Está en la página 1de 92

LO INVISIBLE

CLÍNICA LITERARIA ROI

CONTRAPUNTOS - CUENTO
LO INVISIBLE
CLÍNICA LITERARIA ROI

CONTRAPUNTOS - CUENTO

Coordinado y compilado por

Marita Rodríguez-Cazaux y Ricardo Tejerina

EDITORIAL DUNKEN
Buenos Aires
2015
Coordinado y Compilado por:
Marita Rodríguez-Cazaux
maritarodriguez1978@yahoo.com.ar
Ricardo Tejerina
ceprofis@yahoo.com.ar

Impreso por Editorial Dunken


Ayacucho 357 (C1025AAG) - Capital Federal
Tel/fax: 4954-7700 / 4954-7300
E-mail: info@dunken.com.ar
Página web: www.dunken.com.ar

Hecho el depósito que prevé la ley 11. 723


Impreso en la Argentina
© 2015 Autores Varios
ISBN
PRÓLOGO

Editorial Dunken, otra vez innovando en aportes culturales, propicia en


esta ocasión Clínicas Literarias, cuya primera instancia se aboca al género
Cuento.
Destaca en esta iniciativa original que sean dos escritores con obra edi-
tada quienes expongan conjuntamente el temario y participen del desarrollo
activo de las dos jornadas, incluyendo la dinámica del trabajo en equipo y la
presentación.
La excelencia de la convocatoria propició nuevos mecanismos que desco-
llaron más allá del análisis previsto, evidente sinergia grupal en devoluciones
e intercambios de recursos.
Se sugirieron estrategias de estructura retórica y estilística en el proceso
de narración, y con igual entusiasmo, se intensificó la función de corrección,
que implica la revisión y evaluación del texto.
Las inquietudes evidenciadas en el colectivo, nos dispusieron a relacionar
todos los aspectos en la producción de un libro que dimos en llamar “Contra-
puntos”.
Respalda el prólogo una suerte de cadáver exquisito que contiene las fra-
ses que los participantes crearon libremente en el espacio del tallerismo. La
intención de este trabajo mancomunado es diferenciar cada una de las clínicas
exaltando su esencia subjetiva.
Es nuestro deseo que el resultado de estas jornadas sea para los autores
que configuran la presente antología, tan significativo como lo es para nosotros
el proceso comunicativo y el intercambio de valores humanos.

Marita Rodríguez-Cazaux
R icardo Tejerina
9

LA REBELIÓN DE LA REBELIÓN DE LOS ENFERMOS


Y SU ILUSIÓN DE CURARSE

por Ricardo Jesús Abuin


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

¿Cuántos muertos más llevará reconocer que el hospital “Sagrado Cora-


zón” del barrio Los Eucaliptus está colapsado de pacientes, sin insumos, ni
apoyo oficial alguno.
A él concurren esperanzados los obreros que trabajan en una mina de
cobre ubicada a varios kilómetros, quienes contraen una desconocida en-
fermedad que termina por destruir sus pulmones de forma inexorable. “Hoy
jueves 10 de octubre, –dice el informe médico diario–, ingresó el Señor Pedro
GARCÍA procedente de la mina de cobre, muy grave, tosiendo y escupiendo
enormes bolas de pus y sangre. Se interna en una habitación –solo– aislado y
se le aplica 'el tratamiento de protocolo para estos casos'”.
Ni bien se acostó comenzó a toser de manera tan violenta que se escucha-
ba en el resto del pequeño nosocomio. Cada ataque de tos producía un enorme
silencio, ya sea por respeto al enfermo o más bien por temor al contagio por
parte de otros enfermos que sumaban treinta y cinco, saturando holgadamente
las veinte plazas del lugar. Pasaban los días y Pedro GARCIA no mejoraba,
peor aún, ya se lo daba por muerto. Sorpresivamente uno de los pacientes se
levanta del lecho y comienza a informar a cada uno de los internados que la
noche anterior escuchó que en el día de mañana vendría de visita al lugar el
gerente general de la mina y que esas era la ocasión de reclamar por una ayuda
más importante para la salud de los mineros. Todos estuvieron de acuerdo y
simulando estar en desconocimiento de tan ilustre visita. Pergeñaron un plan
y comenzaron a elaborar rústicas armas con elementos que obtuvieron del
mismo hospital. Para ello tomaron jeringas que llenaban con sangre infectada
que extraían de sus propias venas, hojas de bisturíes que también infectaban
con su sangre. Aguardaban en silencio, en sus lechos de enfermos, sabiendo
que el final de sus vidas estaba cercano. Llegado el día de la visita, vieron
a través de las pequeñas ventanas, que arribaban al predio dos automóviles
importados de color azul y en uno de ellos viajaba el gerente general, hombre
obeso quien vestía un impecable traje de color gris, camisa blanca y fumaba
un cigarro importado –sin importarle que se hallaba en un hospital– este dan-
do un empujón a la puerta ingresó y a los gritos llamó al director Dr. Pereyra
Juan. Se reunieron en la sala de dirección y allí el gerente general ofreció una
10

ínfima suma de dinero para ayuda de los enfermos, preferentemente para los
moribundos, como si se tratara de un premio a la desgracia que vivían estos.
El escaso ofrecimiento hizo que el médico se ofuscara de tal manera, que la
discusión fue muy violenta y a los gritos. Es allí donde aparecen en escena los
enfermos que aún podían moverse, armados con los elementos corto punzan-
tes que improvisaron, quienes tomaron directamente al gerente general y sin
mediar más trámite lesionaron a este de manera tal que la enfermedad de los
obreros se transmitió al cuerpo del visitante. Dándose cuenta de lo sufrido el
gerente general comenzó a gritar enloquecido. Salió corriendo del hospital y
sube a su automóvil, indicando al chofer que lo traslade muy urgente a la ciu-
dad, a una clínica privada especializada en enfermedades pulmonares donde
fuera asistido, permaneciendo internado en una habitación v.i.p y con todos
los avances de la ciencia a su disposición, siendo dado de alta luego de unos
quince días de permanencia. En tanto los treinta y cinco mineros permanecían
en el menesteroso hospital en espera de la ayuda prometida, que jamás llegó,
comenzando a morir de a uno en forma inexorable incluso Pedro García, quien
no alcanzó a recibir tratamiento alguno debido a la falta de insumos, conforme
al comunicado emitido por el Intendente, donde consignara: ´´PESE A LAS
GESTIONES ADMINISTRATIVAS LLEVADAS A CABO POR ESTA
GESTION”. En tanto en la minera ya se preparaban a bajar a las entrañas
los nuevos obreros quienes deben reemplazar a los recientemente fallecidos,
esperando el gerente general, estos se pongan la camiseta como lo hicieran en
vida los valientes fallecidos.–
11

***

por Nuria Acosta


Buenos Aires
12

OMBÚ

por María Florencia Aguirre


Buenos Aires

La brisa de aquella tarde era única. Los cabellos rizados de aquella joven
acariciada por el aire envolvente que entraba y salía dentro de su auto, eran de
no acabar. Sobre la carretera se podía sentir ese desahogo. Las lágrimas no le
paraban de caer de sus enormes ojos color café. Sacaba el brazo por la venta-
nilla para sentir que aún estaba viva, el aire le recorría cada bello del brazo y
el sol radiante le garantizaba calor, ese mismo calor que empezó a recordar.
–¡Dale, confía en mí!– sonriente le dijo el muchacho.
–¡No!,¡tengo miedo de caerme! ¡Mirá si termino en el hospital!–le contestó.
–¡Dale, tirate Chlóe!,¡no pasa nada!–aseguró.
–Bueno, esperá, ahí voy.– y de la hamaca Chlóe decidió tirarse.
–Te tengo.– y los dos se cayeron uno encima del otro riéndose sin parar.
El ruido de un chimango la despabiló de ese encuentro. Cuando abrió sus
ojos se dio cuenta que tenía que hacerlo antes de que anocheciera, tenía que
terminar aquel viaje que se había propuesto comenzar. Subió nuevamente al
auto y entre penas lo arrancó despacio.
El viento dejó de cesar y el sol empezó a deslumbrar, pintaba cada nube
de un matiz diferente, dándole lugar a un pintoresco paisaje que la hizo añorar
una vez más.
–...Ya no puedo más, me encantaría pero no creo que pueda soportar esta
situación, quiero que estés conmigo pero te veo cansado, ya no te importa
acompañarme al médico para seguir con el tratamiento, siento que ya te has
resignado. Me parece que voy a seguir esto sola...–expresó.
–¿Qué decís Chlóe? Estás loca, ya no sé qué más hacer para verte bien, te
apaño, te doy todo lo que querés, pero nada alcanza. Ya no quiero verte mal.
Lamentablemente, no podemos hacerlo, quiero que lo entiendas. Ya probamos
un montón de alternativas, y nada ha resultado. No pienso dejarte sola, ¿me
entendiste?– le agregó devastado.
Y en llanto la mujer se rindió en sus brazos, sabía que él tenía razón, que
quizás tendrían que aflojar la situación, y no dejar de lado la pareja que se es-
taba derrumbando lentamente,sino permitirle al tiempo que lo decidiera todo.
13

Volvió en sí. Ya faltaba poco para ese lugar tan apreciado, ese lugar donde
renovaron sus votos, y no porque habían cumplido realmente años, sino por
una cuestión de avivar la pareja que lentamente se desvanecía.
Se estaba escondiendo el sol y allí estaban los dos, él sentado apoyando
su espalda en el tallo de aquel reluciente ceibo y ella recostada en su pecho
explorando el limitado atardecer.
–Si mañana llegara a pasarme algo quisiera que me enterraras, como si
enterraras a la planta más linda del mundo.
–¿Por qué dices eso? Aunque sé que es una idea disparatada, sabes que
tus deseos son órdenes.– le contestó la novia.
–Pero de verdad te lo digo Chlóe, quisiera que me enterraras aquí, cerca
de este árbol... es grandioso pensar cómo después de dejarlo todo, nuestra alma
puede dar vida a algo más; quisiera dar vida, y sé que puedo hacerlo.
Chlóe con los ojos llenos de brillo, le sujetó la cara y lo miro fijamente.
Sin decirle nada lo beso intensamente, haciéndole el amor hasta el amanecer,
sin saber lo que vendría después.

***

Ha llegado al fin. Vestida con aquel solero blanco que llevaba aquella
tarde de campo, se arrodilló y sacó de su cartera una pala de mano. Comenzó
a hacer un orificio de al menos unos diez centímetros y colocó el polvo gris
dentro de aquel hueco. Llorando sin poder pausar, vació del todo un cofre
de madera, con una foto presente. Lloró unas diez mil lágrimas, regando lo
suficiente. No quiere levantarse del suelo, no quiere dejarlo a él, fue todo muy
repentino, que maldice ese día del accidente, y todo por ir a buscarla para
abrazarla y festejar que al fin la espera había concluido.
Mirando hacia el sol, con el llanto en su mano acarició su panza y decidió
marcharse. Algo la detuvo. Un árbol empezó descender del suelo, era un ombú,
solitario y de grandes tallos huecos jamás antes vistos. No sabía si estaba so-
ñando o solo era una ilusión, solo pudo sentir en aquel momento que realmente
logró dar vida como él lo aseguró.
14

***

por Ricardo Alvarez


Buenos Aires
15

ALAS

por Elsa Josefina Antoni


Santa Fe

La realidad me pasó por arriba.


Yo sabía poco de diseño de modas, pero me gustaba eso de dibujar ropa.
La libertad del trabajo me encantaba porque, aprobado el diseño, la realidad
era toda mía. Como correr a campo abierto sobre el pasto húmedo. Sólo la tela,
yo y las imágenes que imprimía, mezclando colores de gotas de lluvia, péta-
los de flores, hojas de otoño, mariposas, colibríes y lo que quisiera. Era una
voluptuosidad burbujeante. Era extender las alas en el espacio infinito. Haber
nacido para hacer lo que hacía. Siempre concentrada, casi no hablaba con mis
colegas. No sospeché entonces, los nubarrones que vendrían.
La fábrica creció y contrataron una contadora, Yésica. Mujer joven, peli-
rroja, pulposa, ni gorda ni flaca, atrayente, con sus polleras cortitas, sus caderas
ondulantes, unos ojazos negros que te recorrían por dentro y su sonrisa inocente.
Por ser reservada, ella me eligió de confidente. Sólo hablaba conmigo. Me
vi obligada a oir sus historias. Así supe que se veían con el jefe en secreto, pri-
mero en un hostal de la vuelta y luego en una casa alquilada. Ella, sin cuidarse,
había quedado embarazada. Pero ellos no estaban preparados para esto. Ella
enamorada, él divertido. Y se desencadenaron pequeñas grandes tormentas,
en una abigarrada trenza de culpas, traiciones e ilusiones. El hombre llegaba
a casa siempre tarde, ignorándola. No cenaba, se acostaba y se dormía. Ella
empezó a desesperarse. Sufría las ausencias de él, cada vez mayores. Para
colmo, por esos días nació el niño, pero muerto. Tuvo que tomar licencia para
recuperarse y perdió contacto conmigo.
Él seguía viniendo al trabajo con normalidad, pero a veces se iba un poco
antes con otra empleada, para mi sorpresa, aunque seguía con Yésica.
Yo la telefoneaba para saber cómo iban las cosas, pero sólo hallé silen-
cio. Insistí con las llamadas pero, o nadie atendía, o atendía él y decía que
ella estaba descansando. Esto se repitió por varios días y me puse como león
enjaulado. Algo raro estaba pasando. Por esto, fui a la casa directamente, sin
saber qué sucedería. Fue él, muy tieso, quien abrió la puerta. Le sorprendió
mi llegada, pero no pudo dejarme afuera y me hizo pasar. Está en la pieza del
fondo, dijo. No sé qué le pasa.
16

Yésica, echada en posición fetal sobre un camastro sucio, tenía los ojos
cerrados y una baba pegajosa lamía su rostro y sus cabellos. Hurgué los trapos,
para darle una mejor posición y descubrí espantada que no tenía control de
esfínteres. Semejaba un pájaro con las alas rotas. Con veinticinco kilos menos.
No sabiendo qué hacer resolví encarar al hombre, a riesgo de perder mi trabajo:
¿por qué está así?, pregunté, como un inquisidor con derecho a saberlo todo.
La fuerza de mi palabra lo tomó de sorpresa. Respondió que había tomado
varios frascos de pastillas, no sabía de qué. ¿Y Ud. no ha llamado un médico?
¿Cuántos días lleva así? ¿Quiere verla muerta, o qué?
El hombre trató de hablar con ella, que en un esfuerzo desesperado, quiso
pararse y cayó redonda al piso, mientras gritaba: ¡no quiero verte más, animal
infiel!
Yo estaba desquiciada, por lo sucedido. Después de levantarla dije al
hombre, con toda la autoridad de la desesperación: ella no puede hablarle, ha
destruido su ilusión; váyase de la casa; yo me haré cargo; me mudaré aquí para
que Ud. no vuelva; lo tendré al tanto.
No podía creer lo que estaba haciendo: llamé un cerrajero y cambié las
llaves de la casa.
Mansamente él se fue y yo me mudé con Yésica. La atendí hasta que pudo
recobrarse. Pero ella no era la misma, aún decía incoherencias; empezó a co-
mer un poco, pero era un esqueleto con piel. A veces me miraba con recelo,
sin reconocerme.
Pasado un mes, ella mejoró y yo regresé a mi hogar. Días después, titu-
beante, me llamó por teléfono. Me avisaba que le había dado a él, las nuevas
llaves. No te enojes, dijo, yo lo quiero y creo que él también.
¡Revelación de pesadilla! Volví sobre mis telas que me decían que “sólo
una cosa no hay, es el olvido” (J.L.B.). Rezumando experiencia de locura, dolor
y traición, mis alas no estaban rotas, pero no eran las de antes. No eran más
pesadas, sólo distintas.
17

CAYETANO

por Cristian Avaca


Buenos Aires

Martinez nos miró, sacudiendo la cabeza de un lado a otro, negando algo


que todavía no había dicho con la misma cara de perro triste con la que lo
habíamos conocido.
Ricaño y yo, frente a él, prendimos un cigarro pero no por el placer de
fumar, sino para sacar ese gusto rancio, que nos había invadido la boca cuando
Martinez dijo lo que dijo.
–Petrona me hizo llamar con su hijo el otro día, media hora antes de morir.
Los tres nos habíamos conocido en la isla, huyendo de algún vicio, algún
desengaño o simplemente por un desprecio. Martinez manejaba la sierra como
un artesano, yo pintaba los troncos con gas oil y aceite quemado, y Ricaño
hacía los pozos donde enterraríamos los soportes para ampliar la casilla donde
Petrona y Cayetano iban a ir vivir.
El primer fin de semana habíamos tomado el catamarán para ir al Tigre,
con la necesidad urgente. Después de las consabidas copas, recorríamos todas
las puertas herrumbradas, desvencijadas de tanto abrirse y cerrarse, con los
pomos sucios, engrasados, pegajosos de sudor, para terminar detrás de la que
creíamos estarían las más jóvenes, las menos pudorosas, las que inmediata-
mente después de sentarnos sobre los taburetes se acercarían para rozar sus
piernas tibias y mentirosas con nuestra carne deseosa. Noches en las que nos
hacíamos dueños de la rockola y nuestras monedas corrían por las manos fáci-
les para escuchar canciones que resultaban extrañamente rosas en ese ambiente
cargado de odios, falsedades y resentimientos. Después, cuando salíamos
con el sol de frente, partiendo en mil pedazos nuestras cabezas ahogadas de
alcohol y ahora vacías de deseo, con el insoportable olor a tabaco pegado a la
piel, con el olor a perfume barato que nos recordaría ese acto grotesco, animal,
mirábamos el umbral de mármol debajo del dintel de la puerta, gastado de
tantos pies arrastrados y vencidos, y nos preguntábamos cuál era la diferencia
entre esas marcas y la huella dejada por las reses cuando abandonan el corral
rumbo al matadero.
Durante ese tiempo de trabajo forzoso, al mediodía Petrona nos llamaba y
comíamos sentados en la galería, saboreando lo único que teníamos para llenar
las tripas vacías de alimento y de ganas de vivir. Ella siempre vestía con el
cuerpo cubierto, solo una vez pudimos verle las cicatrices en las piernas. Des-
18

pués nos volvimos más observadores y vimos también marcas en sus hombros
y cuello. Supongo que habrá sospechado, acertadamente, nuestra complicidad
para hacer lo que luego hizo. Cayetano nos pagaba los fines de semana y, junto
a la paga propuesta, iba un rollo de billetes que deslizaba en los bolsillos de
nuestras camisas, guiñándonos un ojo cómplice, macabro.
El trabajo terminó pero Martinez siguió yendo a la isla y supimos, por el
mismo Martinez, que Cayetano no había regresado del viaje emprendido dos
meses antes de que nosotros partiéramos.
Nunca volvió y, como andaba metido en eso de la militancia, su ausencia
se transformó en desaparición.
–Lo tuve que hacer, le dijo Petrona, un rato antes de morir a Martinez.
Y mientras Martinez nos contaba lo que le había dicho, en nuestra película
del recuerdo, comenzamos a oír sus gritos, sus pedidos de ayuda durante cinco
sucios meses. Y después nosotros, cobardes y canallas, que cuando los alaridos
se hacían insoportables, tomábamos la botella de grapa y nos íbamos lejos.
–Lo tuve que hacer y lo disfruté mucho, le repitió a Martinez, economi-
zando el aire.
Ricaño me miró y encendió otro cigarro con la colilla del anterior.
–El silencio se paga caro y vaya si lo pagaron ustedes, nos contó Martinez
que le había dicho.
Entonces, como si el tiempo fuera capaz de volver atrás, nos vimos sen-
tados en el alero, con Petrona ante nosotros, estirando los brazos para entre-
garnos el almuerzo.
Martinez giró la punta del pie con bronca sobre el cigarro y escupió con
asco. Estuvo a punto de decirlo, pero no hizo falta, porque la imagen del
recuerdo se hizo nítida en nuestra memoria: Petrona frente a nosotros, alcan-
zándonos los vasos con vino y preguntándonos con una sonrisa:
–¿Estaban ricas las empanadas?
19

