros, en alusión al ave que
chilla alejada de su nido para atraer la atención lejos de ese lugar)
Formas de lucha |  235

también hay varias valoraciones. Lo más importante de este episo-


dio es que se ven reflejadas las características principales de aquella
época y las formas de lucha utilizadas: combinación del accionar
armado y lucha callejera, la relación entre una organización formal
y una tendencia radical formada por proletarios independientes
u organizados en distintos grupos o gremios, la combinación de
la clandestinidad con la semiclandestinidad y la lucha pública, el
compañerismo y las fricciones causadas por la mezcla de todo lo
anteriormente mencionado.
De una de estas problemáticas, el cómo se planteaban las acciones,
hablaron dos de los entrevistados. A uno de ellos, como integrante
de la tendencia combativa, le llegó la invitación de provocar in-
cidentes en aquél barrio obrero, el 5 de septiembre por la noche.

—¿Para qué? —preguntó él.


—No te lo puedo decir —le dijo el que le proponía la acción—.
Es para algo importante.
—Mirá, importante o no, yo no participo en algo que después
puede servir para cualquier macana de no sé quién —se
separó del joven y pensó: «Esto de la clandestinidad y de la
transmisión de información es un problema que tenemos
que solucionar».

En el mismo sentido, Horacio Tejera explica como les propusieron


participar en El Tejazo: «a los del FER y la ROE nos vienen unos
del FER [estructura pro MLN] y nos dicen que equis día había
que armar lío en el Cerro y la Teja. Nos opusimos, no le veíamos
sentido. Luego nos enteramos que era para El Abuso. Eso era
común en la tendencia, se trataban de concretar, coordinar cosas,
de las que sólo unos pocos tenían información».
Muchos luchadores aceptaron ir hasta La Teja. El enfrentamiento
con la policía en aquel barrio, si bien estuvo convocado y coor-
dinado por algunos miembros del MLN, se autonomizó de esa
organización. Eso mismo pasó en aquellos años en muchísimos
otros episodios.
Para explicar la envergadura del Tejazo se presenta el relato de
Huidobro:
236  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

«—Por favor manden refuerzos, cambio. —Se escuchaba en


las ondas policiales
— Por el momento no hay, cambio.
—¡Nos hemos quedado de a pie! Tenemos todos los vehículos
pinchados, cambio. Comprendido, cambio.
Pronto intervenía, como un tercero en discordia, otra voz,
evidentemente suprema, que ordenaba a “todo el mundo”
movilizar la reserva.
En base a la disciplina, compañeras y compañeros de los
frentes del MLN iniciaron allá por las 20:30 de la noche
anterior una verdadera ocupación de la Teja que desbordó
ampliamente nuestros planes y los de ellos. Pronto, muy
pronto, escapó por completo al control de los compañeros
y comenzó a desenvolverse por sí sola. Como el aprendiz de
brujo habíamos desatado fuerzas incontrolables e inesperadas.
Tal era la rabia concentrada contra el gobierno en los barrios
pobres». (Huidobro, 1993, 148).

Sólo dos presos pudieron fugarse de un cuartel. Uno de ellos, Al-


berto Cecilio Mechoso, el dirigente de la OPR-33 que hoy figura
en la lista de desaparecidos, huyó el 21 de noviembre de 1972. Las
principales razones que lo indujeron a planear una fuga desesperada
fue su filosofía de vida para estos casos —«lo primero que debe
pensar un preso es cómo fugarse»— y la administración de muerte
a la que estaba siendo sometido. Por su cara flaca y demacrada,
los soldados le llamaban «el viejo», aunque sólo tuviera treinta y
cinco años. La primera vez que se vio en un espejo, tras la tortura,
no se reconoció. Estaba hinchado, deformado y había envejecido
muchos años en apenas unos días. A pesar de que orinaba sangre,
no tenía sensibilidad en la mano derecha y dos de sus costillas
estaban hundidas debido a las patadas de los oficiales; se pudo
escapar. Días después de su fuga, él mismo contaba cómo lo hizo.

«Estaba flaquísimo. Pude doblar dos barrotes largos para


que mi cuerpo pudiera pasar y corté el tejido metálico
(empapelado para impedir la visual) que había detrás.
Entonces quedó abierto un angosto agujero. Me deslicé y
Formas de lucha |  237

pasé por una ventana de balancín que daba al exterior del


barracón. A un metro tenía los reflectores y a diez metros
estaba la custodia, bien armada. Tenía que trepar a los árboles
que se alínean a lo largo de la pared del barracón para ganar
la cornisa. Me jugué el todo por el todo y tuve suerte. Me
trepé a la copa del árbol con el sentimiento angustioso de
que, en cualquier momento, la guardia podía descargar sus
ráfagas de metralleta. Y me pasé de una de las ramas a la
cornisa, que era muy angosta. Sobre ella me fui arrastrando
poco a poco, temiendo que el ruido pudiera sobresaltar a los
guardias. Así me aproximé al linde con la calle. La cornisa
era demasiado alta para saltar desde ella al suelo. Pasé de un
paredón de bloques, guarnecido arriba con vidrios de botellas
rotas. Desde allí me descolgué, desde unos cuatro metros, los
vidrios rotos me desgarraron las manos. Caí al suelo a unos
tres metros de los guardias. Me salvó la sorpresa. Sentí que
gritaban “alto”, varias veces, y sentí el cerrojo de los fusiles
en los segundos que me llevó trepar el último tejido y saltar
a la calle. No sé si tiraron. Esos son segundos de agonía y no
escuché ningún tiro. Sólo sé, que de golpe, estaba en la calle
y corría enloquecidamente hacia el Cementerio del Norte.
Salté un muro, corrí tropezando con cosas que no veía hasta
que me caí en una tumba abierta, donde me quedé un rato
recobrando el aliento. Escuchaba las alarmas y veía los haces
de luz que empezaban a barrer la zona. La violencia de la
carrera me ahogaba y manaba mucha sangre, sobre todo de
una de las manos, pero un instinto animal de conservación
me empujaba a continuar. Seguí hasta el arroyo Miguelete y
en sus aguas llenas de basura, me introduje. Tragué mucha
agua, caminé como cinco cuadras dentro del Miguelete. Era
agua podrida pero yo ni lo notaba. Salí a un campo. Tuve
entonces la certidumbre de que me había salvado. Todo
lastimado y mojado, me quedé tirado un momento, boca
arriba, sobre las hierbas del baldío. Sentí que me volvía la
vida al cuerpo» (Archivo de la FAU).
238  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Programa, publicaciones y consignas

El movimiento revolucionario y la izquierda uruguaya no se


destacaron por su elaboración programática. Fueron notables en
otros aspectos: capacidad de arraigo en ciertos sectores sociales, de
radicalizarse en su práctica y de unificarse, y mantenerse unidos
en condiciones difíciles.
Su importancia actual no estriba en su fuerza ni originalidad
programática. Las ideas políticas y las discusiones de fondo, com-
parativamente, a otros países y, sobre todo, a otras épocas, no
fueron demasiado importantes. No se puede comparar el aporte
programático de los militantes de las décadas del sesenta y setenta,
con la de los de fines de la década del diez y principios del veinte, o
inclusive con las de la segunda mitad del siglo XIX. Como en todas
las izquierdas y colectivos, hubo teóricos que hicieron excelentes
búsquedas, avances y recuperaciones programáticas, pero en gran
medida, como explica Arocena, se siguió aquello del MLN:

«“La discusión nos divide la acción nos une” fue muy


relevante, interpretaba notablemente el espíritu de la gente.
Yo no lo compartía. En ese sentido, me sentía, dentro de la
izquierda independiente, un marginal. Creía que había que
darle mucho más peso a las cuestiones ideológicas. Fue una
discusión muy de métodos, no de programa ni de adónde se
va, sino de táctica, de agudización de la lucha, de decisiones
de coyuntura, de si se toman las armas o no se toman, si se
ocupa una fábrica o no, si se radicalizan las manifestaciones
con cócteles molotov o no, ese tipo de cosas, pero no como
algunos temas [presentados en el cuestionario] “abolición
del trabajo asalariado...”, esas cosas prácticamente no se
discutían. El radicalismo era metodológico».

Hay que recordar que varios grupos se crean, justamente, debido


al rechazo de las discusiones interminables sobre la búsqueda del
ideario perfecto. Muchos de los que rompieron con las agrupaciones
ya existentes —como el PC, el PS y en menor medida la FAU— lo
hicieron también con la carga ideológica y la costumbre de la «bús-
Formas de lucha |  239

queda del programa» de éstas. Agrupaciones que siguieron fieles


a su estilo y a sus teorías, crearon material teórico y respondieron
a «nuevas» teorías como el foquismo.
Algunos componentes de la tendencia combativa también hicie-
ron grandes aportes teóricos. Fue impresionante la aportación de
varios movimientos, como los cañeros —o FUNSA— y su entorno
que llegaron a una radicalización programática pocas veces vista
en un sindicato. Pero a su vez, como dice Arocena: «la izquierda
radical trataba de mantener su unidad sobre la base a discutir
poco». Con respecto a las causas de la poca carga teórica Arocena
responde: «No sé, quizá porque había poca elaboración. O por las
reticencias a los intelectuales».

«El programa de la CNT —añade Arocena—, como se decía


en aquella época, era el programa de toda la izquierda, y
también de los radicales. Si había criticas era por las vías de
lucha (terminología ferrocarrilera) salvo en sectores muy
pequeños, la izquierda prochina, que era mínima [...]. Quizá
esa poca ideología de la izquierda uruguaya es también su
fuerza, por la unidad, el Frente Amplio, es el único frente
que se mantiene en América».

La pobreza programática es una de las principales causas que pro-


vocan el gran arraigo del nacionalismo populista, con intereses tan
poco comunes al movimiento antagónico al capital, y episodios
como el de las expectativas con los militares.
Algunas de las grandes discusiones de fondo eran sobre refor-
mismo y revolución, elecciones y lucha armada, Frente Amplio o
abstencionismo electoral, revolución nacional o social, partido o
foco, coexistencia pacífica o revolución, clase obrera o sectores mar-
ginales de la economía como fuerza social de la revolución, bloque
soviético como proceso socialista o como capitalismo de Estado, y el
tercerismo. «Por un lado —explica Arocena— es la tercera posición
entre Washington y Moscú, por otro lado tiene mucho que ver con
el peronismo, por otro es el tercermundismo, como no alíneado
en el primer y segundo mundo, son muchas cosas».
240  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Las publicaciones de los grupos de los luchadores sociales presen-


tan, tanto en su forma como en su contenido, rasgos comunes. Las
principales discrepancias tenían relación con los métodos de lucha.
Cada organización, e inclusive alguna de las diferentes estruc-
turas de ellas —juventudes, estudiantiles, clandestinas— tenía su
órgano de difusión. A medida que iban cambiando de nombre se
creaban nuevas estructuras, suprimiendo unos órganos de difusión
y gestándose otros. En este aspecto, una de las experiencias más
interesantes fue la creación de diversos periódicos coordinados
por varias agrupaciones, por ejemplo, Época.
Llama la atención la gran cantidad de publicaciones que había
en aquel período. Una misma organización podía publicar un se-
manario destinado a temas de actualidad, una revista con textos de
fondo y un diario con noticias cotidianas. También había muchas
octavillas, algunas de ellas periódicas que, por ejemplo, se repar-
tían en movilizaciones o en los momentos previos a las asambleas.
Aún sin profundizar en el estudio de diferentes diarios y octavillas,
se constatan algunas características comunes. A nivel formal, la
edición no era demasiado buena, sobre todo de panfletos, en los
que encontramos titulares y consignas escritas a mano y tachadu-
ras. Sin embargo, el nivel de redacción y ortografía era correcto.
Casi todos iban firmados y sólo a unos pocos se les ponía la fecha.
Para esta investigación se encontraron muchos más volantes de
los años 71, 72 y 73 que de los primero años. Seguramente porque,
al ser mayor la cantidad de militantes que integraban una organi-
zación, se escribieron más.
Llama la atención que la mayor parte de los comunicados, car-
teles, panfletos y cartas de los luchadores sociales, al igual que el
material emitido por parte de las autoridades, estaba dirigido a la
masa —el ciudadano y los «neutrales»—. Justamente a la gente
que no estaba actuando y que, en muchas ocasiones, intentaba
mantenerse al margen de los conflictos sociales. Pero el objetivo,
lógico por otra parte, era ganar a esa masa, para tener más legi-
timidad en lo que se estaba haciendo, y porque sólo con nuevas
fuerzas se podían lograr los objetivos. Pocos son los panfletos
proletarios destinados a los luchadores sociales para aclarar cosas,
afinar posiciones o denunciar prácticas.
Formas de lucha |  241

Las consignas podían aparecer pintadas en una pared con la


estrella tupamara al lado; o escritas al final de una octavilla de la
UJC; pronunciadas desde un carro parlante del Frente Amplio,
cantadas en una ocupación liceal o gritadas en el sector de la ma-
nifestación dónde iban los de la tendencia combativa.
Algunos de los fragmentos de canciones que se cantaban más
alto o incluso separados eran:

—Hay que dar vuelta el tiempo como la taba, el que no


cambia todo no cambia nada.
—No tires al policía, apunta un poco más alto, pegále a los
de arriba.
—Cielito, cielito joven está el cielo en rebeldía, qué verde
viene la lluvia, qué joven la puntería.
—Tiranos temblad.
—Dice mi padre que un sólo traidor puede más que mil valientes.
—Ya vendrá desde el fondo del tiempo otro tiempo.
—Los chuecos se junten bien juntos, bien juntos los pies y
luego caminen buscando la patria de todos, la patria Maciel.
—No digo nombre ni seña, sólo digo compañero.

A continuación se presentan las principales proclamas de la ten-


dencia combativa y el anarquismo. Las cantadas o gritadas en
movilizaciones no van entre comillas y las escritas en pancartas o
panfletos sí. Hay que tener en cuenta que muchas primero eran
pronunciadas oralmente y luego escritas y a la inversa.

—Arriba, arriba, arriba los que luchan.


—Unidad, unidad es la forma de luchar.
—UTAA, UTAA por la tierra y con Sendic.
—Tierra para trabajar, no podemos esperar.
—Liberar, liberar a los presos por luchar.22
22  «En las manis se usaba mucho “liberar, liberar, a los presos por
luchar”, pero ésta ocasionaba algún que otro conato, éramos repri-
midos por decir eso, pero reprimidos por los que iban con nosotros
en las manis», apunta Cota haciendo referencia a los miembros de
izquierda que en ciento momento aseguraban que los presos eran
242  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

—Por fascista y por ladrón Acosta y Lara al paredón.


—Se siente, se siente el pueblo está presente.
—Si esto no es el pueblo, el pueblo dónde está, el pueblo
está en la calle por pan y libertad.
—Militancia sí, reaccionarios no.
—Obreros y estudiantes unidos y adelante.
—Presupuestos sí, privilegios no.
—Basta de torturas.
—No a la ley anti—obrera.
—CNT para luchar, no podemos dialogar.
—Resistir, unirse y luchar, que a fachos y hambreadores hay
que derrotar.
—Contra el fascismo y el capital, por el socialismo y la libertad.
—Organizarse, unirse y luchar.
—No rompan las bolas, no rompas las bolas, con los milicos piolas.
—Siento ruido de caballos y no sé lo que será, son milicos
del gobierno que nos vienen a apalear.
—Lucharemos en la calle con permiso o sin permiso policial.
—Con las medidas no hay permiso para huelguear, pero tiro
volantes igual, porque siempre a la cana me gusta torear.23
—Golpe por golpe, medida por medida, el pueblo responde
a la tiranía.
—Militancia sí, burocracia no.
—Basta ya de dialogar, hay que armarse pa’ luchar.

La mayoría de las consignas ni se sabe cuando aparecieron ni quién


las creó individualmente. Pertenecen a toda una clase que luchó
y creó sus consignas. De todas formas resulta curioso saber cómo
nacieron algunas de ellas. Por ejemplo, esta de “armarse pa’ luchar”,
en concreto, nace en Tacuarembó. Rodriguez Belletti recuerda
como apareció aquel grito revolucionario que encabezó la marcha
cañera de 1968: «Veníamos de un acto. Llovía, y Gerardo Gatti
me dijo, “No tenemos consigna para Montevideo”. Empezamos

terroristas y que gritar esa consigna era divisionista.


23  Recuerdo de lo que cantaba Pepe de la Teja durante la aplicación de
las medidas prontas de seguridad.
Formas de lucha |  243

a barajar ideas debajo de la lluvia y ahí nomás salió la consigna».


(Blixen, 165).

—«Habrá patria pa´ todos o pa´ naide».


—«La tierra para quién la trabaja».
—«Mientras los hijos de los pobres estudien con hambre y
frío, los hijos de los ricos estudiarán con miedo».
—«Esta tempestad no hay quien la detenga».
—«Abajo las medidas prontas de seguridad».
—«Peligran la cultura y la salud del pueblo».
—«Los hechos nos unen, las palabras nos separan».
—«Venceremos».
—«La unión hace la fuerza».
—«A preparar la huelga general».
—«De cada uno, de acuerdo con su capacidad y a cada uno,
de acuerdo con su trabajo».
—«Prefiero morir de pie que vivir arrodillado».
—«Resistir es combatir».
—«Triunfa quien lucha, no quien gime».
—«El presente es lucha, el futuro es nuestro».
—«No al latifundio».
—«Al pueblo no lo doblega ni la tortura ni el crimen».
—«Presos por luchar, la lucha los liberó».
—«Elecciones, parlamento, piezas del sistema».
—«Las instituciones de la burguesía sólo a la burguesía
pueden servir».
—«Los anarcos no creemos en la democracia».
—«Luchar hasta vencer. El pueblo con las armas conquistará
el poder».24
—«El poder del pueblo habla por la boca de los fusiles
clandestinos de los tupamaros».
—«Hemos ganado una batalla, pero no la guerra».
—«A la injusticia del régimen se opone la justicia del pueblo».
—«La imaginación al poder».
—«Una flor, un fusil».

24  Pancarta del FER en las ventanas del IAVA. Barricada, 1998, 6.
244  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

—«El último que se vaya que apague la luz».

Algunas de las consignas que obran en la memoria colectiva no


aparecen en esta lista porque los testimonios consultados no se
acordaban si ya se empleaban antes 1974, durante el período que
abarca esta investigación. Son el caso de «Hay que endurecerse
pero sin perder la ternura jamás»; Porompompón, el que no salta
es un botón; somos arcilla rebelde y combativa; «el proletariado no
tiene sexo»; «podrán cortar algunas flores pero no podrán detener
la primavera». Se le preguntó a Cota si se acordaba del grito: ¡No
nos moverán!, contestó: «Por supuesto que esta sí, obligada, pero...,
joder si nos movieron, como una coctelera».
Democracia y dictadura:
el sostén del E stado

«Sin velos y sin máscaras. Nadie puede sorprenderse.


Esta ominosa caída del 27 de junio es el resultado
de un proceso que se inició hace tiempo y que
se cumplió paso a paso, a la luz del día. Todo se
consumó; pero algo se ha ganado de todos modos.
Ya rasgado está el velo y caída la máscara».
Graciela Jorge, Historia de 13 palomas y 38 estrellas

Para Aharonián, «el fascismo significa el último manotazo de un


sistema social que no quiere irse. Es la sacada de máscara del sistema
democrático burgués, la cara real del sistema democrático burgués
que cuando se ve acosado es fascista y cuando no está acosado se
hace el democrático».
Estas citas son algunas de las conclusiones de quienes vivieron el
proceso represivo de la democracia–dictadura capitalista; el paso de
la dictadura constitucional o parlamentaria a la militar. Como se ha
ido viendo a lo largo de la obra y como a continuación se observa,
el sistema democrático burgués no implica ausencia de represión
terrorífica y masiva. Es un error afirmar que la picana es fascista
y el diálogo parlamentario, democrático, es falsa la disyuntiva
democracia–dictadura. El submarino, la «libertad» de prensa, la
248  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

militarización, el voto, la censura, las violaciones a las prisioneras,


el permiso para fundar un partido político, los allanamientos y la
presencia de militares en los liceos son todos fenómenos democrá-
ticos. En Uruguay, al menos, se dieron en democracia; si por ésta
se entiende la presencia de un gobierno y un parlamento elegidos
por sufragio universal. En la actualidad, muchos relacionan el
comienzo de la represión con el de la «dictadura», es decir con el
período iniciado tras el golpe de Estado. Esto es una equivocación.
Es evidente, aunque no se recuerde ni se diga, que la tortura y la
cárcel también se aplicaron de forma masiva antes de la disolución
de las Cámaras. Las prácticas represivas son características de la
dominación de los explotadores sobre los explotados y necesarios
para la perpetuidad del democrático sistema de explotación del
hombre por el hombre.
Como complemento de la explicación de la relación entre de-
mocracia y sociedad de clases, se presentan tres de las tesis citadas
en un artículo titulado: «La revolución comunista. Tesis de trabajo»
que fueron publicadas en 1969 en la revista Invariance nº 6, de la
que J. Camatte, era uno de sus principales animadores.

«Tesis 1: De una forma general, podemos definir la democracia


como el comportamiento del hombre, la organización de
éste cuando ha perdido su unidad orgánica original con la
comunidad. Existe, entonces, durante todo el período que
separa el comunismo primitivo del comunismo científico.
Tesis 2: La democracia nace a partir del momento en que
existe división entre los hombres y repartición del haber.
Lo que quiere decir que nace con la propiedad privada,
los individuos y la división de la sociedad en clases, con la
formación del Estado. Por ello se hace cada vez más pura en
la medida en que la propiedad privada se generaliza y que
las clases aparecen con mayor claridad en la sociedad […].
Tesis 5: La democracia implica, por lo tanto, la existencia
de individuos, de clases y del Estado; por ello la democracia
es a la vez un modo de gobierno, un modo de dominación
de una clase y el mecanismo de unión y de conciliación».
Democracia y dictadura: el sostén del Estado |  249

Así fue comprendido y denunciado en el Uruguay, uno de los países


donde más claramente el propio Poder Ejecutivo y el Parlamento,
elegidos democráticamente, dieron entrada a los militares. Para
algunos, «fascistas»; según otros, «democráticos».
La FAU, en una octavilla de 1972 lanzaba la consigna: «A luchar
por salarios. A luchar para liberar a nuestros presos, encerrados por
miles en las cárceles y en los cuarteles, torturados cobardemente,
masivamente, “democráticamente”». El Partido Comunista se
lamentaba entonces, y sigue haciéndolo ahora, de que no se cuidó
lo suficiente la democracia y sus instituciones. Tejera, en una línea
muy distinta a la del PC, afirma que «el desprecio a la democracia
formal, llevó a un desprecio por la democracia, lisa y llanamente»;
haciendo referencia tanto al sistema de gobierno basado en el
sufragio universal e, inclusive, a la organización horizontal de las
personas, el respeto y el auge del autoritarismo entre los propios
luchadores sociales.

«Todos tenemos, en estos últimos tiempos, tendencia a fijar


nuestra mirada hasta el punto del hipnotismo en —pongamos
por caso— la siniestra figura de Gavazzo, olvidando por
forzoso adormecimiento, mirar los hilos que manejaban
a Gavazzo para, a través de ellos, llegar a las manos del
titiritero. Corremos el grave riesgo de creer que desaparecido
el muñeco se acabó el problema y dejaremos sin denuncia
a quien los fabrica y maneja. A fin de cuentas los asesinos
y torturadores no son más que instrumentos [del sistema
democrático burgués que los tiene en reserva hasta cuando
los precisa, podría haber añadido]». (Huidobro, 1992, 141).

Asusta pensar que Huidobro, autor del párrafo anterior y uno de


los principales ideólogos del MLN–Tupamaros, fue Ministro de
Defensa, es decir, jefe de los militares, durante la presidencia del
populista José Mujica.
Para muchos, la justicia pasa por condenar, únicamente, a los
«ejecutores directos» de las represalias y no a quien los prepara
y necesita: la burguesía, el sistema de producción capitalista, la
democracia, la Constitución y los políticos uruguayos que entre
250  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

1968 y 1973 encomendaron la represión y dieron el protagonismo


a los militares.
Blixen, en las páginas 243 y 244 de la biografía sobre Sendic,
apunta, con gran lucidez, a la culpabilidad del sistema capitalista
en la aplicación del proceso represivo:

«Aquel ejército civilista fue capaz, en apenas unos pocos meses,


de olvidar todas las tradiciones y asumir, como un credo, los
manuales de la guerra contrainsurgente, los Tenientes de
Artigas imponían su propia y particular interpretación del
“espíritu artiguista” en las fuerzas armadas. El terrorismo de
Estado, la Guerra Interna, la dictadura, no serán sino formas
concretas que adoptará un proceso de reacomodación de los
factores económicos, políticos y sociales a una escala que ni
siquiera percibían con claridad los políticos que agitaban los
demonios. Menos aún sabrán los militares que en el aquelarre
de las torturas —donde van perdiendo vertiginosamente su
condición humana— estarán generando teoría: el método
genocida del neoliberalismo; el terror, por la desaparición
forzada, para la libre expresión de las fuerzas del mercado; el
asesinato masivo de porciones enteras de la sociedad como
catalizador de la armonía económica; las fosas comunes
como depósitos de los “agentes desechados por el mercado”.
Así se desplegará la nueva estrategia en el Cono Sur, y las
“diferencias nacionales” serán sólo de orden cuantitativo. No
percibieron nada de esto los tupamaros cuando creyeron que
eliminaban un apéndice molesto al golpear al escuadrón de
la muerte. Hubiera sido excesivo reclamarles una visión de
conjunto sobre la estrategia del endeudamiento global que
ensayaban por esos días los centros mundiales de poder. Pero
tampoco tuvieron noción, ni noticia, de que los militares
tenían todo a punto para desplomar la guerra con total
ferocidad. Tampoco tuvieron conciencia algunos de los
diputados y senadores que votaron sin chistar el Estado de
Guerra Interno».
Democracia y dictadura: el sostén del Estado |  251

Los políticos más conservadores del Partido Blanco y del Partido


Colorado votaron, por ejemplo, el Estado de Guerra Interno sin
importarles que eso significara la entrada definitiva de las fuerzas
armadas en la escena política nacional. Los menos conservadores
lo hicieron, aunque a regañadientes, porque temían mucho más
el proceso que podía desencadenar una insurrección social, que
una «cruzada» militar.

«Es bueno recordar que la jeta tétrica de la dictadura del


capital, la represión abierta, las decenas de miles de torturados
y presos, no son el patrimonio exclusivo de los militares
que se cagaron en la Constitución en el año 1973; sino
que fue gloriosamente compartida por un gobierno y un
partido democráticamente elegido el Partido Colorado; y
que contaba, además, con la complicidad parlamentaria
de todos los partidos “antidictatoriales” de hoy (Partido
Nacional, Frente Amplio). Recordemos también el papel que
jugaban entonces los líderes de la actual [1983] oposición
burguesa: Jorge Batlle estaba abiertamente con el régimen;
Ferreira Aldunate apoyaba parlamentariamente casi todas las
medidas y Seregni, como jefe de la principal región militar,
dirigía la represión necesaria en la aplicación de tales medidas
cuando se declara la huelga en la banca privada». (Texto nº
2. Archivo del autor).

Este fragmento, escrito años después del período, trata un tema


hasta ahora poco debatido: la complicidad parlamentaria del Frente
Amplio en el proceso represivo. Aún cuando sea exagerado vincu-
lar el accionar político de esta coalición con la represión, ya que
nunca votó ninguna medida en ese aspecto, para algunos sectores
su permanencia en las Cámaras significó legitimar el gobierno y
con ello la coacción generalizada:

«Un grupo de parlamentarios respetables que salvo honrosas


excepciones se lavan las manos cuando oyen hablar de
subversión y de tupamaros; que no desperdician oportunidad
para calificar a las organizaciones armadas de “terroristas
252  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

y salvajes”, que hablan de pacificación cuando saben que


esto no puede significar otra cosa que desmovilización
popular, que es precisamente lo que interesa al gobierno
y que es precisamente esto lo que hacen; que ensalzan
a “las instituciones democráticas”, a la Constitución y a
la Ley cuando son esas instituciones, esa Constitución
y esas leyes las que encubren la acción del fascismo, la
explotación económica de las masas populares, los campos
de concentración en los que actualmente se encierran por
millares a los luchadores sociales, la tortura y el fusilamiento;
que impiden la movilización de las masas que les interesaba
mucho cuando se trataba de acumular votos en las urnas y
la sustituyen por discursos y protestas en las cámaras, que
para nada sirven; que dialogan con Bordaberry cordialmente
cuando saben que éste comanda un gobierno de verdugos
y hambreadores, cuando saben que ese gobierno es una
dictadura surgida de las elecciones más mugrientas de
nuestra historia de acuerdo a las mismas palabras del Frente
en aquel entonces. No son todos los dirigentes y partidos del
Frente los que están actuando de este modo. Eso queremos
dejarlo bien claro. Dentro del Frente también existen sectores
revolucionarios que están en minoría. Pero los partidos
que le imprimen la orientación oficial sí lo están haciendo,
desembozadamente».1

Este texto sintetiza varios puntos importantes. Uno de ellos apunta


a la culpabilidad de la propia Constitución uruguaya y a la fórmula
constitucional en general. En esa Ley Suprema estaban explícitas
o implícitas las formas de represión e intervención estatal aplica-
das a los luchadores sociales en Uruguay. Y si alguna no estaba,
la Constitución podía facultar a cualquiera de los tres poderes su
implantación. Algunas peticiones de ciertas autoridades nunca
llegaron a ser aprobadas. En 1970, un sector del gobierno pidió
a la Corte Suprema que aprobara inyectar a detenidos pentotal:
1  Extraído del artículo ¿Qué entiende el FOR por política obrera? del dia-
rio Política obrera nº1 agosto–septiembre 1972, del Frente Obrero
Revolucionario.
Democracia y dictadura: el sostén del Estado |  253

«Droga cuya origen es el ácido barbitúrico, empleada en las ope-


raciones quirúrgicas. Se aplica por vía intravenosa. Bajo su acción,
el paciente no es consciente de sus propias palabras, por lo que se
emplea para conseguir testimonios o confesiones». (Real Academia
Española, Diccionario manual e ilustrado de la lengua española). Esta
petición se basaba en la «necesidad» de conocer el paradero de
personalidades secuestradas por la guerrilla. También hubo quien
quiso legalizar la tortura, pero la Corte Suprema y el Parlamento
siempre se negaron a ello, aunque castigaron a quienes luchaban
contra su aplicación y no a quienes la ejecutaban. Algo parecido
sucedió con la escalada represiva iniciada el 27 de junio de 1973,
situación no contemplada por el Parlamento y la Constitución.
Utilizando una de las trampas de la Constitución, que otorga a las
fuerzas armadas, en caso de conflictos, el papel principal de defensa
de la misma, hay quien afirma que inclusive las medidas represivas,
antiparlamentarias y de excepción, impuestas por los militares a
partir del 27 de junio de 1973, de alguna manera también están
contempladas en ella. Antes de esa fecha, hubo varios ejemplos
en los que un juez condenó a distintos individuos y sectores por
pretender realizar lo que según él era competencia castrense. A
un grupo de oficiales detenidos en julio de 1972 y procesados por
la justicia militar se les acusó de: «constituir un grupo de oficiales
que, al margen de sus mandos naturales, pretendía defender la
Constitución, tarea ésta que constitucionalmente corresponde a
las fuerzas armadas». (Bacchetta, 33).
En 1985, una vez repuestas estas instituciones, no hubo actos
de castigo contra los militares, quienes habían impulsado esas
violaciones. Sin embargo se siguió aprobando la intervención po-
licial contra las movilizaciones. Es dable pensar que seguramente
reprimirán, con la misma saña, todo conato revolucionario que
pueda surgir.
Todas las constituciones del mundo castigan, con varios años
de cárcel, a cualquier organización que use las armas para incidir
en la sociedad o transformarla. Pero también penaliza aquellos
que, sin recurrir a la lucha armada, utilizan otros medios con el
mismo fin. Las constituciones, además de «garantizar los derechos
individuales», crean mecanismos de defensa al sistema dominante
254  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

e intentan impedir la insurrección popular o su previa organiza-


ción, a través de conceptos delictivos como asonada, sedición y
conspiración contra la Constitución en grado de colaboración o
de hecho. En Uruguay, la Ley de Seguridad del Estado, aprobada
por el Parlamento en 1972, establecía una pena de diez a treinta
años de prisión por el hecho de «asociarse para atentar contra la
Constitución». Por todas estas razones, los sectores más radicales
de aquel entonces no dudaron en tildarla de salvaguarda de la clase
dominante y documento legitimador de su represión.

«Que en consecuencia nuestro sindicato, ni apoya ni alienta


ningún golpe militar, cualquiera sean sus características.
Tampoco defiende la legalidad actual, pues se daría el hecho
insólito, que al defender con huelga general la constitución
burguesa y las instituciones de esas constituciones nacidas
allí, se estará implícitamente defendiendo a los responsables
directos de la miseria, de las torturas, de las persecuciones
que hemos sufrido». (Compañero, 13 de febrero de 1973, sp).

Mujica, presidente de Uruguay de 2009 a 2015, tenía claro que la


represión a los tupamaros y gran parte de los luchadores sociales
«no fue [producto] del golpe, sino del Parlamento, el Ejecutivo, la
democracia constitucional y los aparatos del Estado». Por su parte
Julio Arizaga, en el artículo «Sobre Fidel, Pacheco, y el emplaza-
miento de W. Beltrán», cita a los críticos clásicos de la democracia
burguesa y dice que: «habría que recordar la caracterización marxis-
ta de democracia como una forma de dictadura de la burguesía, que
se legaliza constitución mediante, con todo su ropaje demagógico
sobre la igualdad de todos los ciudadanos, con sus bonitas frases
sobre los derechos del hombre, etc., haciendo de cuenta de que no
existiese la lucha de clases. Pero ocurre que no todas son nueces, y
en cualquier constitución burguesa hay siempre algún artículo que
prevé un mecanismo para suspender temporalmente los mismos
derechos ciudadanos que ese texto establece, y justifica y legaliza
la persecución lisa y llana de personas e instituciones a quienes se
les impute crear o pretender crear un «estado de subversión del
orden». Es decir, que ponga en peligro los resortes esenciales del
Democracia y dictadura: el sostén del Estado |  255

orden burgués en el plano sindical, político u otro. Como afirma


Lenin: “No hay Estado, incluso el más democrático, cuya Constitu-
ción no ofrezca algún escape o reserva que permita a la burguesía
lanzar las tropas contra los obreros, declarar el estado de guerra,
etc., en caso de ‘alteración del orden’; en realidad en caso de que
la clase explotada ‘altere’ su situación de esclava e intente hacer
algo que no sea propio de esclavos”».
Incluso políticos con una larga trayectoria en el Parlamento, e
inclusive antes de los convulsionados años sesenta, reconocían
que la Constitución beneficiaba, casi siempre, a los sectores más
adinerados. Alba Roballo, en la Asamblea General del 13 de agosto
de 1959 y representando al Partido Colorado, manifestó:

«Tenemos la seguridad de que siempre que suba la reacción


a ocupar las posiciones de gobierno, torcerá los textos
constitucionales para reprimir a las clases obreras, para reprimir
a las fuerzas populares, y para subyugar las aspiraciones
económicas de los que están abajo». (Aldrighi, 2001).

En 1968 y 1969, en varias ocasiones, se «sacó del patio trasero» a


la soldadesca para militarizar a diversas empresas. Las distintas
lecturas de la Constitución sobre este episodio se pueden resumir
en dos posturas: para algunos era anticonstitucional; para otros,
en cambio, una huelga en determinadas empresas equivalía a una
catástrofe natural, por lo tanto consideraban legítima la interven-
ción castrense. Licandro, uno de los políticos frentamplistas más
relevantes de aquel período, general y jefe de la Región Militar nº
3 hasta poco antes de ingresar en el Frente Amplio, declaró que
ante una «huelga bancaria [se hacía necesaria] la movilización del
personal y la militarización. Hay leyes que obligaban a eso. Empleo
de las fuerzas armadas para [asegurar] los servicios esenciales».
Esta contradicción se llegó a manifestar entre dos de los pode-
res durante la militarización bancaria. En este caso, la Suprema
Corte de Justicia la declaró inconstitucional, pero pese a ello el
Ejecutivo dio la orden de mantener la medida. Esta discrepancia
demuestra que la balanza de la justicia, en la interpretación de la
Constitución, se inclina algunas veces hacia el lado más coercitivo
256  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

y otras hacia el más tolerante. Pero al fin y al cabo, los hilos de


ésta penden de las manos de la clase dominante. En Uruguay, el
régimen y sus guardianes recurrieron a las más diversas «lecturas»
de la legislación vigente y no dudaron en usar las artimañas que
fueran necesarias para llevar a cabo el proceso represivo.
En 1971, tras la fuga de los 111 presos, el gobierno decide encomen-
dar la lucha antisubversiva a las fuerzas armadas. Sobre el creciente
protagonismo castrense, en la hasta entonces civilista sociedad uru-
guaya, es interesante leer el testimonio de Juan Pablo Terra.

«Recuerdo que una vez un norteamericano decía “para acabar


con la guerrilla hay que soltar los perros, pero el problema
es cómo se hace luego para sujetarlos”. Esos oficiales que
salían a la caza de tupamaros, tenían servicios de inteligencia
centralizados con información y todo eso, pero les habían
dado las garantías de que podían aplicar los métodos que
quisieran que igualmente nunca los iban a responsabilizar».
(Silva y Caula, 1986, 184).

Por los episodios aquí relatados es absurdo afirmar que la dictadu-


ra—represión se da a partir del 27 junio de 1973, fecha en la que
sí se produce la dictadura—disolución de las Cámaras. En cierto
sentido, eran absurdas las preocupaciones del primer período de
investigación, cuando se pedía a los entrevistados que pusieran
fecha al inicio de la «dictadura», pues ésta siempre estuvo guarda-
da en el «armario de la rimbombante democracia», para cuando
se necesitara. Hubiera sido mejor preguntar cuándo sacaron las
medidas comúnmente denominadas dictatoriales del sistema
democrático burgués.
Víctor Semproni, vicepresidente de la CNT, en febrero de 1970,
ante la imposición de una nueva medida represiva del régimen,
declaró: «Considero que es un nuevo eslabón de la cadena de
ataques del Poder Ejecutivo contra el pueblo. En definitiva, es
una demostración de la existencia de la dictadura». (Machado y
Fagúndez, 101). Sin embargo para el PC, la «dictadura» comienza
en 1973, con la disolución de las Cámaras. Otros sectores, como
los tupamaros, sitúan su inicio mucho antes. «Nosotros siempre
Democracia y dictadura: el sostén del Estado |  257

sostuvimos que la dictadura de hecho empezó en el 68 —afirma


Huidobro—. La dictadura comenzó con la muerte de Gestido, la
fecha digo, fines del 67. Y no somos los únicos que sostuvimos eso,
incluso sectores burgueses».
Las tres fechas mencionadas en el párrafo anterior —1968, 1970,
1973— se refieren al inicio de la dictadura. Más que buscar el hito
histórico del proceso mencionado, la discusión que pretende
plantear esta investigación se sitúa en un plano más conceptual, la
ligazón entre democracia y dictadura; y la de estos dos fenómenos
con una sociedad dividida en clases.
Este problema de definiciones ya estaba presente en las discusio-
nes del período 1968–1973. Prueba de la intensidad y la dificultad
de ese debate es su reaparición en las declaraciones de algunos
testimonios. En la entrevista con Huidobro el debate fue en estos
términos:

«—Pero el tema —se matizó, cuando Huidobro fijó el


inicio de la dictadura en 1968— es que la Constitución y el
gobierno, ya tenía contempladas todas las medidas represivas.
Hoy mismo, en cualquier democracia del mundo, si creas
un grupo armado te condenan a treinta años de cana.
—Y en cualquier país socialista también —añadió él—. Y los
anarquistas también te van a meter en cana donde intentes
cambiar su sistema. Te van a curtir a palos. Eso existe en
toda legislación y existirá en toda legislación.
—¿En el seno del MLN, eran conscientes que eso podía
ocurrir?
—Sí, sí, pero cuidado que hay límites. Hablando de
democracia burguesa. Bueno. La democracia burguesa
ofrece ciertas garantías formales, todo macanudo [correcto].
Yo le acepto. Cuando las está ofreciendo reconozco que las
ofrece. Pero cuando ella misma, diciendo que las ofrece,
no las ofrece; yo no le acepto ya más. Le digo “ni siquiera
tu propia legalidad estás respetando”. Y ellos en el 68
empezaron a violar su propia legalidad burguesa, no la
mía, su propia constitución comenzaron a violar, no la mía.
Comenzaron a violar la constitución del 66, que es de ellos,
258  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

no es mía. Hay sectores burgueses que decían, refiriéndose


a otros burgueses, que esos burgueses estaban violando la
constitución burguesa y tenían razón, la estaban violando.
Entonces, yo no le acepto ni a los burgueses ni a la gente
de izquierda reformista que me diga que había democracia
burguesa en el 68. ¡Ni burguesa había! Y tengo elementos
para demostrarlo. Entonces, por qué voy a otorgarles incluso
ese argumento, diciendo que toda democracia burguesa es
igual, y que todo es lo mismo. Ya sé que la democracia es
una dictadura de clase, eso ya me lo leí todo, lo sé. Pero no
es eso lo que estamos discutiendo. Acá estamos discutiendo
una cosa peor. La Constitución que ellos mismos habían
inventado la tuvieron que dejar de respetar, dejaron de
respetar las mínimas garantías individuales, de derecho y
legales. Transgredieron su propia legalidad y fueron ellos
los primeros, no fui yo [...]. La historia de América Latina
es la historia de los golpes de Estado [...]. Y contra eso,
estaba más que legitimado el levantamiento popular [...].
Entonces cuando nos dicen: “Ustedes se levantaban contra
la Constitución” Yo digo: “¡pelotas! ¿Qué Constitución? Si
ustedes ya la habían hecho mierda, su propia Constitución”.
Está más acá de la discusión teórica de que si la democracia
burguesa es una dictadura de clase o no. Mucho más acá.
Eso está bien para Europa».

Aquí Huidobro se equivoca al referirse a Europa como paradigma


del respeto al Parlamento, olvida la historia europea del siglo XIX
y primera mitad del XX. Con respecto a la discusión que menciona
al final de su declaración hay que señalar que era un debate, que
en los años sesenta y setenta, se dio con mucha fuerza y extensión.
A fines de 1967, cuando empezaba el «pachecato», una parte de la
iglesia en la pastoral de Adviento decía: «Una gran dosis de vio-
lencia implantada desde arriba [...] para los que la sufren, sobre
todo si consideramos que, mientras se les reconoce sus derechos
teóricamente, en la práctica les son negados dentro del actual
ordenamiento económico–social». (Huidobro, 1994, 212). La re-
producción en éste y otros libros de declaraciones que conciben la
Democracia y dictadura: el sostén del Estado |  259

democracia como una dictadura de clase, demuestra, no obstante,


la lucidez sobre el tema. Actual Ministro de Defensa, enemigo
de clase y principal figura camaleónica de la política uruguaya,
denominado Huidobro.
La hipótesis de Huidobro, sobre el no respeto de la burguesía a
su propia legalidad, no considera que casi siempre que se dejaron
de respetar las mínimas garantías individuales, de derecho y legales,
fue en aplicación de las medidas prontas de seguridad, incluidas
en el texto constitucional, y aprobadas por el Parlamento.
Acierta, aceptando la falsa disyuntiva democracia–dictadura,
cuando señala que en la época de la «teórica democracia» se ne-
gaba la situación «dictatorial». Curiosamente, en la denominada
«dictadura militar» se negaba tajantemente estar en tal situación.2
La declaración, realizada el 7 de julio de 1973 por el presidente del
gobierno y uno de los artífices del golpe de Estado, así lo demuestra.

«Quienes califican de dictadura esta situación no me agravian


a mí mismo sino al pueblo uruguayo, que nunca toleró
dictadura, según lo demuestra su historia. Por esta razón y por
mis propias convicciones no osaría yo inventar siquiera una
dictadura en el Uruguay» (Reportaje a Juan Ma. Bordaberry
en la revista Gente, tomado de Rico, 1994).

Por todo lo citado —y las palabras del demócrata o dictador, como


se prefiera describirlo, presidente del gobierno— no se debe olvidar
la represión, sufrida por todo aquél a quien el régimen consideraba
peligroso —fuera o no luchador social—, ni su brutal expansión tras
el golpe. En 1974, ésta se extendió a periodistas y personas relacio-
nadas con el mundo de la cultura. Fueron sometidos a la justicia
militar por propagar «la apología de la sedición», entre otros, Qui-
jano, Alfaro y Onetti; se prohibieron films como Jesucrito Superstar
2  En julio de 1971, en período electoral y profunda represión se dio
una campaña para embanderar los balcones de la avenida 18 de Ju-
lio: «por la democracia y contra la violencia». Lo que da a entender
que el gobierno, por aquel entonces, a pesar de estar dando, progre-
sivamente, entrada a las fuerzas armadas en la escena nacional, decía
defender la democracia, es decir su violencia y su democracia.
260  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

y, por supuesto, La Patagonia Rebelde. Sin embargo, las relaciones


diplomáticas con la URSS continuaron. Tampoco se puede olvidar
el giro castrense de 1976 que provocó la terrible persecución, sobre
todo, de los incansables militantes del Partido Comunista.

«—En el 76 —cuenta el exmilitar Halty— toman el poder los


más reaccionarios; hay un golpe dentro de las fuerzas armadas.
Si hasta el momento habían estado tolerante con nosotros
[los militares disidentes], a partir de ahí se intensifican los
tribunales y la represión.
—¿Cuál era la actitud, hasta el 76, de los mandos con los
militares como ustedes, de “izquierda” o “no golpistas”?
—No nos permitían ser mandos. Nos separaban».

En 1978, uno de cada cuatrocientos cincuenta uruguayos estaba


preso y la tercera parte de la población, exiliada.
En la hipótesis: «democracia y dictadura: el sostén del Estado»
no se hace, únicamente, una constatación del pasado, sino también
un problema del presente y del futuro. Sobran los ejemplos en la
actualidad de regímenes denominados democráticos que disparan a
matar a los luchadores sociales. Si en el futuro, y en caso de revuelta
social, los políticos cómplices legalizarán o no una represión pare-
cida a la del pasado, para algunos es una incógnita, para muchos
de los luchadores sociales, una realidad. María Barhoum inició la
charla declarando: «No voy a dar nombres, porque no creí ni creo,
ni creeré, nunca, en la democracia».

«En el caso de mi país Uruguay—añade María Barhoum


refiriéndose al final del gobierno castrense—, en el cual
en el 85 la gente aplaudió, yo de alguna forma también,
porque regresaban los exilados, salían los presos de la cárcel,
y en general el pueblo y todos podíamos respirar. Pero
nunca estuve de acuerdo de la forma que se hizo, ni las
transacciones que hubieron. Porque los cambios, después
de tantos sufrimientos, no se hacen tan fácil».
Democracia y dictadura: el sostén del Estado |  261

Sería también una ingenuidad afirmar que la ascensión de Pacheco


a la presidencia, cual monstruo culpable, fue lo que provocó el
incremento de la violencia estatal. Primero porque Pacheco, en
el fondo, sólo fue un mero títere ejecutor de la política de la bur-
guesía;3 y segundo porque aunque con su gobierno la represión
aumentó en todos los aspectos, antes de él y en determinadas
ocasiones, ya se había dado de forma masiva.
Lo evidencia un episodio ocurrido dos años antes de su pre-
sidencia, cuando la policía agredió no sólo a militantes sino a
proletarios en general, sin importar la edad que tuvieran. En el
período de estudio, que abarca esta obra, la represión se centró
principalmente en los luchadores sociales; pero también se ha ex-
plicado, que en numerosas protestas, los milicos cargaron contra
todo bulto móvil, ajeno a ellos.
En octubre de 1966, la policía desaloja el puente del Cerro,
tomado por los empleados de los frigoríficos, ante la inminente
ola de despidos. Una testigo relata lo sucedido desde el momento
de la ocupación.

