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Publicado en el Diario Acento el 3 de mayo 2019

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Licdo. Francisco Álvarez Martínez


fa@fabogados.com\ Licenciado en
Derecho de la Universidad
Iberoamericana de Santo Domingo.
Especialista en Derecho Penal por la
Universidad Austral de Buenos Aires.
Abogado litigante.

Choque de derechos: Presunción Inocencia vs Libertad de Prensa

Resumen: La difusión masiva – sin depurar ni comprobar – de supuestos hechos, opiniones e


informaciones, violenta la objetividad esperada de los procesos judiciales y condena a los
individuos sin el debido proceso de ley. Esta condena, irrevocable aún sea descargado el
imputado, no puede contar solamente con herramientas legislativas reactivas, sino preventivas.

Palabras clave: Juicio paralelo. Libertad de prensa. Libertad de expresión. Derecho a la


intimidad. Debido proceso. Principio de inocencia.

Iniciamos el trabajo expresando que la libre prensa es una de las más grandes conquistas de
nuestra sociedad, y por tanto, debemos protegerla. Quien redacta este artículo es nieto
orgullosísimo de Francisco Álvarez Castellanos, quien, entre muchas otras cosas, ejerció el
periodismo con dignidad y entrega. Es esta responsabilidad auto adjudicada la que nos motiva
a discutir el presente tema. Iniciaremos con una disección, primero histórica y luego jurídica-
aplicada, del tema. Luego concluiremos con nuestras sugerencias.

El 27 de junio del año 1884, por orden del Decreto número 2250 del Congreso Nacional de la
República Dominicana, se traduce, adecúa y adopta el Código de Procedimiento Criminal
Francés y se toma como ley principal para la regulación del proceso penal. Con esta acción, se
instauran de manera formal un conjunto de principios y garantías que regirían el proceso penal
en nuestro territorio por más de un siglo.

En el artículo 221 de dicho Código de Procedimiento Criminal se recoge la garantía esencial


del acusado para la elección de su defensa, y en caso de que no pudiese contar con uno, el juez
se encargaría de designarle uno de oficio, evitando así el estado de indefensión y garantizando,
más que la defensa material, la defensa técnica y asistida. Los artículos 237 y 238 de la referida
norma rezan sobre el derecho a la libertad del acusado en la vista pública o audiencia, así como
el derecho de no prestar declaraciones en su contra, derecho que a mediados del siglo XX
encontró una gran controversia.1

Estas constituyeron las primeras garantías del acusado o imputado, permitiendo equilibrar la
balanza procesal donde la palabra del acusador no sea tomada como sagrada, sino que se
permita, aunque en ese entonces de manera limitada, que el imputado responda de manera
cierta y eficaz a las acusaciones que han sido formulado en su contra.

1
Esto a raíz del caso de Ernesto Arturo Miranda contra el estado de Arizona (Miranda v. Arizona, 384
U.S. 436 1966) donde se ejerció una presión para la autoincriminación del arrestado y no se le informó
sobre el derecho de la asistencia de un abogado.
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El análisis del derecho de defensa constituye así, en cuanto a su contenido objetivo, subjetivo
y “reaccional” los pilares institucionales de todo sistema procesal, por cuanto una pluralidad
de derechos depende de él. Razón por la cual, también, la regulación del derecho de defensa
no puede ser meramente formal, sino que además tiene que ser operativa, para garantizar el
ejercicio efectivo de las facultades que disponen las partes en representación de sus intereses.2

La Resolución No. 1920-03 de la Suprema Corte de Justicia al respecto señala que:

El derecho de defensa está conformado por un conjunto de garantías esenciales, mediante las
cuales los ciudadanos ejercen derechos y prerrogativas que le acuerdan la Constitución y las
leyes, tendentes a salvaguardar su presunción de inocencia, no tan sólo en los casos de
procedimientos judiciales, sino ante cualquier actuación contraria a un derecho consagrado3,
siendo el Estado compromisario de tutelar esas garantías, equiparándolas con el debido proceso.
El derecho de defensa, en consecuencia, está integrado por cada una de las garantías que
conforman el debido proceso.