EL TIEMPO

por Alejandro Gastón Balato


Buenos Aires

Cada primer domingo del mes, la vieja feria del barrio se armaba en las
calles. Todo el vecindario se agrupaba para comprar lo que fuera. Y también
los vecinos, de otros barrios, más lejanos se hacían presentes, ya que era la
más importante en varios kilómetros a la redonda.
Algunos compraban ropa, otros, comida. Los niños pedían juguetes y
los menos, artesanías y diversas chucherías. Pero Melián se fascinaba con el
puesto de relojes. Podía pasarse el día contemplando y admirando cada uno de
los que allí vendían. Y siempre, o casi siempre, su padre le complacía con uno
de ellos. Él era el hijo único de Fouster, el relojero del barrio. Quizás el haber
crecido entre cuerdas y gongs lo introdujo al mundo de la exactitud temporal.
–¡Quiero ese, papá! –dijo Melián señalando un reloj de arena de aspecto
antiguo.
–Se ve muy bonito –respondió Fouster acariciándole la cabeza.
Sin dudarlo pidió al artesano se lo envuelva para llevar.
El rostro de felicidad del niño era impagable. Al fin de cuentas era su
único hijo y él podía darle los gustos que mereciera ante las faltas que la vida
le había cobrado. Así, abrazado a su nuevo reloj, recorrieron los siguientes
puestos. Para luego, encaminarse de vuelta a casa.
–A mamá le hubiera gustado este reloj... ¿Verdad papá? –le preguntó.
–Claro que si hijo... –respondió su padre.
–Ojalá al dar vuelta el reloj, el tiempo pudiese volver atrás... –murmuró
tristemente Melián.
–Cuando tú sonríes, ella sonríe, ella está aquí. El tiempo siempre vuelve,
no se va. El tiempo no pasa, el tiempo... no existe Melián.
Ese día, esa tarde, de esos tantos años atrás, llovió incansablemente. Y esa
lluvia, y ese día pudieron ser insignificantes hojas de un calendario arranca-
dos sin más. O anécdotas perdidas de una feria en un barrio común del sur de
Buenos Aires. Sin embargo los ojos vidriosos de Melián reflejaban las gotas
incesantes del afuera. E intercalando la mirada entre la ventana y los granos
de arena que caían incansablemente por el fino vidrio de su reloj, algo le llamó
20

la atención. El compás de cada grano cayendo y el ritmo de la lluvia iban de


la mano. Y eso le arrancó una sonrisa.
Había heredado la armonía musical de su madre, compositora de exitosas
obras que recorrían el mundo. En una de sus presentaciones como pianista,
ella, había tomado un boleto de ida hacía una gira que le llevaría para siempre.
Con cada lluvia, Melián, la recordaba más que cualquier otro día. Los sonidos
le hacían creer que era ella quien los producía para él. Así medio llorando y
medio riendo se apoyó en la mesa y se perdió en los sueños.
Se quedó dormido con el reloj en la mano. Se despertó con el reloj por el
piso. El susto le duró unos minutos hasta recobrar el sentido y reaccionar que
estaba intacto. Ya no tenía los ojos vidriosos. No era el niño de aquel enton-
ces. Ni su padre le acariciaba el cabello complaciendo sus deseos con lo que
mereciera. Pero era domingo, recién comenzaba diciembre y en el pueblo, en
el barrio, en la ciudad había feria. Veinte giros al sol más adelante, aún, hay
cosas que el paso del tiempo no puede arrancar. Hay cosas que los caprichos
de algunos no pueden borrar. Pero hay ropa, comida, juguetes, artesanías y
por supuesto chucherías también.
El puesto de Melián es uno de los más visitados. Heredó de su padre la
capacidad de medir el tiempo física y mecánicamente. Los días de feria y más
los días de lluvia le arrancan sonrisas. Sobre su mesa siempre, o casi siempre,
está brillante el reloj de arena. No recuerda bien cuanto hace que lo tiene. Él
dice que veinte años, el tiempo es lo de menos. Los días de lluvia, entonces,
los ojos se le ponen vidriosos y mira alternadamente los granos de arena caer
suicidamente hacia la profundidad del reloj.
De vez en cuando nota que los granos caen más lento y hasta parecen
frenarse en la desesperación incansable de querer pasar velozmente. Eso le
crea una sensación de tiempo detenido. Y aunque todos alrededor continúan
con sus tareas de la cotidianeidad, él sonríe. Porque sabe que ‘ellos’ están aquí
y recuerda a su padre decirle:
–el tiempo no existe Melián, el tiempo no existe...
21

LA MUDANZA

por Graciela Bulwik


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Había que terminar de desmantelar la vieja casona.


La gente contratada para la mudanza ya se había hacho cargo de casi todo.
Solo quedaban algunos pocos muebles que sin sus carpetas y adornos dejaban
ver la cantidad de años que habían pasado desde el tiempo en que toda la fa-
milia había disfrutado de sus amplios y luminosos ambientes.
Sus hermanas ya se habían retirado y la mudadora le prometió volver al
día siguiente para terminar con lo que restaba.
En su nostalgia por la despedida comenzó a recorrer por última vez los
lugares donde recordaba haber sido tan feliz.
Al llegar a lo que en otros tiempos había sido un hermoso lugar de estudio
solo una biblioteca esperaba su turno para ser trasladada.
Primero la miró y recordó que desde que la habían traído a la casa nunca
más había sido ,movida del lugar en que continuaba estando. Le entró curio-
sidad por saber cuántas cosas se habrían caído entre su fondo y la pared y que
por lo imponente que parecía cargados todos sus estantes de importantes libros
nadie se animaba a correrla ni un centímetro. Lo caído: perdido. Ahora que
solo era un triste esqueleto de madera oscura intentó moverla pero al primer
intento falló, probó de nuevo : y de golpe aparecieron, docenas, cientos, miles
de enormes cucarachas que corrían enloquecidamente tratando de esconderse
de la luz que sin esperarlo las encandilaba y confundía.
Fue primero un grito agudo, luego llanto desesperado por el asco y el
miedo que la invadía; trató de huir, dejar todo tras de sí pero por donde daba
un paso aparecían más y más cucarachas...
La encontraron al día siguiente, era una masa informe y negra que tenía
movimiento, pero que permanecía allí, sus ojos desorbitados por el terror solo
miraban el techo...
22

EBANO

por Paola Chaveros


Buenos Aires

“En la música todos los sentimientos vuelven a su es-


tado puro y el mundo no es sino música hecha realidad”.
Arthur Schopenhauer

Mientras escuchaba el concierto para piano de Mozart, Elvia Madigan, y


los últimos rayos de sol tocaban este lado del mundo, se preguntaba, con justa
razón, que le depararía el futuro. Incierto como era, ya en su definición. Su
vida solitaria y triste, se exaltaba con cada nota. Pensaba en ese Mozart, quien
habría escrito la Obertura de Don Giovanni la mañana de la premier. El blanco
marfil y el negro azabache lo miraban burlones en su trono de noche cerrada
y brillante. Desde su ventanal no se veían las luces de una ciudad. Finalmente
en “La Bastille”, pensó amargamente.
La bruma exterior y las luces tenues del salón, le devolvían el reflejo de
una figura desgarbada de pie junto al piano. Procrastinar le estaba costando
dos de sus cosas mas preciadas. Una voz femenina, de un pasado no tan dis-
tante, resonó en su cabeza con la ira de dioses paganos vengativos e inhuma-
nos. “eres un pomposo desagradable, egomaníaco, sin corazón”. Su replica a
aquella frase había sido el ultimo clavo.
prosiguió sin que ninguno de sus sentidos le advirtiera del peligro en
que se hallaba. Muy tarde descubriría el dolor, la desazón, que le produciría
su frialdad . (– ¿Quieres decir egocéntrico o egotista? – dijo con desdén. –
Recuerdo tu aroma a obsesión en cada habitación.): A su alrededor no había
nada a que aferrarse, estaba seguro que en unas horas tocarían a su puerta,
reclamando una obertura a medio terminar. Apenas esa mañana había notado
esas pequeñas ausencias, las tres manzanas en el desayunador, su perfume
por el corredor, ese espacio extra en el placar. Debía salir de la espiral descen-
dente que lo arrastraba a un infierno de autocompasión. Dejo caer su cuerpo
pesadamente sobre el banquillo que utilizaba para tocar, al retirar su mirada
del vidrio, de su propio silueta, giro a su derecha, hacia el interior de su de-
partamento y descubrió un cuerpo laqueado de abeto, con su largo cuello en
flameado rojizo y ébano, su cabeza con voluta, los destellos plata de sus cuer-
das. Reposaba elegantemente en el soporte para cello, que le había regalado a
ella, en su ultimo aniversario.
23

Irguió su espalda, completo su obra. El fuego bombeado por su corazón


corría por sus venas hasta sus dedos, y la notas comenzaron a flotar, urgencia,
desasosiego, intensidad, amor, esperanza. “Regresará”. Se dijo, mientras en
sus labios se dibujaba la sombra de una sonrisa.
24

LA MUECA EN EL ESPEJO

por Sabrina Chiruchi


Buenos Aires

Si el reloj se hubiera estancado unos instantes, habría grabado aquella


mueca para que la vieras, pero no puedo describirte sus colores porque no los
entiendo.
La primera vez que te vi estabas en un rincón del escenario con tu saco
gris de terciopelo. Mirabas alrededor del salón vacío procurando que nadie
te interrumpiera. Estabas algo apurado, lo cual me hizo suponer que llevabas
algo urgente entre manos. Sin embargo no me hubiese resultado coherente no
preguntarte la razón de tu descaro en invadir mi propiedad solo por la ausencia
de luz y la comodidad de su soledad. Así que intervine en tu afán de continuar
con tu actividad ignorando mi presencia.
–Disculpe caballero, déjeme ver su rostro.
En cuanto alzaste la vista pude ver tus dedos chatos y grises golpeando
las teclas de un artefacto similar a una máquina de escribir. Pero sin duda tu
rostro fue lo que me dejo perpleja. Era una especie de agujero infinito lo que se
ocultaba bajo tu sombrero. Recuerdo tu voz intermitente resonando en el vacío
inalcanzable “Me gustaría tanto poder mostrarle un rostro posando sobre mis
hombros, aunque me fuese ajeno”. Una tristeza profunda invadió mi alma y no
me atreví a echarte de mi oscuro aposento. “Muéstrame tu perpetuo universo
enigmático, yo me encargare de encontrar tu rostro siguiendo los rastros de tus
enredos”. Mis palabras no hubiesen podido ser más inexactas, pero no puedo
negar que en siglos de recorrer los mismos salones olvidados por la humani-
dad, no hubo fuerza que me enraizara tanto a un deseo.
–¿Qué? ¿No hay más nada que la sorprenda en su ingrato olvido? ¿Prefiere
buscar entre lo indefinido? Como si eso le bastara.
Escuchar tus palabras era un deleite tan contradictorio y ambiguo, y una
dulce euforia me hacía sucumbir al placer casi imaginario que me producía la
idea de adornar tu rostro.
Corrí durante un siglo por un laberinto interminable. He visto demonios
atosigarme en otro tiempo, sin embargo lo que vi allí apenas puede nombrarse
.Profane mil tumbas en busca de tu cuerpo, busque tu nombre entre galaxias
distantes al propio universo. Conocí el infierno. Tu mundo se retorcía y se
arrastraba entre los escombros del caos. Encontré el refugio de tus tormentos
25

y casi pierdo mi alma por rozarlos. Divague en el cementerio de tus pasiones y


encontré vida en ellas. Satanás es testigo de mi insistente esmero infructuoso.
Satán es testigo de mi alma buscando tu rostro.
Volví a la sala algo angustiada, tu extraña maquina se hallaba en el mismo
rincón abandonada. El lugar estaba repleto de hojas desparramadas. Todas
tenían la misma fecha 23 de noviembre de 1927, todas tenían escritas también
las mismas palabras “En el insípido teatro insufrible de tu horror me olvidaste
y yo aún vivo en tus ojos”.
Grite para que la humanidad me escuchase. Las ventanas de aquel teatro
antiguo se desplomaron y corrí desesperadamente a la habitación de al lado,
buscando aquel espejo olvidado donde las bailarinas solían maquillarse antes
de salir al escenario. Me coloque frente a él, temerosa de haber perdido mi
rostro, pero allí estaba pálido y luminoso, brillando ante mis ojos de cristal.
El reloj sonaba estrepitosamente apagando cada pensamiento. Los se-
gundos corrían de manera insidiosa. Fue solo un instante en que perdí la
conciencia cuando entraste a la habitación .Tu figura lejana se reflejó en el
espejo. Estaba oscuro. A medida que te acercabas vi como esa oscuridad se
iba difuminando, y ahí estaba, juro que ahí estaba. Esa mueca tan extraña. Mi
búsqueda pareció tan mediocre e insignificante durante ese instante. Aquel
juego de colores desconocidos arremolinados en el más bello gesto jamás
visto. La eternidad se revelo ante mí en un suspiro y pronto se consumió entre
tus márgenes infinitos. “¿Lo has visto? ¿Has visto tu rostro?” Pregunte algo
asombrada. Tú mirada vacía e infinita se posó en el espejo, pero la imagen
se había desvanecido ya. “No tengo rostro, porque el horror de tu olvido me
arrebato mi cuerpo, sin embargo no te basta con eso”
26

ESPEJO

por Cecilia De Vecchi


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

En el cuarto la única luz es la de la luna. Francisco espera con cautela


detrás de una puerta. Por las noches un monstruo camina por la terraza de su
departamento. Lo ha visto buscando sin cesar algún objeto entre las plantas.
Sabe que no puede pedir ayuda, porque solo él puede verlo. Si bien olfatea los
ventanales, por algún motivo no ha entrado aún a la casa. Su cara le resulta
familiar, pero la deformidad en el rostro y la cantidad de pelo que cubre su
cuerpo no le permiten descifrar el enigma.
Durante el día planea cómo deshacerse del monstruo que no lo deja dor-
mir por la noche. Al final decide que lo atacará por la espalda con un cuchillo.
Tienen casi la misma altura y contextura física. Los nervios se apoderan de
su cuerpo. Agazapado sobre la mesa de luz, observa los movimientos de su
oponente. Una fuerza sobrenatural se apodera de su cuerpo. La lucha es feroz.
El monstruo hiere su espalda, sus garras son poderosas. Finalmente consigue
deshacerse de él acuchillándolo por la espalda.
En sus manos el monstruo se convierte en cenizas. La victoria es suya.
Esa noche duerme plácidamente. Su única preocupación: las alas blancas
que le crecieron en las heridas que le dejó el monstruo
27

LAS MEDIAS TARDES

por Tatiana Gabriela Dore


Buenos Aires

I.
Derecha, izquierda dos cuadras, el bar del cartel de neón que nunca van
a arreglar y de ahí una cuadra a la derecha. Así llegaba yo a la imprenta de
Noradino. Cada media tarde, él escribía su novela y me la leía. Yo me veía
limitada a escuchar, ya que no sabía leer. Inmediatamente, le contaba como
seguía la historia. Y Noradino, otra vez, la escribía, porque yo tampoco lo
sabía hacer.
Así se nos escaparon dos años. Setecientas treinta medias tardes. Vein-
ticuatro meses en que parecía haberme olvidado de mi analfabetismo. Escri-
bíamos juntos. Que él manejara la máquina, era una mera circunstancia. Que
solo él pudiera releer lo escrito, también.
Un día, la novela llegó a su fin. Y llegó no porque la dejáramos, sino
porque las historias simplemente piden cerrarse. Nos resistimos tanto que
ese día la media tarde se hizo tarde–noche, y dejé el sucucho de Yrigoyen y
Combate de los Pozos cuando el cartel del bar parecía titilar con más esmero,
en la oscuridad.
Volví al día siguiente, esperando encontrarlo, pensando en que quizás
podríamos empezar algo nuevo. Derecha, izquierda dos cuadras, el bar del
cartel de neón que nunca van a arreglar y de ahí una cuadra a la derecha. No
había nadie. No atendía el teléfono, nadie atendía en su casa. Nadie parecía sa-
ber de él. Durante casi un año, de él no supe nada. En medio de esa búsqueda
determiné lo siguiente: necesitaba valerme de mis propios ojos y de mi propia
voz. No depender de nadie para ser feliz. Tenía que aprender a leer y a escribir.
Pronto. Y ni bien pudiera, me devoraría las bibliotecas.

II.
Una media tarde ocho años después, cuando iba camino a inscribirme en
la universidad, quedé petrificada frente a una vidriera. “Las medias tardes,
por Noradino Andrada”, yacía en el estante de una pequeña librería en una
calle angosta...
Empecé a leerlo en la misma librería. Cada párrafo me empalagaba con
ese azucarado de palabras que habían salido de nosotros, de esas tardes en
28

Balvanera. Esa era mi historia. No cambiaba la nueva libertad, pero algo ex-
trañaba de esos años. No podía entender como él pudo borrarse de mi mundo
sin siquiera una excusa.
A la mitad, quise desacelerar todo, como el último momento en la ducha,
como la última respiración sobre el agua antes de sumergirse, como el último
bocado del plato favorito de la abuela. Fue difícil. Las palabras se leían solas.
Y a tan solo un capítulo del final, me decidí: llamé a la editorial y le escribí
una carta.
Esa misma noche terminé “Las medias tardes”. Sería un eufemismo decir
que mi sorpresa fue grande al incorporar los últimos renglones. Los releí, in-
crédula. Un final abierto. Noradino había borrado mi final. Ya no había manera
de extrañarlo: él había decidido dejar inconclusa nuestra historia. Yo le daría
mi propio cierre.

III.
Nos sentamos ahí por Corrientes. El lugar me producía una desagradable
sensación a encierro, aunque algo de luz del sol todavía entraba por la ventana.
Fue algo de consuelo.
Ella pidió una lágrima, yo un cortado y tostadas para compartir. Me fas-
cinó verla leer la carta: no supe si alegrarme por su logro o enterrarme en mi
vergüenza. El mozo la incomodó con sus longevas respuestas a las insaciables
preguntas que yo, nervioso, le hice. Su expresión era la de siempre, con esa
inocente felicidad que la hacía ser sencillamente distinta. A pesar de esto, su
voz le corría carreras al tiempo, y la charla no pudo más que tropezarse justo
cuando saboreaba el último sorbo de café.
–“Hablando en serio, la vida muchas veces me dio la espalda. A vos
también. Pero poder leer y escribir...ahora todo es color de rosas. Va, más bien
casi todo”, dijo.
Asentí sonriendo un poco, atento porque sabía que algo, aunque sea algo,
yo tenía que ver. Con ella todo era dulce para mí, no me sorprendería que fue-
ra recíproco. Sin embargo, el “casi” me hacía ruido, e intenté escuchar lo que
buscaba decirme. Mi silencio le dio la palabra:
–“¿Sabés qué? Realmente es cierto aquello de que podemos tenerlo todo
pero no al mismo tiempo” sentenció.
Sin obtener respuesta, se levantó con asombrosa delicadeza, le dio propina
al mozo y se fue, dejando a nuestro libro abandonado y triste junto a mí, en
la mesa del café.
29

