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6 - Livov y Spangenberg - Introduccion PDF
6 - Livov y Spangenberg - Introduccion PDF
Retórica y política en la
Grecia Antigua
Gabriel Livov y
Pilar Spangenberg (eds.)
ISBN 978-987-1739-37-0
ISBN 978-987-1739-37-0
Hecho el depósito que indica la Ley 11.723
Gabriel Livov
Pilar Spangenberg
1
Cf. Cole 1991: 98-99, Schiappa 1999, 2003: 10-11.
2
El uso de la palabra en las asambleas de guerreros anticipa el discurso deliberativo (Il. I 53-
67; I 248-249); la escena del juicio en el escudo de Aquiles prefigura, por su parte, el uso forense de
la retórica en manos de litigantes y jueces (XVIII 497-508); por último, los discursos pronunciados
en los funerales de Héctor por las tres mujeres troyanas más importantes (Andrómaca, Hécuba y
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Helena) son un antecedente de la oración fúnebre, que cae dentro del género del discurso epidíc-
tico (Il. XXIV 723-776) (cf. Gagarin 2007). En la Retórica Aristóteles lleva a cabo la distinción
entre los discursos deliberativo, forense y epidíctico: cf. Ret. I 4-8 (discurso deliberativo); I 9
(discurso epidíctico); I 10-15 (discurso judicial).
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Junto con la mención de los nombres propios de los autores de los textos
en circulación se abre camino la conformación de un proto-espacio intelectual
de dimensiones panhelénicas cuyo protagonista es la figura del sabio (sophós),
individuo que se destaca por la posesión y divulgación de un cierto saber y en
base a ello es estimado públicamente. Es esta una característica específica de
la sociedad griega: tal como dijo Nietzsche, “otros pueblos tienen santos; los
griegos tienen sabios”.4
La creación de un circuito de producción y difusión de textos escritos
permitió el pasaje de un modo de saber transmitido de boca en boca a formas
organizadas de archivo, presentación y discusión de conocimientos. Dentro
de tal pasaje cumple una función central la aparición de ciertos textos escri-
tos generalmente en prosa en el ambiente jónico, en la segunda mitad del si-
glo VI a. C., que llevan el título de Perì phúseos (Acerca de la naturaleza) y que
constituyen los primeros tratados científicos de Occidente.5
Frente al tipo de transmisión narrativo-fabulatoria característica de la tra-
dición poética y de los preceptos de literatura sapiencial de los llamados Siete
3
Rossetti 2010: 1295. Con respecto al paulatino pasaje de la cultura netamente oral a la
escrita que se produjo en la Grecia Antigua en el siglo V y, muy especialmente, en el siglo IV, cf.
Havelock 1963, Ong 1982, Gali 1999.
4
Nietzsche 2003.
5
Rossetti 2010: 1297.
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Sabios (cuya validez se hallaba fuera de duda, crítica o discusión), los prime-
ros tratados científicos griegos se preocupaban menos por entretener o por
orientar la acción que por dar razón plausible de sus opiniones, tomar en
consideración posibles objeciones y ayudar a entender racionalmente el fe-
nómeno en cuestión (la naturaleza). La búsqueda de un saber comprensible,
plausible, defendible y eventualmente objetable dio lugar a un primer esbo-
zo de comunidad científica que divulgaba diversas teorías en competencia re-
cíproca e inauguró lo que podría considerarse como un primer estándar de
cientificidad en función del cual se distinguían empleos científicos y no cien-
tíficos de la palabra.6
A diferencia del recurso al mito propio de la tradición poética, el discurso
científico que comienza a desarrollarse en este período se caracteriza por el pau-
latino deslizamiento de explicaciones de la realidad que acuden a divinidades
hacia otras que establecen como principios poderes regulares bien definidos y
apelan a explicaciones elementales. La fecha que suele elegirse simbólicamente
para representar este cambio de mentalidad científica es el 585 a. C., cuando
tuvo lugar un eclipse de sol que Tales de Mileto logró predecir con asombro-
sa exactitud.
