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L e c c ió n 4

Generalidades

I. La ju s tific a c ió n y necesidad de u n a
TEORÍA JURÍDICA DEL DELITO

El Derecho penal es el elemento de represión más poderosa con el que cuenta el


Estado, y es por esta sencilla razón que necesita un grado mayor de sistematización,
con base a una serie de criterios de carácter lógico que permitan llevar a cabo una
interpretación de coherente, ordenada y, por sobre todo, uniforme. Dicha represión
busca un control social, la cual, como lo señala Velásquez, se presenta como una de
las condiciones básicas para asegurar la supervivencia de las modernas organizacio­
nes estatales, entendiendo por éste el conjunto de medios, precisamente sociales o
con repercusiones de esa índole, para ordenar y regular el comportamiento humano
externo no solo estableciendo los límites de la libertad, sino también socializando a
sus miembros.
Es por este motivo que se crea la teoría del delito, para describir, de forma
ordenada, la serie de supuestos que se deberán concurrir para que pueda ser posible
la aplicación de una sanción de naturaleza penal o pena. Es para estos efectos que
se debe llevar a cabo un análisis respecto a “las consecuencias que se derivan cuando
dichos elementos se aprecian o están ausentes” (Ferré/Núñez/Ramírez). En este sen­
tido, la teoría del delito tiene distintas funciones que le son propias y que justifican
su aplicación, estas son:
a) Constituir un elemento que establece seguridad jurídica, pues señala las
pautas a las que se someten los miembros de la sociedad.
b) Garantizar los Derechos fundamentales del individuo frente al poder arbi­
trario del Estado.
c) Permitir estructurar racionalmente las causas de exoneración de responsabi­
lidad penal.
d) Permitir la aparición de una jurisprudencia racional y uniforme.
En síntesis, el cometido fundamental de la teoría de la conducta punible es el
estudio de las características comunes que debe reunir cualquier acción para que

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pueda ser considerada como susceptible de punición por medio de una construcción
coherente y armónica del Derecho penal, que reúna las notas de racionalidad, objetivi­
dad e igualdad, y propenda por el afianzamiento de la seguridad jurídica (Velásquez).

II. D is tin to s sistem a s p l a n t e a d o s p o r la d o c t r in a

2.1. Sistema de Liszt-Beling. Tesis causalistas naturalistas

El sistema de Liszt-Beling, considerado como el sistema clásico, encuentra sus


bases en el positivismo jurídico y establece que el delito constituye una acción, la cual
posee las características de ser típica, antijurídica y culpable. Dichas categorías se han
impuesto de forma mayoritaria dentro de la ciencia jurídico-penal de origen germánico.
Von Liszt estableció como punto inicial el concepto de acción desde una pers­
pectiva naturalísitca. En este sentido, la acción consiste en un acontecimiento que se
desarrolla en un espacio físico consistente en un movimiento corporal y que lleva a
cabo una modificación del mundo exterior perceptible por medio de los sentidos. En
este sentido, entre la acción y el resultado siempre debe existir una relación causal.
Por otro lado, la gran mayoría de las acciones son realizadas conforme al Derecho,
razón por la cual para el Derecho penal solo resultarán relevantes aquellas acciones
que posean un carácter prohibido, es decir, aquellas acciones que producen desvalores
de resultado, las cuales recibirán el nombre de acciones antijurídicas. Respecto a la
antijuridicidad, “la base de lo prohibido o injusto era la lesión o puesta en peligro de
bienes jurídico-penales” (Vargas), por lo cual el concepto de antijuridicidad destaca
aquellas acciones que resultan estar prohibidas de forma general por el Derecho,
pero que son permitidas por el ordenamiento en un marco particular por medio de
causales de justificación.
En el caso de la acción y de la antijuridicidad, se debe realizar un análisis pe­
nalmente objetivo y externo sobre el hecho que se ha cometido, pues el primero se
limita a constatar la relación causal entre la acción y el resultado, y el segundo solo
analiza que el resultado no esté amparado por una causal de justificación. Sin perjuicio
de lo anterior, también debe realizarse un análisis respecto del elemento subjetivo del
autor que ejecutó el delito por medio de un juicio de desvalor que recibe el nombre
de culpabilidad, en el cual se consagran todos y cada uno de los elementos de carácter
subjetivo, dentro de los cuales es posible distinguir dos esenciales: la relación psicológica
del autor con el delito que ejecutó y, por otro lado, la imputabilidad.
Respecto a esta relación psicológica, es necesario señalar que puede configurarse
en alguna de las siguientes formas:
a) Conducta dolosa: Esta se presenta cuando el autor del delito conoce la con­
ducta y quiere realizarla (dolo directo) o aceptando las consecuencias de los actos (dolo
eventual).