EL ABRAZO ANHELADO

por Mercedes R aquel Enrique


Santa Fe

La noche cae, como esas noches que se esperan a modo de remanso en el


viaje de la vida. La brisa apenas fresca desplaza las cortinas de ese cuarto y
la luz de la luna refleja el rostro de ese hombre al que ama y yace cual un niño
en su regazo. Disfruta de ese instante y lo guarda cual tesoro para cuando el
pecho clame el calor de esa piel, el sabor de esos besos y la dulzura de ésa
mirada de un azul indefinido. No duerme y disfruta de cada suspiro, abrazada
a él, como quien desea adueñarse de su alma en cada abrazo. Sin caer en el
Nihilismo, sabe que no pueden darse más que eso, un respiro para seguir es-
toicos ante los compromisos asumidos. Y aún a sabiendas de esa realidad tan
palpable como el cabello de él escurriéndose entre los dedos de ella, un sabor
amargo a partida la invade cada vez que esa alarma le anuncia que es hora
de vestir a la señora de elegante tailleur, de recoger el cabello, acudir al tenue
maquillaje, volver a su perfume de toda la vida y tomar el auto sin siquiera
mirar atrás. Podría decirse que su frialdad es inmanente a ella, pero no lo es.
Es tan sólo el subterfugio del que puede asirse por el sólo hecho de no poder
enfrentar el desafío atroz de superar el dolor o volver a ese cuarto. Y ante esto,
prefiere la rauda partida.
La bocina suena sin parar, las luces iluminan a esa espesa niebla, y las
sirenas son la música de fondo. ¿Será un sueño?, quizás otra vez la pesadilla
de verse en esa camilla cubierta con un sábana blanca y si bien su rostro no
se ve, sabe casi con exactitud científica, que es su cuerpo el que se encuentra
allí. Pero esta vez la diferencia radica en el dolor, uno profundo y asfixiante
que la envuelve, la sensación de que el aire pugna por llegar a sus pulmones en
un esfuerzo casi infructuoso, lo hace sin duda alguna muy diferente al sueño,
donde todo es paz y desprenderse al fin del dolor, ése con el convivió durante
casi toda su vida. Despierta y un aparato le suministra el oxigeno necesario, un
especie de corsé le sostiene su torso, y si bien siente cada parte de su cuerpo el
ramalazo es constante. Salvo en sus brazos, allí hasta desearía sentir dolor, con
tal de sentir algo. Intenta mover sus manos pero estas incautas no responden.
Apenas puede divisar un rostro y luego son dos en lugar de uno, un atisbo de
cordura la estremece, cierra los ojos e intenta pensar que otra vez esa pesadilla
la está torturando, pues para eso es católica, simplemente para que la culpa la
subyugue. Una mueca de sonrisa se dibuja en su rostro. Las voces que murmu-
30

ran, le hacen saber que no es una pesadilla, esos rostros son los de su esposo
y su amante respectivamente que están al pie de la cama.
Los días sucesivos todo se desarrolla de manera pausada y equilibrada,
ellos acuerdan el cuidado de ella, junto a dos amigas de toda la vida, y logran
estipular un horario corrido de seis horas cada uno. Fue así que entre su es-
poso, dos amigas y él, la cuidarán alternándose cada seis horas por turno, de
seis a doce del medio día su amiga de la infancia, de doce del medio día a las
dieciocho su esposo, de dieciocho a cero hora su otra gran amiga de la vida,
y de cero hora a seis de la mañana él. Nadie pide explicaciones y ella no está
dispuesta a darlas. Ya sin esos aparatos que cumplan sus funciones vitales, se
siente aliviada. No se ha dignado a emitir palabra, si bien los médicos asegu-
ran que sus funciones bocales están afectadas, pero no al punto de impedirle
el habla. La única persona con la que con un hilo de voz charla, lee y debate
entre Nietzsche, Jung, Lacan; Balzac, Tolstoi, Alighieri, Kafka, Borges,
García Márquez, Pérez Reverte, y cuando la nostalgia de ese amor los invade
nada como Neruda, Bécquer, Storni, Allende, Benedetti. Las palabras sólo se
hacen presente ante él y los tres hijos de ella. Nunca puede hacerlo con otras
personas, a pesar de las largas sesiones de fonoaudiología, su limitada voz sólo
puede ser descifrada por ellos cuatro, y su energía no está dispuesta a malgas-
tarla en quien no puede escuchar. Pues la necesita para sus largas sesiones de
rehabilitación, y así poder cumplir con su ilusión de volver abrazarlos, más
allá de las palabras.
31

JUBILACIÓN ANTICIPADA

por Sergio Federico


Buenos Aires

En el 45 Place du Marche de Saint‑Honoré, el comisario Ferdinand Fouché


se servía el último café ultra recalentado que quedaba.
le decía habitualmente el gordo Dalidet. (¡Hey Ferdy! Sólo tu estómago
es capaz de soportar esa mierda): ¡Ja! ¡Miren quién habla de comer mierda!
¿Cuánto pesas, bola de grasa? –era la respuesta favorita del comisario.
Se sentó nuevamente frente a la computadora, dio un sorbo corto y sintió
el sabor fuerte y amargo que le invadía la boca. Comenzó a aporrear perezo-
samente el teclado. Sonó su teléfono directo.
–Aló.
–¿Fouché? –dijo una voz masculina.
–Si, ¿quién habla?
–Eso no importa, comisario. Sólo escuche atentamente lo que tengo para
decir, ¿estamos de acuerdo?
–Sí, claro. Hable usted –respondió. Por su experiencia sabía que en los
casos de llamadas anónimas había que escuchar mucho y hablar poco.
–Tengo información que será de sumo interés para usted y su departa-
mento. Es acerca de las actividades de cierto ejecutivo de una importante
compañía, que se está llenando los bolsillos con el contrabando. ¿Continúo?
–Si, si... por supuesto. Siga, por favor.
–Entonces salga de su lujosa oficina –dijo irónicamente la voz– y vaya
al restaurant Fuxia, el que está frente al Pasaje de los Jacobinos. Eso es todo.
¡Ah, sí!, algo más Fouché, haga honor a su apellido.
–¡Aló, aló! Espere... ¡Carajo! Cortó.
Una vez más comentarios acerca de su apellido. ¡Ahora hasta los infor-
mantes anónimos! Es que realmente era una carga tener el mismo apellido que
el jefe de policía de Napoleón Bonaparte; no era pariente en absoluto, pero
todo el mundo establecía la relación. Era como tener un apellido que rimara
con “culo” o algo así, nunca faltaba el chiste fácil o la pregunta estúpida.
Sin esperar, el comisario se calzó el saco y el impermeable negro y salió
a la calle. Se cruzó con dos mujeres musulmanas cubiertas de pies a cabeza
que evitaron su mirada clavando los ojos en la vereda de baldosones grises.
32

Caminó los cien metros que lo separaban del Fuxia y antes de entrar al local,
una camarera rubia le salió al cruce y le extendió un sobre plástico con su
nombre impreso en una etiqueta.
–Para usted comisario. –Dijo con una sonrisa.
–Gracias linda. ¿Quién lo dejó?
–Lo trajo un chico de la calle –respondió ella–, le habrán pagado por el
mandado.
suspiró, sin esperanza de saber quién habría enviado el sobre. Lo abrió
y sacó una carpeta negra, en la primera página leyó un membrete en azul:
“Compagnie Genétique Mondial”. (Si, supongo que si): El rostro de aquél
hombre permanecía imperturbable ante la visita del comisario. El despacho, tra-
dicional, lujoso y reluciente, era su búnker desde el cual manejaba los hilos del
comercio exterior de “la compañía”, ahí se sentía seguro, protegido. Pero Fouché
también estaba muy seguro de sí mismo; sacó un cigarrillo.
–Le ruego que no fume aquí, por favor. –sugirió el ejecutivo.
–Señor Latour, –espetó el comisario, exhalando el humo de su Gauloise–
el contrabando de material genético a una potencia extranjera es considerado
alta traición y su pena es la muerte.
La nuez de Antoine Latour se movió visiblemente y una fina capa de su-
dor comenzó a cubrir su frente bronceada.
–No comprendo esta acusación, comisario. ¡Esta es una compañía respe-
table y quien le habla también! –respondió, ensayando indignación.
dicho esto, se repatingó en el sillón. (–Aquí tiene copia de los documentos
que lo involucran –dijo arrojándole un sobre – Ya deje de fingir honestidad y
escuche. Estoy muy cansado de esta vida de miseria en la policía, 35 años de
servicio y me espera una jubilación de porquería. Si quiere los originales, de-
posíteme 5 millones de euros en la Isla de Man, o sino jódase.): El aeropuerto
de Orly era un verdadero hormiguero y la cartelera ya anunciaba el embarque
del Air France 852 con destino a Cayena. Ferdinand Fouché comenzó a atra-
vesar el hall rumbo a la puerta indicada, pero cinco hombres de riguroso traje
oscuro lo interceptaron. El comisario reconoció a uno de ellos, de penetrantes
ojos celestes, que lo miraba severamente, era el diputado Jean–Michel Baylet.
Fouché, ¿cómo pudo hacer esto? Un hombre intachable como usted... no
lo comprendo.
¡Váyase a la mierda, diputado!
33

EL SUEÑO DE OLGUITA

por Andrea Flammini


Buenos Aires

Como todos los días, tomó su changuito verde floreado y salió a la vere-
da. La mañana estaba luminosa y cálida, con ese calorcito de noviembre que
anunciaba un verano próximo. Caminaba despacio, no tenía apuro, ni tampoco
sus piernas cansadas parecían querer apurarse.
No tuvo que esperar mucho en la verdulería, y con dos tomates y cuatro
peras salió del local aprovisionada para dos días. En la carnicería de la misma
cuadra tuvo que hacer una fila de cerca de diez personas. “Pase, señora”, le
dijo una mujer joven. Pero ella no quiso.
“Todos quieren asado hoy, parece”, pensó, complacida de que nadie se
llevase las milanesas de pollo. “Medio kilo”, y completó la compra del día, que
también le alcanzaría para la cena. Al momento de pagar le costó recordar cuál
de los billetes era el de cien pesos, pero el carnicero, gentilmente, le indicó el
correcto. “No se preocupe, Olguita, todos nos olvidamos las cosas hoy día”, la
consoló al ver su expresión apesadumbrada.
El peso no era mucho, pero sus brazos débiles tironeaban el carrito con
dificultad por las veredas desparejas del barrio. La camperita que llevaba sobre
la blusa ya le molestaba, y se detuvo a los pocos metros para sacársela.
La calle estaba tranquila pero con movimiento. Autos que llegaban a las
casas, gente que bajaba, con bolsas y paquetes. Otra gente que subía al vehí-
culo y se iba. Parecía que todos se reunían en familia. Tal vez fuera domingo.
¡Cómo le gustaban las reuniones familiares! Sus cuatro hermanos a la
mesa, su padre en la cabecera, su madre sirviendo los tallarines desde una
gran fuente enlozada. Su mirada se perdió en su interior, y una sonrisa la llevó
a esa infancia tan lejana.
Un bocinazo la despabiló y retomó su andar. “Pensar en una familia no es
suficiente para que la tengas, Olguita, no sueñes”, se dijo.
Ya en la casa la salió a saludar su gato, compañero de las tardes de sol y
las noches frías.
Mientras esperaba que la milanesa se cocinara en el horno eléctrico, apro-
vechó para regar las plantas del fondo. No recordaba si ya lo había hecho, pero
pensó que con el calor no le iban a venir mal un poco más de agua.
34

Puso la mesa minuciosamente. Siempre le había gustado comer en una


mesa bien puesta, aunque fuera sólo para ella. Y más aún ahora que sabía que
era domingo. El mantel blanco con flores verdes y rosas, la vajilla fina, la copa
del juego. Sacó un vino de la cava, pero lo volvió a guardar porque no tendría
fuerzas para descorcharlo.
Al volver de la cocina notó que el contestador del teléfono titilaba. Lo
miró de reojo, con la fuente de la milanesa en una mano y el bol con el tomate
cortado en la otra. Luego de dejarlos en la mesa, volvió a la cocina a buscar la
sal. Pero ya el teléfono había salido de su memoria.
Cuando se sentó, sonó el timbre. Le molestaba que le interrumpieran el
almuerzo, así que decidió no atender. Seguramente sería alguien vendiendo.
Condimentó la ensalada mientras algo le daba vueltas en su cabeza. Creyó
recordar un vendedor de flores, pero no podía saber cuándo ni dónde.
La campanilla del teléfono no le dejó terminar sus cavilaciones. Le fasti-
dió cortar su esfuerzo. Como en un capricho, lo ignoró.
Otra vez el timbre de calle. Y unos gritos, un alboroto. Más por curiosi-
dad que por haberse alarmado, se levantó y abrió la puerta que daba al jardín
delantero. La reja exterior se abría con el pestillo eléctrico que ella casi nunca
activaba, prefería abrirla directamente. Cuando vio a su hija del otro lado de
la verja recordó que ella se lo había instalado, por seguridad.
“¡Pero mamá, que susto me diste! ¡Te estoy llamando al teléfono, tocando
el timbre, y vos nada! Pensé que te había pasado algo. No te habrás olvidado
que veníamos, ¿no?”. Olga no respondió. Detrás de la mujer, que cargaba
lo que parecía ser una bandeja envuelta en una bolsa de nylon, aparecieron
dos adolescentes con un paquete sostenido entre ambas. “¡Feliz cumpleaños,
abuela!”, y saltaron al encuentro de Olga al unísono, entregándole el regalo.
Las miró con alegría, pero no se animó a preguntarles cuántos años cumplía.
Y entró a la casa rodeada de esa familia que ya no recordaba haber soñado.
35

UNA LENTA DECISIÓN

por Jorge Fonseca


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

ÉL
Esos hombres, se reunían en el cuarto de Camilo donde entre alcohol y
marihuana, dejaban danzar los demonios de un pasado desagradecido. Solos,
absolutamente solos, con las palabras como compañeras, sujetos ya no eran.
Las palabras, no se las lleva el viento– dijo a sus compañeros mientras re-
cogía su maleta– se las lleva el tiempo, el silencio, hasta la mismísima nada–.
Y así, por las calles sin dueño, le dio la bienvenida a la soledad citadina. (Allí,
mientras él miraba su cerveza, ella pasaba por sus pensamientos igual que un
tráiler manipulado por intenciones): ELLA
Esas mujeres, se reunían en el bar de Catalina donde entre alcohol y
cocaína aprehendían los demonios de un presente reconocido por lágrimas
y suspiros. Solas, absolutamente solas, con las palabras como adversarios,
individuos ya no eran.
El que las hace las paga, así no tenga un solo centavo, con solo hacer ya
estamos en deuda y lo hecho, hecho está– dijo a sus compañeras. Y así, en el
el andén de siempre, se desahogó con su gavilla. (Allí, ella cantaba, reía entre
sus ojos irritados por las lágrimas; prometía una nueva vida mientras agarraba
con fuerza la cerveza que tomaba.): ÉL
Estoy maldito. Maldita sea esta puerca vida, ya todos estamos malditos–.
(Primero, orinó en la calle. – ¡No más! – gritó al ver su reflejo en un charco):
Segundo, golpeó una reja. –Sí, por su culpa gran huevón– se dijo así mismo– por
querer tenerlo todo; pero incapaz de soltar algo.
Tercero, pateó una bolsa de basura. – ¡No más! Tengo que irme... bah–
soltó una carcajada– si me quedo me enfermo.
Cuarto, fumó un cigarrillo en silencio.
Y, fumó otro.
ELLA
Si pudiera te mataría todos los días hasta hacerte el muerto de mis sue-
ños–. (Primero, tomó otra cerveza mientras improvisaba cantando:): Segundo,
36

fue al baño y se dijo al espejo: –por tan poco me he estancado, por un error
perfecto.
Tercero, se metió otra línea de cocaína: –lo importante es que esté donde
no pueda alcanzarlo, bien adentro.
Cuarto, lloró en silencio.
Y, lloró otro poco .
ELLOS
Se encontraron frente a frente, con el cuerpo tullido por el frío y el mundo
dando vueltas.
–¡Jueputa! –dijo Yamile .
–Ajá –musitó Juan.
respondió Juan mientras besaba sus senos. (La puerta se abrió y ella en-
tró primero. Pasaron por el pasillo principal de la residencia y ella volteó a la
izquierda, sacó sus llaves ya abrió la puerta de su cuarto. A su espalda sintió
la mano de Juan quien le dio media vuelta para besar sus labios. El forcejeo
del rechazo terminó empujándolos hacia el oscuro interior de la habitación.
Cuando ella estuvo a punto de decir algo, Juan le tapó la boca con su mano,
cerró la puerta con la pierna derecha y agarró su cuerpo entre sus brazos. Los
ojos de Yamile se abrieron de sorpresa, tan grandes que dejaron entrar la luz
de la luna que se colaba por la delgada división de las cortinas. Juntaron sus
bocas y por el portal de sus besos mezclaron el aliento de sus hábitos. – No
Juan, por favor– dijo mientras sus manos decían lo contrario. – Shh... no digas
nada): Una tormenta de intensas respiraciones se apoderó del momento, sus
siluetas danzaron en todas las direcciones y el forcejeo tuvo su final sobre la
cama. Los cuerpos vestidos reclamaron ser liberados. Otra vez en la costum-
bre, rogando por volver al pasado en el que por una temporada se desearon
solamente el uno al otro. Juan batía sus caderas, como si dentro de Yamile
estuviera recogiendo y tejiendo el goce de su camino. Ella empujaba las nal-
gas de Juan hacía su interior, dirigiendo la fuerza y el movimiento, como si se
estuviera esculpiendo de placer.
20 minutos después Juan estaba golpeando el colchón con sus puños y
Yamile mordiendo la sábana que tapaba su cuerpo desnudo.
Mobilacopasién.
37

PENA EN SUSPENSO

por Milagros Gallegos del Santo


Buenos Aires

Milena caminó a la cocina haciendo resonar los tacos en el piso de ma-


dera. Tomó un trapo, volvió a la sala y se agachó a limpiar el café derramado.
Por suerte no se había roto ni la taza ni el plato. Las manos le temblaban con
notoriedad.
Es que Milena lo había visto. Geoffrey moriría. Corría el año 1942, guerra
por todas partes, y mucha gente moría sólo que nadie lo sabía con certeza, to-
dos esperaban volver a salvo. Pero ella lo había visto, la imagen de un Geoffrey
muerto se le había deslizado delante de los ojos justo cuando caminaba con la
taza de café. Los que la conocían decían de ella “una chica muy intuitiva”, los
que la conocían en profundidad sabían que no había margen de error.
Milena se acostó, ya no había ni ganas de café, ni de libro ni de ninguna
de las cosas que había deseado hacer cuando llegó a su casa después de un día
agotador. Geoffrey, debería aceptar una vida sin él.
Se levantó, tenía que actuar cuanto antes. Se sentó a la mesa con papel
y pluma.

Querido Geoffrey:
No me andaré con rodeos, seré franca y directa como no lo he sido nunca
contigo, y será doloroso. Te he visto. Ya sabes de qué manera es que yo veo las
cosas, y te he visto muerto, las circunstancias no importan, no te haré descrip-
ciones. Estabas muerto. Me habrás de odiar en este instante. Te preguntarás
por qué soy tan cruel. Y aquí mi respuesta, porque no puedo permitir que te
vayas de este mundo sin saber lo enamorada que he estado de ti desde que
nos conocimos.
Qué sorpresa. Nunca has notado nada, lo sé. Nunca me has visto de esa
manera. He sido tu amiga incondicional. He escuchado tantas confidencias,
incluso algunas impropias para el oído de una dama. He sido yo la que te
alentó a hablarle a Amy, morías de amor por ella y no te animabas. Lo hu-
biera hecho mil veces con tal de verte feliz. Y todo lo he hecho queriéndote.
Siempre queriéndote.
38

Pero ahora morirás, y decidí ser egoísta, por una vez pensar en mí y no
dejarte partir sin que supieras de mi amor. Te prometo cuidar de Amy y llorar
con ella tu muerte, ya que un poco viuda seré yo también.
Te pido perdón, ojalá me equivoque. Y si no me equivoco espero que la
muerte te llegue suave y te dé un momento para pensar en mí.
Te quiere,
Milena.