La importancia de tal predicción se deriva del terror que producían los
eclipses entre los griegos y otros pueblos de la Antigüedad, que los conce-
bían como efectos de la ira divina. En palabras de Arquíloco, “Zeus, Padre de
los Olímpicos, de un mediodía hizo noche, ocultando la luz del sol brillante.
Y húmedo espanto dominó a la gente” (fr. 74 D). Gracias a Tales, el mismo
eclipse que generaba pánico entre los antiguos pasa a integrarse dentro de la
regularidad del cosmos: no solo se vuelve explicable en términos racionales,
sino que incluso se puede predecir, con lo cual ya no depende de la decisión
inescrutable de una divinidad iracunda. Los avatares del sol pasan a obedecer
a regularidades que el hombre puede conocer. Como dirá Heráclito en uno de
los tratados Perì phúseos más conocidos: “El sol no traspasará sus límites; de lo
contrario las Erinias, servidoras de la Justicia, irán en su búsqueda” (DK 94).7
Junto a la emergencia de esta cosmovisión según leyes regulares, cristalizada
en la noción de phúsis o naturaleza, se fue constituyendo toda una terminología
técnica en las diferentes áreas del saber. Sector por sector, se asiste a un proceso
de enriquecimiento y especialización de los recursos expresivos necesarios para
6
Rossetti 2010: 1298.
7
García Gual 1995: 50-51.
24
8
Rossetti 2010: 1302.
9
Al respecto cf. Kahn 1960: 192.
10
Johnstone 1997.
11
Rossetti 2010.
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De Romilly 1988 y Segal 1962, por su parte, analizan el proceso por el cual Gorgias
equipara la retórica a la medicina, y adhieren a la tesis de que en su encomio del discurso, Gorgias
busca elevar la retórica al rango de una verdadera ciencia natural.
13
Havelock 1986.
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14
La pólis absorbe casi todas las determinaciones de derecho, por fuera quedan parámetros
de legalidad no positiva, como costumbres y leyes no escritas que, en cualquier caso, no se fun-
damentan como “derechos individuales”. Hansen 1993: 91 y ss.
15
En el mismo sentido, Temístocles enfrenta el reproche de un corintio que lo llama ápolis
(sin patria, sin ciudad-Estado) por el hecho de que el Ática se hallaba ocupada por los persas;
Atenas −los atenienses− era una pólis aun con su territorio ocupado, y de las más poderosas, ya
que los ciudadanos guerreros estaban embarcados defendiendo su libertad y sus leyes (Heródoto,
Hist. VIII 61, 2). Cf. Esquilo, Persas 349-350: “Reina: –¿Entonces está todavía sin destruir la
ciudad de Atenas? / Mensajero: –Así es, pues mientras hay hombres eso constituye un muro
inexpugnable”.
16
Heródoto, Hist. I 165; Tucídides, Hist. Pel. I 74. Para el tema, consultar Hansen 1993: 7-29.
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Los que quedaban fuera del cuerpo cívico gobernante (políteuma), es decir, del grupo de
ciudadanos políticamente activos, podían ser ciudadanos “pasivos” (en general, varones libres
con más de dieciocho años pero menos de treinta), ciudadanos “de segunda” (metecos, periecos)
o no ciudadanos (varones no adultos, mujeres, extranjeros, esclavos).
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Meier 1988: 278.
29
19
Raaflaub 2000: 27-28.
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20
Raaflaub 2000: 28.
21
Raaflaub 2000: 29.
22
Cartledge 2000: 22.
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Hist. III 142. Cf. Vernant 1992.
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que expresa esta relación entre la ley y el ciudadano, y que nace a comienzos
del siglo VI a. C. en la Antigua Grecia, es la isonomía o “igualdad ante la ley”.
Esta noción conlleva dos notas de gran relevancia.