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b) Conducta imprudente (culpa): Se presenta en aquellos casos en que el autor


del delito ejecuta su acto mediando negligencia.
Por su parte podemos señalar, de forma general, que la imputabilidad constituye
aquella capacidad que debe poseer el sujeto que comete el delito para que se pueda
entablar la ya mencionada relación psicológica. Quienes no poseen dicha capacidad
son considerados como sujetos inimputables.
Sin perjuicio de lo señalado por Von Liszt, su discípulo Ernst Beling señala que
resulta necesario incorporar un elemento que debe ir ubicado entre la acción y la
antijuridicidad: el tipo. El tipo para Beling, es la descripción que realiza el legislador
de un hecho sin valoración alguna sobre la conducta del sujeto activo, entonces hace
referencia a elementos externos u objetivos.
En síntesis, para esta escuela el delito es una acción que se encuentra confor­
mada por dos partes: una parte objetiva, que se refiere al tipo y a la antijuridicidad
propiamente tal, y, por otra parte, una dimensión subjetiva del delito, se refiere a la
culpabilidad que le cabe al sujeto que cometió el injusto penalmente relevante.

2.2. El causalismo valorativo (neokantismo)

Si bien esta escuela conserva la estructura propia del delito planteada con ante­
rioridad por Von Liszt y Beling, el causalismo valorativo realiza importantes cambios
al interior del concepto de la teoría del delito al seguir una orientación metodológica
subjetivista que indicaba que el conocimiento estaba determinado por las categorías
ap riori de la mente del sujeto: el sujeto (método) determina el objeto (conocimiento)
(Velásquez).
Sobre el concepto de la acción, la teoría anteriormente planteada no contemplaba
ningún tipo de juicio de valor, pues solo se estudiaba una descripción objetiva del
comportamiento que produjera el resultado. En contraposición, el causalismo valo­
rativo reconoce que el hecho tiene juicios de valor cuando se contrasta con el análisis
de la antijuridicidad, con la tipicidad y la culpabilidad. En este sentido, se toma a la
acción como “comportamiento voluntario” (R. Von Hippel), o “la realización de la
voluntad” (Mayer).
Adicionalmente, consideran que la concepción clásica, al tomar la acción como
el simple movimiento corporal, deja de lado las conductas omisivas. Por ello el cau­
salismo valorativo señala que en los casos de los delitos omisivos es necesario, para
poder sancionarlos, la introducción de una valoración de dicha conducta, ya que a su
juicio no resulta ser suficiente el hecho de observar la modificación de la realidad. Por
esta razón señala que se debe acudir a un nuevo concepto de carácter valorativo que
dice relación con la acción esperada por parte del sujeto que comete el delito omisivo.
En cuanto al concepto de la tipicidad, debía ser entendida como una adecuación
de carácter objetivo de la conducta al hecho descrito en tipo penal. Sin embargo,
posteriormente se acepta que es posible advertir que gran parte de los tipos penales

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establecen algunos elementos de carácter subjetivos, como lo es el ánimo de lucro


que debe concurrir en los casos de los delitos de hurto.
Por otro lado, la antijuridicidad, junto con el tipo, conforma el injusto penal.
En este sentido, nos encontramos con el surgimiento de la interpretación teleológica,
la cual se realiza sobre el bien jurídico penal, criterio que se mantiene hoy en día. Lo
anterior significa que la antijuridicidad deja de ser concebida desde el punto de vista
meramente formal como una oposición a la norma jurídica, sino que de la finalidad
de los tipos penales se debe deducir de ésta, entendida en su sentido material como
dañosidad social (Zimmerl). Lo anterior trajo como consecuencia que la antijuridi­
cidad se convierte en un elemento predominante para el análisis del injusto, el cual
resultaba medible según la gravedad del bien jurídico lesionado; mientras que el tipo
penal quedaba convertido en un instrumento auxiliar de aquella y, por ende, la nota
de la tipicidad pasaba a un segundo plano (Velásquez).
En cuanto a la relación con la culpabilidad, se agrega un criterio de carácter
valorativo, naciendo de esta manera el concepto de la reprochabilidad. Dentro de este
contexto, la culpabilidad constituye un concepto de carácter normativo consistente
un juicio de reproche que se formula en contra de quien pudiendo haber actuado de
una determinada manera (conforme a la ley) ha decidido obrar de una forma diversa
afectado al orden social, añadiendo la exigibidad de la conducta conforme a derecho
como elemento de la culpabilidad.
Por último, se plantea la relevancia jurídica que posee el error de prohibición. Este
elemento posee la característica fundamental de excluir al dolo del actuar del sujeto que
sufre el error, razón por la cual en dichos casos corresponde sancionar dicha conducta
no como un delito doloso, sino que más bien como un delito de naturaleza culposa.