Milena estuvo a punto de romper la carta en pedazos en varias ocasiones,


fue una noche larga, llena de sombras y de tristeza silenciosa. Cada vez que
tenía el impulso se contenía y se volvía a acostar. Cuando amaneció, antes de
volver a dudarlo echó la carta al correo. Y ahora ya no dependía de ella. Ahora
a esperar.
Dos meses después le llegó la noticia. Geoffrey había muerto en un ataque
nocturno. Tenía una inmensa pena. Le apremiaba un nudo en la garganta que
no podía soltar, estaba seca.
Algo así como un año después Milena tuvo la oportunidad de hablar con
alguien que había estado en el mismo regimiento de Geoffrey, un sobrevivien-
te. Fue en una cena de Navidad, la guerra aún no había terminado y la gente
vivía con mucho pesar. El hombre tenía ganas de hablar y Milena no tantas de
escuchar pero de todas maneras lo hizo. Le contó de la vida como sargento,
de los horrores que nunca olvidaría y le contó de Geoffrey. Le dijo que en
sus últimos días lo había visto actuar extraño, entregado, esa era la palabra.
Como si supiera que la muerte estaba cercana. Y le dijo que unas horas antes
del ataque habían estado fumando juntos, Geoffrey escribía una carta en un
papel arrugado, con prisa y con tristeza. Él le preguntó para quién escribía y
Geoffrey respondió “para una amiga, tengo que pedirle perdón”.
–¿Sería usted?
Y Milena pudo al fin llorar.
39

TINTA CHINA

por Liliana Gonzalez


Buenos Aires

Sentada en una mesa del antiguo bar, mira a través del gran ventanal la
actividad revoltosa de calle seis, tal como una pantalla de cine: gente escapan-
do de la lluvia, autos con luces encendidas en plena mañana, el brillo encen-
dido de los árboles, verde intenso naranjas y amarillos contrastan al cielo gris,
es un otoño melancólico. Pide café con leche y medialunas. Busca su reflejo en
el vidrio y acomoda su cabello desprolijo. Señoras viudas, de maquillaje exa-
gerado, repiten la congregación con masas finas, gerentes de oficina, viajeros
haciendo tiempo, parejas en silencio, Y ella que huye del mundo en pleno co-
razón de la urbe. Garabatea con tinta en un cuaderno manchándose los dedos,
es frágil podría ser una niña pero la delatan sus ojos cansinos, que se llenan
de luz al mirar el blanco resplandor de la tormenta:– "las nubes también son
marcas de tinta y agua “piensa.
Un leve temblor de vidrios y un chillar de la puerta anuncia la llegada de
nuevos transeúntes, una mirada rápida y curiosa de reojo, estudia a quienes
están de paso. Entrecorta su sorbo de café, quemándose los labios, deja la taza
en el plato de cerámica gruesa y toma sus lentes oscuros del bolso poniéndo-
selos de forma arrebatada; no importa que no haya sol ,espía al hombre que
entra acompañado por una mujer, ambos ríen, él la resguarda de la lluvia con
su abrigo, y a medida que avanzan ella va encogiéndose en su silla, queriendo
desaparecer, siente hormigueos en su espalda, cosquillas que terminan por
doler en su cabello, no deja de mirarlo, nota que lleva la camisa de pequeños
cuadros rojos y blancos, le queda bien a su piel madura. La mujer que lo
acompaña es elegante, de amplia sonrisa perfecta, gestos de dama, juntos son
la publicidad de una compañía de seguros, tan universitarios, tan maduros y
correctos. Intenta concentrarse en su libreta, repara vergonzosamente en sus
dedos manchados de tinta, siente que es una gota de tinta negra que invade la
marca de agua traslúcida en la que se convirtió el lugar.
Anota: –“falta un botón, a tu camisa le falta un botón”, uno pequeño que
prende al cuello, y lo sabe porque ella lo arrancó con sus dientes, meses atrás,
dejando un pequeño hilo vacío e inútil en su memoria. Portero eléctrico: sép-
timo piso departamento “A”, Hall de entrada, ascensor (ver sus imágenes por
cuadruplicado en los espejos) no perder el tiempo en charla. Cerrada la puerta el
camino hasta la cama sufre un pequeño tsunami de ropa, al fin el juego máximo
40

de órdenes silenciosas y quejidos mudos, jugar con su crucifijo de buen cristiano,


en la boca cuando la posibilidad de una cercanía mayor no existe.
Las paredes altas y blancas del bar son un nuevo escenario para el ya
conocido vacío de su alma, recordó no contestar los mensajes, dejar de ir a la
cita de los jueves, no.
Mentirse que era divertido y volver cada vez más incompleta, como las
hojas de sus libretas donde no puede garabatear nada aparte de botoncitos.
Espía ,en un anonimato nervioso a la mujer diosa que acompaña al dueño
del botón ausente, levanta elegantemente la mano para pedir la cuenta , dos
mozos acuden desde lados opuestos del salón a la brevedad ,y recuerda lo que
ella tuvo que esperar para ser atendida ,uno de ellos pasa a su lado chocando
su mesa volcando torpemente el vaso de soda que acompaña el café , se levanta
de un sobresalto y rescata su cuaderno, el agua activa la tinta de sus manos y
deja rastros en su cara al tratar de contener una graciosa incomodidad, todos
la miran , la vergüenza le deja un desenfado de confianza y se convence de
que ese sea un día más de tantos ¿ por qué debería importarle que la noten?
Que él la note...si no hizo más que enseñarle cómo vaciar su corazón en siete
pisos y sesenta minutos.
Termina la última de sus medialunas (que está algo mojada) de un bocado
justiciero. Ve como la acompañante del séptimo” A” toma un taxi, sola. Por
encima de sus lentes mira sorprendida y sin voz a Marcos, que ya sentado en
su mesa, mira los botones dibujados y dice: –No existe mejor momento que
este, para que nosotros nos tomemos un café.
41

CAMARADAS

por Luciana Mariel González


Buenos Aires

Desde muy temprano supe que mi vida terminaría a una joven edad, si
se porqué pero no cuándo sucedería. Éramos un selecto grupo, que iban a ser
inyectados en diferentes países emergentes a fin de protegerlos. Sabríamos que
nuestra tarea debía realizarse cuando diéramos por eventualidad con alguno de
nuestros viejos camaradas. Una noche de clima social agitado, logre dar él. Ha-
bía sido programada para olvidar todo lo vivido, recordé mi preparación y supe
que mi vida terminaría, asumí el cumplimiento de la misión para la cual nací.
Logre entender que el fantasma del pasado estaba entre nosotros,
debía responder ¿Cómo se mide la traición? Luego de saber los resulta-
dos y las consecuencias que traía aparejado el mismo,el sentimiento de
dolor,llanto,impotencia,desgano y derrota. Qué haríamos ahora que la culpa
nos carcomía, le fallamos a nuestro pueblo o él nos falló a nosotros.
Luego de enviar a nuestros mejores soldados a luchar por ellos. El primero
de ellos perdió la vida en su ferviente persecución de la conquista social. El se-
gundo soldado era ella, a la que dieron por sentado, pensando que al igual que
él iba a ser eterna,especularon y no se la jugaron. La dejamos ir,no la escucha-
mos, desobedecimos sus mandatos, cuestionamos sus decisiones porque no las
supimos entender. Ella estaba adelantada,nos sentamos en la prosperidad de
que iba a realizarlo todo por nosotros y que nuestra inoperancia no iba a tener
consecuencias. Pero no podemos pretender que los pueblos todo lo razonen o
entiendan. Nunca debíamos confiar en la lealtad de los oprimidos. El asunto
estaba en nuestras manos y se escapó por esa cualidad de la inexperiencia de
altercar a nuestros líderes.
Mi misión era evitar que lo conseguido por mis iguales sea arrebatado,
si bien me había acostumbrado a vivir en mi mediocridad y soñar que estaba
preparada para algo mayor, mi tiempo había llegado. Estas eran mis discul-
pas, que pensaba que todo lo que había conseguido era gracias a mi esmero
personal,iba a ser mi forma de pedirte perdón por hacerte perder lo que más
amabas en la vida, por haber creído en nosotros, te falle pero no lo volveré
hacer. Iba a llevar tus banderas con orgullo y hacer brillar tu doctrina. No
volveríamos al pasado.
El alto comandante debía junto a mi derrotar a un encantador enemigo,que
su falta de intelecto lo mitigaba con gracia y sin carisma, uno ideológico que
42

destrozaría todo lo luchado por unos miles,quién arruinaría todo y nos pon-
dría otra vez como el contrario colorado, él era un mercenario. El objetivo
era resistir y inmiscuirnos en sus células débiles para lograr derrotarlo, el
plan no era terminarlo, sino eso haría la tarea de la gente demasiado factible
y no era solución, ya que si no se equivocan no crecen. Con apenas un mes
recibimos ayuda de nuestros mejores aliados aquellos que coquetearon con el
lado sombrío,nunca sabremos si lo hicieron porque la tentación fue más fuerte.
Tuvimos la oportunidad de liquidar esa forma de pensamiento, no lo hicimos.
Luego de meses de lucha, llegó la noche del escrutinio definitivo,con mi
camarada nos encontrábamos en la mesa del enemigo a la espera de los resul-
tados, había dos opciones: La primera era combatir desde afuera y esperar si
los resultados nos eran desfavorables; la otra terminar nuestras vidas y las de
ellos desobedeciendo las ordenes de la cúpula. La mesa se hacía más grande
a nuestros ojos, fuimos entrenados para no demostrar ninguna emoción no
lograban dar cuenta que no sabíamos qué hacer. A medida que pasaban los
segundos la brecha entre el bien y el mal era cada vez más grande a favor del
último. Nos fuimos y decidimos que la primera se pondría en práctica.
Luego de minutos comenzamos a dudar de nuestra sentencia,nos fuimos
y dimos un paso al costado y que el futuro haga lo que debía,esa fue nuestra
redención dejar en manos de sus propios dueños el destino.
Caminamos cuadras en la noche,hasta que logramos descubrir que sin
nuestra intervención se había tomado una buena decisión,esperábamos que
nuestro tercer soldado lograra la igualdad de sus pares.
Mientras tanto seguiríamos en las sombras a la guarda que una nueva
misión nos llamara, no deseábamos estar vivos para ver al mal triunfar o ha-
cernos tambalear.
43

MAMÁ

por Luis Roberto Guariniello


Buenos Aires

Hoy se cumple un año de la muerte de mamá, y todavía no he tocado sus


cosas. Silvina me insiste desde hace tiempo, aun respetando mi decisión, que
revisé la pieza de mamá para que poder integrarla a la casa y que deje de ser
un mausoleo. Yo la entiendo, y sé que lo mío no tiene más sentido que la inten-
sión remota de conservar su recuerdo. Siempre fui el consentido de ella, si bien
los dos hermanos habíamos sido criados con los mismos cuidados y cariños,
mamá siempre tenía un guiño para mí. Alberto era del mundo de papá, desde
el parecido físico al fanatismo por el futbol, en cambio yo sintonizaba con ella.
Gustábamos de la poesía y la música, y muchas veces compartíamos libros de
poemas y disfrutábamos de las transmisiones radiales del teatro de la ópera.
Ella decía que yo me parecía a su familia, en particular a un tío suyo que había
muerto muy joven y del cual habían quedado pocos recuerdos.
Cuando murió papá le preparamos un cuarto en nuestra casa y se quedó
a vivir con nosotros. Ahora, y después de un año, es tiempo de revisar todo,
guardar lo útil, deshacernos de lo que sobra y transformarlo en la habitación
de mi hijo mayor.
Con Silvina revisamos y tiramos prácticamente todo lo que había en el
placar, pero del escritorio me encargué personalmente. Es uno de esos muebles
antiguos, lleno cajones y con una especie de persiana de madera que cubre la
zona de trabajo. Había pertenecido a mi abuelo, y ella lo cuidó siempre con
especial cariño.
Encontré libros, recetas de cocina y cosas tan variadas como botones,
folletos y recibos de compras realizadas. Luego de eliminar las cosas inútiles,
y acomodar las que me parecieron importantes, se me ocurrió lustrar y repa-
rar el mueble. Ahí fue cuando, al sacar un cajón, encontré un doble fondo que
hubiese sido imposible ver en el uso normal del escritorio.
Era un paquete de cartas, o más precisamente esquelas, estaban atadas
con una cinta de color indefinido por el pasaje del tiempo. Estaban dirigidas a
mamá, y mi primera sorpresa fue la manera romántica en que estaban escritas.
No podía imaginar a papá escribiendo de esa manera, su forma de ser era más
mundana, y aunque era simpático y cariñoso nunca se me ocurrió que podía
hilar un texto poético. Eran unas cuantas, así que me tomé el tiempo leerlas
con tranquilidad. En la segunda esquela me di cuenta de que quién escribía
44

no era mi padre. La manera de dirigirse a ella, como a alguien sagrado al que


se ama y no se lo puede alcanzar, y las imágenes poéticas que se respiraban
en cada párrafo estaban muy lejos de lo que había vivido en mi infancia. Papá
y mamá formaban una pareja indisoluble, bromeaban entre ellos y muchas
veces nos hacían cómplices de sus bromas. Pero todo eso distaba de lo que
estaba leyendo.
Evidentemente quién escribía no era mi padre; mamá había tenido un
amante. La idea la rechacé de plano, mamá no podía engañar a papá, tal vez
fuera sólo un admirador. Pero el texto guardaba una intimidad que superaba
la simple contemplación. Con una lectura más detenida encontré referencia a
encuentros furtivos, momentos sublimes y tiempos compartidos. Evidentemen-
te habían sido amantes, lo que no encontré fueron fechas, luego podría haber
sido mucho antes de conocer a papá.
Seguí indagando el escritorio, tenía muchos recovecos que guardaban
lugares secretos, hasta que descubrí, sobre un lateral, en un cajoncito que po-
día servir de tarjetero, un sobre pequeño arrinconado contra el fondo. Dentro
de él encontré una foto de un hombre joven, en el dorso estaba dedicado a mi
madre y decía: “Cuando regrese te iré a buscar. Te amo, Gustavo.” Junto a la
foto encontré un recorte de diario con una nota sobre un grave accidente ferro-
viario. La noticia estaba fechada seis meses antes del día de mi nacimiento y
hablaba de más de cincuenta muertos tras un descarrilamiento en la provincia
de Río Negro.
Traté de calmar mí ánimo, sentí que se trataba de una revelación, pero
mamá, y papá y aparentemente el hombre de la foto, ya estaban muertos. Cuando
levanté la vista del retrato y vi mi imagen en el espejo de la cómoda entendí mi
parecido con el tío de mamá, que según ella había muerto muy joven.
45

UN MURAL PARA MI NIÑO

por Bárbara Jantus


Buenos Aires

Granma, Mamina, Abu, con alguno de estos apelativos la llamarían sus


nietos. Daya pensaba esto mientras mezclaba el blanco y el azul cobalto de
la pintura que estaba preparando. Es muy difícil determinar el color del mar,
ella lo sabía muy bien, no sólo las nubes, la inclinación del sol o los efectos del
viento en la superficie, también el ánimo del observador influye en la tonali-
dad. Hoy estaba de muy buen humor. El anuncio hace ya varios meses de que
su hija Marita tendría un niño, le dio ánimo y entusiasmo.
Ninguno de sus hijos había comprendido su mudanza. Al enviudar, vino
a vivir al Torreón del acantilado. Disfrutaba las noches de tormenta sintiendo
la fuerza del viento y los golpes del mar sobre las paredes del murallón, le
ayudaban a sentirse parte del cosmos. Los demás, lo consideraban una locura.
En todos estos años, sólo habían ido a visitarla en pocas ocasiones.
Se pasó el dorso de la mano por la frente, hacía calor. El dibujo base ya
estaba listo. Dos días completos le llevó colorear los verdes: árboles, plantas,
pasto, libélulas, algunos peces. Estaba poniendo toda su pasión artística en
este mural.
De pie en el centro de la habitación, pensaba que el contraste del piso de ma-
dera lustrada con las vigas blancas del techo era el marco perfecto para su obra.
En una carta a Marita le había escrito: “Facu tendrá el cuarto más lindo
que pueda desear. Ya verás, no querrá nunca que terminen las vacaciones”
El timbre del celular le sobresaltó. Se limpió las manos en el delantal y
buscó el aparato en los bolsillos. Era Sandra, su ayudante y amiga
–¿Cómo estás? ....sí voy a quedarme en casa, quiero terminar la parte alta así
le devuelvo la escalera al jardinero, por supuesto veni cuando quieras, un beso.
Pasaron la tarde trabajando en los dibujos mientras comentaban las nove-
dades de sus respectivas familias y cuando el sol ya se había ocultado Sandra
se fue. Quedaron en ir juntas a comprar más esmaltes antes de que aumentaran
de precio.
–¡Cómo va a disfrutar tu nieto en esta casa! Creo que todas sus fantasías
infantiles tomarán vida en esa pared– fue el comentario de su amiga.
Necesitaba desentumecer el cuerpo después de tanto trabajo. El Torreón
estaba alejado de las casas vecinas y eso tenía una ventaja. Fue hasta el living
46

y eligió una música tipo hip hop en el menú del equipo instalado sobre el anti-
guo mueble. Subió el volumen –total no molestaba a nadie en varios kilómetros
a la redonda– y se puso a bailar llena de energía. Bronco el ovejero alemán,
ladraba y daba saltos como si conociera el ritmo de moda.
Al día siguiente se fue a Solvan, esta ciudad siempre le aturdía. Marita
tenía turno para la ecografía y se había ofrecido a acompañarla. Si todo iba
bien, esta sería la última antes del parto.
–Mamá, estoy feliz con el Dr. Carlen el obstetra que me recomendó San-
dra, es muy buena persona, te explica con paciencia y cualquier cosa que le
digas la toma como un dato a tener en cuenta.
Al entrar al consultorio, el médico saludó con un beso a su paciente y
con un gesto de la cabeza estrechó la mano a Daya. Sus miradas se cruzaron
como diciendo: Yo soy la madre si no la cuida lo mato y yo soy el médico
tengo la última palabra. Les aseguró que estaba todo en orden, le dio unas
indicaciones a Marita para que esté atenta a los síntomas de las contracciones
y las despidió. Todo fue muy rápido, al día siguiente estaban otra vez en la
clínica para el parto.
Después del nacimiento de Gaspar toda la familia se comprometió para ir
a ver el mural terminado. Se reunieron en el Torreón para organizar el Bautis-
mo. Marita llegó muy retrasada. Algo había pasado. Gaspar envuelto entre sus
brazos, tenía los ojitos cerrados. Estará durmiendo pensó la abuela.
–Mamá, hoy fuimos a ver al Dr. Carlen y me confirmó algo que yo su-
ponía– no podía hablar tranquila, los sollozos sacudían su cuerpo– Facundo
nació ciego.
Como un cachetazo le llegaron las palabras. Atinó a rodear el cuerpo de
su hija con un abrazo envolviendo al niño que parecía dormido. Calladas, su-
bieron las escaleras, al entrar al cuarto: libélulas volando, árboles que movían
sus hojas, peces burbujeando y el piar de las aves llenaban el silencio de la
vista.
47

***

por Marta Liliana Joison


Ciudad Autónoma de Buenos Aires
48

***

por Laura Beatriz Lazo Padula


Buenos Aires
49

SIETE MINUTOS

por Sandra Marina Lucero


Buenos Aires

Las noches se estaban haciendo interminables, hacia meses que no lo-


graba descansar, las pesadillas la despertaban empapada en un sudor frio que
le calaba los huesos.
Podría cambiarlo... ella sabía que esto no podía durar por siempre, en
algún momento la dejaría en paz...
Trataba de prolongar sus actividades, sus ojos enrojecidos no le daban
Tregua a la pantalla de su ordenador.
Litros de café, hacían de su noche una eterna agonía, de ojos entreabier-
tos...no iría a la cama, esa noche no se lo permitiría.
El agotamiento la dejo tendida sobre el escritorio... alguien la tomo del
brazo ¡oh no volvería a hacerlo!
Se encontró nuevamente en la gruta , las paredes exudaban un liquido
sanguinolento y el olor era asfixiante, fétido, un encadenamiendo de arcadas
la asaltaban mientras era conducida por la cueva. El aire comenzaba a clarear-
se, una refrescante brisa salada le humedecía los ojos. Al fin podía sentir el
frío de la arena húmeda y las conchillas clavándose en sus pies. Podía verse
la fogata en la playa y el mar reflejando imponente la luna. ¡Llegaria un poco
de calma!
El sonido del mar le devolvía la tranquilidad, se recostaba en la arena unos
segundos podía sentir como la bravura del agua se hacía mansa en sus plantas.
Volvió... ¡no otra vez!... hundió sus manos frías en su ser apretó su corazón
y se lo mostró, podía ver como aún latía fuera de su pecho. No podía respirar,
dolía, ¡Por favor devuélvanlo!, suplicaba entre llantos. Volvían a jugar con é ,
lo arrojaban sobre una fría roca , para cortarlo, el dolor se hacía intolerable,
no podía sentirlo, ya no. Pedía piedad entre sollozos, ojos inquisidores a su al-
rededor inertes, insensibles la miraban sin ayudarla. Alguien al fin la escucho
tomo el corazón y se lo entregó.
Siete segundos de asfixia y volvió a latir, la llevaron a la rastra por esa
caverna ,el piso estaba aún mas resbaladizo, quiso tomarse de una protube-
rancia para no caer pero la sangre se pego en su mano. El horror volvió a
apresarla. Y aquel ser horrendo la empujo, devolviéndola con un golpe sobre el
escritorio. Estaba empapada, su corazón latía acelerado con el rostro cubierto
50

de lagrimas, se dispuso a servir otra taza de café, en la pantalla eran las 3:37
apenas siete minutos, por fin había despertado, estas pesadillas iban a matarla
si continuaban.
Se sentía débil, agotada y con el paso de los meses había perdido el ape-
tito, su piel estaba mustia ¿hasta cuándo?... no creía posible sobrellevar esta
agonía. Tomo unos sorbos, estaba amargo, rancio, hacía varios meses q lo
bebía no era posible recalentarlo más.
Cayo rendida sobre la cama se negaba a cerrar los párpados, las fuerzas la
abandonaron ...sucumbió y ese ser implacable nuevamente la tomo del brazo,
esta vez estaba desesperado, sediento, se acercó clavando cuchillos, tajándole
la piel... que espanto ,lagrimas... una última oportunidad para implorar piedad,
grito... hasta desgajar su garganta. Ese abominable ser la arranco, golpeo su
carne pálida hasta que la desesperación la dejo envuelta en una tormenta de
gritos y corridas.
La playa, al fin la playa, el sonido del mar, la arena estaba tibia, el dolor
ceso, termino la agonía otra vida comenzaba, tenía todo por hacer, el camino
nunca era fácil y este viaje tampoco. Su nueva madre la abrazo con ternura y
dijo algunas palabras que aún no comprendía, no tuvo miedo, llevaba el so-
nido del mar en su pecho y la arena tibia en sus brazos. Todo había terminado
al fin, ya podría descansar.
51