«—Vinieron como a las once caminando con las mujeres y


los chiquilines y se sentaron en la calzada del puente...
—¿No hicieron barricadas en el puente?
—¡Qué iban a hacer! Las hicieron después, cuando, si no se
protegían, los mataban. Desde aquí yo los veía bien y cuando
empezaron a llegar los camiones con policías, me di cuenta
que los iban a masacrar. Pero le aseguro que aquí en el Cerro
nunca se había visto nada igual, ni siquiera en 1957. Cuando
se armó el lío en el puente. Los policías bajaron corriendo,

3  «Poco después de la implantación de las medidas prontas de seguri-


dad en junio de 1968, Pacheco recibió el firme apoyo de la Cámara de
Comercio, la Asociación Rural, la Cámara Mercantil, la Federación
Rural, la Asociación de Bancos, la Bolsa de valores, la Confederación
de Entidades Comerciales e industriales del interior y la Asociación
Comercial. La congelación de salarios y precios fue apoyada por las
mismas entidades y también por la Cámara de Industrias, la Cámara
de la Construcción, la Cámara Mercantil y la Confederación Granje-
ra del Uruguay» (Aldrighi, 2001).
262  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

como cien tipos con cascos blancos tirando tiros. Parecía


una guerra. La gente se desparramaba por todos lados, y
después, con los caballos, los apretaban contra la pared y
les partían la cabeza. Algunas mujeres con chiquilines en
brazos se metieron en la escuela, que estaba con el patio
lleno de alumnos. Una autobomba los enfocó y los bañó
a todos con la manguera. Las maestras se caían de rodillas,
cubriendo con el cuerpo a los niños. Y esos animales, meta
palos. Póngale que yo lo vi. Un milico me gritó que me
metiera para adentro y en ese momento llegó mi nena de
la escuela. Sin que tuviéramos tiempo, una autobomba nos
barrió con la manguera. Mi hija pudo entrar. Le aseguro
que si llegan a tocarla o a lastimarla, yo mato a alguien, le
aseguro». (Huidobro, 1994, Tomo III, 32).

Con la presidencia de Gestido, y sobre todo con la de Pacheco, quien


amenazó con disolver las Cámaras en 1969, las medidas prontas
de seguridad eran tan comunes que, irónicamente, se decía: «La
Constitución propone y Pacheco Areco dispone». Al respecto, el
diputado Collazo manifestó:

«Nos encontramos dentro de este régimen de medidas


ordinarias de seguridad, ya que hace un buen rato que han
dejado de ser medidas extraordinarias, para transformarse
en el sistema normal del derecho de la República, basado
en un solo artículo de la Constitución, y además violado».
(Actas de la Asamblea General, 19 de noviembre de 1969)

Estas medidas, previstas para casos de «conmoción interna»,


consistían en la supresión de las garantías individuales y eran el
equivalente del Estado de Sitio que se aplicaba en otros países.
Una especie de carta blanca para la actuación de las fuerzas del
orden, como, por ejemplo, detener a sospechosos por un tiempo
indeterminado y a huelguistas debido a la supresión del derecho
de huelga.
La represión ordenada, por el Ejecutivo primero y las FFCC
después, no fue sólo para acabar con los grupos armados y la com-
Democracia y dictadura: el sostén del Estado |  263

batividad de los luchadores sociales en su conjunto, ni solamente


por la supervivencia de esas instituciones, sino también por inte-
reses económicos de capitales nacionales e internacionales. Para
que el Uruguay se consolidara como la caja fuerte del Cono Sur,
no bastaba el secreto bancario; también debía ofrecer seguridad.
Era preciso poner a salvo la Suiza de América de las convulsiones
sociales. El capital exigía garantías. Por ello, hay quienes consideran
el golpe de Estado como un hecho independiente de la existencia
de grupos armados y/o como respuesta a la militancia masiva. De
hecho, los rumores de una intervención militar son anteriores a
estos dos fenómenos, una vez constatada la crisis. Huidobro se
pregunta: «¿Qué es antes? ¿Que nosotros nos armamos, o que ellos
amenazan con el golpe? […] ¿El huevo o la gallina?».
La violencia que sufrieron los luchadores sociales fue aceptada
e incluso aplaudida por algunos ciudadanos sin apenas recursos
económicos, pero con miedo al cambio y gran sentimiento demo-
crático. «Nosotras las viejitas democráticas ni huesos conseguimos
para el caldo pero como escuchamos Radio Carve nosotras le
tenemos miedo al cambio» (Benedetti, 1986, 280. Del poema Las
viejitas democráticas).
La «salvación» de esta parte de la población fue la excusa y el
sustento teórico en el que se basaron las instituciones democráticas y
las fuerzas conjuntas para aplicar las medidas contrarevolucionarias.
La justificación ideológica del accionar militar de las fuerzas
armadas se apoyaba en la defensa de los derechos democráticos y
en la salvaguarda de una nación y un sistema amenazado por el
«peligro rojo».
La Constitución y las normas legales vigentes revistieron a las
intervenciones castrenses de legitimidad institucional, por lo
menos, hasta el golpe de Estado. Así queda de manifiesto en un
escrito de la Junta de Comandantes en Jefe, demasiado sincero
para quienes hoy quieren lavarse las manos en su complicidad
con la tortura y la cárcel, que evidencia el acuerdo de todos los
reaccionarios–burgueses en la salvaguarda del sistema capitalista.

«El gobierno se ciñó tan estrictamente a las normas legales,


que debió pedir reiteradamente al Parlamento la sanción de
264  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

una legislación especial de salvaguardia del orden público, a


fin de contrarrestar la ineficacia de los métodos judiciales que,
con una prístina inocencia legal, amparaban las actividades
terroristas, sin garantías ni seguridad de ninguna especie para
la paz pública, la libertad y los derechos de los habitantes».
(JCJ de las FFAA, 1976, 8).

Es importante remarcar que el Parlamento permitió tanto la


represión «legal» como la «ilegal».4 De ahí las iras de muchos
militares cuando se acababa la dictadura militar y se hablaba de
la posibilidad de que el Parlamento permitiese castigar a quienes
hubiesen violado los derechos humanos.

«Lo que resulta inadmisible y hasta grotesco, es que se


pretenda rever con instrumentos jurídicos que no sirvieron
para enfrentar a la subversión, la situación de quienes la
integraron, y menos aún, la de quienes con valor y patriotismo
la combatieron», manifestaba el militar Washington Varela
el 18 de mayo de 1984 (Aldrighi, 2001).

Las autoridades y gran parte de la población opinaban algo parecido


a este general, lo que permitió que, una vez cambiada la dictadura
militar por la constitucional y en todos los gobiernos democráticos
posteriores, ningún miembro de las fuerzas conjuntas fuera casti-
gado por sus atropellos del pasado. Y eso a pesar de que los malos
tratos denunciados en la Cámara de Senadores, como el de julio de
1985, fueran de los más canallescos y no tuvieran demasiado que
ver con la lucha antisubversiva sino con la violación a prisioneras:

4  «La total impunidad de policías y militares durante 1971 y 1972 por


las violaciones de derechos humanos, fue posible por la complicidad
o tolerancia de amplios sectores de la clase política. Es llamativo el
contraste entre el discurso en defensa de la legalidad y de la integri-
dad y de la integridad del Estado que realizaban el gobierno y los
medios de prensa conservadores y el silencio mantenido respecto a
la ilegalidad estatal. Se criminalizaba a la izquierda revolucionaria,
pero no se reaccionaba frente a la creciente ilegalidad de procedi-
miento de los cuerpos represivos» (Aldrighi, 2001).
Democracia y dictadura: el sostén del Estado |  265

«Me desnudan y me cuelgan de las muñecas, los brazos hacia


atrás. Estando así me manosean y me lastiman los pezones.
Me hacen el submarino con agua. Luego con capucha de
nylon o algo así, y estando colgada y agarrada por dos o
tres tipos, me violan por el ano y la vagina. Primero con un
palo, y luego uno de ellos, produciéndome lastimaduras y
pequeñas hemorragias en el intestino, que me duran como
diez días». (Aldrighi, 2001).
La lucha transforma
la vida cotidiana

En aquel momento luchar por el socialismo significaba también


luchar por la vida cotidiana. Se daban consignas que tocaban lo
más íntimo. En muchos lugares del mundo, este corto período
histórico incide sobre manera en aspectos sociales que antes el
movimiento revolucionario no había tocado o lo había hecho de
refilón. Y si bien es cierto que en este sentido los militantes mon-
tevideanos fueron menos radicales que los parisinos, en Uruguay
también se dieron hechos y consignas que fueron mucho más
allá que la mayor parte del pasado reivindicativo del movimiento
obrero y, de algún modo, siguieron aquel lema cooperiano: «El
mensaje debe ser pan y orgasmo; de lo contrario, podemos vivir
aunque para nada, podemos crear una revolución que, en última
instancia, no merecerá la pena».
Después de tantos años y escritos, muchos de ellos sacándole
importancia a la insurgencia de 1968 en Francia, lo que como
mínimo es incuestionable es la radicalización del movimiento
proletario francés —se incluye aquí a los estudiantes insurrectos—
en ese sentido: la transformación de las relaciones humanas. La
revolución era para «aquí» y «ahora» y según ellos los que hablaban
de revolución sin referirse a la vida cotidiana tenían «un cadáver
en la boca». Otra de las consignas era «Cuanto más hago el amor,
268  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

más quiero hacer la revolución; cuanto más hago la revolución más


quiero hacer el amor»: explicaba la ligazón entre amor y revolución,
entre los fines más altos y globales y lo más cotidiano y terrenal.
Sin embargo, en otra pared de París se podía leer: «Abrir vuestros
cerebros tan a menudo como abrís vuestras braguetas». Era una
consigna diferente a la anterior pero que también se refiere a la
relación entre un aspecto sexual de la vida y el pensamiento crítico.
En ella se da a entender la asiduidad con la que se hacía el amor
o se practicaba el sexo en ciertos ambientes y es, sin duda, una
demanda a prestarle tanta atención a otros temas —léase praxis
revolucionaria— como a la práctica sexual. En toda esta radica-
lización y cotidianización de la lucha del 68 en Francia tuvieron
mucho que ver los situacionistas, entre los que estaba Guy Debord.
Dentro del largo y a veces improvisado cuestionario, una de
las preguntas que casi siempre aparecía era: «Cuando se vive una
época de lucha constante todo se trastoca. Hablame de los cambios
que vivieron los luchadores sociales, y la población en general, en
su vida diaria; los valores, las relaciones..., como por ejemplo, la
concepción y la práctica del amor». La respuesta de Daniel Viglietti
no tiene desperdicio:

«Las relaciones afectivas, el amor, la amistad, pasan a tener


una porosidad muy especial porque son situaciones de
confrontación con un sistema injusto. Esto lleva a sensaciones
de peligro y represión y en todo eso la manada se junta, el
rebaño se une. Ante el peligro que supone un enfrentamiento
así hay más comunicación entre la gente, las señales son
más rápidas, hay una solidaridad no retórica, sino que
se da de hecho. Se puede dar en silencio, en gestos, en
miradas, en sobreentendidos; son épocas muy cargadas
de sobreentendidos [...]. Ojalá todo se trastoque en esos
momentos, el problema radica en que no todo se trastoca
y va o vuelve a otra zona que no es la que se buscaba, léase
ahora transición democrática por decirlo de alguna manera
[...]. A la postre, en los períodos aparentemente abiertos
como pueden ser de transición democrática ese sentimiento
solidario, gregario, se perturba, se lesiona. Hay mucho más
La lucha transforma la vida cotidiana |  269

ojo en el ombligo que en una etapa que había que estar


unidos. Digo aparentemente abierto, no porque niegue las
diferencias entre “democracia” y “dictadura”, sino porque
de algún modo existen limitaciones menos visibles, censuras
menos visibles, pero existen».

Muchos entrevistados, no obstante, recuerdan todo aquello como


una época cargada de prejuicios, dogmatismo y ceguedad. Otros, sin
embargo, lo ven como un período en el que como mínimo había
ciertos criterios de conducta y se daba una búsqueda constante
porque éstos fueran colectivos y humanos. Y, por esta razón, res-
catan todo aquello frente al descriterio generalizado de la sociedad
actual, de la libertad individual más insólita y aislacionista (homo
democraticus). El militar en una u otra organización o actuar en
uno u otro movimiento político influyó mucho sobre la opinión
de cómo vivieron toda esta problemática de la vida íntima y la
lucha social.
Una cita de Rodrigo Arocena resume los dos aspectos de la
sensibilidad de las personas de aquella época más característicos.
El disfrute de la vida —o VIDA, cuatro letras en mayúsculas que
desterraron el sobrevivir y la lenta administración de la muerte que
el sistema impone en épocas de «democracia y paz social»— y el
terror generalizado, sin duda impuesto por los que decían luchar
contra los terroristas.
1968, 1969, 1970, 1971, 1972 y 1973 son seis años en los que las
ganas de vivir, luchar y amar se mezclan con el miedo, el llanto
y la impotencia. Como explica Arocena, refiriéndose a los lucha-
dores sociales, en los primeros años predominó la alegría y en los
segundos, la tristeza; aunque en todos los años, meses y días esas
sensaciones estuvieron entremezcladas, fruto de las pequeñas vic-
torias y derrotas. Comprender esta contradicción es fundamental
para evaluar aquel período. Hay quien lo ve como una época me-
morable de resistencia humana a las injusticias, hay otros que sólo
ven una nube negra que pasó y fracturó a personas, a familias y al
país. Hay uruguayos que vivieron aquello y piensan de esta manera,
pero, curiosamente, quienes tienen esta percepción de los hechos
son sobre todo los que no lo vivieron. Varias personas nacidas en
270  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

el Estado español, alejadas de lo que allí sucedió, cuando se les


menciona el tema de esta investigación, sólo piensan en una bota
militar pisándole la cabeza a un joven y comentan: «¡qué terrible!».
Es entonces cuando se debe mostrar la contradicción y presentar
opiniones como la que sigue.

«Más allá de que fueras a vivir grandes triunfos —recuerda


Arocena— tenías la sensación de que estabas viviendo tiempos
que valían mucho la pena, y eso te daba una cosa, pensabas
que era la única manera de vivir la vida que interesaba, que
valía la pena, eso lo sentimos hasta que la represión se hizo
dura. Lo sentías cuando [y a pesar de que] te daban un palo,
o te pasabas unos días en cana, alguna herida... Pero, cuando
se dio la realidad de la tortura y la violencia, eso se acabó.
De mediados de los sesenta hasta el setenta y uno, había
una sensación de fiesta. En 1971 Montevideo era una fiesta
[...]. En ese aspecto fuimos más parecidos a los europeos; el
mayo francés fue una fiesta, con un solo muerto».

Rodrigo Arocena añade, a modo de comparación, que los militantes


brasileños de mediados de los sesenta no pudieron vivir aquello
como una fiesta por la dureza de la represión pero que los uru-
guayos, hasta la derrota de 1972, sí. «La conciencia de la violencia
llegó poco después». Este protagonista, para ilustrar aquel período,
cuenta que hacia 1971 se encontraba con gente que años atrás no
le interesaba la política que eran los grandes dinamizadores de los
militantes de base.
Los luchadores sociales en su resistencia al Estado debieron orga-
nizar sus vidas, al menos en algunos aspectos, de manera distinta
a la forma convencional, rompiendo, en la práctica, muchos de
los valores y esquemas del sistema que rechazaban. Lo común y
colectivo se imponía al individualismo, las relaciones mercantiles se
rompían para darse tentativas de relaciones humanas, más afectivas,
de necesidad del uno con el otro. El compromiso y la responsa-
bilidad con los compañeros y el grupo suplantaba al desinterés y
competitividad por el otro que había en muchas otras esferas de
La lucha transforma la vida cotidiana |  271

la sociedad.1 Del comité al barrio, de estudiantes a obreros, de no


presos a presos, hubo un apoyo mutuo importante.
Esos instantes «cimarrones» de común–unidad sucedían, entre
otros espacios, en los campamentos de los cañeros azucareros de
Artigas en sus marchas reivindicativas hacia Montevideo; en los co-
mités de barrio, donde se asumían problemas de manera conjunta;
en las ollas populares para comer todos juntos o alimentar a los
trabajadores en huelga; en la convivencia y la formación político
militar en los cantones de los grupos armados; en la vida cotidiana
en las comunidades; en las ocupaciones de lugares de estudio y
trabajo; en las asambleas, las manifestaciones y las movilizaciones
callejeras e, incluso, en la cárcel junto a los otros compañeros.
En todas las instancias donde predominaba lo común se daba
una ética alternativa a la dominante. De lo que se trataba era de
imponer, al igual que en la sociedad en su conjunto, la «dictadura
de las necesidades humanas a la dictadura del valor». De ahí las
obsesiones de los defensores del orden burgués como Adolfo Tejera,
ministro del Interior a principios de los sesenta, quien declaró:

«En los próximos días demostraré de forma fehaciente, los


excesos cometidos y provocados por los cañeros que actúan
en asamblea permanente, conduciendo como rehenes a
mujeres y niños, y viviendo en los caminos, generalmente
a la intemperie, sufriendo y haciendo sufrir a quienes los
acompañaban, todos los penosos afanes de su viaje, sin
medios de educación para los menores, sin higiene ni
salubridad para ninguno de los integrantes de la caravana,

1  El siguiente fragmento da una explicación del temprano rechazo de


jóvenes, y luchadores sociales en general, a la cotidiana opresión que
sufrían. «La hostilidad de la metrópolis vertical en la que se apilan
hombres que viven sin mirarse ni verse por encima de las congestio-
nes del tráfico […]. ¿Cómo hará el individuo para salir de los subte-
rráneos de la ciudad del consumo, donde no se siente existir sino es
en términos de rentabilidad? Bajo la regla de “automación” y de las
computadoras —asombrosos factores de progreso material— la ju-
ventud se entrega a una nueva forma de esclavitud». Del artículo Ju-
ventud Iracunda, de Marcel Hicter, El Correo de la Unesco, 1969, 15–20.
272  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

manteniéndose en una promiscuidad peligrosa para la moral


colectiva». (Huidobro, Tomo II, 1994).

La opinión de Huidobro sobre si en esas movilizaciones se estaba


edificando una moral alternativa es la siguiente:

« —Siempre han hecho un alegato a la moralina contra


la izquierda, en este caso al campamento cañero por
la “promiscuidad”. De ahí a que nosotros estuviéramos
edificando otra moral, de hacer de eso bandera, creo que no.
No, no, no acá había hambre, que vamos a estar discutiendo
eso... ¡por favor!
—Se da, de hecho —se le insistió— en la relación compañera,
donde aparecen otros valores.
—¡Ni que hablar! Pero no era lo principal en ese momento,
no era una preocupación central. Me parece que vos tenés
una concepción medio europea, que en torno de eso hacen
girar todo, y cuando la gente se está muriendo de hambre
no tiene tiempo de pensar en esas cosas».

Con respecto a los cantones del MLN pormenoriza Yessie Macchi:

«Los cantones eran comunidades donde de pronto se juntaban


quince o veinte compañeros viviendo en un mismo lugar;
y viviendo no durmiendo simplemente. El cantón era una
base de operaciones, de ahí solamente salías a actuar a una
acción militar y volvías. Convivíamos todos, es decir, nos
teníamos que cocinar, dormíamos ahí, hacíamos nuestros
ejercicios militares ahí, hacíamos nuestro aprendizaje de
cómo armar y desarmar, limpiar los fierros, cómo hacer un
explosivo casero, o quizá no tan casero, hasta cómo hacer
un documento falso, es decir, el cantón militar era una base
de formación global. Ahí, convivían compañeros que no
eran solamente de Montevideo, por ejemplo, conviví con
quince compañeros más, en una chacra, en las afueras de
Montevideo, que era un cantón militar. Allí la mitad eran
cañeros del norte, de Bella Unión, y la otra mitad éramos
La lucha transforma la vida cotidiana |  273

de Montevideo; y de esa otra mitad, la mitad provenía del


movimiento estudiantil, y el resto proveníamos de otros
lados. O sea que también era una instancia de tratar de
juntar distintos sectores dentro de la misma organización
para el intercambio. La vida en los cantones era muy linda».

Sobre las ocupaciones de lugares de estudio, René Pena cuenta:


«Armábamos una carpa y dormíamos todos juntos, hombres y mu-
jeres», acotando: «No pasaba nada». Esta acotación recuerda a los
«guardias rojos», denominación que recibían aquellos militantes
que vigilaban la aparición de cualquier tipo de «excesos» en las
movilizaciones de los luchadores. Recordando las ocupaciones de
la facultad Rodrigo Arocena asegura que «no se tomaba mucho,
había un cierto puritanismo, guardiarrojismo decían algunos, no
había droga, y alcohol, muy poco».
En esos ámbitos casi nadie se drogaba, era una práctica con-
siderada evasiva y de lo que se trataba era, justamente, de lo
contrario: comprometerse con la realidad social, abrir bien los
ojos y el corazón, para ver y sentir la injusticia social. Uno podía
ser expulsado de una organización simplemente por fumar un
porro. Seguidamente se presenta un fragmento de un diario de
izquierda, que bien podría tratarse de un comunicado del cuerpo
de represión de estupefacientes, en el que se denuncian distintos
lugares de consumo de marihuana, algo impensable hoy, cuando
casi todas las agrupaciones de izquierda defienden la legalización,
concedida en 2015.

«Estos hechos salieron a luz tras el escandaloso descubrimiento


de los lugares de consumo de marihuana, que como ya lo
indicamos son las Galerías Yaguarón, De London, el bar de
San José y Paraguay, y Lido, Armonía, Sorocabana, Palace,
Papito y otro ubicados en 18 de Julio, Pocitos y la Ciudad
Vieja.» (El Popular, 8, 27 de marzo de 1971)

A la pregunta de si en lo sexual también estaba presente el purita-


nismo, Arocena responde que «era un poco más liberado» y piensa
que se debía a que no fuera un país católico.
274  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Uno de los espacios comunitarios por excelencia eran los comités


de barrio, lugares que llegaron a cambiar la vida de las personas
que los frecuentaban.

«Estar militando en un comité de base te cambia la vida, te


acerca a la gente, te obliga a desinhibirte, a hablar en público,
es como una terapia con un psicoanalista, pero además, es
útil —manifiesta Cota—. Y claro que te transforma la vida,
es “tu” trabajo, es prioritario todo lo que tiene que ver con
el comité. Aquí y ahora, no encuentro un lugar que se
parezca al comité de base de esos años. Tal vez en Uruguay,
aunque lo dudo».

Jerarquía y autodisciplina

Los diferentes grados «de mando» en los grupos estaban más que
aceptados, aunque agrupaciones como Comunidad del Sur trabaja-
ron bastante sobre la crítica a la jerarquía y la autoridad. De todas
maneras, comparando con la militancia de hoy, la jerarquización
de antaño y su justificación era muchísimo mayor.
Casi todas las agrupaciones que se reivindicaban del marxismo,
como PS y PC, se basaban en el centralismo democrático, es decir,
que se elegían delegados para los congresos, se votaban allí las tesis
de la organización y salían con un carácter oficial, lo que signi-
ficaba que si una minoría había votado en contra de ellas tenían
igualmente que asumirlas. Nora, que militó en el FER y el PS,
asegura que «las direcciones creaban, los dirigentes intermedios
bajaban sus acuerdos y las bases aceptaban, o no» y que «había
una verdadera fascinación por la cadena de mandos establecidos,
que no sólo parecían ser positivos para la supervivencia del grupo
si no además le daban mucha fuerza». La jerarquía era aprobada
incluso entre los autodenominados anarquistas. Otro ejemplo de
ello lo cuenta René Pena, quien recuerda que los militantes de
base como ella llegaban y preguntaban: «“¿qué hay que hacer?” Y
lo hacías, el porqué ya estaba claro: cambiar el mundo».
La lucha transforma la vida cotidiana |  275

Fontora habla de la «necesidad de disciplina en las organizaciones,


sobre todo en las clandestinas, pero también en UTAA, pues en
las marchas llegaban a convivir doscientas treinta personas». Más
que asumir una disciplina, incluso jerárquica, lo que caracterizó a
los militantes fue la autodisciplina. Sin embargo, Horacio Tejera
habla y critica la existencia de la jerarquización entre los militantes
y afirma: «Hay más liderazgo entre los anarquistas, pues una vez
se establece un líder es más difícil sacarlo de ese papel. La pugna
por el poder está mal vista y no hay tanta competencia».
Varios testimonios aseguraron que en las organizaciones, sobre
todo en las compartimentadas, el poder estaba estrechamente
ligado a aquellos que tenían más información.
Ubaldo Martínez desvincula el concepto de la jerarquía al de
respeto por el conocimiento que podían tener los militantes en
determinados temas.

«Nosotros no respetábamos las jerarquías, porque las que


daba la sociedad no nos interesaban. Había sacerdotes y
catedráticos y [en la militancia] no era “el señor cura”. Se
les respetaba como a cualquiera. Lo que sí se respetaba era
cuando hacía su especialidad y se le pedía una opinión. El
respeto era un reconocimiento de los valores que podía
llegar a tener».

Como cuenta Garín, en el MLN «en una situación de peligro, el


que más responsabilidades tenía era el que corría más riesgo. Eso es
bueno y no es bueno, porque perdimos a gente muy importante».
Rodríguez Belletti, en referencia al movimiento cañero, señalaba:

«La gente está cansada del dirigente que dirige [...] el dirigente
tiene que ser el primero en todo [...]. La división entre
“dirigentes que dirigen” y “bases que actúan” no camina [...].
La idea de que el dirigente tiene que “cuidarse” es peligrosa
[...]. Hay veces que se lleva a extremos nefastos y la gente
deja de creer [...]. Que hay que cuidarse es obvio decirlo
[...]. Pero hay que cuidarse en la acción, y no en la oficina».
(Rosencof, 1987, 34).
276  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Este pensamiento siempre estuvo presente entre los cañeros —y de


alguna manera dentro del MLN y la mayoría de grupos de la épo-
ca—. De ahí que, entre aquéllos, Sendic fuera siempre el primero
en las acciones más comprometidas y que fueran los dirigentes
cañeros Vique, Santana y Castillo los elegidos para asaltar un banco.
Para los integrantes de la Comunidad del Sur lo importante era
tender a suprimir la jerarquización de las figuras fijas, por ejemplo
el poder que en otros lugares se les otorgaba a aquellos que traían
el dinero. Pero también, según Anibal, rechazaban la antítesis
vulgar «el liberalismo: que cada uno haga lo que quiera. Pues se
traduce en una ausencia de roles, en no saber lo que hacen los
demás porque no hay escenarios de convivencia».
A María Barhoum se le preguntó:

«—¿Vos estabas de acuerdo con la jerarquía dentro de la


OPR-33?
—Siempre. No éramos autogestionarios. Había una dirección
que planificaba y de cierta forma también mandaba, y
nosotros la aceptábamos. Si querés, más románticamente,
había compañeros más capacitados para planificar y otros
para hacer, a veces con discusión y a veces sin, porque el
anarco, en la realidad, también es bastante autoritario. Había
cosas que había que hacerlas y las hacías, y si no las hacías,
para afuera, o te suspendían como en cualquier organización.
El mito del anarco que... no eso no. Tal vez te lo decían
con más calidez, con mucho más espacio para la discusión.
Pero un aparato militar es un aparato militar, sea cual sea.
En el aparato militar hay uno que manda, otros que dirigen
y otros que hacen; punto. ¿Qué vas a discutir? La palabra
anarquismo, libertario, parece como algo muy laxo y no, el
anarquista se juega los huevos, se juega la vida».

Comparando, a nivel internacional, la militancia de los años se-


senta—setenta y la de los años ochenta—noventa, se observa que
la segunda aceptó con muchas reticencias o directamente rechazó
la jerarquía en los grupos. No tanto la del liderazgo «natural» sino
todas aquellas formulaciones «stalinistas», «militaristas», o «parti-
La lucha transforma la vida cotidiana |  277

darias» (de partido) que preconizaban la necesidad del secretario


general y el Comité Ejecutivo.
Hoy, los militantes del movimiento alternativo —okupas, insu-
misos, ecologistas, antiglobalizadores, anticapitalistas, etcétera— e
incluso los grupos anarquistas y/o comunistas clásicos no sienten
tanta necesidad de crear distintos niveles de integración, formación
y decisión. Por supuesto que las organizaciones armadas sí siguen
funcionando con una jerarquización extrema.
La horizontalidad es la base de muchas agrupaciones y movi-
lizaciones e incluso se llega a aceptar o rechazar luchas o grupos
concretos por la forma de organizarse o de tomar decisiones.2 Se-
guramente esto es debido a varias razones, cuyo análisis escapa de
este trabajo. Pero es dable creer que una de las causas principales
es, por una parte, la mimesis que a su pesar tienen los luchadores
con las políticas gubernamentales y los discursos de los gestores
del capital; y, por otra parte, por la «imitación» de los gestos de la
juventud radical y contestaria que realizan los políticos actuales
que para no perder el tren de los movimientos sociales ensalzan
la horizontalidad, la flexibilidad y el respeto. Hoy la moda es la
tolerancia, por lo tanto no la orden sino el entendimiento. Uno
no obedece porque el otro es el jefe sino porque entiende que eso
es lo mejor. Se hace una defensa de las redes horizontales. En los
años sesenta y setenta, las políticas de Estado —como gran parte
de los movimientos sociales— eran de arriba hacia abajo, de fir-
meza y autoridad.

2  Aunque quizá sea una coincidencia, resulta gráfico que antaño el


comandante Che Guevara fuera incuestionable y que hoy una de las
figuras más aceptadas dentro de los luchadores sociales ya no sea un
comandante, sino un subcomandante. Ese rango inferior, no casual,
en el que se autogalardonó Marcos, del EZLN, lo hizo más acep-
table. De hecho una de las razones por las que la causa zapatista
haya tenido más simpatía internacional que otras luchas armadas en
América Latina, como por ejemplo los grupos guerrilleros de Perú y
Colombia que hace años contaban con muchos simpatizantes, es por
la forma de organizarse: más horizontal y con menos jerarquización
de funciones.
278  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Cuando un militante de antaño asiste hoy a una reunión, por


ejemplo, del movimiento indignado —o hace una década al de
antiglobalización— le chocan esas diferencias y otras no mencio-
nadas, como la falta de pasión, de oradores, de referentes teóricos.

Género y militancia

«La muchacha de mirada clara,


cabello corto, la que salió en los diarios;
no sé su nombre, no sé su nombre.
Pero la nombro: primavera.
Pero la veo: compañera.
Pero yo digo: mujer entera.
Pero yo grito: guerrillera».3
Daniel Viglietti

En el mundo de la militancia, al igual que el Che decía que el


grado más alto del ser humano es ser revolucionario, se veía que
para llegar a ser la «mujer entera», que cantaba Viglietti, había que
ser luchadora. Los militantes de ambos géneros vivieron algunos
aspectos comunes y otros diferenciados. A los hombres les costó
mucho más y se les aceptó mucho menos que adoptaran carac-
terísticas que la ideología dominante consideraba propias de las
mujeres: la ternura hacia el compañero de lucha, el llanto ante la

3  «Durante la represión llevada a cabo sobre todo a partir de 1970, era


frecuente que aparecieran en los diarios las fotos de los guerrilleros
caídos o requeridos. Aun en aquellas fotografías de prontuarios, los
frescos, lindos rostros de muchachas y muchachos llamaban la aten-
ción, sobre todo si se los compara con las expresiones corrompidas,
los rasgos abotargados o tumefactos, a veces monstruosos, de la ge-
rontocracia en pleno auge. Acuciado probablemente por ese visible
contraste y provocado tal vez por la fotografía de alguna “mafiosa”
detenida o buscada, Viglietti compone una de las más populares
[pese a que ni la radio ni la televisión la difunden] de sus canciones»
(Benedetti, Daniel Vigiletti, 71).
La lucha transforma la vida cotidiana |  279

impotencia o la tristeza, la inseguridad ante los acontecimientos


políticos y el miedo ante la violencia.

«Ser un hombre uruguayo era ser un hombre que no mostraba


mucha afectividad ni demasiados sentimientos frente al
otro: la mano, el amigazo y reprimir cualquier contacto
físico —explica Roberto—. Pero me pregunto si entonces
alguien pensaba en esas cosas. Con lo de la mujer aún, pues
se empezaba a hablar de la liberación de la mujer, pero como
hombres no pensábamos en eso».

Las mujeres, cuando fueron arrestadas por las fuerzas reprimidas


padecieron, además del maltrato característico al preso político, la
incertidumbre y el pánico, por ejemplo, a ser violadas.
Esa incertidumbre en las presas la explica Yessie Macchi, quien
además durante el presidio tuvo que cargar con ser una dirigente
de la guerrilla.

«Estaba aislada en un calabozo que habían construido


rápidamente para mí [...]. Pasaba todo el mundo, Gregorio
Alvarez, Cristi, todos los generales me querían conocer. Me
mandaban a los siquiatras para hablar de marxismo, querían
saber cómo era una guerrillera tupamara. Todos querían
hablar de política conmigo, generales, coroneles, capitanes
[...]. El director del Hospital, Hugo Arregui, pasaba todo el
tiempo en mi calabozo, baboseándome. Una actitud muy
confusa, porque para mi cumpleaños me mandó dos docenas
de rosas rojas, y me dejaba pasar cajillas de cigarros aunque
tenía prohibido fumar en el hospital. Pero por otro lado,
como te decía, me baboseaba muy fuerte [...]. En la rotación
de los cuarteles, los oficiales me hostigaban, porque era la
figura femenina más conocida dentro del MLN y porque
tenía cargo de homicidios en mi haber. Pero por otro
lado había algo peor: una especie de lascivia, me cargaban
abiertamente. Fue una cosa difícil de manejar. La relación
entre un torturador y una mujer, que estaba favorecida
por una especie de leyenda que se había creado en torno a
280  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

mí ser femenino, y que llevó a una serie de manoseos y de


intentos muy embromados. Este fenómeno se daba con la
tropa pero también con los oficiales. Pero para que veas de
qué manera la situación era compleja, eso tenía una serie de
ventajas, porque como a veces estaban en un tren de cargue,
de intentar colarse por ahí, algún favorcito me lo hacían. O
me llamaban del despacho del capitán fulano de tal, quien
me tenía horas hablándome de sus problemas personales y
de pronto de su pasión por mí. Y eran cuatro horas que yo
estaba fuera del calabozo». (Aldrighi, 2001).

Años después de publicar la obra Ecos revolucionarios en 2003, varias


luchadoras detallaron las violaciones, a veces en grupo, a las que
fueron sometidas. También dieron su testimonio hombres, algunos
explicando vejaciones sufridas y, uno de ellos, narrando cómo fue
obligado a presenciar la violación de su compañera.
En todos los episodios pasados de rebelión popular, las mujeres
participaron de una u otra manera. Pero no todas las veces estuvie-
ron en la lucha abierta o en las tareas de organización de los grupos.
En Uruguay, a medida que se llega al final de los años sesenta,
la mujer va participando cada vez más en todas las estructuras de
las organizaciones combativas. Si bien a principios y mediados
de la década, la mayoría de las organizaciones están formadas por
hombres, cuando se llega a 1968 se da un cambio y, ya en 1972,
el compromiso con la lucha entre hombres y mujeres es similar.
Aunque hubo más militantes hombres, los luchadores sociales,
en el sentido amplio del término, eran más o menos la misma
cantidad.
Una de las razones de que una pareja estuviera militando en dos
lugares diferentes, uno de mayor riesgo que el otro, o de que uno
de los dos estuviera mucho más implicado que el otro, era por una
decisión común de dicha pareja, de un reparto de las tareas y las
responsabilidades. Uno se dedicaba en pleno a las formas de lucha
más arriesgadas, peligrando de esa manera su vida o su libertad,
y el otro no se implicaba tanto para que su vida o su libertad no
peligrase. Así se aseguraban de que siempre uno de los dos estaría
al cuidado de los niños. En estos casos casi siempre era la madre.
La lucha transforma la vida cotidiana |  281

Por supuesto, hubo parejas en que los dos decidieron dedicarse


en pleno a la lucha, dejando al cuidado de la abuela o de algún
compañero a los chicos en caso de que pasara algo.
El ginecólogo y decano de la Facultad de Medicina en 1968,
Hermógenes Álvarez, ese mismo año aseguró que «la participación
de las jóvenes en la agitación estudiantil es uno de los hechos más
llamativos del momento actual. En nuestra civilización —añade el
profesor Álvarez— y en las que la precedieron, la lucha la entabló
siempre un tipo de hombre dominante, embarcado en directivas
de conquista y dominación, que relegó a la mujer a un segundo
plano, sin establecer con ella un diálogo. Pero en otras formas de
lucha, la callejera de la Revolución Francesa, por ejemplo, participó
la mujer siempre, y de forma activa». (Bañales y Jara, 32).
J. C. Mechoso recuerda, incluso, que en una asamblea de Hu-
manidades y Magisterio había «doscientas ochenta gurisas y veinte
gurises». Y añade: «En la ROE eran más mujeres que hombres»,
y asegura que también ellas participaban en los enfrentamientos
con la policía y en lanzamientos de cócteles molotov. «Éramos
muy especiales —recuerda María Barhoum—, compartíamos las
tareas. Además si alguno se quería hacer el vivo, lo relajábamos
todo. Éramos mujeres fuertes, muy liberadas».
Sin embargo, algunos militantes estudiantiles se oponían a que su
pareja participara de la lucha callejera. Uno de ellos llegó a afirmar:
«Las mujeres sirven de muy poco en la calle». Sin embargo, otro
joven, de dieciséis años, acotó que, más allá de que se enfrentara
o no a los milicos, «una compañera tiene que militar».4
Huidobro cuando relata la etapa fundacional de los tupamaros,
comenta las discusiones que suscitó la presencia de la mujer en la
guerrilla, y en concreto en tareas militares o de servicios:

«¡Cuánto se discutió en algunos grupos si se integraba o no a


dichas militantes a las actividades de este tipo!, fue la práctica
la que se encargó de dar respuesta. Es o era evidente que
en la guerrilla rural la participación femenina resulta casi
4  La primera opinión apareció en el nº 1452 del semanario Marcha, el
13 de junio de 1969, y la segunda está citada de Anguita y Caparrós,
1997, 525.
282  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

excepcional, por lo menos donde no haya zonas liberadas


o sólidas bases de apoyo, pero en la ciudad... resultan casi
imprescindibles. Imposible estar parado en una esquina
mucho tiempo sin una compañera. Imposible estacionar un
coche en la oscuridad sin una compañera... Imposible que
un hombre esté embarazado para poder llevar en su barriga
varios uniformes policiales». (Huidobro, 1994, Tomo I, 154).

El capítulo de El papel de la Mujer de Actas Tupamaras, publicadas


en 1982, hace un repaso de las dificultades que puede encontrar una
guerrilla urbana para formar y hacer partícipe de la lucha armada
a la mujer, debido a la educación que ésta recibe en la sociedad
actual. Desde la escasa preparación física hasta otras carencias que
según el autor de las actas son relevantes y se han de subsanar para
que sea una combatiente más, con las mismas funciones. Según
el autor, los tupamaros consiguieron ese objetivo. Las mujeres
jugaron un papel fundamental en el éxito del accionar guerrillero
porque pudieron realizar, además de casi todas las acciones que
protagonizaron los hombres,5 muchas que por su condición en
el sistema imperante era preferible que asumieran ellas. Así las
compras para conocer la zona y el vecindario; burlar cordones
y vigilancia debido a que el enemigo es víctima de los prejuicios
sobre la mujer o de sus bellezas como pasa en una anécdota, en
plena operación rastrillo. Al ver que los policías van casa por casa
buscando sediciosos, varios tupamaro/as deciden que uno de ellos/
as saque de la vivienda todo el material comprometedor.

«La compañera joven y graciosa, camina indiferente con


su bolso entre la gente de civil que se reúne en las veredas
por curiosidad. De pronto advierte que alguien la sigue: es
uno de los tantos “tiras” que se mueven durante el rastrillo,
para observar los movimientos de los vecinos. Aunque
la compañera camina lentamente, va pensando con gran
5  En un principio dentro del MLN las mujeres sólo participaban de las
acciones militares de manera circunstancial y para cumplir una tarea
determinada, más adelante se superó esta etapa y participaban tanto
en la ejecución como en la planificación de las operaciones.
La lucha transforma la vida cotidiana |  283

rapidez. Al llegar a la parada de ómnibus más próxima, lo


mira y le sonríe.
—¿Adónde vas, nena?
—A la Asociación Cristiana, a nadar un rato (la toalla que
asoma del bolso confirma sus palabras).
—¡Qué lástima que estoy de servicio! ¿A qué hora salís? Te
voy a esperar.
La joven sube al ómnibus. Con el bolso se ha salvado un
importante material de un “servicio”, lo mismo que la
libertad de una compañera.» (Actas Tupamaras)

Por el contrario en Actas Tupamaras se insiste en que los compañeros


comprendan ciertas imposibilidades de ellas, sin llevar a que haya
«tareas de hombres», para que ambos sexos se complementen. Dos
fragmentos de las actas muestran como valoran positivamente el
papel desempeñado por la mujer en la guerrilla urbana uruguaya
y una visión machista, a lo Che Guevara producto de la cultura
dominante del momento:

«Nos encontramos así con una mujer disciplinada, trabajadora,


sensata, segura, hábil frente a la represión, con buen arraigo
en el pueblo, con amplias posibilidades en el trabajo político,
no tan audaz ni con tanta iniciativa en lo militar por
ahora, pero, en general, lo que puede llamarse una buena
combatiente [...].
Por último, y esto no carece de importancia, la mujer es
quien aporta constantemente, por su sola presencia, un
elemento muy importante para la unidad y la camaradería
de los revolucionarios. El toque femenino que menciona el
Che en la guerra de guerrillas se da en distintos planos, sea
en una comida que la mujer puede realizar con esmero y
oportunidad; sea en el gesto fraterno que alivia las tensiones
provocadas por la lucha; sea en su permanente actitud de
acercamiento humano que ayuda a quienes la rodean a
profundizar la identificación de los compañeros con la
revolución. Muchas veces, su ternura y la de sus hijos llegan
a integrar hondamente el mundo afectivo de aquellos con
284  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

quienes convive. Y esta actitud (en la medida en que estos


hechos no son parte de una tarea impuesta sino aceptada por
la militante) muestra, en definitiva, ser la manifestación más
elocuente del compromiso total que la mujer uruguaya ha
asumido a esta altura del proceso revolucionario.» (Anónimo,
Actas Tupamaras, 25)

De una de estas peculiaridades de los seres humanos del sexo


femenino habla, aunque con distinto tono, una luchadora social
que estuvo presa:

«No fuimos menos militantes por preocuparnos por los


detalles. Creo que las mujeres tenemos una forma particular
de hacer política, podemos estar en cana, jugarnos,
comprometernos hasta las últimas consecuencias y, sin
embargo, ser nosotras mismas». (Jorge, 1994).

En una línea patriarcal parecida a lo escrito por el Che, en su diario


y en Actas Tupamaras, se sitúa la declaración de Félix Díaz:

«Rescato el rol jugado por la mujer, que además de hacer


las tareas comunes en los campamentos, dentro de las
fábricas, fue puntal en determinadas tareas que exigían las
ocupaciones, como por ejemplo, hacer la comida para los
trabajadores que estaban ocupando».

Cuando la opinión pública empieza a conocer la presencia de


la mujer en la guerrilla es a partir de las fugas de las cárceles de
mujeres. Hasta ese momento no estaba clara la relevancia ni la
cantidad de militantes muchachas. Yessie Macchi explica que en
ese momento, además de todos los interrogantes que había con
respecto a la aparición de la lucha armada en Uruguay, da uno
nuevo: ¿Qué está pasando con la mujer en Uruguay?
A la pregunta: ¿Qué porcentaje de hombres y mujeres había
entre los tupamaros?, Yessie Macchi, militante del MLN, responde:
La lucha transforma la vida cotidiana |  285

«Habíamos unas cuantas, sobre todo en el sector militar. Eso


es destacable porque en otras guerrillas las mujeres cumplen
otras funciones, mayormente de servicios, de infraestructura,
de cobertura. En los ámbitos de dirección no puedo decir
que el porcentaje fuera igual que los hombres, puedo decir
que hubo mujeres».

En la entrevista publicada en La izquierda armada (Aldrighi, 2001),


Macchi profundiza en el tema género y jerarquía:

«Muchas comandaron acciones y fueron comandos de


columnas. En el sector militar los roles tienden a desdibujarse,
porque la mujer es muy eficaz en la acción, muy prolija y
serena. A los hombres les gusta más el tiroteo, responder
rápidamente, son más impulsivos, y la mujer más cauta. Se
creó un mito, el de que en el MLN había muchas mujeres
en un plano de igualdad con los hombres. Las había, pero
¿en qué posición se colocaban? Basta mirar las direcciones
que tuvimos: todas fueron íntegramente de hombres. Pocas
estuvimos en cargos de responsabilidad [...]. —Sin embargo
añade—: Nunca tuve problemas con ningún compañero por
ser mujer [...]. Cuando fui responsable, tampoco los tuve por
tener que darles órdenes, ni a los compañeros jóvenes ni a
los veteranos. Por el contrario, fui muy respetada».

Horacio Tejera, siempre crítico, rechaza la hipótesis de que había


bastante igualdad entre los dos sexos. Además, afirma que una
mujer no es más mujer por su participación en acciones armadas
y enfrentamientos directos:

«En 1969 o 1970, en una entrevista (creo que para la revista


chilena Hoy) a un tupamaro, que en ese momento era el
vocero del MLN, le preguntan: ¿Cuál es el papel de la mujer?
Y su respuesta fue que la igualdad se demuestra: “en el
momento que empuña un fusil”, simbologías aparte, es en
el momento que se parece a un hombre. Para que una mujer
adquiera su papel tiene que ser el émulo de un hombre».
286  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Mario Rossi también considera que los enunciados de igualdad


entre hombre y mujer que tenían las organizaciones no siempre
se plasmaron en la realidad.

«El programa [del MRO y las FARO] establecía la igualdad


entre los sexos, y estaba desarrollado este concepto en los
documentos. Sin embargo, los compañeros dirigentes y
militantes, como reflejos de la propia sociedad, tenían
concepciones burguesas y pequeño burguesas que se
trasmitían a sus actitudes. La lucha de dos líneas (burguesa
y obrera) se desarrollaba en todos los planos (en la cabeza del
militante, en la pareja, en la célula y en la organización toda).
Existía el machismo, la protección a la mujer en los combates,
el acoso sexual, en la pareja, entrar en la organización el varón
y dejar a la compañera por fuera o en tareas de colaboración,
la seducción en función del prestigio».

Ana Mª Araujo en su trabajo Tupamaras, mujeres de Uruguay recoge


varios testimonios que la llevan a afirmar que las militantes de sexo
femenino en el MLN no decidían, hacían de correo o formaban
militantes pero siempre siguiendo órdenes, repitiendo las posiciones
o esquemas que les proponían los hombres.
Otros militantes, como López Mercado, en cambio, destacan que
«una de las características de aquella época fue que la mujer estaba
en pie de igualdad con los compañeros». Y afirman que en ciertos
círculos de lucha, como en la Comunidad del Sur, esa igualdad se
daba de forma estricta: «La igualdad entre el hombre y la mujer
en la comunidad se consiguió porque el marco económico era
estrictamente igualitario sin jerarquización sexual. Otras cosas
más arraigadas no se solucionaron pero eso sí» concluye Anibal,
ex integrante de la Comunidad del Sur.
Ubaldo Martínez, de manera menos segura, opina sobre el reparto
de tareas entre los sexos:

«Pienso que sí [se rompió]. Ahí era al que le toca le toca y se va


a llorar al cuartel. Con respecto a los años cuarenta, cambió
mucho. También otros temas como el de la sexualidad. El
La lucha transforma la vida cotidiana |  287

mayo del 68 repercutió, cambia por completo el tema de las


relaciones, sobre todo entre la gente joven, mejora. Mejoran
las relaciones hombre–mujer, tendían a la igualdad, no sé
si se habrá logrado, pienso que no».