En primer lugar, el hecho de que sea la ley el término frente al cual los
ciudadanos son iguales implica que la necesidad de respetar un mandato
político no deriva de la intervención de un personaje excepcional, como un
dios entre los hombres que garantiza el orden, sino del poder de todos los
individuos sometidos por igual al mando de la ley.
En segundo lugar, la igualdad ante la ley implica que a la hora de decidir
cuestiones políticamente vitales como la declaración de guerra o la estipu-
lación de un acuerdo con otra ciudad-Estado, no hay sujetos predestinados
que tomen a su cargo el dictado de las normas que afectarán a todos. Es de-
cir, nadie está, por naturaleza, señalado para tomar en su propio nombre, de
modo individual, las decisiones relevantes de la comunidad de ciudadanos.
En este respecto, quienes componen la ciudad, por diferentes que sean sus
orígenes, su estatus social y su función dentro del conjunto son en cierto
modo similares los unos a los otros. No por casualidad una de las institu-
ciones políticas más conocidas de la Grecia Antigua es la Asamblea. En ella
todos los ciudadanos tenían el privilegio de participar de la toma de decisio-
nes que incumbían a la comunidad. La igualdad de derecho a la palabra en
el ágora se conoce bajo el nombre de isegoría, y constituía un patrimonio
conjunto del cuerpo cívico de la pólis.24
La circulación del poder político entre los ciudadanos y la igualdad ante
la ley son, pues, dos características de la pólis en la Grecia Antigua. Hay un
tercer elemento que no podemos pasar por alto a la hora de referirnos a las
particularidades de la pólis, el cual asume especial relevancia para nuestro estu-
dio: la palabra en tanto herramienta política. Resulta oportuno destacar aquí
el carácter eminentemente discursivo de la experiencia política griega.25 La
importancia de la práctica del discurso en la vida pública hacía de los ciuda-
danos sofisticados productores y consumidores de discursos, lo cual, según
el testimonio de Tucídides, condujo al orador Cleón a referirse a los atenien-
ses como “espectadores de discursos” (III 38, 7). Para los griegos, el medio más
apropiado para llevar adelante la actividad política es la palabra. La herramienta
24
Volveremos sobre la isegoría en el próximo apartado.
25
Esto condujo a Hannah Arendt a referirse a la ciudad-Estado como “el más charlatán de
todos los cuerpos políticos” (1993: 40).
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Carawan 1998: 2.
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El último rey de Atenas había depuesto su mando cerca del 700 y había sido reemplazado
por un colegio de nueve arcontes seleccionados anualmente. No se sabe cómo eran seleccionados
ni qué relación guardaban entre ellos los nobles (eupátridai) que debían controlar la elección.
Aparentemente, existía también una Asamblea que no tenía mayor peso. Las principales reformas
instauradas por Solón son dos: la primera de ellas es la seisákhtheia o condonación de deudas a
quienes habían sido esclavizados a causa de ellas y, como complemento de tal medida, la dis-
tinción legal entre el estatus del esclavo y del ciudadano. La segunda fue la modificación de los
requisitos para ejercer cargos públicos sobre la base de una distinción en cuatro clases de acuerdo
con la renta anual establecida a partir de la producción agrícola. Ver Ober 1989: 55-65.
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Tal reforma fue llevada a cabo por Pericles para competir con Cimón, prototipo del euergetés
o benefactor aristocrático, frente a quien logra definir una nueva situación económica al disponer
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Con respecto a la liga de Delos, Cf. Hist. Pel. I 96, Aristóteles, Const. Aten. XXIV 2 y
Pseudo Jenofonte, Constitución de los atenienses I 18.
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Tal ejército estaba compuesto por la clase de aquellos que se podían costear su propio
armamento.
33
Loraux 1993: 182.