LA GRAN OPORTUNIDAD

por Mónica Macri Ahuntchain


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Esa mañana se había despertado temprano, pudo dormir bien a pesar de


la ansiedad. Sabía que hoy era un gran día, una entrevista le daría la gran
oportunidad de conseguir el puesto anhelado durante tantos meses. Se duchó
con agua fría para despabilarse, desayunó solo café, se vistió con su único traje
sastre y calzó sus zapatos negros relucientes. Atravesó la puerta hacia la calle
y por suerte, no se encontró con el encargado del edificio, quien vociferaba
las noticias matutinas. No tenía ganas de escucharlo. Exhaló un suspiro, se
sintió seguro de sí mismo y pensó que nada le impediría cumplir su deseo, que
estaba destinado a triunfar. Imaginó como cambiaría su vida. Caminó hasta el
subte. Hubiera preferido viajar en otro horario; a esta hora, por la cantidad ma-
siva de pasajeros, temía arrugar su ropa. Notó que nadie le prestaba atención,
solo personas anónimas metidas en sus propias preocupaciones. A tropezones
llegó hasta la puerta. Salió. Debía caminar unos trescientos metros hasta la
torre de oficinas de la calle Esmeralda. Lo invadió una incipiente duda. Su
paso se volvió más lento. Sintió un elemental miedo a lo imposible que se acre-
centaba en paralelo a su andar. A medida que avanzaba se hacía más pequeño.
Con esfuerzo subió los dos escalones del frente del edificio. Al llegar a la gran
puerta vidriada, se había achicado tanto como un diminuto insecto. Detrás de
él unos zapatos negros relucientes, en busca de la gran oportunidad, sin más,
lo pisaron hasta aplastarlo por completo, convirtiéndolo en una mancha más
de la ciudad.
52

REVELACIONES OSCURAS

por Marcos Martínez


Buenos Aires

Trece eran las puertas, trece el numero de mi maldición, trece veces re-
sonaron esas palabras, ese llamado o ese augurio maldito antes de que pueda
despertar. Otra vez el color de mi habitación regresaba lentamente de un gris
mortuorio a la normalidad mientras abría los ojos. El sonido que provenía de
afuera reingresaba en la atmósfera con algo de retraso. No podía yo imaginar
otra cosa que no sea un lento marchitar hacia la locura. Estaba tan horrori-
zado como fascinado. Mis sueños se volvían cada vez más profundos, me
transportaban a rincones que desconocía de mi mente. Al principio me decía
a mi mismo que todos estos fenómenos eran proyecciones del inconsciente,
sin embargo con el tiempo comprendí que estaba accediendo a una dimensión
siniestra y caótica.
Abrí doce puertas rompiendo o resolviendo cada uno de los sellos que las
mantenían herméticamente selladas. Tal vez cueste crearse una imagen mental
de mis palabras, pero las puertas que abrí eran en una dimensión literalmente
puertas, mientras que en otras dimensiones eran aspectos reprimidos de mi
personalidad, recuerdos, miedos y mis negaciones. Tuve que enfrentarme a la
realidad interior que me mantenía cautivo en la ilusoria mentira que elegí vivir
para desenvolverme en el mundo ordinario. Cambie a medida que los sueños
se fortalecían y las puertas se derribaban, me aleje de todas las relaciones fun-
damentadas en falsedades y en intereses banales. Me perdí en mis reflexiones
y me entregue a la totalidad absoluta de mí ser.
En la primer y segunda puerta que abrí me tope con mis propias contra-
dicciones. Tuve que resolver el conflicto entre la dualidad de mis deseos, reco-
nociendo que por mucho que me esforzara en ayudar a otros, siempre busque
beneficiarme secretamente de ello. La tercer y cuarta puerta me guio por el
mundo de mentiras que había construido, donde yo era parte de un mecanis-
mo funcional que me permitía vivir con comodidad manteniendo una imagen
respetable pero me impedía mostrarle a las personas como era realmente. La
quinta y sexta puerta fue confusa, imágenes de eras paganas y místicos paisa-
jes cubrían mis sueños, comprendí que mi alma estaba ansiosa de recuperar la
libertad y el poder liberador de la imaginación. La séptima y octava puerta la
experimente como una fuerza que fluctuaba a través de mí pero de la que no
podía sacar provecho, entonces reconocí que hasta ahora había desperdicia-
53

do mi potencial. La novena y decima puerta fueron dolorosas, mi cuerpo se


desgarro y sufrí a través del sueño el castigo que yo mismo me generaba por
haberme sometido a la auto destrucción del alma. En la onceaba y doceava
puerta sufrí la desolación de la creación, el dolor que encerraba en mi pecho
desde la infancia y la frustración que me obligo a bloquear mis emociones, en
ese momento murió todo lo había sido hasta ese instante, y al ver la treceava
y ultima puerta encontré algo mas...
Me libere de la persona que fui, de esa marioneta de carne enmascarada
en trajes, sonrisas y pretensiones sociales. Todo con un único fin, ser quien soy
ahora y quien fui siempre. Entonces ejerciendo todo el poder de mi voluntad,
me libere de las cadenas y traspase la última puerta.
Me envolvía una incómoda sensación, las paredes palpitaban en silencio
y el tiempo parecía detenerse. Mis piernas cedían ante el peso de una fuerza
inconmensurable. Mi boca se secaba y los colores se apagaban en la habita-
ción. La decadencia y la putrefacción lo envolvían todo. Un ruido similar al
que produce la estática comenzó a atacar mis tímpanos. Todo se transformaba
en una cacofonía de terror. El mundo que conocía se desmoronaba frente a mí
y finalmente trascendiendo toda experiencia onírica y corpórea comprendí los
susurros, entonces contacte por primera vez con los muertos.
54

LA MUJER DEL VESTIDO GRIS

por Edith Graciela Migliaro


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Dolores estaba con las manos apoyadas sobre la valija y su mirada per-
dida en la sala de espera del aeropuerto. Habían proyectado el viaje a Ferrel,
condado de Peniche, Portugal, a orillas del mar, pero todo se precipito con la
muerte de su tía , por lo que decidieron ir también con su hermano Miguel. El
vuelo estaba demorado, a su lado su esposo, ignorándola como siempre. Antes
de salir habían cruzado tres o cuatro frases, su vida juntos era un dialogo de
monosílabos. El altavoz anunció que los pasajeros del vuelo LH510 superados
los inconvenientes climáticos podían abordar.
Dolores y Miguel se apresuraron, Félix se demoró, ella lo llamó y él sin
mirarla, le dijo:
Yo no viajo, no viajo con ustedes.
¿Pero no reservaste todos los pasajes juntos?
Sí, pero no con ustedes .Esto ya no va, soluciona tu herencia– aclaro Félix
irónicamente– Tengo una carrera por delante, no puedo perder el tiempo en
mediocridades.– Acto seguido tomo su valija y se fue.
Sentada en el avión no entendía lo ocurrido, su relación estaba desgastada,
pero esto y así, no. Sin darse cuenta estaba llorando. Miguel trato de saber que
había ocurrido. Ella prefirió no hablar, necesitaba comprender lo ocurrido.
Al llegar a Lisboa alquilaron un auto, tenían dos horas hasta su destino, el
Surf Castle, un viejo castillo hecho hotel, propiedad de su tía.
Quedaron deslumbrados, era muchísimo mas de lo que imaginaron,
Dolores supo que era su lugar en el mundo.
Fueron recibidos por el administrador que les mostraron orgullosos todas
las instalaciones.
Los trámites legales llevaron varios días, era un buen negocio. Dudaban
que hacer, les tentaba la idea de no vender. Se dedicaron a recorrer la ciudad,
la playa, acantilados y el faro, conocieron el centro de arte donde funcionaba
grupos de apoyo para niños y a su director, un escrito de considerable fama
trato que ella se uniese como profesora de arte.
Una mañana Dolores recibe una llamada:
–Hola ¿Quién habla?
55

–Félix ¿Ya estás en Buenos Aires? –respondió Dolores indignada. (–Si


estuviese en Buenos Aires, estaría ahí, en mi casa): –Como suponía no podés
comprarme la mitad del departamento, vos me dirás dónde te mando tus cosas
–Dijo Félix sin ningún preámbulo y corto.
Estaba furiosa, no podía creer el cinismo y la crueldad, ¿Quién era ese
hombre con el convivió seis años? ¿Qué necesidad de menospreciarla?
–¿Qué te pasa? –dijo Miguel– Parece que estás por matar a alguien, ¿Ha-
blaste con Félix?
–Digamos que lo escuche, no se molesto en saber que pensaba ni expli-
carme la decisión de separarnos, ni donde fue ni con quién, quiere comprarme
el departamento –estaba llorando.
–Y eso que importa ahora ¿Y si te quedas acá? Para mi sería una renta
interesante, el hotel funciona bien. Podrías empezar una nueva vida.
– Si, lo estaba pensando. –Dijo Dolores dubitativa.
Su hermano regresó a su casa y ella se complemento con el personal del
hotel, hizo algunos cambios que fueron tomados de buen grado. Acepto el
puesto de profesora en el centro de ayuda, y lo más importante volvió a pintar.
Alentada por Javier, el director, hasta tal punto que le ofrecieron hacer expo-
siciones en distintas ciudades de Europa. En una de ellas, el destino quiso que
el diario donde trabajaba Félix lo asignara como crítico.
Félix vio a Dolores conversando con otros periodistas y se acerco.
–Soy...
–¿Cómo estás? –y dirigiéndose al hombre que estaba parado a su lado: –Te
presento a Félix, mi ex.
Javier estrecho su mano y sonriente se limito a decirle: –Gracias.
–¿Gracias? ¿Por qué? –alcanzó a articular el ex.
–Por dejarla. Para mí.
Atónito se retiro, comenzó a recorrer la exposición, en un lugar destacado
un cuadro reflejaba una mujer sentada en una silla, apoyando un brazo en el res-
paldo, con el cabello a medio recoger, un vestido gris, en una habitación oscura,
descascarada y a sus espalda se veía a través de la ventana un soberbio paisaje de
una playa bañada por un mar calmo bajo un cielo diáfano, el paisaje de Ferrell.
Debajo de la pintura, como en todos los otros cuadro una frase:
¡La mujer de gris, se asomo a la ventana y dejo caer de su alma el vestido
de la mediocridad!
56

BRONCA

por David Murstein


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

El estruendoso portazo sacudió las paredes del otrora nido de amor,


cuando el camino a la felicidad cedió el paso al agravio, y la embriaguez de
la intimidad fue sustituida por la frialdad del rechazo Y SERAN UNA SOLA
CARNE, dice la biblia. Pero el rayo de la sordidez invadió los oídos y desapa-
reció la dulzura de las palabras. Aquellos ojos que contemplaban esa entrega
total que solo se da por amor, cubiertos de lágrimas ante el chillido de los cris-
tales arrojados por la exacerbación en lugar del cadencioso tintineo de gotas
perdidas en las particelas de la desventura. ¿y entonces? ¿existe una respuesta
en el manual de la desesperación? Gustavo, que era el nombre del protagonista
de esta historia, dejó que sus pasos lo llevaran a ninguna parte, aprisionado
por esa bronca que lo atormentaba, porque las broncas duelen, durante horas
deambulò paseando su crispación buscando en las muchachas que se le cru-
zaban esa mirada que a veces es el principio de un camino y el final de dos
soledades. Pero lo tormentoso no se apacigua con fantasías, solo caminar...,la
verticalidad de las espaldas cede al encorvamiento,las piernas se ponen duras
caminando, la fatiga toma el timón de la depresión y nuestro héroe es más un
zombi que un ser humano. Pero la fantasía de encontrar esos ojos dueños de
ese amor genuino apareció. Con la mirada soñada... ¿Dónde FUISTE?... NO
LO SE! Súbitamente los brazos de Celia (su mujer) rodearon su cuello. Gus-
tavo contuvo con desesperación ese cuerpo PARTE DE UNA SOLA CARNE
Y, el beso intenso, entre angustioso y feliz, eran todos los besos del mundo.
Gustavo era el niño en brazos de su madre, quizá Edipo sumergidos en ese
beso con sabor a encuentro mientras los brazos del homo sapiens se aferraban
a ese cuerpo de mujer que, parafraseando a Ortega y Gassette “tensas como
las cuerdas de un violín, pero capaces de estremecimiento”. A lo lejos resonaba
un tango RENCOR TENGO MIEDO QUE SEAS AMOR.
57

RECUPERANDO LAS ALAS

por 11 Lore Nieva 8


Buenos Aires

Cuando se volvieron a encontrar él estaba transitando por un período


de oscuridad.
Con una mochila donde cabían todas sus pertenencias, llegó a la casa de
sus padres en Buenos Aires, después de haber perdido todo. La familia que
había construido, la casa, el auto, el negocio.
Sus creencias quedaron destrozadas llevándolo al desencuentro total con-
sigo mismo. Se había convertido en un perfecto extraño dentro de su cuerpo.
Así, a la deriva y lleno de dolor, llegó aquel día, buscando una luz que alumbre
sus propósitos de trabajar y estudiar.
En varias ocasiones encontró a su hermana sentada en el piso. –Esta loca
piensa que meditando va a lograr conseguir dinero para vivir. Vive de arriba.
Tiene un título universitario sin usar porque dice que tiene una misión y el
sueño de vivir de lo que escribe. Mientras tanto mis viejos la consienten para
ayudarla hasta que termine su novela. Así cualquiera es feliz. Cero respon-
sabilidades ¿A dónde va a llegar así? –pensaba mientras bajaba las escaleras.
Al salir de su estado meditativo, Luna cerró su departamento y bajó a al-
morzar. Como de costumbre, saludó a su madre y a él, con un beso y un abrazo
–Mucha Luz –le dijo a cada uno y se sentó a la mesa. Parecía todo normal.
Pero, desde que Ricardo estaba en la casa había notado que cada vez que to-
maba un poco de alcohol se transformaba, como si estuviese poseído, cosa que
le incomodaba bastante. De esa manera pasaron varios días. La incomodidad
entre ellos se iba tornando insoportable. En reiteradas oportunidades mani-
festaron un profundo desacuerdo sobre sus hábitos. Desacuerdo que tenía un
trasfondo mucho más allá del tiempo presente en el que estaban conviviendo.
De tanto tirar de la soga un día se rompió y estallaron ambas personali-
dades. Empezaron a salir resentimientos añejos. El dolor del pasado recorría
el cuerpo de Ricardo. La bronca se veía reflejada en sus venas hinchadas, el
cuerpo tenso, la voz exaltada y un tono autoritario e irritante. Luna también
estaba perdiendo el control de sus emociones. Intentaban conversar pero lo
único que les importaba era tener razón. Luna calló y respiró hondo. Tomó un
portarretratos del mueble que tenía enfrente y lo desarmó, quedándose sólo
con el marco. Se paró frente a Ricardo, recuadro de por medio. Él, harto de su
propia voz, hizo silencio.
58

–¿Me ves?
–Sí.
–¿Ahora? –Se había corrido completamente del recuadro.
–No.
–Eso es lo que está pasando hoy. Me corrí del marco de tu realidad. Las
creencias que fuiste incorporando a lo largo de tu vida conforman el modelo
mental con el que ves las cosas, las personas, el mundo. Todos hacemos eso.
Bien o mal, de acuerdo a ese marco de la realidad, interpretamos todo y por
más que no entendamos algo, hacemos intentos forzosos por encajarlo en lo
que ya conocemos como bien o mal. Por lo que es muy fácil sufrir cuando algo
no logra encajar con “ese” marco de la realidad. Eso es el sufrimiento. Miráte.
Llegaste hasta aquí, casi sin nada de lo que sostenía tu mundo ¿Vos pensás que
te sirven esas creencias para crear uno nuevo?
Sus ojos se llenaron de lágrimas:
–No.
Emocionadas Luna y su madre, la brujita de la casa, se miraron con un
dejo de complicidad.
–Quiero que sepas que eres un Ser maravilloso lleno de Luz. Tienes todo
lo que necesitas en tu interior. Tu nombre refleja tu esencia: Ricardo “Rey
Poderoso” “Rey corazón de León”.
Las lágrimas recorrían sus mejillas. Sonreían, eran lágrimas de felicidad.
Mientras la magia del poder del amor los abrazaba, los tres se fundieron en
un abrazo eterno.
Así fue que Ricardo “corazón de león” comenzó a conocerse a sí mismo,
caminando para adentro encontró Luz. Su Luz. Decidido a dejar atrás sus años
de oscuridad poco a poco fue conectándose con su Divinidad.
Feliz de haber encontrado las puertas de su propio cielo y recuperadas sus
alas, agradeció por aquel milagro, levantó la mirada y se echó a volar.
59

EL EXTREMO DE LA TRAMA

por Ana Paula Perugini


Buenos Aires

En uno por arriba, en el siguiente por abajo, los pálidos hilos iban forman-
do los entramados en el telar. Las uñas levantaban el hilo para que la aguja
pudiera pasar con mayor facilidad y luego lo volvían a acomodar en el lugar.
Solo la débil luminosidad del tejido hacia posible la tarea en aquella ha-
bitación en penumbras. Ella proseguía a pesar del cansancio de sus ojos por
forzar la vista, no pensaba en descorrer las cortinas para que entrara el sol,
del cual un rayito se filtraba en el cuarto; ni en prender la luz. Ella trabajaba,
solo el tejido importaba. Los hilos se entretejían formando imágenes, paisajes
e historias. A veces su pelo, largo y descuidado, era enlazado entre las hebras,
tan enfocada estaba en su labor que ella lo ignoraba.
Callados, en el escritorio se encontraban desparramados los otrora locu-
tivos libros de Cortázar, Borges, Poe, Quiroga, y tantos otros que la habían
hecho soñar; abandonados, silenciosos y empolvados. Ella ya no leía, lo único
que hacía era tejer en el telar, el trabajo de su vida, sus sueños.
Un golpe seco se escuchó en la puerta, seguido por otro y un tercer, con el
chirrido del picaporte impulsado hacia abajo, pero sin llegar a abrir. La mujer
solo podía tejer. Finalmente la puerta se abrió, un gato se descolgó del pica-
porte del que se había agarrado para que su cuerpo hiciera peso para bajarlo,
aunque debido a su escaso peso, el objeto había tardado en ceder.
La oscuridad no afectaba los ojos del felino que con un vitazo al cuarto la
vislumbró y se acercó a ella, maullando para atraer su atención, sin acercarse
demasiado al telar. Ante la falta de efectividad de esa táctica, le gruñó al te-
jido y se acercó aún más para restregarse contra las piernas de la mujer. Ella
siguió su labor sin percatarse de su entorno, uno por arriba el otro por abajo...
Entonces, el animal trepó a su regazo y apoyo la patita en el cuello, maullando,
sin efecto. En ese momento, el felino fijó sus ambarinos ojos en el luminoso
tejido. Con un salto, subió al telar, espalda enervada, y las uñas...
–¡Push, no!– El grito generó una mueca muy similar a una sonrisa en el
gato, que guardando sus garras se acercó al borde del telar. Ella lo bajó, el
animal volvió a refregarse en sus piernas; pero ella lo ignoró, centrándose
nuevamente en su trabajo. Push, esta vez, se aproximó a la bolsa que estaba
al pie del telar, sacó un ovillo y huyó con él, y se ocultó en la habitación. Esta
vez la mujer se levantó y los cabellos entretejidos le dieron un fuerte tirón que
60

la hizo gritar de dolor. Volvió a acercar su cabeza al tejido y agarrando una


tijera cortó los mechones. Una vez libre se volteó para buscar al delincuente,
sin embargo, el oscuro pelaje le permitía al felino camuflarse en el oscuro
cuarto donde la puerta y el telar eran los únicos puntos de luz, además del
rayito de sol que se filtraba por las cortinas. Molesta, descorrió las cortinas lo
que levantó una gran nube de polvo. Pero permitió entrar al sol, que lastimó
su vista. Un nuevo maullido la hizo girar.
Push la esperaba en el medio de la habitación, había dejado el ovillo y se
revolcaba en la alfombra, pero la imagen del felino la contrarió. Las costillas
del pequeño animal se notaban a pesar del espeso pelaje.
Lo tomó en brazos y lo llevó hasta la cocina.
En la cocina, sucia y abandonada, lo único que encontró para el gato fue
un pote de crema sin vencer en el frizzer, que calentó junto con unos fideos
para ella.
Al terminar retornó al cuarto para continuar con su labor, seguida por el
gato que volvió a gruñir al ver el telar. Ella tomó la aguja y retomó su ritmo.
Faltaba poco, uno por arriba, el otro por abajo, con Push en su regazo.
Con el último suspiro terminó de rematar y la aguja cayó de su inmóvil
mano al suelo.
El tejido se liberó del telar con suavidad y envolvió el cuerpo absorbiendo
el último vestigio de calor. Push, atrapado, furioso y asustado, no dejaba de
dar zarpazos a la criatura de hilos, rasguñando todo a su paso, hasta que todo
se inmovilizó.
La policía clasificó el caso como un “ataque animal”, el gato, loco, había
atacado a su dueña, destrozando el tejido y asfixiándose en el proceso. No
encontraron otra explicación.
61