2.3. Finalismo

Realiza un análisis del delito construido sobre la base de estructuras lógico-onto-


lógicas (válidas en todo tiempo y lugar), centrándose en el concepto de acción final y
no exigibilidad de otra conducta. Así, el concepto de acción consistiría en el ejercicio
de una actividad de carácter final (acción final), colocando como punto central los
objetivos de la acción establecidos por el sujeto y no tanto la causalidad. Lo anterior se
explica porque esta escuela establece que la acción se trata de una conducta propia del
ser humano, por lo que el delito solo podrá ser cometido por ellos, y no por los anima­
les, en este sentido, la finalidad, los objetivos que se traza el individuo al actuar, es lo
que diferencia la acción humana del resto de procesos naturales (no la causalidad); y el
hombre, como ser racional, puede intervenir en los procesos causales a partir de los fines
que se establezca. Lo anterior constituye un traslado de los elementos subjetivos dolo y
culpa de la culpabilidad a la tipicidad y la antijuridicidad, como se verá a continuación.
Así, el tipo que indique el delito deberá establecer, de forma necesaria, una serie
de elementos de carácter subjetivo y no solo objetivos como lo planteaban las teorías

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anteriores. El tipo objetivo está constituido por la acción típica, el nexo causal, el
resultado y los elementos normativos y descriptivos; mientras que el tipo subjetivo
son el dolo y la culpa que son trasladados desde la culpabilidad. Lo anterior se debe a
que la ley busca regular conductas que de una u otra forma van unidas con la inten­
ción del sujeto activo y el dolo será la finalidad del sujeto, el cual debe dirigirse a la
realización de los elementos objetivos del tipo.
Ahora bien, la conducta resulta ser antijurídica cuando contradice el imperativo
que contiene la norma independientemente del resultado, es decir, se realiza un análisis
del desvalor de la conducta que materializa lo prohibido o injusto de tal forma que al
analizar las causales de justificación se debe constatar la presencia de elementos subje­
tivos. Entonces, al añadirle un elemento subjetivo a la tipicidad y a la antijuridicidad,
la finalidad deja de estar en la culpabilidad (Vargas).
Respecto la culpabilidad, se establecen dos tipos de conocimiento de la acción:
a) El dolo natural: Este consiste en la conciencia que debe poseer el sujeto
respecto de lo que está haciendo.
b) Conciencia de antijuridicidad: El conocimiento que debe poseer el sujeto de
que el hecho que está ejecutando se encuentra prohibido por el Derecho, es decir, la
conciencia de la ilicitud.
La escuela finalista realiza una distinción entre ambos, situando al dolo natural
dentro del tipo subjetivo del delito (el tipo objetivo corresponde a la manifestación ex­
terna de la acción), mientras la conciencia de antijuridicidad se mantiene al interior de
la culpabilidad. Cabe destacar que la importancia de esta diferenciación radica en que,
como lo señala Welzel, resulta ser suficiente aquel conocimiento de carácter potencial
sobre la prohibición del ejercicio de una determinada acción, concepto que “resultará ser
distinto al del conocimiento actual que se exige para el dolo” (Ferré/Núñez/Ramírez).

2.4. El funcionalismo moderado.


Planteamiento teleológico de Roxin

Respecto a la teoría del delito, Roxin le otorga orientación de carácter político-


criminal, desarrollado en función de los fines de la pena e introduciendo dos com­
ponentes complementarios como son la imputación objetiva y la responsabilidad.
El punto de partida es el concepto de acción entendido como manifestación de la
personalidad que comprende todas las conductas dolosas e imprudentes, pues es “todo
lo que puede atribuirse a un ser humano como centro anímico-espiritual de acción”.
La diferenciación de carácter histórico existente entre la tipicidad y la antijuri­
dicidad pierde parte de su relevancia. Esto se debe fundamentalmente a que se lleva
a cabo un juicio único de valor sobre hecho cometido por el sujeto que se ubica bajo
el rubro de injusto. Entonces tipo y antijuridicidad están dentro del injusto, lo cual
conduce a un sistema bipartito del delito, que implica que para determinar si una
conducta es delictiva solo debe constatarse el injusto y la culpabilidad.

