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El suicidio en la infancia y adolescencia.

NOTA: En el supuesto de que el blog dejara de


funcionar por causas ajenas a mi voluntad, os
informo que a partir de hoy las entradas se
publicarán también
en https://joseluisgonzalo.com/blog/
Llevaba tiempo con ganas de tocar este tema en el blog porque nunca lo había
hecho. Trabajando como lo hacemos muchos de nosotros, con niños y
adolescentes víctimas de malos tratos, abandono y abuso sexual, el suicidio es
una dolorosa realidad que nos corresponde abordar. Y creo que todos los agentes
psicosocioeducativos debemos de contribuir  para que deje de ser un tabú y nos
atrevamos, con los profesionales de la salud mental a la cabeza, a hablar sobre
ello públicamente, sentando las bases para poder trazar un plan de prevención y
una red de protección similar a las que existen en otras áreas sociales. 

La gran pregunta que todos nos hacemos es por qué un niño o adolescente decide
quitarse la vida. ¿Cómo es posible? Solamente con oírlo nos estremecemos, tan
joven, lleno de esperanzas, ilusiones, sueños, pasiones, proyectos… Y, sin
embargo, algo tremendamente insoportable estaba sucediendo en la mente y en
el cuerpo de esa persona menor de edad para llegar a hacer algo tan tremendo
que nos hiela la sangre en las venas y nos deja desolados, cuando tenemos
noticia de que ha sucedido o nos toca de cerca. Rabia, desesperación,
impotencia y después, una amargura llena de infinita pena nos invaden ante el
hecho inexorable de un niño o adolescente que se ha quitado la vida.

Según datos aportados por Radio Televisión Española (RTVE), el suicidio


adolescente es ¡la segunda causa de muerte entre adolescentes y jóvenes por
detrás de los tumores!

Estos son los datos facilitados por RTVE (septiembre 2018): 

"De los 10 fallecidos cada día, de media 7 son hombres y 3 mujeres.


Las muertes por suicidio duplican a las que producen los accidentes de tráfico y
son 80 veces superiores a las que causa la violencia machista.
Es la primera causa de muerte externa, es decir por causas no naturales, en la
población general.
En la población infanto-juvenil (entre 15 y 29) años es la segunda causa de
muerte general por detrás de los tumores.
Los Cuerpos y Fuerzas de Seguridad del Estado presentan tasas de suicidio que
duplican las cifras de la población general (2,5 veces más).
En 2017 se registraron 46 suicidios entre personal de las Fuerzas Armadas y de
los Cuerpos de Seguridad del Estado.
El objetivo que señalan los expertos sería reducir un 20 % las muertes por
suicidio en 10 años, lo que implicaría 700 muertes menos cada año.
Por Comunidades Autónomas: Galicia y Asturias poseen las mayores tasas de
suicidio por 100.000 habitantes, mientras que la menor la registra la Comunidad
de Madrid"

En Chile las estadísticas de suicidio entre los jóvenes también ¡lo sitúan
como segunda causa de fallecimiento! 

En el periódico local de El Diario Vasco, de San Sebastián, el 22 de diciembre de


2017 se noticiaba que en Gipuzkoa se suicida una persona ¡cada 5 días!

Ayer, el mismo diario dedicó unas páginas al suicidio con una entrevista a una


persona afectada y con otra a la psiquiatra de la red de salud mental de
Gipuzkoa, Andrea Gabilondo. Saludamos que este medio de comunicación lo
visibilice pues hemos de romper el tabú del silencio. No obstante, no se dijo nada
sobre el suicidio en adolescentes, al que dedicamos el post de hoy. Porque
estamos ante un problema grave de salud mental al que debemos de hacerle
frente entre todos. 