SIMBIOSIS

por Mónica Isabel R eiriz


Buenos Aires

Había tenido otros pero ninguno tan inteligente como éste. Los anteriores
(dos o tres no más) eran más pequeños, más sencillos, tal vez con menos luces
pero ella era una adolescente y cada uno, en su momento, fue la mejor elección
para sus intereses. Ellos supieron enamorarla y con todos vivió en cada etapa
un feliz idilio, aunque con ninguno la relación llegó a la magnitud de lo que
está ocurriendo con el actual.
El primero la conquistó por su aspecto exterior y aunque interiormente
era bastante básico logró hacerla sentir una mujercita, una muchacha que ya
gozaba de ciertos permisos y dejaba atrás a la nena. Con él aprendió los pri-
meros pasos, se sintió un poco más cerca de sus amigas, que también vivían
la experiencia con otros y además muchas veces se sintió más controlada por
sus padres desde que él entró en su vida.
Pasado el tiempo, de la mano de su propio crecimiento y ante la demanda
generada por sus nuevas actividades sintió que ya no se adaptaba a sus expec-
tativas y aunque le tenía cariño ya no lo quería tanto como cuando deseaba
tenerlo, cuando soñaba que fuera suyo y estuviese a su lado. Se dio cuenta de
que él se había quedado en el tiempo y que ya no respondía a sus requerimien-
tos como en un principio. Así fue que tomó la decisión de un cambio.
Llegaron otros pero con los siguientes se repitió la historia, con algún que
otro episodio que marcó la diferencia en líneas generales ocurría siempre lo
mismo: se deslumbraba, la conquistaban y al cabo de un tiempo se daba cuenta
de que eran poca cosa para ella.
Con el actual la cuestión es totalmente distinta y por eso está sufriendo las
consecuencias, preocupantes para su entorno pero que a ella parecen no afectarle.
Desde un primer momento él se mostró mucho más atractivo que los
anteriores. Tenía tanto para ofrecerle, contarle y mostrarle que ella se sintió
embelesada ante su presencia. Se mostraba tan servicial que parecía venir a
solucionarle todos los problemas. Estaba siempre tan atento a todo que hasta
le recordaba los cumpleaños de sus amigas. De una u otra manera siempre
captaba la atención de la muchacha, tanto que con un simple guiño, un llama-
do, un silbido o una canción lograba distraerla de cualquier conversación o
actividad y acaparar su mirada solo para él. Se preocupaba en disipar todas las
dudas que ella le manifestaba, la tenía al tanto de todas las noticias, siempre le
62

aconsejaba como viajar si tenía que hacer algún trámite, le mostraba fotos de
lugares paradisíacos adonde ella soñaba viajar. Muchas veces pasaban horas
enteras compartiendo juegos de ingenio.
Era tal el magnetismo que su presencia provocaba en la joven que cada
vez empezaron a pasar más tiempo juntos. Cuando comían y aunque estuvie-
sen con familiares o amigos ella lo colocaba muy cerquita suyo y no podía
alejar su mano de él. Lo acariciaba, deslizaba sus dedos sobre su cuerpo y él
se encendía expandiendo un brillo especial.
Todos los que la conocen coinciden en que ya no es la de antes. Dejó de ser
conversadora, sociable y ahora sólo tiene ojos para él. Piensan que él está domi-
nando su vida y que de a poco irá consumiendo toda la energía que ella posee.
Hoy los padres de Miranda están muy consternados. Anoche ella se
durmió tomándolo en su mano y durante el sueño la escuchaban hablar como
en una pesadilla. Lo que balbuceaba era un discurso ajeno a su manera de
hablar, se acercaba más a la forma habitual de comunicarse que él manifes-
taba. Revolcándose en su cama y moviendo la cabeza sobre la almohada ella
repetía twiters, mensajes, informes de saldo, horarios, temperatura, estados
de facebook, temas musicales y un sinfín de informaciones. Al despertar ya
no podía alejarse de él por propia voluntad, se había producido una simbiosis
y permanecían adheridos.
Ahora sus familiares y amigos están consultando con médicos, científicos
y técnicos para encontrar una solución al problema: despegarle de su mano el
teléfono celular.
63

SIMPLE TURISTA

por Juan Carlos Rocco


San Juan

Roberto abrió los ojos lentamente, con mucho esfuerzo y dolor, sentía los
parpados muy pesados.
Acostado en una cama y tratando de despertar sus cinco sentidos. Lo
primero que percibió fueron una pared de color gris desgastado y aburrido,
también había un pequeño televisor colgado de la pared y una tenue luz que
provenía de lo que parecía ser un baño. Sin entender bien donde estaba y por-
que tenía tremendo dolor de cabeza. Le pareció que estaba en la habitación
de un hotel? pero que hotel? Era de noche o dé día? Imposible saberlo…. Vio
un fino haz de luz solar que se escapaba cómplice ente la ventana y la cortina
y eso ayudo a darse cuenta que era de día, al fin un dato! Recordó que luego
de la reunión de negocios que tuvo, se reunión a comer con sus socios en el
elegante restaurante del quinto piso del hotel Meliá, en pleno corazón del
bajo porteño. Todo estaba bien a hasta ahí, pero como es que termino en ese
hotel tan deslucido? Al finalizar del almuerzo, aprovecho el recorrido desde
el Restaurant hasta a su hotel para caminar un poco y estirar sus piernas.
Fue ahí cuando se cruzó con una dama muy bella, alta y delgada, de cabellos
rubios y lacio muy largo, que casi le llegaba hasta la cintura. Con ojos de un
color celeste muy, muy suave, que armonizaban perfectamente con su esbelta
figura, con curvas muy suaves, pero atrapantes. Cuando ella pregunto qué
hacía por ahí, en un principio no supo que responder, ya que estaba aún pro-
cesando todas los detalles de esa belleza de mujer. Cuando le dijo su nombre,
María Sol, pensó bien que tenía que contestarle, ya que hacía tiempo que no
hablaba con alguna mujer que no conocía y menos en plena calle. Sólo atinó
a decirle: “ solo caminando y vos?” le dijo. Se puso algo nervioso al hablar
con una chica tan linda y desconocida. Esos segundos le parecieron eternos...
y escucho: “estoy trabajando y vos”. Por un lado, le gusto que lo tratará con
un tono juvenil y no con un” usted” más ceremonioso, pero lo malo fue darse
cuenta del tipo de “trabajo” que hacía. No fue casual su espléndida figura, el
maquillaje perfecto, el perfume cautivante, la simpatía y porque no también, el
trato excesivamente amable. Instintivamente pregunto: “Cuanto sale tu traba-
jo? Ella sin perder su hermosa sonrisa le dijo: “mil quinientos “. La sensación
de frustración inicial que tuvo Roberto, se fue transformando en una sensación
de bienestar y sintió correr la adrenalina en sus venas. A pesar que su primera
reacción que tuvo, fue dar media vuelta e irse, pensó: “por lo menos, le tendría
64

que dar una excusa gentil”, aunque cada vez estaba más lejos de esa idea. Justo
cuando estaba por abrir su boca y explicarle porque no podía irse con ella, una
oleada del fino perfume, ingresó en sus fosas nasales y casi bloquea todo sus
pensamientos de rechazo... Y fue ahí que aceptó el ofrecimiento. Aceptada la
propuesta, se fueron juntos al hotel que ella aconsejo, a pocos metros de don-
de se hallaban. Subieron al tercer piso y al fondo de un largo y oscuro pasillo
estaba su habitación. Cuando ingresaron, ella amablemente le preparo un trago
y comenzó a desnudarse y mostrar sus exquisitas curvas. Cuando empezó a
beber y ver el espectáculo enfrente de él, no se percató del amargo sabor de su
bebida, estaba muy ocupado viendo a esa hermosa mujer sacándose sus ropas.
Fue en ese preciso momento que perdió todo recuerdo de la noche anterior.
Ya algo más lúcido, entro a la ducha y el fuerte chorro de agua le golpeo la
cara, se alegró de haber encontrado con esa mujer, tan atractiva y simpática.
Esta euforia, le duró muy poco, cuando de vuelta en la habitación, se empezó
a vestir y noto que le faltaba, no solo su reloj Rolex sino también, su celular
iPhone y su billetera. En ese momento sospecho que María Sol, no solo le
había preparado un trago muy “especial”, sino que le había colocado alguna
droga fuerte para dejarlo inconsciente por doce horas. Al salir del hotel y luego
de saludar al conserje y agradecer a Dios que la habitación ya están cancelada,
pensó: “me engaño como un simple turista”, y emprendió su camino frustrado
hasta su hotel.
65

JUEGO DE SEDUCCIÓN

por Fabricio Rodriguez


Santa Fe

Tambores suenan a la distancia: los escucha al dar sus pasos. Entra en


escena, esta vez público, frente a multitudes, cada movimiento hacía mutar el
dulce y constante ritmo del corazón con la profundidad del golpe de los tam-
bores que siguen sonando de fondo, mucho bullicio; alboroto.
Una murga afuera de su espacio de difusión popular lo espera, la bienve-
nida proyecta e inicia el nuevo cambio. Los saludó a todos; finge una sonrisa
provocando que su actuación lo haga reír de sí mismo, y la mantuvo hasta
entrar al espacio de difusión popular relajándose al percibir contacto afectivo.
Agarró el micrófono que se encontraba junto a unos bocetos con su rostro
impreso sobre un atril que está ploteado, intentó hablar pero el micrófono
estaba apagado, cuando lo enciende, sonríe y dicta un chiste malo en alusión
a la defectuosa manipulación: todos carcajean.
Palabras dentro de hermosas oraciones son el hechizo que utiliza el habla
cubriendo al grupo de personas que reciben con escucha sus convicciones. La
totalidad se atrae con cierto enamoramiento excitado por el actor de este nuevo
cambio que forja las ilusiones plasmadas en cada una de las sonrisas, de las
mismas sonrisas perfectas como las del rotulado del atril donde se posaba la
herramienta que despliega estas palabras amplificadas, el micrófono.
Las palabras se van, recorren las calles y todos caen, se emocionan, apa-
rentan y ejercen violencia contra las opuestas, porque todo lo perfecto tiene
lo imperfecto, como el mismísimo omnipresente, que simplemente es una
palabra, nada más. Es por eso que quieren abrazarlas, hacerlas pertinentes,
fruto de la seducción que se entrometió coqueteando con cada uno de ellos.
Había alguien sentado a la derecha, junto a esas duras columnas con poca
pinta de resistentes, jamás le hicieron remodelaciones, quizás si las harían se
vendrían abajo, es preferible dejarlas de manera tradicional para sacarle punta
a los sentidos desde el lado contrario. Sin olvidar el sujeto que estaba sentado,
se pone de pie ilusionado, trepando por el rizo de las palabras que le están di-
ciendo. Parece que las huele ya que no le alcanzó el sentido del oído para todas
ellas; las ambiciona. Su narcisismo lo hace ver junto al micrófono, también lo
quiere, piensa que puede causar el mismo efecto, conoce la estrategia por tanto
escuchar. Está liberado, siente que la sangre no corre, camina sobre arena con
66

firmeza, entierra el oxigeno exigiendo a sus pulmones, es ansiedad, emoción,


la misma ilusión de la voz que percibe.
Después de exprimir el tacto de tanto presionar sus músculos, se da cuen-
ta de que jamás llegará al micrófono si todavía no emite sus palabras, necesita
poner en práctica la técnica que absorbió. Hace un simple rastreo a su alrede-
dor, pero ni bien giró su cuerpo comenzó a hablarle al compañero de al lado.
Una palabra tras otra en frecuencia apacible, penetrante sobre cualquier oído
no absoluto, el compañero lo mira pero sus pensamientos evadían la atención.
No dejó que el silencio se apoderara, lo importante era tratar de ilusionarlo
como lo hicieron con su voluntad. Entonces, el compañero de al lado comenzó
a escucharlo firmemente, lo encontró deseoso del micrófono, porque tal vez
dándole la oportunidad también los otros compañeros lo escucharían y conce-
birían la misma sensación.
La persona que detenta el micrófono continua hablando mientras camina
lentamente por el espacio de difusión popular entre todos los compañeros que
sedados se enorgullecían. Para ellos no había tiempo perdido, es invertido
en el sabor de la ilusión que les creó. El que estaba sentado a la derecha con-
quistó al compañero de al lado, se animó al mismo juego de seducción que
se requiere para sujetar el micrófono. El compañero de al lado reuniría a los
de su alrededor para trasladar al sentado en la derecha al trono, para que sea
el dueño de las palabras del nuevo cambio. Alcanzaría a contagiar las ansias
que recibió, pero se dio cuenta que, de la misma manera que puede organizar
a los de su alrededor para llevar a otro a la cima, también lo conducirían sin
problemas a él, entonces comenzó a ofrecer sus palabras en busca de la pose-
sión del micrófono.
67

UNA JUANA MÁS

por Marcela Roldan


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Lo que no te mata te hace más liviano...

Eso no se cura, le dijo. El dolor se aprende a llevar, pero no se cura. Está


latente en un montón de situaciones. Estás muerta de risa y de repente, asoma
como la punta de un iceberg. Si llegas a indagar un poco, te morís congelada,
atrapada en la situación.
Ella escuchaba con atención cada cosa que salía de su bendita boca. Para
ella el amor siempre tuvo algo de sagrado, de bendito. Alguien con un dedo
poderoso, miraba desde arriba y decía: este con este.
Eso los había juntado.
Nada de lo que él hiciera, o dijera, la haría dudar. Nada. Nunca.
Esa mañana él estaba tratando de sanarla con sus palabras. Pero ella no se
entregaba como siempre a los cuidados intensivos ofrecidos. Es que sabía que
él no podía entender cómo se siente el vientre vacío. Los hombres no sabrán
jamás como se siente que la sangre de tu amor, corra por tus venas, alimente
al hijo, que está dentro tuyo.
Limitaciones de género. Discutidas y no resueltas. Diferencias entre ellos,
sufridas juntos y separados. Durmiendo días enteros espalda con espalda.
Ella ya había pensado en morirse. En desconectar mente y cuerpo, ya
era una especialista. No había entendido como se llamaba lo que tenia. Pero
funcionaba como un “desconectar”, así lo describió el innecesario obstetra.
Desde la cama, en su cuarto, veía el jardín aun florecido. El sol calentaba
el vidrio y el principio del otoño hacia que fuera agradable calentarse la piel
con la ventana cerrada. Pero el frio venia del lado de adentro. Del vientre que
llevaba a la cría hasta hacia unos meses atrás...
Nadie sabe cuando empezó a secarse, porque primero fueron las uñas y
el pelo. Y como ya no se bañaba, no se daban cuenta. Pero ella sí. Los labios
agrietados le ardían constantemente. Los ojos cerrados se le pegaban del lado
de adentro. Los pies, las manos y la espalda, se le pusieron gris ceniza. Los
huesos de la cadera asomaban por arriba de la pelvis. Le sobresalían otra vez.
68

Le mostraban de nuevo que estaba vacía. Cuando se apagaban las luces, la piel
tomaba un blanco fantasmal. Era casi resplandeciente. Brillaba en la oscuridad.
Un mediodía celestial, se dio cuenta que empezaba a flotar cuando logró
abrir un ojo para espiar. De pronto, se vio a pocos centímetros del techo. Flo-
taba como en el agua pero en el aire.
Su amor abrió la puerta del cuarto con el pie, porque traía una bandeja en
las manos. Se esperanzó cuando no la vio en la cama, pero se dio cuenta que
algo andaba mal al ver la sábana colgando en la manija de la ventana.
Primero miró al jardín, a ver si había ido a caminar descalza en el pasto,
como le gustaba hacer las mañanas de sol. Pero algo subnormal lo hizo mirar
para arriba. Y así fue que sus ojos la encontraron, volando en un remolino de
hojas tan secas como ella. Bailaba en espiral con su camisón blanco, mezclado
con las hojas marrones y doradas. Era una visión hermosa y fatal al mismo
tiempo. Tenía una sonrisa liberadora dibujada en la cara angulosa. Seca.
Y se fue. Para siempre. Se fue volando. Le decía adiós con la mano seca
y el pelo seco y la última humedad que salió de ella fueron unas lágrimas que
cayeron directo en la cuna. Vacía.
69

LABIOS DE AIRE CALIENTE

por Jose Alfredo Rothar


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

La casualidad, hija desheredada por el destino, los atropelló en medio de


la multitud sedienta que clamaba pócimas de alegría instantánea a empellones
en una barra ubicada estratégicamente para entorpecer a quienes se atreviesen
a emprender la travesía hosca de pasar cómodamente sin el contacto de esos
cuerpos sudados. Intento que quedaría trunco hasta para el habitúe más ágil.
Ambos semblantes manifestaban sorpresa y desconcierto inexplicables. Uno
de ellos ya tenía la pócima de color negro que terminaría el conjuro iniciado
temprano aquella noche con sus amigos. Del otro lado tenían un cigarrillo
casero, que expedía un dulce y seductor aroma en delgados hilos que ascen-
dían en piruetas que hechizaban. No tardó mucho en llevárselo a la boca con
movimientos provocativos, estudiados, mecánicos. Una pequeña luz ardió y
levantó el telón de una obra desafortunada.
No dijeron nada, lo único que instintivamente pudieron hacer fue acercar
sus bocas en medio del gentío y esa penumbra extasiada por el desborde y el
descontrol hasta que sus rostros quedaron separados por un milimétrico espa-
cio. Los labios apenas llegaban a rozarse suavemente. Una caricia con el alma.
Lentamente el humo fue exhalado de un lado y entraba danzante al ritmo de
la música de fondo en ese otro cuerpo ajeno que lo recibía activamente sin
resistencia. Unos momentos después sería expulsado desde el interior de ese
huésped transitorio. Su pecho se encogía al tiempo que levantaba la cabeza
con un ademán de triunfo y exhaló el humo que rápidamente se perdió entra
las cabezas del alrededor. Con un impulso poco razonado, ambos sujetos
abrieron los ojos ahora en perfecta sincronía que los dejaban en evidencia. No
habían medido las consecuencias de ese acto inocente, porque no existe nada
que enamore más que un beso no dado, que aquel beso no–físico que se da
con el alma, con el aire caliente del interior más profundo del ser. No habría
retorno, ese error letal se cometió sin previsiones. Quedaron pendidos de sen-
tidos agudizados; el sonido afectado por una distancia irreal ya no los tocaba.
Uno, dos, tres segundos. ¿Un minuto? El tiempo dejó el escenario cuando la
confusión entró.
Se separaron y encontraron una decena de veces. Ambos vestían jeans
ajustados; uno con remera clara, aquel de la pócima negra; mientras que
su otra mitad, quien había compartido el humo dulce del deliro, vestía una
70

musculosa con el símbolo de una banda de rock ochentosa que desentonaba


por completo con la música del lugar. Cada encuentro acentuaba la atracción
entre ellos; cada encuentro los perdía en la tempestad de sentimientos frágiles.
Jamás intercambiaron palabras, solamente esos besos dados desde el alma con
intensidad fugaz de la juventud, de una inocencia moribunda que se aferraba
a los excesos para no morir.
Las horas de la mañana trajeron cansancio y desolación. Cuerpos exhaus-
tos y destruidos por una guerra libertina marchaban rendidos en busca de la
salida; algunos perdidos, otros simplemente desesperanzados. La victoria no
había sido de nadie esa noche. Pero uno de ellos, de jean y remera blanca, so-
bresalía del resto para cualquier espectador de la obra; algo se le había perdido
y lo buscaba con tormento. Era la desesperación que nace de haber perdido
algo que nunca se tuvo. No lo había visto antes, no hablaron, pero aun así su
alma había quedado dañada y lo reclamaba a gritos. –¿Dónde estás? –llegó a
escuchar alguien que pasó por su lado. Caminó unos metros hasta la parada
del colectivo, resignado, pero con una sola certeza, un marca que se repetiría
hasta el infinito: no habría ni un instante de allí en más en que no buscara, en
vano, esa figura ahora abstraída en un recuerdo, ese primer amor, ese primer
beso de labios de aire caliente.
71