Ubaldo finalmente pone la guinda con una frase que a medida que
se estudia este período no puede dejar de acordar: «Desmitificába-
mos una cantidad de cosas pero al mismo tiempo nos poníamos
otros [mitos]».
Sin embargo, y en contra de varias de estas opiniones, casi todas
las entrevistadas se quejan porque en muchos aspectos, incluso
en los momentos y grupos de lucha, se sintieron desplazadas; fe-
nómeno que, en su momento, no lo consideraron tan prioritario
como para enfrentarlo. En la actualidad sus ideas al respecto son
otras. Chela Fontora afirma que «en UTAA, la mujer estuvo rele-
gada, como en el resto de la izquierda uruguaya. En las marchas
cañeras y en la comprensión de los demás hacia su libertad sexual
se apreciaba cierta marginación». Y cuando se le pregunta por qué
no cuestionaron ese hecho y no lo hablaron con los compañeros
con los que tanta confianza tenían, o en todo caso, por qué no
se rebelaron, contesta: «No había tiempo, cuando la gente tiene
hambre no podés esperar a mañana». Yessie Macchi, a las mismas
preguntas responde: «Nosotras en aquel momento no estábamos
con el tema de la mujer. El tema de la mujer dentro de la lucha
armada, recién ahora, para algunas de nosotras, es motivo de
reflexión». Otras militantes también señalaron que entonces se
preocupaban más por otros aspectos, cómo la extracción social de
la que se provenía, que por el tema del género. Nora, por ejemplo,
afirma: «Todos teníamos que superar la extracción de clase de la
que proveníamos, por ahí pasaba la cosa, por no ser o mostrarte
pequeñoburgués o hacer mea culpa de serlo».
A diferencia de otras militantes, Yessie Macchi, dentro de su
organización, sintió más igualdad de oportunidades y menos
discriminación por ser mujer, «en aquel momento éramos todos
iguales, te encargabas de una célula por tus méritos, no por si eras
mujer u hombre».
288  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Con respecto al reparto de tareas domésticas en los cantones,


Macchi afirma: «Nos distribuíamos las tareas de la cocina, siempre
entre hombres y mujeres; rotativo siempre; no había diferencia-
ción en las tareas, ninguna». Y la situación entre los luchadores
sociales, que vivían en pareja, la cuentan Fernando Castillo y Ana
Marianovich tras más de treinta años de convivencia:

—En el reparto de las tareas —dice Ana—, sí hubo un cambio.


—¡Hombre! vamos a decir la verdad, ellas hacían más las
tareas propias de las mujeres, por ejemplo cuando nos
reunimos para cenar entre amigos.
—¡Cómo propias! —exclama Ana.
—Ja, ja —se ríe Fernando, al verse atrapado por el propio
lenguaje dominante. —Es verdad, tiene razón Ana. Las
cosas que las mujeres siempre habían hecho: lavar los platos,
cocinar, fregar el piso. Entonces el hombre hacía cosas que
antes no hacía nunca. Mi madre cuando me veía barriendo
se ponía furiosa y me sacaba, no lo soportaba. Pero en casa,
con nuestro hijo Juan, cambiar pañales, etc., me ocupé, tanto
o más. Ella, más de la cocina».
«No había machismo, eso es muy cierto —sentenciaba Cota—.
Nosotros en esa época ya estábamos casados. Y siempre
hemos compartido todas las tareas, desde el estudiar, hasta
las cosas de la casa. Y eso era lo que debía ser. El machismo
es reaccionario».

En resumen, como en la mayoría de los análisis de los apartados


de la vida cotidiana no hay demasiado acuerdo. Lo cierto es que
ambos géneros, en la resistencia anticapitalista, participaron codo
a codo con, incluso, las mujeres promovieron actos exclusivos,
como la «Marcha del silencio», a fines de septiembre de 1968 en
homenaje a los estudiantes muertos.
A continuación, un episodio ocurrido en 1972 en Argentina
ilustra como se vivían las contradicciones en torno al trato que
algunos hombres daban a las compañeras y a las mujeres en general.
La lucha transforma la vida cotidiana |  289

«Aníbal Acosta estaba de acuerdo con Mario. Sólo una cosa le


llamó la atención, pero le parecía irrelevante: cuando hablaba
de mujeres, Orueta resultaba despectivo. No le gustó una frase
que había repetido varias veces con una sonrisa desagradable:
a las mujeres hay que manejarlas como a las locomotoras:
pito y leña. Aníbal pensaba que un revolucionario, que
hablaba de la igualdad y del hombre nuevo, no podía caer
en esas bajezas». (Anguita y Caparrós, 1997).

Para finalizar el apartado una lapidaria frase nada extraña en el


mundo castrense: «Yo, con mujeres no trato, dijo el viejo coro-
nel». «Se le había pedido una entrevista al director de Institutos
Penales porque seguía viniendo comida para veinte y las presas
eran más de cuarenta». (Jorge, 1994). Otra opinión que muestra
la visión que los militares tenían sobre las mujeres, y en concreto
sobre las guerrilleras, es la del capitán de navío Jorge Nader, quien
justifica el relevo de Juan Bacque por haber sido humillado por
una de ellas: «Son esas cosas que yo no entiendo, al comandante
del Centro de Instrucción una mujer lo agarró en calzoncillos, le
puso un revólver y el tipo se entregó. Ahí usted, como militar, se
tiene que hacer matar» (Lessa, 1996). Según Fernando Garín el día
que asaltaron el CIM Juan Bacque ni siquiera estaba, pero como
Nader lo odiaba se inventó esta anécdota y lo responsabilizó de
lo sucedido. De todas formas se ha querido dejar constancia de la
opinión de Nader para ilustrar la ideología castrense con respecto
a la mujer y porque una de las tupamaras tuvo especial protago-
nismo en aquel operativo: Yessie Macchi, quien manifiesta que
los militares «fueron muy duros con las mujeres, creo que nunca
nos perdonaron que saliéramos del rol clásico, que para el fascista
es, obviamente, la mujer en su casa o en el prostíbulo. Nosotras
no estábamos en ninguno de los dos lados y, además, habíamos
emprendido la lucha revolucionaria». (Aldrighi, 2001).
290  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Amor en tiempos de lucha

Los luchadores sociales no vieron plasmados sus objetivos de trans-


formar la sociedad, en ese aspecto se podría hablar de que fueron
derrotados. Sin embargo, durante esos años cambiaron muchos
valores y toda la red de relaciones humanas, en el ámbito comba-
tivo, se acercó, en algunos aspectos, a los objetivos comunitarios
que buscaban.
El amor y el sexo tuvieron gran relevancia en este sentido. Bien
porque variaron muchos elementos que componían esta franja
de la sensibilidad y la vida, o bien porque muchos aspectos sobre
el amor, la pareja y la sexualidad, mientras se ponía en cuestión
casi todo el orden social, siguieron conservando trabas, tabúes y
desigualdades que en la actualidad resultan obsoletos y de un gran
conservadurismo.
En este punto, los entrevistados no se ponen de acuerdo. Hay
quien dice que en ese momento se perdió el miedo a las relaciones
humanas, incluidas las sexuales, con todas sus alegrías y conse-
cuencias. Se amó y se hizo el amor más que nunca. Los temas
“privados”, de cama y amor, se tocaban en cada encuentro. Los
jóvenes se pasaban libros sobre el tema, se contaban las experiencias.
Aseguran incluso con nostalgia que esa porosidad amorosa en sus
compañeros/as nunca más se dio, entre otras cosas porque hoy en
día ya quedan pocos “compañeros”. Quedan conocidos, vecinos,
ciudadanos y cada vez menos “compañeros”.
La mayoría de los que ven aquella realidad de esa manera asegu-
ran que el estado actual de cosas, en el que reina el individualismo,
cambiará, «¡está cambiando!», y se volverán a dar épocas de com-
pañerismo, de «lo común» y volverán «los compañeros». Aquellos
u otros, pero se volverá a sentir y vivir aquella porosidad humana.
A continuación, un fragmento de la vida de Nicolás Casullo,
luchador social argentino:

«—¿Silvia, por qué no vamos a mi departamento y seguimos


charlando más cómodos?
—Bueno, vamos, todavía es temprano.
La lucha transforma la vida cotidiana |  291

Parecía como si a las mujeres les resultara muy difícil decir


que no. Nicolás sabía que no era nada personal; tenía la
sensación de que muchas mujeres se acostaban con un tipo
—con él, por ejemplo— porque había que hacerlo, porque
decir que no habría sido ridículo, imperdonable, las habría
dejado fuera de un lugar en la revolución proletaria. Se
acordaba de una compañera de la facultad que, seis o siete
años antes, se había negado a sus avances diciéndole que era
virgen y que pensaba seguir siéndolo hasta el matrimonio.
Y él había entendido y se había callado la boca. Ahora, en
1972, pensaba Nicolás, ni una monja, si era tercermundista,
podría permitirse esa respuesta. La revolución también se
haría en la cama; cuanto más orgasmo más revolución, y
cuanta más revolución más orgasmo. A veces, le parecía que
eso hacía que un encame fuera algo mecánico, sin pasión.
Pero sólo a veces». (Anguita y Caparrós, 1997).

Otros protagonistas encuentran sorprendente que pudieran cuestio-


narlo «todo» y no pensar que lo que ellos hacían cotidianamente lo
seguían haciendo como «estaba mandado». En esta línea se sitúan
testimonios de las ex presas políticas:

«Éramos innovadoras en política, hacíamos lo que tradi­


cionalmente estaba asignado a los hombres, pero éramos
conservadoras en otros planos. La libertad sexual encarada
como “revolución” en esos años, ni se nos pasaba por la
cabeza a la mayoría y, en todo caso, la rechazábamos».
«Nosotras, que éramos mujeres rupturistas, que buscábamos
los cambios revolucionarios, reprimíamos las alusiones al
sexo, lo ignorábamos en lo público».
«Fue una etapa que se caracterizó por la rigidez de nuestras
concepciones, que no nos permitían ver otros aspectos de
la vida».
«Sin duda, el sexo aparecía como fantasía, pero no hablábamos
de él entre nosotras. No nos preocupaba, al menos yo sentía
que no era lo que me preocupaba más». (Jorge, 1994).
292  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Por contra, y situándose entre los que opinan que la sexualidad y


la manera de relacionarse con la pareja o el amigo cambió radi-
calmente, Macchi declara:

«Personalmente discrepo totalmente con eso. Aquí hay


que hablar a título personal. Para mí el ingreso en el MLN
fue un cambio en todo, fue una revolución interna mía
también, se trataba de la liberación del ser humano como
tal, la liberación, entonces, pasaba también por los planos
más internos, más íntimos. Eso yo lo vi en muchísimos
compañeros/as, no quiere decir que en todos. Lo que pasa
que estás hablando con una mujer que se fue de casa de los
padres a los diecisiete años para vivir sola».

Para seguir con este debate, una posición contraria a la de Macchi,


de Arnaldo Gomensoro y Elvira Lutz:

«Pero la famosa revolución sexual de los sesenta en


Uruguay fue una revolución leída, de boca más que real.
Acá intelectualmente éramos todos muy libres, pero
prácticamente seguíamos siendo conservadores. Sobre todo
a nivel familiar y de costumbres sexuales [...]. La gente de
derecha es más congruente, piensa de una manera y actúa de
esa manera. Lo que siempre nos chocó fue la contradicción
entre las ideas libertarias, cuestionadoras del sistema, de
las explotaciones, de las opresiones, y su mantenimiento
de pautas discriminadoras, muy opresivas a nivel familiar».
(VVAA, De los 60 a los 90. De Generaciones).

Carlos Demasi se sitúa en esta misma línea de opinión y compara


el caso uruguayo con el francés: «En el 68 uruguayo había una
moralina pura y dura […]. Lo más revolucionario de la revolución
sexual era tener relaciones prematrimoniales con la persona con
la que después te ibas a casar. No había una apertura tan fuerte
como en Francia […]. Las consignas del Mayo francés sonaban
extrañas y lejanas» (Brecha, 1968).
La lucha transforma la vida cotidiana |  293

Tampoco hay acuerdo sobre hasta qué punto se produjo la rup-


tura, se encuentran opiniones contrarias, incluso, en el recuerdo
de una pareja, unida desde entonces.
Fernando Castillo le recuerda a Ana, su compañera, que los ruptu-
ristas en los temas de sexo estaban considerados como bichos raros:

«—Scarone venía con el libro de Richard..., la masturbación,


el punto G y todo eso, pero era el raro. O pasaba otro y te
decía estoy practicando todo lo del Kamasutra... pero eran
raros. Se seguían las pautas de la sociedad burguesa. Que
se cogía con más asiduidad porque había preservativos y
todo eso, vale.
—La opinión de la gente iba cambiando... —Matiza,
contradiciéndole, Ana Marianovich quien, no logra hacer
cambiar de parecer a Fernando:
—No entraba en la mente de la gente, la gente sólo pensaba
“hay que defender a los cañeros”; ese tema no estaba en el
tapete.
—Pero hubo un cambio —insiste Ana.
—Sí, pero no una revolución. Da lugar a una mayor relación
por la propia solidaridad..».

Con respecto a la marginación de personas que preferían amar a


los de su mismo sexo no se produjo una ruptura general. López
Mercado comenta que: «Hasta hoy está mal visto». Cuando se le
pregunta por qué, contesta: «Yo aprendí de mi padre que lo peor
que puede ser un hombre es milico o puto». Horacio Tejera, va
más lejos:

«Un homosexual no podía militar. Hasta se corría la voz


de que los homosexuales eran de desconfiar, una vez
presos, porque se enamoraban de los carceleros, como si
los dirigentes no se hubieran enamorado [en referencias a
las negociaciones y expectativas que tuvieron hacia ellos]
de sus propios carceleros. [Cuando se le preguntó si el
amor entre mujeres se veía igual de negativo que entre los
294  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

hombres, contestó]: En esa época ni me planteaba que la


mujer pudiera..».

María Barhoum recuerda al respecto:

« —En la Escuela de Bellas Artes había homosexuales y


lesbianas y no pasaba nada. Tampoco se hablaba. Nadie le
daba pelota.
—Pero ¿ellas podían besarse en público como ahora, por
ejemplo, en los movimientos alternativos, como el okupa
en Barcelona? —se le preguntó.
—Ah, no, no, no. El Uruguay fue una sociedad muy represiva.
—¿Y en una sala en la que sólo había compañeros?
—No se daba que se besaran o se agarraran la mano —contesta
María.
—Entonces no eran tan avanzados en ese sentido.
—O respetuosos —matiza ella.
—¿Por qué? ¿No se trataría de autorrepresión?
—No era el destape —concluye—, ahora hay demasiado
exhibicionismo, son temas que los tiene que resolver cada
uno, ni el gobierno ni las instituciones».

Con respecto a: ¿qué se hacía con los homosexuales dentro de


las organizaciones políticas?, Horacio Tejera asegura: «El PC los
expulsaba. Los expulsaba o los escondía si eran muy valiosos. El
MLN no sé lo qué hacía con ellos. Heber siempre nos escondió
su homosexualidad [a nosotros, sus compañeros]. Tras el exilio
nos enteramos».
Fernando Castillo recuerda otro episodio en el que un hombre
informó de su homosexualidad, una vez lejos de Uruguay y segu-
ramente influenciado por la mayor apertura europea en ese tema:

«En Barcelona, uno que era militante del GAU, cuando


llegó dijo soy... y todo el mundo se dio vuelta, ya aquí, año
1976. Los propios tupas, cuando dijo que era homosexual, le
hicieron la cruz... ¡lo peor! Eso te marca. Hubo varios casos
absolutamente condenados por eso».
La lucha transforma la vida cotidiana |  295

Como en la mayoría de las organizaciones armadas y guerrilleras,


los militantes del MLN mantuvieron cierta marginación con los
homosexuales. Yessie Macchi recuerda:

«Milité con compañeros homosexuales cuando la


homosexualidad era prácticamente una palabra prohibida,
en eso sí que el MLN era bastante retrógrado. Algunos/as
de nosotros tuvimos que librar una batalla para que algunos
de esos compañeros siguieran en el seno de la organización,
porque se sentían muy reprimidos».

Sin embargo, piensa que con otros aspectos de la misma temática,


léase, por ejemplo, relaciones amorosas, el MLN fue un avance.

«En ese sentido había mucho cuidado; los compañeros nunca


se metieron en las relaciones personales de los otros, podían
sugerir, podían proponer, pero no era materia de discusión.
Teníamos una tirria muy grande a todo lo que pudiera
ser un stalinismo interno incluso a nivel de las relaciones
personales o una especie de mackartismo interno. No existía
la promiscuidad, como la plantean los burgueses, porque
promiscuidad es una palabra muy relativa, pero existía la
libertad».

María Barhoum se sitúa en una línea, parecida a la de Yessie, pero


insistiendo en que no eran promiscuos, al parecer algo mal visto
por muchos luchadores sociales, quizá por el miedo a ser satani-
zados por el poder.

«Sin pecar de soberbia, éramos mujeres avanzadas o libres,


tal vez por la opresión de la familia o del medio donde nos
criamos ya habíamos roto bastantes barreras. Tampoco era el
amor libre ni nada de esas pelotudeces que se dicen, éramos
seres normales. Eso es pura palabrería. Nadie que tiene una
compañera que se va con otro, se queda contento. ¡Dejate
de joder! Eso es un desprestigio que se hace al anarquismo».
296  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Si bien acierta María Barhoum cuando habla de la caricaturiza-


ción de la concepción anarquista del amor y la sexualidad, olvida
corrientes como las de Émile Armand (1872–1962), quién a su
vez recoge las teorías de defensores del amor libre anteriores a él.

«Julio Guesde escribía en 1873, en su Catecismo Socialista:


“Las relaciones sexuales entre el hombre y la mujer, fundadas
sobre el amor o la simpatía mutuas, llegarán a ser entonces
tan libres, tan variables y tan múltiples como las relaciones
intelectuales y morales entre individuos del mismo sexo o
de sexo diferente”. Creemos que los espíritus de vanguardia,
los emancipadores, deberían preocuparse de preconizar la
educación sexual mejor de lo que lo hacen; no dejar jamás
escapar la ocasión de propagar y de afirmar su importancia.
No solamente el ser humano debe conocer qué delicias
—sentimentales, emocionales, físicas— nos reserva la vida
sexual, sino también qué responsabilidades implica. [...] No
separan «libertad de vida sexual» de «educación sexual» [...].
No se pronuncian ni a favor ni en contra de la unicidad o
de la pluralidad en el amor [...]. Piden que no se califique
de más o menos legítima, de superior o de inferior, la
experiencia amorosa, según sea simple o plural. Reclaman
que se instruya de todas estas cosas a todos los seres, y que el
padre, la madre o el compañero no aprovechen su situación
privilegiada para mantenerlas ocultas ante quienes tienen
obligada confianza en ellos. A cada uno de los instruidos
corresponde determinar su vida sexual [...]. Por otra parte,
no basta con aceptar esta idea hipócritamente y practicarla
clandestinamente [...]. Reclaman para la búsqueda y la
práctica de “la libertad sexual” la misma publicidad que
para otras “libertades”, convencidos de que su desarrollo y
evolución se hallan ligados no solamente al crecimiento de
la fidelidad individual y colectiva, sino además, en gran parte,
a la desaparición del regímen autoritario. (Armand, 2000).

Otros testimonios sí hablan de contactos amorosos más allá de su


pareja estable o relaciones esporádicas con militantes «solteros»
La lucha transforma la vida cotidiana |  297

cuando no se tenía pareja; sobre todo, en algunos ámbitos donde


la convivencia era prolongada, léase campamentos cañeros, ocu-
paciones de centros de trabajo o estudio. Anibal afirma que en la
Comunidad del Sur hubo también una esporádica experiencia de
interrelación en la que participaron unos pocos y, que al parecer,
algunos vivieron con mucha tensión. Explica otras experiencias
de multirrelación:

«Cecilia [...] una comunidad brasileña. [En la que sus


integrantes] colectivizaron la totalidad de lo que pudieron
y lo pasaron muy mal, explotaron. Otro caso fue un grupo
de teatro, que era una comuna, el Living Theatre, donde
estaba Julian Beck. Ellos lo vivieron mejor, pero también con
bastantes tensiones. Los vimos, vinieron a vernos, estuvieron
en Uruguay de clandestinos».

En esos años sí hubo una ruptura generalizada con estructuras


formales e instituciones como el matrimonio o con no tener rela-
ciones sexuales previas. Ya en 1966 en una encuesta en el ámbito
universitario, de edades que oscilaban en su mayoría entre veintiún
y veintitrés años, se informaba de que el 33 % de las mujeres solteras
habían practicado el sexo con otra persona y el 83 % de las casadas
habían tenido relaciones con su compañeros antes de la boda (Ba-
ñales y Jara, 34). De ocho militantes estudiantiles entrevistados por
el semanario Marcha (nº 1452, publicado el 13 de junio de 1969),
sólo tres creían en el matrimonio y decían con respecto a éste: «No
tendría sentido si mantuviera relaciones con mi novia»; «como lo
hace conmigo lo podría hacer con cualquier otro». Sin embargo,
los otros cinco pensaban que era un requisito sin sentido típico
de la sociedad en la que vivían y según ellos no pensaban transigir,
tampoco en este tema, con la sociedad burguesa. En ese aspecto
unos afirmaron que tenían una compañera con la que mantenían
relaciones sexuales y otros que no tenían pero que deseaban tenerla.
Uno insistía en que practicar el sexo con la persona con la que se
va a compartir casa e hijos no sólo es placentero sino positivo. Al-
gunas de sus manifestaciones fueron: «No creo en el matrimonio,
con todos sus formalismos»; «la sociedad del futuro no tiene que
298  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

basarse en la institución familiar. Las relaciones deben ser libres».


Y añadieron que las relaciones de pareja «tienen que estar basadas
en la amistad, el cariño y el mutuo entendimiento». Sobre estos
mismos temas otros entrevistados opinaron:

«La sociedad por la que lucho es el comunismo. Pero para


llegar a esa sociedad, hay que pasar por varias etapas hasta
lograr una sociedad donde haya lucha de clases. Entonces,
al desaparecer los problemas económicos, sólo quedan los
problemas morales. Por ejemplo, yo no estoy de acuerdo con
lo que se ha dicho sobre el amor libre, porque planteado así
puede tener muchas interpretaciones. Sólo se puede hablar
de amor libre cuando la sociedad esté trabando las relaciones
de una pareja, cuando la sociedad es enemiga. Pero en una
sociedad ideal no es necesario negar las instituciones sociales».
« —El matrimonio es un contrato y, por lo tanto, forma parte
del sistema de opresión. Yo creo en el amor libre —declaró
una muchacha.
—¿Qué quiere decir eso?
—Quiere decir estar vinculada a una persona exclusivamente
por amor, sin estar atados por leyes.6
—¿En qué sentís concretamente que ustedes lo están
cambiando?
—En la libertad sexual, por ejemplo. Querer a una persona sin
tener miedo de lo que pueda pasar. Para nosotros, la realidad
de pareja se transforma, así, en un verdadero compañerismo.
No hablamos de “novios” sino de “compañeros”».

En aquellos tiempos, y relacionado con este tema, apareció, o


mejor dicho se extendió pues los viejos anarquistas ya lo usaban

6  Se le preguntó a Fernando Castillo sobre el tema del matrimonio


entre los que realizaban actividades contra el régimen imperante: «Sí,
la gente se casaba. Como nosotros que estábamos contra el matrimo-
nio pero nos casábamos. Por la familia, lo social, para qué le vas a dar
un disgusto. Te casabas incluso por la iglesia, yo fui a bautizarme un
poquito antes de casarme. Bueno nosotros ya nos pasamos casándo-
nos por la iglesia; para el movimiento éramos unos provocadores».
La lucha transforma la vida cotidiana |  299

en las décadas anteriores, uno de los términos más importantes:


compañera o compañero. Más que un mero término, era todo un
concepto.7 Una conceptualización de lo que era o tenía que ser el
amor, el amor revolucionario, el verdadero amor. Desde el punto
de vista de los luchadores sociales; la novia formal a la que se sa-
caba a pasear, se invitaba a tomar algo tras ir al cine o antes de la
cama, sin hablar de temas sociales o trascendentes, se transformó
en la compañera con la que se peleaba juntos, se debatían temas
importantes, como eran el cómo transformar la sociedad, las críticas
a tal organización de izquierda, la sexualidad...

«No teníamos novia sino compañera —matiza López


Mercado—. El tema de relación de pareja hombre/mujer
se vinculó muy estrechamente a lo que se entendió que era
la lucha revolucionaria, cargado de un fuerte contenido
ético y de compromiso. Al mismo tiempo que se liberalizó
en cuanto a la sexualidad, pero se rigorizó en otros aspectos
y compromisos del uno con el otro y con el entorno».

Era la compañía para afrontar juntos las contradicciones que se


estaban viviendo, para apoyarse el uno en el otro, o como escribía
Benedetti. «En la calle codo a codo, somos mucho más que dos».

«Era muy importante el compañero —afirma Cota—, por eso


nos cayó tan mal que el “compañero” de nuestra “compañera”
[...] no sólo fuera casado y no lo hubiera dicho, sino que
tenía otra novia además de nuestra amiga. Las dos novias
eran militantes del MIR. Cuando en una conversación
descubrieron que las dos tenían el mismo novio, una de ellas
lo citó una en un lugar, y se aparecieron las dos.».

Esta conceptualización de la pareja fue lo que en parte salvó al nú-


mero dos. En un período en donde el muchos y lo múltiple fue lo
predominante, también se daba mucha importancia a estar a solas
7  «Si decías “mi mujer” “mi esposa”, estaba mal visto. Tenías que de-
cir “mi compañera”, era un movimiento revolucionario con sus dog-
mas», recuerda Fernando Castillo.
300  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

con el otro, pareja o amigo-compañero —del mismo o distinto


sexo—, pues se constataba que en esos momentos era cuando más
fluía la confianza total. Cuando se estaba en grupo o incluso de a
tres, tomando algo y charlando, era mucho más difícil conseguir
una atmósfera de total sinceridad.
Debido a esa fuertísima relación que muchos combatientes
tenían con su pareja cuando las fuerzas del orden «secuestraban»
—encarcelaban— a uno de los dos, se sufría enormemente.
La muerte de uno de los dos, en más de una ocasión, fue
insoportable.
René Pena cuenta que cuando se exilia en 1975 en Argentina «le
doy cobertura a una chica, para mí “María”, militante del ERP, a la
que le habían matado a su compañero, que le decían El Francés. La
chica se suicidó en mi casa. Tuve que hacer desaparecer el cuerpo.
Mi prima la trajo y mi prima se la llevó; eran de la misma fracción».
Una psicóloga, consultada para esta investigación, que trabajó con
presos políticos manifestó que, en la mayoría de los casos, lo que
más quebraba a las personas presas era el alejamiento de la pareja;
porque se iba del país, porque el otro u otra hubiera encontrado
otra pareja o por ruptura amorosa provocada por los motivos que
fuera. El poema de un preso, nos ilustra lo mucho que se extrañó
a las personas amadas.

«Tengo ganas muchas / de conversar contigo / de hacer


algún / contacto horizontal / de combatir / se mono
feo del individualismo / y demostrarte / demostrarnos
/ la unidad de los contrarios. / Hay días / hay noches
/ hay ratos / en que sueño / que te haces, / yo testigo /
una buena autocrítica de piernas / momentos en que me
dejo atrapar / por el materialismo histórico / y quisiera
hallar tus contradicciones / una arruga precoz en el
cuello / tu lunar en la espalda / tus pechos / tus rodillas
/ por ejemplo. / Momentos en que te pienso monja / y te
haría ver / sentir / a dios hasta aturdirte».
VVAA, La cancion de los presos, 1981
La lucha transforma la vida cotidiana |  301

Siguiendo con la profundización del tema pareja entre combatientes,


es necesario aclarar que, en principio, no era tan importante si uno
pertenecía a una organización u otra, lo que importaba era si se
militaba o no. En Comunidad del Sur quizá fue diferente, como
se ve a continuación, porque se trataba de un lugar de convivencia
permanente, y no sólo un lugar de militancia.

«Las parejas que iban a vivir allí —comenta Anibal— solían


experimentar, en un primer momento, un cuestionamiento
total de la manera de amar. La mayoría de las parejas
formadas fuera de la comunidad se separaron. Las que se
componían de uno de la agrupación y otro de afuera solían
traer algún tipo de conflicto, pues no eran los dos los que
decidían juntarse con el grupo sino que uno arrastraba al
otro. Las formadas dentro de la comunidad fueron sólidas
y estables».

No importaba —aunque sí podía acarrear discusiones y conflic-


tos— que la pareja estuviera compuesta de una militante del
MRO y uno de la ROE, ni que él fuera trotskista y ella estudiante
libertaria de Bellas Artes, e, incluso, si él era de la periferia de los
tupas y ella asidua al comité de base del barrio. Lo que importaba
era que tanto él como ella estuvieran por el cambio social y por
ende contra los milicos. Por eso, uno de los temas de discusión
de las reuniones no formales fue si un revolucionario podía tener
novia o tenía que ser compañera. Según la opinión de Horacio
Tejera «en el MUSP no permitían que sus militantes tuvieran
relaciones con gente que no militara y en la Comunidad del Sur
primero hubo una etapa de mucha represión sexual y después una
de todo lo contrario. Se llegó a reprochar las relaciones fuera de la
comunidad. [Se escuchaba allí que] la responsabilidad implica la
relación de pareja».Es que era difícil que ocurriera, que ella fuera,
por ejemplo, una firme combatiente y él un ciudadano neutral
que opinara que había policías buenos y malos, que votara a uno
de los partidos tradicionales y que sus inquietudes pasaran por lo
que sucedía en el estadio de fútbol y no en la batalla urbana, que
302  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

día a día enfrentaban explotados y explotadores. Ni que decir si


él era un defensor del régimen burgués.
Como se narra a continuación, los luchadores sociales en Ar-
gentina también vivieron estas contradicciones.

«Al cabo de unas semanas, el trabajo [militante] en Solano


empezó a andar, y la agrupación del barrio crecía, pero Lilí
pasaba muy poco tiempo en su casa y veía muy poco a su
marido y sus hijos chicos, que tenían diez y seis años.
—Lilí, ¿qué está pasando? Esto ya no funciona.
—¿Sabés qué pasa, Marcelo? Es indudable que acá los caminos
se dividieron, yo empiezo a militar y no puedo traer todos
los problemas a esta casa, ustedes tienen que quedarse afuera
de todo eso, no tienen nada que ver con todo eso...
—Lo que pasa es que vos estás loca desde que se murió
Manolín... [asesinado por la represión].
—Puede ser, yo no digo que no, pero creo que esto es lo más
correcto. Creo que esto es lo que tengo que hacer.
Lilí Mazzaferro metió un poco de ropa en su valija y se fue a
vivir al departamento de una amiga. A sus hijos los llamaba
por teléfono siempre que podía, y los veía todos los domingos
y, a veces, algún otro día». (Anguita y Caparrós, 1997).

René Pena, anarquista y estudiante de Bellas Artes, afirma que


cambió de ambiente y militancia, participando en los CAT, por su
relación de pareja: «Él era tupamaro yo estaba enamorada y hacía
lo que él decía». Otro militante, reconoce: «Trataba de ganármela
políticamente, que mi pareja se coordinara conmigo, pero no lo
conseguía».
El amor surgido entre Nora y Roberto refleja las formas y describe
los espacios en el que muchos luchadores sociales se enamoraron.
Sucedió corriendo de la policía, camino de la Universidad, «corría
antes que él, me vio y le gusté» recuerda Nora. Los días siguientes
sirvieron para buscarse en las movilizaciones. Tema de conversación
había, él militaba en el PS y ella en la BUS (Brigada Universitaria
Socialista). Lo difícil era hablar de otra cosa, aproximarse en otro
sentido. De ahí la valentía de Roberto que un buen día se acerca
La lucha transforma la vida cotidiana |  303

a Nora y la invita a ir al cine para ver Compañero presidente, docu-


mental en el que Regis Debray entrevista a Allende.

«Eso fue un sabado por la noche y el lunes o martes había una


mani cerca de Jefatura de Policía, y él que era el representante
de la FEUU por Humanidades era el encargado de lanzarla
—señala Nora—. Recuerdo que me dijo: “me toca lanzarla
a mí”, me agarró de la mano y me sacó al medio de la calle,
sentí por la duda pánico, “¿los otros vendrán o no vendrán?”,
lo miré y me dije: “si yo me atrevo a esto con este hombre
realmente es el hombre de mi vida”. Toda nuestra vida estuvo
marcada por esto».

Siguiendo con el concepto de «compañero/a» se presenta un frag-


mento en el que un testimonio (Joaquín Rodríguez Nebot del libro
de VVAA, De los 60 a los 90. De Generaciones) habla del cambio que
supuso la aparición de esta figura en las prácticas sexuales.

«Hay una liberación respecto al mito de la virginidad, del


llegar virgen al matrimonio, que era bastante fuerte, por
lo menos en determinados sectores sociales de clase media
y alta [...]. El hombre primero hacía su cultura sexual con
prostitutas o con mujeres un poco más libres y después elegía
novia casta, pura, con la cual se casaba. En eso, se produce
una modificación en la militancia, donde aparece que la
entrega amorosa debe ser total. Aparece el término de la
compañera o compañero como una especie de categoría
casi matrimonial hecha a nivel simbólico y no jurídico.
Cuando se establecía la relación entre un compañero y
una compañera dentro de las estructuras de gremios o de
militancia era tanto o más fuerte que el propio casamiento.
Se tenía que compartir todo, porque la vida era importante.
Estábamos por revolucionar absolutamente toda la vida,
entonces una de las cosas que había que revolucionar era el
intercambio sexual [prematrimoniales] [...]. Se daba paso a
tener relaciones, a experimentar».
304  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

En este sentido otro testimonio (Mario García, Ser como el Che,


qué giles. VVAA, De los 60 a los 90. De Generaciones) con profunda
carga crítica, aporta nuevos datos:

«¿Ir a bailar a una boite? Horror. Hasta el cargue callejero


se desterró como práctica, porque la meta era encontrar
“LA” compañera, y dónde mejor, que en los ámbitos de
la militancia. Allí éramos todos iguales, se borraban las
diferencias, casi asexuados, nosotros sin machismo, ellas sin
cosméticos, éramos militantes».

Para entender los principales rasgos de la tan deseada compañera,


se transcribe la letra de la canción Anaclara.

«Con un grafo / ella escribe en las paredes “resistir” /


bufanda rojinegra por la espalda / minifalda / anaclara
/ borra infancia / aprendiendo en bellas artes a crecer /
con pechos de rosales sin espinas / agua marina / anaclara
/ es de agua / cuando el hijo se enamora de la sed / y si
el niño le regala una amapola / llora sola / anaclara
/ nunca encuentra / porque busca siempre el modo de
no hallar / aunque sabe que lo nuevo se conquista /
anarquista / anaclara / si la hieren / de tan tierna tiene
miedo de morir / y entonces pone espinas en las rosas /
temerosa / anaclara / de mañana / va tejiendo los telares
de la duda / aun desnuda / preguntándole al espejo / un
consejo / anaclara / hospitales / que conocen la dulzura
de sus manos / los dolores con mirarla ya se olvidan /
fisiatría / anaclara / si el camino / anaoscura / siempre
claro quieres ver / nunca dejes / anaclara / tu locura
compañera / tu locura de palomas casi halcones / tus
pasiones / anaclara».

Se le preguntó a Daniel Viglietti: ¿Para crear esta canción y la


de Muchacha te inspiraste en una mujer en concreto o no? A lo
que contestó: «Siempre hay una mezcla, nunca es directamente
para una persona. Podría ser un poco injusto. Era una mezcla de
La lucha transforma la vida cotidiana |  305

imágenes que venía con toda la participación de la mujer, de las


muchachas, en ese período concreto». Según René Pena: «Viglietti
tiene su alma hacia todas las mujeres —y refiriéndose a Anaclara
dice— son imágenes que las siento demasiado [entre otras cosas
porque ella, como la protagonista de la canción, estudiaba artes
plásticas en la Escuela Nacional]. Las muchachas de Bellas Artes
éramos todas muy parecidas [...]. Éramos muy coquetas y estábamos
muy orgullosas de ser mujer».
La sensualidad, la lucha, la pasión y la ternura de Anaclara,
provocaron que para formar pareja muchos hombres buscasen,
con mayor o menor éxito, una mujer que se pareciera a esa figura
sensible, de dulces manos, minifalda y capaz de dar su vida por
el prójimo. Otros simplemente se conformaban en ver alguna de
esas cualidades en su compañera.
En relación con el anterior apartado, Género y militancia, es inte-
resante observar como la canción de Anaclara rompe con la figura
de marimacho con la que muchos han relacionado a las mujeres
combativas de aquellos años y enseña como lucha y feminidad
pueden ir unidas.
En este sentido Horacio Tejera recuerda: «Teresa, la compañera
de Carlos, era una muchacha preciosa, mantuvo la feminidad
siempre, usaba minifalda y no ponía voz de hombre».
Por su parte las mujeres buscaban «al compañero» que según Cota,
para sus compañeras de lucha tenía que ser de la siguiente manera:

«Te hablo de los novios de las chicas del grupo. Eran por
supuesto todos militantes y algunos dirigentes. Lo que más
les gustaba a las chicas, era que su compañero arrancara algún
aplauso en alguna asamblea, por ejemplo. Y la desesperación
porque se habían llevado a alguno preso, se mezclaba con
un poco de orgullo. No creo que las chicas se fijaran en
si sus novios eran guapos o simpáticos, sino más bien se
dejaban encandilar por lo importante que eran los chicos
dentro del grupo».

A pesar de las distintas visiones y recuerdos que pueda haber sobre


cómo eran las parejas deseadas de los luchadores sociales y otros
306  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

aspectos relacionados con ese fenómeno, es innegable que para


ellos el amor estuvo sumamente ligado con la lucha. El profesor
Hermógenes Álvarez en 1968 relacionaba, con una visión muy
peculiar, la militancia de los estudiantes con el tema de la pareja:

«La movilización estudiantil es una verdadera lucha. Las


jóvenes no la rehuyen, intervienen en ella con tanto ardor
como los varones y saben que además de luchar por sus
ideales, deben estimular a sus compañeros. En este aspecto
interviene el signo sexual y el arrojo de los varones adquiere
elevadas tonalidades. He presenciado, días pasados, frente
a la facultad de Medicina, a un joven, secundado por su
compañera, enfrentar a pecho descubierto a dos policías
que le descargaban sus revólveres mientras él descargaba su
honda. No cabe duda que este acto de temeridad, mezcla de
lucha y deporte, fue estimulado por la presencia de su joven
compañera». (Bañales y Jara, 32 y 33).

Siguiendo con el tema de la pareja y la aparición, o mejor dicho,


la expansión del concepto “compañero”, cuatro de los estudiantes
entrevistados por Marcha (13 junio de 1969 nº 1452) exigían que su
pareja militara: «Entiendo por compañera a una muchacha que le
tocó vivir en este sistema y está luchando contra el mismo». Y otro
joven acotó: «Para ser compañera tiene que participar en la lucha.
Una persona con conciencia no puede estar ajena a la militancia».
Evidentemente, así como se creaban amores en el ámbito de la
militancia también se daban separaciones por la implicación en
la lucha. Fueron numerosas por la militancia, la cárcel, en fin, por
los distintos avatares de la lucha. Con respecto a las separaciones a
causa de la militancia, recuerdo el anterior relato sobre Lilí Maza-
ferro y el de una mujer, de ideario más bien ácrata, que se casó con
un miembro del MLN y cuando él se fue a Cuba y la organización
le dio infraestructura, ella no lo siguió «tenía que meterme en el
movimiento tupa, pero no lo hice; le siguió otra mujer».
Yessie Macchi ofrece un esclarecedor testimonio sobre cómo
vivían el amor —dificultad y pasión— algunos tupamaros.
La lucha transforma la vida cotidiana |  307

«Con respecto a las parejas, la vida en la clandestinidad


significa que no sabes que va a pasar en el día de mañana,
podés estar muerto, preso, en un lugar del país que no tiene
nada que ver, cambiado a otro departamento [municipio]
y no ver nunca más a tu pareja. Eso hace que la relación sea
mucho más intensa, porque como no tenés el futuro, vivís
el presente muy a fondo. También hace que te ates más a
los prejuicios que tiene la sociedad, que las parejas son para
siempre, que hay que tener hijitos, la formalidad. La verdad
que dentro del MLN no nos caracterizamos por una gran
estabilidad en las parejas, por una razón muy obvia, porque
nuestra propia vida era inestable. Al día siguiente podíamos
estar con un tiro en mitad de la cabeza [...]. Así viví mi vida,
de una forma totalmente libre. No me até nunca a ningún
convencionalismo dentro de la organización. Lo que no tuve
nunca fueron dos parejas al mismo tiempo; en eso toda mi
vida fui muy prolija. Pero sí de ser muy sincera conmigo
misma. Había sinceridad total, lo que nunca hubo dentro
del MLN fue hipocresía. Si vos estabas con un hombre, o
una mujer, si la querías, la querías totalmente por eso estabas
con ella, o sino, no estabas con ella. Pero podía ser que al
día siguiente te trasladaran a otro departamento o cayeras en
cana y que la pareja que quedara sola tuviera necesidad de
otra pareja. Y en eso nosotros fuimos muy claros, no se puede
conservar la pareja simplemente por un conservadurismo».

En la misma línea se sitúa Chela Fontora quien afirma que «en la


organización clandestina hay más necesidad afectiva, hay más que
perder», y José Mujica explica:

«Es posible que me pese no haber tenido hijos. Los hubiera


necesitado como cualquiera, pero yo tenía la certidumbre
de que estaba metido en la tormenta. Y, precisamente, fue
la tormenta la que siempre me llevó a la ruptura de las
parejas. Yo tenía una vida muy irregular, muy poco normal,
digamos, no era la más adecuada para tener una pareja. Al
punto de que uno llegaba a la conclusión de que la pareja
308  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

tenía que estar metida en lo mismo, que de lo contrario no


iba a funcionar [...]. Mi primera relación fue con alguien
que estaba en lo mismo que yo. Pero, como al tiempo
tuve que saltar a la clandestinidad, mientras ella seguía
siendo legal, la realidad nos puso barreras. ¿Por qué son
tan enamoradizos los revolucionarios? No sé si será por la
certidumbre instintiva de que se está rozando la muerte [...].
Todo está dominado por la incertidumbre. Y esto tiñe a la
relación de una intensidad muy honda, tanto como de un
desapego muy pronunciado frente a esas otras cuestiones que
normalmente atan a las demás parejas. De todos modos, es
necesario recordar que un revolucionario es un bicho común
y corriente». (Campodónico, 119 y 120).

Por su parte Mario Rossi señala:

«La convivencia prolongada de la clandestinidad, cerrada,


forzaba relaciones. Era común, estando clandestino, sostener
una doble relación: la compañera que se tenía de la etapa legal
y la nueva compañera bajo la clandestinidad, etcétera. Pero
también fueron forjándose parejas y quereres donde afloraba
lo mejor del ser humano. Se vivía y se amaba con intensidad.
La compañera y la familia ocupaban un lugar destacado
en el corazón y en la psiquis del guerrillero. Muchos casos
de compañeros que habían aguantado las torturas con
una entereza encomiable, posteriormente, se suicidaban o
intentaban suicidarse (entrando en profundas depresiones)
cuando sus compañeras generaban nuevas relaciones y
desaparecían de las visitas a la cárcel. Se gestaron relaciones
en este clima de guerra, de separación e inestabilidad que son
indestructibles, hay que reconocer que fueron las menos».

Rafael Cárdenas opina que los cambios con respecto a las relacio-
nes amorosas se produjeron entre los militantes clandestinos y no
entre quienes desarrollaban una actividad legal.
La lucha transforma la vida cotidiana |  309

«Cuando la gente vive junta en un cantón se genera una


tendencia a que la relación afectiva y sexual sea más libre.
Afuera hay una serie de convenciones culturales, amigos,
familia, conocidos, que te pesan e influyen para que sigas
las normas que te han ido metiendo en la cabeza desde que
naciste. Entonces cuando estás en un cantón aislado de ese
mundo y estás conviviendo de una forma más natural, la
relación es más fácil y sencilla. Y se supone que es lo que
se hacía. No te lo puedo decir como experiencia personal
porque nunca estuve en clandestinidad».

Como denominador común se ha visto la estrecha relación entre la


lucha social y lo amoroso. López Mercado opina al respecto que «el
tema del amor estaba muy vinculado al tema de la solidaridad. Lo
vinculábamos mucho. No te olvides que el gran referente político
y ético era el Che Guevara, y él habló del amor».

«Déjenme decirle —escribía el Che—, a riesgo de parecer


ridículo, que el revolucionario verdadero está guiado por
grandes sentimientos de amor. Es imposible pensar en un
revolucionario auténtico sin esta cualidad». (Huidobro, 1994,
Tomo III, 181).