Las disposiciones que contienen esta figura jurídica inician en el artículo 14 de nuestro Código
Procesal Penal, el cual establece que “Toda persona se presume inocente”, por lo que la labor
acusatoria debe incluir la destrucción de esta presunción, para que la carga probatoria sea
revertida y el papel inicialmente pasivo del acusado se transforme en uno eminentemente
activo.4

La libertad de expresión del pensamiento, ideas y opiniones ha sido uno de los más grandes
logros de la civilización contemporánea, plasmada en la propia Declaración Universal de los
Derechos Humanos5, la cual fue adoptada por la Organización de las Naciones Unidas
mediante la Resolución 217 III (A) de fecha 10 de diciembre del año 1948. En el caso de la
República Dominicana, Estado que forma parte de dicha Organización desde el veinticuatro
(24) de octubre del año 1945, la aplicación y el respeto de las disposiciones de la Declaración
Universal de Derechos Humanos es sacramental en la relación del Estado con sus ciudadanos.

Aunque nuestra premisa apoya esas ideas sobre las cuales se ostenta el derecho fundamental y
sacramental de expresarlas sin constreñimiento, deben encontrar una frontera, y la misma es la
transgresión de demás derechos fundamentales que son reconocidos a los ciudadanos, y no
queremos limitarnos al marco de los derechos fundamentales del ciudadano común, sino que,
en muchas ocasiones, la línea que pretende regular la libertad de expresión se convierte en un
aspecto de mucho más delicadeza cuando se trata de un justiciable que se encuentre en ese
momento en un proceso judicial.

Durante y posteriormente a los discursos de Milton y Stuart Mill, se concibe de manera


prematura la idea de libertad de expresión cuando se establece que, más allá de que solo el Rey
tenga voz pública en la sociedad Inglesa, también podrán reclamar quienes ostentaren en ese

2
VÁZQUEZ ROSSI, J. E., La defensa penal, Op. Cit. Pag. 86.
3
El énfasis es del autor.
4
En la Sentencia 166/1995, de 20 de noviembre (BOE núm. 310, de 28 de diciembre de 1995) del
Constitucional Español, se reconoce que la presunción de inocencia tiene también una dimensión
extraprocesal y comprende el derecho a recibir la consideración y el trato de no autor o partícipe en
hechos de carácter delictivo o análogos a estos y determina, por ende, el derecho a que no se apliquen
las consecuencias o los efectos jurídicos anudados a hechos de tal naturaleza en las relaciones jurídicas
de todo tipo.
5
Artículo 19 de la Declaración Universal de Derechos Humanos.
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entonces los medios económicos para hacer conocer sus opiniones y que no sufran procesos de
revisión previa a la publicación de las mismas.6 Se puede inferir que los primeros pasos hacia
el derecho de la libre manifestación del pensamiento se encontraban indirectamente regulados
y relacionados respecto de la condición económica.

Es por esto que, ante una sociedad estrictamente controlada por la monarquía, y tomando como
punto de partida las manifestaciones de pensadores y escritores que representan distintos
estratos sociales, el Parlamento inglés redacta lo que en el idioma castellano se conoce como
la Carta de Derechos (“Bill of Rights”), el 13 de febrero del año 1689, donde la novena
disposición de esta Carta establece, cito; “Que las libertades de expresión, discusión y
actuación en el Parlamento no pueden ser juzgadas ni investigadas por otro Tribunal que el
Parlamento”.

No se establece de manera expresa la libertad de expresión y difusión de las ideas, sin embargo,
se da el inicio al cese de las restricciones hacia el ejercicio de esta acción. Siendo
complementada por declaraciones posteriores, como el Toleration Act7, el cual manifestó la
libertad de cultos y creencias religiosas, el “Bill of Rights” se constituye como el principal
antecedente a la Declaración de los Derechos de Virginia, el 12 de junio del año 1776, la cual
se convertiría en la primera expresión de derechos del ciudadano. Esta manifestación de
reconocimiento a derechos fundamentales del ser humano reza, en su artículo doce, que la
libertad de prensa es uno de los grandes baluartes de la libertad y no puede ser restringida
jamás, a no ser por gobiernos despóticos.