Causas posibles de que un joven se dé muerte

El suicido en la infancia (menores de 11 años) es un hecho excepcional. He


conocido niños entre 6 y 10 años decir que se quieren morir, expresar temática
de muerte, intentar actos autolíticos (lesionarse, golpearse…) e incluso
conductas impulsivas en las que no medían el riesgo y podían lanzarse, por
ejemplo, por una ventana por falta de sentido del límite y de la contención. Pero
no me he encontrado a ningún niño que expresamente manifestara el deseo de
querer matarse. Lo cual no quiere decir que no los haya, evidentemente. Como
afirma Boris Cyrulnik en su libro "Cuando un niño se da muerte", "el suicidio
infantil no obedece propiamente al deseo de muerte, pues el niño maneja
diferentes nociones que un adulto y la muerte es sólo una ausencia temporal y
«reversible»".

Por lo que respecta a la adolescencia, desde el año 2005 las cifras del suicidio
han ido en aumento. Tanto que actualmente se sitúa, como hemos dicho, en los
niveles más altos como causa de muerte. En esta franja de edad sí he tratado en
mi vida profesional  a muchas personas menores de edad que expresaban el
deseo de matarse, de querer quitarse expresamente la vida.

En la Guía de Práctica Clínica sobre la Depresión Mayor en la Infancia y


Adolescencia elaborada por el Ministerio de Sanidad (2009) y Política Social del
Gobierno de España (pendiente de actualización) afirman que son muchos los
factores de riesgo que están asociados a la conducta suicida entre adolescentes.
Es un fenómeno complejo y multicausal. El primer factor que surge con fuerza es
la depresión. Le sigue el intento de suicidio previo, los abusos de sustancias y
los trastornos de conducta. Dentro de la depresión, la desesperanza es un
factor asociado a la conducta suicida de manera muy robusta: es esa sensación
interna de que no hay salida, no hay esperanza, todo es negro, nada va a cambiar
y solo voy a sufrir y sufrir y sufrir… Entonces aumenta en el adolescente la visión
del suicidio como algo deseable… Se quitan la vida para dejar de sufrir, no
porque no deseen vivir.

El documento dice: "Otro factor relevante es la presencia de un trastorno


mental. Cuanto más aumenta el número de trastornos comórbidos, más aumenta
el riesgo de suicidio. Esto es, el consumo de sustancias junto con una depresión
y un trastorno de conducta antisocial, por poner un ejemplo, aumentaría el
riesgo". En mi experiencia, la impulsividad es un componente a tener en cuenta,
porque en un momento de desesperación, de frustración, de no saber manejarse
ante la adversidad… tener el rasgo de impulsividad puede ser negativo teniendo
en cuenta que el paso al acto se hace de una manera más irreflexiva y sin medir
las consecuencias de sus actos.

"Los hallazgos sugieren que el diagnóstico psiquiátrico en el momento de la


tentativa y la historia psiquiátrica son los factores más importantes para
determinar el riesgo suicida. 

Entre los factores psicológicos, algunas variables como la rigidez cognitiva, el


déficit de habilidades de resolución de problemas y estar más centrado en el
presente que orientado al futuro, se han relacionado con intento de suicidio.

En una revisión sistemática se encontró que los adolescentes con conducta


suicida previa en comparación con controles sanos o pacientes psiquiátricos,
presentan un mayor déficit de habilidades de resolución de problemas, aunque
estas diferencias desaparecen al controlar variables como la depresión y la
desesperanza.

También se han identificado el neuroticismo y la tendencia a atribuir a factores


externos el control de su propia vida.
Con respecto al apego, algunos patrones de apego problemáticos, caracterizados
por ansiedad de separación excesiva, se relacionan con ideación suicida.

El intento de suicidio previo es otro factor de riesgo: La mayoría de los estudios


consideran que es uno de los factores de riesgo más importantes,
fundamentalmente en varones. Algunos estudios ponen de manifiesto que
aproximadamente el 50% de los adolescentes que llevan a cabo un intento de
suicidio serio han cometido al menos un intento previo.