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Ahora bien en cuando ala tipicidad, constituye el elemento positivo del injusto,
pues a través de ésta se constata la realización o no realización de la conducta man­
dada o prohibida (tipo). Por otra parte, se desarrolla de forma amplia de la teoría de
imputación objetiva (véase Segunda Parte, Lección 6, V). Así, concibe la imputación
objetiva como un conjunto de reglas construidas sobre valoraciones jurídicas en virtud
de las cuales se puede atribuir un resultado al agente cuando se genera la producción de
un peligro o riesgo no permitido que se establece dentro del ámbito de protección de
la norma, cambiando el paradigma de la relación de causalidad para unir la tipicidad
con la acción. Lo anterior implica hacer un examen de la conducta en tres niveles: a)
si la conducta ha creado un riesgo jurídico penalmente relevante para el bien jurídico
(carácter disvalioso del comportamiento realizado por el agente); b) si ese riesgo se ha
concretado en el resultado (la conducta realizada por el sujeto es constitutiva de ten­
tativa o de hecho consumado); y, c) si el resultado queda cobijado dentro del ámbito
de protección de la norma (interpretación de los tipos penales discutidos, con base
en consideraciones político-criminales) (Velásquez).
Por su parte, la antijuridicidad se limita constatar en la acción típica concreta
la presencia o no de causales de justificación, las cuales deben estar ausentes para que
se pueda hablar de delito. En otras palabras, mientras el tipo fundamenta el injusto,
la antijuridicidad lo excluye, por ello se toma como un elemento negativo del tipo.
Por otra parte, el dolo debe comprender el conocimiento de los diversos presupuestos
fácticos de las causas de justificación, razón por la cual el error sobre éstos constituiría
un error de tipo.
Finalmente, la culpabilidad debe ser entendida como parte de un concepto
aún más amplio llamado responsabilidad, que incluye, además de la culpabilidad, la
necesidad preventiva de pena (general y especial). Ello surge a raíz de que esta cate­
goría busca determinar si el sujeto individual merece una pena por el injusto que ha
realizado, para lo cual se debe tener en cuenta no sólo la posibilidad de reprochar el
comportamiento del sujeto según su estado mental y anímico, sino también (y eso
coherente con el enfoque político-criminal de la teoría) los fines de la pena que se
deducen de la ley. Así, se restringe el uso del Derecho penal a lo indispensable social­
mente, pues además de analizar el estado anímico del autor, se estudia si es necesario
sancionarlo penalmente según las directrices político-criminales del modelo de Estado.

2.5. Modelo funcionalista radical o sistemático

Este modelo es creado por Jakobs, que lo fundamenta en las siguientes premisas:
a) La sociedad no está compuesta por sujetos, sino por comunicaciones entre
sujetos.
b) Las normas jurídicas no tienen por misión dirigir conductas, sino asegurar
las expectativas de conductas y asegurar los valores ético-sociales.

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c) Los elementos naturales del delito, como la relación de causalidad, deben ser
reemplazados por criterios puramente normativos.
Según los criterios planteados por Jakobs el delito constituye una expresión que
deja constancia de la inexistencia, desvalor y falta de vigencia de la norma penal,
por ello el Derecho penal y en particular la pena poseerán la misión de mantener y
resguardar el orden social por medio de la confirmación de la vigencia de la norma
violada. En este sentido, Vargas sostiene que las tesis funcionales se basan en el
cumplimiento de la norma y su infracción explica la pena que viene a confirmar su
vigencia, lo cual es desarrollado por Jakobs a partir de una idea preventiva general
positiva del Derecho penal, donde la pena comunica a la generalidad que se puede
seguir confiando en la vigencia de las normas a pesar del delito.
Dentro de este contexto la conducta que interesa al Derecho penal no será aquella
que sea susceptible de producir procesos causales nocivos, sino que será aquella capaz
de provocar una contradicción con la norma y desautorizar su poder y vigencia. De
esta forma surge la teoría del tipo unitaria, la cual trata de forma conjunta tanto a
los delitos de carácter activo, como a los delitos de carácter omisivo porque ambos
consisten en realizar una conducta prohibida,
Respecto la tipicidad, la imputación objetiva se encontrará fundamentada nor­
mativamente sobre la base de distintos ámbitos de competencia, los cuales pueden
darse de dos formas distintas:
a) La competencia por organización: Esta competencia consiste en la constitución
o creación de riesgos por parte de cualquier sujeto que forme parte de la sociedad.
b) La competencia institucional: Se trata de todos aquellos riesgos que surjan
a partir de instituciones que poseen un valor básico y fundamental para la correcta
estructura y armonía de la sociedad.
En cuanto a la antijuridicidad, no resulta ser tanto la lesión de bienes jurídicos,
pues su teoría se ocupa es la oposición de la norma, sino más bien el análisis del deber
de cuidado del sujeto.
Del mismo modo debemos señalar que Jakobs señala que la culpabilidad adquiere
relevancia al interior de la prevención de carácter genera positiva, constituyendo “la
categoría sistemática que concentra todos los elementos que permiten que una con­
ducta lesione la vigencia de la norma” (Ferré/Núñez/Ramírez).

