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Jeremías, era hijo de Hilcías, Jeremías era un profeta del pueblo sacerdotal de Anatot
y posiblemente descendiente de Abiatar. El nombre de este profeta, su significado es
hipotético, pero en las probabilidades puede que sea “Jehová exalta”. Más se sabe de
la vida personal del profeta que de ningún otro del Antiguo testamento, debido a los
indicios que nos ofrece de su pensamiento, preocupaciones y frustraciones.
Fecha
626-586 a.C. El profeta Jeremías profetizó en Judá durante los reinados de
Josías, Joaquín, Joacim y Sedequías, Su llamado se encontró en el 626 a.C. y su
ministerio continuó hasta el tiempo después de la caída de Jerusalén en el 586 a.C. El
profeta Sofonías antepuso sutilmente a Jeremías, y Nahúm, Habacuc y Abdías fueron
sus simultáneos. El profeta Ezequiel, era mucho más joven que él, y profetizó en
Babilonia entre los años 593 y 571 a.C.
Contenido
Este libro consiste esencialmente en una resumida introducción (1.1-3), una
recolección de oráculos contra Judá y Jerusalén, que Jeremías dictó a su escriba Barauc
(1.4-20.18); oráculos hacia naciones vecinas (25.15-38; caps. 46-51), sucesos referidos
a Jeremías usando la tercera persona, factiblemente por Baruc (caps. 26-45), y un
complemento histórico (cap. 52), algo parecido o idéntico a 2 Reyes 24 y 25. Las
profecías del libro de Jeremías no aparecen en un orden cronológico.
Los oráculos hacia las naciones vecinas manifiestan la soberanía de Dios sobre
todo el mundo. Todas y cada una de las naciones le pertenecen de manera que deben
rendirle cuenta.
Divisiones
El libro de Jeremías (Jer) es una de las colecciones más extensas de escritos
proféticos. Puede dividirse en tres secciones: la primera comprende del cap. 1 al 25; la
segunda, del 26 al 45, y la tercera, del 46 al 51. Cierra el libro el cap. 52, que es como
un epítome del relato de la caída de Jerusalén.
Estos capítulos (26–45) describen los dramáticos ataques de que Jeremías fue
hecho objeto, y el valor con que los soportó sin claudicar en su misión. También esta
sección contiene datos que permiten reconstruir el proceso de redacción del texto de
Jeremías (36.1–4, 27–32); además, en ella se hace referencia a Baruc hijo de Nerías,
compañero del profeta y quien a su dictado escribió «en un rollo en blanco todas las
palabras que Jehová le había hablado» (36.4).
Pero Jeremías no solamente había sido enviado para arrancar, destruir, arruinar
y derribar, sino también «para edificar y plantar». Por eso, la serie de relatos de
carácter histórico se interrumpe en los capítulos 30 a 33, para dar lugar a diversas
promesas de esperanza y salvación. Son consoladores discursos emplazados junto a los
relatos de la caída de Jerusalén y la descripción de los padecimientos de Jeremías, que
ponen de relieve la necesidad de que el pueblo, aún en medio de las más desdichadas
circunstancias, mantenga firme su confianza en el Señor y en su misericordia.
Entre tales promesas de salvación destaca con luz propia el anuncio de que Dios
va a restablecer con Israel la relación que el pueblo había perdido a causa de sus
infidelidades. Aquel antiguo pacto va a ser sustituido por otro, por un pacto nuevo no
grabado en tablas de piedra: «Pondré mi ley en su mente y la escribiré en su corazón;
yo seré su Dios, y ellos serán mi pueblo» (31.33). El anuncio de este nuevo pacto
encuentra un eco preciso en las palabras que Jesús pronunció la noche de «la última
cena» (Mt 26.27–29; Mc 14.23–25; Lc 22.20) y también en la epístola a los Hebreos
(8.7–13).
La tercera parte del libro de Jeremías (cap. 46–51) está formada por un
conjunto de mensajes contra las naciones paganas del entorno palestino, mencionadas
esencialmente en el mismo orden, de Egipto a Babilonia, en que a manera de
introducción aparecen en 25.15–38. Sin embargo, también incluyen anuncios de
salvación para algunas de esas naciones.
Cierto es que la actividad del profeta tenía a Judá y Jerusalén como primer
término de su compromiso, pero en su predicación no podía olvidar la realidad de los
pueblos vecinos y el importante significado de su presencia en el transcurso de la
historia de Israel (27.1–3). Además, los mensajes que Jeremías les dirige son
testimonio de la profunda convicción que lo anima y con que declara que Jehová no es
solo el Dios de Israel, sino de todo lo creado; no solo es el Señor de una historia
particular, como la del pueblo elegido, sino que él rige la historia de todas las naciones
y de todo lo que es y existe.
El cap. 52, último del libro, es una especie de apéndice histórico que reproduce
con algunas variantes el relato de 2R 24.18–25.30 sobre la caída de Jerusalén. Esta
narración, así introducida, demuestra la autenticidad del ministerio de Jeremías,
confirmado por el Señor mediante los hechos que dieron pleno cumplimiento a la
palabra del profeta.
Trascendencias
Jeremías inicio su ministerio en el reinado de Josías, un monarca que logró postergar
temporalmente el juicio avisado por Dios debido al abominable gobierno de Manasés.
Los sucesos se aceleraban en el Medio Oriente. Josías había encabezado una reforma
que comprendía la destrucción de los “Lugares altos” consagrados al culto pagano en
toda Judá y Samaria. La reforma incluso, tuvo consecuencias permanentes sobre el
pueblo. Asurbanipal, el último rey asirio, murió en el 627 a.C., Asiria se aminoraba,
Josías extendía sus territorios hacia el norte, y Babilonia bajo Nabopolasar, y Egipto
bajo Necao, estipulaban de impedir su preeminencia a Judá.
En el 609 a.C. Josías fue murto en Meguido en el momento que trato de impedir que el
Faraón Necao asistiera en auxilio del remanente Asirio. Los hijos de Josías que eran
tres: ( Joacim, Joacaz y Sedequías) y un nieto (Joaquín) le sobrevinieron en el trono.
Jeremías vio como erraban en la política estos reyes y se dirigió a ellos para hablarles
del propósito de Dios para Judá, sin embargo ninguno de ellos quiso escuchar las
advertencias. Joacim contrajo una actitud obviamente hostil contra Jeremías y tomo y
destruyó uno de los manuscritos que éste le envió rasgando el texto y echando los
pedazos al fuego. Sedequías actuó como un gobernante débil e indeciso que en
ocasiones solicitaba los consejos de Jeremías, pero en otras oportunidades dejaba a
sus enemigos que los maltrataran y lo enviaran a la cárcel.
El Mensaje de Jeremías.
Desde el comienzo, 20 años antes de que el conflicto se decidiera, Jeremías insistió
incesantemente en que Babilonia triunfaría. A través de todas sus quejas amargas e
incesantes contra la maldad de Judá, recurren a cada momento estas ideas:
El mensaje de salvación
Lo primero que hay que decir es que Jeremías predico salvación. Lo hizo en
todos los tiempos y de modos distintos. Salvación predicaba cuando se alegraba de la
re unificación de los reinos, especialmente de la vuelta de Israel, cuando exigía
conversión a Judá, cuando le invitaba a aceptar el yugo de Nabucodonosor o cuando se
refería a los desterrados en Babilonia. Era parte de su misión, expresada con los verbos
"edificar y plantar".