En cuanto a la edad: antes de la pubertad, tanto el suicidio como la tentativa


son excepcionales, posiblemente debido a la inmadurez cognitiva que dificulta
la ideación del plan y su ejecución y a que algunos niños pueden no apreciar el
suicidio como un hecho irreversible. Sin embargo, aumentan en la adolescencia
asociados a la presencia de comorbilidad, especialmente trastornos del estado
de ánimo y abuso de tóxicos.

Sobre el sexo, existen patrones de suicidio en cuanto al sexo, pero no son


iguales en todos los países. En general el suicidio es más común en varones, pero
las mujeres realizan más intentos de suicidio. En España el sexo se ha
considerado un factor diferencial, puesto que las tasas de suicidio llegan a ser
hasta tres veces más altas en varones que en mujeres en todos los grupos de
edad".

En el documento mencionado, hay muchos más factores que se han estudiado,


como los genéticos y los biológicos, los acontecimientos vitales
estresantes, factores educativos, exposición a casos de suicidio
cercanos, problemas sentimentales, orientación sexual, bullying,
ciberbullying y, finalmente, dos que quiero comentar especialmente: las
situaciones de maltrato, abandono y abuso sexual y el apego.

Luego hablaré sobre ellas, antes quiero brindaros una reflexión.

Este niño o joven lo que quiere es…

Creo que aún pervive la idea de que los niños o los jóvenes cuando emiten
determinadas conductas lo hacen por (aquí poner cualquier teoría que tengáis)
causas que normalmente invalidan lo que están expresando. Se niega, se
minimiza, se tergiversa, se cambia, se transforma, contradice… su verdadero
modo de sentir y percibir lo que les pasa invalidándoles y no ayudándoles a
reflexionar y organizar sus experiencias. Así, oído a menudo: "Este joven lo que
quiere es manipular". "Solo busca llamar la atención". "Es un mentiroso
compulsivo". "No le importa suspender" Etc.

El adulto que está a su lado empieza a hacerse cábalas hipermentalizadoras


tratando de averiguar el oscuro móvil que motiva la conducta del niño o joven, y
casi siempre es en contra de este, atribuyéndole una intención y, en muchos
casos, una etiqueta negativas…

Esto considero que persiste en el mundo adulto (padres, profesores, educadores,


profesionales de la salud…)  y está presente en el día a día.

De este modo, por poner algunos ejemplos, si el niño dice que se siente cansado
es porque no quiere hacer los deberes; si pega o insulta a otro, es malo o un
rebelde (casi nunca dirán que se siente mal); si dice que un vecino le ha tocado
en sus partes íntimas, a lo mejor es una fantasía suya; si una niña le dice a un
profesor en clase que su madre le pega y le hace mucho daño, le contesta si es
consciente de lo que supone afirmar tal cosa (esto me ha ocurrido
recientemente), en vez de validar la valentía de esa niña; si el niño dice que sus
padres discuten mucho, a lo mejor exagera; si le duele la tripa, es una excusa
para no ir a clase… Y si seguimos así, podemos llegar a…

Que el joven exprese que se quiere morir, que no quiere vivir… = Lo hace para
llamar la atención.

¡Buf! En temas de suicidio o cercanos a él aprendí del gran Rafael


Benito (psiquiatra) una lección bien clara: jamás interpretes una conducta
suicida, una expresión de este tipo o la manifestación de un intento. Puedes
equivocarte de medio a medio, minimizar y no validar la inmensa amargura que
una persona tiene para llegar a ese punto… Con eso le dejas al otro en la
indefensión, la impotencia, la soledad, la invalidación… “¿A quién le importa y le
importo?” – dirá. Y la posibilidad de que aumente la desesperanza y el deseo
consiguiente de hacerlo está ahí.

Los jóvenes dan señales que anteceden a un suicidio: expresan que nadie les
quiere, que la vida solo es sufrir y que no hay solución, se les ve solos y sin
amigos, escriben frases en redes sociales o lanzan mensajes inusuales de
despedida o adiós... Hemos de afinar y aguzar la sensibilidad para ser capaces de
captarlas...
Los niños y jóvenes son personas y tienen sentimientos

Parece una verdad muy evidente, pero, si os fijáis bien en vuestro entorno,
observaréis que socialmente no lo es tanto. Hay quien ve adultos en miniatura en
los niños y niñas. 