LO MÁS HOT DEL MOMENTO

por Edwing Salas


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

El día 21 estaba marcado en el calendario. La gran mayoría esperaba su


llegada. Los abrigos, las camperas, las gabardinas; se exhibían en las vidrieras
con precios de liquidación. El invierno estaba de salida. Todo estaba servido
para la llegada de la primavera.
Para la Naturaleza las cosas no son así de fáciles, su nombre es del género
femenino, por tanto, todo lo que puedas pronosticar de ella, simplemente puede
resultar una mera suposición ante lo impredecible que puede llegar a ser.
Ese lunes que muchos se imaginaron soleado y radiante resultó ser muy
gris, con una delgada lluvia sedosa y traicionera, empujada por un viento feroz
que traía consigo la frialdad de su bipolar autora.
La constante fluctuación del carácter climático se debe a su difícil relación
con el hombre. Hoy, más que nunca, la convivencia entre ambos se ha tornado
caprichosa, malintencionada, demasiado tóxica como para sanearse y buscar
algún tipo de armonía común.
Ella se desahoga en el diván del cosmos, aunque ya hace mucho que no
acude a terapia, porque siente que todo sigue igual.
El doctor cosmos insiste en que es ella la única que puede solucionar su
conflicto, ya que, el ser humano moderno, al igual que el de antaño, carece de
esa capacidad de reconocer sus errores y auto evaluarse, expulsar lo inservible
y evolucionar. Tal y como sucede con ella cada tantos miles de años.
Es difícil mantener una relación así, tan fría y distante, pero a la vez mu-
tiladora y degradante.
Para dar celos y asustar al homo sapiens, la Naturaleza ha decidido liarse
con un nuevo tío: Calentamiento Global, lo más hot del momento, según la
prensa rosa y de chismes científicos.
Este sujeto bastante rebelde y peligroso trae de cabeza a la Naturaleza y,
ciertamente, el hombre está preocupado de que ella pueda borrarlo de su vida
y seguir adelante con su nuevo proveedor de calor, de quién dicen, llega hasta
los rincones más helados de su hermosa, extensa y variopinta anatomía.
A los oídos de la Naturaleza ha llegado el comentario de que el humano
está arrepentido y no sabe que hacer para revertir todo el daño que ha causado.
72

Ríe incrédula, sabe que ese siempre ha sido el comportamiento del ser
vivo más inteligente cuando tiene el agua hasta el cuello.
El esperado sol nunca salió. El día lluvioso y ventisco se mostró como
parte de un invierno que no está listo para irse y una primavera que se toma
su tiempo para llegar. El nuevo amante maneja las cosas de manera distinta,
de una forma muy sui generi e impredecible, al igual que su pareja.
Ahora es el Calentamiento Global quién controla las cosas. Alguien des-
cuidó a la Naturaleza, dejo de interesarse en ella y su reacción fue como la de
cualquiera en su situación: buscó lo que le negaron, en el calor de otro.
Ella se deja llevar, iría al infierno por su nuevo compañero. El Calentamien-
to Global la posee y hace que ella se humedezca toda, derramándose en gigan-
tescas oleadas por todas sus costas y sacudiéndose hasta lo más profundo de
sus placas tectónicas. Sabe que eso hace daño al humano y disfruta haciéndolo.
Mientras tanto, exhibidas en las vidrieras, permanecen con presencia re-
valorizada, las camperas, los sweaters y abrigos. Ellos también le han robado
protagonismo a las prendas de la primavera y el verano.
Se muestran con cierto aire de renacimiento y esperanza, porque, al igual
que el Calentamiento Global, mueren por abrazar una piel a la intemperie.
73

LA CITA

por Adriana Salinardi


Buenos Aires

Como cada tarde, el hombre gris llegó y se sentó en el mismo banco de


siempre. Desde allí miró el reloj de la estación de trenes. Era un reloj grande,
marrón, de agujas rectas, negras y tristes. El paso del tiempo le había des-
dibujado los números y era difícil imaginar cómo habían sido. Desde donde
estaba sentado no escuchaba el “tic-tac”, solo veía el segundero que avanzaba,
marcando el paso, sin detenerse jamás; de un modo tedioso y desesperante.
¡Tic-tac, tic-tac!
A medida que los minutos desfilaban, el andén iba cambiando la fisono-
mía. Había llegado casi sobre la hora indicada; aun así, ese último instante
parecía eterno y raramente dinámico. Siempre ocurría del mismo modo. Como
en un perpetuo déjà vu, en ese horario la emoción le envolvía la piel; sus ojos
recorrían el andén mientras espiaban el movimiento de la fina aguja que dejaba
atrás esos últimos segundos y el tic–tac lejano le resonaba en la mente al ritmo
acelerado de su corazón.
Por fin la vio. Como esperaba, llegó casi corriendo y con una sonrisa tan
bella que contemplarla le silenció el interior. Se iba acercando al banco en el
que esperaba y se puso de pie para recibirla. Ya percibía su abrazo, aún antes
de tenerla enfrente. Su perfume lo invadía y casi sentía esa respiración agi-
tada confundirse con la suya. Saboreaba el beso apurado y algo parecido a la
felicidad impregnó esos segundos.
La escuchó decir: “Hola mi amor”, como acostumbraba, justo antes de
abrazarlo. Entonces llegó el tren, y como lo hacían a diario, subieron juntos
de la mano.
...
El hombre gris se sentó nuevamente, esperando la partida de la formación.
La siguió con la mirada triste y vacía hasta que se transformó en un suspiro.
¿Sería posible que ella lo confundiera alguna vez con aquel tipo afortunado
que se sentaba tan cerca de él?
Se encaminó hacia la calle, donde se perdió entre tantos otros. Solo le
quedaba esperar hasta la tarde siguiente. Sería siempre así. De lunes a viernes,
a la misma hora.
74

***

por Mario Sarli


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

La lectura rápida del centenario diario vespertino del pueblo, de los pocos
que persisten en el país, era la última acción previa a un dormir que, hace
mucho, se empeñaba en ser continuo, profundo y sin sobresaltos. La vida de
solterón ordenado y laborioso era su mayor contribuyente, pero atrás le seguía
el trote aeróbico, que con regularidad sostenía día a día.
Después de una cena ligera y dar cuerdas al despertador tempranero, ya
en la cama y con luz tenue, desplegaba las anchas páginas para recorrer noti-
cias que arrancaban de atrás hacia adelante. Esa noche las rutinas cambiaron,
vio lo titulares de la primera página y se detuvo como nunca en la última, qui-
zás la más leída. La de las noticias Sociales. Casamientos, cumpleaños, bau-
tismos y aniversarios convocaban el interés pueblerino y no podían ausentarse
los comentarios al día siguiente, cuando el obligado café de la media mañana,
juntaba sillas de amigos alrededor de la mesa esquinera del Gran Café, frente a
la plaza principal. La única. La bella, la que rodeada de rosas, invitaba a los jó-
venes a esconderse tras las pérgolas que en primavera, se techaban de glicinas.
Las noticias sociales por abundancia de comentarios, eran extensas, a
diferencia de la columna derecha, donde las necrológicas regalaban espacio.
Pareciera que en los pueblos pequeños, la muerte llega de tanto en tanto. Se
detuvo en el aviso de participación de deudos, que comunican una muerte ya
sucedida. Leyó y releyó el nombre de la fallecida, con ojos grandes y creduli-
dad vacilante. La boca abierta, sin embargo, otorgó certeza. Murió Susana, en
la gran ciudad. Donde hacía tiempo formó familia después de cortar lazos con
el pueblo, cuando el desamor le quitó sonrisas. Detrás del proyecto de estudiar
danza, escondió las penas de no ser querida, aún querida. Porque su madre,
padre y hermanas la lloraron por tiempo largo. Hasta su abuela enfermó por
la ausencia. Susana no volvió al pueblo. Nunca más lo hizo.
El diario abierto quedo sostenido como si aun leyera. Pero impávido, solo
leía sus recuerdos, que cruzaron décadas y llegó al salón de baile donde a los
quince años recién cumplidos, sobre la barra se ahogó tal vez por el humo
del primer cigarrillo o quizás, porque se atragantó de belleza cuando la vio a
Susana llegar con botas blancas y shorts estrechos. De sonrisa amplia y ojos
verdes de gringa linda, se detuvo un instante cuando paso al lado y la cara se
desacomodaba pretendiendo terminar la impertinente tos. Así fue el comienzo:
75

sonrisa de un lado e incomodidad por otra. Naturalidad y vergüenza. La noche


de sábado juvenil fue larga y nadie dejaba de bailar. Se tomaban tragos, pero
no había excesos. Los whiskies eran para los mayores. Mayores de 20. Recordó
su Cuba Libre llena y ella con osadía, le pidió un sorbo. En ese instante las
miradas largas sellaron el encuentro que terminó en besos, en un reservado
oscuro, donde no cualquiera llegaba y la música no importaba. Abrazos y
caricias. Besos con ojos cerrados, lenguas agitadas y excitaciones contenidas.
Aquel “chape” iniciaba un vínculo que como sucede siempre, desconoce futuro
pero pide mañana. Y hubo más que mañana, hubo días y noches, semanas y
semanas que con intensidad continuaron. Abundaron palabras, mates y paseos
con manos entrelazadas. Muchas veces se ocultaron bajo la pérgola techada
con glicinas de la bella plaza.
Sus recuerdos en cataratas, llegaron a esa noche, tan deseada como temi-
da. El diario sobre su cuerpo, se deslizó sin ruido, como respetando el aluvión
de imágenes que la memoria vertía. Aquella noche de intimidad extrema,
fue un triunfo de la pasión sobre temores e inseguridades, en que los cuerpos
lucieron dispuestos a entregarse al contacto más profundo. Donde los besos
descubrieron surcos que descendían y ascendían y las miradas se buscaron
cómplices para saciarse en labios abiertos que jadeantes y ambiciosos, abor-
daron cada porción fértil y húmeda de piel sedienta. La primera vez que la
sexualidad y el amor irrumpieron en cada uno, fue la noche más tierna y apa-
sionada que cara a cara y cuerpo a cuerpo, con brazos entrelazados y mirada
fija, juraron no separarse nunca.
Apagó la luz y refregó sus ojos. No quiso recordar cuando Susana tomo
el tren hacia la gran ciudad dolida tras la confesión estúpida de terminar el
noviazgo serio por ser muy joven. Se negó a pensar que quedo soltero por-
que nunca más tuvo los mismos besos. Que la esperó por años. Que se hizo
laborioso, ordenado y deportista para olvidar lo que el diario vespertino del
pueblo, esta noche que leyó su muerte, le despertó como volcán dormido un
magma de emociones contenidas. Y lloró como nunca lo hizo. Gritó de rabia
y rompió el diario en pedazos. Le imploró perdón. Hasta confesó con un hilo
de voz ahogado, que aún la quería.
76

LA CARTA

por Marcela Gladys Sinturion


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

María cruza con dificultad la calle empedrada para llegar hasta el correo
de su barrio. A pesar de sus 82 años, todas las semanas lleva fielmente una
carta para Daniel, su nieto.
El joven está como misionero en África y a pesar del avance tecnológico,
María prefiere escribir con su prolija letra, todo lo que le sucede en la semana
y le recuerda travesuras de cuando era pequeño.
Aunque María tiene una computadora en su casa, tiene mail y lo usa, con
su nieto prefiere el correo tradicional. Ella dice que la letra no solo expresa
palabras, sino sentimientos, emociones y cree que hasta se siente el abrazo
cuando escribe: Te quiero.
Todos los lunes a la mañana, se levanta, se perfuma y sale con su carterita
hacia la oficina de correo. Los padres de Daniel murieron en un accidente de
tránsito cuando tenía cinco años. Siempre estuvieron juntos y ahora les tocaba
estar lejos.
Para Daniel, retirar sus cartas era un trámite difícil sin embargo las espe-
ra con ansias. La abuela siempre tenía algo bueno para contarle, le dejaba un
pasaje bíblico y una palabra de aliento.
Pero un día, Daniel llegó al correo y no había carta. Extrañado, pensó, que
quizá el envío se había atrasado un poco, y decidió volver al otro día. Pasaron
cinco días y esa carta que durante cinco años nunca había fallado, ahora no estaba.
Allí, en la aldea donde vivía, no había líneas de teléfono, mucho menos
internet, por lo que decidió ir a la ciudad más cercana y tratar de llamarla. Por
mas que esperaba que alguien atendiese, no lograba encontrar a nadie, hasta
que decidió dejar un mensaje en el contestador. “Abue soy Dani, quería saber
como estabas”
Inquieto y preocupado, volvió a la aldea con la esperanza de encontrar su
carta. Su esposa lo notó preocupado pero intentó calmarlo con algunas frases
hechas no muy convincentes. Le prometió que ella iría nuevamente al correo
para revisar su casilla y hablaría con el personal por si quizá se les traspapeló
con algún otro documento.
77

Pasaron seis días y él no tenía novedades de su abuela, se sentía vacío en


algún sentido sin esa cita y esa reflexión de su abuela. Tuvo que hacer un gran
esfuerzo para conciliar el sueño.
Al día siguiente, Daniel se levantó temprano y con su vieja camioneta
se fue hacia la ciudad. Cada kilómetro recorrido le parecían eternos. ¿Habrá
llegado la carta tan esperada? ¿Podrá saber algo de su abuela? No quería ad-
mitirlo pero temía que le haya pasado algo. Sacudió sus pensamientos, puso
la radio y trató de evadir esos fantasmas de su cabeza.
Finalmente llegó a la ciudad y si bien su rutina era tomar un café en la
estación de servicio mientras leía el diario, decidió esta vez ir directo a la
oficina del correo.
Todo estaba extraño, o quizá era él se sentía extraño; ¿Tan importante era
esa carta semanal? Sin duda, no se había dado cuenta de eso.
La ciudad, parecía no darse cuenta de su ansiedad y preocupación, todo
seguía tan normal como siempre. Daniel estaba nervioso, sentía que algo iba a
suceder, o que alguna noticia iba a modificar su vida. Caminó lento pero con
paso decidido hacia la puerta de la oficina, entró, hizo sonar la campana para
que alguien salga a atenderlo.
Yosi, el empleado, se acerca al mostrador para saludarlo con su amplia
sonrisa blanca que resaltaba brillosa sobre su negra piel. El chico hablaba y
hablaba, pero a Daniel ya le molestaba. ¿Nadie se daba cuenta cuanto necesi-
taba esa carta? El joven advierte la impaciencia de su amigo y le dice: – Dani,
llegó un paquete especial para vos. Dame un minutos que voy a atrás a bus-
carlo. Daniel pensó que era alguna donación para la obra pero en ese momento
sólo pensaba en la carta de su abuela. Para no ser descortés, le sonríe a Yosi y
asiente con su cabeza. El africano tardó un buen rato, Daniel comenzó a gol-
pear los dedos en la mesa de entradas, ese sonido se hacía cada vez más fuerte
por cada minuto que tardaba en volver. De repente, alguien abre la puerta y
la campanilla suena. Daniel se da media vuelta y sus ojos se empañaron de
lágrimas. La risa y el llanto se hicieron uno, durante breves segundos. Y como
cuando era niño, corrió a los brazos de su abuela.
78

POR LA BANQUINA

por Carlos Suarez


Buenos Aires

Era un lindo regreso en un atardecer de domingo, volvían de un pequeño


pueblo también lindo, claro, que todos los que anduvieron por allí hicieron lo mis-
mo, retornar a la tardecita y la ruta colapsó, como casi todos los fines de semana.
De las conversaciones agradables y risas compartidas recordando los
momentos vividos, fueron pasando al silencio y de ahí a las quejas de ella.
–¡Cuánto tránsito!... ¡Qué calor!, pone el aire.
El subió los vidrios, puso aire, la miro y vio más allá el verde después de la
banquina, andando a veinte kilómetros por hora se puede disfrutar del paisaje.
–¡Cuántos autos! Esto no camina.
Fijo la mirada en ella y con el revés de la mano le acaricio la mejilla.
–¡Cálmate!... Vamos a llegar de todas maneras.
–Qué denso... Mi anterior novio hubiera tomado por la banquina y ya
estaríamos en casa.
–¡Eso no corresponde!
–Para vos no corresponde, pero se puede hacer.
–Es una falta de respeto a los que conducen correctamente y se bancan
el tráfico.
–Uf, ¡faltale el respeto! No pasa nada.
–¡No! –Dijo él y siguió en el carril, en silencio hasta la casa de ella.
Antes de la despedida acordaron verse el domingo siguiente, más tempra-
no para aprovechar el día en algún lugar lindo.
La semana fue pasando con algunos llamados en medio, hasta el sábado
por la noche que una muy bonita situación lo entretuvo hasta las cuatro de la
mañana, cuando se fue a dormir, alrededor de las cinco, se acordó que tenía
que levantarse a las siete para buscarla e ir a pasar un lindo domingo. Mientras
se acomodaba para dormir, la imaginó como a una ruta colapsada...
–¡Ella va a entender! –Se dijo, y decidió pasarla por la banquina, apagando
el celular y durmiendo hasta las tres de la tarde...
79

EL FRÍO

por Adriana Vascelli


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

Desde mi juventud, había anhelado hacer el viaje en el Transiberiano que


une Moscú con Pekin. Cuando estábamos atravesando Mongolia, a pesar de
que, era apenas octubre, ya había comenzado a nevar.
El tren se bamboleaba por el fuerte viento y preferí quedarme en el ca-
marote y no ir a desayunar. Sentía mareos y náuseas; en la cena, había bebido
demasiado.
Por la ventanilla, veía como un mogol, dándole latigazos a su caballo,
avanzaba casi a la velocidad del Expresso. Su instinto de pastor le indicaba
que nevaría mucho y la tierra se convertiría en una gélida estepa. El nómade
debía poner su tienda en condiciones para que su familia estuviera al reparo
del viento blanco que sopla haciendo tajos en la piel. De repente, un chirrido
de ruedas sobre los rieles, me quitó la continuidad de las imágenes.
El convoy se había detenido a causa de un montículo de nieve acumulado
sobre las vías y no podía seguir su marcha. Escuché a los guardas llamando a
los pasajeros. Vi cómo bajaban y eran llevados a algún lugar, un hotel, quizás.
No descendí a tiempo y cuando lo hice, ya todos se habían ido.
Comencé a caminar en dirección al campamento yurta con la nieve hasta
las rodillas. El hombre me vio y me ayudó a subir al caballo. Llegamos a su
tienda y colocó pieles sobre el techo, recubrió el piso con más y más cueros .
Cuando había terminado su trabajo, me invitó a pasar. Una mujer y dos niñas
estaban ateridas adentro. Una inclinación de cabeza, fue nuestro saludo. To-
maron a un cordero y mientras escuchaba su último balido, vi como la sangre
era depositada en una alforja hecha con tripas de oveja.
La mujer preparó una comida que sabía horrible y tenía olor a animal re-
cién muerto y desangrado. El pastor me sirvió vodka y tal vez fue el alcohol, el
que entibió mis huesos y mitigó el dolor que sentía en un costado, en el pecho
y en el abdomen. Mis medicinas, habían quedado en el camarote. Después de
la cena, las niñas tocaron la balalaika y la música resonó agradable en toda
esa desolación.
La esposa me indicó donde podía pasar la noche. Era un establo en forma
de carpa triangular. Me dejé caer exhausto sobre un montón de paja y me tapé
con una manta que encontré tirada por ahí. Creo que después me dormí.
80

Desperté con la claridad, me levanté y salí. Ya no hacía frío. El cielo no


era gris y a lo lejos, se veían unas hilachas de nubes color magenta. El sol en-
tibiaba la tierra verde y el yurta arriaba a los jaks y a las ovejas que pastaban.
El tren había desaparecido y tampoco se escuchaba su silbato. Ya era el
mediodía y el calor, lo calcinaba todo, los pastos, los lomos de las bestias y los
rieles adoptaban un reflejo incandescente.
La náusea había vuelto y mi frente ardía; necesitaba agua y retorné a la carpa.
Fue entonces, cuando vi a una ronda de aguiluchos disputarse los restos
de mi cuerpo.
81

ESA VOZ

por Juan Martín Vidal


Ciudad Autónoma de Buenos Aires

La noche del 27 de Noviembre llegó pesada. Hacía más de 40 grados en la


calle y, por eso, decidimos encerrarnos en mi pieza con el aire acondicionado
a todo trapo. Se estaba bien en el cuarto: 40 grados en el exterior, 19 en el
interior. ¿Qué más se podía pedir? Además, la cerveza estaba fría y teníamos
hielo para el Campari.
Empezamos la charla: fútbol.
–¿Así que un día sos campeón de América y a los dos días perdés con
Racing? Ja, ja, ja.
–¡Callate vos gallina, que te fuiste a la B!
–Vos también te fuiste, gil. –Dijo Mati, y tiró una patada a la heladerita.
–Sí, pero yo no había nacido cuando el cuervo se fue a la B. No tuve que
verlo en vivo como vos.
–Basta, salames, el verdadero hincha: es hincha de Boca.
–Llená la cancha y después hablamos.
–Bueno, déjense de joder muchachos –dijo Julio– el fútbol, saben ustedes,
que a mí no me gusta.
–¿Qué es esta mariconeada?
–Dejá eso ahí, ¿querés?
–¡Ah, es un muñequito! Es nuevo –dijo Nacho examinándolo bien– Ca-
ballero del zodíaco. ¿Cuál era este?
– Shiryu, el dragón.
–Ah, ahora sí me acuerdo. Los caballeros... cuanto tiempo. ¿no estás gran-
de para jugar con muñequitos?
–Primero no es un muñequito: es una figura de acción que me salió como
una luca y media. Y segundo: vos hacés cosas más patéticas que tener un
caballero del zodíaco.
–¿Ah sí? ¿Cómo qué?
–Como mear sentado.
Todos rieron al unísono.
–Eso fue un malentendido.
–¿Dónde fue aquello? ¿en las vacaciones en el sur?
–Sí, esas místicas vacaciones.
–Sorete, no meo sentado.
–Mejor cambiemos de tema.
82

– Bueno, tenés razón, che. Hablemos de minas.