Le sucede a estos acontecimientos, de manera inmediata, la históricamente referente a los


derechos fundamentales, y por consecuente a la libertad de expresión, Declaración Universal
de los Derechos del Hombre y del Ciudadano, proclamada por la Asamblea General del Estado
Francés el 26 de agosto de 1789, la cual manifiesta en su artículo 10 que: “Nadie debe ser
molestado por sus opiniones, inclusive religiosas, siempre y cuando su manifestación no
perturbe el orden público establecido por la Ley”. Allí se pone de manifiesto, de manera
universal, que todo individuo posee el derecho de expresarse libremente sin ser molestado.

Es idóneo precisar que, en el artículo siguiente, esta misma Declaración Universal de Derechos
del Hombre y del Ciudadano establece lo que es considerado como el precedente a la regulación
y los límites del ejercicio de la libertad de expresión. El artículo 11 del referido documento
reza “La libre comunicación de pensamientos y opiniones es uno de los derechos más valiosos
del Hombre; por consiguiente, cualquier Ciudadano puede hablar, escribir e imprimir
libremente, siempre y cuando responda del abuso de esta libertad en los casos determinados
por la Ley”.8

De lo precedentemente citado se puede deducir que, si bien este documento consagra el derecho
a la libertad de expresión, de igual forma lo propone como un derecho que tiene límites. Es
decir, no es un derecho de aplicación absoluta.

Como el artículo 11 indica, el mal uso de este derecho ha traído consigo la necesaria tipificación
de los delitos que se derivan del abuso de la libertad de expresión, determinando casos y
situaciones concretas.

6
Loreti, D.. “América Latina y la Libertad de Expresión”. Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2005. p.20
7
Ley sometida y aprobada por el Parlamento Inglés el 24 de mayo de 1689.
8
El subrayado en la parte final es nuestro.
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La primera consagración de este derecho como fundamental en la República Dominicana se


encuentra en la Constitución del 6 de noviembre del año 1844, citando en el Capítulo II,
específicamente en el artículo 23, lo siguiente: “Todos los dominicanos pueden imprimir y
publicar libremente sus ideas, sin previa censura, con sujeción a las leyes.”

Sin embargo, como lo establece el expresidente Leonel Fernández Reyna, el período oscuro de
la anexión a España representó un retroceso en la libertad de prensa, ya que con la Ley número
696, tanto República Dominicana como las demás colonias españolas fueron víctimas de
censura y restricciones.9

Desde el año 1879, en el gobierno que presidía Cesáreo Guillermo, y hasta el año 1916, que
ocurrió la primera intervención militar estadounidense en República Dominicana, la libertad
de expresión quedaba consagrada en cada texto constitucional, no sufriendo ningún cambio
considerable en cuanto a la sustancia del artículo que allí la plasma como un derecho
fundamental.10

No es sino hasta el 15 de diciembre del año 1962 cuando se promulga la Ley número 6132
sobre Expresión y Difusión del Pensamiento, ley que en la actualidad rige la materia. Por igual,
la normativa que regula la libertad de expresión en medios masivos en República Dominicana
se ha complementado con leyes especiales y reglamentos que adecúan al entendimiento del
legislador, el ejercicio de este derecho para que no sea abusado en perjuicio de los derechos de
otro individuo.

Pasemos a la figura jurídica del juicio paralelo y su origen moderno. A mediados del siglo XX,
la Suprema Corte de Justicia de los Estados Unidos de América dictó una sentencia que se
reviste de una importancia vital a la hora de abordar lo que en el sistema anglosajón se conoce
como “trial by media”, traduciéndose al castellano como “el juicio por los medios”, que es el
tema central del presente escrito.

En el caso de Sam Sheppard vs Ohio11, por el supuesto asesinato de quien fuera su esposa, que
por demás se encontraba en estado de gestación, la prensa se constituyó como juzgador a priori,
lo cual fue intensamente debatido. Un juez federal, posterior a dictarse la sentencia, estableció
que: “Si alguna vez ha existido un juicio por los medios de comunicación, este es el ejemplo
perfecto. Por alguna razón, la prensa se adjudicó el rol de acusador, juzgador y jurado”12 En
este caso específico, la prensa ejerció una influencia sobre el órgano acusador, traduciéndose a
nuestro sistema judicial como el Ministerio Público, así como también sobre el juzgador.