En mi opinión, nos olvidamos de que los niños o los jóvenes son personas. Tienen
sentimientos, deseos, esperanzas, ilusiones, intenciones... ¡positivas también…!
¿Los vemos, los sentimos, los reconocemos...como personas con mundo interior?
¿Trabajamos con ellos desde la confianza? ¿Por qué no se la otorgamos?
¡Qué difícil es ser niño en un mundo adulto!

Todos los niños y jóvenes quieren hacer las cosas bien: ser felices, tener amigos,
aprender, labrarse un futuro, gustar a los otros, destacar, mostrar su talento… Si
no lo hacen es porque o bien no tienen las herramientas ni el nivel de desarrollo
madurativo, emocional, cognitivo y moral que tenemos los adultos (algunos) y
precisan de estos como modelos para aprender y prestarles su cerebro; o porque
están bajo unas condiciones familiares, educativas y/o sociales que inciden en la
creación de un trauma complejo que impide su sano desarrollo y la posibilidad de
desplegar a su verdadero yo. Crecen con capas de defensas psicológicas y las
necesitan para sobrevivir. 

Por eso, los adultos hemos de ver la mente de los niños y jóvenes, recoger su
mundo interno, validar sus emociones, mostrar firmeza ante las conductas que
puedan ser dañinas para él o los otros (pero tratándoles bien: respeto), poner
normas coherentes pero flexibles (ponerse los bigotes sin perder el control).
Tenemos que comprender que un niño tiene una mente con estados internos y no
quedarnos solo con las conductas exteriorizadas. O atribuirles a estas una
elaboración mental adultista que etiqueta al niño con un discurso rechazante,
etiquetante, humillante…

El niño o joven deben sentir en todo momento que le queremos y aceptamos,


aunque no estemos de acuerdo con él o transgreda una norma. Lo más
importante siempre es salvar a la persona del niño o joven.

Esto es vital en el tema que nos ocupa, porque si una persona menor de edad no
es validada en sus emociones y en muchas de sus cualidades, si se dan factores
de riesgo para que el suicidio anide en su mente, pensará que cualquier
verbalización en este sentido nunca será tomada en cuenta, porque si ni siquiera
escuchan sus argumentos cuando se comporta negativamente ni recogen sus
emociones, ¿cómo lo van a hacer cuando diga que no quiere vivir? Si el niño o
joven es no visto…

El maltrato, el abandono y el abuso sexual


"Los niños sometidos a situaciones de abuso físico y sexual tienen alta incidencia
de conducta suicida", dice la Guía del Ministerio. Mi experiencia clínica me dice
lo mismo: en un tanto por ciento bastante significativo de personas menores de
edad de mi entorno que desgraciadamente se suicidaron, el maltrato, el
abandono o el abuso estaban presentes.

Ser maltratado es una de las experiencias mas duras a las cuales puede ser
sometido una persona menor de edad. Ser dañado por aquellos que dicen ser tus
padres o seres queridos y que afirman amarte, genera una disociación mental
compleja de elaborar para la mente humana que no está preparada para ello. 

El abuso sexual es una de las causas demostradas científicamente que pueden


acortar la vida. Afortunadamente, la gran mayoría de las víctimas desarrollan
resiliencia. Esta experiencia de traición a la confianza hace sentir al niño
culpable, despreciable, sucio y con sentimientos internos autopunitivos que
llegados a la adolescencia se pueden traducir en conductas autolíticas. Si se
suman factores de riesgo, la probabilidad de que pueda aparecer el suicidio es
alta. Es uno de los sucesos que para la OMS pueden acortar la vida de las
personas, restando años. 