III. E l co n cep to de d elito en la le g is la c ió n c h ile n a :


C o m e n tario a l a r tíc u lo 1 ° CP

3.1. Historia de la norma

El artículo 1° de nuestro CP se inspiró en el artículo I o del CP español, nor­


ma que sufrió dos grandes modificaciones, las cuales también fueron consideradas

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dentro de nuestro CP. Su primera modificación fue un cambio más bien formal, que
consistió en excluir la definición referente a las faltas que en este se hacía. Su segunda
modificación fue el cambio de la voz “hechos” por la voz de “delito”. Esta última fue
realizada a solicitud del comisionado Gandarillas, ya que la entendía necesaria para
comprender dentro de los delitos tanto a las acciones como a las omisiones, las cuales
hubiesen quedado afuera del concepto de hecho punible de haberse conservado tan
solo la voz de “hechos”.

3.2. Objeto del artículo 1° CP

La discusión se centra en determinar si el artículo 1° del CP solo hace referen­


cia a los delitos dolosos, o si este también abarca a los delitos culposos o cuasidelitos
tratados en el posterior artículo 2°. La mayoría de la doctrina ha establecido que la
voluntariedad del sujeto a la que se hace referencia en el artículo 1 se identifica, al
menos en cierta medida, con el dolo, por lo que el artículo I o tan solo se refiere a los
delitos dolosos, dejando de lado por lo tanto la opción de que este artículo abarque
a su vez a los delitos culposos o cuasidelitos.
A su vez, en especial Bunster, Politoff y Rodríguez Devesa, han establecido que es
necesario, en virtud a lo señalado en los artículos 1° a 4o del CP, realizar un tratamiento
separado y paralelo entre los delitos y cuasidelitos. Para ello la doctrina se ha basado
en la historia de la norma, en donde la Comisión Redactora del CP estableció que
los cuasidelitos no estaría tratados en el artículo 1°, pero que era necesario incluirlos
para evitar, entre otras razones, la afectación del régimen de numerus clausus, el cual
implica que sólo se castiga el número de delitos que la ley dispone, constituyendo de
esta manera una clara y marcada diferencia entre el Código chileno y el Código español.
Por otra parte la opinión disidente, en particular la planteada por Ortiz Muñoz,
establece que el concepto de delito establecido dentro de la Ley chilena se desprende
en realidad del análisis conjunto de los artículos I o y 2 o del CP, ya que el primer
artículo solo se refiere al elemento objetivo común, y el segundo al elemento subjetivo,
haciendo la distinción entre el dolo o malicia y la culpa. Contra este punto de vista
se hicieron valer diversas críticas, dentro de la cual se destaca la hecha por Bunster,
Bustos/Soto, RivacoBa, quienes hicieron presente que el concepto planteado por Or­
tiz Muñoz da como resultado una exigencia superflua de la voluntariedad, ya que en
virtud de los alcances limitados plantados por este autor, se debería entender incluida
dentro del concepto de acción u omisión.
Dentro de las mismas teorías disidentes, encontramos la planteada por Bustos
y Soto, quienes consideran que la voluntariedad es sinónimo de libertad e inteli­
gencia, es decir, es equivalente a una culpabilidad en el sentido restringido, la cual es
un elemento común para todo delito. De esta forma mientras el artículo 1° establece
qué se entiende por delito en sí, el artículo 2° establece los distintos tipos de delitos
existentes (culposo y doloso).