34
Ober 1989: 108. Incluso se alentaba la participación, tal como se manifiesta en el discur-
so de Pericles, según el relato de Tucídides: “Somos, en efecto, los únicos que a quien no toma
parte en estos asuntos lo consideramos no un despreocupado, sino un inútil” (Hist. Pel. II 40, 2).
En este contexto cobran sentido las acusaciones que le profieren los oradores a Sócrates, quien
alentaba el carácter “libre” de los filósofos que “desconocen desde su juventud el camino que con-
duce al ágora y no saben dónde están los tribunales ni el Consejo ni ningún otro de los lugares
públicos de reunión que existen en las ciudades” (Teet. 173c-d). A los ojos del orador Calicles,
el hombre de edad que aún filosofa debe ser azotado, pues “pierde su condición de hombre al
huir de los lugares frecuentados de la ciudad y de las asambleas donde, como dijo el poeta, los
hombres se hacen ilustres” (Gorg. 485d).
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Detienne 1981: 98 se refiere a la isegoría ya en la sociedad homérica: “En las asambleas [de
guerreros] la palabra es un bien común, un koinón depositado ‘en el centro’. Cada uno se apodera
de ella por turno con el acuerdo de sus iguales”.
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En tiempos de Clístenes, las elites reconocen las ambiciones de la masa como una nueva
arma para usar unos contra otros. Promueven entonces reformas democráticas, a la vez que
respaldan sus pretensiones políticas con ostentaciones públicas de su riqueza y nobleza ancestral
(Ober 1989: 85).
37
En Hist. Pel. I 139, 4, Pericles es presentado como “el de mayor capacidad para la palabra
y para la acción (légein te kaì prássein dunótatos)”, afirmación que pone en evidencia la inextrica-
ble relación entre prâxis y lógos en la democracia ateniense. Cf. también la asociación entre prâxis
y lógos en Fdr. 269e, Prot. 319a, Anab. III 1, 45. Es posible rastrear tal asociación hasta la Ilíada
cuando se elogia a un joven guerrero: “Era experto en la lanza, valeroso en el cuerpo a cuerpo,
y en la asamblea pocos aqueos lo superaban cuando los jóvenes discutían sus pareceres” (Il. XV
282-285). Cf. también Il. IX 443 y Nem. VIII 8.
38
Ober 1994: 106-107.
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En estas raíces agonales de la democracia ateniense tiene su origen el pensamiento protagó-
rico que enuncia que acerca de cualquier cuestión son posibles dos lógoi antikeímenoi, dos discur-
sos enfrentados (DK 80A20). Cf. Aristófanes, Nub. 888-1130; y Tucídides, Hist. Pel. III 36-48.
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El discurso más fuerte (kreítton lógos) representa el triunfo de la clase dominante a través
de los oradores capaces de alcanzar el éxito en la Asamblea, de hacerse ilustres en la ciudadanía
y de adquirir capacidad de persuasión para que el démos vote lo mejor. Protágoras, según el tes-
timonio de Aristóteles, era quien enseñaba a convertir el argumento más débil en el más fuerte
(Retórica II 24, 1402a= DK 80A21).
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Prot. 317b: “Reconozco ser sofista” y Gorg. 449a: “Rhétor es lo que me ufano de ser”.
Este grupo heterogéneo de intelectuales quizás no se haya concebido a sí mismo en tanto tal.
El término sophistés tenía un sentido amplio que se superponía prácticamente con el de sophós.
Probablemente solo luego del testimonio platónico asume cierto sentido “profesionalizado”, al
igual que el término philosophós.
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DK 80 A 1. Diógenes Laercio se apoya en el testimonio de Heráclides del Ponto, autor
del siglo IV a. C. Acerca de la autenticidad de este testimonio y de la relación entre Protágoras y
Pericles, cf. Solana Dueso 1996: 19-23.