Los luchadores sociales concebían la organización política en la


que actuaban como un espacio en el que se expresaba la sociedad
por la que luchaban y que permitía experimentar los futuros
valores del «hombre nuevo». Muchos de los que provenían de
sectores pudientes, en el combate diario, tuvieron la posibilidad
de conocer a militantes que habían padecido una fuerte miseria
económica. Gran cantidad de jóvenes convivieron con personas
de edades medias y ancianos inclusive.
La búsqueda de criterios colectivos, el considerar el interés
general por encima del individual y los cambios producidos en la
cotidianeidad, debidos al continuo enfrentamiento contra el régi-
men y a la exigencia de la coherencia revolucionaria, demostraron
que la lucha también transforma los aspectos más íntimos de la
vida. Aquéllos se evidenciaron en las vinculaciones con el entorno
310  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

familiar y vecinal e incluso en las relaciones amorosas. Se tendió al


abandono del noviazgo y la vida marital, para pasar a la búsqueda
del compañero, también comprometido socialmente, con el cual
compartir sexo, lucha, amor, hijos, deleites y problemas. De todos
modos, la dedicación al enfrentamiento al poder no fue la misma
para superar los prejuicios que se tenían hacia, por ejemplo, la
homosexualidad o la discriminación a las mujeres, que tuvieron
una participación masiva en la política.
El compañerismo y la solidaridad, dos rasgos fundamentales de
los luchadores sociales, muestran la calidad humana de personas
que, sin ser héroes —como a veces se los ha presentado— acepta-
ron aquel desafío histórico. Otras de sus características fueron la
fortaleza, la rigidez, la temeridad, la solidaridad, la autodisciplina,
el no abandono de la lucha, el altruismo, la juventud —hay que
recordar que la militancia se convirtió en una forma como otra
de hacerse adulto y enfrentarse a los padres—, y la proletarización.
Ésta fue producto de una idealización de los valores de los sectores
populares, que llegó a manifestarse en una vestimenta sobria, me-
nos formal y más unisex que antes. Como críticas a aquel modo
de ser, los entrevistados destacaron la ingenuidad, el fanatismo, el
machismo, el dogmatismo y el mantenimiento de prejuicios de la
sociedad dominante sobre cantidad de temas.
En definitiva, en todo este tiempo la lucha contra el régimen se
contextualizó en diversos escenarios de convivencia —marchas,
ocupaciones, reuniones, cantones militares, cárceles y comunas—
donde se construyeron tentativas de relaciones más humanas, y en
los cuales se manifestó una verdadera comunidad de lucha.
Anexos

Glosario Militante
Ablande: Se refiere al período de tortura anterior al interrogato-
rio. A esta etapa también se la llamaba «de ablandamiento».
Afloje: Período de la detención en el que se ejercía menos dureza
con los presos, en el que estos podían organizar la cocina y comer
mejor.
Agringamiento: (De gringo -green go-: vete verde. Forma como
llamaban a los soldados ingleses en Argentina y a los estadouni-
denses en diferentes lugares de América). Se refiere a compor-
tarse, tener la ideología yanqui o, en general, hacerle el juego al
imperialismo. Se puede agringar desde una persona hasta una
fuerza política o un país.
Apretar: amenazar a una persona de forma violenta para inmovi-
lizarla, pedirle información o sacarle dinero.
Batllistas: término aplicado a los seguidores de José Batlle y en
general a los seguidores de la política liberal, progresista y perse-
guidora del consenso social.
314  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Berretín: Lugar, generalmente construido, para esconder armas,


documentos o personas secuestradas por parte de grupos arma-
dos. Ya fuera un doble fondo de un mueble, un coche, un porta-
folios o un zulo cavado bajo el suelo.
Bocamaros: Después de haberse planteado la polaridad PC–
MLN, fue el término para críticar los defensores de concepciones
guerrilleristas. El cantautor Zitarrosa, cuando estaba afiliado al
PC, lo popularizó. Sería una acusación a quienes plantean con-
signas revolucionaristas por ser «bocones» (bocas) sin sustento y
no dispuestos a dar la cara.
Cagarandum: Término despectivo hacia los militantes conside-
rados miedosos, «cagones».
Cantegriles: Barrios de chabolas denominados de esta manera
como ironía de los Countries en los que veraneaban los burgueses.
Cañeros: Cortadores de la caña de azúcar. Ver Peludos.
Carneros: (De carnear la carne de los animales). Término despecti-
vo para denominar a los que no adherían a las huelgas obreras. En
Cataluña, y por extensión en el resto del Estado español, esquirol.
Chanchos: Personas secuestradas por los grupos armados.
Chupamedias: Uso del argot o lunfardo rioplatense, que se re-
fiere a una persona que sigue a un jefe o líder en todos sus pen-
samientos y acciones dándole la razón indefectiblemente. O en
lenguaje político, militantes que siguen a raja tabla a una agrupa-
ción o su dirección.
Clande: Alusión a la clandestinidad.
Compartimentación: Preservar las medidas de seguridad en una
organización consistentes en que sus miembros conozcan los me-
nos compañeros o datos personales posibles para evitar que sean
facilitados en caso de un interrogatorio policial.
Cortoplacista: Denominación que definía de forma crítica a
quienes veían la revolución «a la vuelta de la esquina».
Anexos |  315

Cosificación: Proceso de convertir al ser humano detenido en


cosa–objeto. La palabra cosa era muy utilizada en el ambiente
militante. «Estar en la cosa» significaba integrar un grupo políti-
co y, sobre todo, uno armado. «Una cosa es una cosa y otra cosa
es otra cosa» era una de las frases con la que los militares contes-
taban a los detenidos, que conocían, por ejemplo, por que vivían
en el mismo barrio o habían coincidido en el liceo, cuando éstos
apelaban a este hecho para evitar ser torturados.
Cuadro: Militante de una organización. El que tiene responsa-
bilidades y está capacitado para la lucha. También sinónimo de
militante completo.
Cuatrosietistas: Militares seguidores de los comunicados 4 y 7
hechos públicos en febrero de 1973, o militantes que depositaron
confianza en ellos.
Custodia: Personas encargadas de observar la situación vigilando
los hechos de una acción u operativo de un grupo armado. Era
común el «tomar prestado» cualquier coche para las acciones de
los grupos armados. Pero si pertenecía a un obrero nunca se le ro-
baba, se le devolvía una vez acabado el operativo. O, por ejemplo,
un grupo partía en el coche y dos miembros —«la custodia»— se
llevaban al dueño a caminar, simulando estar dando un paseo.
Después de pasar el tiempo estipulado, generalmente corto, se le
comunicaba el lugar en el que estaba.
Descompartimentación: Quebrantar la compartimentación. Infor-
mar a otros compañeros, voluntaria o involuntariamente, el nombre,
el paradero, el cargo o el escondite de otro militante o estructura.
Desestanilización: Hace referencia al proceso de abandono de la
línea stalinista que marcó durante prácticamente toda la segunda
mitad del siglo XX a la izquierda y, más específicamente, a los
denominados Partidos Comunistas.
Desfibramiento: Proceso de quiebre y división dentro de un mo-
vimiento en huelgas o agrupaciones políticas.
316  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Economicismo: Quedarse solo en la lucha económica sin per-


seguir objetivos finalistas, revolucionarios. También se deno-
minó economismo.
Emocionalistas (movimientos): Irrupciones populares espontá-
neas frente a una crisis general. De ahí que se afirme que en Uru-
guay, a diferencia de otros países latinoamericanos, fueron muy
poco frecuentes este tipo de respuestas, un ejemplo fue el estupor
y la reacción que provocó el asesinato del primer estudiante (1968).
Entrevero: Cuando la descompartimentación se daba por una
situación dada, casualmente, o como mecanismo de descompar-
timentación consciente, por parte de las FFAA, de las células de
militantes en la cárcel y en los cuarteles.
Escuelita: Foma como denominaban los miembros de la OPR-33
a los cursos de formación políticomilitar. Clases que impartían
los detenidos dentro del penal para los otros presos.
Fantasma: (Además del uso que se le da en España). Dirección
suplente para reuniones importantes, como forma de desinfor-
mar a los servicios de seguridad.
Farista: Algo (un documento, un proyecto, una idea o un militan-
te) de las FARO (Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales).
Fastizante: (También facistizante o facistoide). Creación deriva-
da de fascismo.
Febreristas: Militares golpistas que se dieron a conocer por los
comunicados populistas 4 y 7. (Ver cuatrosietistas).
Fidelero: Tono despectivo hacia los militantes del Frente de Iz-
quierda de Liberación Nacional.
Flauteo: Situación que vive el preso cuando es sacado a la fuerza
de su celda con destino desconocido y sin conocimiento del juez.
Foguear: Valerse de experiencias en el campo de la militancia.
Sinónimo de entrenar y preparar a luchadores sociales. (Ver tam-
bién Militantes de terreno).
Anexos |  317

Garroteadura (ideológica): Llevar al enfrentamiento directo las


diferencias políticas.
Gorilas: Término despectivo a todo lo proveniente del ámbito
castrense, sobre todo a los jefes o gobiernos más represivos.
Gripefeller: Denominación de los estudiantes a la suspensión de
los cursos por parte del gobierno (bajo la excusa de una epidemia
de gripe) para evitar altercados ante la visita de Nelson Rockefe-
ller en junio de 1969.
Guanaco: Vehículo antidisturbios utilizado por la policía que
lanza chorros de agua a presión.. La palabra proviene de Gua-
naco, animal salvaje de los andes meridionales que escupe para
defenderse. Todos los vehículos policiales tenían nombres de ani-
males: «camello», «chanchita»...
Guardias rojos (o guardiariojismo): Militantes, más bien mode-
rados que, como en la China, vigilaban la aparición de cualquier
tipo de «excesos» en las movilizaciones de los luchadores.
Gusanista: De la palabra gusano, quien tiene una actitud servil
hacia la política estadounidense u opositora al régimen cubano
de Fidel Castro.
Hambreadores: Capitalistas, gobernantes, oligarcas y demás cau-
santes del hambre.
Lanzagases: Agentes que tiraban gases lacrimógenos.
Locutorio: Lugar de tránsito para los detenidos y/o lugar de visi-
ta de los presos.
Máquina: Tortura.
Mejicaneada: Acción de quedarse con todo el botín y perjudicar
al cómplice o de algo que ha sido obtenidos ilegalmente y ha sido
mal repartido. Se utilizó en el caso de armas expropiadas.
Miguelitos: Elemento defensivo utilizado por los manifestan-
tes para pinchar las ruedas de los vehículos policiales o de los
318  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973
huelguistas para sabotear el transporte público. Consistía en dos
clavos cruzados y doblados, de tal forma que al ser arrojados que-
daba siempre una punta hacia arriba.
Milico: Proviene de la palabra miliciano, hace referencia al ejér-
cito, pero en la jerga popular se utilizaba para designar indistinta-
mente a militares y policías.
Miliqueada: Forma coloquial de designar a un grupo de policías
o militares o a una práctica a favor del orden milico.
Militantes de terreno: Militantes con mucha experiencia dentro
de una organización política.
Mono: Apelativo con el que los militantes adultos se referían a
los liceales.
Muspos: Militantes del Movimiento de Unificación Socialista y
Progresista (MUSP), también se usaba derivados como «progra-
ma muspiano».
Oficialata: Seguidor de la tendencia oficial de las organizaciones,
incluso, en las decisiones más polémicas. En el MLN, al ser un
movimiento amplio, coexistían la línea política del Comité Eje-
cutivo con otras más autónomas o fraccionalistas.
Pachecato: Se refiere al gobierno, calificado de dictatorial, de Pa-
checo Areco (1968–1971).
Partidista o partista: En la polémica partido–foco, el seguidor
de lo primero.
Pecés: Denominación de los militantes del Partido Comunista.
Pegatina: Impreso de propaganda política. En Uruguay, la
pegatina era la acción organizada para ir a pegar carteles de
la organización.
Pegatineros: Personas que realizaban la tarea de pegar los carte-
les de la organización. Por lo general, dentro de cada organiza-
ción existían grupos especializados en esta tarea.
Anexos |  319

Peludo: Termino por el que se conocía a los cortadores de caña


porque, al igual que el peludo (armadillo), trabaja la tierra.
Pequebú: Proveniente de pequeño burgués, como le llamaban
despectivamente a los que realizaban actividades consideradas de
la clase burguesa.
Picana: Tortura que consiste en aplicar electricidad al detenido o
también, máquina utilizada para ese fin.
Pinza: Forma de control policial de los automóviles en las calles
de la ciudad y las carreteras.
Plantón: Tortura que consiste en tener de pie al preso, casi siem-
pre encapuchado, durante muchas horas. Cuando el preso caía
por cansancio, por lo general se aumentaban las horas del plan-
tón. Una vez terminada la sesión, los presos sufrían grandes dolo-
res en los pies y las piernas.
Poderdualista: Uno de los objetivos de los luchadores sociales
era llegar a consolidar un poder paralelo al oficial. La concepción
del doble poder es, en este sentido, inversa al militarismo y sus-
tituido por la lucha múltiple. En este sentido es una teorización
del empleo de las armas bastante original y con elementos de
novedad. La lucha del poder dual por transformarse en poder
único, revolucionario y popular, es por lo tanto de carácter múl-
tiple: militar, político, cultural, psicológico–social, doctrinario e
ideológico.
Prochina: Izquierda proclive a la línea política del PC chino, de
tendencia maoísta, que en Uruguay estuvo representaba por el
PCR, el MIR y las AR.
Puntita: Manera de referirse al hallazgo de indicios de pruebas
inculpatorias (documentos o declaración de otro detenido). Un
chiste tragicómico era decirle a alguien que estaba cercano a
cumplir condena: «te salto una puntita» pues podía significar un
nuevo proceso y, por lo tanto, una nueva condena.
320  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Submarino: Tortura que consiste en sumergir al interrogado en


agua sucia o, en el caso del submarino seco, asfixiarlo temporal-
mente con una bolsa de plástico.
Rayado: Forma empleada por los detenidos políticos uruguayos
para explicar el efecto psicológico del cautiverio. Hace referencia
al uniforme característico del preso, así como también a la rei-
teración temática del “disco rayado”, pero rayada es también la
realidad que se percibe a través de las rejas.
Relámpago: Acciones o manifestaciones rápidas que consistían
en acordar un punto de la ciudad, realizar la acción y luego dis-
persarse, casi siempre después del enfrentamiento con la policía.
Revienta–vidriera: Grupos de militantes que rompen los escapa-
rates de las empresas. Como el término actual de alboratadores o
más precisamente, como el francés casseurs.
Rosca: Se utilizaba obviando la palabra oligárquica. Sector que
los luchadores sociales consideraban culpables de la miseria, co-
rrupción e injusticia social y lo definían como la fusión del im-
perialismo y el latifundio en el capital financiero, constituyendo
una oligarquía neocolonialista.
Sanción a rigor: Castigo que consistía en prohibir las visitas y
los recreos a los presos, además de obligarlos a estar sentados en
su cucheta sin poder hablar ni leer, teniendo que ser autorizados
para ir al baño.
Sendiquista (sendicista): Se denominaba así al militante que se-
guía las ideas de Raúl Sendic.
Tacho: Tanque cortado por la mitad en el que se torturaba su-
mergiendo en el agua al detenido; a veces, atado sobre una tabla.
Tira: Sinónimo de policía secreta; agente de paisano o infiltrado.
Tiro seco: Debido a que la guerrilla operaba, sobre todo, en la
ciudad y a la escasez de revólveres se entrenaba con el denomina-
do «tiro seco». Consistía en aprender a afinar la puntería y saber
Anexos |  321
quién estaba capacitado para ello y quién no. Uno apuntaba, a
través de dos miras, y avisaba un punto que otro marcaba. Se
hacía tres veces, si el triángulo formado por los tres puntos era
muy grande significaba que no se había apuntado bien. También
se hizo apuntando a una luz que era movida por otro compañero.
Títeres: Marioneta. Forma de llamar a los ejecutores de la repre-
sión o de la política de austeridad, pero que no tiran de los hilos,
éstos los mueven otros más poderosos y ocultos (capitalistas) o,
simplemente, la ley del valor.
Tolete: Porras de madera que usaban las fuerzas del orden, tam-
bién llamadas bastones.
Transar: Pactar.
Vendehuelga: Denominación de un grupo o individuo al que se
le considera de haber finalizado una huelga con un mal resultado
para los obreros.
Volanteada: Actividad de los militantes dedicada a repartir, tirar
o pegar panfletos.
Voluntarios: Los que ofrecen para hacer determinadas tareas de
la militancia y los presos que se ofrecían para trabajar sin ser de-
signados por las autoridades carcelarias.
Yupanquiano: En referencia a un modelo que sigue los valores
del cantautor argentino Atahualpa Yupanqui,
322  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Lista de testimonios
Eleuterio F. Huidobro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MLN
José Mujica. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MLN
Pedro Montero. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MLN
Yessie Macchi. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MLN
Rafael Cárdenas. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MLN
Samuel Blixen . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MLN
Fernando Garín. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MLN
Chela Fontora . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . UTAA y MLN
José López Mercado. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . FER y MLN
Rodrigo Arocena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . FEUU
Coriún Aharonián. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Independiente
Ubaldo Martínez. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Militante sindical
Héctor Rodríguez . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . GAU
J. C. Mechoso. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . FAU–OPR-33
Ariel Collazo . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MRO–FARO
Daniel Viglietti . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Independiente
Horacio Tejera. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . FER
Fernando Castillo . . . . . . . . . . . . Independiente (tendencia combativa)
Aníbal de los Santos. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Comunidad del Sur
María Barhoum. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . FAU–OPR-33
René Pena. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Escuela Nacional de Bellas Artes
Juan Nigro. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Independiente (MUSP)
Cota . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Independiente (Agrupaciones Rojas–MIR)
Pepe de La Teja . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . FER
Ricardo. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Independiente (tendencia combativa)
Mario Rossi Garretano . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . MRO y FARO
Roberto. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . FEUU y PS
Nora. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . FER y UTAA
Anexos |  323

Reseña biográfica de algunos entrevistados

Pedro Montero

Nace en 1948 y empieza a militar, esporádicamente, a los doce años


mientras cursa sus estudios primarios. A los catorce se integra en el
sindicato estudiantil. Ingresa en la Facultad de Medicina y mientras
lleva adelante su formación mantiene una activa militancia en los
sindicatos de estudiantes hasta que, sin dejar esta actividad, ingresa
formalmente en el MLN en 1968. Es de los llamados «legales» del
movimiento y combina su vida pública, familiar, laboral y sindical,
con la clandestinidad. Participa en la formación del aparato armado
de los tupamaros y en la búsqueda de información para llevar a
cabo los operativos. En 1972, es apresado e ingresa en la penal de
Libertad. Las incongruencias del sistema judicial le permiten salir
de la cárcel y huir hacia Europa en 1974. Se instala en España y
empieza a ejercer como médico sin abandonar su militancia tupa-
mara. En el momento de ser entrevistado, ya estaba desvinculado
del MLN y coordinaba una comunidad terapéutica en las montañas
catalanas. Entrevista realizada el 5 mayo 1997 en Barcelona

Yessie Macchi

Nacida hacia 1950, ingresa en el MLN en 1966 después de haber


militado en otras agrupaciones políticas como el MAC (Movimiento
de Ayuda al Campesino). Milita como legal hasta 1968, pero tras
viajar a Cuba queda en estado de semi ilegalidad. Es detenida en
1969 y pasa seis meses en prisión. Se evade con doce compañeras
más el 8 de marzo de 1970. Sigue su militancia tupamara en la
clandestinidad, hasta que la vuelven a detener el 31 de enero de
1971, durante un Estado de sitio. Escapa a fines de julio del mismo
año, junto treinta y ocho mujeres en una espectacular fuga por las
cloacas. Es detenida nuevamente por las FFAA el 13 de junio de
1972, en un tiroteo en Parque del Plata, donde muere su pareja.
Acusada de delitos de sangre y sin posibilidad de beneficiarse de
la amnistía, empieza a cumplir una de las condenas más largas
del Uruguay. Pasa trece años en la cárcel, de los cuales tres años y
324  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973
medio figura como rehén, en régimen de total aislamiento. Sale de
la cárcel el 14 de marzo de 1985, siendo una de las últimas presas
liberadas. A partir de entonces se reincorpora, ya legalmente, a su
movimiento político. En el momento de ser entrevistada trabajaba,
ocasionalmente, como periodista y formaba parte de una ONG
que promovía proyectos sobre mujeres y comunicación. Entrevista
realizada el 16 de mayo de 1995 en Montevideo. Falleció el 3 de
febrero de 2009. Días después, escribí una carta abierta en su ho-
menaje: “Hasta siempre compañera. Reflexiones sobre la muerte
de la tupamara Yessie Machi”.

Rafael Cárdenas

Nace en 1921 en Madrid. Su padre, republicano, al desilusionar-


se de que todo seguía igual con el advenimiento de la Segunda
República, decide emigrar, junto a su familia, a Uruguay. Con
trece años Rafael llega a Montevideo y vuelve a España en 1938,
con diecisiete años y junto a su padre, para participar en la lucha
antifranquista. Al consolidarse la derrota del bando republicano
vuelven a Uruguay e inicia los estudios de ingeniería química y
diseño industrial y la militancia estudiantil. En 1956, tras varias
experiencias negativas en el mundo laboral, decide fundar una
cooperativa de matricería. En 1968, una mujer que hacía poco
había entrado en la cooperativa le propone a él y otra persona in-
tegrar el MLN. Por las noches, desde el taller, confecciona piezas
para la organización. En 1972 es detenido acusado de atentar a la
Constitución en el grado de colaboración. Tras cumplir los cuatro
años de condena se exilia a Barcelona. En esta ciudad funda, y en el
momento de ser entrevistado presidía, Casa del Uruguay, centro de
acogida de exiliados políticos primero y de inmigrantes después, y
lugar donde se dan charlas sobre resistencia y se preparan acciones
solidarias con la situación de los trabajadores en Uruguay y otros
lugares del mundo. Entrevista realizada el 7 de julio de 2002 en
Barcelona. En 2004 publica Amaneciendo va: incorporando ideas
para cambios de verdad. En 2005 publiqué una biografía titulada:
Donde el faro ilumina. Vida y lucha de Rafael Cárdenas.
Anexos |  325

Chela Fontora

Nace en la década del cuarenta en el seno de una humilde familia


rural de doce hermanos. Todos ellos empiezan a trabajar a los seis y
siete años y no tienen oportunidad de acabar la educación primaria.
Conoce a Raul Séndic en el Espinillar y poco después se traslada
a Bella Unión, donde desarrolla su militancia sindical. Empieza
a convivir con Sendic y participa activamente en la organización
de las marchas cañeras. Al tiempo se convierte en dirigente del
sindicato UTAA. A finales de los sesenta entra en la organización
tupamara, y durante la primera época vive una clandestinidad muy
dura, motivada por su desconocimiento de la ciudad. Es detenida
antes del inicio de la dictadura militar, soportando varios años
de prisión. En en el momento de ser entrevistada trabajaba de
portera en un club deportivo y se dedicaba a dar apoyo a grupos
de mujeres con problemas. Entrevista realizada el 12 de junio de
1995 en Montevideo

Fernando Garín

Nace en Juan Lacaze en 1948, a principios de 1968, tras un tiempo


de militancia en el PC, empieza a vincularse al MLN. Ese mismo
año es elegido por la organización para infiltrarse en la marina,
realizar labores de contraespionaje y suministrar información para
la preparación de operativos. El 29 de mayo de 1970 organiza el
asalto al Centro de Instrucción de la Marina en el que los tupama-
ros consiguen aumentar sustancialmente su arsenal. A partir del
asalto al cuartel pasa a ser uno de los fugitivos más buscados del
país. En septiembre 1972 viaja a Argentina y de ahí a Chile. Pasa
una temporada en Cuba, y poco después viaja a Europa donde
sigue vinculado al MLN durante unos años. Se separa de la orga-
nización a principios de los años ochenta. Desde que se exilió no
ha vuelto a Uruguay. En el momento de ser entrevistado vivía en
Bélgica con su compañera y su hijo y trabajaba como mecánico
en una cooperativa. Fue crítico con el sistema capitalista y con la
participación en el gobierno por parte de la dirección del MLN–T
326  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973
hasta el fin de sus días. Entrevista realizada el 8 de noviembre de
1998 en Bélgica. Falleció el 12 de agosto de 2012.

Rodrigo Arocena

Nace en la década de los cincuenta. Militante estudiantil entre


1965 y 1971, se convierte en docente universitario en 1969. Entre
1967 y 1969 es dirigente estudiantil y, en 1968, integra el órgano
coordinador de la FEUU. Lo encarcelan el 4 de agosto de 1972 y
en enero del 74 le otorgan la libertad. Se exilia durante un largo
período de tiempo en Caracas, donde estudia matemáticas en la
Universidad Central de Venezuela. Actualmente trabaja como
profesor titular de Ciencia y Desarrollo y como coordinador de
Estudios Sociales y Humanísticos en la Facultad de Ciencias de
la Universidad de la República y milita en la Vertiente Artiguista,
que forma parte del Frente Amplio. Ha escrito varios trabajos
entre los que destaca el libro La crisis socialista del Estado y más allá.
Su libro con Judith Sutz, La innovación y las políticas en ciencia y
tecnología para el Uruguay, logra en 1999 el premio de Investigación
y Divulgación Científica del Ministerio de Educación y Cultura.
Entrevista realizada el 19 de abril de 1995 en Montevideo.

Héctor Rodríguez

Milita en el Partido Comunista desde 1935 hasta 1951. En los sesenta


se dedica plenamente a la actividad sindical —ramo textil—, sin
tener una militancia partidaria. Representante de la tercera posición,
el tercerismo, que eran los no estaban alíneados con ninguna de
las dos grandes potencias. Colaborador habitual de publicaciones
como Justicia, El Obrero Textil, Asamblea y Brecha. Participó en los
procesos fundacionales de la Unión General de Trabajadores, la
Central de Trabajadores del Uruguay, la Convención Nacional
de Trabajadores y contribuyó a la convocatoria del Congreso del
Pueblo y a la creación del Frente Ampio, fundando los Grupos de
Acción Unificadora. Fue detenido en varias ocasiones en el marco
de las medidas prontas de seguridad. Durante la dictadura sufrió
presidio y torturas. Tras recobrar la libertad se dedicó al estudio
Anexos |  327
político, escribiendo y charlando sobre todo lo sucedido. Falleció
en 1997. Entrevista realizada el 23 de mayo de 1995 en Montevideo.

J. C. Mechoso

Nace en la década de los años treintra. Con catorce años participa


en actividades libertarias del Cerro y La Teja. En la polémica interna
de la FAU se sitúa del lado de los núcleos obreros de estos barrios.
A fines de la década de los sesenta funda, con otros compañeros,
la OPR-33, grupo armado de la FAU. Se convierte en uno de los
máximos responsables de ese aparato, participando en secuestros a
empresarios. Es detenido, torturado y encarcelado por éstas y otras
acciones. Pasará más de una década en la cárcel. En el momento
de ser entrevistado vivía en una casita en el Cerro, su barrio de
siempre. Llevaba una vida austera y combativa. Escribía de vez
en cuando en las publicaciones de la FAU, de la que es uno de
los máximos coordinadores, y estaba por terminar su magna obra
sobre la Historia de la FAU. Mechoso está estrechamente ligado a
la trayectoria anarquista uruguaya de la segunda mitad del siglo
XX. Entrevista realizada el 13 de junio de 1995 en Montevideo.

Daniel Viglietti

Nacido en Montevideo, el 24 de julio de 1939. Es uno de los


cantautores de protesta, o propuesta, más relevantes de los años
sesenta y setenta en latinoamérica. Se educa en un hogar de músicos
y folkloristas. Su actividad musical pública se desarrolla a partir
de 1960. Edita su primer disco en 1963 y además de su trabajo
como cantautor, compone música para teatro y cine y dirige el
Núcleo de Educación Musical. También hace periodismo en varios
semanarios y publicaciones. El compromiso social que adquiere
y su decidido apoyo a los procesos revolucionarios le llevan a la
prisión en 1972 pero la presión nacional e internacional pidiendo
su libertad, fuerza a las autoridades a liberarlo. Al tiempo se exilia
y fija su residencia en París. Allí sigue componiendo canciones y
ofreciendo recitales por toda Europa. En el momento de ser entre-
vistado vivía en Uruguay y seguía relacionado al ámbito musical,
328  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973
haciendo progamas de radio y acudiendo a conciertos solidarios.
Falleció el 30 de octubre de 2017. Entrevista realizada el 24 de
marzo de 1995 en Montevideo.

Horacio Tejera

Nació el 5 de enero de 1952. A fines de los sesenta forma parte del


FER y se integra en la Comunidad del Sur, de la que se marcha
poco antes de las elecciones de 1971 por discrepancias en la críti-
ca que ésta hace del Frente Amplio. Debido a la extensión de la
situación represiva, marcha a Argentina, con su mujer y su hijo
recién nacido. Finalizada la dictadura militar, y después de pasar
el exilio en Buenos Aires, regresa a Uruguay y milita en el Frente
Amplio. En el momento de ser entrevistado trabajaba en un taller
y estaba retirado de la vida política. Entrevista realizada el 27 de
marzo de 1995 en Montevideo.

Anibal de los Santos Gadea

Nace a principios de los cuarenta. Se va a vivir a Comunidad del


Sur en 1962. Trabaja en el taller gráfico del grupo. En 1972 es
apresado. Sale en 1974 y, con compañeros suyos, se exilia en Perú,
donde intentan reorganizar el proyecto comunitario. Se establece en
España a mediados de los años 70, donde residía en el momento de
ser entrevistado. Falleció hacia fines del 2018. Entrevista realizada
el 14 de noviembre 1995 en Barcelona.

Fernando Castillo

Nace en 1950. En los años sesenta trabaja en la agencia EFE y


participa en el movimiento estudiantil como independiente y
militante de base. Se movía siempre en niveles periféricos de la
militancia organizada. Tenía relación con diversas organizaciones,
sobre todo con 26 de Marzo. Era filotupamaro y tuvo contactos con
miembros del MLN encargados del equipo de formación. En 1974
se va a vivir, junto a su compañera y su hijo a España, lugar en el
Anexos |  329
que nacerá su segundo hijo. Durante los primeros años de exilio
frecuenta la Casa del Uruguay en Barcelona, su casa se convierte
en un «centro de acogida» de uruguayos exiliados y se gana la vida
escribiendo novelitas por encargo, bajo el seudónimo de Cliford
Hilton. Casi todos los trabajos que ha realizado, han estado vincu-
lados al mundo editorial. En el momento de ser entrevistado era
el director general de una empresa editoral con sede en Barcelona.
Entrevista realizada el 12 de febrero del 2000 en Barcelona. En un
momento de la entrevista participa su compañera Ana Marianovich.

María Barhoum

De familia muy humilde y del interior, nace en 1940. Cuando tie-


ne casi veinte años, participa en acciones solidarias no partidistas
promovidas por los estudiantes. Tiempo después obtiene una beca
para cursar Bellas Artes en la capital. Allí conoce a miembros de
la FAU, organización a la que más tarde se une. Interviene en las
ocupaciones de la facultad y vive la división de esta organización,
que según sus palabras se concreta en: «con Cuba y con los tiros
o sin Cuba y sin los tiros». Ella se decanta por la primera opción
y entra en el aparato militar. Tiempo después del golpe pasa a ser
requerida y se exilia primero en Argentina, y luego en varios países
de Europa, acompañada de su hijo. A mediados de la década de
los ochenta vuelve a instalarse en Montevideo, con poca actividad
política pero con el mismo pensamiento revolucionario de antaño.
En el momento de ser entrevistada sostenía el espíritu combativo
de antaño, estaba vinculada al ámbito bibliotecario y dibujaba
carteles y pasacalles para distintas movilizaciones del sector de la
enseñanza. Falleció el 18 de junio de 2012. Hoy el concurso literario
de ADES lleva su nombre. Entrevista realizada el 21 de septiembre
del 2000 en Barcelona. La entrevistada prefirió no dar su verdadero
nombre —porque «no creo ni creeré nunca en la democracia»— de
ahí que en la primera edición de esta obra apareciera como Irene.
Tras su fallecimiento, tanto su hijo Miguel, como sus amigos y
compañeros más cercanos, decidieron que apareciera como María
Barhoum, como homenaje a ella y su lucha.
330  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

René Pena

Nace en la década del cuarenta en el seno de una familia liber-


taria. Parte de sus parientes son anarquistas y participaron en la
denominada Guerra Civil española. Cuando tiene catorce años se
apunta a la Escuela de Bellas Artes, y años después se va a vivir a
una comuna libertaria. La lucha común con su pareja, trostkista,
la lleva a participar en los CAT. En 1969 se queda embarazada y en
ese estado, y ante la presión policial, se marcha a Brasil. Pasa años
fuera del Uruguay, aunque entrando de vez en cuando para seguir
la lucha y mantener la relación con sus seres queridos. A partir
de 1976 se exilia en Suecia. A principios de los noventa vuelve a
afincarse en Montevideo, junto a su hijo. Entrevista realizada el 3
de septiembre de 1997 en Bélgica.

Roberto

Roberto nace en Durazno en 1947, estudia preparatorio en el


IAVA en 1964 y 1965, año en el que entra en contacto con con-
cepciones de izquierda. En 1966, entra en la universidad, donde
conoce a Wasen, León Lev y otros líderes estudiantiles y empieza
a militar en la FEUU del Centro de Preparatorios de Derecho.
En 1967 entra en el PS, primero como militante de base y luego
como miembro del Comité Departamental de Montevideo y se-
cretario de la seccional de Paso Carrasco y el Cerro. En 1974, al
sentir que la mayoría del PS estaba preocupada pensando en la
política democrática y parlamentaria cuando se legalizara y los
que seguían con la propaganda insurreccional eran la minoría,
decide irse de ese partido. A fines de los setenta, presionado por la
situación represiva del Uruguay emigra a España donde trabajará
de informático y tendrá su segunda hija. En el momento de ser
entrevistado se sentía perplejo por lo que era antes el FA y en lo
que se estaba convirtiendo, y manifestaba que con esa izquierda, él
no tenía mucho que ver. Con respecto a la lucha de 1968–1973 no
cree que se haya acabado sino que «recién empieza, va a ser muy
diferente a aquello, que ojalá haya servido». Entrevista realizada
el 12 de mayo de 2002 en Barcelona.
Anexos |  331

Nora

Nora nace en Montevideo en 1953, en una casa en la que las


charlas políticas eran habituales. Su padre fue militante del PS y
director del diario Época. Tras cursar liceo en el Suárez, entra en
el IAVA en 1969 y empieza a militar en las Brigadas Estudiantiles
de Secundaria vinculadas al ilegalizado PS. Este hecho provoca
que participe en reuniones clandestinas. Al poco tiempo forma un
grupo vinculado al FER y luego integra dicha agrupación. Cuando
entra en la facultad, en el Ciclo Básico de Derecho, se afilia al PS y
pasa a formar parte de la Juventud Socialista y del comité de base
de su barrio. Tras las elecciones de 1971, en las que estaba conven-
cida de que las iba a ganar el FA, pasa a tener un funcionamiento
político clandestino, agudizado tras el golpe de Estado. El primer
año de dictadura militar, políticamente lo vive con mucho auge y
expectativa, pero cuando el cerco militar represivo se va acercando
hacia ella y su entorno y «la realidad uruguaya se vuelve asfixiante»
deciden emigrar para España junto a su compañero y su hija. En el
momento de ser entrevistada seguía considerándose de izquierda,
y aunque no esté estructurada en ninguna organización política,
apostaba por las mayorías de progreso y se identificaba con el
movimiento antiglobalización. Entrevista realizada el 12 de mayo
de 2002 en Barcelona.

Juan Nigro (seudónimo)

Nace a fines de los cuarenta. En su época universitaria es simpati-


zante de los MUSP y milita en una de sus estructuras, el MURAMP.
Al mismo tiempo conoce a un grupo de argentinos afincados en el
Uruguay, y vinculados a J. William Cook. Tuvo cierta vinculación
con los tupamaros. Estuvo en varios grupos de formación con
Franco, uno de los denominados microfraccionalistas. Se le acusó
de participar en acciones junto al FRT, grupo escindido del MLN.
Al estar requerido por la justicia parte a Argentina, con la idea de
escapar de la represión y continuar la lucha con compañeros que
ya se habían ido al país vecino tiempo antes. Entrevista realizada
en Montevideo, el 5 de julio de 1995.
332  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Cota

Nace en 1944 en Montevideo. El impacto de la revolución cuba-


na la encamina hacia el comunismo. Su entorno más próximo
está vinculado al PC y eso influye en su formación política pese
a mantener muchas discrepancias con las resoluciones tomadas
por el gremio del comercio controlado por ese partido. A los die-
ciocho años se acerca al MRO, con el que colabora. Después de
simpatizar con el 26 de Marzo, milita en las Agrupaciones Rojas.
Sin embargo, siempre se consideró militante independiente. El
exilio la lleva, junto a su compañero Coto y su hija Paula, primero
a Buenos Aires y después a España, donde sigue residiendo. En
el momento de ser entrevistada, ya abuela, ayudaba a algunos
colectivos solidarios con Latinoamérica. Entrevista realizada en
Barcelona, el 5 de agosto del 2001.

Pepe de la Teja

Nace a fines de los cuarenta. Estudia en el IAVA, donde integra el


FER. Se convierte en un claro exponente de la tendencia combativa
del sector de La Teja y es de los que encabezan las manifestaciones
relámpago con un cascote en cada mano, a la espera de la policía.
En el momento de ser entrevistado formaba parte y vivía en un
proyecto comunitario, se mantenía fiel a sus principios políticos de
antaño (antielectoralistas y antisindicalistas) y se dedicaba a recu-
peración histórica de la resistencia cimarrona y de los quilombos
de Brasil. Entrevista realizada en marzo de 1995 en Montevideo.
Falleció en 2013.

Ricardo

Nace en 1948. Crece en el seno de una familia liberal, bien situada


socialmente. En primero de liceo realiza su primera huelga, con-
tra la pena de muerte en los Estados Unidos. Es uno de los tantos
sinpartido, militante independiente o con múltiples militancias.
En la Universidad, donde llega a dar clases, integra el colectivo de
afinidad Los Tigres y el Grupo Universitario de Izquierda (GUDI).
Anexos |  333
Al mismo tiempo colabora en la formación de núcleos revolucio-
narios y participa activamente en la tendencia combativa, en la que
coincide con los que, después se enterará por los diarios, eran del
grupo 8 de Octubre. Su crítica al PC y la reivindicación por la lucha
de los presos políticos son constantes. Como actividad pública se
acerca a las juventudes del Pregón. Pero en 1969 es arrestado varios
meses por asociación ilícita para delinquir, producto de contactos
con luchadores sociales requeridos por la justicia. Las torturas que
sufre son denunciadas ante las Cámaras por el senador E. Erro. En
la cárcel Central conoce a los tupamaros de los primeros tiempos.
Cuando recobra la libertad tiene dos de sus cuatro hijos y se rein-
corpora a la militancia. Es nuevamente detenido bajo la acusación
de pertenecer a la guerrilla. Puesto nuevamente en libertad, vive
años de hiperactividad militante hasta que es encarcelado otra
vez en 1972. Sale en 1974 y se exilia en Europa donde reside en el
momento de ser entrevistado, estudiando teoría política y dando
charlas sobre la historia del movimiento obrero, en universidades y
centros sociales. Es autor del apendice del presente libro. Entrevista
realizada el 28 de noviembre de 2000 en Barcelona.
334  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Guión orientativo para las entrevistas

A continuación se presentan algunas de las preguntas efectuadas


en las entrevistas. Se trata de un cuestionario muy genérico, pues
en cada caso particular se hacían preguntas para descubrir lo
más destacado e interesante de cada experiencia. Por lo tanto hay
muchas cuestiones que están en las entrevistas que aquí no apa-
recen. Además, hay que tener en cuenta que muchas partes de las
entrevistas eran charlas.
• Explica tu trayectoria política.
• ¿Cómo explicarías el crecimiento de la lucha, la politización de
la vida, la militancia masiva y aquella enorme solidaridad que
reinaba en esa época?
• En ese período: ¿en algún momento se consigue romper con la
fragmentación y canalización de las luchas; estudiantes, cañe-
ros, obreros urbanos. ¿Se puede hablar de toda una clase social,
«pueblo», contra el régimen? ¿En que años?
• Ejemplos de sectarismo y de su contrario. Comentario de «los
hechos nos unen las palabras nos separan».
• ¿Habría algún momento que se pasa del ataque al sistema a la
resistencia?
• Objetivos de su lucha: puntuales; globales y a largo plazo; ideales,
la sociedad que les gustaría: descripción; una vez en el poder,
¿qué planes tenían con respecto a la Constitución, la propiedad
privada, el ejército y la escuela?
• Causas de la derrota: ¿Hubo perdida de apoyo popular?, ¿cuándo
y por qué?; ¿estamos de acuerdo que el Estado–Capital tiene to-
das las de ganar cuando logra parcializar la lucha del conjunto
de la clase social oprimida, cuando logra encauzar su lucha por
distintos sectores, dividiéndolos, cuando logra que se pidan
meras reformas. Y cuando logra enfrentarse a los grupos y orga-
nizaciones más combativos no de clase a clase, sino de aparato
a aparato, aislándolo del apoyo popular?
• Términos: ¿Por qué llamarle oligarquía y no burguesía o capi-
talistas?, ¿por qué llamarle pueblo y no proletariado; por qué
no clases subalternas o sectores populares?; ¿por qué llamar al
Anexos |  335

enemigo imperialismo y no capitalismo?; comentarios sobre


democracia y dictadura.
• Reformismo o revolución. Explica, a grandes rasgos, cuales eran
las disyuntivas revolución–reformismo, entre las organizaciones
de aquel momento, 1965–1973. Manera de luchar: Elecciones–
lucha armada, parlamentarismo–acción directa.
• Para aquellos revolucionarios que luchan contra el trabajo asa-
lariado, contra todo capitalismo (llámese de Estado o no), por la
abolición del dinero, por considerar que es la única manera de
abolir la desigualdad, pues es lo que transforma a los hombres
en ricos y pobres, para aquellos que aseguran que la revolución
será mundial o no será, el proyecto —la práctica era otra cosa—,
de muchas organizaciones era reformista, por no aparecer la
abolición del salario y por referirse a una revolución nacional
o continental. ¿Que opinión tenías, que discusiones tuviste
con respecto a eso? Tiene que ver, por poner algún ejemplo
con algunas características de la sociedad comunista que plan-
teaba K. Marx, con la consigna del mayo 68 «seamos realistas,
pidamos lo imposible» y con las colectividades anarquistas de
la revolución en España.
• Para esta gente las rupturas con el reformismo, más que en un
grupo o programa, se asumieron en la calle. ¿Qué opinas?
• ¿Qué sabes sobre la revolución y contrarrevolución en España,
la llamada Guerra Civil. Posición sobre el Frente Popular, los
sucesos de Mayo de 1937...
• Nacionalismo e internacionalismo: América Latina, Europa y la
relación con la izquierda española. ¿Por la lucha de liberación
nacional te aliarías con la burguesía nacional?
• ¿Que opinas del anarquismo, de las divisiones y pugnas entre
comunistas y anarquistas? ¿Ves compañeros y enemigos que se
denominan de esa manera? Ejemplos. Anarquismo en Uruguay,
años veinte y años sesenta y setenta.
• ¿Porque se remitían tanto a los creadores de la patria, a los que
lucharon por la independencia del Uruguay? ¿No había, tam-
bién entre ellos oligarcas? ¿Junto con estos no exterminaron a
los charrúas? ¿Se remitían a la resistencia indígena y cimarrona
alguna vez?
336  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

• ¿Que teóricos influyeron en Uruguay y en que años? ¿Debray,


Sartre, Marcuse, Camate, Marx, Bakunin, Lenin, Mao?
• ¿Además del Che, qué otros revolucionarios admiraban? Opi-
niones sobre Stalin, Di Giovanni, José Batlle, Fidel y Artigas.
• ¿Alguna vez discutió con el Che Guevara?
• Cuando se vive una época de lucha constante todo se trastoca,
hablame del cambio que supone en la gente, en las relaciones,
en la concepción y la práctica del amor. El concepto de «la com-
pañera». Preferencias de las militantes a la hora de elegir pareja.
• Los tabúes: homosexualidad, promiscuidad, etcétera.
• Relación con los padres, hijos, vecinos y amigos de la infancia
que no militaban y podían ser reaccionarios.
• Cuenta un día cualquiera (en período de intensificación de la
lucha–militancia, desde que te levantabas hasta que te acostabas.
• Momentos cotidianos de los días de huelga general.
• Nombres y edades de militantes más influyentes.
• Género y militancia: si es una mujer, ¿cómo se sentían con res-
pecto a ciertas situaciones y a los hombres? Particularidades de
los hombres en el ámbito de la lucha.
• Si es un militante de base, ¿cómo vivía esa experiencia, por
ejemplo con respecto a la dirección?
• Anécdotas, para poder observar la vida cotidiana y las pasiones
—alegrías y sufrimientos— de aquellos momentos.
• Vestimenta.
• Formas de lucha.
• Actuación en manifestaciones y reuniones.
• La militancia durante las medidas prontas de seguridad.
• Clandestinidad y compartimentación
• ¿Qué organización supo expresar mejor las inquietudes y aspi-
raciones de la gente, los jóvenes?
• Incidencia del PC, MLN, GAU... en la explosión combativa
de 1968.
• Congreso del Pueblo, CNT, tendencia combativa, Acuerdo
Época, FA, grupo 22 de Diciembre (Tupamaro), FRT, FER...
• Causas de la oposición masiva al Partido Comunista
• Las expectativas militares.
• Formas de organización: las jerarquías.
Anexos |  337

• Ideología, accionar (posición con respecto a la lucha armada),


publicaciones, número de militantes de la organización en la
que militabas.
• Críticas y autocríticas de aquél modo de ser.
• ¿Cómo veían las manifestaciones contra la guerra en EEUU, y
el mayo francés?
• Explicación de por qué gente de los cantegriles apoyó a Pacheco.
• Impacto de la muerte de Líber Arce, del Chueco Maciel, de
Jorge Salerno...
• ¿Te acuerdas de consigas y cánticos militantes de antaño?
• Hablame de la importancia de las marchas cañeras.
• ¿Qué es lo que te llevaba a afiliarte a un partido o militar en un
grupo determinado?
• ¿En qué casos se producía un abandono de la lucha?
• ¿Qué eran las ollas populares? ¿Qué se hacía durante las ocupa-
ciones de fábricas?
• La lucha en el ámbito estudiantil.
• El ambiente universitario.
• Funcionamiento del escuadrón de la muerte.
• La lucha por la liberación de los presos.
• Cárcel, torturas e interrogatorios.

Específico a quienes entonces militaban en el MLN–Tupamaros:


• ¿El nombre tupamaros, tiene que ver con el nombre que los
españoles daban a los fugitivos de estas tierras?
• ¿Cuál fue la acción más importante que no pudieron hacer?
Exceptuando la toma del poder.
• ¿Y en el MLN?. Habría algún momento que se pasa del ataque al
Estado a la resistencia ¿Tiene que ver con el cambio de tácticas?
Ej.: “apoyo” al FA en las elecciones del 71.
• ¿En algún momento, aunque sea a fines de los setenta, tuvieron
contactos con grupos armados de EEUU, o Europa (RAF, ETA,
Brigadas Rojas)? ¿Cuándo conocieron al MIL (Puig Antich)?
• El 17 de agosto de 1970 hay una trascendente reunión con com-
pas de toda Latino América en el barrio Clínicas, en Córdoba.
¿Se puede saber quién participó y qué se planteó?
338  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

• ¿Hasta qué punto hubo negligencia o complicidad de ciertos


guardias de Punta Carretas en el Abuso?
• ¿En caso de una guerra interburguesa contra otra nación, tenían
un acuerdo de cómo actuar? ¿Alianza con las FFAA?
• Ejemplos de apoyo a una huelga económicamente. Háblame
sobre el reparto de comida en los cantegriles.

Específico a ex miembros de las FFAA:


• ¿Qué opiniones surgían dentro de las FFAA, soldados y mandos,
dentro de las reivindicaciones y luchas de los obreros, los estu-
diantes?; ¿y de las acciones del MLN y otros grupos armados?
• ¿Causas del golpe?
• ¿Cuántos efectivos había cuando se da el golpe?
• ¿Cuál era la actitud, hasta el 76, de los mandos con los militares
como ustedes (de izquierda, o no golpistas)?
• Hablemos de las torturas. ¿Qué pasaba si desacataba una orden?
• ¿Al movimiento guerrillero se le califica de comunistas?
• ¿Se hacían clases especiales, con «profesores» extranjeros, para
enfrentar a la subversión?
• ¿La tregua armada se discutía internamente, por qué se produjo?
• ¿Por qué es tan larga la dictadura, si la teórica subversión se
había acabado?
• Apoyo al golpe por parte de ciertos sectores de la izquierda.
Apéndice

Testimonio de Ricardo en el que explica la continuidad histórica


de la política contrarrevolucionaria de los actuales dirigentes tu-
pamaros y frenteamplistas.

Presentación

Desde chico, mi padre me explicó las razones por las que él, y los
demás compañeros, luchaba y cuáles fueron los motivos por los
que lo encerraron un tiempo en la cárcel. Por aquella época, me
ayudaba a entender las canciones de Viglietti y los debates que tenía
con otros luchadores sociales. A cuenta gotas, me contaba alguna
anécdota de la época. Recuerdo que una fría noche, acampados a la
orilla del Rin, nos explicó que, estando preso en un cuartel, rompió
unas botellas para confundir a la guardia y ayudar a evadirse a un
preso: Alberto Mechoso; asesinado por los militares tiempo después.
Cuando fui adulto, descubrí la importancia que, al contrario
que muchos otros, Ricardo daba a la realización de un balance
de toda aquella época y a la reapropiación programática de los
revolucionarios en general.
Los cuentos de las acciones en las que participó siempre fueron
muy escasos y las explicaciones de la canalización de la lucha --por
342  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

parte de la ideología antiimperialista, reformista o de liberación


nacional-- fueron muy largas.
Durante mi trabajo de investigación para la elaboración de Ecos
revolucionarios me interesé mucho por las cuestiones programáticas
(revolución versus reformismo, internacionalismo versus nacio-
nalismo, etcétera). En un principio, tenía pensando incluir en el
libro una tercera parte en la que se trataran temas, digamos que,
más teóricos pero que siempre se vuelven en una contraposición
práctica, porque como afirma Ricardo: «El reformismo se concreta
siempre en la práctica represiva y formando parte del terrorismo
de Estado».
Reservé para esa parte inédita citas de Mechoso y Ricardo con-
trapuestas a las de Huidobro y Mujica, volantes y documentos de
la época..., pero al ver que el libro se me iba a las mil páginas y se
prolongaba demasiado su publicación, decidí prescindir de esa
parte, aunque fuera importante.
Con la inclusión de este apéndice pretendo subsanar esa carencia
que tuvo Ecos revolucionarios y de paso hacer pública algunas de las
reflexiones de mi padre, elaboradas a partir de su experiencia y de
los debates con otros militantes revolucionarios. Otras muchas las
hizo de forma anónima, como tantos otros que, por un sano temor
a los represores de izquierda y derecha, siguen sin dar sus nombres.
Ricardo escribió sobre cómo la CNT y el PC entregaron la huel-
ga general; pidió a Crisol que dejaran de envolver los ataúdes de
los compañeros expresos con la bandera uruguaya --explicando
que en la época sólo los fachos o los más reformistas la usaban-- y
en los plebiscitos reivindicó la no participación y la denuncia de
todo circo electoral «porque no se le puede pedir a los actuales
represores que repriman a los de antes y porque gobierne quien
gobierne nosotros perdemos».
El texto más actual y largo que escribió sobre la lucha en el
Uruguay de los años sesenta y setenta es el que se presenta a
continuación. Está relacionado, sobre todo, con los apartados
del presente libro: Crítica al aparatismo y militarismo del MLN-T y
1971: ¿Acción directa o tregua electoral?, donde varios testimonios
explican cómo el surgimiento del Frente Amplio y las elecciones
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  343

arrinconaron las posiciones revolucionarias y la extensión de la


acción directa.
El escrito pretende explicar tanto la riqueza del movimiento
social como la derrota del mismo, así como la importancia que
tuvieron en esa derrota la ideología aparatista y reformista de
quienes fueron cooptados por los milicos y el capital para ser sus
mejores representantes: la dirección oficialista de los Tupamaros.
Proporciona elementos para no extrañarse del papel represivo de los
Mujica, Huidobro, Bonomi, etcétera, y contribuye a la elaboración
de un análisis histórico donde se le da más importancia a las clases
sociales, a los intereses contrapuestos de revolución y contrarre-
volución, que al papel jugado por tal o cual organización formal.
«Ellos hicieron la guerra contra organizaciones, contra aparatos,
contra subversivos que estaban organizados en grupos guerrilleros
específicos --afirma Ricardo--. La riqueza del movimiento, la mili-
tancia doble, triple, múltiple, los diferentes niveles, la vida social
misma, no existen en esos seres sin cabeza (que dan y obedecen
órdenes), lo que existen son los aparatos. Ni la gente misma existe,
sólo existen los agentes de tal o tal ‘organización subversiva’. Para
ellos ‘la esencia misma del terrorista es no tener más vida que la
de su secta’. La propia propaganda de las Fuerzas Conjuntas y sus
tenebrosos comunicados exponen todo el mundo de esa manera,
es la manera milica de ver la historia».
El balance y la pequeña memoria que se presentan a continuación
se fueron elaborando en base a las notas revisadas que Ricardo
escribió hace un par de años y se fueron publicando en los blogs
Postaportenia y El Muerto. Surgieron como respuesta al asombro
de varias compañeras, que se preguntaban cómo era posible el
silencio absoluto de los dirigentes tupamaros ante la muerte de
una de las compañeras más importantes que tuvo el movimiento.