Con publicaciones como “Hágalo ahora, Doctor Gerber (quien era el fiscal acusador)” y “¿Por
qué Sam Sheppard no está en la cárcel?”, los medios de comunicación se encargaron de
sentenciarlo, aun cuando el proceso se encontraba en la instrucción. Es preciso resaltar que fue
sentenciado a cadena perpetua, y que luego de pasar diez años en prisión, la misma fue
revocada. Uno de los argumentos principales de la Corte para fundamentar su decisión fue: “La

9
Fernández Reyna, L. “El delito de la opinión pública: censura, ideología y libertad de expresión”.
Segunda Edición, Santo Domingo, FUNGLODE, 2011. p. 156.
10
Fernández Reyna, L. Ob. Cit. p.157
11
The State of Ohio versus Sam Sheppard. October 18, 1954.
12
Neff, James (2001). The Wrong Man. New York: Random House Trade Paperbacks, November 2012.
p. 230
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publicidad masiva, penetrante y perjudicial que se ejerció en el caso del peticionario


(Sheppard), privó su derecho de recibir un juicio justo como lo establece la Constitución”.13

Definir el juicio paralelo como figura abstracta es difícil por no existir un génesis claro del
concepto. Es decir, ha ido mutando según el derecho y la sociedad lo han requerido, por lo que
no encontraremos uniformidad de criterios. Dicho esto, haremos el intento, basándonos en
eminentes respuestas a la pregunta, iniciando con el Dr. Templado, quien indicaba que el juicio
paralelo es:

El conjunto de informaciones aparecidas a lo largo de un periodo de tiempo en los


medios de comunicación sobre un asunto sub iúdice, a través de las cuales se efectúa
por dichos medios una valoración sobre la regularidad legal y ética del comportamiento
de personas implicadas en los hechos sometidos a dicha investigación judicial.14

Y es que el juicio paralelo, es sin duda, el paradigma del inadecuado ejercicio de


las libertades informativas sobre un proceso judicial, resultando ser un
instrumento capaz de atentar de forma simultánea contra diversos derechos
fundamentales y otros bienes jurídicos dignos de protección y que, en último
término, afecta al derecho a un proceso justo e imparcial.15

Latorre se refiere a ellos como:

“Todo proceso generado e


instrumentado en y por los medios de comunicación erigiéndose en jueces sobre
un hecho sub iúdice y anticipando la culpabilidad del imputado o desacreditando
el proceso con el fin de influir en la decisión del tribunal troncando su
imparcialidad, de modo que cualquier lector/televidente tendría la impresión de
que la jurisdicción penal no tendrá otro recurso que sentenciar en los términos
publicados”.16

Advierte De La Vega que:

No puede confundirse el juicio paralelo con la información exhaustiva que un medio dedique
al desarrollo de un determinado proceso, la intensidad o amplitud de la información no otorga
por sí sola la condición de juicio paralelo. Tampoco
deben considerarse como tal las noticias difundidas dentro del llamado
periodismo de investigación cuando el proceso penal todavía no ha nacido, pues
el juicio paralelo exigirá la existencia de un procedimiento que se encuentra sub
iúdice.17

13
Artículo “The Media and The Trial”. Disponible en
http://web.archive.org/web/20100613195225/http://www.providence.edu/polisci/students/sheppard_tr
ial/media.htm Consultado en fecha 22 de octubre del año 2015.
14
ESPIN TEMPLADO, “En torno a los llamados juicios paralelos y la filtración de noticias
judiciales”, RJC, 1986, I, n º2, pág. 123
15
ORDENES RUIZ, J.C. “Libertad de información y proceso penal. Los límites “. Capitulo octavo. Los
juicios paralelos. Pág. 265
16
LATORRE LATORRE V, “Función jurisdiccional y juicios paralelos”.; págs. 105 y 106.
17
DE VEGA RUIZ, J.A, “Libertad de expresión. Información veraz. Juicios
Paralelos. Medios de Comunicación”. Ed. Universitas, Madrid. Pág. 66.
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En un estudio profesional realizado a periodistas y juristas, se llegó a la conclusión de que


había juicio paralelo de manera regular al compartir datos sesgados, opiniones que pretenden
decantar la opinión pública prejuzgando la cuestión, resolviendo el caso al margen del proceso
comprometiendo la confianza de los tribunales, asistiendo a los medios
informativos personas intervinientes en el proceso, anticipando valoraciones que
puedan corresponder a los tribunales, entrevistas y opiniones fuera del proceso
conformando un veredicto extraprocesal.18