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3.3. Concepto de delito

Por ser insuficiente la definición contenida dentro del artículo 1° del CP se hace
remisión a una definición doctrinal que entiende que el delito es aquella conducta
(ya sea acción u omisión) típica, antijurídica y culpable. A partir de esta definición
se abordan diversos temas como lo son la tipicidad objetiva dentro de los delitos de
acción, omisión y de resultado y las cuestiones relativas al nexo causal y a la imputa­
ción objetiva del resultado.
Velásquez asegura que el concepto de delito debe estudiarse desde el ángulo del
derecho positivo, esto es, formalmente, entendiendo por tal como toda conducta
humana que el ordenamiento jurídico castiga con una pena, de tal forma que se res­
pete el principio nullapoena sine lege. En este sentido, a la definición formal debe una
doble valoración negativa: desvalor sobre el hecho o injusto que abarca el desvalor de
la acción (transgresión de valores ético sociales) y el desvalor de resultado (lesionar o
poner en riesgo un bien jurídico); y desvalor sobre el autor o culpabilidad que se refiere
a un juicio de reproche. Sin embargo, no deben descartarse los conceptos materiales
de delito ya que la génesis de la nocividad social de ciertos comportamientos que son
la base de las prohibiciones y de los mandatos penales posee un sustrato material.

3.4. Estructura del delito

a) El delito debe ser conducta que se concreta en una acción u omisión prove­
niente, por regla general, del ser humano.
b) La acción u omisión debe estar adecuada a un tipo penal, es decir, debe
afectar a alguno de los bienes jurídico-penales protegidos por la ley, en la forma o
modo establecidos en la misma ley. Este requisito se deduce de la voz del artículo I o
que señala que la conducta debe ser “penada por ley” y de la norma constitucional
del art 19 N° 3, inciso 9°, que establece que “ninguna ley podrá establecer penas sin
que la conducta que se sanciona este expresamente descrita en ella”. El tipo no debe
confundirse con la tipicidad, pues mientras el primero se refiere a la descripción
abstracta que el legislador realiza en la norma penal del comportamiento delictivo, la
tipicidad se refiere a la adecuación o subsunción de la conducta concreta dentro del
tipo.
c) La conducta típica debe ser antijurídica, es decir, contraria al ordenamiento
jurídico; por lo tanto no constituye delito aquella conducta que, estando tipificada
en la ley, se encuentra autorizada por una norma permisiva del mismo ordenamiento
jurídico. Dentro de este punto toman vital importancia las causales de justificación,
en virtud de las cuales se lleva a cabo una acción típica justificada.
d) Debe existir culpabilidad por parte del autor, ya que debe poder realizarse
un juicio de reproche en contra del autor del delito por parte de la sociedad que sufre

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o que le afecta su actuar injusto. Esta exigencia se deriva de la voz “voluntarias” que
emplea el mismo artículo I o del CP.

JURISPRUDENCIA: El fundamento en la ley penal para la comisión del ilícito


requiere la exigencia de tipicidad y de antijuridicidad, en conjunto con el requisito
de que el hecho delictivo sea resultado de una determinación anímica del sujeto
actuante, habiendo podido hacerlo de un modo diferente y conforme a derecho
(CS, 07/08/2008, ROL 1405-2008).

e) Ahora bien, se discute la ubicación del dolo y la culpa dentro de la estructura


del delito. Por una parte, las teorías clásicas y neoclásicas del delito las encuadran dentro
de la culpabilidad, ya que al injusto (tipo y antijuridicidad) corresponde la dañosidad
social y la lesión de bienes jurídicos únicamente. Por otra parte, las tesis finalistas y
posfinalistas se inclinan a considerar que hacen parte de la tipo penal debido a que
la culpabilidad únicamente se refiere a la imputabilidad, la conciencia de ilicitud y
la exigibilidad de la conducta conforme a derecho, mientras que el tipo posee una
vertiente subjetiva al exigir cualidades anímicas para que se configure el delito.

IV. C l a s if ic a c ió n d e lo s d elito s

El artículo 3° del CP señala que “Los delitos, atendida su gravedad, se dividen


en crímenes, simples delitos y faltas y se califican de tales según la pena que les está
asignada en la escala general del artículo 2 1 ”.
Esta clasificación de los delitos otorgada por nuestro CP conlleva una serie de
consecuencias dentro de las cuales podemos encontrar las siguientes:

4.1. Pena que determina la clasificación del delito

Ha surgido la duda de si la clasificación del delito se encuentra determinada


por la pena que impone la ley en abstracto o por la pena impuesta en el caso con­
creto. Una parte importante de nuestra doctrina, dentro de los cuales destacan Cury,
Politoff y Etcheberry, se inclinan por la primera opción, por lo que se debe considerar
que la clasificación de los delitos estará determinada por la pena que impone la ley en
abstracto, pues la pena impuesta en cada caso concreto está afectada por las normas de
determinación de la pena, desvirtuando de esta manera el verdadero tenor punitivo y
el verdadero desvalor que el legislador le ha impreso a la conducta sancionada por la
norma. Así, podemos establecer que todos aquellos elementos que alteren la pena, ya
sea aumentándola o disminuyéndola, no podrán afectar el núcleo del tipo penal, ya
que de ser así se producirían un sinnúmero de contradicciones dogmáticas.
Es en este contexto donde debe plantearse la cuestión sobre qué hacer en el caso
de que un mismo tipo penal establezca distintas penas. En este caso la mayoría de la