30 de abril de 2016
Rodrigo Vescovi
344  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Ángela Álvarez. Militante


revolucionaria, nunca oficialista

Introducción

La querida compañera Ángela Álvarez falleció a principios de junio


y fue enterrada en Upsala, Suecia, la mañana del 27 de junio de 2012.
Algunos compañeros y compañeras han recordado su memoria y
se preguntan cómo es posible que esta entrañable compañera fuera
abandonada y traicionada por todos los que hoy están en el poder.
Se han publicado varias notas denunciando este hecho.
La lucha de Ángela y tantos otros combatientes anónimos, que
se enfrentaron frontalmente al capitalismo y el poder burgués a
finales de los años sesenta, se contrapone objetivamente a la práctica
de los representantes oficiales del Frente Amplio y los Tupamaros.
No caben dudas de que éstos son los mejores representantes de la
explotación y opresión, del capitalismo y el imperialismo.
Sin embargo, la simple afirmación de que ella ha sido abandona-
da y traicionada por quienes están en el poder no rinde suficiente
homenaje a la vida y a la lucha de nuestra compañera. No es que
los del actual gobierno la olvidaron ahora, como se explica en las
muchas de las notas mencionadas, sino que en realidad nunca
fueron verdaderos compañeros de ella.
En efecto, la contraposición entre Ángela y el Frente Amplio y el
oficialismo Tupamaro es mucho más vieja y no comenzó porque
el Frente Amplio se pudrió y porque el Ñato, el Pepe, la Tronca y
los otros se vendieron al capitalismo en los últimos años, o cuando
colaboraron y pactaron en el 72 con los milicos. Fue mucho antes.
Conocí a Ángela hace más de cuarenta años y ella desde su crea-
ción ya se oponía a la dirección del Frente Amplio y su militancia
transcurría en oposición a la dirección oficialista de los Tupamaros.
Ya entonces explicaba que su militancia discrepaba totalmente
con la impulsada por las direcciones oficiales de ambos aparatos y
por eso había buscado otras vías y había empezado a participar en
otras tentativas de organización y lucha desde abajo. Por decirlo
muy crudamente, Ángela nunca aceptó hacer propaganda electoral
por el Frente, siempre consideró a Seregni como, lo que fue, un
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  345

milico represor y desconfiaba totalmente de toda la dirección y la


línea de los Tupas desde, por lo menos, 1970.
¡Ángela no fue apresada por militante frentista ni por Tupamara!
Aunque sí sea cierto que haya integrado dicha organización en
diferentes períodos, no fue por pertenecer a dicha organización
que fue torturada y apresada durante tantos largos años.
La historia oficial ningunea toda práctica que no corresponda
a las grandes organizaciones, por eso es tan difícil reconstituirla.
Es una tarea de los compañeros. El problema es que ese tipo de
historia es por naturaleza muy parcial. Por el hecho mismo de la
compartimentación histórica de la militancia, todos conocemos
una partecita, nadie la totalidad, y es ahí adonde nos recagan.
Agradezco a todos los que han utilizado este medio de Postaporte-
nia, u otros como el Blog El Muerto, para romper con el monopolio
oficial y realmente ha habido contribuciones buenísimas en las
que se denuncia el entreguismo frentista y tupa desde hace déca-
das: por lo menos desde el Cuartel Florida. Soy consciente de que
sin todas esas contribuciones no sería capaz de escribir esto hoy.
Al mismo tiempo pienso que sin estos escritos a contracorriente,
sólo seguiremos de desilusión en desilusión (como expresan con
total honestidad la compañera Lidia Camacho --Pelusa-- o Mary) y
resultaría imposible comprender por qué es el Frente y los Tupas
quienes cierran el ciclo enviando a los milicos uruguayos a reprimir
a Haití y abriéndoles el culo a los propios milicos yanquis para
que vengan al Uruguay (¡cosa que ni Pacheco se animó a hacer
oficialmente!).
Con respecto a la vida y militancia de Ángela, como de muchos
otros compañeros, quedan pocos que puedan reconstituir su his-
toria y pienso que no hacerla y dejar que su memoria se confunda
con la de una buena y sumisa militante del Frente y de los Tupas
sería justamente traicionar su vida y su lucha.
Por eso, desde que me enteré de su muerte, me largué al fin a
escribir sobre lo que compartí con ella, que quisiera que sirviera
para no dejarla morir «reformistamente» y que podamos afirmar
a nuestra compañera como lo que fue: una verdadera militante
revolucionaria.
346  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Pero no he avanzado lo que quería; al contrario, he constatado


que muchos recuerdos y anécdotas se me mezclan con historias
contadas o escuchadas mucho después, y necesito consultar a
otros viejos compañeros. Además, no tiene sentido hacer sólo una
contrahistoria de ella, sin hablar de otros compañeros con los que
ella luchó y que también están muertos como Mario Navillat, Fer-
nando O’Neil (Zapicán), Bernardo Arnone, Arazatí López López,
Alejandro Mosca... y tantos otros entre los que merece destacarse
al propio Raúl Sendic (¡por supuesto padre!).
Ello evidentemente supera mis capacidades, conocimientos y
posibilidades, pero junto con otros compañeros, que todavía están
vivos y que desde hace tiempo reflexionan y han hecho algunos
borradores sobre el tema, tengo la esperanza de que se pueda dar
a conocer algo de esas historias personales detrás de las cuales se
esconde esa gran historia de la lucha revolucionaria, minoritaria
y a contracorriente, que tanto se ocuparon en ocultar. También
hay muchos otros que todavía están y que no han dicho nada, que
no se han manifestado, que no han contado gran cosa de todo lo
que saben, en cuanto a la lucha de tendencia y las otras tentativas
organizativas y que no sé adónde están, ni tengo contacto con ellos
y a quienes llamo a contribuir.

Frente Amplio

Muchos luchadores habrán conocido a la negra Ángela mucho


antes que yo, cuando las marchas cañeras, en las estructuras em-
brionarias de los Tupas, junto al Bebe, o en los equipos de sanidad,
o compartiendo espacios en el Ateneo del Cerro o en la Comunidad
del Sur. Yo la conocí como una década después, en circunstancias
especiales que he decidido hoy, ante su muerte, darlas a conocer,
porque realmente considero que la pinta entera como militante,
porque creo que subraya mejor que nada su persona. Y porque,
además, me permite introducir de alguna manera su tan poco co-
nocida trayectoria, así como la de tantos otros militantes anónimos
que dieron su vida en la lucha contra el capitalismo.
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  347

Sería más o menos el mes de abril del año 1971, luego de una
cansada jornada de militancia y trabajo, llego al Comité de Base
del Frente Amplio del parque Batlle. Ya, era bastante tarde, se res-
piraba un ambiente burocrático pautado por peroratas electoreras
de los partidos reformistas y de otros dirigentes independientes. Se
hablaba exclusivamente de hacer campaña y pegar afiches con las
caras de los dirigentes del frente. Casi al final de la larga lista de
oradores, toma la palabra Ángela, a quien yo no conocía físicamente
(aunque después fui consciente que ya tenía referencias de ella por
el barrio y también orgánicas), y dice de forma muy modesta algo
así como: «Yo vengo al comité de barrio porque lo considero una
buena oportunidad para desarrollar las luchas de base, pero no para
participar en las elecciones». Y agrega ante las primeras preguntas
que se le hacen: «No participaré ni en afiches electorales, ni saldré
a pegarlos, porque no creo que ésa sea la solución».
¡Ni la dejan terminar! Varios dicen que ese planteo no se puede
hacer ahí, otros le gritan que ¿qué otra cosa viene a hacer al comi-
té?... ¡¿De qué otra lucha habla?! Es ahí que otras voces se levantan,
entre ellas la mía, «no, no hay que hacer campaña electoral, no
saldremos a apoyar al general Seregni..., los comités surgieron para
otra cosa, para la lucha».
Para la mesa (constituida principalmente por el PC, el PS, una
señora que era secretaria de Villar y que era la presidenta del co-
mité, más algunos independientes entre los cuales se encuentra
el delegado del 26 de Marzo), lo dicho ya pasaba lo tolerado: le
arrancó la palabra a Ángela, que pedía continuar con su inter-
vención, y anunció que había que volver al orden del día. En el
fondo era una terrible maniobra para descalificar a esa compañera,
porque a renglón seguido la misma mesa anunció que había una
lista de anotados para responderle. Hablaron varios, todo en un
terreno insultante y descalificatorio: al comité se venía a preparar
las elecciones; los que venían al comité debían aceptar las normas
del Frente, que era una coalición electoral; el pretender imponer
otras tareas era totalmente divisionista y opuesta a la «unidad del
pueblo necesaria para vencer a la reacción». Por otra parte, ¿qué
otra cosa se podría venir a hacer al Frente si no era para contribuir
al esfuerzo electoral? Es decir, se utiliza el legalismo mezclado con
348  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

el prepotente ¿qué proponés de concreto? Forma apenas velada de


embretar al militante que no puede decir abiertamente que se trata
de una relación de fuerzas, cuya resolución será por la violencia,
para poner entre la espada y la pared a quien cuestiona el electora-
lismo: ¡o te denunciás como subversivo y te dejan pegado o metés
violín en bolsa! Es un viejo método represivo de la burocracia.
A esa altura, era obvio que los de la mesa no le devolvían la
palabra a Ángela para retrucar y que lo único que buscaban era
descalificarla. Luego de cada intervención, alguien de la mesa
señalaba, al estilo broche de oro, que lo que había dicho Ángela
estaba totalmente «desubicado», que «no tiene nada que proponer»
y que sólo podía servir para desunir.
Yo, luego de haber intentado, a gritos y sin éxito, imponer el de-
recho de Ángela a responder, me había resignado a anotarme en la
lista de oradores... Pero, como yo había estado preso por subversivo
y alguno de la mesa ya me conocía, me pusieron lo más al final
posible. Cuando al fin me dieron la palabra, ya habían aclarado
que no se podía salir del orden del día y que ese tipo de interven-
ciones era, además de no correcta políticamente, improcedente.
A pesar de eso empecé saludando la posición de la compañera,
a quien no conocía, y que valerosamente, contra lo que buscaba
el Estado de encerrar al movimiento social en el modelo electo-
ral y frentepopulista, iba al comité a impulsar que el mismo se
transformara en una herramienta de lucha contra el capitalismo
y el Estado. Me interrumpieron varias veces gritando que ¿qué
era lo que proponía en concreto? Y de la mesa me amenazaron
de que me quitaban la palabra si no decía concretamente lo que
proponíamos..., porque ya nos habían aclarado que ese tipo de
posiciones era improcedente.
Sí, compañeros, el Frente Amplio nació así, con mucha burocra-
cia de arriba y una lucha de los partidos electoreros por imponer a
prepo su planteo en los comités. Y es verdad que muchos de noso-
tros íbamos a los comités no porque creyéramos en esos partidos
que constituían el Frente o en que el general, que había reprimido
el movimiento social durante años, se hubiera vuelto ahora nues-
tro candidato electoral, sino en la búsqueda de un organismo de
unificación de la revuelta para luchar contra el poder del Estado.
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  349

Ante la increpancia de que no teníamos nada concreto que pro-


poner, Ángela, algún otro compañero y yo mismo respondíamos
«participar en la lucha concreta», «constituirse en comité de apoyo
de los gremios en lucha», hasta que alguno de nosotros agregó,
consecuentemente, lo que sería el punto central de la discordia
«Luchar por la libertad de los presos políticos».
Por si algún joven no lo entiende ahora (¡cuando hice circular el
borrador me pidieron que aclarara esto!), el Gobierno y todos los
partidos políticos, incluido el Frente Amplio, consideraban que
no había presos políticos, sino que los subversivos eran «presos
comunes».
Cuando en mi intervención yo señalo que era vergonzoso que
se reuniera un comité y se dedicara a pegar la jeta de un general
y no se preocupara de los compañeros nuestros que «están presos
por luchar», la censura se hace total, la presidenta del comité me
prohíbe seguir hablando. Me corta y dice que esos temas están
totalmente excluidos de la vida del comité, porque son temas que
dividen. Sí, compañeros, el Frente Amplio prohibía entonces hablar
de presos políticos porque ese tema era considerado divisionista.
Como el Estado y el general Seregni, la mesa ejecutiva del comité
consideraba que en el Uruguay sólo había presos por delincuen-
tes, subversivos y terroristas. Los únicos presos políticos que el
Frente admitía como tales eran los presos sindicales arrestados en
el marco de las medidas prontas de seguridad; los otros, conside-
rados terroristas, subversivos y conspiradores por haber asumido
la necesidad de la lucha violenta y armada contra el capitalismo,
no eran reconocidos como presos políticos.
A esta altura no recuerdo si había un micrófono que circulaba
pero evidentemente me lo habían quitado y yo subí mucho la voz
y seguí hablando cada vez más, grito contra grito, en oposición a
toda la mesa ejecutiva del comité que me decía: «¡No tenés la pa-
labra!». De las palabras se pasó a la agresión física y recuerdo que a
mí me agarraron de forma violenta para que no siguiera hablando,
que alguno me golpeó y otro compañero me defendió y separó
de los agresores, no impidiendo sin embargo que pudiera gritarle
en la jeta a la responsable de la represión (la señora presidenta del
comité): «Oportunista y reaccionaria».
350  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

En la ida a las manos hasta inventaron que «nosotros» habíamos


venido juntos, que estábamos organizados y armados, pero lo cierto
es que decidieron disolver la asamblea general aduciendo que la
mesa tenía que deliberar dada la gravedad de «la situación ocasiona-
da por los insultos proferidos contra la presidenta». Luego de más
de media hora de deliberación, la mesa anuncia que ha resuelto:
• Expulsar a los compañeros que vinieron organizadamente a
provocar con temas divisionistas (presos políticos) y que, además,
insultan en las asambleas.
• Comunicar dicha expulsión a los partidos y órganos directivos
del Frente Amplio para que tomen las medidas correspondientes
contra los responsables.
Se vuelve a reunir la asamblea, la mesa lee «la resolución», así como
varios «considerandos» y quiere imponer que se vote enseguida
para aprobar la resolución de la mesa... Por supuesto, los «expul-
sados» reclamamos poder defendernos, por lo que, al fin, nos dan
algún minuto para explicarnos. Recuerdo que hasta me sugerían
que yo retirase esos «insultos» sobre la jefa del comité, que así no
expulsarían a nadie. Por supuesto que yo utilicé el minuto que
me dieron no para disculparme de nada, sino para explicar que la
presidenta era efectivamente OPORTUNISTA y REACCIONARIA.
«Reaccionaria», por negar que hubiera presos políticos; «opor-
tunista», por utilizar su posición de privilegio para imponer su
política reaccionaria; «oportunista y reaccionaria», por maniobrar
desde el poder contra la expresión de la lucha revolucionaria e
impedir que los que tuvieran otra posición se expresaran.
Pero, por supuesto, que esto sólo podía escucharlo alguno que
estuviera cerca; el sabotaje de un verdadero debate político era
total y lo imponían a prepo... Ángela, que estaba enojadísima por
la negación de la existencia de presos políticos, por el silencio
de casi todas las organizaciones (¡incluida una lavada de manos
nada gloriosa del 26 de Marzo!), que luego del cuarto intermedio
resolutivo había quedado en la otra punta de la asamblea, también
gritaba, su acallada verdad, junto con otros compañeros.
Al fin, la mesa impone la votación y lo increíble se produce, la
mesa se topa con el fantasma de una organización que no existía.
La mesa, bajo cuerda, nos había acusado de haber montado una
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  351

especie de complot. Para asustar a la gente, dijeron que Ángela


estaba armada, que yo también tenía un arma en el portafolio y
que aparecíamos e interveníamos separados pero que, en el fondo,
se trataba de una verdadera provocación organizada. Nosotros, que
no lo estábamos, nos sentimos como parte de una misma cosa, de
la lucha real contra la liquidación electoral, de la lucha por nues-
tros compañeros presos..., contra los oportunistas y reaccionarios,
y vimos que, poco a poco, la mesa quedaba desautorizada. Bueno,
lo más increíble fue que, por imposición de la mesa, se vota, uno
a uno, y toda la asamblea se polariza... a pesar de la abstención
de algunos independientes y el representante oficial del 26 de
Marzo, siempre jugando el nefasto papel de centrista, que sólo al
final y por la discusión que se da en el intermedio, acepta rechazar
la moción de la mesa. Se cuentan los votos y estamos casi en un
empate; cuando varias personas, que aparecen como más o menos
neutrales (recuerdo algunas señoras muy viejas), dicen que para
adoptar posiciones quieren saber la verdad y solicitan hacernos
preguntas a las personas más cuestionadoras... De hecho, esos
vecinos quieren saber si somos o no una banda organizada de
provocadores y preguntan: «¿Están armados?». Mostramos que no
portamos armas. Le preguntan a Ángela sobre si ella había o no
militado con los cañeros, a lo que responde afirmativamente... Por
último, como yo había mencionado el comité por los presos, me
preguntan si yo concurría y si yo mismo había sido preso político,
a lo que también respondo afirmativamente.
Se reanuda la votación y todo el sector indeciso desaprueba la
moción de la mesa, por lo que la asamblea en su conjunto rechaza
la propuesta de expulsión que la mesa quería imponer... Para no-
sotros, más allá de que este tipo de votaciones nunca son garantía
de nada, los inorganizados, los independientes protestarios, fue
un verdadero triunfo contra la burocracia del Frente y, en general,
contra el electoralismo que el Estado necesitaba para separar y
reprimir por separado a «los subversivos, a los guerrilleros». Para
el comité mismo fue una excelente experiencia: luego hubo otros
encontronazos en los que la polarización siguió siendo la misma.
352  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

El 26 de Marzo

Luego de esa confusa y espontánea entrada en escena pública, como


era obvio, quisimos conocernos mejor y ver qué podíamos hacer
juntos. Muchos de los que habían apoyado a Ángela en el comité
del Frente Amplio y ella misma se consideraban «independientes»
y, como tales, reclamaban que el 26 de Marzo, que se suponía que
los representaba, lo hiciese realmente, que era absurdo que el 26
fuese tan oficialista y filo PC.
El compañero de la mesa del 26 terminó por reconocer que su
posición no había sido la mejor. El propio 26, a nivel nacional, se
enteró del lío que se había armado en el comité y había propues-
to que los compañeros independientes, que en el fondo «tenían
razón», fueran a discutir con la dirección nacional para integrarse
al trabajo conjunto.
Es decir, mientras un sector totalmente reformista había definido
que la propia base del frente era casi su enemiga y había que dis-
ciplinarla a prepo, el 26 considera que esos compañeros expresan
una posición correcta, pero que deben ser «encuadrados» para que
no sigan creando problemas.
La reunión se lleva a cabo unos días después y en la misma par-
ticipa, por un lado, Ángela y un conjunto de compañeros jóvenes
(entre los cuales mi compañera de entonces, Amaya) y, por el otro,
el delegado del 26, respaldado por varios de la dirección nacional,
entre los cuales el propio Sassano.
En resumen, la dirección nacional del 26 sostiene que no se
pueden ir a plantear «esas cosas» a los comités porque dividen y
llevan a grandes polarizaciones, pero que esos compañeros tienen
razón y que para eso deben organizarse en «La Orga» (es decir, en
los Tupamaros). «Tienen razón en las posiciones, pero las mismas
no se pueden llevar adelante en los comités.»
Pero entonces, decían Ángela y el grupo de jóvenes que ella había
llevado, «¡los comités de base se los regalamos a los bolches!». ¡Eso
le hace el juego al reformismo, a la burguesía! «Nosotros queremos
que los comités sean comités de lucha revolucionaria, que sea la
organización del barrio, para apoyar a los gremios en lucha y para
la lucha por los presos por luchar.»
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  353

La dirección del 26 argumentaba así: «Un frente supone compro-


misos; nosotros, para mantener la unidad, no podemos declararle
la guerra a todos los reformistas porque ése no es nuestro estilo,
nosotros sólo podemos mostrarnos mejores que ellos en la práctica».
«La verdadera política nuestra no la podemos hacer en el Frente,
sino en organizaciones específicas creadas para ello...»
Ángela formulaba claramente que someterse a la disciplina que
se quería imponer en el 26 era renunciar al clasismo y a la lucha
revolucionaria en nombre de un frente policlasista y electorero,
que terminaría aislando a las organizaciones armadas.
Y en realidad era eso lo que se jugaba. Sería más o menos el mes
de mayo de 1971, las grandes luchas sociales de los años anteriores
(frigoríficos, cañeros, bancarios, estudiantes, o las concentradas en
tal o tal fábrica --Tem, Seral, Funsa, Bao...-- contra los aumentos
del boleto de transporte, de UTE...) habían sido las mayores en la
historia del país, pero no habían logrado consolidar estructuras
territoriales y barriales propias capaces de imponer una opción de
contrapoder. Aunque sí había habido embriones de esas estructuras
que surgían para apoyar las luchas proletarias como sucedió con
las venidas de los cañeros a Montevideo, la lucha en el Cerro y la
Teja para la defensa de los dos kilos de carne..., hasta el desarrollo
de los comités para resistir a los aumentos de UTE y el préstamo
compulsivo..., en donde se organiza la gente en los barrios para
pelear y resistir. Tanto los proletarios que estudiaban como los que
trabajaban sienten que su lucha es la misma. Muchos compañeros
ya éramos más o menos conscientes de que para el Estado urugua-
yo era mucho más fácil el triunfo si se embretaba al pueblo en el
frentismo y en el electoralismo y se destruía la tendencia revolu-
cionaria que se había ido haciendo fuerte en los años anteriores.
En la reunión no hubo acuerdo sobre la perspectiva, porque
la contraposición de fondo era muy importante, pero como la
mayoría de los que se decían independientes siguieron diciéndose
del 26, aunque no ocultaban sus diferencias con los «oficialatas»,
subsistieron más o menos ambas tendencias, como también sub-
sistieron en todos los niveles y las organizaciones, incluido en el
seno de los Tupamaros.
354  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Había algo que nos unificaba, más allá de las posiciones diferen-
tes, y era la solidaridad contra el enemigo común, y a pesar de ese
desacuerdo entre por un lado la clásica posición de la Tendencia
Revolucionaria y por el otro los aparatistas (y frente amplistas del
26). La realidad empujaba siempre a aquella frase, que también
nos llevó a la ruina y la derrota: «Los hechos nos unen, las palabras
nos separan».
Sólo entendí la gravedad de dejar la discusión teórica y progra-
mática como secundaria y privilegiar la unidad con los «que se
estaban jugando las pelotas» mucho después. En ese momento,
Ángela, como muchos otros y yo mismo (sin darle demasiado peso
a las consecuencias de las rupturas que se habían producido entre
la tendencia revolucionaria y el aparatismo y lo que significaba
en realidad aquel «estilo tupa»), privilegiábamos la «unidad» con
todos aquellos que habían empuñado las armas, sin darnos cuen-
ta hasta qué punto esa «unidad» sin principios llevaba al triunfo
del frentismo y del aparatismo y, consecuentemente, al plan del
enemigo de desarmar la energía social del proletariado a través del
frentismo, para reprimir a los grupos guerrilleros por separado.
En aquel momento, esa solidaridad elemental primaba tanto
que hizo posible que, en cuanto a lo de los presos políticos, se lo-
grase un salto cualitativo. El tema para nosotros era vital, porque
nuestros compañeros más queridos y jugados estaban presos o
clandestinos, y el que los comités del Frente no se ocuparan del
tema era para nosotros insoportable; ninguno de nosotros veíamos
ningún interés en un comité en que ni siquiera se pudiera luchar
por ellos. Hay que recordar que el 26 era todavía más independiente
de lo que después fue, como brazo político de los Tupas, y más
bien guardaba tanto las formas, para que no se pudiera verificar
que en realidad tendía a ser eso, que en el comité por la libertad
de los presos, que funcionaba desde hacía algún tiempo, no tenía
participación oficial como organización y no la tuvo hasta mucho
después. Ángela había introducido el tema, además, porque (expli-
caría después en varias reuniones con otros compañeros) no tenía
ninguna confianza ni en el Frente ni en el 26 ni en la dirección que
estaba afuera de los Tupas... para pelear en serio por la libertad de
nuestros compañeros presos.
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  355

Por mi parte, yo había concurrido a varias reuniones y participado


en diferentes acciones de propaganda y solidaridad con los presos
y puedo testimoniar que en esas primeras reuniones no tuvieron el
apoyo que merecían ni por parte del 26 (evidentemente los Tupas
no podían aparecer como tales en ese comité)... En efecto, en esas
reuniones participaban mayoritariamente padres y familiares de
los presos (recuerdo a la madre de los Cabrera como una de las
más consecuentes), varios ex presos, el MRO (Ariel Collazo era su
figura más visible), Alba Roballo o algún representante de esa agru-
pación, algún delegado del grupo de Erro y del grupo de Michelini,
delegados de diferentes gremios en lucha que tenían compañeros
presos, compañeros estudiantes del FER, principalmente del IAVA
o el nocturno, así como miembros de otros grupos chicos... Pero
sobre todo era una actividad muy minoritaria y marginal, y además
muy mal vista por los legalistas y reformistas.
Por eso tuvo importancia que Ángela lograse el compromiso,
por parte de la dirección del 26 de apoyar lo que ellos pudieran
hacer en la lucha por los presos. El mismo compañero que había
estado oscilando en la mesa como delegado del 26, a partir de esa
fecha asumiría concretamente esa lucha como algo indispensable.
Claro que eso también obedecía a una línea que se impuso desde
«la Orga», por la que poco a poco, se empezaron también a ocupar
de los presos.
Pero si exceptuamos ese punto lógico y saludable, esa tendencia
política no se distinguía en gran cosa del reformismo burgués del
Frente y por ello no nos sentíamos en absoluto representados.
Ángela, como los compañeros que luego me iría presentando, y
en general los que seguíamos considerándonos de la Tendencia
considerábamos al Frente como un conglomerado de partidos bur-
gueses, cuyo programa era integralmente reformista, que buscaba
utilizar y canalizar la energía revolucionaria de las masas y ponerla
al servicio del Estado. Por eso rechazábamos igualmente el apoyo
crítico hecho oficialmente por los Tupas. Si había una cosa que
teníamos claro, era que ese frente reformista no nos representaba,
porque se necesitaba LA REVOLUCIÓN.
356  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Barrio, Tupamaros y discrepancias organizativas

A raíz de ese incidente en el comité, descubrí que Ángela, su com-


pañero Mario y sus tres hijos eran nuestros vecinos cercanos, en el
barrio del Hospital de Clínicas. Mis dos hijos (un poco más chicos)
jugaban con los hijos de Ángela y Mario... y, poco a poco, nos fui-
mos conociendo... Fuimos compartiendo el cuidado de los niños
y algunas otras actividades... Amaya, mi compañera de entonces,
que se formaba como enfermera y trabajaba en el Clínicas, en ese
mismo período comenzó a militar gremial y políticamente con
Ángela y otras compañeras (cuyos nombres no recuerdo). Entre
ellas, que constituían grupos de sanidad y apoyo a actividades de
lucha clandestina, recuerdo con mucho cariño a Silvia Cuello,
que era de esas mujeres aguerridas, tanto en su actividad gremial
y política pública, y que luego fue brutalmente torturada.
Poco a poco, por otros compañeros, fui sabiendo que en la casa
de mis vecinos, Ángela y Mario, desde hacía muchos años había
reuniones importantes de la Orga, y una vieja y querida vecina
del barrio también me contó que muchos de los que salían en los
diarios como más buscados habían vivido en esa casa, o pasaban
por ella y que, por años, ella los consideró vecinos amables... Que
hasta el propio Bebe Sendic no sólo venía seguido, sino que había
sido «vecino» en algún período.
Ángela y su compañero Mario me explicaron que, como Tupas,
estaban muy descontentos con cómo se estaba llevando la cosa en
los últimos años, que la Orga era una «burocracia infernal». Agre-
gaban que, como siempre dice el «Bebe» (era así que se le llamaba
a «Raúl Sendic»), «somos un elefante en el desierto, demasiado pe-
sado como aparato... y en vez de que cada vez más gente se una a la
lucha, la gente entra y se les da tareas pajeras del aparato..., incluso
se saca gente de los gremios en lucha para ponerlos en servicios...
En vez de armar a la gente que lucha, te piden todos los fierros
para el aparato que luego manipulan sólo algunos tipos». Con el
tiempo también fui conociendo a otros «amigos» y compañeros,
en general bastante mayores que yo, con mucha más experiencia
en las luchas proletarias, que afirmaban lo mismo y que contaban
hechos precisos al respecto. La propia Ángela, por su experiencia,
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  357

edad y compromiso militante, era escuchada con mucho respeto


por la banda de jóvenes que éramos nosotros.
La crítica era a la vez radical, importante y sorprendentemente
simple. La misma hacía eco en varios de nosotros que habíamos
llegado a críticas similares por una vía mucho más intelectual.
Todos los que habían sido parte del proceso de fraccionamiento
de los Tupas (que llevan a la división del FER y a la constitución
de otras varias estructuras diferenciadas de la Orga, como el FRT,
el 22 de Diciembre...) habían llegado a conclusiones parecidas.
En los que veníamos del sector estudiantil, docente, bancarios...
la cosa había pasado por elementos más teóricos:
• Crítica del foquismo y defensa de la necesidad de un partido
de cuadros.
• Lucha de masas y lucha por la insurrección proletaria como
perspectiva.
• Crítica de la «liberación nacional» y del proyecto reformista
(reforma agraria, estatización de la banca y nacionalizaciones
en general).
Para muchos de nosotros, la falta de crítica a los socialatas y a los
bolches conducía a «la Orga» a funcionar como una especie de
brazo armado del reformismo.
Por otra parte, la participación en gremios en lucha, así como
la influencia de las luchas internacionales (contra la guerra de
Vietnam, la de los negros en Estado Unidos, la de los obreros y
estudiantes en Francia, Italia, México...), nos había impregnado
de posiciones revolucionarias y todo lo que venía del PC, del PS y
del sindicalismo oficial lo considerábamos reformista, reaccionario.
No sólo nos enfrentábamos cotidianamente en las luchas con los
agentes de los «bolches» que nos reprimían, sino que rechazába-
mos totalmente sus consignas reformistas (nacionalizaciones o
reformas agrarias), contraponiéndoles consignas revolucionarias:
abolición de la propiedad privada y del salario, revolución sexual,
destrucción del Estado, lucha contra el trabajo, crítica de la moral
burguesa, etcétera. Cuando ellos gritaban «unidad», te daban un
garrotazo en la cabeza y cerraban las puertas de la universidad
para que no nos refugiáramos en la misma cuando nos corrían los
milicos. Decían querer preservar la autonomía de la universidad;
358  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

nosotros, en lucha abierta contra ellos, sosteníamos que dicha


autonomía no servía para nada sino la ejercíamos protestando y
peleando contra el Estado.
Por eso los elementos que Ángela y otros compañeros que fui-
mos conociendo aportaban nos resultaron tan complementarios
con lo que mis compañeros más próximos pensaban. No sólo
criticaban la concepción foquista que predominaba en los Tupas,
sino la concesión a los bolches que significaba hacerle el juego a la
alianza electoral frentista. El partido llamado «comunista» estaba
para nosotros del otro lado de la barricada y defendía un proyecto
social reaccionario.
Muchos de nosotros recibíamos entonces la repugnante pro-
paganda rusa (¡decenas de revistas por semana casi gratis!) que
era una inmunda apología del trabajo y de la organización de la
sociedad en función del mismo, que veíamos como la cara pública
de la militarización del trabajo a nivel nacional y que nos permitía
afirmar que de socialismo en ese país no había nada. La propaganda
de los bolches criollos de que lo de los campos de concentración
era un invento de la reacción nos parecía sencillamente ridícula
y la denunciábamos a menudo. Si bien no sabíamos todavía has-
ta qué punto era un país abiertamente capitalista, sosteníamos
claramente que no era socialista, y en las polémicas que había se
hablaba de un modo de producción diferente al socialismo (teoría
de la burocracia como «nueva clase social») y al capitalismo, con
una clase explotadora y violentamente opresora. Por otra parte,
algunas publicaciones hechas por el MRO y por Abraham Guillén
probaban claramente que Rusia funcionaba como una potencia
militarista e imperialista en todo el bloque y el COMECOM
(Mercado Común de los países de Europa del Este). Ángela se
decía «libertaria» y compartía con nosotros esa visión de que los
«bolches» representaban una fuerza tan enemiga como el propio
gobierno nacional.
En base a esas coincidencias básicas, Ángela y sus compañeros
próximos nos fueron explicando elementos sobre el aparato de
los Tupas que desconocíamos. Así, nos dijeron que el Bebe, que
desde hace años era clandestino, «varias veces tuvo que agarrar sus
cosas y marcharse», que incluso «estuvo a monte varios meses»,
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  359

que «hasta pasó mal por no tener dónde dormir y porque no le


daban medios...» y que hasta «estuvo laburando en la construcción
como simple peón».
Así, sin conocer mayores detalles fuimos sabiendo que ellos, des-
de que Sendic había sido apresado (caída de Almería), se habían
opuesto al funcionamiento que querían imponerles, y que habían
seguido actuando y haciendo acciones directas de forma autónoma.
Que la Orga les había pedido que entregasen las armas, pero que
no sólo no lo habían hecho, sino que se habían encontrado con
otros grupos de compañeros que pensaban más o menos lo mismo
y que seguían desarrollando su propia estructura de forma autóno-
ma en relación con los Tupas. Incluso que varias veces los Tupas
oficialatas los habían amenazado pero que no aflojaron. Así fuimos
entendiendo que las posiciones de Ángela sobre el Frente tenían
una base más completa y que, teóricamente, había también una
ruptura con el frentismo y el aparatismo dominante en los Tupas.
Con el tiempo, nos pasaron algunos documentos escritos elabora-
dos por compañeros que «estaban en la misma situación que ellos».
Luego supimos que su autor era el «comeúñas», Mario Navillat,
otro de los fundadores de los Tupas, que en base a los Grundrisse
de Marx había elaborado unos borradores, en los que recuerdo
se afirmaba la necesidad del proletariado de llevar adelante la
guerra social al mismo tiempo ocupando y haciendo funcionar la
producción. Hablaba de «autogestión», pero esa palabra ha sido
tan desvirtuada que me parecería desvirtuar el esfuerzo teórico
de esos valiosos compañeros emplearla hoy sin otra explicación.
Desconozco si ese documento fue o no conservado, pero recuerdo
vagamente que se explicaba que, asumiendo la producción y la
distribución directamente, el proletariado iniciaba la superación
del trabajo alienado. Insistía en que, en ese proceso, el proletariado
va viendo y mostrando que tanto el patrón como el sindicalismo y
el sindicato (que con su burocracia se basa en la separación y alie-
nación del trabajo) no son indispensables y que se muestran como
lo que son: una traba en la defensa de sus intereses. Agregaba que
los lugares de trabajo ocupados y en producción debían defenderse
hasta con las armas en la mano, y extender dicho proceso a toda
la producción social, para ir generando la sociedad futura que se
360  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

concebía como un proceso y, a la vez, como resultado de la guerra


social. Era una concepción estratégica global.
Sin embargo, el acuerdo que más unificaba a esos compañeros
«inorgánicos» y cada vez más contrapuestos con «la Orga oficialata»
(era así que los críticos denominábamos a los mandamases que
entonces rodeaban al «Ñato») era la convicción de que el apara-
tismo centralista iba a la catástrofe, que «ninguna organización
estructurada de forma piramidal puede enfrentar la represión» y
quien mejor había expuesto esto había sido Marighela.
Algunos compañeros me han señalado que parece incoherente
que Marighela, que pasó a la historia como el extremo del foquis-
mo y el militarismo (y que por eso su ruptura con el reformismo
burgués sea relativa), haya podido influenciar a compañeros que
en los hechos se afirmaron en rotura con esas concepciones. La
respuesta está en que de Marighela el único documento que real-
mente era conocido era el Mini Manual del Guerrillero Urbano, en
el cual se critica explícitamente la estructura tradicional de la orga-
nización, inidentificable con el oficialismo Tupa, y se preconiza la
acción de los grupos guerrilleros actuando descentralizadamente,
desarrollando infraestructuras y actuando con total autonomía
con respecto al centro. En estas afirmaciones, los compañeros
habían encontrado los mejores elementos para contraponerse a
la centralización burocrática tupamara.
Sólo a título de síntesis cito a continuación uno de los pasajes más
representativos de Marighela, en la cual queda clara esa concepción:

«Es esencial el evitar cualquier rigidez en la organización para


permitir la mayor cantidad de iniciativa posible por parte
del grupo de fuego. El viejo tipo de jerarquía, el estilo del
izquierdista tradicional, no existe en nuestra organización.
Esto significa que, a excepción de la prioridad de objetivos
designados por el comando estratégico, cualquier grupo de
fuego puede decidir en asaltar un banco, secuestrar o ejecutar
a un agente de la dictadura, una figura, identificada con la
reacción, o un espía norteamericano, y puede llevar a cabo
cualquier tipo de guerra de propaganda o de nervios en
contra de un enemigo sin la necesidad de consultar con el
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  361

comando general. Ningún grupo de fuego puede permanecer


inactivo esperando órdenes de arriba. Su obligación es de
actuar. Cualquier guerrillero urbano que quiere establecer
un grupo de fuego y empezar [una] acción puede hacerlo y
de esta forma hacerse parte de la organización».

Por eso, explicaban Ángela y los otros compañeros, el modelo


tiene que ser el de los grupos independientes que actúan en base a
decisiones del grupo mismo, y en eso estaban. No había que espe-
rar nada de una estructura central, que además trababa la acción,
sino comenzar a actuar. El concepto mismo de la organización,
como conjunto coordinado de grupos de acción independientes,
era rotundamente opuesto a «La Orga» de los oficialatas.
Esa realidad de los grupos independientes fue, al principio,
socialmente mucho más importante de lo que recoge la historia
oficial, como ha pasado en todas partes del mundo, pues ni los
dirigentes de las «orgas» lo consideraron importante (en la práctica
lo despreciaron y fueron sectarios con los compañeros que actuaron
de esa manera), ni los milicos, que en todo veían una estructura
militar y centralizada tal como ellos funcionaban, fueron capaces
de entenderlo. Los mismos medios de comunicación sólo veían
las acciones en términos de aparato y también contribuyeron a
ocultar dicho fenómeno y a consolidar la historia tal como mejor
convenía a la represión: como una lucha de aparato contra aparato.
Los CAT (Comando de Apoyo Tupamaro), los GAF (Grupo de
Acción en Formación) y el fenómeno de los CAT denominados
«silvestres» fueron también una forma aparatista de interpretar,
canalizar, visualizar y encerrar una realidad mucho más amplia y
compleja, por la cual el proletariado tendía a organizarse para la
pelea. Según dicha visión y canalización, todo iba hacia los Tupas
o se hacía en su apoyo; en los hechos, el aparatismo fue liquidando
o cooptando el accionar autónomo por diferentes procedimientos.
A tantos años de nuestra gran derrota, resulta importante recor-
dar que justamente, en los años de mayor lucha, el fenómeno de
autonomización y de la acción (mal llamada) «inorgánica» tuvo un
gran desarrollo, hasta que, a falta de una perspectiva revolucionaria
propia, comienza a desgastarse. La fuerza de dicho fenómeno va
362  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

decayendo durante todo el año 1971, en la misma medida que a


la protesta se la va encerrando en el electoralismo y el aparatismo,
hasta liquidarla totalmente en los años siguientes.
Incluso antes de que se teorizara la autonomía de los grupos de
acción, principalmente en los años 1968 y 1969, al mismo ritmo
que nadie más creía en que las cosas pudieran solucionarse por
vía electoral, era cosa de todos los días el organizarse para luchar,
en las fábricas, los lugares de estudio, los barrios, las oficinas, en
la salud... La gente veía que el nivel público de organización era
insuficiente y con total normalidad se creaba un nivel de organi-
zación semiclandestino que se compartía sólo con algunos. En
todas partes había varios niveles de organización y pelea, a veces
tres o cuatro en el mismo lugar de trabajo o gremio. Así habían
surgido grupos que hacían acciones (asustar a algún carnero, tirar
unas bombas de alquitrán, alguna molotov con temporizadores,
miguelitos...) y que también leían, discutían y se formaban, en
base a alguno con mayor experiencia en el manejo elemental de las
armas o en las cuestiones teóricas de la revolución... En esos años
ese tipo de agrupación en el medio obrero, en los bancarios o en
las agrupaciones estudiantiles, era cosa cotidiana y la autonomía
era un hecho.
Fue después de que ese riquísimo proceso de afirmación de la
clase se fue canalizando hacia el aparato. Hoy pienso que lo que
más contribuyó a ese proceso de canalización fue la relación de
fuerzas entre las clases, el hecho de que, a pesar de todo, las luchas
se perdían (en el sentido del resultado inmediato: los cañeros
recibían palo y no tierra; los obreros frigoríficos perdían los dos
kilos de carne; la UTE seguía aumentando y cobrando sus tarifas;
los planes de austeridad pachequistas habían logrado bajar bru-
talmente el salario real de todos los asalariados del país), y ello
generaba un sentimiento social de que la represión podía más.
El movimiento mismo no sabía cómo dotarse de una estrategia
ofensiva que llevara al triunfo.
Al mismo tiempo, como contradiciendo esa serie de derrotas,
las acciones centrales llevadas a cabo por los Tupas caían siempre
como los «muchachitos de la película»; no sólo eran muy buenas
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  363

y simpáticas, sino que ganaban y creaban la impresión de que al


final tenían que ganar.
Con Ángela y otros compañeros siempre comentábamos que
muchos obreros o gente de barrio decía: «Que voy a hacer yo si no
sé ni tirar un tiro y me cago todo», «a mí no me reclutan porque soy
un animal», «no vamos a andar tirando molotovs cuando la cosa se
resuelve con bazucas», «los Tupas son unos cracks». Evidentemente
que la prensa, la televisión y las propias fuerzas represivas empu-
jaban a ver las cosas en ese sentido. Los responsables siempre eran
los «innombrables», los «subversivos»... Las acciones eran siempre
con ingenio e ingeniería y, como además no se podían nombrar,
todos pensaban en «los Tupas» (o a veces en algún otro aparato).
Poco a poco, la clase misma iba perdiendo protagonismo frente
al mundo de los aparatos y la espectacularización del accionar
armado. Poco a poco la población se fue sintiendo impotente
para actuar y más espectadora de una pelea que la superaba y a
la cual sólo podía asistir como espectadora. Lo cierto fue que, ya
durante el período 1970-1971, el encuadramiento aparatista se iba
imponiendo y resultaba cada vez más difícil en el medio obrero,
estudiantil o barrial, mantener estructuras autónomas de organi-
zación proletaria, y se fue creando la sensación de que frente a la
represión organizada y centralizada sólo una organización como
los Tupas podía hacerle frente. Lo que por supuesto llevó a que
muchos sólo se sentían capaces de aplaudir a quien hiciera el me-
jor gol, y que sin que nos diéramos cuenta se estaba allanando el
terreno para que la represión pudiese actuar, sin obtener más que
una reprobación que también sería pasiva.
Cuando nos conocimos con Ángela y se dio esa confluencia entre
grupos de diferentes experiencias, aquella actividad real barrial de
los grupos de acción independiente ya tenía menos importancia
social, ya se lo estaban comiendo las polarizaciones tal como esta-
ban planteadas oficialmente y gracias al espectáculo.
Con el frentismo policlasista y el aparatismo ya íbamos al muere.
¡Aunque conocí alguno que lo dijo, que lo predijo, la mayoría de
nosotros creíamos que el «partido» recién empezaba y que todavía
estaba todo por hacer!
364  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Acción autónoma y coordinadora

Justamente, en 1970, cuando Ángela y su círculo más próximo de


compañeros actúa de forma autónoma con respecto a «la Orga»,
ya se encuentran (nos encontramos) a contracorriente. Si en los
años 1968-1969 los Tupas aparecían como una expresión más (tal
vez la más potente, pero con seguridad la más espectacularizada)
de la resistencia a la dictadura de Pacheco, que se la enfrentaba
por doquier, durante los años 1970-1971 se fue imponiendo so-
cialmente la idea de que sólo quedaba la alternativa electoral o la
Tupa (y secundariamente las otras organizaciones armadas). Hasta
personajes como Fidel Castro con sus declaraciones contribuían
a ese proceso, por el cual el proletariado mismo se desdibujaba:
«¡O el Frente o los Tupas!», declaraba Fidel desde Chile suscitando
un gran escándalo.
Pero es preciso señalarlo que fue un fenómeno que nos superó
a todos: socialmente la visibilidad de la revolución social se fue
opacando y sólo aparecían como alternativa el frentepopulismo
y el aparatismo (que estaba de parabienes, ¡es el apogeo de la
Columna 15!).
Las estructuras de base agrupacionales, de fábrica, de estudiantes
(¡incluso el querido FER!), de barrio, etcétera, van perdiendo fuerza
en relación con las «organizaciones políticas» (¡cómo si las otras
no lo fuesen!), y cuando subsisten los grupos de acción, luego de la
tormenta, se plantean de una u otra forma «integrarse» a las «fuerzas
combatientes», lo que cada vez más se convierte en sinónimo de
ingreso al aparato. Socialmente, aquellas estructuras no conciben
el salto de calidad en lo armado por sí mismas (como por ejemplo
sucedió en Rusia con los sóviets o con UHP, Unión de Hermanos
Proletarios, en España), sino renunciando a su propio accionar.
Las armas mismas que circulan son cada vez menos, por la cre-
ciente represión, porque el terrorismo de Estado va imponiendo el
monopolio de las mismas, pero también porque los Tupas piden
hacer inventario de poseedores de armas y lugares de depósito
para expropiarlos o poder utilizarlas en un momento dado, y
también porque piden a todos sus contactos y colaboradores que,
por las vías que se puedan, hagan que todas las armas vayan a
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  365

parar a «La Orga». Justamente ésta era otra discrepancia general


entre los oficialistas y aparatistas y todos los grupos de acción in-
dependientes de cualquier tipo. Pero, repito, en esto quienes iban
ganando eran los aparatistas. Tanto es así que esa línea triunfaba
también en los organismos de masa: «Aquí no se viene a hacer
política», «en el sindicato no se puede organizar la violencia, para
eso está la organización política de cada uno» e inclusive: «Este
que viene con ese discurso incendiario no es del sindicato, para
hacer la revolución que se haga guerrillero». Sí, además se filtraba
la noticia hacia el aparato que tal o cual estaba organizando en un
«grupo armado diferente», se hacía una campaña contra el mismo
y muchas veces, la Orga misma se encargaba de enchastrar a los
compañeros concernidos.
Es decir, por todas partes se reprimía que la clase se constituyera
como clase en fuerza contra la fuerza y represión del Estado.
Los comités barriales hubiesen podido ser algo diferente. Los
partidos del Frente los temieron y trataron de impedir su funcio-
namiento al principio. Cuando la realidad los superó y los comités
se desarrollaron contra su voluntad, aquellos partidos, que no los
querían ni reconocer, se largaron a imponerles la línea electoralista
y a oponerse a que fueran cualquier otra cosa. Por eso los comités
del Frente fueron electoralistas, algunos desde el principio y otros
poco a poco; la tendencia revolucionaria no tenía cabida dentro
de esas estructuras y fue perdiendo fuerza. Así como la Tendencia
Revolucionaria fue perdiendo peso social (la posición ambigua
de los Tupamaros y casi colaboracionista con el Frente Amplio
contribuyó a eso), en los comités mismos resultó imposible orga-
nizar la resistencia a la dictadura de Pacheco. La estructuración
de una fracción que organizara la violencia minoritaria de clase
fue saboteada por todos los partidos políticos del Frente Amplio
(a excepción de grupos minoritarios de militantes independientes,
el MRO, las juventudes de Michelini, Roballo, algún compañero
del grupo de Erro, parte del 26 de Marzo, etcétera).
Hubo conflictos de todo tipo entre quienes querían concentrar
el armamento y quienes nos oponíamos... Conocí y viví varias ex-
periencias nefastas en este sentido, y Ángela, Mario, y varios otros
compañeros a los que fui (fuimos porque también yo fui acercando
366  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

otros compañeros de otros horizontes) conociendo junto a ellos,


ya estaban tan enojados con el tema que habían decidido actuar
abiertamente contra ese tipo de prepotencia aparatista. Además,
decían, «el Bebe está con nosotros contra todos éstos, más de una
vez nos envía mensajes desde Punta Carreta diciendo que no había
que aceptar esa línea».
Es así que se concibe un proyecto mucho más general que con-
sistió no sólo en oponerse al desarme de los grupos autónomos
para armar el aparato Tupa, sino, por el contrario, en armar a «la
gente que lucha». Algunos compañeros lo expresaban más explíci-
tamente «no hay que aceptar desarmar al proletariado para armar
al aparato, sino al contrario poner la fuerza de todos los aparatos
para armar al proletariado».
Ya a esa altura había un conocimiento mutuo entre varios grupos
que hacían sus acciones en sus respectivos lugares de militancia y
que se reunían para apoyarse, para asegurar, por ejemplo, el servicio
de sanidad o para prestarse armas, pero que se reconocían como
autónomos de cualquier «organización política» u «organización
centralizada». En ese contexto, Ángela y tres compañeros más nos
presentan un proyecto de operar juntos varios grupos autónomos,
con el objetivo declarado de «armar las luchas». Explícitamente nos
dicen «no se trata de hacer otra organización, tampoco de conseguir
armas para nosotros», sino de «contrarrestar la tendencia actual
de llevar las armas hacia el aparato», con un proyecto que consiste
en «expropiar armas para armar a la gente que pelea». Armar las
huelgas, armar a los gremios en lucha, armar a las bases que pelean,
armar a los cantegriles y otros barrios proletarios.
La argumentación era bastante más desarrollada y profunda,
se sostenía explícitamente que las armas en los locales tupas, se
usaban ahora sólo para acciones grandes y que el resto del tiempo
quedaban paralizadas, que así, cuando caen, caen cada vez más
rápido y más juntas..., que se estaba traicionando aquel principio
de base de años anteriores de la descentralización logística..., que
ahora la centralización burocrática y oficialata había degenerado
en una centralización de infraestructura y operativa lo que, decían
con razón, es «directamente liquidacionista, no sólo porque es cada
vez más pesado hacer operaciones si no las aprueba la burocracia,
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  367

sino porque es a largo plazo suicida frente a la represión». Además,


se decía, lo que están haciendo los que mandan ahora en los Tupas
es justo lo contrario a aquel principio de base de descentralización
logística. El aparato centralizado quiere controlar y dirigir todo, y
eso es suicida, como fue probado en Argelia (todos habíamos visto
la película prohibida en Francia: La batalla de Argelia).
Lo que se necesita es la independencia de acción y de logística
de cada grupo de compañeros, como lo había defendido Mari-
ghela. El diario del Guerrillero, que hacían circular Ángela y otros
compañeros discrepantes, decía:

«Ningún grupo de fuego puede permanecer inactivo


esperando órdenes de arriba. Su obligación es de actuar.
Cualquier guerrillero urbano que quiere establecer un grupo
de fuego y empezar [una] acción puede hacerlo, y de esta
forma hacerse parte de la organización. Este método de acción
elimina la necesidad de conocer quién está llevando a cabo
qué acciones, ya que hay libre iniciativa, y el único punto de
importancia es aumentar sustancialmente el volumen de la
actividad guerrillera para desgastar al gobierno y obligarlo
hacia la defensiva. El grupo de fuego es el instrumento de
acción organizada. Con él, las operaciones de la guerrilla y
las tácticas son planificadas, lanzadas, y llevadas a cabo con
éxito... La organización es una red indestructible de grupos de
fuego, y de coordinaciones entre ellos, que funciona simple
y prácticamente con el comando general y que también
participan en los ataques; y organización que existe con el
único propósito, simple y puro, de acción revolucionaria».