Del mismo modo, el abandono es una forma de maltrato que aún se minimiza
mucho (o no se reconoce como tóxica) porque supone crecer sin el soporte
emocional que un adulto ha de dar a todo niño. No sólo me refiero a situaciones
detectadas por los servicios sociales, sino al creciente abandono
próximo (Schore), a padres físicamente presentes, pero emocionalmente
ausentes. Dan todo lo material que el niño precisa, pero la función de los padres
de ser figuras suficientemente permanentes, empáticas y poniendo límites y
normas con coherencia y consistencia, no se produce de una manera en la que el
niño o joven interiorice una seguridad y una vivencia de sentir ser merecedor de
ponerse en su piel y darle contención. 

Crecer con una expectativa interna que duda de la disponibilidad y seguridad


emocional de los otros significativos, puede ser un factor de riesgo que,
evidentemente, sumado a otros, puede abocar a un joven a sentirse en la
absoluta soledad, indefensión y desesperación. Aumenta así la probabilidad de
hacer un intento autolítico o, directamente, matarse.

Cuando el maltrato y el abandono son extremos, muchos niños y jóvenes crecen


con el dolor de sentir que sus figuras parentales les han fallado gravemente…
Muchos sufren las heridas de este maltrato y/o abandono y sus secuelas de
manera permanente; y a pesar de todos los esfuerzos que hacemos como
profesionales, en algunos casos no resulta suficiente para que un joven no vaya
sumando otros factores de riesgo que pueden dar como resultado un desenlace
fatal y tremendamente triste como lo es el suicidio. Algunos desarrollan
resiliencia, y esta es posible; pero otros no. Esos otros han de ser un desafío para
los profesionales y personas que les cuidan y se ocupan de su bienestar: trabajar
para mejorar sus condiciones de vida y no abandonarlos a su suerte. Y desde
luego, detectar las posibles tendencias suicidas. 

El apego

El bebé desarrolla, para el primer año de vida, un modelo interno de trabajo en


el que se representa los patrones relacionales interiorizados con el cuidador
(Bowlby, 1989) El vínculo de apego tiene una función importante: obtener
cuidados y protección para lograr una sensación de seguridad y regulación
emocional.

El apego seguro, decimos siempre, usando una metáfora, es como los cimientos
de un edificio: el fundamento seguro para ser y estar en el mundo, el legado que
los padres (o cuidadores) nos dejan, un ingrediente necesario para desarrollar
una personalidad estable. 

Carol George (2012) propone el concepto de base segura internalizada: es el


resultado de haber contado durante la infancia con un lugar seguro (figura de
apego primaria)

El apego seguro, como dicen los autores (Waters en este famoso vídeo), no nos
libra de la depresión ni del suicidio. Pero es un importantísimo factor de
protección porque nos hace sentir desde muy pequeños, desde bebés (como
la primera niña del vídeo), desde las primeras interacciones sensoriales, que
nuestro mundo interno le importa al adulto que está a nuestro lado
cuidándonos y sintiéndonos. Y que merecemos ese cariño, ese confort, esa
seguridad que experimentamos internamente como buena. Una gratificante
sensación corporal de autoestima y sentimiento sano de valía personal nos
envuelve. Por ello, el niño crecerá sabiendo que hay alguien ahí que le
escuchará, le atenderá, le validará, le orientará, le regulará y le frenará. Alguien
que le quiere incondicionalmente y se preocupa por él. Así pues, en el futuro,
cuando haya una piedra en el camino, sobrevengan eventos estresantes, sucedan
problemas, se pase por etapas delicadas o se afronte el desafío de vivir, el joven
habrá desarrollado una expectativa interna conducente a la búsqueda de
personas que le den seguridad, confort y en las que, además, confía (padres,
amigos, profesionales, parientes...) ¡Y puede recurrir a ellas porque están
disponibles! Internamente, además, sentirá más confianza en sí mismo y sus
recursos y una mayor capacidad de gestión de sus emociones ante la adversidad o
las frustraciones.