Luis Alberto Huerta sostiene que desde el punto de vista jurídico, todo análisis relacionado con
el ejercicio de la libertad de expresión, o de prensa, deberá necesariamente tomar en
consideración la existencia de otros derechos fundamentales y bienes que también gozan de
protección constitucional.19 El derecho a la libertad de expresión no debería avasallar el
derecho al honor, buen nombre y presunción de inocencia, por lo que los límites responden a
la inminente transformación del panorama en el que fueron reivindicados los derechos de
libertad de expresión, información y publicidad del juicio, transformación que recae
precisamente en aquellos que invocan tales principios para continuar “informando” sobre
procesos judiciales, todo lo cual ha tenido y sigue teniendo consecuencias negativas para la
solución de casos, los derechos de las partes y por igual la credibilidad en el sistema judicial.20

En un atinado comentario realizado por el reconocido maestro Ferrajoli, donde plantea que la
ambigua relación que se ha instaurado entre justicia y medios de comunicación ha terminado
por privar a la publicidad de su función originaria de garantía, para convertirla en una carga,
en un instrumento añadido de penalización social preventiva.21 Esta debe ser una de las mejores
formas de transmitir la idea de este artículo, pues el interés es estudiar si ese apéndice de la
labor de la prensa es, en sí, un ejercicio absoluto, o que debe ser limitado respecto de los
procesos instaurados en nuestra normativa.

Un gran ejemplo de esto nos lo plantea el profesor José Ricardo Taveras, cuando nos comenta
que, al hablar de la entrega de Jesús a la turba, de manos de Poncio Pilatos:

«El contexto en que se produce dicha entrega, es mejor descrito por San Mateo, que
describe claramente el ambiente de turbación social en que se efectuó: “Cuando Pilatos
vio que no estaba logrando nada, pero en cambio se estaba empezando un motín, tomó
agua y se lavó sus manos delante de la gente, y dijo: ‘Mis manos están limpias de la
sangre de este hombre; es la responsabilidad de ustedes.” (San Mateo. C. 27, V. 24).

Ciertamente, el lavado de manos de Pilatos fue un supremo acto de irresponsabilidad y temor


a la turba, así como también una singular declaratoria de incompetencia, porque el asunto le
concernía estrictamente a la identidad religiosa de los judíos, en la cual Roma no solía
intervenir».22

18
Revista poder judicial nº especial XVII. Páginas 596 y 597
19
Huerta Guerrero, L. “Libertad de Expresión: Fundamentos y límites a su ejercicio”. Primera edición,
febrero 2012. Perú. p. 51
20
Jiménez M., K. “Justicia y Medios de Comunicación: El conflicto a la luz del constitucionalismo”.
Editora Dalís, Santo Domingo, República Dominicana. p. 87
21
Consejo General del Poder Judicial. “Justicia y Medios de Comunicación”. Cuadernos de Derecho
Judicial. p. 101
22
Disponible en https://www.diariolibre.com/opinion/en-directo/el-juicio-en-manos-de-la-turba-
DF4997476. Consultada en fecha 11 de noviembre de 2018.
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Es precisamente la posibilidad de tergiversación material bajo la excusa de estos principios,


con el fin de parcializar la sociedad, que demanda con urgencia la implementación de
limitaciones a las que debe estar sujeto el ejercicio del derecho fundamental en cuestión, el de
la libertad de expresión y prensa, para los procesos judiciales.

Juan Armagnague, doctrinario constitucionalista argentino, afirma que los medios de


comunicación manejan la conciencia social, ajustan la percepción que la sociedad tiene del
delito a sus necesidades comerciales, y se erigen en miembros del sistema penal, indagando y
juzgando los presuntos23 ilícitos, aun antes de que lo hagan los jueces naturales de la
Constitución.24 La capacidad de influenciar de manera negativa con un bombardeo de prensa
que, en ocasiones, está divorciada de la realidad procesal, ha quedado en manos de aquellos
propietarios de medios de comunicación que no son los llamados a juzgar, y de sus ejecutores,
quienes también gozan de una necesaria libertad de exponer sus ideas.