Nos proponen concretamente enviar a dos delegados para partici-


par en unas acciones de pertrechamiento y apoyo a los grupos de
acción... Dicha coordinadora asegurará antes que nada un servicio
de sanidad y planificará y llevará a cabo algunas expropiaciones
de dinero para comprar un gran número de armas. Del pequeño
grupo de jóvenes compañeros (del cual yo formaba parte) fuimos
a esa coordinadora Alejandro Mosca (compañero ya muerto) y yo.
368  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Esa estructura en realidad ya estaba funcionando, así como el


aparato de sanidad, con Navillat y otros médicos compañeros y la
propia Ángela, que tenía gran experiencia como nurse. Durante
años habían constituido equipos de sanidad en los Tupas y tam-
bién habían curado a combatientes que no estaban en la Orga.
Ahora veían que cada vez era más difícil para combatientes no
centralizados por la Orga ser socorridos sanitariamente y se habían
organizado y actuaban para ello.
Tal vez, en ese sentido, la coordinadora haya surgido antes por
la necesidad de organizar un equipo de sanidad con compañeros
no aparatistas y, sólo luego, haya impulsado acciones militares de
pertrechamiento por las mismas razones.
A tantos años de lo sucedido me parece importante subrayar esto
que fue, a mi ver, la única tentativa de armar al proletariado, en
vez de armar a su propia organización, que hubo en el Uruguay,
o si se quiere, de contrarrestar una tendencia aparatista que nos
llevaba a la ruina.
En realidad, ya era muy tarde, la cuenta atrás ya se había inicia-
do, pero, a tantos años de lo que sería nuestra gran derrota y la
liquidación durante décadas de la lucha revolucionaria del prole-
tariado en nuestro país, me parecía importante dar a conocer este
precedente histórico, por el que muchos compañeros que ya no
están, pelearon y dieron lo mejor de ellos, como la Negra Ángela,
Mario Navillat, Fernando O’Neill, Arazatí López López, Alejan-
dro Mosca, Bernardo Arnone... y muchos más cuyos nombres no
conozco y que tal vez nunca serán conocidos.
Cabe señalar que entonces yo no conocía los nombres de muchos
de estos compañeros que ahora menciono porque estábamos com-
partimentados. Los fui averiguando muchos años después de que
hubieran muerto o hubieran sido asesinados como Arazatí López
en Chile, en 1973, Bernardo Arnone, en 1976, en Argentina..., y
que fueran enterrados como Tupas o militantes de la FAU.
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  369

Reforma o revolución

Es así que, aproximadamente, entre los meses de abril y julio de


1971, aquella estructura, que Ángela y otros compañeros habían
forjado, impulsa varias tentativas de apropiar armas con el objetivo
de «armar a la gente que lucha». Pero las condiciones eran cada
vez más difíciles y poco a poco los compañeros que coordinaban
llegaron a la conclusión de que el control sobre todos los depósitos
de armas en el país era total y que la única forma de dar un salto
de calidad era recurrir a importar varios miles de armas que, en
contraposición a lo que se estaba haciendo de concentrar en los
locales de los Tupas, debían ser entregadas a los proletarios en
lucha. Para lo cual, los compañeros más veteranos comunicaban
que habían los contactos necesarios en el exterior, pero teníamos
que reunir los fondos necesarios.
A tales efectos, una parte de los compañeros se pusieron a la obra,
seleccionaron objetivos y comenzaron a hacer algunas acciones.
Pero la heterogeneidad del equipo que actuaba era terrible. Había
compañeros con una gran experiencia y otros demasiado jóvenes e
inexperimentados; había algunos consecuentes y otros irresponsa-
bles..., pero por sobre todas las cosas muy rápidamente el grupo que
operaba no tenía la coherencia de una disciplina común. Muchas
veces discutí con Ángela y otros compañeros y luego discutimos
con Sendic, de esa otra cara de la autonomía que se revelaba
problemática cuando se debían asumir tareas arriesgadas. Dichas
tareas requerían una disciplina estricta, que era difícil improvisar
en una coordinadora o un grupo que sólo se reunía para operar.
En ese período decisivo, cada grupo o compañero seguía con sus
actividades, con su militancia en el lugar de trabajo, de estudio o
barrial, y en algunos casos con su colaboración con otros grupos y
organizaciones «políticas», porque eso se consideraba primordial,
y al mismo tiempo, se hacían esas tareas, instrumentadas por esa
coordinación de grupos con el objetivo de «armar masivamente
a la gente que pelea».
En cuanto a la coordinación misma, si bien alguna de las ope-
raciones efectuadas fue positiva, en el sentido de que se hizo la
expropiación y se obtuvo algo de dinero, también hubo grandes
370  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

problemas en las acciones que se intentaron, por errores, por irres-


ponsabilidades, por falta de coherencia ente los compañeros..., y el
proyecto general no se concretó en los plazos establecidos.
También hubo choques importantes entre compañeros sobre cri-
terios de seguridad, utilización de los fondos expropiados, etcétera.
Lo cierto es que, poco a poco, la coordinadora funcionó cada vez
menos, cada uno de los grupos y compañeros continuaron con su
actividad anterior, salvo los compañeros más próximos a Navillat,
como O’Neill y Arazatí López, que habrían seguido con él, hasta
que, habiendo sido denunciados e identificados (más de un año
después), lograron salir del país.
Incluso entre los compañeros del barrio hubo un cierto dis-
tanciamiento por un conjunto de factores diferentes, incluso
personales. Tuvimos nuestras diferencias y distanciamientos con
Ángela, y sobre todo con su compañero Mario. La culminación
de ese distanciamiento fue el hecho de que ellos comenzaron a
trabajar y le abrieron las puertas a «compañeros» que algunos los
veíamos como un peligro, por lo BOCAMAROS que eran. ¡Como
Jobita Silveira, que contaba a todo el barrio sus hazañas tupamaras!
A tantos años de lo sucedido, lo que más interesa subrayar, cuando
se habla de aquella tentativa, no es tal o cual acción, operativo, o
«hazaña» específica de tal o cual compañero o grupo de compañeros,
sino por el contrario la contraposición total entre dos proyectos,
que por otra parte superan nuestras experiencias particulares: el
reformista y el revolucionario. La derrota logró hacer desaparecer
a este último de la escena política en Uruguay durante décadas.
Descuartizado el movimiento revolucionario, en el período
1971-1976 por el terrorismo de Estado, nadie más cuestionaba el
capitalismo. Toda la oposición fue dominada por el frentismo y el
reformismo, hasta los «fraccionalistas» y los «anarquistas» fueron
destruidos como organización autónoma y/o cooptados hacia el
frentismo (PVP).
Por eso mismo, hoy que se vuelve a hablar de revolución, de plan-
teo y estrategia, de volver a poner sobre el tapete los fundamentos
revolucionarios, tan olvidados, me parece esencial decir que era
por eso que peleábamos todos nosotros, y no por cambiar algu-
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  371

nas jetas en el Gobierno por otras. Volvamos entonces a la Negra


Ángela para volver a poner aquellos fundamentos al orden del día.
¡No tiene gollete y es insultante, que se pretenda hacer creer que
miles de luchadores sociales que dieron su vida, luchaban para en-
tronar a un Seregni, un Vázquez, un Mujica, un Huidobro..., que,
como era de esperar, siempre hicieron y hacen la misma política
que un Chicotazo o un Pacheco Areco!
Luego de la fase, en la que participamos en esa coordinación de
grupos, los encuentros con Ángela fueron menos seguidos, en la
medida en que no hacíamos una actividad específica juntos, pero
los pocos que hubo no fueron menos fructíferos, en el plano de
comprensión mutua y de acuerdos globales. Fue entonces que
tomamos más tiempo para leer, intercambiar y discutir hasta
muy tarde. También influenciados y contribuyendo con algún
compañero del FRT se hicieron algunas estructuras de formación
e intercambio, en las que algunos participábamos.
Con el correr de los meses nos fuimos dando cuenta de que el
fenómeno del Frente había aparecido como sustituto y hasta de
consolador del conjunto de estructuras de lucha de masas que había
antes. Ya no había proletarios organizados por sus intereses en la
fábrica, el centro de estudio, el barrio, en todas partes luchando
contra el régimen, sino sólo «masas frentistas». En esas reuniones
más informales y teóricas comprobábamos que, al mismo tiempo
que se había ido diluyendo la polarización entre revolución y
contrarrevolución, se fue imponiendo una división en términos
de derecha e izquierda, que en vez de unificar a la gente la dividía
por ideologías burguesas. Además, constatábamos que lo que iba
ganando a las masas frentistas era un proyecto ideológico totalmen-
te democrático burgués, que no nos interesaba para nada. ¡Nadie
agarraba las armas sólo para cambiarle la jeta al régimen, como
querían los programas del Frente!
Como docente en Ciencia Política en Derecho, incluso recibí una
propuesta del Frente Amplio de integrar la comisión de redacción
del programa del Frente, pero nunca la acepté, ni pensé que se
podía reformar el reformismo.
El reformismo, para nosotros (es decir, todos los que nos sentía-
mos unificados por la lucha revolucionaria internacional), no era
372  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

el menor de los males, como nos decían los aparatistas (los más
fierreros no se daban cuenta de que eran los más conciliadores en
lo programático con el reformismo), sino, bien por el contrario,
la careta más cínica del capitalismo y de la contrarrevolución.
No nos interesaba para nada una lucha para mejorar un poco el
capitalismo con alguna u otra reformita.
Ángela decía, clara, calma y públicamente, que ella se consideraba
libertaria y contraria al reformismo; nosotros seguíamos defendien-
do la tendencia revolucionaria y empujando en todas partes su
organización. Las consignas venían de las manifestaciones mismas,
por ejemplo, del FER: «Queremos al ministro tal colgado con las
tripas de tal burócrata del PC», «No habrá revolución hasta que
el último capitalista no sea colgado con las tripas del sindicalista
tal o cual» (¡en general incluían un bolche!), etcétera.
El rechazo de la izquierda y derecha del sistema y de los impe-
rialismos yanqui y ruso era la tendencia internacional de lo que
fue el gran movimiento de los años 1965-1968, y con ella nos
identificábamos. El proyecto social que vislumbrábamos se había
ido gestando internacionalmente en contraposición al reformismo,
y para nosotros estaba expresado en un movimiento mundial del
que nos considerábamos parte: las revueltas del proletariado negro
en Estados Unidos, la lucha contra la guerra de Vietnam en todas
partes, la Revolución «cultural» en China, las revueltas proletarias
en Córdoba, México, París, Italia..., la «Primavera checa» y el en-
frentamiento a los tanques rusos...
En todas esas revueltas, la izquierda del sistema, socialdemócrata o
«bolche», había mostrado su carácter contrarrevolucionario. Todos
queríamos al Che y su lucha, aunque no nos cerraba mucho que
hubiera confiado nada menos que en los bolches, y nos decíamos
¡qué otra cosa que la traición podía haber esperado de ellos! Ninguno
de nosotros haría confianza a Monje ni a Arismendi, y nos pregun-
tábamos desconsolados: ¿cómo el Che había caído en esa trampa?
¿cómo era posible que el Che no supiera que eran sus enemigos?
La historia oficial ha dividido la cosa como si la única diferen-
cia entre la izquierda burguesa y los revolucionarios fuera que la
primera estaba por las reformas sindicales y la salida electoral, y
los segundos estábamos por la lucha armada. La diferencia era
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  373

mucho más profunda y cualitativa. Pero sobre la misma se ha


escrito muy poco. Aunque no se trataba de una estrategia acabada,
los que nos decíamos revolucionarios sabíamos que los caminos
eran totalmente diferentes. A nosotros no nos interesaba reformar
ni nacionalizar nada, y las consignas de ese corte nos parecían
conformistas, cómplices con el capitalismo. La revolución era para
nosotros un cambio total de la vida del ser humano, que comenzaba
por la destrucción de la «sociedad mercantil generalizada» (que es
como Marx define el capitalismo).
Sin gritar estas verdades no se entendería lo que quiero decir con
el título: ¡hasta qué punto la lucha de Ángela, al ser revolucionaria,
no podía ser nunca oficialista tupa!
La lucha a contracorriente fue, en aquellos años, muy común en
muchísimos compañeros, tanto adentro como afuera de los Tupas.
Fue una verdadera Tendencia Revolucionaria del proletariado
en este rincón del mundo, que se levantaba junto con esa misma
tendencia a la destrucción del capitalismo que conmovió al planeta
desde Córdoba a Pekín, desde Praga a París...
Con el lavado de cerebro a la población, con la desaparición de
los compañeros, con la tortura y masacre, el Estado hizo también
lo posible por hacer desaparecer la memoria hasta del «porqué
luchábamos». El Museo de la Memoria en Uruguay es una burla
sobre todo eso y podríamos llamarlo «museo de la organización
del olvido» o de la distorsión histórica.
La derrota hizo que después hasta se olvidara socialmente el
porqué luchaba toda una «generación» de luchadores sociales, en
la que había veteranos octogenarios y botijas que recién entraban
al liceo. Durante años, a los pocos locos que siguieron luchando
a contracorriente se los ninguneó y marginó, diciendo que todo
eso era utópico y predominaba la política de lo posible, el Frente
Amplio, el «hay que ser realista» y el «mal menor».
Hoy, a tantos años, está quedando en evidencia que lo utópico
no es la revolución, sino al contrario imaginarse que el capitalismo
se puede mejorar y que esa política de «lo posible», del «realismo
oportunista, del mal menor que ya entonces defendían los Tupas
oficialatas, termina adonde debía terminar, en contrarrevolución,
en los basurales de la historia.
374  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Vuelvo al 71. Es paradójico que fuera en ese período, que ha-


cíamos menos cosas juntos, que nos fuimos dando cuenta de
lo importante que eran los acuerdos globales, que ligaban a los
compañeros que luchaban por la revolución en contraposición con
quienes defendían el reformismo. Tal vez porque ya nos sentíamos
más minoritarios y a contracorriente que antes, cuando nos veíamos
luchando junto a todos en la calle. En 1968-1969 nos sentíamos
capaces de todo por la fuerza que imponía el movimiento social;
a fines del 71, ya teníamos ese sentimiento de aislamiento que nos
llevaba al matadero físico y también a nuestra liquidación como
opción social revolucionaria.
Organizativamente, Ángela, Mario y el puñado de compañeros
más próximos a ellos siguieron siendo, durante esos meses, un
grupo militante relativamente autónomo, hasta luego del Abuso
y la discusión con Sendic. A pesar de ello fue durante esos meses
que actuaron bastante coordinadamente con la organización 22
de Diciembre, aunque también sé que, como siempre, también
colaboraban con estructuras de los Tupas.

Tupas, filobolches y sectarismo

Cuando se produjo Estrella, la fuga de las presas de la cárcel de


Cabildo, hubo un pedido general de ayuda para contribuir de mu-
chas formas a la «nueva fase» de la vida de las compañeras fugadas.
Ángela me vino a buscar y a pedir apoyo, y de mi parte largamos
por todas las vías posibles el pedido, se necesitaba ropa, abrigos,
vehículos y, sobre todo, locales o al menos lugares donde las fugadas
pudieran pasar el peor momento. Independientemente de lo que
cada uno estaba haciendo, ese tipo de apoyo y solidaridad era para
nosotros indispensable, y contribuir a la necesaria clandestinidad
de las compañeras era para nosotros elemental. Sé que Ángela hizo
de todo para dar apoyo en los días más necesarios, juntó varios
compañeros para ello y puso un vehículo que tenían a disposición.
En ese entonces a nadie le importaba «su fraccionalismo», que
ella siguiera reivindicando divergencias con los aparatistas, que
siguiera incluso contribuyendo a «otra organización», como era
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  375

entonces el 22 de Diciembre, ni siquiera que la infraestructura


utilizada hubiese sido forjada con aquel esfuerzo de coordinar
«grupos inorgánicos».
Es importante subrayar esta contraposición total de actitudes.
Los burócratas y aparatistas consideraban casi como enemigos
a la gente que los había criticado, a quienes no se sometían a su
disciplina y especialmente a quienes se habían opuesto a entre-
garles las armas. En cambio, Ángela y el puñado de compañeros
próximos consideraban a todos los que estaban en confrontación
con el Estado burgués como compañeros y actuaban consecuente
y solidariamente con ellos. Dicha contraposición de prácticas fue
evidentemente más violenta aun cuando después nos encontramos
como presos.
Concretamente la mayoría de la dirección de los Tupas había
sido sumamente sectaria y represiva con todos los discrepantes.
Se los descalificaba y se les inventaba historias; se utilizaba el des-
calificativo de «microfraccionalista» para todo compañero crítico.
Se trataba de una brutal maniobra política porque se aplicaba
el descalificativo que utilizaba Fidel, Raúl Castro, y el Gobierno
cubano contra la infiltración y maniobra de Escalante (ex secretario
general del PC cubano oficialista) para poner «la revolución» al
servicio de Rusia. Raúl Castro había hecho su informe sintetizando
todas las pruebas del complot pro Ruso, dirigido por Escalante,
incluso con complicidad de la embajada de ese país (véase Infor-
me Raúl Castro). Para nosotros era el Ñato y compañía quienes
se correspondían más al microfraccionalismo en Cuba, por servir
objetivamente a los bolches, a la línea de Moscú, y él nos aplicaba
ese calificativo a nosotros, que no teníamos ninguna simpatía por
los bolches, para descalificarnos y falsificar la realidad.
Ya entonces el factótum de esta maniobra fue Huidobro: el
aparato te condenaba en nombre de lo que ellos realmente es-
taban haciendo: aceptar la ideología del PC al someterse a un
frente popular. Ya entonces Huidobro y sus seguidores estaban
en la ideología de lo que serían luego los comunicados 4 y 7, del
frentepopulismo, posición idéntica a la del PC, y acusaban a
quienes más denunciaban el reformismo y al PC, justamente de
«microfraccionalismo», para subirse a la moda cubana y falsificar
376  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

la realidad. Unos años después, ese mismo y repugnante individuo,


Huidobro, escribiría su pretendida «autocrítica» usando el mismo
procedimiento de falsificación de todo e inversión de conceptos:
según él, siempre fueron los otros, los más «marxistas leninistas»
(estalinistas); en los hechos su estalinismo consecuente los llevó a
abrazarse con los capitalistas represores.
Lo bueno era que con Ángela teníamos fuentes de información
muy dispares y lejanas y podíamos cotejarlas. Mis compañeros más
próximos eran justamente de muchos grupos divergentes, desde
el «movimiento becario» a las agrupaciones estudiantiles radicales,
del FER al Nocturno, de los cantegriles a la Juventud Pregón, de
los compañeros de Bellas Artes a compañeros del FRT. Ella se
había reencontrado con compañeras presas al mismo tiempo que
había renovado el contacto con algún cañero y otros tupas viejos, y
conocía la militancia radical de todo el sector de la salud. Además,
en las luchas coincidíamos con compañeros anarquistas de diversas
tendencias (ROE, Bellas Artes, individualistas...) que aportaban
su visión clasista y consecuentemente muy crítica del frentismo.
A pesar de ese impulso de solidaridad frente a la represión que se
produjo a partir de la fuga de la cárcel de Cabildo y la concreción
de ciertas posibilidades de acción directa, la polarización entre
oficialistas y críticos se había seguido desarrollando. De todas esas
fuentes llovían los cuentos y las anécdotas sobre el sectarismo y el
aparatismo: se amenazaba a compañeros por no entregar las armas
y, sobre todo, por organizarse de forma independiente. En algunos
gremios se denunciaba a tal o cual por crear una estructura armada
en «forma silvestre»... Incluso se había arrestado a compañeros y
se los había dejado encerrados varios días en un local («cárcel del
pueblo»), y en otros casos se los había llegado a amenazar con la
muerte.
Algunos jefezuelos tupas, además de alcahuetes de los bolches, eran
verdaderos patoteros y amenazaban de muerte a los discrepantes.
Si no hay pruebas de que Rosencof haya sido siempre agente del
PC y la URSS, aunque muchos compañeros lo sostienen, sí hay
todavía compañeros que están vivos y que han denunciado haber
sido amenazados de muerte por este sujeto. A cuarenta años de esos
hechos cualquiera puede comprobar que esos «valientes» estalinis-
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  377

tas, defensores del «socialismo en un solo país», son en general los


mismos que colaboraron con los milicos progresistas, primero, y
que luego terminaron como los mejores agentes del Estado burgués
y el imperialismo en el mismísimo Gobierno del Frente.
El método estalinista de acusar de agente del enemigo a los mili-
tantes más consecuentes y discrepantes fue evidentemente utilizado
muchísimo en esos años en Uruguay, al igual que se había hecho
en todas partes del mundo. Pero no sólo por los bolches criollos,
sino también por los estalinistas Tupamaros.
Un ejemplo importante de ese método fue cuando el PC uru-
guayo en la FEU acusó formalmente a Heber Godoy, dirigente del
movimiento becario y gran compañero de agitaciones y manifes-
taciones, aduciendo que luego presentaría «pruebas detalladas»,
de ser ni más ni menos que «agente de la CIA». El PC enfrentaba
así a un compañero muy querido que se hubiese podido llevar a
mucha gente en su ruptura. No fue un hecho pequeño o que pasara
desapercibido, fue una denuncia formal, reiterada decenas de veces,
y que motivara muchas reuniones del consejo federal de la FEU.
Incluso las agrupaciones estudiantiles se posicionaran públicamente
a favor o en contra de esa acusación durante meses y años. Hasta
llegó el caso de que compañeros fueron interrogados en Jefatura
por poseer volantes que decían que Godoy no era agente de la CIA.
Los milicos no entendían gran cosa de esos locos que defendían a
alguien con el argumento de que no trabajaba para ellos.
Lo peor fue que oficialmente los Tupamaros respaldaron esa in-
fundada e inmunda acusación con la que persiguieron a ese valioso
compañero durante décadas. Años después se le pidió cuentas a
Sendic de ese procedimiento estalinista, y él mismo reconoció que
no sabía explicar el origen de esa grotesca y mentirosa acusación
que contribuyeron a difundir. No cabe dudas de que eso muestra
la influencia que tenía el estalinismo, como contenido y como
método, dentro del aparato de los Tupas.
Pienso que fue, más o menos entonces, que una tarde que nos
encontramos por casualidad en el comité del Frente Amplio con
Ángela (que a esa altura ni ella ni yo frecuentábamos muy seguido),
nos fuimos para afuera a seguirla con un grupo de frentistas des-
conformes. Recuerdo que discutimos hasta qué punto el programa
378  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

del Frente, de los partidos que lo constituían, de los sindicatos, era


en realidad un programa reformista de mierda y reafirmamos, con
otros compañeros, que nosotros luchábamos CONTRA eso y por
la revolución social. Comprobábamos que lo mejor que pasaba en
el comité ya no pasaba adentro del mismo, sino en las discusiones
que todavía había afuera. Tal vez no teníamos demasiado claro
todo lo que significaba entonces «revolución» para nosotros, pero
sí afirmábamos y dejábamos claro que el asunto no era de reformas,
de nacionalizaciones y otros proyectos progresistas; sino, bien por
el contrario, de expropiación y revolución. Nos gustaba afirmar
públicamente que estábamos contra toda reforma, incluida la
agraria, y afirmábamos que sólo la expropiación generalizada de la
tierra y todos los medios de producción podía abrir la puerta a una
sociedad socialista; que todo lo demás eran ilusiones reformistas.
Lo más importante era el desmarcarse del proyecto de los bolches,
que no sólo considerábamos reformista sino contrarrevolucionario.
Como ya dijimos, para la juventud que luchaba contra el gobier-
no durante esos años, Rusia era todo lo contrario a un modelo
de revolución. Sabíamos que la explotación del hombre por el
hombre seguía existiendo en ese país, y que los rusos habían sido
los mejores aliados de los yanquis en la guerra y la represión de
la revolución internacional. Para nosotros, el sindicalismo bolche
era algo así como gris sobre fondo gris, como lo era la apología
del trabajo que hacían circular los bolches en centenas de pasqui-
nes que venían de Rusia. El socialismo revolucionario por el que
nosotros peleábamos los tenía a ellos también como enemigos.
Como en muchos países en dichos años, la juventud consideraba,
con razón, que el sistema capitalista era mundial, que tenía una
derecha y una izquierda (local e internacional) y se consideraba a
sí misma como ANTISISTEMA y en contraposición con todo el
capitalismo, con su derecha y su izquierda.
No sé si fue en ése o en algún otro retorno que hicimos al «comité
de base» a «ver si pasaba algo» que hubo otra gran pelotera entre
los oficialistas del Frente y la base. Lo que recuerdo es que otra vez
la mesa decidió funcionar sola y decidir un cuarto intermedio para
deliberar a puerta cerrada. Más importante de lo que pasaba en el
comité, recuerdo que en ese cuarto intermedio presenciamos una
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  379

discusión entre dos viejos militantes españoles, uno frentepopulista


y del PC, y otro, que denunciaba al Frente Popular y el PC español
por contrarrevolucionario y por haber secuestrado, torturado y
masacrado a «anarquistas». Este último decía que los estalinistas
en España tenían todo un conjunto de casas en donde torturaban
a la gente y habían utilizado sistemáticamente el método de des-
aparición de personas. Para nosotros ésa fue toda una revelación,
luego de eso buscamos información y comprobamos que eso de
la represión de la revolución por parte del PC había sido también
la clave de la contrarrevolución en España. Para varios compañe-
ros que oímos esa denuncia clave eso fue muy importante para
terminar de entender hasta qué punto el PC y el Frente Amplio
eran enemigos de la revolución a escala mundial.

Con Sendic

Durante esos agitados meses del 71 nos veíamos muy esporádi-


camente con Ángela y con compañeras y compañeros que había
conocido por ella. Me consta que en esos meses, hasta el Abuso (el
gran escape de la cárcel de Punta Carretas) y el reencuentro con
Sendic, ellos siguieron contribuyendo y aportando todo tipo de
apoyo (incluso económico gracias a las expropiaciones realizadas) a
los Tupas, tanto para preparar «la que se viene» (sin duda prepararon
El Abuso), como para asegurar la clandestinidad de las fugadas de
Cabildo y otros compañeros. Al mismo tiempo continuaron su
militancia junto con compañeros del 22 de Diciembre. De más
está decir que los equipos de sanidad funcionaban permanente-
mente, y Ángela y otras nurses y enfermeras, así como un puñado
de médicos, seguían pecando por ayudar a compañeros de todos
los grupos y organizaciones.
Que yo sepa, el propio Navillat seguía, con un puñado de com-
pañeros, su proyecto de coordinación y expropiaciones con el
objetivo de comprar unas dos mil armas para «armar a la clase y no
a un aparato», de forma claramente contrapuesta a los oficialistas
Tupas, tanto desde el punto de vista teórico como organizativo.
Pero al mismo tiempo contribuyó, cada vez que se requirió, en la
380  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

atención médica de las que acababan de salir, así como de otros


compañeros clandestinos.
Es decir, se seguía actuando antisectariamente, a pesar de que
desde la Orga cada vez se le hacía más la guerra a esas alternativas
y, en general, a cualquier otra estructura de pelea que no fuera la
que los aparatistas controlaban. Querían el monopolio de la lucha
armada, y algunos así lo reivindicaban. Eso era casi una excepción
en el movimiento social de entonces. No sucedía así con las otras
organizaciones o estructuras de la Tendencia, ni tampoco con los
anarcos (de diversos horizontes, desde la FAU a los de Bellas Artes),
que mostraban solidaridad y apertura a todo trabajo conjunto.
Poco a poco, en toda la tendencia («inorgánica») se iba asimilando
el oficialismo tupa, el aparatismo, como lo más filobolches y con-
secuentemente como liquidadores de la Tendencia revolucionaria
en beneficio del frenteamplismo acrítico.
El 26 de Marzo, a pesar de que en su seno militaron entrañables
y queridísimos compañeros revolucionarios, como organización
consolidada, nunca asumió una práctica clasista y comprometida
que se demarcara del reformismo burgués frenteamplista. No
criticaban públicamente a los partidos burgueses del Frente, ni
tampoco apoyaban a quienes hacíamos dicha crítica. Al contrario,
repetían esa ideología del «estilo tupa», «los hechos nos juntan y
las palabras nos separan», para llamarte al silencio. Aunque en los
hechos se llegaba a una contraposición general con los sindicatos y
las estructuras oficiales, se oponían sistemáticamente a denunciar
el carácter contrarrevolucionario de las organizaciones del PC, así
como de la política entreguista de la CNT, la FEUU, la CESU...
Sintetizando: la política Tupa oficial «antisectaria», con los
reformistas y los contrarrevolucionarios, era en realidad (por su
empirismo y silencio programático) hocicante con ellos. Simultá-
neamente era totalmente sectaria con los revolucionarios.
Un día, Ángela viene a buscarme relativamente temprano a mi
casa por algo «importante» y me lleva a su casa. Estaba ella y un
solo compañero más, a quien no conocía, sin más presentaciones,
charlamos de todo, respetando como siempre los elementos de
compartimentación elementales. El compañero no pedía, ni pro-
ponía nada concreto, sino que intercambiamos ideas, propuestas,
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  381

pareceres, en un cuadro de confianza que Ángela nos garantizaba


mutuamente. Tiempo después pude saber que ese compañero era
Raúl «El Bebe» Sendic.
Hablamos de los problemas suscitados por la centralización
de armas en la Orga y coincidimos en que era jodido y suicida.
También de que se contradecía aquel principio histórico de centra-
lización política y descentralización logística. Hablamos del barrio,
el Clínicas, y parque Batlle que conocía bien, de la polarización
existente socialmente en el mismo. Habían caído muchísimos
compañeros y locales en la zona y, al mismo tiempo, había en el
mismo bastiones de los milicos, vecinos que colaboraban abier-
tamente y denunciaban, así como bombas que explotaban en la
noche contra militantes revolucionarios o presumidos como tales.
¿Cómo se podía paralizar la acción facha y colaboracionista de
la gente con los grupos represivos?
Recuerdo que hablamos del asesinato de Ramos Fillipini, que
habían secuestrado en su casa, a unas pocas cuadras de ahí. Le
contamos con Ángela que algunos habíamos ido al comité del
Frente, para proponer acciones frente a ello y que habíamos pro-
puesto que cambiaran el nombre del comité, que se llamaba 18
de Mayo, y pusieran como nombre del comité «Ramos Fillipini».
Por supuesto nuestra propuesta fue rechazada por la burocracia.
Unas semanas después, ésos de la burocracia pasaron vergüenza
cuando Alba Roballo visitó el comité y dijo que debieran no tener
miedo de ponerle el nombre de un «luchador social» como Ramos
Filippini. La crítica de la Doctora daba en el clavo ardiente, aunque
evidentemente tampoco podía ganar como propuesta. En el Frente
sólo pocas voces asumían esa lucha solidaria, y para el frentismo,
los compañeros muertos no eran más que «sediciosos».
Ángela le explicó al compañero los últimos allanamientos y
represiones de varios de nosotros por denuncias de gente del ba-
rrio, y también de que yo, como ex preso legal, era una víctima
potencial del escuadrón de la muerte. Hablamos de la autodefensa,
de la imperiosa necesidad de defenderse a tiros y de estar armados.
Evidentemente que varios compañeros en el barrio estaban armados,
pero en mi caso no era posible porque me allanaban a menudo y
me venían a buscar bastante seguido (cuatro veces ese año). Al Bebe
382  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

le resultó sumamente positivo el hecho de que en el barrio algunos


vecinos (¡evidentemente que Ángela había estado en la cosa!) me
habían propuesto instalar una red de timbres. Se pondría un timbre
en el interior de mi casa que yo tocaba y automáticamente sonaba
en la casa de cuatro o cinco vecinos más, que salían de su casa con
lo que tenían para defender y, simultáneamente por medio de todo
tipo de ruido y música a todo lo que daba, despertaban a todo el
barrio cosa de que si, a pesar de todo, se llevaban a alguien, hubiera
la máxima cantidad de testigos posibles. Era un lindo proyecto y
todos dijimos que debería impulsarse en todos lados, que era un
ejemplo de lo que podía y debía hacer la gente, para que no te
agarraran solo, para parar al escuadrón de la muerte e identificar a
sus ejecutantes. El compañero subrayó que era algo que impulsaba
la autorganización desde abajo. Coincidimos en que ese tipo de
cosas era lo que más faltaba, que había que difundir el ejemplo y
que la Orga no había realmente impulsado ese tipo de cosas.
Sin embargo, la aceleración de los acontecimientos sociales
hizo que ése, como tantos otros proyectos, no hubo ni tiempo ni
posibilidades de llevarlo adelante; la nefasta vorágine aparatista
nos seguía deglutiendo.
Ángela y el compañero siguieron hablando de varios temas, es-
tructuras y compañeros concretos y quehaceres, pero yo, por respeto,
no escuché mucho y no recuerdo nada más; salvo que luego me
dijeron si podía disponer de un vehículo para llevar al compañero
para que no anduviera en la calle. Hubo que salir a pedir prestado,
pero esa noche se logró solucionar la cosa y después de dar varias
vueltas lo dejé en algún lugar de Montevideo.
Yo no conocía al Bebe más que por las fotos que había en los
diarios, por lo que no lo había reconocido. Sí, era el mismísimo
Bebe..., pero hablamos como si no fuera... Él no se había puesto
ningún cartel y yo no había preguntado... Ni cuando lo dejé en la
calle sabía que lo era. Además, en toda la conversa había actuado
como no oficialista, patrocinando la organización y el armamento
de grupos independientes y de barrio. No tengo claro ni la fecha
aproximada en la que tuve ese primer encuentro, pero supongo
que sería a fines del 71.
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  383

Luego supe que inmediatamente después del Abuso había habido


alguna primera comunicación de Ángela y sus compañeros más
próximos con Sendic, y que otros «abusos» habían contactado con
ellos. Sin embargo, esas conversas no habían permitido ni clarificar
la situación ni hacer cambios cualitativos en términos organizati-
vos. Incluso Mario y Ángela habían hecho alguna ida al interior
del país para «aclarar cosas» con viejos compañeros, pero vinieron
bastante desilusionados y no sé gran cosa de esas «aclaraciones».
Desde el Abuso pasaron algunos cargadísimos meses antes de
que Sendic reapareciera con cierta regularidad. Sólo entonces, y
más allá de las divergencias, recomenzamos a laburar juntos con
él, contribuyendo, de diversas maneras, a lo que él llamó «esfuerzo
general para asumir las circunstancias más allá de los problemas
anteriores».
Me cuesta mucho recordar ahora cómo se fue dando ese pro-
ceso, porque se me confunden bastante los hechos, pero puedo
afirmar que Rufo (que era entonces el seudónimo de Sendic) se
fue enterando de nuestros esfuerzos organizativos, que se habían
desarrollado durante el año y pico que ellos habían estado presos.
Me consta que entendió perfectamente ese proceso y que le pareció
totalmente coherente que se luchara por armar las luchas del pue-
blo en vez de armar a la Orga. Conociendo a los compañeros y las
contradicciones, le pareció correcto que los compañeros siguieran
en esa línea de acción.
De hecho legitimó la rebeldía contra los oficialatas, de quienes
se habían opuesto al encuadramiento y el desarme que la «Orga»
había intentado. Incluso lo primero que hizo fue preguntarles si
necesitaban más armas y también, me consta, que hubo una mejora
en los viejos fierros que tenían Ángela y los compas más próximos.
Simultáneamente y consciente de la gravedad de la situación que
se estaba preparando, no le resultaba en absoluto contradictorio
en llamar a contribuir con la Orga en ese proceso general que se
estaba preparando y que muchos llamaron «la guerra».
384  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Hacia la supuesta «guerra»

Después de esa primera reunión con Sendic hubo varios encuen-


tros más. Alguna vez él no venía, pero se mantenía la continuidad
con un contacto en la calle o por una compañera que venía en su
nombre; otras veces Ángela lo veía en otras partes.
Discutimos varias veces con Ángela sobre la necesidad de plan-
tearle más claramente nuestras divergencias con la Orga en la
actualidad, por su reformismo, por su aparatismo, por sus con-
cesiones a los bolches, pero tuvimos muy pocas oportunidades
de discutirlas con él. Ángela, siempre que charlábamos, me decía
que yo debía plantearle tal o tal otra cuestión a Sendic, «porque
los otros no saben responder», «dale, planteale, no te achiques»...,
«hay muchos compañeros detrás nuestro que piensan lo mismo
y no lo dicen», pero a mí no me resultaba fácil y nunca se dieron
las circunstancias ideales.
Alguna vez expuse muy brevemente (y con seguridad de forma
confusa) nuestra crítica del Frente Amplio, critiqué al oficialismo
en defensa de las fracciones revolucionarias, incluso esbocé la crí-
tica del foquismo. Si bien había acuerdo en que el Frente en vez
de unificar había provocado una gran división, que lo electorero
había liquidado la unificación real de la gente luchando por sus
necesidades (que si bien entiendo, por cosas que me han explicado
otros compañeros que lo conocieron bien, era lo que él llamaba
«Frente Grande»), no logré ninguna definición clara de su parte, ni
siquiera oí con mis oídos lo que los otros compañeros le atribuían
al Bebe, como crítica explícita del aparatismo y del oficialismo.
Más bien se callaba, rehuía la discusión, diciendo fórmulas
del tipo «siempre habrá problemas de personas», «siempre habrá
burócratas», «no es nuestra línea el concentrar todas las armas,
pero sé que hay compañeros que exigen eso», «la Orga no son esos
compañeros sino una realidad mucho más rica»... Lo que pasa
es que yo no me animaba mucho a cuestionar, porque aunque
la crítica no iba dirijida a él en particular, lo tomaba un poco de
esa manera. Además, yo era demasiado pendejo frente a alguien
con tanta experiencia y hasta mis propias palabras me sonaban
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  385

un poco «teóricas» frente a su manera tan terrenal y basada en la


experiencia de tratar las cosas.
Era sin dudas la fuerza de Sendic, su instinto clasista, su conse-
cuencia, su experiencia, pero era también una debilidad de toda
la gente que peleaba en el momento: el empirismo. El desprecio
de la teoría revolucionaria era la norma de esa generación de lu-
chadores, incluso de los que fueron más coherentes. La ideología
dominante en los Tupas («estilo tupa») fue su mayor expresión.
Hoy resulta evidente que eso no sólo nos llevó a la derrota, sino a
la incapacidad de hacer un balance histórico de la misma y a que
fuera el enemigo quien escribiera la historia.
Nunca logramos hacer con Sendic una verdadera discusión, ni
siquiera cuando venía explícitamente para ello. Siempre se inter-
cambiaban ideas rápido en medio de algo que «había que hacer».
Por ejemplo, una compañera largaba una gran afirmación y la
discusión desviaba hacia lo que había que hacer de inmediato, o
bien yo le preguntaba sobre la oposición entre el frente electoral
y el frente social, en el auto, cuando lo llevaba, y él estaba en otra
cosa y respondía con media frase de fondo entrecortada con el
trayecto que había que seguir...: «da otra vuelta y me dejás después
yendo para el lado opuesto de la calle» o «date otra gran vuelta y
volvemos en media hora».
Estaba notoriamente absorbido por la que se venía, por la
«guerra» que se iba imponiendo, y él a su vez imponía el empiris-
mo a toda costa. Era frente a una realidad que nos superaba que
actuábamos en común. Poco a poco, casi todos nosotros fuimos
contribuyendo en un proceso y un proyecto que en el fondo no
entendíamos bien. O dicho de otra forma «no la veíamos», pero
seguíamos en la cosa. Ello abarcó a los Tupas y, por extensión, a
toda estructura armada, y también las condujo a la ruina. Nadie
comprendió a total cabalidad que se estaba provocando una
guerra militar y entre aparatos, totalmente perdida de antemano.
Claro que habíamos leído algunos documentos recientes sobre el
Plan Tatú y compañía, que nos resultaban bastante turbios, pero
no había muchas posibilidades ni aperturas para la discusión. El
empirismo generalizado nos continuaba embretando.
386  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Me consta que Ángela y Mario le habían informado a Sendic


de que todos nosotros habíamos militado en otras estructuras,
que seguíamos teniendo varias militancias que considerábamos
imprescindible continuar. Sendic no sólo tuvo total respeto y
consideración con lo que cada uno había realizado y seguía reali-
zando en otras estructuras, sino que dejó claro que él consideraba
eso como indispensable y que la lucha contra el régimen requería
todos esos niveles. En este sentido, Sendic funcionaba contra la
corriente oficial de la Orga; pero agregaba, «con más razón todavía,
debemos unir todas las fuerzas para apoyar la radicalización de la
lucha que está llevando adelante la Orga», cito de memoria.
Decía algo así: «Si bien la Orga es parte de algo mucho mayor,
lo que estamos proponiendo ahora debe ser apoyado por todos
porque se jugará el futuro de todos nosotros». Muy naturalmente,
varios compañeros que habían participado en la coordinadora «para
armar las luchas» comenzamos también a asumir lo que Sendic iba
proponiendo... Se organizaron entrenamientos, desplazamientos,
operativos para infraestructura y se prepara gente para ir a las ta-
tuceras. Yo nunca participé en una discusión ni tenía nada claro
lo que implicaba el Plan..., pero fue tan natural la implicancia
en el mismo de Ángela, de Mario, de otros compañeros, que en
la medida que tampoco exigía exclusivismo yo también lo asumí
como continuidad natural con toda la militancia anterior.
En ese cortísimo período la actividad fue frenética. Sin dejar
de hacer nada de lo que cada uno estaba haciendo antes en lo
gremial, en lo organizativo, en lo formativo..., se hicieron cada
vez más tareas juntos. Yo, como estudiante y docente participaba
en el comité de movilizaciones, y en esos días locos no había un
solo día en que no hubiera una manifestación, igual despejaba
tiempo para organizar la ida de compañeros al interior. Los viajes
eran difíciles; había caídas todo el tiempo y controles en todas las
rutas. Había que eludir los controles en las carreteras y pasar por
el campo; los compañeros conocían mal las rutas, y de todas ma-
neras caímos en pinzas y controles que era muy difícil pasar... Al
fin los milicos también conocían lo de las compañeras simulando
embarazos, y aunque tuvieran los documentos en regla, las pinzas
se ponían muy pesadas. Muchas veces los vehículos se rompían,
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  387

las provisiones no daban y había que abandonar a los compañeros


para que siguieran a pie en búsqueda del contacto, mientras se
buscaba cómo reparar el auto.
Cuando volví a encontrar a Sendic sólo había tiempo para hablar
de lo indispensable. Ante los hechos decía: «Sí, cada traslado es
ahora una operación». Recuerdo que nos daba bastante más di-
nero que el inmediatamente necesario para asegurar los traslados,
para que los autos aguantaran el ritmo y el campo y para que a los
compañeros no les faltara nada. Evidentemente que, además, una
noche sobre dos había que alojar a alguno que andaba a monte
o que no quería dormir en su casa por si lo venían a buscar. Era
paradójico, pero uno no podía decirle que no a un compañero
de cualquier estructura so pretexto de que uno también estaba
haciendo otra cosa «importante» para la Orga. Simplemente no
se decía y a veces no daban abasto las poquitas casas de confianza
del barrio para alojar a la gente y se tenía que descompartimentar,
en la misma casa, a gente que en principio no se debiera hacerlo
y que hasta eran de «orgas» diferentes.
A la propia Ángela le había sucedido que le habían pedido como
«colaboradora» el guardar algunas noches a un compañero. Nunca
se le ocurrió decir «no puedo porque estoy haciendo esto, que es
más pesado». Claro que la historia oficial de «La Orga», la oficialata
y aparatista, desconoce y oculta la riqueza de esas vivencias y de
esa real organicidad de lo que consideraban «inorgánico».
Al fin sólo crucé alguna vez más a Sendic. Únicamente para
que me diera directivas o cosas materiales (como dinero) o para
llevarlo a una zona de Montevideo. Siempre era más o menos por
la misma zona, pero nunca hacíamos el mismo trayecto, me hacía
ir para un lado y luego para el otro, a veces dos veces, a veces tres...,
a veces por olfato no la sentía para bajar del auto y me pedía que
diera una vuelta más o nos quedábamos paseando media hora más.
Recuerdo que me pareció muy contradictorio que con la imagen
de la fuerza de la organización que se estaba dando, cuando me
dijo que usaban cada vez más caños de eternit para que los clan-
destinos, y él mismo, pasaran alguna noche.
Todo se iba haciendo más difícil y no había un cuestionamiento
de lo global, se seguía en lo concreto, haciendo las cosas lo mejor
388  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

que se podía, pero la falta de perspectiva global impregnaba la


realidad. En esos cruces rápidos con Sendic sólo pude tener algún
cambio de ideas rápido, pero no recuerdo nada más importante.
En cambio, recuerdo la última vez que discutimos en presencia
de Ángela y otra compañera, que sólo vi pocas veces, porque esa
vez sí que me marcó. Con seguridad estábamos a fines de marzo
o ya en abril (¡muy cerca del 14..., porque luego no apareció más!)
y planteamos la cuestión del peligro de la destrucción total de la
Orga. Concretamente la otra compañera, basada en el viejo aná-
lisis de que una organización con estructura piramidal no puede
durar frente a la represión, como se había visto en Argelia y como
afirmaba Navillat, criticó el aparatismo y oficialismo que decía y
hacía lo contrario. Ángela secundó ese planteo, recordando otra de
las tesis de Navillat: en el Uruguay nos conocemos todos y es tan
chico que una verdadera compartimentación es, además, imposible.
Esa vez Sendic nos hizo una respuesta bastante aparatista. Nos
dijo que teníamos ese temor porque no conocíamos la fuerza y
poderío organizativo actual. Cuando Ángela le respondió con ele-
mentos de su pasado anterior, insistiendo en lo poco consecuente
que era la compartimentación, Sendic le dijo «no conocés lo que
ha cambiado en la organización»; «hablás por tu conocimiento
anterior, pero todo eso ha cambiado totalmente; la Orga no es la
misma». E incluso utilizó una fórmula que no recuerdo bien para
afirmar que, ahora sí, podían asegurar que la organización era in-
destructible. Ángela quedó chocada y la otra compañera también,
porque no se la esperaban.
A mí reconozco que eso me desilusionó bastante y, como en-
seguida se mostró como un total error de apreciación, durante
años yo supuse que Sendic había aceptado esa tesis aparatista que
condujo a la derrota. Hoy, gracias a otras vivencias y otros relatos
de compañeros que lo conocieron mucho más, pienso que fue
un error de apreciación pero que ello no implicó en absoluto
una concesión a los fundamentos del oficialismo Tupa, porque
independientemente de ello Sendic siempre fue un «loco» para el
oficialismo. Cuanto más pasa el tiempo y se conocen pormenores
del oficialismo, más se puede afirmar que la política de Sendic era
en los hechos fraccionalista con respecto a la oficialidad Tupa (la
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  389

misma que luego se abrazaría con la oficialidad no Tupa), que


nunca hubiese tolerado esas estructuras paralelas e «inorgánicas»
con las que Sendic funcionaba. Había muchos otros compañeros
que conocían dicha práctica, por lo que no era ignorancia: si no
se lo acusaba de fraccionalista era porque hubiese sido demasiado
groso, burdo, el acusar a Sendic de eso. Por el contrario, el oficia-
lismo cultivó su imagen por oportunismo.
También las actitudes contrapuestas entre la dirección oficial
de los Tupas y Sendic durante la caída, y luego de la salida de la
cárcel, permiten afirmar que Sendic siguió siendo un desalíneado
y un «loco». Justamente por eso hubo luego varias y consecuentes
campañas de los oficialatas, descalificándolo como loco, lo que
permite afirmar que siempre su crítica molestó al oficialismo.
Sean cuales sean sus errores de apreciación, me parece importante
señalar que, en lo realmente importante, Sendic nunca aceptó la
colaboración con los milicos ni en general con el Estado y el impe-
rialismo, que el oficialismo del Ñato y compañía inauguraron hace
cuarenta años en el Cuartel Florida y que hoy siguen practicando.
Lo que evidentemente debe hacernos pensar hasta qué punto,
así como hay una unidad programática entre frentepopulismo y
aparatismo, entre electoralismo y estalinismo, entre militarismo y
subordinación a los milicos; la hay entre organizar lo «inorgánico»,
el no sectarismo típico del dirigente cañero y otra concepción de
la unidad de la clase o del frente («grande»), que nada tiene que
ver con la de los señores que hoy gobiernan.
El antagonismo no puede ser más grande entre éstos y el Bebe.
De una forma o de otra, el Bebe siguió con «soy Rufo y no me
entrego», y dio así el ejemplo para una minoría que también siguió
y sigue en la lucha consecuente, aunque dicha minoría siga muy
dispersa y careciendo de teoría revolucionaria. Mientras que Amo-
dio primero, y luego la dirección oficial con el Ñato a la cabeza,
pusieron todo el aparato al servicio de los milicos y el capitalismo,
el aparatismo mismo y el verticalismo facilitaron esa sumisión de
la mayor parte del aparato a dicha dirección contrarrevolucionaria.
390  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