Portada del libro de Boris Cyrulnik.

Boris Cyrulnik en su libro “Cuando un niño se da muerte” habla precisamente de


la relación de apego como uno de los factores de prevención, de ese “nicho
sensorial” necesario para crecer que no tienen todos los niños. Este autor no
contempla una sola causa para explicar este fenómeno sino que postula un
enfoque sistémico para analizarlo.

Además, en la adolescencia hay un alejamiento natural de los padres como


figuras de apego principales en beneficio de los iguales y la pareja. Lo cual no
quiere decir que aquellos no sean necesarios ni trascendentes. Hay que seguir
estando ahí a su lado incondicionalmente. Pero en este periodo, cobran especial
relevancia otras figuras adultas que pueden ser confiables para el joven y que
deberían estar en sus vidas: tíos, padrinos, madrinas, profesores, entrenadores,
terapeutas, psicólogos, médicos, psiquiatras, vecinos… Este estar rodeado, como
red de apoyo, de personas a quienes importas me parece un mensaje tan
necesario y protector para nuestros jóvenes que creo que hemos de intentar
proporcionarles estos tutores de resiliencia. Máxime cuando no hay adultos
confiables en sus vidas. 

¿En esta época de redes sociales, móviles, mails… esto es, cuando más
comunicados estamos, más solas se sienten las personas? ¿Puede ser la ausencia
de personas significativas en la vida de alguien una causa que influya en el
suicidio? Personas que sean puerto, base o refugio seguro para alguien, sobre
todo cuando la vida nos golpea. ¿Estamos criando personas prematuramente
autónomas con problemas para establecer vínculos afectivos? ¿Fomenta nuestra
sociedad el apego inseguro? Do it yourself? Esta  investigación señala
precisamente que En Estados Unidos el apego inseguro afecta a cuatro de cada
diez niños. Nos debería hacer pensar mucho.

Y es que lo cierto es que la necesidad de vincularse, como decía Bowlby, nos


acompaña de la “cuna a la tumba”: 

“Desde la cuna hasta la tumba, somos más felices cuando la vida está organizada
como una serie de excursiones, largas o cortas, desde la base segura provista por
nuestras figuras de apego” (Bowlby, 1989) 

John Bowlby

En todos los momentos de nuestra vida necesitamos saber que hay una persona
-con quien tenemos un vínculo sólido y fiable- que nos ayudará y brindará confort
y apoyo incondicional. Este es el mejor antídoto contra el suicidio. ¿Pero
caminamos hacia una sociedad así o al contrario? Yo creo que estamos muy lejos
de una sociedad que valore  los vínculos. Si queremos un futuro mejor, la
sociedad ha de valorar el vínculo como un imperativo psicobiológico (garantiza la
supervivencia biológica y emocional) Si no, no se le dará la categoría de
necesidad. "Todo niño tiene derecho a una figura de apego en su vida" -
deberíamos decir. Los agentes sociales han de tomar cartas en el asunto y
garantizar este derecho. 

"Todos necesitamos ser dependientes, a veces"- dijo Kathy Steele en el Congreso


de Apego de Roma de 2015. La dependencia está mal vista, pero es sana cuando
necesitamos refugio seguro en los demás en muchos momentos de nuestra vida,
máxime en una sociedad tan compleja. Lo ideal es, como dice mi profesora y
colega Maryorie Dantagnan, "lograr una independencia, pero contemplando a un
otro en tu vida". 