Quien suele ser afectado, en la mayoría de los casos, es el imputado. Desde el momento de la
detención, que es el primer contacto que se tiene con el sistema de persecución penal, 25 el
imputado suele ser tratado como el responsable de todo el relato fáctico que supuestamente ha
acaecido según las autoridades que han investigado. Nos preguntamos, entonces, ¿debemos
solamente reaccionar, o buscamos también prevenir?

La Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH), en su publicación del 5 de marzo


del 2013 titulada "Jurisprudencia Nacional Sobre Libertad de Expresión y Acceso a la
Información", contentiva de una síntesis elaborada por La Relatoría Especial para la Libertad
de Expresión de la Comisión Interamericana de Derechos Humanos, sobre las decisiones
dictadas por los altos Tribunales de la región, expresa en el mismo sentido en su página 23 lo
siguiente:

La Comisión y la Corte Interamericana han señalado que el derecho a la libertad de expresión


no es absoluto y puede estar sujeto a ciertas limitaciones, según los incisos 2, 4 y 5 del artículo
13 de la Convención Americana, las cuales, para ser legítimas, deben cumplir una serie de
condiciones específicas. Particularmente, el artículo 13.2 exige el cumplimiento de tres
condiciones básicas para que una limitación al derecho a la libertad de expresión sea admisible:
1) La limitación debe haber sido definida en forma precisa y clara a través de una ley formal y
material, 2) La limitación debe estar orientada al logro de objetivos legítimos autorizados por
la Convención Americana, y 3) La limitación debe ser necesaria en una sociedad democrática
para el logro de los fines legítimos que se buscan; estrictamente proporcional a la finalidad
perseguida; e idónea para lograr el objetivo imperioso que pretende lograr.

¿Cuál sería la solución para esta problemática? Respuestas hay muchas, pero entendemos
podría ser una modificación a la ley No. 6132, que regula la “expresión y difusión del
pensamiento”, promulgada en el año 1962, y el hecho de que no haya sido debidamente
actualizada hace que, elementos tan novedosos y relevantes como las redes sociales o los
medios digitales, puedan quedar fuera de su ámbito de aplicación. La idea podría comenzar por
los puntos expuestos a continuación.

23
El énfasis es del autor.
24
Armagnague, J., dir. II. Aábalos, María G., coord. Derecho a la información. Habeas data e internet.
Buenos Aires. Ed. La Rocca S.R.L., 2002, p.90.
25
José Azocar, M., Cerda, A. & Ramm, A. “Imputados y víctimas: Vivir la justicia desde orillas
opuestas”. Documentos de trabajo ICSO. Octubre 2006. p. 10
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Primero, una imposibilidad temporal de adjudicar juicios de valores o crear reportajes de


percepción en base a un juicio actual y vigente, limitando dicha labor a la mera repetición de
lo informado por las autoridades competentes, siempre haciendo la salvedad de lo que sea que
se transcriba o reproduzca sea fiel al emisor original. Esto debe estar acompañado de penas
considerables y de aplicación casi inmediata, es decir, que sea suficiente un cálculo aritmético
de presupuestos, y métodos actualizados de aplicación.

Esa imposibilidad temporal deberá tener vigencia hasta tanto el juicio sea – de cualquier
manera – debidamente completado por la vía normal, una Sentencia.

¿Debería incluir el plazo de los recursos? A nuestro entender, sí. Es sano que – hasta tanto no
haya una decisión definitiva – la prensa o los medios no puedan infringir ese deber de veracidad
a la objetividad del proceso.

En segundo lugar, crear un marco de agravantes según el emisor de la información, y conferir


la potestad del control (previa petición de parte o por impulso propio) al magistrado (de la
fiscalía o del tribunal) de denunciar y ordenar la suspensión al momento de infringir ese deber
de veracidad.

Entonces, estaríamos ante un escenario donde la norma crearía disposiciones que impedirían
la difusión de todo material subjetivo sobre un caso que esté “vivo” en la justicia, manteniendo
en la palestra pública solo el ámbito objetivo y así, como debe ser siempre, cada individuo
forma su percepción, en su intimidad, de los hechos.

Y, además, se crearía un marco punitivo (económico – penal) que introduciría agravantes


dependiendo de quién emite la información sujeta a la subjetividad del proceso, obviamente
refiriéndose a las autoridades vinculadas.