La encerrona

Socialmente se habían producido cambios que entonces no enten-


díamos en toda su dimensión.
En los años 1968-1969 se habían vivido las primeras fases de
una guerra social entre la burguesía atacando y el proletariado
resistiendo. Luego de la potentísima campaña electoral y la con-
secuente dispersión y reducción de la masa a mera espectadora,
sumado al triunfo del partido gubernamental en 1971, todo va
convergiendo hacia una guerra de aparato contra aparato. La gente
que había gastado sus energías en lo electoral sólo se asumía como
espectadora de un partido que entraba ahora en su fase decisiva:
los penales. El encierro que había logrado el Estado burgués era tal,
que si no aceptabas el papel de espectador, sólo te quedaba entrar
en el aparato y esperar órdenes para enfrentar al aparato militar de
la burguesía. La frase del Che «el deber de todo revolucionario es
hacer la revolución» se interpretaba de forma limitada y restringida,
como la necesidad de entrar al aparato, y contribuía a la encerrona
final. Aunque no nos diéramos cuenta, ya se había cumplido la
batalla decisiva del plan estratégico general del capitalismo, del
imperio y de las Fuerzas Conjuntas, tal como efectivamente se había
planificado (véase el libro realizado por las Fuerzas Conjuntas en
donde el primer punto de la estrategia de liquidación era asegurar/
imponer el circo electoral). Ahora sólo quedaba ponerle el punto
final, el más fácil para ellos, liquidar el aparato armado.
Las decenas de miles de proletarios ya no peleaban con su clase
contra el poder. Al contrario, como clase sólo esperaban tal o
cual acción del aparato contra todo lo que consideraban injusto,
mientras que, individualmente, eran solicitados para tal acción o
colaboración en el aparato. Si antes la represión no había podido
acallar a los proletarios en lucha, sino que había incitado a más
lucha aún; ahora, luego de la división electoral, luego del festín y
carnaval ciudadano realizado por el Estado, lo único que quedaba
para «oponerse a la derecha golpista» era el «aparato armado». Ya
la encerrona era total, todo convergía no hacia una guerra de clases,
sino hacia un enfrentamiento entre aparatos que estaba perdido
de antemano. La batalla no podía ser más desigual: todo el apara-
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  391

to represivo del Estado (¡no sólo nacional sino internacional del


capitalismo!), contra dos o tres pequeños aparatos armados que
contaban a lo sumo con algunas decenas de mujeres y hombres con
buena voluntad, pero muy mal armados y con bajo entrenamiento
militar. Hasta los «proletarios con uniforme», que tantas contra-
dicciones habían tenido (¡en el 1968-1969 había habido cuerpos
represivos paralizados por el miedo o por sus contradicciones!), se
iban unificando detrás de las órdenes de los represores.
Ya era «papita para el loro». Pero, además, para mejor preparar
la guerra, el Estado hablaba de paz y de perdón, y la encerrona
resultó total cuando quienes hablaban de guerra y de solución
militar eran los aparatistas, los oficialistas Tupas..., muchos de los
cuales, luego de los primeros golpes represivos, pasarían a colaborar
con el ejército y el Estado uruguayo.
Resulta sin embargo imprescindible reconocer que en este asun-
to de la guerra implicaron a todo el mundo, y que nunca hubo
claridad contra ello. Tal vez por aquella creencia, en la indestruc-
tibilidad del aparato, tampoco Sendic se opuso y hasta hubo una
declaración formal de guerra acompañando algunas acciones (en
Paysandú), que se presentan como prueba del desencadenamiento
de la misma bajo su responsabilidad directa.
Como muchos militantes entonces, con Ángela, y otros compa-
ñeros (incluyendo a Sendic) hablamos varias veces de «la guerra».
Hoy pienso que ninguno de nosotros entendía bien de qué guerra
se trataba, o dicho de otra manera, que la guerra que nosotros
imaginábamos no podía desarrollarse porque el Estado ya había
impuesto la guerra entre aparatos y nosotros no éramos conscien-
tes de hasta qué punto lo habían logrado. El mayor triunfo de la
burguesía ya había tenido lugar: ya no había un empate social
producido por la respuesta masiva y clasista a los ataques de la bur-
guesía y el Estado; sino que la gran mayoría de la población estaba
abombada y dispersada por el electoralismo y sólo se vislumbraba
la respuesta a «la dictadura» en base a «los Tupas».
Antes, nosotros hablábamos y concebíamos una guerra social
entre los opresores y los oprimidos, entre explotadores y explota-
dos, entre el poder y la gente; pero aquella contraposición, poco
a poco, había cedido lugar al tira y afloje entre los milicos y la
392  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Orga. E incluso en esta mala postura, en el mismo momento que


quienes estaban con el dedo en el gatillo (preparando submarino
y picana) contra nosotros hacían discursos de PAZ y concordia
nacional, había quienes, desde los Tupas, seguían cacareando
como ganadores. ¡No tenían ni idea de lo que era una guerra, por
eso cacareaban tanto acerca de la misma! ¡La primera de las leyes
de la guerra es, precisamente, que la gana quien más habla de paz!
¡Ejemplo: todas las guerras mundiales!
Otra cosa que indudablemente hizo el poder para esa trans-
formación de la guerra social en guerra de aparatos fueron los
Escuadrones de la Muerte. Desde el principio de nuestras charlas
y trabajo común con Ángela nos planteamos la lucha contra esos
aparatos, como se lo planteaban entonces todos los compañeros.
Nos sentíamos personalmente amenazados. Evidentemente que
entonces no sabíamos que era un método general de la contrarre-
volución que había sido utilizado en todas partes, tanto por los
estalinistas como por las potencias occidentales (Francia, Inglaterra,
Estados Unidos, Alemania, Israel...), y que ya estaban operando
en Uruguay. Creíamos que eran «fascistas criollos» ligados a la
JUP y no sabíamos que en realidad, la JUP, como otros fachos y
milicos de un cierto nivel, habían sido formados para ello por las
grandes democracias occidentales, y que tenían planes sumamente
elaborados y fuertes apoyos internacionales.
Los luchadores sociales radicalizamos la acción de grupos gre-
miales y estudiantiles en la denuncia, en el enfrentamiento y el
accionar concreto contra quienes aparecían como la expresión
visible de esos «fachos» que se aparentaban de lejos o de cerca con
ese «Escuadrón». Durante meses, a las bombas contra los militantes
respondieron bombas contra las casas de personajes siniestros del
régimen y de colaboradores abiertos. Según Ángela y Mario, Sendic
siempre había advertido sobre el peligro de la guatemalización, y
todos éramos conscientes de que si se entraba a responder, muerte
por muerte, ello desencadenaría un proceso que nos llevaría a la
ruina. Sabíamos que si el enemigo seguía con los asesinatos y noso-
tros entrábamos en ese proceso, íbamos al muere, que el responder
muerte por muerte era catastrófico, pero todo lo hecho hasta el
presente, en denuncia y publicidad, había sido insuficiente para
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  393

parar las muertes de nuestros compañeros. En todas las estructuras


y los grupos nos planteábamos el «qué hacer», nos encontrábamos
desesperados por una situación terrible de terror, de asesinato de
compañeros y de amenaza permanente.
Eso sí lo discutimos bien con Sendic, y es lo que recuerdo mejor,
como una buena discusión. Sendic daba como ejemplo de lo que
había que hacer lo que le habíamos contado antes, la defensa de la
gente por barrio en base a mecanismos de alarmas colectivas, pero
reafirmó que el matar a un facho porque mataban a un militante
sería catastrófico, que así no sólo no pararíamos nada, sino que sería
un proceso interminable y sangriento que iba contra los intereses
humanos en general y que se beneficiarían ellos. Coincidimos en
que la violencia revolucionaria no es un fin, sino por el contrario
un medio que busca eliminar para siempre la violencia del hombre
contra el hombre; que mientras que era normal que los «fachos» y
milicos quisieran ese tipo de sociedad de asesinos, nuestro objetivo
es muy diferente, y ganarían ellos, y no nosotros, en embretarnos
en ese tipo de guerra sin fin.
Sostuvo que por eso habían decidido no utilizar la supresión
física hasta que con ella se lograra liquidar el centro y la cueva
procreativa de esos asesinos. También nos dijo que desde hace
tiempo se buscaba conseguir la información necesaria y que por
eso no se había dicho nada. Nosotros más bien respondíamos
con la impaciencia y hasta reprochábamos que las energías se di-
lapidaran en cuestiones electoreras y reformistas en vez de actuar.
Nos parecía absurdo que el aparato no sirviera ni para eso, que era
indispensable. Fue entonces que nos dijo algo así como «ahora sí
tenemos la información, ahora sí actuaremos y realmente verán
que eliminaremos la raíz del problema». El asunto nos sorpren-
día y nos entusiasmaba mucho, y quedamos evidentemente a la
expectativa... Ángela tenía más elementos, yo no.
Fue sólo después del 14 de abril que entendimos lo que había
querido decirnos y desde el principio vimos que si bien se había
acertado perfectamente al objetivo técnico, se le había errado al
momento político. La decisión era impecable, se eliminaba la causa
del mal, se había golpeado en el centro mismo del Escuadrón y
terrorismo de Estado, pero se había hecho en función de las posibi-
394  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

lidades técnicas (en función de cuando se dispuso de la información


y se estuvo en condiciones de operar) y no del momento político.
Esa acción era totalmente lógica y socialmente legítima como
respuesta social, y hubiese sido una excelente acción política luego
de los asesinatos de nuestros seres queridos. Pero resultó mucho
más difícil de hacer avalar socialmente cuando se hizo, dado que
por las declaraciones de paz de los milicos y de guerra de los Tupas
aparecía como una acción ofensiva de declaración de guerra.
En los hechos, el aparatismo había conducido a decidir esas
operaciones haciendo abstracción de las condiciones políticas y
basándose únicamente en las posibilidades técnicas del aparato.
Con ello se estaba cerrando la trampa: ¡nos estaban esperando!
¡Por eso hablaban de paz!
Tenían todo preparado para hacer la guerra sin piedad al «Ene-
migo», tal como definen los libros de las Fuerzas Conjuntas a «los
Tupamaros». Sólo estaban esperando que hiciéramos un acto que
socialmente pudiese ser presentado como «acto de guerra» del
aparato, que despegara a éste aún más de la población para pasar
a la guerra real y sin piedad contra el mismo.
Nunca más tuve la posibilidad de hablar con Sendic personal-
mente (cuando lo hice en los años ochenta, las condiciones habían
cambiado totalmente, había mucha gente e intereses diferentes en
el debate, y hablamos --y discrepamos-- sobre otros temas), pero
estoy convencido de que tampoco tenía conciencia de que ese
acto desencadenaría todo lo que el enemigo esperaba y activaría
la trampa, no para la guerra, sino para justificar la masacre que
vino después. Mas en aquella discusión nos dejó toda la impresión
que, como nosotros, él consideraba esas acciones limitadas, y en
realidad defensivas y de respuesta contra la masacre de nuestros
hermanos, como totalmente diferente a las pretensiones de declarar
la guerra que se bocineaba desde el oficialismo (pero no retuve
nada explícito de su parte en ese sentido). En efecto, ésta era una
posición irresponsable e infantil que en última instancia contribuyó
a lo que el enemigo planificaba.
Es verdad que incluso entonces, y a pesar de todas las contras, ese
acto de liquidación física de los jefes del Escuadrón de la Muerte,
que habían torturado y asesinado a nuestros compañeros queridos,
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  395

tuvo una enorme simpatía popular; es verdad que ese acto tal vez
todavía hubiese sido avalado socialmente y no conducía en sí
mismo, hacia el enfrentamiento exclusivamente entre aparatos.
Pero, como se diría hoy, ya estábamos en el horno (guerra aparato
contra aparato), pero todavía había una puerta abierta..., todavía
el poder no podía legitimar cualquier cosa...
Sin embargo, un mes después... ¡cerraron la puerta del horno!
El Estado, los milicos, presentaron los asesinatos que hicieron
ese mismo 14 de abril de varios queridos compañeros como una
respuesta, pero quedaba todavía demasiado evidente que habían
salido a defender «el ilegal» Escuadrón de la Muerte (el resto del
accionar terrorista del Estado democrático era todavía más o me-
nos legal), y el ejército no se sentía todavía unificado para salir a
torturar a mansalva como lo hizo después. Esto nos lo dijeron y
confirmaron luego, cuando estábamos presos, muchos soldaditos y
algunos oficiales: ellos no querían salir a reprimir y menos torturar
a gente que hacía justicia: «Creíamos que la guerra no era contra
nosotros»; pero de los dos lados se hizo lo posible para cerrar la
puerta del horno en el que ya estábamos. De «nuestro lado», los
Tupas seguían gritando a voces que ahora querían «la guerra y
que «había que pasar al ataque» (¡cuando el ABC de las leyes de
la guerra dicen lo contrario!); por el otro, se seguía torturando
y masacrando, pero declarando y jurando que se respetarían los
derechos de toda la población.
Luego vino la jugada maestra, que concluyó con la muerte de los
cuatro soldados que, teatralizada por el Estado (puesta en escena
de la foto tomando mate para los medios), sirvió para mostrarle
a la tropa indecisa que la guerra era también contra ella. Hasta la
contradicción de clase en el seno del ejército, que siempre juega
en contra del terrorismo de Estado abierto (por ejemplo en la
Revolución rusa o mexicana), pasaba así a segundo plano. Desde
«nuestro lado», hasta los propios documentos que caían en vez de
llamar a la lucha de clases, a desertar del ejército represor y opo-
nerse a los oficiales, se llamaba a la guerra contra el ejército. Era
la otra pata del policlasismo frentista que junto con el aparatismo
unificaban al ejército contra la subversión: la destrucción de la
guerrilla se hizo inevitable.
396  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Justamente en esos días nuevos compañeros, que estaban en


otras tareas pedían ingresar a la «lucha armada»... Ángela, a pesar
de sentir que la cosa venia mal, siguió integrando gente, algunos
fueron para las tatuceras. Todo era vertiginoso no discutimos
mucho; yo tomé la responsabilidad, a contracorriente, de decirle
a varios que esperaran, que no era el momento..., e incluso paré a
alguna integración que Ángela había promovido (¡cosa que recién
«conocí» o me hicieron acordar, muchos años después!). Algunos de
aquellos compañeros se salvaron de la represión; otros ingresaron
de una u otra forma en las estructuras armadas y fueron reprimidos
y muertos en los años subsiguientes; alguno se exilió y pudo zafar.
El desastre social fue inevitable: a la derrota física siguió la
derrota política. El reformismo y la democracia burguesa, que
habíamos combatido con todas nuestras fuerzas, se transformaron
en la única alternativa social posible. La revolución social desa-
pareció totalmente como perspectiva durante muchas décadas.
El frentismo y el viejo programa de la izquierda burguesa y de
los milicos progresistas se impuso como única posibilidad. Hasta
muchos anarquistas dejaron de serlo y se hicieron frentistas, y
el Frente Amplio pareció tener el monopolio de la contestación
social. El ciclo se cerró cuando, una vez salidos de la cárcel, los
mismos aparatistas y oficialistas de antes, junto con torturadores
impunes, se hicieron con el monopolio del poder del Estado y el
capital. Ellos mismos escribieron la historia según la cual en este
país sólo se peleó en defensa de la democracia.
La reaparición de la perspectiva revolucionaria se hará necesa-
riamente contra todos ellos.

La caída y la versión de los milicos: «La Guerrilla»

Desde mediados de abril las caídas se generalizan, se empieza a


saber que muchos colaboran, que otros traicionan, se cortan los
contactos, los desplazamientos se hacen difíciles en todas partes...
Alguno reconoce a tal o cual militante vestido de milico en un
jeep apuntando compañeros... El desbande generalizado comienza,
muchos cruzan el charco..., perdemos contacto, nunca sabremos
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  397

si tal o cual que habíamos tenido que dejar en el camino para


que siguiera a pie, había o no, llegado a contactar, con los com-
pañeros... Hasta las señoras viejas, del barrio que están de nuestro
lado, sabían que Amodio Pérez apuntaba gente, y hasta decían
haberlo reconocido junto a milicos («¡vi a Amodio en un jeep!»).
Todos tuvimos alguna propuesta de irnos pero ni lo pensábamos.
En realidad creíamos que a nosotros no llegarían... En esa última
fase habíamos sido verdaderamente muy cuidadosos y no habían
habido descompartimentaciones de nombres, ni de lugares.
Cuando crucé a Ángela, nos dijimos mutuamente, que no había
elementos para llegar ni a su casa, ni a la mía... porque casi nadie
sabía llegar..., lo que no pensábamos era que la batida podía ve-
nir de otra parte... En realidad la batida vino de unos del «22 de
Diciembre» y más precisamente del Pocho Paiva y Jovita Silveira,
que habían estado al tanto de la cuestión de la coordinadora para
«armar las luchas», sin que yo sepa al día de hoy, si participaron
o no de las acciones, o sólo batían de oídas. Lo que sí constaté es
que, por suerte, conocían muy parcialmente las cosas.
Los hechos se suceden aproximadamente así. Un día (fines de
mayo) allanan la casa de Ángela..., sin que ellos estén presentes.
Muchas veces habíamos hablado de esa posibilidad y siempre
habíamos acordado que, para que los hijos no perdieran a sus dos
progenitores durante años, Mario cargaría con la responsabilidad
de todo lo que ahí hubiera o pudiera atribuírsele; pero que Ángela
no tenía nada que ver. Era por eso que hacía un poco de cobertura,
yendo todavía, al Comité del Frente. Para los otros compas del
barrio, el verso era evidentemente, que sólo iban por ahí porque
conocían a Ángela del comité y punto.
Ángela y Mario al aproximarse a la casa atravesando el baldío del
Clínicas constatan el operativo y deciden que Ángela se presente y
que Mario pase a la clandestinidad. Saben que los milicos habrán
encontrado armas, pero como habían convenido, será Mario que
no está, quien «las había traído». Mario pasa a la clandestinidad.
Muy rápidamente se decidirá su traslado al interior para incorpo-
rarse al Plan Tatú.
A Ángela los milicos no la acusan de Tupa sino de pertenecer a
otra organización «La Guerrilla». Los propios milicos no conciben
398  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

la cosas de otra manera que en términos de aparato y como las


personas que dan información sobre Ángela, no son Tupas, cuentan
que hacían operaciones para «la guerrilla» no tupa y mencionan
el diario de Marighela, en donde se habla de «la guerrilla» por
todas partes..., los milicos y los colaboradores bautizan ese grupo
humano como si fuera una organización diferente.
Ni para la historia oficial, ni para la policía tenía cabida el mo-
vimiento social y sus expresiones, sino que sólo había aparatos y
estructuras. Desde ese momento los milicos buscarán a una quin-
cena de compañeros más, para apresarlos, torturarlos y procesarlos
por pertenencia a «La Guerrilla». En los meses siguientes por lo
menos una decena de compañeros serán acusados de pertenecer
a dicha «organización», varios más pasarán a la clandestinidad o
saldrán del país por esa persecución. Otros no serán identificados
nunca pero nos torturarán para conocer sus nombres. ¡Las Fuer-
zas Conjuntas emitirán varios comunicados sobre esa nuevísima
organización!
Ángela no se esperaba que la punta que le saltó fuera tan pesada,
por eso mismo se había presentado. No se le había pasado por
la cabeza que la acusación concernía cosas «tan viejas» como las
efectuadas un año antes o más. Hoy parecerá ridículo, pero en ese
entonces, con la velocidad que se producían los acontecimientos,
lo que habíamos hecho uno o dos años antes, parecía viejísimo y
bien enterrado. A nosotros, que todos los días nos arriesgábamos
haciendo algo nuevo, nos parecía que lo que se había hecho un
año antes estaba ya olvidado y nadie lo traería a colación. No cono-
cíamos para nada el mecanismo de la tortura y de la colaboración.
Contrariamente a lo que pensábamos, el delator no dice lo que le
preguntan, sino que una vez que empieza a colaborar va contando
todo lo que se acuerda, y sigue y sigue, contando cosas nuevas y
viejas, cosas que vio o que escuchó. También cuenta lo que otro le
dijo y así llega a proporcionar informaciones y hacer acusaciones
hasta sobre lo que no conoce y que sólo imagina. Llega al extremo
de hacer méritos permanentemente llamando a los interrogadores
y contándoles lo que sospecha, lo que piensa que puede servirles.
Ese fue el caso de estos dos personajes, que llevaron a decenas de
compañeros presos de varias organizaciones y que acusaban a gente,
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  399

incluso cara a cara, como hicieron conmigo, por lo que otros, le


habían contado que habían hecho. Lo peor, cuando iban a careo
con uno, diciéndole frente al torturador «participaste en tal cosa»,
como si fueran milicos, era que uno creía que realmente lo eran,
porque por ejemplo yo, a quien me acusaba, no lo recordaba para
nada: me cantaba por mentas.
Para Ángela fue terrible, porque Jobita la conocía bastante bien,
ella siempre circulaba por el barrio y también tenía un cierto
acceso a su propia casa. Fue una traición horrible que Ángela
sufrió enormemente. Aunque sea hasta redundante porque nadie
se salvaba de la tortura, quiero señalar en su honor, que Ángela
fue brutalmente torturada y logró que los milicos la odiaran más.
Desde entonces yo no tuve muchos contactos directos con Ángela,
pero en todas las comunicaciones indirectas, como la única vez que
nos vimos luego de la cárcel y el exilio, Ángela subrayaba que la
traición y colaboración habían sido totales y horribles para ella y
que esa persona siguió durante toda su detención obrando de esa
manera. Otros compañeros confirman que esos traidores, siguieron
colaborando abiertamente con los milicos durante toda su cana.
Claro que esos dos personajes no sólo denunciaron a los que junto
con los milicos definieron como La Guerrilla, sino a compañeros del
«22 de Diciembre», de los Tupamaros, de la Comunidad del Sur...
así como a otros, a quienes acusaron de rebote y que pertenecían
a otras organizaciones. También habían dado todo tipo de datos
del propio Mario, el compañero de Ángela, agregando detalles
sobre su persona y su participación en acciones, pero éste ya estaba
clandestino. Caería varios meses más tarde en una Tatucera. No
tengo mucha idea de cómo fue su interrogatorio, pero supongo que
bastante complicado por haber pertenecido a tantas organizaciones
diferentes y haber tenido tantos seudónimos. Lo encontré como
un año después estando ambos en el Penal de Libertad, para un
careo, ante la Justicia Militar, por las contradicciones conmigo. En
el que explicó que aquel acusado del que hablaban los delatores
en realidad, no era yo, lo que terminó por limpiarme de lo que
todavía me atribuían.
Muchos de los denunciados y acusados por Paiva y Jovita, nos
encontramos en el Quinto de Artillería. A mí, me fueron a buscar
400  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

como un mes y medio después, sin grandes elementos concretos


sobre mi persona. La verdad que tampoco lo esperaba, pero pensé
que la detención venía por las movilizaciones estudiantiles. Pero
estaba acusado, particularmente por Paiva, de haber participado
en tal o cual rapiña... lo que evidentemente complicó mucho mi
vida y dificultó mi declaración. Por debajo de la venda, pude ver a
varios compañeros, que había cruzado compartimentado un año
antes, en todo aquel asunto de la coordinadora y me confirmaron
que habían admitido participación, tal como se había denunciado,
incluso la absurda acusación de pertenecer a «La Guerrilla». Un
compañero agregaba: «aunque aclaré que yo no sabía que el grupo
se llamaba así».
Hasta el día de hoy, me llama la atención que hayan realmente
creído que hubo una organización como tal que se llamaba así y
que sin embargo nunca escribió ningún comunicado, nunca hizo
ninguna publicación como tal, nunca se hizo conocer, ni pretendió
reclutar con dicho nombre. ¡La supuesta organización nunca se
había querido hacer conocer como organización!
Pienso que la explicación, se encuentra en el hecho, de que lo
de la guerra aparato contra aparato es una ideología en la que real-
mente creían los milicos y torturadores. Ellos no enfrentaban a un
movimiento social con miles de estructuras, cabezas y expresiones,
con órganos que asumen tareas de la clase y células que actúan en
función de tal o tal necesidad resentida por la lucha. ¡Cuántas veces
un grupo de fábrica o de estudio un comité de movilizaciones o
de organización, se organizó sólo para una acción puntual! Pero
eso no es parte de la Historia con mayúscula que escribieron los
oficiales y oficialatas.
Ellos hicieron la guerra contra organizaciones, contra aparatos,
contra subversivos que estaban organizados en grupos guerrilleros
específicos. La riqueza del movimiento, la militancia doble, triple,
múltiple, los diferentes niveles, la vida social misma, no existen en
esos seres sin cabeza (que dan y obedecen órdenes), lo que existen
son los aparatos. Ni la gente misma existe, sólo existen los agentes
de tal o tal «organización subversiva». Para ellos «la esencia misma
del terrorista es no tener más vida que la de su secta». La propia
propaganda de las Fuerzas Conjuntas y sus tenebrosos comunica-
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  401

dos exponen todo el mundo de esa manera, es la manera milica


de ver la historia.
Lo que fue más grave es que el oficialismo Tupa también veía
las cosas de esa manera y consideró a «esa organización», como
una «micro» más, mostrando contra los compañeros que habían
sido acusados de pertenecer a ella, todo su sectarismo, todo su
aparatismo. No debe extrañarnos entonces que cuando hablaban
los oficiales de las Fuerzas Armadas con los oficialatas Tupas haya
habido siempre tanta comprensión: eran jefes de aparatos que
usaban seres humanos.
Desde nuestro punto de vista lo bueno de esa acusación de per-
tenecer a «La Guerrilla» fue que no buscaron otras pertenencias y
acciones. Para los milicos Ángela era militante de «esa organización»
(y secundariamente del «22 de Diciembre»)... y sólo, cargaron y
acusaron por eso. Como varios de nosotros, fue torturada e inte-
rrogada sobre esa base, su importancia como militante social no
interesaba (todavía) a los milicos, tampoco fue acusada por Tupa.
Los traidores, que la habían denunciado, no conocían gran cosa
del programa revolucionario por el que Ángela luchaba, ni los
fundamentos políticos de aquel intento de coordinadora. Ellos
mismos eran muy militaristas y bocamaros. Menos sabían de lo que
los diferentes compañeros habían continuado haciendo, el último
año, sólo habían escuchado hablar de tal o cual operación de antes
y en base a esos habían dado nombres y todos los detalles posibles.
No digo que no nos hayan dado más de una patada o puñetazo
preguntando por lo que había pasado después, pero como no
hubo entre esos compañeros acusados de «La Guerrilla» ningún
colaborador de los milicos nunca supieron gran cosa. Además,
incluso jurídicamente, eso nos beneficiaba a todos en la medida
en que como los hechos de «La Guerrilla» eran pocos y anteriores
a la nueva ley de seguridad del Estado, que agravaba todas las pe-
nas; por lo que la misma no podía aplicarse a nuestros casos. Sólo
a título de ejemplo «la asociación para delinquir» era de acuerdo
a la vieja ley excarcelable y creo que «costaba» de 6 meses a dos
años; pero lo mismo se llamaba ahora «asociación subversiva» y
costaba de 4 a 16 años y no era excarcelable.
402  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Lo malo era evidentemente que algunos milicos la consideraron


como una organización militar y peor «sólo militar» porque no
había «política», lo que era totalmente absurdo para nosotros pero
totalmente lógico en el pensamiento milico. Incluso algunos de
ellos pretendieron que era una «organización de cuadros militares»
Por eso aquello de que Ángela era «solo del Frente» no marchó.
Había sido denunciaba con acusaciones muy precisas en cuanto
a participación en acciones. Además, por razones ideológicas y
morales propias a la misma mentalidad milica, el Juez pasó a con-
siderarla como ¡la más peligrosa de todas las personas arrestadas
en esa organización! Fue tan así la cosa que mis propios abogados
me aconsejaron que no insistiera más en que era amigo de ella
y que ella como yo no teníamos nada que ver con nada, porque
eso en vez de limpiarme agravaba mi caso, porque sobre Ángela,
seguían apareciendo «agravantes»: «no sabemos porqué, pero el
Juez militar le tiene un odio increíble y se ha ensañado con ella»,
me decían. Yo sí había comprendido porqué.
Algunos en negativa total sobre cualquier acción, otros en reco-
nocimiento parcial, lo cierto es que a los supuestos militantes de La
Guerrilla nos condenaban a una situación muy difícil como presos,
de la que me consta que Ángela sufrió mucho: nadie podía aclarar
mucho porqué razón estaba preso. Éramos los únicos compañeros
que habíamos caído por una supuesta «organización» que no había
existido como tal y que no había escrito, ni explicado nunca sus
acciones y que no reclamaba ni su existencia. Hasta como presos
éramos «raros», porque habíamos participado en acciones de las
cuales nunca se reveló su razón de ser, y eso creaba un a priori
desfavorable en relación a otros presos.
Muy pocos compañeros, externos a dicha experiencia, conocie-
ron la verdad durante la cana, en realidad nosotros no podíamos
desmentir nada sin denunciarnos. Sólo con el tiempo explicamos
parcialmente algo de la realidad. ¡Nos tuvimos que callar la boca
durante años!
De más está decir que el sectarismo y el aparatismo Tupa largó
varias campañas contra esa fantasmática «microfracción» que ni
siquiera se reivindicaba como tal y cuyos «dirigentes» nunca apa-
recieron. ¡Hasta esto hacía de esa organización algo sospechoso!
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  403

En efecto, según la información proporcionada por los traidores


y en base a la clásica visión milica de la historia, esa organización
de malvados tenía jefes que eran los más malvados de todos. Justa-
mente según los comunicados de las Fuerzas Conjuntas los «jefes
de la guerrilla» eran: Navillat, O Neill y Arazatí López.
Justamente 3 compañeros que nunca cayeron en Uruguay y que
los comunicados de las Fuerzas Conjuntas, como era habitual,
acusaron de todo lo que se les ocurrió. Por eso aprovecho también
este escrito sobre Ángela, para restaurar algunas verdades sobre
esos compañeros queridos, que también fueron «olvidados» por
la historia oficial.

Sectarismo y colaboracionismo Tupa

Entre los Tupas hubo valerosos compañeros que no participaron


de esa visión sectaria y aparatista, ni contribuyeron a esas campañas
contra «las micros» (que hubo absolutamente en todos los cuar-
teles y cárceles y también en el exilio), pero es importante saber
que esas campañas de ninguneo fueron comunes y mayoritarias.
Con seguridad ya en la cárcel, los aparatistas se estaban vengando
contra quienes, siempre habíamos criticado el oficialismo y no
tengo dudas de que bajaron la línea de proceder de esa forma
contra «nosotros». Años después Ángela me contará que se había
enterado que algunas se soplaban en el oído: «tené cuidado, esa no
es una compañera» (lo que era la traducción aparatista y sectaria
de «no cayó por Tupa»).
Sin embargo otros elementos que me aportaron recientemente,
indican que en las cárceles de mujeres, ese fenómeno no tuvo el
peso que tuvo entre los hombres. Supongo que ello se debió a que
si bien entre las mujeres hubo varias «Amodio» (utilizo esto para
facilitar la comprensión y no como una muestra de adhesión al
mito «Amodio») es decir colaboración individual, no hubo un
verdadero Ñato, es decir la capacidad de organizar la colaboración
colectiva como continuidad disciplinaria y organizada.
En la cárcel de Libertad claro que hubo el «cuidado ese no es
compañero». Una mayoría de los primeros presos funcionan así,
404  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

se oponían a hablar de cómo se habían portado en la tortura, se


consideraba compañero al traidor, al colaborador e incluso se lo
promovía como fajinero, pero no al que calificaban de «micro-
fraccionalista». Cuando esos mismos fajineros junto al milico, te
sacaban a prepo para trabajar diciendo que no era verdad que
«estabas enfermo» varios presos éramos conscientes de la similitud
con el mecanismo de los Kapos en los campos de concentración
en Europa. Muchos de los fajineros estaban ya más del lado de la
botoneada que de los presos.
Yo viví el sectarismo, desde los dos lados, en la propia cárcel de
Libertad. Una vez me llamaron a la Cantina para decirme «mirá
que ese Lemos, con quien hablás, no es compañero..., está preso
por ‘la guerrilla’». A lo que yo respondí que «para mi, ese sí es un
compañero y un gran compañero que no entregó a nadie como, sí
lo hicieron, muchos de tus jefes». Denunciaba así el silencio que
habían impuesto sobre el tema de la máquina, así como la protec-
ción sectaria del aparato, que cubría a comandos y subcomandos
que se habían quebrado y cantado a compañeros. Evidentemente
eso fue muy mal percibido, pero por suerte había bastantes presos
demasiado discrepantes que ni necesitaban hacer ese tipo de «decla-
raciones inconvenientes» para caer en desgracia y ser considerados
como «no compañeros» por los oficialatas.
Quisiera volver ahora a las compañeras que, hace unos meses,
cuando muere Ángela, escriben en este medio y denuncian a los
traidores del gobierno por abandonarla. Sí, tienen razón compa-
ñeras, son unos traidores. Pero como he tratado de resumir en
estos borradores, Ángela ya antes de la cárcel se llevaba muy mal
con los aparatistas, durante la cárcel ellos siguieron del otro lado
poniéndola en una casilla diferente y no compañera. No es de
extrañar que luego de tanto servir a los milicos, al Estado y al capi-
talismo, los Tupas oficialistas ni se hayan inmutado por la muerte
de Ángela. Ahora se entenderá lo que había afirmado al principio
de estos borradores, (¡que se me hicieron tan largos!): no fue en
los últimos años, sino que durante más de 40 años la militancia
de Ángela se contrapuso a la de los Gobernantes hoy. Por lo que
hay que ir más lejos que ese tema de la traición e insistir en lo que
fueron proyectos sociales antagónicos entre quienes lucharon contra
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  405

el capitalismo y quienes estaban siempre prontos a embarcarse en


cualquier proyecto reformista con quien sea.
Precisamente eso fue lo que más nos separó como presos y mu-
chos lo constatamos enseguida que caímos, cuando conocimos la
línea de la dirección de los Tupamaros de colaborar con los milicos
en su proyecto social y político. Más allá de la lucha contra los
ilícitos económicos o las conversaciones con los milicos, en la que
independientemente de lo que se pensaba a los presos (y hasta a los
no presos como a Sendic) se les impuso como realidad (y hasta por
la fuerza) y frente a la que asumieron diferentes posiciones, lo que
constituyó el salto de calidad dado por Huidobro y la dirección
oficial fue el de imponer a toda la organización, la perspectiva de
acción conjunta con los milicos como salida a la situación que
todos vivíamos y hasta como proyecto social para todo el país.
No es que el hecho de colaborar para reprimir juntos los ilícitos
sea anodino, dado que con esa línea, algunos llegaron, a cualquier
extremo, sino porque los ilícitos fueron una verdadera hoja de
viña que escondía que en realidad, los dirigidos por Huidobro se
unificaron con los oficiales, porque tenían fundamentalmente el
mismo proyecto social, proyecto que evidentemente era contrario
a la lucha de siempre de los proletarios contra el capital. Además,
como luego esa colaboración quedó suspendida, por el juego inter-
fraccional en el ejército y el imperio, se escondió esa colaboración
mucho mayor y global, que se puso en práctica en 1972 por la que
Tupas y oficiales progresistas pretendían arreglar el país juntos.
Fue en esa línea que empezaron a operar juntos desde el Florida y
otros cuarteles la dirección de los Tupas con una parte importante
de las Fuerzas Conjuntas. Ante la incredulidad de todos los otros
presos, de las minorías, de compañeros independientes, de las
fracciones, de los anarcos... los Tupas oficialistas (e incluso algunos
discrepantes) salían y entraban en los cuarteles conjuntamente con
oficiales torturadores, defendían los acuerdos con ellos, incluidos
los comandos conjuntos, investigaban e interrogaban a «ilícitos»
y sobre todo, elaboraron planes para «terminar la guerra y sacar al
país de la crisis». Los propios milicos hacían discursos contra «la
oligarquía y el Imperialismo» (¡eso lo escuchamos todos los presos!)
y el Ñato, principal defensor de los comandos conjuntos, hacía
406  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

correr la bola que era él que les dictaba esta posición y que iban a
salvar al país conjuntamente. También contaban que tal discurso
que decía un oficial en el círculo militar «había sido redactado por
nosotros», es decir por el Ñato y sus secuaces.
La organización y la disciplina de los Tupas, al menos en el
72/73 se mantenía gracias a este mito, más o menos explicitado
por algunos oficialatas «no perdimos... sino que los dirigimos
políticamente» (lo que evidentemente “probaba” que los milicos
eran los giles y ellos los inteligentes), «son nuestros enemigos, pero
en base a esta maniobra táctica los hacemos luchar contra la oli-
garquía y el imperialismo...», o más fuerte y explícita todavía: «tal
vez perdimos en lo militar, pero estamos ganando en lo político».
Los oficialatas escribían discursos y proyectos, salían y entraban,
decidían quienes salían y quienes no estaban autorizados (no co-
laboraban lo suficiente), imponían disciplina y reglas a todos los
presos (se prohibió todo intento de fugas) y sobre todo decidían lo
que iba a ser «el futuro para todos». Auguraban: ahora si podemos
afirmarlo ¡habrá patria para todos! ¡Ya entonces el Sr. Huidobro
funcionaba como parte del Ministerio de Defensa Nacional! O si se
quiere, por su discurso y por su práctica: ¡ya parecía (y funcionaba
como) un Ministro!
Hubo muchos viejos Tupas que no podían creer lo que estaba
pasando, que no entendían como se podía trabajar ahora con los
milicos para «organizar juntos al país». Así por ejemplo, el valioso
compañero Cruz, que había caído herido de bala y todavía estaba
bastante mal físicamente, pidió, de manera oficial, consultar a la
dirección sobre la colaboración. «Yo no tengo nada que perder»,
decía, pido ver a «mi dirección» para que me expliquen.
¡Nada de esto fue secreto! ¡El compañero escribió oficialmente al
Comandante del Cuartel, que era de los que más hablaba «contra
la oligarquía y el imperialismo» en ese sentido! Pidió discutir con
lo que consideraba «su dirección».
La respuesta fue sumamente positiva. Los llamados «milicos
progresistas» trajeron al cuartel adonde estábamos recluidos, a una
tanda muy importante de dirigentes oficiales y personajes conocidos
(entre otros recuerdo que trajeron a: Marenales, Wassen, Manera,
Wolf, Lopardo...), para que nos explicaran los «avances de las ne-
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  407

gociaciones», los futuros «acuerdos de liberación de los presos» y


sobre todo los acuerdos sociales y políticos sobre el futuro del país
desde la Reforma Agraria al plan de la Boya Petrolera en Rocha.
Debe aclarar que en esa lista de dirigentes Tupas, pueden haber
errores y hay con seguridad omisiones, porque, no todos vimos a
todos y porque alguno lo habrán traído por otras razones. Además
el hecho del traslado no implicaba que todos ellos estuviesen de
acuerdo con la política oficial de Huidobro y los Milicos progresistas.
Es casi seguro que Ángela no tuvo toda esta información entonces
porque, que yo sepa, no hubo ese nivel de colaboración global en
las mujeres: ¡los jefes eran hombres!
Sin embargo, todos los otros presos que habíamos caído en el
Quinto de Artillería que los milicos habían transformado en un
verdadero encuentro de «micros» (había compañeros del FARO, de
la FAU/OPR, de «La Guerrilla», del «22 de Diciembre», de los Tupas,
de la Comunidad del Sur, del FRT, colaboradores independientes...,
así como varios que habían pasado por esas organizaciones varios
años antes), acudimos a esos cursillos explicativos, en los que, en
nombre de la dirección Tupamara, nos explicaban sus acuerdos y
avances junto a los militares progresistas sobre la perspectiva para
el país. Los mismos duraron más de un mes y lo más increíble era
que nunca se sabía bien si se hablaba de la reforma agraria Tupa
diseñada en Punta Carretas o lo que los «milicos progresistas» ya
habían aceptado, o algo intermedio «logrado» (sic) en las negocia-
ciones. Recuerdo, con cariño, a León Duarte preguntando: «pero
esa Reforma Agraria es la de ustedes o la que acordaron ustedes
con los milicos»...; a lo que se le respondía algo así como: «Es la
que habíamos preparado en Punta Carreta nosotros los Tupamaros
y que en las conversas hemos puesto sobre la mesa para discutir
con los militares progresistas y oponer a los milicos fachos»...
Debo agregar que el mismo que efectuaba la exposición sobre
el futuro del país una vez «superado el fascismo» (que era para
ellos sinónimo de liberación de todos los presos en menos de 2
años y sustituir algunos generales fachos por otros progresistas)
aclaraba que, en ese preciso momento, había habido un «parate»
en las negociaciones. Nosotros veíamos que se seguía torturando
a compañeros que seguían cayendo.
408  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Sin embargo los cursos mismos, durante toda su duración se


desarrollaron con total libertad, lo que muestra que oficiales y ofi-
cialatas buscaban convencer a todos los presos. Durante los mismos
los propios dirigentes Tupas que venían «de visita» al cuartel nos
insistían en que «se vive una situación privilegiada y excepcional en
este cuartel». Tanto es así que todos los otros presos decidimos orga-
nizar una especie de «contracursos» y propusimos una lista larga de
charlas y discusiones, sobre el movimiento obrero (que por ejemplo
dio León Duarte), sobre el internacionalismo, sobre la economía...
Hubo también cursillos de matemáticas, de álgebra de Boole y hasta
discusiones sobre religión (había algún Pastor), epistemología y
ciencia. Los milicos rasos decían «son cursos de comunismo».
Naturalmente hubo una unificación entre las diferentes mino-
rías y fracciones, dado que todos rechazábamos esa posición que
defendía el oficialismo Tupa y que consideramos reformista y
entreguista. Tuvimos la suerte de compartir la cárcel y la tortura
con compañeros históricos de la FAU (León Duarte, Pocho Me-
choso, Perro Pérez...), que a tantos años de los hechos, me parece
importante decir con total honestidad que fueron la oposición
más coherente a la política de los Tupas. Con esos compañeros
planteamos que, debíamos contraponernos conjuntamente a los
milicos y tratar que las conversaciones sirvieran para reclamar
exigencias mínimas como presos: cese de la tortura, liberación de
rehenes —padres secuestrados para que se entregaran los hijos-, fin
de la incomunicación de los presos entre ellos y con las familias...
Pero nos oponíamos totalmente a todos los acuerdos de los Tupas
con los milicos que afirmaban un mismo proyecto social.
En todas las polarizaciones que hubieron entre ambas posiciones,
y salvo excepciones, estaban la mayoría de los Tupas seguidores
del Ñato, que concebían un proyecto social junto a los oficiales
progresistas por un lado y del otro lado el resto de los presos. Mu-
chos tupas rechazaban el colaboracionismo, pero lo que me parece
más importante, a tantos años de sucedido, era que la colaboración
abierta no fue cuestionada orgánicamente y no hubo rupturas im-
portantes de la estructura de mando oficialista contra los traidores.
Sería interesante que otros traten de explicarlo, pero para mí
sólo puede tener una explicación: la obediencia disciplinaria y
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  409

burocrática era más poderosa que el proyecto social por el que


siempre había peleado el proletariado. A la vez esto sólo se puede
explicar por la carencia de teoría y de proyecto revolucionario y
por la preeminencia del verticalismo administrativo típico de una
organización sin claridad programática.
Lo que es increíble que este proceso, que implicó a decenas
de milicos y a cientos de presos, siga más o menos encubierto o
disimulado, como una simple colaboración, sobre los ilícitos, o
negociación sobre los presos. Sin embargo, cuando se comience a
hablar en serio sobre todo lo que se ha ocultado se comprenderá
que el mismo arroja mucha luz no sólo sobre el pasado, sino de
cómo se fue gestando la actual colaboración y proyecto de país.
En la cárcel de Libertad, en los años posteriores, ese colabo-
racionismo abierto y pro-milico, tendió a diluirse, esconderse u
olvidarse (¡aunque por ejemplo se volvió a manifestar en el apoyo
de los Tupas oficialistas a los comunicados 4 y 7!), pero de una
forma u otra el colaboracionismo continuó y la polarización entre
los presos, así generada, también siguió presente. De la misma ma-
nera que, a pesar de la historia de los «rehenes», se puede afirmar
ahora, que milicos torturadores y seguidores del Ñato, siguieron
coincidiendo en el mismo proyecto social.
Se sabe, por testimonios varios, que Sendic nunca aceptó ese co-
laboracionismo. Cualquiera sean las críticas que se le puedan hacer,
me parece esencial afirmar que siguió aferrado a la lucha de los de
abajo. Antes de ser trasladado, desde la cárcel de Libertad, a los cuar-
teles y pozos del interior, adonde pasaría muchos años más, hace un
intento desesperado de reorganizar los compañeros de confianza, del
que nunca más oí hablar en ninguna parte. Tampoco sé gran cosa
del mismo, salvo que pedía reconstituir «otra orga» con «gente de
confianza». No sé bien quiénes fueron contactados por ese proyecto,
pero a mi me llegó ese pedido por compañeros que habían caído
conmigo. En realidad ese proyecto no prosperó, ni podía hacerlo, no
había en la cárcel la más mínimas condiciones para crear una «red de
confianza» que no estuviera pinchada por todo tipo de colaboradores,
oficiales y oficialistas. Yo, por ejemplo, respondí negativamente.
Pienso que tampoco había condiciones sociales para ello como
quedó evidenciado luego con la caída de los otros grupos y orga-
410  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

nizaciones y particularmente la FAU y el PVP. Luego de años de


prisión y exilio, al fin pudimos encontrar la forma para vernos
otra vez con Ángela. Nos encontramos en Montevideo y me dijo
fundamentalmente dos cosas:
• Que estaba asqueada del colaboracionismo y el sectarismo que
durante toda la cana habían hecho «los mismos de siempre».
• Que Jobita había sido colaboradora, hembra y chupamedias
de cuanto torturador había durante todos los años sin parar un
solo instante.
Espero que ahora haya quedado claro, porqué ninguno de los que
están en el Gobierno se preocupó por la enfermedad y la muerte, de
nuestra querida compañera Ángela. En realidad nunca fueron sus
compañeros, siempre hubo proyectos diferentes: el revolucionario
y el reformismo entreguista.
Es por eso que nosotros tenemos que reivindicar su trayectoria
y contraponerla a la de todos estos cómplices del terrorismo de
Estado que en nombre de los Tupamaros están hoy en el Gobierno.
Al mismo tiempo quiero señalar que Ángela Álvarez es un
ejemplo de este ninguneo histórico, pero que no es ni la sola, ni
la única. En Punta Carretas muchos años antes ya pasaba lo mis-
mo. Se siguen muriendo compañeros que han dado su vida en la
lucha por la revolución social y que precisamente por eso, no hay
ningún interés en homenajear, recordar, reivindicar.
Seamos coherentes: no esperemos que Huidobro, Mujica o Ro-
sadilla homenajeen a ninguno de los que fueran sus “compañeros”
revolucionarios. No se darán por enterados, ni aparecerán ante
la muerte de ningún compañero. Y si se animan a hacerlo, por
ejemplo haciéndose presentes en un entierro, no lo olvidemos:
¡merecen un ESCRACHE!
La coherencia de los Huidobro/Mujica está claramente del otro
lado. Podemos estar seguros que, ni se quieren acordar de los
verdaderos compañeros nuestros.
Por el contrario, ellos adhieren a los homenajes que se hacen a
la gloria de los desaparecedores y torturadores, son invitados de
honor y de primera fila en los desfiles de las Fuerzas Armadas, ase-
sinas históricas de nuestras luchas ¡desde hace 200 años! Como ayer
los Rivera, el Señor Huidobro es todo un ejemplo en este sentido.
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  411

