Legislativo. Téngase en cuenta que la actividad del DP
es relativa a los derecho contemplados en el Título I de la CE y al control de la Administración, es decir, una de las partes en conflicto siempre será un sujeto institucional. Ello nos direcciona al artículo 88 de la Ley 30/1992 de Régimen Jurídico de las Administra- ciones Públicas y del Procedimiento Administrativo Común. Este paso obligado no lo es porque el DP se considere parte de la Administración, sino porque sí lo es uno de los sujetos de la controversia o conflicto. El apartado primero del art. 88 establece que “Las Administraciones Públicas podrán celebrar acuerdos, pactos, convenios o contratos con personas tanto de derecho público como privado, siempre que no sean contrarios al ordenamiento jurídico ni versen sobre materias no susceptibles de transacción y tengan por objeto satisfacer el interés público que tienen enco- mendado, con el alcance efectos y régimen jurídico específico que en cada caso prevea la disposición que lo regule, pudiendo tales actos tener la consideración de finalizadores de los procedimientos administrati- vos o insertarse en los mismos con carácter previo, vinculante o no, a la resolución que los ponga fin”. Es relevante el contenido del apartado cuarto del mismo artículo, que establece que “los acuerdos que se suscriban no supondrán alteración de las compe- tencias atribuidas a los órganos administrativos ni de la responsabilidades que correspondan a las autori- dades y funcionarios relativas al funcionamiento de los servicios públicos”. La mayoría de la doctrina es partidaria de reco- nocer y potenciar esta actividad de mediación. Car- ballo Armas manifiesta que “el Defensor del Pueblo es un defensor de los derechos y libertades de los ciudadanos y un fiscalizador de las actividades de la Administración, de manera que su actividad propia-