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Los dos intelectuales, junto con Sócrates y probablemente Eurípides, fueron acusados de
asébeia, término amplio que se suele traducir por “impiedad” o “irreligiosidad”. A lo largo de los
últimos treinta años del siglo V se desarrolló una serie sugestiva de procesos contra herejías que,
como señala la mayoría de los helenistas, encubre un trasfondo político contra el pensamiento
“progresista” de Atenas. (cf. Eggers Lan 1978: 26-33 y E. R. Dodds 1957: 189 y ss.). En torno al
proceso de Protágoras cf. Solana Dueso 1996: 23-27.
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En el último tercio del siglo V aparece por primera vez el término “sofista” usado en sen-
tido peyorativo en la comedia ateniense. Las Nubes de Aristófanes, que se exhibió por primera vez
en el 423, se centra en el intento de Sócrates de convertir a un nuevo rico en un “hábil sofista”
(sophistên dexion: Nub. 1111) a fin de evadir sus deudas en la corte. Este sentido peyorativo apa-
rece también en un fragmento del comediógrafo Eupolis (frag. 353 Kock) que probablemente
se haya estrenado también en el último cuarto del siglo V. En Platón, Jenofonte e Isócrates el
sentido peyorativo de “sofista” es una constante y de allí continuó hasta nuestros días (Ford: 37-
39). Con respecto al descrédito en que han caído en este período los oradores políticos, ver Ober
1989: 170-177.
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del brillo de las palabras y de los atractivos que lo acompañan, lo cual lo con-
duciría a su propia destrucción.45
La democracia ateniense sufrió dos cortas interrupciones en 411 y 404 a
causa de revoluciones oligárquicas, de las cuales logró sobreponerse, pero sus
fundamentos fueron corroídos por la derrota en la guerra y por la consecuen-
te precariedad económica que atravesó la pólis. Es necesario apuntar que la fi-
losofía política y los estudios en torno a la retórica desarrollados por Platón y
Aristóteles emergen en este contexto en que Atenas y la pólis griega en general
empiezan a declinar. El análisis y la crítica desarrollados por ambos pensado-
res en torno a la retórica se dirige, pues, a indagar en las causas de la compleja
situación que atraviesa la pólis en general y Atenas en particular. La sombra del
imperio macedónico ya se proyecta con nitidez en vida de Aristóteles. Ambos
pensadores, sin embargo, encuentran en muchas ocasiones en los sofistas de
la generación precedente, aquellos contemporáneos de Sócrates, los interlo-
cutores predilectos a la hora de discutir las prácticas políticas democráticas y
el ejercicio de la palabra a ellas vinculada. Quizás encontraran allí la simien-
te del proceso político posterior. No debemos perder de vista, sin embargo,
que ambos debían de tener como interlocutores reales a pensadores y orado-
res contemporáneos, como ser, por ejemplo, el caso de Isócrates, cuya escuela
de oratoria rivalizó con la Academia de Platón. A él están dirigidas, sin duda,
muchas de las críticas a la oratoria volcadas por Platón. Sabemos, incluso, que
el joven Aristóteles libró aguerridamente esta batalla heredada de su maestro.
En su madurez, por otra parte, debe de haber enfrentado directa o indirecta-
mente a oradores de la talla de Demóstenes, cuyo pensamiento de cuño anti-
macedónico lo condujo a enfrentar al estagirita por considerar sospechosos sus
vínculos con Filipo y Alejandro Magno.
En definitiva, este breve lapso, entre los siglos V y IV a. C., fue el escena-
rio de la emergencia de un anudamiento único en la historia entre palabra y
acción política, así como del ocaso de este modo de organización que signaría
el opacamiento de la palabra como herramienta política por excelencia. Esos
siglos constituirán, entonces, el marco histórico en el cual desarrollaremos
nuestro estudio.
Tucídides, Hist. Pel. III 36-49. Los discursos de Cleón y Diodoto que allí se presentan
45
polemizando tienen la peculiaridad de que ambos critican el mal uso de la retórica y, en el caso
de Cleón, la propensión del dêmos ateniense a dejarse encantar por los lógoi.
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