–Vos querés hablar de minas porque estás a full con Laurita.
–Ya me harté de Laura. Vos Diego cerrá la puerta que se va el aire y nos
cagamos de calor.
–Pero si está cerrada.
–Ah, flasheé.
–Te poné nervioso hablar de Laurita.
–Para nada. Lo manejo perfectamente.
–Pero explicame: ¿cómo te vas a hartar de esa mina, si está re buena?
–Sí, pero es una loca. El otro día me llamó a los tres de la mañana dicién-
dome que yo no la amaba, y un montón de boludecez más. Dos horas estuve
haciéndole el verso hasta que se quedó tranquilita.
–¿Pero sospecha lo de María?
– No, no tiene idea la pobre.
–Te repito: sos un sorete.
– Lo sé, pero salí campeón de la Libertadores, viste. Y ahora juego contra
el Real Madrid.
–¿Sabés cómo los van a pasear en ese partido?
–¡No Vuelvan a hablar de fútbol, por favor!
–Bueno: les cuento. El otro día fui a bailar al boliche nuevo ese... Pink o algo así.
–¿Y? ¿Qué tal estuvo?
–Muy bueno, yo fui dos veces, tres veces. Lo bueno es que es farandurelo high.
–¿Qué carajo significa farandulero high? Ja, ja, ja.
–Significa que esta lleno de gatos famosos. El otro día estaban las baila-
rinas de Tinelli.
–¿Pero cómo es el boliche?
–Tiene minas lindas. Te encontrás de todo.
– ¡Qué bueno! Yo ya estoy cansado de salir a bailar Voy a un boliche y me
encuentro pendejitas de la edad de mi hermana.
–¡Qué buena está tu hermana!
–¡Decilo otra vez y te cago a piñas!
–!Déjense de joder! A mí, me está pasando que me está gustando mucho
la noche del Sábado, la del Viernes, bajó.
Y entonces sonó mi celular
–“Pablo, soy yo. ¡Sos un hijo de puta! Me enteré que te encamaste con
María. ¿Cómo tenés cara? ¡Sos lo peor que me pasó en la vida!”
–Pero cómo... ¡Laura!
–¿Cómo? Cómo un carajo. ¡Matate Pablo!
Laura cortó el teléfono al tiempo que Nacho preguntaba con sorna: –¿Y?
¿Cómo te fue con tu minita?
LO INVISIBLE
(Cadáver Exquisito)

Actividad Grupal1

Todos nuestros actos producen consecuencias. ¿Cuál es la parte oculta de


mi alma que se completa en la venganza? La ilusión de ser el mejor lo llevó a
ser ignorado. Inmenso en el torbellino de sentimientos que la envolvía, final-
mente lo comprendió, dejó todo lo que solía ser y comenzó a vivir. La solitaria
vida de un vestido pasado de moda.
¿Cómo enseñarle a hablar a un mono, sin haber aprendido a sentirse
humano? Un amor perdido no crece a la sombra de la indiferencia; pero sí
hace florecer el rencor y el deseo de convertirse en una planta carnívora que
lo devora. Mi cuentista nace cada vez que yo muero un poco. Hacer visible
lo invisible. Es evidente que ni el cuento hace al título, ni el título procrea al
cuento. Deuda con sangre, escrito aprovechado. El engaño genera venganza.
Las venas se traslucían en su rostro; era difícil que así pudiera llegar a mentir.
Y entonces volveré a someterte al único eje que me convence trepar. Al
muro que visten tus ojos, cuando dejaron de sonreír. La humanidad manifiesta
en sus actos los que corrompen su espíritu. “Sumergir el inconsciente en mun-
dos oscuros para contar un cuento a un niño inocente”, Saki. Algunos no los he
leído, de otros no me acuerdo. Sólo digo que me siento bien, aquí me siento así.
Lo universal, inmenso, puede comprimirse en la palabra breve de venganza.
Pensó que, tal vez, su vida había sido tan imaginada como su vestido.
Nunca estoy preparado correctamente para leer, menos un cuento, sigo leyen-
do, me atrapó, y creo, una justa decisión, de los dos... El tiempo lo dirá todo.
Los claroscuros y el tiempo. Los claroscuros de la humanidad. La humanidad
entre luces y sombras. Los niños en la estancia le vendieron curitas y se lle-
varon un libro de regalo.

1
“Lo Invisible” fue el resultado de una actividad práctica que se desarrolló en la etapa
final de la Cínica Literaria Contrapuntos.
A partir de la lectura de un mismo cuento, cada autor creó una oración breve que posterior-
mente fue utilizada para elaborar el cadáver exquisito: “Lo invisible”. El título, tanto de este
cadáver como en el del libro, es la palabra que más veces se repitió en estas creaciones, a
modo de exégesis de la actividad colectiva.

En la sección siguiente se detallan estas frases, junto con el seudónimo del autor y el grupo
al que perteneció el mismo en la etapa creativa de la Clínica Literaria Contrapuntos.
84

Cada uno drenó desde lo más profundo aquello provocado por los acon-
tecimientos precedentes, y se lanzó al vacío de la muerte. La desnudez nos
produce venganza. Transitando el mundo de los cuentos veo luz. Me hundo en
mi interior y conecto con la inspiración, El canal vibracional creó un puente.
Hoy revelación. Transitando el mundo de los cuentos veo luz. Por culpa de esa
deuda ya tenía el rostro de color verde aceituna y comenzaba a andar por la
vida como un autómata. Voy a vengar esta situación de no poder reflexionar
sobre los cuentos leyendo cada uno en mi casa. Vestida de sangre decidió
escribir su cuento.
No puedo escribir con la luz del día. Hambre sin antojo concreto, así canta
la inconmesurable bola de nieve arrastrando palabras de ensueño. El dolor
de no ser queridos nos hace y nos justifica en las más bajas actitudes ante
nosotros mismos. La importancia de compartir verdaderos pensamientos. De
procrastinación a incentivarme a escribir aún más cuentos.
La vergüenza hace avanzar y también avanzar al retroceso. Y finalmente
pensó que después de la tormenta venía la calma. Miró al cielo y sonrió. En
esta gélida noche de verano, hundida en la arena al lado del mar, tu voluntad
espera cauta dentro de la luna. Sumisión artística, creativa y feroz. Despertó la
inquietud de avanzar sobre el conocimiento de nuevos textos. Un viaje tempo-
ral que restaura heridas escritas. En el supermercado de las palabras me hice
de cereales de Quiroga.
GRUPOS, SEUDÓNIMOS Y FRASES
UTILIZADAS EN LA ACTIVIDAD GRUPAL

¡EUREKA! – 2
Mefistófeles (David Murstein): ¿Cómo enseñarle a hablar a un mono, sin haber aprendido a
sentirse humano?
Samaluc (Sandra M. Lucero): Un amor perdido no crece a la sombra de la indiferencia; pero
sí hace florecer el rencor y el deseo de convertirse en una planta carnívora que lo devora.
Mardeamores (Marcela Roldán): Mi cuentista nace cada vez que yo muero un poco.
Melody (Marcela Sinturión): Hacer visible lo invisible.
Celina somellera (Bárbara Jantus): Es evidente que ni el cuento hace al título, ni el título
procrea al cuento. Deuda con sangre, escrito aprovechado.
Alquimia (Adriana Vascelli): El engaño genera venganza.
Merlina (Liliana González): Las venas se traslucían en su rostro; era difícil que así pudiera
llegar a mentir.

SUR
Milly (Andrea Flammini): Pensó que, tal vez, su vida había sido tan imaginada como su
vestido.
Permanganto (Ricardo Álvarez): Nunca estoy preparado correctamente para leer, menos un
cuento, sigo leyendo, me atrapó, y creo, una justa decisión, de los dos...
Néstor Fuentes (Cristian Avaca): El tiempo lo dirá todo. Los claroscuros y el tiempo. Los
claroscuros de la humanidad. La humanidad entre luces y sombras.
Juan De Arco (Nuria Acosta Szekcly): Los niños en la estancia le vendieron curitas y se
llevaron un libro de regalo.

TRANSMUTACIÓN
Luciana Mariel González: No puedo escribir con la luz del día.
Jorge A. Fonseca Rodríguez: Hambre sin antojo concreto, así canta la inconmesurable bola
de nieve arrastrando palabras de ensueño.
Abril (Edith G. Migliaro): El dolor de no ser queridos nos hace y nos justifica en las más
bajas actitudes ante nosotros mismos.
J. C. Rocco (Juan Carlos Rocco): La importancia de compartir verdaderos pensamientos.
Bello Destino (María Florencia Aguirre): De procrastinación a incentivarme a escribir
aún más cuentos.

INSOMNIO
Traslúcida (Tatiana G. Dore): La vergüenza hace avanzar y también avanzar al retroceso.
Alas (Mónica Macri): Y finalmente pensó que después de la tormenta venía la calma. Miró al
cielo y sonrió.
Coral (Cecilia De Vecchi): En esta gélida noche de verano, hundida en la arena al lado del
mar, tu voluntad espera cauta dentro de la luna.
Eloy Baviem (Mario A. Sarli): Sumisión artística, creativa y feroz.
Antro De Poetas (Ricardo J. Abvin): Despertó la inquietud de avanzar sobre el conocimiento
de nuevos textos.
Mariposa París (Laura Beztriz Lazo-Padula): Un viaje temporal que restaura heridas
escritas.
Notorius (Edwing Germán Salas Romero): En el supermercado de las palabras me hice de
cereales de Quiroga.

MAESTROS APRENDICES
Carla Novais (Adriana Lucrecia Salinardi): Cada uno drenó desde lo más profundo aquello
provocado por los acontecimientos precedentes, y se lanzó al vacío de la muerte.
Salamandra (Mercedes Raquel Enrique): La desnudez nos produce venganza.
Lore Nieva (Cintia Lorena Del Valle Nieva): Transitando el mundo de los cuentos veo luz.
Me hundo en mi interior y conecto con la inspiración, El canal vibracional creó un puente. Hoy
revelación. Transitando el mundo de los cuentos veo luz.
Monisa Rey (Mónica Isabel Reiriz): Por culpa de esa deuda ya tenía el rostro de color verde
aceituna y comenzaba a andar por la vida como un autómata.
Alboroto (Fabricio Rodríguez): Voy a vengar esta situación de no poder reflexionar sobre los
cuentos leyendo cada uno en mi casa.
Amapola (E. Josefina Antoni): Vestida de sangre decidió escribir su cuento.

EL LIBRO NEGRO
Dok-Tor-B (Alejandro Gastón Balato): Y entonces volveré a someterte al único eje que me
convence trepar. Al muro que visten tus ojos, cuando dejaron de sonreír.
Dissaor (Marcos Martínez): La humanidad manifiesta en sus actos los que corrompen su
espíritu.
Selene (Sabrina Natalia Chiruchi): “Sumergir el inconsciente en mundos oscuros para contar
un cuento a un niño inocente”, Saki.
Eleuterio Del Río (Carlos Suárez): Algunos no los he leído, de otros no me acuerdo. Sólo
digo que me siento bien, aquí me siento así.
Ezequiel Ménada (José Alfredo Rottar): Lo universal, inmenso, puede comprimirse en la
palabra breve de venganza.

GRUPO: FICCIONARIOS
Inés V. (Milagros Gallegoos Del Santo): Todos nuestros actos producen consecuencias.
El Cartero Maldito (Sergio Federico): ¿Cuál es la parte oculta de mi alma que se completa
en la venganza?
Nuevo (Luis Roberto Guariniello): La ilusión de ser el mejor lo llevó a ser ignorado.
Aleria (Ana Paula Perugini): Inmenso en el torbellino de sentimientos que la envolvía, final-
mente lo comprendió, dejó todo lo que solía ser y comenzó a vivir.
Eneída (Paola Chaveros): La solitaria vida de un vestido pasado de moda.
SOBRE LOS COORDINADORES

Marita Rodríguez-Cazaux
Nació en Buenos Aires en el seno de una familia de emigrantes gallegos.
Es escritora y poeta en lengua castellana y gallega. Formada en Letras y
Psicopedagogía, ha cumplimentado Lingüística, Oratoria y Coordinación de
Talleres Literarios. Dirige el taller literario “Andamios en tinta”.
Primer Premio Mesa Redonda Panamericana en la OEA (2004 y 2005).
Primer Premio 2006 de Fundación de Psicólogos Travesía. Primer Premio
OSPOCE (2005 y 2006) Concurso Anual Cuento. Mención de Honor Club de
Leones de la República Argentina, 2004 y 2006 por sus trabajos narrativos.
Distinción Creadores Argentinos en “Mini cuento 2009”. Primer Premio
FEDESPA (2012) por su cuento “De Remanguillé Xeitoso” que titula la Anto-
logía editada por la Entidad. Primer Premio Poesía (2012) Certamen Literario
Argentina-Italia Rotary, por el poema “Tango” editado en Antología bilingüe.
Integra la antología “Poetas Latinoamericanos” (2015) Editorial Imaginante y
“Ecos del Grito” (2014-2015) de Mujeres Poetas Internacional.
Su obra literaria incluye los ensayos “Los niños y las niñas de la emigra-
ción gallega”, “Cartas de éxodos y lejanías” y “Las voces de los niños emi-
grantes”. Es autora de “De amores y desamores”, cuentos de realismo fantás-
tico (2010) “Del glamour a la ciénaga” Cuentos (2013), “Poesía Congregada”,
antología que compila los poemarios “Pasos Desnudos”, “Luz raída” y Pulso
sensual” (2014), “Las amantes son rubias” Cuentos (2015).
http://maritarodriguezcazaux. blogspot.com.ar/
R icardo Tejerina
Nació en la ciudad de Buenos Aires en 1968. Es escritor, ensayista y
compilador literario.
la tentación tiene nombre de mujer (2014), El Carnaval del Diablo (2012)
y la recopilación de ensayos REPLICARTE. Hablemos de Arte y Cultura
(versión digital). Reconocido en la Argentina y en el exterior, ha escrito, co-
laborado y dirigido distintos medios de comunicación. Como artista y gestor
cultural diseñó las muestras “El Carnaval y su sombra” y “Las 12 lunas de
Federico”, esta última declarada de interés cultural, al cumplirse los 75 años
del asesinato del poeta andaluz Federico García Lorca. (Ha publicado gran
cantidad de obras de ficción y no ficción. Se destacan entre ellas las novelas
LILITHLA): Se formó en humanidades y se especializó en políticas culturales
públicas. Egresado de la Universidad Nacional de Tres de Febrero (UNTREF),
es Técnico en Gestión del Arte y la Cultura, además de Director del Centro
de Profesionales por la Identidad Social (Ceprofis) y de Vitamina C Digital.
http://rtyelojocriptico. blogspot.com.ar/
ÍNDICE

Prólogo. .......................................................................................................... 7
R icardo Jesús A buin - La rebelión de La rebelión de los enfermos y su
ilusión de curarse ...................................................................................... 9
Nuria Acosta - ***.........................................................................................11
María Florencia Aguirre - Ombú ............................................................... 12
Ricardo Alvarez - ***...................................................................................14
Elsa Josefina Antoni - Alas ......................................................................... 15
Cristian Avaca - Cayetano ............................................................................17
Alejandro Gastón Balato - El tiempo ........................................................ 19
Graciela Bulwik - la mudanza ..................................................................... 21
Paola Chaveros - Ebano ............................................................................... 22
Sabrina Chiruchi - La mueca en el Espejo .................................................. 24
Cecilia De Vecchi - Espejo ........................................................................... 26
Tatiana Gabriela Dore - Las medias tardes ............................................... 27
Mercedes R aquel Enrique - El abrazo anhelado......................................... 29
Sergio Federico - Jubilación anticipada .......................................................31
Andrea Flammini - El sueño de Olguita ...................................................... 33
Jorge Fonseca - Una lenta decisión .............................................................. 35
Milagros Gallegos del Santo - Pena en suspenso ..................................... 37
Liliana Gonzalez - Tinta china .................................................................... 39
Luciana Mariel González - Camaradas ......................................................41
Luis Roberto Guariniello - Mamá .............................................................. 43
Bárbara Jantus - Un mural para mi niño .................................................... 45
Marta Liliana Joison - ***........................................................................... 47
Laura Beatriz Lazo Padula - ***................................................................ 48
Sandra Marina Lucero - Siete minutos ....................................................... 49
Mónica Macri Ahuntchain - La gran oportunidad ..................................... 51
Marcos Martínez - Revelaciones Oscuras .................................................. 52
Edith Graciela Migliaro - La mujer del vestido gris .................................. 54
David Murstein - Bronca ............................................................................. 56
11 Lore Nieva 8 - Recuperando las Alas....................................................... 57
Ana Paula Perugini - El extremo de la trama .............................................. 59
Mónica Isabel R eiriz - Simbiosis ................................................................. 61
Juan Carlos Rocco - Simple Turista ............................................................ 63
Fabricio Rodriguez - Juego de seducción .................................................... 65
Marcela Roldan - Una Juana más .............................................................. 67
Jose Alfredo Rothar - Labios de aire caliente ........................................... 69
Edwing Salas - Lo más hot del momento ..................................................... 71
Adriana Salinardi - La cita ......................................................................... 73
mario sarli - ***............................................................................................ 74
Marcela Gladys Sinturion - La carta ......................................................... 76
Carlos Suarez - Por la banquina.................................................................. 78
Adriana Vascelli - El frío ............................................................................ 79
Juan Martín Vidal - Esa Voz ....................................................................... 81
Cadáver Exquisito......................................................................................... 83
Grupos, seudónimos y frases . ...................................................................... 85
Sobre los Coordinadores............................................................................. 87
Se terminó de imprimir en Impresiones Dunken
Ayacucho 357 (C1025AAG) Buenos Aires
Telefax: 4954-7700 / 4954-7300
E-mail: info@dunken.com.ar
www.dunken.com.ar
Enero de 2016

También podría gustarte