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doctrina está de acuerdo en que la determinación del tipo de delito se hará con base
a la pena más grave.
Del mismo modo surge la pregunta de qué hacer en aquellos casos en que el
delito posea una pena compuesta, las cuales pertenezcan a distintas categorías en
virtud del artículo 21 del CP que establece la clasificación de las penas y sus clases.
En este caso, la solución al problema se encuentra establecido en la regla consagrada
en el inciso 6 del artículo 94 del CP, de tal forma que el tipo de delito se determinará
primero según la pena privativa de libertad, y en el caso de que ninguna de las penas
diga relación con la privación de libertad, según la pena más grave.
Por otro lado nos encontramos con aquellos delitos que tienen asignada única­
mente una pena de multa, delitos que merecen un mayor análisis, ya que en virtud de
la escala establecida por el artículo 21 del CP, la multa aparece como una pena común
para los crímenes, simples delitos y faltas, lo que ocasiona más de un problema en la
práctica al momento de determinar la clasificación del delito.
En base a esta problemática, se sostiene que la categoría a la cual pertenece el delito
se debe determinar según la regla establecida en el inciso 6 del artículo 25 del CP, el cual
establece una serie de límites que se deben aplicar a la pena de multa dependiendo de
la categoría de delito ante el cual nos encontremos, por lo que la clasificación del delito
dependerá del monto de la multa en el caso concreto. En este sentido, se establece que
la cuantía de la multa en los crímenes no puede exceder de 30 UTM , en los simples
delitos de 20 UTM , y en las faltas de 4 UTM . Así, por ejemplo, si una determinada
ley sanciona como simple delito a una conducta determinada, imponiéndole a su vez
una pena de multa que excede el límite de 20 U TM , la conducta no correspondería
a un simple delito, como lo establece la ley, sino que más bien se tratará de crimen.
Si bien esta regla parece ser una solución lógica y racional a esta problemática,
después de una análisis más detallado y pausado, consideramos que resulta ser difícil­
mente aceptable, ya que aquellos casos en que una misma conducta conlleva dentro de
sus sanciones tanto una multa como una pena de presidio menor en su grado máximo,
resulta ilógico considerar que dicha conducta deba ser sancionada como un crimen
ante la eventualidad de que la pena de multa supere el límite establecido por el artículo
25 de 20 U TM para los casos de simples delitos. Hay que recordar que la conducta
se encuentra sancionada como un simple delito por parte de la pena más grave de
las dos, en este caso, la privación de libertad (presidio menor en su grado máximo).
Conforme a lo anterior, nos suscribimos a lo señalado por Cury, quien establece que,
si consideramos el problema antes expuesto y lo analizamos de forma más detallada,
podremos llegar a la conclusión de que las multas no son determinantes para la
fijación de la clasificación de los delitos, ya que en este contexto no puede tener una
real aplicación la norma establecida dentro del artículo 3° CP.
Este autor sostiene dicha postura en consideración de que las multas no se
encuentran integradas dentro de la escala general que establece el artículo 21 del
CP, la cual es la única regla relevante para la aplicación del artículo 3°. En este orden

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de ideas, podemos concluir que la intención del legislador nunca fue incorporar las
multas dentro de la norma del artículo 21 ya que, de haberlo querido, las habría in­
corporado dentro de dicha escala y no las habría considerado como una pena común
de todas las categorías de delitos, lo cual sugiere, además, que las escalas establecidas
en el mencionado artículo se determinaran con independencia de la pena de multa.
En razón de este análisis queda claro entonces que la norma establecida en el inciso
6 del artículo 25 no establece que una multa de cierta cuantía determine la clasifica­
ción de la conducta como un crimen, simple delito o falta, sino que sólo establece la
cuantía máxima a la que, en un principio, podría llegar a tener una multa teniendo
en consideración la clasificación de cada delito.
Es por esto que podemos establecer que la norma en estudio posee más bien una
naturaleza programática de orientación para el mismo legislador, que deberá seguir
al momento de determinar una pena de multa, posición que se puede fundamentar
por el mismo artículo 25 inciso 6 que señala posteriormente que los límites rigen sin
perjuicio de que en determinadas infracciones, atendida a su gravedad, se contem­
plen multas de cuantía superior. De este modo, podemos decir que el carácter o la
clasificación del delito en crimen, simple delito o falta, no dependerá, en cuanto a su
determinación, de la cuantía que posea la pena de multa con la cual se sancione un
determinado delito.
En este sentido Garrido establece que, tratándose de delitos que tienen como
sanción una pena de multa conjuntamente con algún otro tipo de pena, la clasificación
del delito deberá estar determinada con base a las otras penas distintas de la multa. En
cambio en los casos de que el delito solo posea una pena de multa, la clasificación del
delito debería estar determinada en primer lugar por el carácter que le asigna la propia
ley al delito determinado, y en el caso que no sea posible se deberá buscar apoyo en
las disposiciones que manifiesten la valoración que la ley determinada hace del delito.
A lo anterior cabe señalar que cuando un castigo corporal se acompaña de una
pena de multa, es el juez el que debe determinar el monto de ésta basándose en la
pena primaria.