Para que exista resiliencia que evite el suicidio hemos de procurar que en la vida
de una persona existan, como dice Luis Eduardo Aute, "en este mundo absurdo,
(...) sombras entre luces de la clara oscuridad" Es decir, debe haber alguna luz
que evite la oscuridad de la desesperanza total que conduce al "no hay salida" al
sufrimiento y de ahí al suicidio como modo de acabar con el mismo. ¡Qué mejor
luz que una persona que sea base segura en nuestras vidas! Quizá me critiquéis,
pero prefiero que la juventud reciba el mensaje de la película "¡Qué bello es
vivir!" (que incide en la búsqueda de sentido a la vida como el mejor antídoto
contra el suicidio y la presencia de alguien a tu lado como factor protector) que
el de la serie (aunque algunos alaben que haya puesto encima de la mesa el tema
del suicidio) "Por trece razones"

Prevenir el suicidio

La sociedad aún está muy lejos de haber interiorizado que el bienestar de


nuestro sistema nervioso depende de la calidad de las relaciones que
establecemos con los demás. Primero, con las personas que nos cuidan de niños y
después, con otras con las que iremos vinculando. Esta red psicosocial de calidad
es el mejor factor protector, a mi modo de ver. 

La calidad de los servicios sociales, la mejora de la economía y el bienestar de


los ciudadanos, la educación emocional preventiva, asegurar una figura vincular
sólida y fiable a un niño, la baja por maternidad justo a los 4 meses cuando
comienza la etapa de la cima del apego o apego centrado… son aún aspectos
deficitarios en nuestra sociedad.

Además, existen todavía muchos mitos que hacen del suicidio un tabú: no hay
que hablar de ello, cuando todos los especialistas en el tema recomiendan todo
lo contrario: verbalizar hace que la angustia se expulse y la pulsión suicida se
rebaje o elimine. Otra idea equivocada es sostener que quien lo dice no lo hace,
cuando precisamente lo que está haciendo esa persona es avisarnos de ello. Otro
tema a eliminar es la interpretación de la conducta suicida: nada es
interpretable, si lo dice, hay que atender lo que ha dicho y ayudar a esa persona.
Finalmente, otro mito detectado es que si hablas de ello le das ideas al joven a
ese respecto. Al contrario, el silencio y el tabú contribuyen a no buscar o
encontrar la ayuda necesaria.

En mi opinión, se necesita un plan nacional de prevención e intervención ante el


suicidio infantil, adolescente y adulto. Que implique a todo el tejido socio-
educativo-sanitario y  con el que puedan detectarse y reconducirse
adecuadamente estas situaciones. Estamos ante un fenómeno lo suficientemente
grave como para un plan nacional. Ayer en El Diario Vasco se anunció la
presentación en breve de la Estrategia de Prevención del Suicidio en Euskadi
elaborada por el Servicio Vasco de Salud (Osakidetza) Veremos en qué consiste y
si se contempla a la población infanto-juvenil en dicha Estrategia.

Aunque no resulta fácil preguntar a una persona sobre la tendencia suicida, con
confianza y acercándonos progresivamente conseguiremos llegar a ello. Es peor a
mi modo de ver, no hablar.

Os dejo con las recomendaciones que la Organización Mundial de la Salud


(OMS) hace al respecto:

CÓMO PREGUNTAR:

No es fácil preguntar sobre ideación suicida, se recomienda hacerlo de forma


gradual. Algunas preguntas que pueden resultar útiles son:

- ¿Te sientes triste?

- ¿Sientes que no le importas a nadie? - ¿Sientes que no merece la pena vivir? -


¿Piensas en el suicidio?

CÚANDO PREGUNTAR:

- Cuando la persona tiene sentimiento de empatía con el profesional.

- Cuando la persona se siente cómoda al hablar de sus sentimientos.

- En el momento que la persona hable acerca de sentimientos de desesperanza o


tristeza.

QUÉ PREGUNTAR:
- Para descubrir la existencia de un plan suicida: ¿alguna vez has realizado planes
para acabar con tu vida?; ¿tienes alguna idea de cómo lo harías?

- Para indagar sobre el posible método utilizado: ¿tienes pastillas, algún arma,
insecticidas o algo similar?

- Para obtener información acerca de si la persona se ha fijado una meta: ¿has


decidido cuándo vas a llevar a cabo tu plan de acabar con tu vida?, ¿cuándo lo
vas a hacer?
José Luis Gonzalo Marrodán, psicólogo 

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