Finalmente, el hecho de que las autoridades puedan intervenir de manera directa (jueces y
fiscales) para denunciar, perseguir y mitigar cualquier intento de publicación, ¿los hace a ellos
invulnerables ante un accionar que sea emitido por ellos mismos? La solución ágil es sencilla,
en caso de que el emisor sea una de las autoridades, la solicitud para suspender (ya sea la
violación o la publicación) se hará a sus superiores directos, ahí recostándose la legislación
especial sobre el derecho común – en sentido lato – aplicable.

Quienes manejan las leyes, los medios, la justicia y la investigación deben una especial
responsabilidad a la sociedad, al Estado y a sus integrantes. No podemos, bajo ninguna
circunstancia, crear armas basadas en la opinión pública con intención – o resultado – de
atropellar el debido proceso.

Nos merecemos una legislación que se adelante a los sucesos, no una que simplemente
responda a las violaciones a la norma, y la única forma de lograr esto eventualmente es
mantenernos sobre nuestros legisladores para que, consecuencia de nuestro seguimiento,
sientan la presión de responder a los requerimientos de nosotros, la sociedad. La idea de este
artículo es, ante la apresurada evolución de los medios masivos y la comunicación social, se
tengan las discusiones pertinentes para obtener soluciones prácticas y reales.
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Bibliografía:
Huerta Guerrero, L. “Libertad de Expresión: Fundamentos y límites a su ejercicio”. Primera
edición, febrero 2012. Perú.
Jiménez M., K. “Justicia y Medios de Comunicación: El conflicto a la luz del
constitucionalismo”. Editora Dalís, Santo Domingo, República Dominicana
Gutiérrez Polo, R. trabajo final titulado “Incidencia de los juicios paralelos”, aplicándose el
caso Wanninkhof.
Consejo General del Poder Judicial. “Justicia y Medios de Comunicación”. Cuadernos de
Derecho Judicial. Felipe Fresneda Plaza. ISBN 10:8496809072. 2007.
Salas, M.. “¿Qué significa fundamentar una sentencia?” Universidad de Costa Rica
Montalvo A., J.. “Los juicios paralelos en el proceso penal: ¿Anomalía o mal necesario?”.
Universitas. Revista de Filosofía, Derecho y Política, nº 16, julio 2012, ISSN 1698-7950
Acedo Penco, Á.. “Derecho al honor y liberad de expresión, asociaciones, familia y herencia”.
Dykinson S.L., Madrid, 2007
JORGE EDUARDO VAZQUEZ ROSSI. LA DEFENSA PENAL, TERCERA EDICIÓN
(EDITORES RUBINZAL - CULZONI). ISBN 9509163937. ARGENTINA.
Loreti, D. “América Latina y la Libertad de Expresión”. Bogotá, Grupo Editorial Norma, 2005
Ley sometida y aprobada por el Parlamento Inglés el 24 de mayo de 1689.
The State of Ohio versus Sam Sheppard. October 18, 1954
Neff, J. (2001). The Wrong Man. New York: Random House Trade Paperbacks, Noviembre
2012.
Artículo “The Media and The Trial”. Disponible en
http://web.archive.org/web/20100613195225/http://www.providence.edu/polisci/students/she
ppard_trial/media.htm Consultado en fecha 22 de octubre del año 2015.
1
11. Estes v. Texas, 381 U.S. 532, 540 (1965)
Espin Templado, E. “En torno a los llamados juicios paralelos y la filtración de noticias
judiciales”, RJC, 1986, I, n º2, pág. 123
ORDENES RUIZ, J.C. “Libertad de información y proceso penal. Los límites “. Capitulo
octavo.
LATORRE V, “Función jurisdiccional y juicios paralelos”. ISBN 9788447017614. 2002.
DE VEGA RUIZ, J.A, “Libertad de expresión. Información veraz. Juicios
Paralelos. Medios de Comunicación”. Ed. Universitas, Madrid. ISBN 9788479910686. 1998.
Revista poder judicial nº especial XVII.
Armagnague, J., dir. II. Aábalos, María G., coord.. Derecho a la información. Habeas data e
internet. Buenos Aires. Ed. La Rocca S.R.L., 2002
José Azocar, M., Cerda, A. & Ramm, A. “Imputados y víctimas: Vivir la justicia desde orillas opuestas”.
Documentos de trabajo ICSO. Octubre 2006. p. 10

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