4.2. Consecuencias procedimentales

Dentro de la serie de consecuencias de carácter procesal que la clasificación


de los delitos nos puede ofrecer, encontramos que estas se pueden clasificar de las
siguientes formas:
a) En cuanto a su competencia: En virtud de esta consecuencia se establece que
quienes conocen y juzgan las causas por simples delitos o crímenes son los Tribunales
de juicio oral en lo penal salvo los simples delitos cuyo conocimiento sea de los jueces
de garantía (artículo 18 COT). Por otra parte, quienes conocen de las faltas son los
jueces de garantía (artículo 14 C O T).

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SEGUNDA
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b) En cuanto al procedimiento: En virtud de esta consecuencia se establece que


los crímenes y simples delitos se llevarán procedimiento ordinario. En cambio, las
faltas se rigen por un procedimiento simplificado (artículo 388 CPP) sin perjuicio
del procedimiento que se pueda llevar a cabo en el juzgado de policía local.

4.3. Clasificación de los cuasidelitos

Para comenzar, es menester señalar que los cuasidelitos son los delitos cometidos
con culpa por una actitud negligente del agente. Por el momento debemos señalar
que el artículo 4° al establecer “La división de los delitos es aplicable a los cuaside­
litos que se califican y penan en los casos especiales que determina este Código” se
realiza una remisión al artículo 3°, que señala que los delitos se clasifican en faltas,
simples delitos y crímenes, por lo tanto, los cuasidelitos se pueden clasificar de tres
formas: cuasidelito de falta, cuasidelito de simple delito y cuasidelito de crimen.
Sin embargo, en la práctica no existe el cuasidelito de falta ya que remitiéndonos a la
norma del artículo 490 del CP, la cual establece la cláusula general del delito culposo,
podemos percatarnos de que dentro de nuestro ordenamiento jurídico no se acepta
la existencia de una figura de falta culposa, pues se establece expresamente: “El que
por imprudencia temeraria ejecutare un hecho que, si mediara malicia, constituiría
un crimen o un simple delito contra las personas, será penado... ”.
Sin perjuicio de lo anteriormente mencionado, nos encontramos con ciertas
excepciones a esta regla general, dentro de las cuales podemos mencionar al artículo
494 N° 10 que se refiere a las multas al médico cirujano, farmacéutico, dentista o
matrona que incurre en un descuido culpable en el desempeño de su profesión sin
causar daño a las personas. Por otra parte hay que recordar que, producto de la pena
que le son aplicables, la mayoría de los cuasidelitos son simples delitos, con excepción
del delito previsto y sancionado en el artículo 224 N° 1 del CP, que establece la pena
de inhabilitación absoluta temporal para cargos y oficios públicos en cualquiera de sus
grados y la de presidio o reclusión menores en sus grados mínimos a medios cuando
por negligencia o ignorancia inexcusables dictaren sentencia manifiestamente injusta
en causa criminal. La mayoría de la doctrina lo entiende como un simple delito al que
se le ha asignado una pena de crimen. Sin embargo, existe un sector de la doctrina a
la que nos adherimos que lo consideran tan solo como un simple delito con una mera
pena equivalente a su naturaleza, ya que se centran en la pena privativa de libertad y
no en el efecto de la inhabilitación que dicho delito trae aparejada.
Por último, no podemos poner término al presente comentario, sin antes referir­
nos a otro efecto relevante que posee este artículo, el cual consiste en el hecho de ser
el primer precepto dentro de nuestro CP en consagrar el sistema de numerus clausus
en los cuasidelitos, sistema que se expresa al establecer que los cuasidelitos “se penan
en los casos especiales que determina este Código”.

MANUAL D E DERECHO PENAL • PARTE GENERAL 9 7

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