Sobre los tupamaros «torturadores» y otras traiciones

En un numero anterior de Postaportenia (1487), el compañero Luis


L. Sabini, comentando cómo los presos tupamaros, defendían
abiertamente la tortura en 1972 dice: «Me cuenta entonces que ‘en
los cuarteles’ se estaba o se estuvo —ya no recuerdo— cocinando
acuerdos entre tupamaros y peruanistas para “dársela” a la oligar-
quía. Primero objeté dicha alianza, pero con mucho realismo el
exdetenido, rubio, petisón, me dijo: “nos ofrecían salir en semanas
si cooperábamos; si no, íbamos para muchos años...” 
Y es muy
difícil resistir.
Me comentó que habían liberado apenas una decena o una vein-
tena entre los más livianos. Pero que había sido como la prueba
de que la “alianza” marchaba.
El primer objetivo era Jorge Batlle y su gente y que a ese Jorgito
ya le iba a llegar el tacho. Que no había otra que torturarlos. Si mi
primer disgusto fue por la idea de una alianza entre represores y tor-
turados, mi bronca fue decisiva cuando el fulano elogia la tortura».
Lo primero que debe decirse sobre eso de los “Tupamaros que
torturaban”, es que contrariamente a la imagen que trataron de
crear los medios aprovechando la bolada, no fue una actitud
general y masiva, sino algo totalmente minoritario, como aclara
Montero: «Entre los centenares de prisioneros torturados presuntos
integrantes o colaboradores del MLN(T), sólo un reducido grupo
— menor a cinco personas — participaron en ese juego maléfico
de colaboración para la tortura».
Sin embargo todos los que luchábamos en esos años, podemos
confirmar lo que dice Sabini, en el sentido de la ideología general
de colaboración con los milicos, fue mucho más global y que en
ese contexto programático, la línea que venía de la dirección legiti-
maba globalmente la tortura. En efecto, los Tupamaros oficialistas
(u «oficialatas», como le decíamos con desprecio, desde muchos
años antes, quienes denunciábamos el militarismo, el foquismo,
el aparatismo y el reformismo de la dirección) colaboraban en
el 72/73 abiertamente con los milicos en base a los acuerdos que,
decían, la dirección había hecho con los milicos. Fue en ese con-
texto que hubo Tupamaros que, como dice Sabini con exactitud, se
412  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

jactaban de haber hecho una alianza, para «dársela a la oligarquía»


y era en el marco de ese golpe contra Jorge Batlle y su gente que
elogiaban la tortura.
Esa confluencia entre milicos golpistas y tupas oficialistas, que ya
en el Documento 5 había teorizado la dirección de los Tupamaros,
se presentaba ahora como el producto de un acuerdo preciso entre
Oficiales y «la Orga», representada por Huidobro y sus lugartenien-
tes. Dicha alianza llegaba a niveles programáticos y políticos muy
globales, que son los mismos que verificamos, décadas después,
cuando fuimos comprobando que los Huidobro, Mujica, Bonomi,
Topolansky, Seproni, Rosadilla... actuaban como milicos.
¡Y que como jerarcas del Estado fueron y son jefes de los milicos!
¡Jefes milicos!
Quienes, además, tuvimos la «suerte» de vivir aquello en los
cuarteles y las cárceles, escuchamos las apologías más siniestras
sobre los resultados y proyectos de esas operaciones conjuntas.
Pienso que si hoy no se habla más de todo eso, es por el manto de
oscurantismo que la historia oficial estableció y sigue manteniendo
en torno al pasado. No debe olvidarse que esa historia, que fue la
historia que el espectáculo y los medios instauraron, la escribieron
precisamente los oficialistas Tupas y los Milicos. Tampoco es moco
de pavo que la misma fue y siga siendo la versión del poder, pues
como tal, tiene todo tipo de abogados, de alcahuetes, mentirosos
ocasionales y profesionales, cómplices interesados o voluntarios.
He contado algunos aspectos de ese proceso de acercamiento/
fusión, en algunas intervenciones anteriores en Postaportenia, así
como también lo han hecho otros compañeros en diferentes
artículos que denunciaron la capitulación de la dirección de los
Tupamaros y la puesta del aparato Tupamaro (o lo que quedaba
de él) al servicio de los militares, desde 1972. Pero parecería que
todavía hoy, esos hechos no hubieran existido nunca, o no tuviesen
la significación que en realidad tienen. ¿Recién ahora, a finales de
2015, nos desayunamos que son milicos? Es decir recién cuando
nadie puede negar, la actuación abiertamente represiva de los jefes
Tupamaros de los milicos, parecería que hubiera un poquito de
interés social en conocer la realidad sobre esa alianza y confluencia
histórica. En lo personal nunca encontré que había mucho interés
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  413

en el tema a pesar que nunca he dejado de hablarlo y denunciado


con quien se interesaba.
En la segunda mitad del año 1972, los presos más oficialistas sos-
tenían que había oficiales «compañeros», que estaban dispuestos a
luchar«junto a nosotros». Se jactaban de que Huidobro y Marenales
se abrazasen con ellos como iguales y de que formaran comisiones
sobre los ilícitos. Con orgullo y pedantería se vanagloriaban de
salir a la calle a «operar» con ellos...
Se jactaban de haberlos convencido, «ahora les imponemos la
línea a los milicos» y no faltaban quienes te contaban el «gran se-
creto»: «es Huidobro quien redacta los discursos que los ‘oficiales
progresistas’ pronuncian en el círculo militar». Compañeros presos
eran llevados para colaborar con la «comisión para los ilícitos»
(¡cooptados!) sin siquiera preguntarles si estaban de acuerdo: ello
implicaba siempre que quienes los convocaban como Huidobro,
Marenales y otros, explicaban a los oficiales «la importancia de esos
compañeros», que «son grandes expertos» en economía y conta-
bilidad para la causa de los ilícitos. Sin lugar a dudas que eso era
proporcionar información secreta y compartimentada a los «milicos
progresistas» (en muchos casos era «un queme brutal»), pero les
aseguraban que la misma no sería utilizada contra ellos. En esos
días todo era por la causa de los ilícitos y esa inesperada batida
no era considerada tal, para eso servía el ejemplo de la traición de
Amodio, para explicar que eso no era traición, porque serviría para
«copar a los milicos desde adentro» e imponer el «golpe antifascista».
En los cuarteles llegaban los llamados de Huidobro a formar
«comandos conjuntos con los militares progresistas». Decían operar,
no solo a partir de los cuarteles, sino de los locales caídos en los
que se podían reunir, averiguar, juntar la documentación proba-
toria, interrogar a los responsables de los «ilícitos económicos» o
dirigir las investigaciones y allanamientos. Proyectaban reformas
(como la agraria, puertos o terminales pesqueros) y acciones es-
pectaculares, como el allanamiento de todas las financieras del
país y el vaciamiento de los cofres forts de los bancos. Tupamaros
oficialistas explicaban que eso era «la revolución». Que esa sería
la clave del golpe bueno, del «golpe peruanista». No se trataba de
algo ocasional o de uno u otro cuartel, sino que esa ideología fue
414  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

dominante entre los presos durante por lo menos un año (1972/73).


Todos los días se hablaba y discutía del tema entre los presos, con
los familiares, con los milicos. Hay todavía cientos de testigos vivos
que conocieron esa realidad, que tuvieron informaciones más o
menos parciales sobre el accionar conjunto: solo los protagonistas
de esas acciones, los jefes oficiales y tupas de dirección, conocen
la totalidad de lo sucedido.
Con mis propios oídos escuché, a decenas de militantes Tu-
pamaros oficialistas y también a oficiales del ejército, decir que
meterían presos a los «responsables de la crisis del país» como «el
infidente Jorge Batlle», Peirano Facio, los «financistas judíos» y
«otros corruptos». También era habitual que algunos oficiales del
ejército vinieran a los calabozos y celdas, que hicieran un discurso
«contra la oligarquía y el imperialismo» y pidieran colaboración
para dicha lucha. Llegó a ser cosa común y corriente que oficiales
pidieran consejo a los presos, por ejemplo, sobre la deuda externa
y el Fondo Monetario Internacional y si había o no que romper
con él y que presos y milicos discutieran inorgánicamente al
respecto. Esto siguió cuando la gran mayoría ya estábamos en la
cárcel de Libertad y, como compartí celda con compañeros que
participaron (por cooptación) en las conversaciones del Florida,
éramos visitados a menudo por oficiales importantes que dirigían
el proceso, incluso durante el golpe de febrero 1973, para continuar
discutiendo sobre tales temas.
Pero en el 72, cuanto mayor era el caos, mientras seguían ca-
yendo compañeros, y sobre todo mientras seguían torturando
compañeros, los oficialistas y colaboradores más se jactaban de lo
que vendría. Ya se imaginaban en el poder, y no faltaban tampoco
quienes actuaban como si ya fueran miembros del Estado. Asegu-
raban en nombre de la dirección tupamara que vendrían tiempos
mejores, que en realidad «no hemos perdido sino que estamos
ganando», que ahora «muchos milicos responden a la Orga», que
la «dirección tiene el control de la situación», «que si perdimos en
lo estrictamente militar estamos triunfando en lo político» y que
«vendrán tiempos mejores» cuando «liquidemos a los viejos» (así
denominaban a los 2 o 3 generales que había que sacar del medio
para imponerse), cuando «derrotemos a los fachos»... Recuerdo
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  415

hasta quienes sostenían que esa confluencia con el ejército, era


el verdadero «Partido de la Revolución» (entre otros el Contador
Conque) y que como en el Perú se preparaba el golpe bueno, el
golpe contra «los fachos»: en el «Perú el verdadero partido marxista
leninista es el ejército» decían.
La parte que más encandilaba a los presos era que cuando «se
barriera a los fachos y se arrestaran a los responsables de la crisis»
(pongo entre comillas las expresiones textuales que recuerdo) se
había arreglado que «todos los presos seríamos liberados en menos
de dos años», «que los livianos saldrían de inmediato». Esta ilusión
no solo ganó a una buena parte de los militantes Tupamaros, sino
también de otros grupos y organizaciones, como el Faro/MRO: que
también creían que íbamos a «ganar junto a los milicos peruanistas»
y defendían con vehemencia dicha posición. En cambio hubo un
rechazo permanente y consecuente de esas posiciones en los militan-
tes de la OPR, del FRT, el 22 de Diciembre, y otras organizaciones
chicas, así como militantes no organizados y/o en negativa, que si
bien desde el principio consideraron indispensable negociar con
los represores, siempre se contraponían a las propuestas políticas
de unidad de acción con los milicos. Dicha tesis minoritaria se
oponía al monopolio Tupamaro de la negociación (¡que se definía
a sí misma como colaboración, como pacto, como confluencia!) y
proponía la negociación exclusivamente como presos, unificándose
en tanto que proletarios presos (y no por «las Orgas») en base a las
reivindicaciones elementales que nos contraponían objetivamente
a los milicos: cese de la tortura, liberación de padres de perseguidos
que los militares tenían como rehenes, condiciones de higiene,
de alimentación... En vez de ser una colaboración entre quienes
coincidían políticamente y estaban aliados, se veía como una nego-
ciación entre quienes se reconocían como contrapuestos y seguían
en lucha. Se discutía abiertamente, con vehemencia y en forma
muy explícita: entre la posición de colaboración y la de confron-
tación. Esta última posición unificaba más gente porque incluía
explícitamente a presos que no habían reconocido su pertenencia
a ninguna organización, que por ejemplo habían sido batidos por
cosas viejas y no habían reconocido ninguna pertenencia «actual»
(lo que era mi caso). Claro que en muchos cuarteles y hasta en el
416  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

Penal de Libertad, la lucha por esas reivindicaciones unificó mu-


cho, pero dicha tendencia siempre fue saboteada por el aparatismo
Tupa y luego bolche. Globalmente siempre resultó minoritaria: en
la práctica los milicos golpistas, gracias a Huidobro y compañía,
fueron apoyados por parte importante de los presos.
Por supuesto que mientras los jefes Tupamaros operaban con
los jefes militares, la realidad de los compañeros presos era otra.
La gran mayoría de los Tupamaros resistía y mantenía una actitud
compañera y muchos de ellos desconfiaban y no aplicaban a la letra
la línea oficial. Algunos de ellos no respondían más a «la Orga» otros
iban rompiendo de a poco. Pero igual lo que venía de la «dirección
de la Orga» tenía mucho peso y se imponía como autoridad, junto
al propio poder de los milicos. Era típicamente una situación de
poder de unos pocos y contraposición de clases, de antagonismo
entre por un lado oficiales y oficialistas y por el otro la mayoría de
presos y sus familias o amigos que «veían» el trato diferenciado o se
enteraban de las salidas y privilegios. Como dice Montero en una
declaración que la prensa ha citado mucho: «el grupo reducido
de “colaboradores-traidores impresentables” entraba y salía del
recinto a su antojo comiendo, como se suele decir en España “de
puta madre” lo que recibían de afuera o le ofrecían los militares».
En ese contexto todo delegado de Huidobro, Rosencof o Marenales
y de los oficiales de verde que negociaban, se veían (a si mismos)
como poder ascendente y trataban a la masa de militante de presos
con desprecio y desde arriba: ellos eran los que salvarían al país
de los ilícitos económicos, de los políticos y de los milicos fachos.
Ellos entraban y salían, iban y venían, investigaban y allanaban...
y trataban al resto como masa de maniobra, como gente a usar.
Quienes se oponían abiertamente a esas «negociaciones» diciendo
que en realidad se trataba de una cooptación estatal de los militantes,
que ponía a los Tupamaros al servicio del Estado, eran aislados y
denigrados, como sucedía particularmente con presos sueltos, des-
conformes, o con los militantes de las organizaciones chicas o con
líderes obreros como León Duarte, que no tuvo pelos en la lengua
para decirles que, con esa unidad con los milicos, los Tupamaros
se ponían contra los presos. Para muchos otros, esa actitud de la
dirección oficial, verticalista, milica, antidiscusión, foquista, refor-
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  417

mista... era «más de lo mismo», a muchos compañeros los habían


presionado, perseguido, amenazado por combatir esa línea... Era
la aplicación del programa militarista y posibilista que había con-
sagrado la teoría foquista, tal como la concebía Huidobro y que
consagró la persecución de las «micros». Sin embargo, es verdad que
este tipo de discusión en los cuarteles en 1972, tan clara entre dos
posiciones, una milica y otra proletaria, fue vivida por poca gente,
porque tal vez solo se haya dado en forma tan politizada y explícita
solo en los cuarteles adonde se cuestionaba el oficialismo Tupa. En
última instancia, nos pasaron por arriba, quienes ganaron entonces
fueron los milicos de verde y los promilicos Tupamaros, todos ellos
siguieron afirmando el peruanismo y favoreciendo el golpismo.
En realidad, pocas veces se discutía abiertamente entre los presos
y las organizaciones, no había una actitud para hacerlo, la línea que
venía de arriba en los Tupas, bajaba cocinada y se imaginaba a si
misma como tan suficiente, que ni concebía la discusión compa-
ñera. La ideología Tupa dominante era así. Ellos no discutían con
los pichis, sino que «actuaban». La mejor forma de descalificar a
quienes discrepaban, era ignorarlos, era «el estilo tupa» que explí-
citamente descalificaba toda teoría como sinónimo de teoricismo
o paja filosófica. Pero, por ejemplo, en el Quinto de Artillería, el
oficialismo no tenía tanto poder, los discrepantes eran muchos, los
miembros de «otras» organizaciones también, los «locos sueltos»
hasta tal vez hayamos sido mayoría, y por eso hubo discusión y
bastante. Ahí se discutió mucho la validez de la línea de Huidobro,
expuesta, por ejemplo, por su delegado oficial «Jota Jota». Hasta
el Comandante de dicha unidad militar, Teniente coronel Varela,
aliado de Huidobro aceptó traer a varios Tupas oficialistas y de
dirección para explicar a los otros presos la «línea». La polariza-
ción era entre los presos que defendían la línea de Huidobro de
los «comandos conjuntos» con los militares y quienes se oponían.
Recuerdo con tristeza que el optimismo triunfalista de las presen-
taciones oficialistas defendiendo los comandos conjuntos tenía
mucha facilidad para encandilar al preso común y de todas formas
quedaba más o menos descalificada la posición de quienes veíamos
eso como síntoma de la derrota y del entreguismo. En aquella época
uno quedaba bastante solo y desesperado por «escéptico. Hoy me
418  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

parece lógico que en medio de aquella catástrofe de un verdadero


proyecto de revolución social, se llenara de esperanza a la gente,
con las «operaciones conjuntas», las perspectivas de «amnistía» y
la «lucha contra quienes habían arruinado al país». Todavía en
setiembre/diciembre de 1972 había oficialistas que decían que no
había ninguna derrota, que la verdadera guerra empezaría «ahora»
(o «dentro de un mes» o «dos meses») que gracias a «la genialidad
de la dirección» y «el trabajo político con los oficiales progresis-
tas», se habían decantado los campos, que pasarían a la ofensiva
y derrotarían a los políticos corruptos y a los milicos fachos. ¡Los
comunicados 4 y 7 y el golpe de febrero, se recibieron con ese
optimismo y fue aplaudido por el oficialismo Tupa, tanto en los
cuarteles como en el Penal de Libertad!
Visto con retrospectiva se puede decir que se trató de una verda-
dera campaña común de proselitismo de los milicos y la dirección
de los Tupas. En efecto los Tupamaros de dirección recorrían los
cuarteles impulsando la lucha por los ilícitos e imponiendo su línea
de concordia con los milicos y palos por los ilícitos, en una lucha
que también era contra todos los presos que nos oponíamos a ese
tipo de colaboración. HOY pienso que, eso de los torturadores bue-
nos y los milicos progresistas formaba parte de la táctica general de
las Fuerzas Armadas y el Imperio para cooptar a enemigos y vencer
la resistencia del proletariado. ¡Y salvo excepciones, lo lograron!
Claro que quienes torturaron dentro de esa campaña «contra los
ilícitos» son personalmente responsables, como lo es todo tortu-
rador. ¡La obediencia debida es el refugio de toda impunidad! La
aceptación de una orden de ese tipo es el máximo de la sumisión
y podredumbre de un ser humano. Soy de los que pienso que
eso no debe perdonarse, sino denunciarse, escracharse. Lo más
importante es que se ejerza en todo el sentido de la palabra la
condena social, ningún torturador puede andar por ahí sin que
se conozca lo que hizo.
Pero no nos podemos quedar con ese elemento, hay quienes
fueron todavía más responsables de la tortura, del apoyo al golpe
a la peruana y de alcahuetear a los torturadores. Por eso considero
despreciable culpar al último orejón del tarro, al que le dijeron
que tenía que torturar y obedeció, y no a quienes llevaron adelante
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  419

ese tipo de política general como el propio Huidobro y otros jefes


que fueron quienes dirigieron la represión y le dieron un cuadro
«legítimo» a la tortura. Los verdaderos responsables son los que
dirigieron la entrega y pusieron toda la militancia posible al ser-
vicio del «golpe bueno». Está probado que en ese tipo de aparato
verticalista, basado en el modelo militar y/o leninista la obediencia
es la norma (¡y el estudio, la teoría y la discusión la excepción!).
Por eso los mayores responsables son quienes promovieron esa
política como «la política de la Orga», como «la política Tupamara»,
como «la política revolucionaria de la dirección”. Y por supuesto
que ahí encontramos los mismos nombres que en toda la cola-
boración con los milicos, empezando por Huidobro, Rosencof,
Wassen, Marenales, Wolf... y más generalmente todos quienes de
una forma u otra defendían la unidad con los milicos torturadores
y el proyecto de un golpe a la peruana. Toda separación entre el
apoyo a los «peruanistas» y la tortura, a quienes eran considerados
responsables de los ilícitos, es una construcción ideológica poste-
rior, que elaboraron los escribas y justificadores. En esos años no
existía ninguna separación, era lo mismo, el golpe peruanista se
asumía como intrínsecamente represivo. ¡ERAN LOS MISMOS!
A esta altura no caben dudas de que desde viejas filas tupamaras
se ha hecho lo imposible para ocultar que la Orga fue cooptada
para colaborar con los milicos ¡hasta en la tortura!, que lo que
hoy constatamos con Huidobro, Bonomi, Mujica, Semproni,
Topolansky, Rosencof... se inició en 1972 (¡por lo menos!) con
aquella política del golpe bueno y la tortura de quienes cometían
los ilícitos económicos. Fueron esos mismos personajes quienes
dirigieron el aparato Tupamaro, o mejor dicho quienes pusieron a
todo el aparatismo tupamaro al servicio de los milicos denominados
peruanistas y de los torturadores presuntamente «buenos». Ellos y
la ideología aparatista hicieron posible la colaboración tupamara
con el «golpe peruanista» y la tortura «justificada».
Se nos dirá, durante años, que de aquello no quedó nada, que
quienes ganaron no fueron los amigos de Huidobro, sino los otros,
es decir «los fachos» y por eso el terrorismo de Estado fue peor que
nunca y hasta ellos mismos pagaron con las peores condiciones de
represión, aislamiento, tortura. Sin dudas los oficialistas Tupas se
420  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

equivocaron en su optimismo y la represión fue terrible, también para


algunos de ellos: a las mujeres y hombres de la dirección Tupamara
los consideraron como rehenes y a muchos de ellos le hicieron todo
tipo de atrocidades para destruirlos como seres humanos.
Además, sobre los «rehenes» hay que distinguir entre lo que su-
cedió realmente y la historia oficial Huidobrezca, la que hicieron
los oficiales de Artigas y otras sectas. Hasta el día de hoy la historia
oficial no puede explicar porqué en la lista que la Orga promovía, se
incluía sólo a hombres y se olvidaba sistemáticamente las rehenes
mujeres que por muchas razones fundamentadas en los testimonios
no la pasaron igual, sino todavía peor. Tampoco parece creíble
que se hayan igualado tanto la condición de «los rehenes» como
difundía el aparato, en el interior y exterior del país, sobre todo
entre quienes no aceptaron la colaboración como Sendic y quienes
promovían y continuaron luchando por los «oficiales progresistas».
Por si eso fuera poco, viejos militantes como Ricardo Perdomo
también criticaron esa etiqueta de «rehenes», desarrollada por el
aparato oficial, como si fuera sinónimo de que fue a ese grupo
oficial que trataron peor. Sin dudas hubo compañeras y compa-
ñeras a los que se les sometió a peores torturas que a los «rehenes»
que oficializó el aparatismo. Es decir que hoy no se sabe hasta
qué punto el tratamiento de «rehenes» tocó a TODAS las vacas
sagradas de las negociaciones, como han señalado varios compa-
ñeros públicamente. ¿Es que los grandes milicos, compañeros de
Huidobro lo abandonaron totalmente o siguió conspirando con
ellos durante todos estos años? ¿Siguieron aportando información
y calificando la peligrosidad de los compañeros durante todos esos
años y fueron tratados mejor? ¿Porqué siguen tan enterrados los
documentos históricos sobre todos esos asuntos?. Por supuesto que
no tengo elementos para pronunciarme sobre ello. Solo rechazo
que se utilice el trato supuestamente recibido por ellos, para jus-
tificar lo injustificable.
Considero, por el contrario, fundamental preguntarse: ¿había
realmente dos líneas contrapuestas en el ejército? ¿o todo el pe-
ruanismo fue verso? ¿no habrá sido una táctica de inteligencia
militar? ¿Había una lucha contra la oligarquía y el imperialismo
en el ejército o fue solo una maniobra de la represión victoriosa,
Apéndice: Testimonio de Ricardo |  421

aunque utilizase, evidentemente contradicciones humanas? No


se trataba de lo mismo que siempre: ¿del interrogador malo y el
interrogador bueno que existe hasta en el más pelotudo de los
interrogatorios de comisaría? ¿No será que la política del capital y
el imperio es, en última instancia, una sola y que desde el 72/73 en
adelante se necesitaba el terrorismo de Estado aunque incluyera,
el torturador bueno y malo, y la diversión «peruanista»? Y si nos
preguntamos enserio ¿qué fue el peruanismo mismo en el mismo
Perú, y que quedó del mismo?
De ahí que resulte tan cínico y ridículo que cuando se habla de
porqué hubo presos que torturaron junto a los milicos, que desde
el poder se vuelva a intentar utilizar, OTRA VEZ, a Amodio Perez
como chivo expiatorio. Antes, aprovechando la volada y que no
estaba, le agregaron todas las cantadas habidas y por haber, cu-
briendo hasta alguna «¡cosita!» que en realidad habían entregado
ellos, como la «cárcel del pueblo». Ahora que se habla de tortura
patrocinada por ellos para perseguir «los ilícitos» se inventa que
Amodio habría torturado o contribuido a la misma. ¡Hasta para
eso se cagaron en la separación de poderes e impusieron su vergon-
zoso procesamiento! ¿Hasta cuando el expediente Amodio puede
esconder la verdad?
Algunos solo insisten en que en realidad Amodio es más traidor
porque habría acordado su salida por la cantidad de compañeros
entregados, pero no pueden ocultar que muchos de ellos... también
entregaron compañeros y que los otros evitaron las torturas gracias
a «las negociaciones» (en realidad capitulaciones) y porque en el
fondo las dirigieron hacia otras víctimas como las de los «ilícitos
económicos». La afirmación de que Amodio sería peor como traidor
que todos los que obedecieron a la dirección oficial de la Orga, a
Huidobro, Marenales, Rosencof, Mujica... es antes que nada una
afirmación aparatista e inmediatista, en la que se complacen los
aparatistas mismos.
Puede que sea verdad que eso fue más destructivo, pero solo
para el aparato en sí, que lo que hizo Huidobro, en el sentido que
lo que hizo éste mantuvo una cierta unidad ante el caos en vez de
provocarla. Pero mientras el primero solo obraba en la destrucción
del aparato y concierne principalmente a quienes estaban en ese
422  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

aparato, lo de Huidobro y sus socios tuvo un peso contrarrevolu-


cionario mucho más global, para todo el proletariado y en general,
para eliminar la lucha de la gente contra el Estado, para eliminar la
resistencia más elemental de la población a los milicos y al golpe,
para darle al golpe una pinturita «tupa» (¡como Mujica le da y le
dio al Estado uruguayo!). Fue mucho más jodido para la gente
normal y corriente que luchaba contra el Estado. En ese sentido
fue socialmente similar a lo que hizo el PC y la dirección de la CNT
de preparar y colaborar el golpe de los milicos, con el agravante
que Huidobro y los suyos pusieron a la organización misma al
servicio de los milicos, del Estado, del capital, del imperio. ¡Y que
dentro de ese proyecto de sumar el aparato Tupamaro al «golpe
bueno» empujaron a los militantes hasta el extremo de torturar!
Esto concierne a todos los que luchan contra el capitalismo y
no solo a los del aparato. La traición de los Huidobro fue una
traición mucho más fundamental y criminal CONTRA LA RE-
VOLUCIÓN MISMA.
La traición fundamental no es la traición al aparato en plena
debacle, sino la traición DEL aparato A LA REVOLUCIÓN, es la
traición que consistió en poner toda la energía organizada surgida
de muchos años de lucha por la revolución social al servicio del
enemigo, al servicio del supuesto golpe progresista, de un programa
contrarrevolucionario que incluía la tortura como método de acción.
¡Cómo no ver una continuidad con el Segundo Gobierno de
Tabaré Vazquez y la represión Estatal de hoy, al servicio del capital
mundial! ¡Cómo no ver que, a pesar de un largo paréntesis, es la
misma línea y la misma acción la de los milicos hoy que siguen
dirigiendo los Huidobro, los Bonomi, los Mujica...! No son los Amo-
dios, que dirigen a los milicos hoy, sino los Tupamaros oficialistas.
¡Los mismos que siguieron a Huidobro desde el Florida en 1972,
al gobierno represivo del Frente Amplio de hoy! ¿Qué otra cosa
podría surgir de un programa milico como el de la persecución de
los ilícitos económicos, el reformismo y un gobierno peruanista?

RICARDO
Bibliografía y fuentes

Libros consultados

• Aldrighi, Clara: La izquierda armada. Ideología, ética e identidad


en el MLN–Tupamaros. Ed. Trilce, Montevideo, 2001.
• Anguita E. y Caparros M., La voluntad, 1966-1973. Tomo I. Ed.
Norma, Bs. As., 1997.
• Araujo, Ana María: Tupamaras, mujeres de Uruguay. Ed. Des
Femmes, París, 1980.
• Araujo, Ana Mª y Tejera, Horacio: La imaginación al poder. Ed.
FCU, Montevideo, 1988.
• Armand, Émile: Individualismo anarquista y camaradería amorosa.
Ed. Etcétera, Barcelona, 2000.
• Bayer, Osvaldo: Severino Di Giovanni, el idealista de la violencia,
Ed. Legasa, Buenos Aires, 1989.
• Bañales, Carlos y Jara, Enrique: La rebelión estudiantil. Ed. Arca,
Colonia (Uruguay), 1968.
• Berterretche, Juan Luis: El comisario va en coche al muere. Ed.
Banda Oriental, Montevideo, 2000.
• Blixen, Samuel: Sendic. Ed. Trilco, Montevideo, 2000.
• Campodónico, Miguel Angel: Mujica. Ed. Fin de Siglo, Mon-
tevideo, 1985.
426  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

• Cores, Hugo: El 68 uruguayo. Ed. Banda Oriental, Montevideo,


1997.—.Uruguay hacia la dictadura. 1968–1973, Ed. EBO, Mon-
tevideo, 1999.
• Cuadernos nº 1, Ed. Los orientales, Montevideo, (sf).
• Demasi, Carlos et alii: La caída de la democracia. Cronología
documentada, Ed. FCU, Montevideo, 1996. (Obra utilizada
cuando aún era inédita, no estaba paginada y estaba firmada por
Demasi y Rico, de ahí que las referencias bibliográficas carezcan
del número de página.)
• Fernández, Gonzalo: Historia de bandidos. Montevideo, Ed.
Librosur, 1993.
• Gatti, Mauricio: En la selva hay mucho por hacer. Ed. Cidob–TM,
Barcelona, 1977.
• González Sierra, Yamandú: Los olvidados de la tierra: vida, organi-
zación y luchas de los sindicatos rurales. Ed. Nordan–Comunidad,
Montevideo, 1994.
• Harari, José, Contribución a la historia del MLN. Ed. Aube, París.
• Jorge, Graciela: Historia de 13 palomas y 38 estrellas. Fugas de la
Cárcel de Mujeres, Ed. TAE, Montevideo, 1994.
• Junta de Comandantes en Jefe: Las Fuerzas Armadas al pueblo
oriental. La Subversión. Tomo I y II. Ed. Universidad de la Repú-
blica, Montevideo, 1976.
• Junta de la Coordinación Revolucionaria: Ché Guevara, París,
1974.
• Landinelli, Jorge: 1968: la revuelta estudiantil. Ed. Banda Oriental,
Montevideo, 1989.
• Lessa, Alfonso: Estado de Guerra. Ed. Fin de Siglo, 1996.
• Mechoso, Juan Carlos: Acción directa anarquista. Una historia de
FAU. Ed. Recortes, Montevideo, 2002.
• Movimiento Revolucionario Oriental (Comité Ejecutivo, director
responsable Ariel Collazo): América Latina, Montevideo, agosto
1967 y julio de 1968.
• O’Neill, Fernando: El caso Pardeiro, un ajusticiamiento anarquista.
Ed. Testimonio. Paysandú, 2001.
• Partido por la Victoria del Pueblo: Oficina de prensa: Informaciones
y documentos, Montevideo, 1979.
• Partido Socialista: Tesis del PS. Ed. Brigada, Montevideo, 1970
Bibliografía y fuentes |  427

• Por la tierra y por la libertad. Trabajadores rurales y proceso revo-


lucionario: UTAA y el MNLT (Movimiento Nacional de Lucha
por la Tierra) Ed. Nordan–Comunidad, Montevideo, 1986.
• Prieto, R.: Trabajadores rurales y proceso revolucionario. Ed. Insti-
tuto Latinoamericano, Estocolmo, 1979.
• Rama, Carlos: Historia social del pueblo uruguayo. Ed. Comunidad
del Sur, Montevideo, 1972.
• Resumen nº 55, HIJOS de Uruguay, «Comunicado de los “vio-
lentos”», septiembre–octubre 2001. — nº 59, mayo–junio 2002.
• Rico, Álvaro: ¿Qué hacía ud. durante el golpe de estado y la huelga
general?. Ed. Fin de siglo, Montevideo, 1994.
• Rodríguez, Fernando: Actas tupamaras. Ed. Revolución, Madrid.
1982.
• Rodríguez, Héctor: 30 años de militancia sindical. Ed. TAE,
Montevideo, 1991.
• Rosencof, Mauricio: La rebelion de los cañeros. Ed. TAE, Mon-
tevideo, 1987.
• Soler, Silvia: La leyenda de Yessie Macchi. Ed. Fin de siglo, Mon-
tevideo, 2001.
• Torres, Irma y Pérez, Walter (seudónimos): La situación político–
social en Uruguay. Ed. Emancipación Obrera, Buenos Aires, 1984.
• Ulriksen, Maren y Viñar, Marcelo: Fracturas de memoria. Ed.
Trilce, Montevideo, 1993.
• Vescovi, Rodrigo: Donde el faro ilumina: vida y lucha de Rafael
Cárdenas. Ed. nóos, Barcelona, 2005.
• VVAA: De Generaciones. Lo que nos separa o nos une no es solo
tiempo. Ed. Nordan-Comunidad, Montevideo, 1971.
• VVAA: La canción de los presos. Imprenta de Lundabygdens ABF,
Lund, Suecia, 1981

Libros aparecidos tras la publicación de Ecos Revolucionarios

• Andrés, Augusto “Chacho”: Estafar un banco… ¡Qué placer! Y


otras historias. Ed. Alter, Montevideo, 2009,
• Cavallo, Mauricio: Guerrilleras. La participación femenina en el
MLN-T. Ed. Arca, Montevideo 2011.
428  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

• Fosalba, Raquel: “Una experiencia de cooperativismo integral.


Montevideo 1958-1975”. Artículo recogido en el libro En primera
persona. Testimonios desde la utopía. Ed. Ned, Barcelona, 2013.
• Juárez, Javier: Patria: una española en el KGB. Ed. Debate, Bar-
celona, 2008.
• Leicht, Federico: Cero a la izquierda. Una biografía de Jorge Zabalza.
Ed. Letraeñe, Montevideo, 2007.
• Markarian, Vania: El 68 uruguayo: el movimiento estudiantil entre
molotovs y música beat. Ed. Universidad Nacional de Quilmes,
Buenos Aires, 2012.
• Mejías, Hebert: Volvería a hacerlo. Ed. Urubú, Montevideo, 2011.
• Rey Tristán, Eduardo: La izquierda revolucionaria uruguaya, 1955-
1973. Ed. Universidad de Sevilla, Sevilla, 2005.
• Trías, Ivonne: Hugo Cores. Pasión y rebeldía en la izquierda uru-
guaya. Ed. Trilce, Montevideo, 2008.
• Trías, Ivonne y Rodríguez, Universindo: Gerardo Gatti: revolu-
cionario. Ed Trilce, Montevideo 2012.

Revistas vaciadas

• Comunidad del Sur: Comunidad nº 3, agosto de 1966; nº 20, agosto


de 1980; nº 45, noviembre–diciembre de 1984; nº 64, mayo–junio
de 1988; nº 74, marzo de 1990. Montevideo y Estocolmo.
• Encuentro, Montevideo, julio, 1988.
• FAU: Rojo y Negro nº 1 y 2. Montevideo, 1968.
• Gonzalez y Porrini: Bases de la historia uruguaya. Nuestras socie-
dades y sus contradicciones. Las clases medias y populares (1ª parte).
Ed. «las bases». Montevideo.
• Jazán, I.: La comunidad, respuesta y desafío, Montevideo, noviem-
bre de 1969 Redes (Red de Ecología Social).
• Tierra Amiga nº24, Uruguay, mayo de 1994.

Publicaciones del período 1968–1973

• Compañero (semanario de la ROE)


• Época (periódico de la izquierda independiente)
• Las cartas de la FAU
Bibliografía y fuentes |  429

• Lucha libertaria (periódico de la FAU)


• Política Obrera (periódico del esporádico Frente Obrero
Revolucionario)
• Principios (periódico de la Juventud del Movimiento Revolu-
cionario Oriental)
• Rojo y negro (publicación esporádica de la FAU)
• Surcos

Bibliotecas y organismos visitados

• Centro de Documentación y Archivo Mujer y Memoria,


Montevideo.
• Centre International du Recherche sur l’Anarchisme, Laussane.
• Centro de Estudios Latinoamericanos Interdisciplinarios,
Montevideo.
• Comunidad del Sur, Montevideo.
• Departamento de Historia de la Facultad de Montevideo.
• Federación Anarquista Uruguaya, Montevideo.
• Hemeroteca de la Biblioteca Nacional, Montevideo.
• Instituto Internacional de Historia Social (Int. Instituut Soc.
Geschiedenis), Amsterdam.

Archivo del autor

• Texto nº 1: Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales: «Ideo-


logía y programa». «Estrategia». «Táctica». «Organización».
«Síntesis», 1970.
• Texto nº 2: Anónimo: «Cono Sur de América: Balance y pers-
pectivas». «Uruguay: La huelga general de 1973, la CNT contra
el proletariado», 198?.
• Texto nº 4: Anónimo: Panfleto titulado Compañeros, (1972 o
1973).
• Texto nº 5: Grupo de Acción Libertaria.
• Texto nº 6: Álvaro Gascue, Apuntes para una historia del FER.
• Texto nº 7: Jaime: «Apuntes sobre la miseria en el medio estu-
diantil», 1993.
• Texto nº 10: 22 de Diciembre (Tupamaro), panfleto, 1971.
430  |  Acción directa en Uruguay, 1968-1973

• Texto nº 11: Anónimo, Una alternativa libertaria. El movimiento


comunitario en el Río de la Plata, 1977.
• Texto nº 12: FAU: ¿Tiempo de lucha, tiempo de elecciones?, 1971.

Obras de creadores

• Benedetti, Mario: Preguntas al azar, Ed. Arca, Montevideo, 1989.


Inventario, Ed. Visor, Madrid, 1986.
• Daniel Viglietti, Ed. Jucar, Montevideo 1987.
• Estrázulas, Enrique: Zitarrosa: el cantor de la flor en la boca, Ed.
Sedmay, Madrid, 1977.
• Martínez Vargas, Virginia:
Ácratas, documental, 1998.
Por tus ojos, documental, 1996.
• Gavras, Costa, Estado de sitio, película, 1973.
• Viglietti, Daniel. Discos:
Canciones para el hombre nuevo. Orfeo, 1968.
Canto libre, Orfeo, Montevideo, 1969.
Canciones chuecas, Orfeo, Montevideo, 1971.
Trópicos, Orfeo, Montevideo, 1973.
Por ellos canto, Orfeo, Montevideo, 1984.

Fuentes fotográficas

• Archivo Lolmos
• Archivo de Brecha
• Archivo de Carta Popular
• Archivo de El País
• Archivo de FAU
• Archivo de Cristina
• Archivo de Raquel y Anibal
• Archivo del autor
Glosario

CAT . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Comandos de Apoyo Tupamaro


CNT . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Convención Nacional de Trabajadores
ENBA . . . . . Escuela Nac. de Bellas Artes de la Universidad del Uruguay
FARO . . . . . . . . . . . . . . . . . Fuerzas Armadas Revolucionarias Orientales
FAU . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Federación Anarquista del Uruguay
FA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Frente Amplio
FER . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Frente Estudiantil Revolucionario
FEUU . . . . . . . . . Federación de Estudiantes Universitarios del Uruguay
FRT . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Frente Revolucionario de los Trabajadores
GAL . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Grupos de Acción Libertaria
GAU . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Grupos de Acción Unificadora
MAC . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Movimiento Apoyo al Campesinado
MAPU . . . . . . . . . . . . . . . . . Movimiento de Acción Popular Uruguayo
MIR . . . . . . . . . . . . . . . . . . Movimiento Independiente Revolucionario
MIR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Movimiento de Izquierda Revolucionaria
MRO . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Movimiento Revolucionario Oriental
MLN-T . . . . . . . . . . . Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros
MUSP . . . . . . . . . . . . Movimiento de Unificación Socialista Proletario
OPR 33 . . . . . . . . . Organización Popular Revolucionaria 33 orientales
PC . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Partido Comunista
PCR . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Partido Comunista Revolucionario
POT . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Partido Obrero de los Trabajadores
PS . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Partido Socialista
ROE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Resistencia Obrero Estudiantil
OLAS . . . . . . . . . . . . . . . Organización Latinoamericana de Solidaridad
UTAA . . . . . . . . . . . . . . . Unión de Trabajadores Azucareros de Artigas
CESU . . . . . . . . Coordinadora de Estudiantes Secundarios del Uruguay
FIDEL. . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Frente Izquierda de Liberación
Siglas de empresas y fuerzas armadas
CIM . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Centro de Instrucción de la Marina
FFAA . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fuerzas Armadas
FFCC . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Fuerzas Conjuntas
FUNSA. . . . . . . . Fábrica Uruguaya de Neumáticos Sociedad Anónima
JCJ . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Junta de Comandantes en Jefe
UTE . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . . Usinas y Teléfonos del Estado
Índice

Presentación 7
Principales acontecimientos de 1968 a 1973 11
Antecedentes 11
1968: La resistencia mundial al capital, también en Uruguay 13
1969: Brechas por todas partes en la nave del Estado 16
1970: Euforia combativa y contrapoder 22
Un símil en los años treinta: el ajusticiamiento del comisario Pardeiro 28
1971: ¿Acción directa o tregua electoral? 30
1972: «Guerra Interna» 39
1973: Golpe de Estado y huelga general 46
Características principales del período 1968‑1973 y de los luchado-
res sociales 54
Tendencias anarquistas 61
Aclaración sobre las tendencias
anarquistas en Uruguay 61
Federación Anarquista del Uruguay (FAU) 63
Fundación 63
Escisión 66
Programa, participación y ámbitos de influencia 73
Resistencia Obrero Estudiantil (ROE) 76
Organización Popular Revolucionaria 33 (OPR-33) 85
La «escuelita», lucha armada y prácticas anarquistas 88
Secuestro de Molaguero 93
Escuela Nacional de Bellas Artes 96
Comunidad del Sur 100
Orientación política 104
Convivir en comunidad 107
Otras tendencias radicales y rupturistas 111
Movimiento 22 de Diciembre (Tupamaro) 111
Crítica al aparatismo y militarismo del MLN–T 115
Los sinpartido 127
Contra el latifundio y el alambrado 131
Lucha radical en el medio estudiantil 136
Oposición al Partido Comunista 141
La tendencia combativa 148
Formas de lucha 159
Acción directa 162
Huelgas y ocupaciones de centros de trabajo y estudio 166
Participación de vecinos, artistas, etcétera 169
Estructuras para la acción y sabotajes 174
Manifestaciones y enfrentamientos con la policía 178
Expropiaciones 185
Lucha armada 189
Violencia revolucionaria 190
Preparación y entrenamiento guerrillero 194
Armas de fuego 197
Propaganda armada 202
Cárcel del pueblo 204
Alcantarillado 208
Medidas de seguridad 210
Clandestinidad 214
Fugas de prisiones 224
Programa, publicaciones y consignas 238
Democracia y dictadura: el sostén del Estado 247
La lucha transforma la vida cotidiana 267
Jerarquía y autodisciplina 274
Género y militancia 278
Amor en tiempos de lucha 290
Anexos 313
Glosario Militante 313
Lista de testimonios 322
Reseña biográfica de algunos entrevistados 323
Guión orientativo para las entrevistas 334
Apéndice 341
Presentación 341
Ángela Álvarez. Militante revolucionaria, nunca oficialista 344
Introducción 344
Frente Amplio 346
El 26 de Marzo 352
Barrio, Tupamaros y discrepancias organizativas 356
Acción autónoma y coordinadora 364
Reforma o revolución 369
Tupas, filobolches y sectarismo 374
Con Sendic 379
Hacia la supuesta «guerra» 384
La encerrona 390
La caída y la versión de los milicos: «La Guerrilla» 396
Sectarismo y colaboracionismo Tupa 403
Sobre los tupamaros «torturadores» y otras traiciones 411
Bibliografía y fuentes 423
Glosario 433
Este libro ha sido finalizado durante
julio de 2019 en Rosario, Argentina.

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